Los nuevos presidentes "progresistas" de la región prometieron transparencia pero sus gobiernos padecen un escándalo detrás del otro. ¿Y Uruguay?
La corrupción es la nueva ola
Solemos hablar de la política uruguaya como si fuera un fenómeno muy original. Incluso hay medios que informan de la política local como si fuera autónoma de la marcha del mundo, no le dan al público ninguna información internacional de peso. Quizás eso explique al mismo tiempo la chatura de nuestras elites y la pobreza de nuestra percepción de la realidad. Somos la aldea que se cree mundo, el perro de Pavlov de la política mundial.
La verdad es que la política uruguaya de original no tiene nada. Perón y Luis Batlle fueron enemigos sí, pero mientras eran presidentes Argentina y Uruguay impulsaron la misma política de nacionalización y estatización de los servicios públicos.
Nuestra historia reciente es la menos original de todas. Tuvimos una guerrilla mesiánica en los años 60, como en casi toda América Latina. Quien mire mucho TV Ciudad puede llegar a creer que los tupamaros fueron algo excepcional. Haber hecho un túnel para escaparse de la cárcel fue su máxima hazaña. La minúscula guerrilla brasileña logró secuestrar al mismísimo embajador de Estados Unidos en 1969 y canjearlo por 15 presos políticos, y en Brasil nadie habla de ella.
Después, en los 70, tuvimos nuestra dictadura militar filofascista igual que en Argentina, Brasil, Chile y Paraguay. Durante años se pregonó la idea de que nuestra dictadura había sido "a la uruguaya", menos salvaje, menos asesina: se había respetado la vida de los líderes guerrilleros presos, los muertos habían sido involuntarios "excesos" en los interrogatorios. Ahora sabemos que hubo ejecuciones, presos traídos desde otros países para fusilarlos, mujeres embarazadas secuestradas para robarles a sus hijos y luego asesinadas.
En los 80 recuperamos la democracia, igual que toda la región. Hasta el perfil de los presidentes elegidos en uno y otro país –Alfonsín, Sanguinetti, Sarney- resultó parecido: políticos tradicionales, cultos, de centro. En todo el continente se recuperó la democracia, con todas las virtudes y los mismos vicios que había tenido antes de los golpes de Estado.
En los 90 tampoco fuimos originales: Uruguay apostó al neoliberalismo, como casi toda América del Sur. Fueron los años de Lacalle, Menem, Collor de Mello. Más o menos radical, más o menos prolongado en el tiempo, el modelo vino con una lluvia de casos de corrupción y se fue con un rotundo fracaso.
Un escándalo por día
Justamente el hastío de la gente con las promesas nunca cumplidas por los adoradores del mercado provocó la penúltima ola: la de los presidentes "progresistas". La llegada al gobierno del Frente Amplio coincidió con los triunfos electorales de opciones similares en Argentina, Brasil y otros países del continente.
Por supuesto que en cada una de estas olas hay matices: Sanguinetti no se animó a juzgar a los militares como Alfonsín. Lacalle no bailaba con odaliscas como Menem. Tabaré Vázquez es el único presidente part time del universo progresista (y seguramente del universo todo). Fuera de estos matices, las coincidencias siempre son muchas. Todos los nuevos presidentes "progresistas", por ejemplo, llegaron al poder prometiendo abatir la corrupción. Pero la nueva ola que está recorriendo la región dice lo contrario.
Primero fue Lula. Aunque el Frente Amplio (con el apoyo de periodistas y académicos amigos) ha puesto mucho empeño en disimularlo, el gobierno de Lula ha exhibido una corrupción a la altura de los peores ejemplos de la historia sudamericana, lo que es mucho decir. Compra de votos en el Parlamento, coimas que encubren un financiamiento ilegal del Partido de los Trabajadores, enriquecimiento del hijo del presidente, son apenas parte de una serie de escándalos sin fin.
Ahora la ola llegó a Argentina: la secretaria de Medio Ambiente reparte contratos millonarios entre familiares y amigos, una bolsa con decenas de miles de dólares aparece en el despacho de la ministra de Economía, la empresa Skanska que contrata con el Estado se ve envuelta en un escándalo de coimas. Sólo falta un romance entre Kirchner y Cecilia Bolocco.
La valija
Si se necesitaba algo más para confirmar la ola de corrupción "progresista", la bolsa con 790.550 dólares que un venezolano cercano al gobierno de Hugo Chávez quiso introducir en forma clandestina en Argentina completó el panorama.
¿Y Uruguay forma parte de la ola, como siempre? Hay datos preocupantes al respecto. El venezolano de la valija, Guido Antonini, se fue de Argentina hacia Uruguay. ¿Qué hizo aquí? Se sabe que solía visitar Montevideo como lobbista y que se alojaba en hoteles reservados por Pdvesa. ¿Para qué venía? ¿Tiene eso que ver con los negocios que el gobierno uruguayo está haciendo con Pdvsa?La noticia, para peor, coincidió con otra sobre un misterioso cargamento de municiones bélicas venezolanas embarcado hacia Uruguay sin que se sepa bien porqué. ¿Todo es pura casualidad?
Se ha dicho que el dinero que quiso introducir Antonini en Argentina serviría para financiar grupos políticos pro Chávez. ¿Está Venezuela solventando grupos políticos uruguayos? Es posible. El modo en que se financia nuestra política es un completo misterio: mantener este secreto es una de las pocas coincidencias de los tres principales partidos.
Mientras la prensa argentina dice que los funcionarios del gobierno de Kirchner implicados en el escándalo Antonini son "recaudadores", la prensa uruguaya no dice nada. De este lado del Plata, con provinciana hipocresía, hacemos de cuenta que política y dinero nunca se juntan. ¿De dónde sale la fortuna que se gasta en televisión en cada campaña electoral? ¿Quién la aporta? ¿Bajo qué condiciones? ¿Es casualidad que los grandes beneficiarios de la reforma tributaria sean los grandes supermercados? La falta de transparencia tiene eso, alienta la suspicacia.
En la nueva ola "progresista" sudamericana se dice que hay dos o tres izquierdas distintas. A quien más se parece Tabaré Vázquez es a Lula. Como Lula, Vázquez no era un político tradicional. Como Lula, no llegó a la presidencia en su primer intento. Como Lula, encausó a su partido detrás de sus líneas menos radicales. Como Lula, apostó a la política económica de sus antecesores. Como Lula, es amigo de Estados Unidos. Como Lula, el bajo tenor izquierdista de su gobierno frustra a muchos de sus votantes.
Lula encontró la forma de ser reelecto a pesar del desencanto militante y la brutal exposición de toda la corrupción de su gobierno: repartir mucho dinero a los pobres a través de planes de asistencia social y crear miles de nuevos empleos públicos.
Vázquez ya conoce el desencanto radical. Vázquez ya reparte mucho dinero entre los pobres. Vázquez ya está creando miles de nuevos empleos públicos. Es de esperar que las coincidencias terminen aquí. Que Uruguay no se sume a la nueva ola que recorre el continente.
PUBLICADO EN EL DIARIO PLAN B, VIERNES 17 DE AGOSTO DE 2007
31.8.07
10.8.07
El deporte es otra cosa
La forma en que Peñarol despidió a Gregorio Pérez y contrató a Gustavo Matosas revela lo profundo de la decadencia del fútbol uruguayo
Jesse Owens destrozando la teoría de la superioridad de la raza aria en diez segundos, delante del mismísimo Adolfo Hitler, en el estadio Olímpico de Berlín. Muhammad Alí (Cassius Clay) rehusando ir a la guerra de Vietnam, obligando al mundo a mirar hacia África, enseñando que hay cosas más importantes que ser campeón del mundo. Chilavert levantado uno a uno a sus compañeros caídos después de la derrota contra Francia en la Copa del Mundo de 1998.
Muchas de las grandes lecciones de dignidad y coraje de los tiempos modernos las han dado los deportistas y el deporte. Por eso es doblemente triste observar en qué se ha transformado hoy el fútbol uruguayo.
Albert Camus, el genial autor de El Extranjero, dijo que todo lo que sabía sobre moral y los deberes de los hombres lo había aprendido en una cancha de fútbol. Hoy en el fútbol uruguayo solo se puede aprender de traición y mentiras, de deshonra y corrupción. No importa cuantos papagayos se compren para repetir lo contrario: el hedor de la cloaca se siente de lejos. Si una prueba faltaba, el escandaloso despido de Gregorio Pérez de Peñarol y la no menos escandalosa contratación de Gustavo Matosas son pruebas fehacientes de lo profundo del pozo.
1
El 13 de junio la directiva de Peñarol recibió a Gregorio Pérez. El técnico puso su cargo a disposición del club porque no había logrado ser campeón. También le pidió a los dirigentes que se unieran en pro de Peñarol. Los dirigentes le respondieron que querían que siguiera dirigiendo al equipo y lo ovacionaron. "El técnico aurinegro recibió el apoyo de toda la directiva", dijo Plan B en su crónica. "Me manifestaron que querían que yo siguiera", relató Pérez y anunció que se tomaría unos días para decidirlo. El directivo de Peñarol Vito Atijas dijo a Plan B que el consejo directivo "apoyó la gestión de Gregorio Pérez": "su cargo nunca estuvo en cuestionamiento". Otro integrante de la directiva, Carlos Ricagni señaló: "Ojalá que Gregorio siga porque es un señor con todas las letras".
Dos días después de esa reunión hubo otra, más glamorosa. Paco Casal –dueño de los derechos de televisación del fútbol y de las fichas de los principales jugadores uruguayos- convocó a los dirigentes de Peñarol a la sede de su empresa Tenfield.
Según narró El País, Casal les dijo que quería "fortalecer deportivamente" al club, consiguiéndole "figuras de mayor nombre" para mejorar el espectáculo televisivo. El "coordinador institucional" de Peñarol (una especie de presiente suplente nombrado a pesar de que no figura en los estatutos) Juan Pedro Damiani, el hijo del contador, dijo a El Observador que la reunión no tenía nada que ver con la continuación de Pérez como técnico. "No se habló de jugadores ni el empresario puso objeción alguna a la continuidad de Gregorio Pérez", dijo El País. El dirigente Ricagni relató que conocer a Paco fue toda una experiencia: "Encontré un hombre experiente, consejero y sabio que nos dio importantes recomendaciones para hacer un nuevo Peñarol". Tocado por el aura de un ser tan removedor, Ricagni agregó que tras esa reunión nacía un nuevo Peñarol. "El cielo está abriendo", dijo.
2
El lunes 18 Gregorio Pérez dijo en El Observador que al fin decidió aceptar el pedido de la directiva y continuar en Peñarol.
El mismo día, Últimas Noticias tituló: "Gregorio no se va" y anunció que los dirigentes de Peñarol reforzarán el plantel, tal como les pidió el técnico. La nota incluyó una lista de jugadores representados por Casal que podrían llegar al club.
El viernes 22 El País informó de otra nómina de refuerzos que llegarían a Peñarol de la mano de la nueva amistad con Paco: Fernando "Petete" Correa sería el primero.
Sin embargo, el sábado 23 los dirigentes se reunieron con Gregorio Pérez en Los Aromos y todos los jugadores que iban a llegar a Peñarol desaparecieron. Según las crónicas, en la reunión en Los Aromos, los dirigentes de Peñarol le dijeron a Pérez todo lo que se le dice a un director técnico cuando se quiere provocar su renuncia. Le dijeron que el club no tiene un peso. Que no contratará a nadie. Que se olvide de los jugadores de los que habían hablado. Que no se podrá retener a ninguno de los futbolistas que están en el club, ni a Silvio Mendes, ni a Juan Castillo, ni a Julio Mozzo. Le dijeron que deberá enfrentar los campeonatos que vienen con juveniles. Sólo faltó que le insultaran a la familia.
Ricagni definió la reunión en El País: hubo "transparencia y sinceridad, y así se logran grandes cosas".
Inocente, bueno, Gregorio Pérez no pensó mal. Dijo que se iba preocupado. Notó sí que en la reunión anterior en la sede del club los mismos dirigentes le habían hablado de nuevas contrataciones "pero ahora fue muy distinto".
¿Por qué había ocurrido un cambio tan radical? ¿Por qué antes habían hablado de refuerzos y ahora de golpe no se podía contratar ni siquiera uno? Gregorio no sospechó. "¿Esto le cambia los planes o sigue en el cargo?", le preguntó El País. "No, yo ya estoy embarcado en este proyecto que es Peñarol. Así que hay que seguir", respondió y se fue a su casa a llamar a futbolistas, socios que pudieran dar una mano, a hacer una lista de los juveniles que podían ser ascendidos para pelear el campeonato.
3
El lunes 25 El Observador aclaró el misterio. Según el periódico, en la reunión que diez días antes los dirigentes de Peñarol habían tenido con el "consejero experiente y sabio" Paco Casal éste les había exigido que echaran a Gregorio Pérez y que en su lugar contrataran a Gustavo Matosas.
"Paco le bajó el pulgar y tambalea Gregorio", decía el título de la nota. "Según pudo saber El Observador, el empresario se disgustó con Gregorio porque éste arregló su nuevo contrato con la institución sin antes hablar con él".
"A Gregorio no lo quiero en Peñarol", le habría dicho el sabio consejero a los dirigentes del club.
Además, una anónima "fuente aurinegra" explicaba en el artículo que la reunión realizada en Los Aromos con Gregorio Pérez, ese oasis de "transparencia y sinceridad" según la definición de Ricagni, había sido un intento de provocar la renuncia del técnico.
¿Por qué los dirigentes de Peñarol actuaron de un modo tan bochornoso y contradictorio con lo que habían hecho diez días antes? El Observador lo explicó así: "Los dirigentes de Peñarol quedaron con las manos atadas luego de la conversación con Casal. Si se queda Gregorio no habrá grandes inversiones. Si se va, pueden llegar algunos refuerzos del exterior".
Al día siguiente, cada uno de los ignominiosos anuncios de El Observador comenzaron a confirmarse.
Damiani hijo llamó por teléfono a Gregorio Pérez a su casa. Pérez estaba ultimando un plan para que Peñarol pudiera enfrentar del mejor modo posible su futuro inmediato y creyó que lo llamaban para que fuera a la sede a presentar el proyecto. Pero Damiani le dijo que estaba despedido.
"Fue una sorpresa muy grande porque hace unos días me habían ratificado en el cargo frente a toda la prensa", le dijo Pérez a Plan B.
El jueves 28 se cerró el círculo: Gustavo Matosas fue contratado como nuevo director técnico de Peñarol.
Final
Los hechos hablan solos. Los actuales dirigentes de Peñarol quedarán en la historia como los protagonistas del episodio más vergonzoso en la centenaria historia del club.
¿Por qué lo hicieron? Unas declaraciones de Damiani hijo a El Observador quizás lo expliquen. El periodista le preguntó al dirigente por la nueva relación de Peñarol con Paco Casal, tras años de guerras perdidas. Damiani hijo respondió: "Queremos generar una buena relación con él. Es una persona muy importante en este fútbol: tiene la televisión y los jugadores, es decir que no le falta nada. Estamos en el CTI pero se puede salir".
Lo ocurrido demuestra hasta qué punto el "experiente y sabio" Casal influye en el fútbol uruguayo. Ya sabíamos que según los humores de Tenfield, los periodistas son invitados a subir o a bajar del avión en el que viaja la selección, las radios echan a sus relatores, el canal oficial Tveo, La Meca del progresismo, cambia a sus informativistas. Eso ya lo habíamos visto. Ahora –según nos dice El Observador- Casal logró que Peñarol despidiera a uno de sus héroes, "un señor con todas las letras" al que sólo diez días atrás la directiva había ovacionado. Y también logró hacer que el sustituto elegido fuera su preferido. Y también logró que todo esto ocurriera de un día para otro. Es curioso como la prensa uruguaya habla con naturalidad de noticias que le darían vuelta el estómago a un guerrillero checheno.
¿Qué otras cosas puede lograr Casal?
¿Qué otras cosas ya ha logrado?
¿No le da un poquito de pudor a Gustavo Matosas asumir así la dirección técnica de Peñarol?
Viendo todo lo ocurrido en los últimos días, ¿habrá sido casualidad que justamente Gregorio Pérez perdiera las finales del campeonato uruguayo y las ganara justamente Gustavo Matosas? La crónica de El Observador me sembró la duda.
El deporte, para ser deporte, necesita de ciertas condiciones y garantías. Los equipos, los deportistas, tienen que medirse en igualdad de condiciones, con respeto a los reglamentos y con la certeza de que nadie tendrá ventajas sobre los otros. Cuando estas condiciones no existen, el deporte tampoco: la competencia pasa a ser otra cosa: un circo, un tinglado montando para la TV, un negocio millonario. Más o menos así eran los Titanes en el Ring de Martín Karadagian, aunque mucho más divertidos y honestos.
¿Este es el baño de jabón y cepillo de alambre que el ministro Héctor Lescano dijo que necesitaba el fútbol? ¿Este es el nivel de higiene que satisface al gobierno?
¿No es obligación del Ministerio de Educación y Cultura velar por el cumplimiento de los estatutos de las instituciones deportivas? ¿Así ejerce el ministro Brovetto esta responsabilidad?
En los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, en medio de la monstruosa puesta en escena nazi, con todo preparado para demostrar la superioridad de la raza aria y con el mismísimo Adolfo Hitler en la tribuna, el negro Jesse Owens pudo ganar cuatro medallas de oro.
En el fútbol uruguayo 2007, bajo un gobierno democrático y progresista, ¿se puede ganar contra Paco Casal?
La respuesta, que la sabemos todos, está soplando en el viento.
PUBLICADO EN EL DIARIO PLAN B, 6 DE JULIO DE 2007
9.8.07
Energía nuclear: la madre de todas las dependencias
Energía nuclear es lo que Uruguay necesita. Para eso es necesario derogar la ley que prohibe su uso. Con este discurso están insistiendo algunos políticos, científicos y periodistas.
Entre los políticos, quien lanzó el tema al ruedo fue el senador blanco Sergio Abreu. Luego se sumaron su correligionario Ruperto Long, y el colorado Isaac Alfie. También el escritor Carlos Maggi y el ingeniero Álvaro Bermúdez, ex director nacional de Energía.
También al gobierno parece haber llegado la ola nuclear. Meses atrás, el subsecretario de Industria y Energía, Martín Ponce de León, había rechazado la posibilidad de instalar en Uruguay una central nuclear por la suma de sus inconvenientes: “Un tipo de central como la nuclear en todo caso está muy lejos en el horizonte de la razonabilidad técnico-económica”, declaró. Pero otros gobernantes no parecen tan firmes en su oposición. El ministro Jorge Lepra aprovechó su viaje a Finlandia para visitar centrales atómicas y el presidente de UTE, Gerardo Rey, dijo en estos días, al término de un seminario sobre políticas energéticas, que el gobierno no descarta la instalación de una central nuclear a mediano plazo.
Los argumentos a favor de que Uruguay abrace el uso del átomo como solución energética son varios y se centran en una realidad que no es local sino mundial: el uso del petróleo como fuente de energía está destruyendo al medio ambiente, está cambiando el clima de la Tierra y amenaza con agotar las reservas energéticas muy pronto. El actual modo de vida se encamina hacia un colapso. Los optimistas dicen que el petróleo se agotará o se tornará demasiado caro para seguir usándolo a partir de 2030 o 2040. Los pesimistas dicen que eso puede comenzará a ocurrir poco después de 2010.
Ante ese panorama tan desalentador, algunos sostienen que la solución es la energía nuclear, que no genera anhídrido carbónico y, por lo tanto, no recalienta el planeta.
Incluso algunos ambientalistas han dado marcha atrás en su oposición a la energía atómica. “Soy ecologista y ruego a mis amigos del movimiento que abandonen su equivocada objeción a la energía nuclear”, dijo el científico británico James Lovelock, un luchador contra el calentamiento global.
En algunos lugares del mundo, este relanzamiento de la opción nuclear ha dado lugar a un debate de fondo sobre las políticas energéticas, el modelo de desarrollo y el cuidado del medio ambiente.
En Uruguay, sin embargo, el debate nuclear exhibe la misma pobreza con que se discute, por ejemplo, sobre el transporte público o las políticas educativas.
Para empezar, mientras Abreu, Long, Alfie, Maggi y compañía recorren día tras día los medios con su prédica atómica, la otra campana no suena. Nadie entrevista a quienes sostienen que lo nuclear no es solución. Muchos argumentos de fondo de esta polémica son soslayados o tratados con un nivel de desinformación alarmante.
Días atrás, el senador Abreu fue entrevistado en una radio. Tras su fuerte alegato atómico, un oyente llamó a la emisora y comentó que es raro que se proponga construir un reactor nuclear cuando Uruguay desaprovecha toda su potencial energía eólica. Como Abreu ya no estaba en el estudio, el periodista respondió en su lugar: la energía eólica, dijo, no sirve para alimentar ciudades (no sabe, por ejemplo, que Dinamarca genera el 20% de toda su electricidad con la energía del viento). Luego otro oyente comentó que los niveles de seguridad que ofrece Uruguay no son los ideales para tener un reactor nuclear funcionando a la vuelta de la esquina. El periodista descalificó el argumento señalando que, razonando así, tampoco podría funcionar la planta de Botnia (no sabe, evidentemente, que el desastre de Chernobyl liberó una cantidad de radiación que algunos calculan fue equivalente al lanzamiento de entre 200 y 400 bombas de Hiroshima, algo que Botnia nunca podrá lograr ni siquiera en la más catastrofista de las visiones).
Este es el nivel del debate y así es como la prensa ayuda a aclarar el tema.
El gran salto
Los políticos uruguayos nunca se preocuparon por trabajar sistemáticamente a favor de la independencia energética del país. Mientras que el mundo lleva décadas aprovechando las energías derivadas del viento, el sol, la biomasa, en Uruguay todo eso se ha desaprovechado olímpicamente durante años sin que Abreu, Alfie y Long recorrieran los medios haciendo notar su molestia. Nuestra siesta lleva décadas y promete seguir. Mientras en el mundo se investiga cómo usar la energía del hidrógeno y la del mar, acá seguimos discutiendo qué hacer con la refinería de Ancap.
Las únicas obras destinadas a dotar de una parcial autonomía energética al Uruguay –sus represas hidroeléctricas- fueron todas ellas obras de gobiernos dictatoriales. La represa de Rincón del Bonete fue realizada durante la dictadura de Gabriel Terra. Salto Grande y Palmar son obras de la dictadura militar. Eso también habría que enseñarlo en los cursos de historia reciente. A la democracia uruguaya nunca le interesó dotar de autonomía energética al país. Por alguna razón (¿cuál será?) la única política energética nacional ha sido la de importar petróleo, derrocharlo en abundancia y luego volver a importarlo.
Encontrar petróleo nunca interesó de verdad. La investigación de nuestro subsuelo ha sido dotada de recursos irrisorios. No es casualidad que seamos el único país de América del Sur donde nunca se encontró petróleo.
Tampoco hemos invertido nada en desarrollar alternativas propias a la importación de combustible. Batlle y Ordóñez quiso hacerlo. Ordenó al Instituto de Geología (antecesor de Ancap) que investigara la invención de un combustible derivado del alcohol. Pero terminaron fabricando caña, whisky y grapa.
Ni siquiera se llevó adelante nunca una política tendiente a ahorrar el petróleo que tan caro nos cuesta. Tenemos en Montevideo un sistema de transporte colectivo tan espantoso que todo aquel que puede es compelido a usar su propio auto. En Uruguay no se usan los ríos para transportar mercaderías, un sistema mucho más económico que el transporte carretero. Al ferrocarril se lo dejó fundir ex profeso para así gastar más combustible usando miles de camiones. La leña, que podría alimentar las calderas que hoy funcionan a petróleo, se la damos, más barata, a Botnia. Alguien, en Finlandia, decidió que eso era mejor para nosotros.
Con este panorama, no es raro que Uruguay sea tan pobre y dependiente: cada día nos levantamos y trabajamos para eso. Tenemos, eso sí, una compañía importadora de petróleo rica, que alimenta una casta de funcionarios privilegiados, mientras el resto del país paga la nafta más cara del continente. Todo lo que Uruguay recibe de sus exportaciones de carne lo gasta en importar petróleo.
Hoy cuando no llueve y las represas que construyeron las dictaduras militares se quedan sin agua, no tenemos otra alternativa que comprar más petróleo y quemarlo. Cuando la sequía de 2003, el entonces presidente Jorge Batlle anunció el plan energético nacional: “el buen Dios se va a ocupar”.
Los partidos políticos que han generado este desastre energético se han despertado de golpe. Tienen la solución mágica. El país que debe todas las materias –estudio del subsuelo, prospección petrolera, racionalización del consumo, uso del alcohol, aprovechamiento del viento, de la energía solar, de la biomasa, estudio de nuevas tecnologías- ahora tiene una solución milagrosa: saltearse todas las previas e ir directo a la energía nuclear.
Lo nuclear
La energía nuclear es resistida en todo el mundo. Pero para un país atrasado tecnológicamente como Uruguay, las dificultades para abrazar el sueño atómico son todavía mayores.
Para empezar, las centrales nucleares necesitan uranio para funcionar y Uruguay carece por completo de este mineral, al igual que el petróleo. Se habla de posibles yacimientos, sin que se haya descubierto nada por el momento.
Es cierto que las centrales nucleares no necesitan grandes cantidades de uranio, pero también es cierto que las reservas mundiales de este mineral son muy escasas. Se calcula que se agotarán en menos de 100 años: igual que el petróleo.
Los costos de levantar una central nuclear son enormes: para un país que ya domina la tecnología nuclear se estima que una central tipo cuesta unos 1.500 millones de dólares; para un país que desconoce todo sobre este tema el costo de multiplica por una cifra que nadie se atreve a mencionar. Los plazos de construcción son eternos. La tecnología que se usa debería ser importada en un cien por ciento. Lejos de independizarnos una central atómica nos generaría una nueva dependencia, muy cara por cierto. Construir una central nuclear en nombre de la autonomía energética es una paradoja, como declarar la guerra por la paz. La energía atómica refuerza nuestras dependencias tecnológica y de combustible.
Pero, con todo, estos son apenas “detalles” respecto a dos enormes problemas que presenta la energía nuclear: su seguridad y el manejo de sus residuos.
“¿Dígame una cosa, la energía nuclear es mala palabra? ¿Por qué está limitada por ley? ¿Cuál es el tema? ¿El tema de la seguridad? ¿Chernobyl? Si tenemos una planta de energía nuclear a 400 kilómetros de Montevideo en Argentina (...) Si le pasara algo a la planta de Atucha, el ser uruguayos y no tener a Atucha no nos libra del problema”, dijo el senador Abreu en 2005, en radio Carve, cuando comenzó su campaña atómica. Según Abreu, la seguridad “está controlada porque las plantas nucleares se controlan y hay energía nuclear en el mundo entero”.
Lo que es tan fácil para el senador Abreu no es tan claro para el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que en 2003 publicó un informe de referencia, titulado The future of nuclear power, en el cual plantea que los problemas de seguridad de las plantas atómicas y sus residuos siguen siendo dos graves problemas que impiden su uso masivo.
Chernobyl no fue el único accidente nuclear, una mera excepción, como hoy se pretende que el público crea. Hubo muchos otros. La fama de Chernobyl deriva de su extraordinaria magnitud. Chernobyl impregnó de radiactividad una superficie de 160.000 kilómetros cuadrados, el Uruguay entero.
Abreu argumenta que tener la central atómica argentina de Atucha tan cerca nos expone a los mismos riesgos sin gozar de los beneficios energéticos. No es cierto.
Para empezar: es obvio que la multiplicación de centrales multiplica los riesgos de un accidente producido por un error humano o una falla en la central.
Segundo: las distancias geográficas cuentan. Hoy, 20 años después de la tragedia de Chernobyl, existe una zona de exclusión alrededor de la vieja central soviética donde la vida está prohibida porque la radiación es tan alta que todavía es un riesgo mortal echarse en el pasto o cultivar verduras. Esa zona muerta, donde las grandes ciudades están abandonadas y desiertas, se extiende en un radio de 30 kilómetros alrededor de Chernobyl. Atucha está a 100 kilómetros de Nueva Palmira, 170 de Colonia y Mercedes y 360 de Montevideo. Un accidente en Atucha sería sí una catástrofe en Uruguay, pero sería mucho peor tener una central nuclear en nuestro propio territorio. Cualquiera puede hacer las cuentas.
Pero la energía nuclear plantea un problema todavía más grave: cómo manejar sus residuos, que mantienen su radioactividad letal durante 10.000 años.
¿Cómo los manejará Uruguay? ¿Los residuos atómicos serán cuidados tal como se cuidan los libros de la Biblioteca Nacional? ¿La eficiencia será la de la Dirección de Meteorología? ¿El nivel de seguridad será el del Comcar? ¿Los controles serán como los del Banco Central?
Otra pregunta que los propagandistas de lo nuclear no responden en cómo se calcula el costo económico de manejar residuos letales que seguirán en actividad dentro de 10.000 años.
La basura nuclear es hoy más peligrosa que nunca, porque son el bien más buscado por los grupos terroristas.
Por eso es que quienes hoy pregonan la construcción de nuevas centrales nucleares piden que los países del tercer mundo las construyan, pero que los residuos sean vigilados, manejados y retirados por Estados Unidos u otra potencia.
Álvaro Bermudez, ex director de Energía, en un alegato a favor de lo nuclear realizado en radio El Espectador señaló: “Lo más interesante son las ofertas que están haciendo ahora países como Rusia y Francia, que incluyen la posibilidad de no tener que manejar esos residuos personalmente. Ofrecen encargarse del combustible nuclear y de retirar los residuos”.
Es decir que si se construyera una central nuclear en Uruguay dependeríamos de la “buena voluntad” de alguna potencia para que venga a retirarnos los peligrosísimos residuos atómicos. ¿Qué se nos pediría a cambio de semejante favor?
Lo peor es que esta dependencia no se prolongará durante una década, ni durante dos, ni durante un siglo, ni durante mil años: es una dependencia de 10.000 años. Linda forma de lograr la autonomía energética.
Hace unos días, la ministra de Medio Ambiente de España, Cristina Narbona, dijo que la energía nuclear “no sólo no es la solución” al desastre ambiental mundial sino una parte importante del problema, debido al peligro que representan justamente sus residuos radiactivos.
Narbona observó que los almacenes de residuos que existen en las centrales nucleares españolas están “al límite” de su capacidad y recordó que en dos años Francia devolverá a España los residuos nucleares allí depositados, un problema grave y sin solución definitiva en el que algunos ahora quieren embarcar al Uruguay.
Detrás de la energía nuclear se mueven intereses económicos muy poderosos. Su interés es vender una tecnología de miles de millones de dólares y que, al mismo tiempo, genera una dependencia hasta el fin de los días.
Uruguay ya vivió esta historia con el petróleo: alguien (¿cómo habrá hecho?) nos convenció de que nuestra única alternativa energética era importarlo, derrocharlo y volverlo a importar. Y en eso estamos.
Ahora, que el petróleo se termina, nos quieren convencer de que abracemos la energía atómica, cuyos residuos nunca podremos manejar, porque el hombre todavía no sabe cómo hacerlo.
En España, tres periodistas -Rafael Carrasco, Miguel Jara y Joaquín Vidal- acaban de publicar Conspiraciones tóxicas, un libro de editorial Planeta.
La obra relata cómo distintos lobbys logran que se tomen decisiones políticas que benefician a unos pocos y perjudican a millones. En una entrevista que les realizó el diario El Mundo, los tres periodistas acusaron a los políticos “por ser tan permeables a la acción de los lobbies industriales”. “Las presiones son enormes”, dicen. “En el libro contamos numerosos casos de presiones exitosas de la industria nuclear”.
En la entrevista les preguntan: “¿Por qué no se ha tomado más en cuenta la aplicación de fuentes de energía renovables?” “Sin duda alguna, por la acción eficaz de los lobbies del petróleo, nuclear y demás”, responden.
No es un problema sólo de España. El lobby del petróleo escribió nuestro triste presente. El lobby nuclear quiere escribir nuestro incierto futuro.
Artículo de Leonardo Habekorn
Publicado en el diario Plan B, 15 de junio de 2007
el.informante.blog@gmail.com
Entre los políticos, quien lanzó el tema al ruedo fue el senador blanco Sergio Abreu. Luego se sumaron su correligionario Ruperto Long, y el colorado Isaac Alfie. También el escritor Carlos Maggi y el ingeniero Álvaro Bermúdez, ex director nacional de Energía.
También al gobierno parece haber llegado la ola nuclear. Meses atrás, el subsecretario de Industria y Energía, Martín Ponce de León, había rechazado la posibilidad de instalar en Uruguay una central nuclear por la suma de sus inconvenientes: “Un tipo de central como la nuclear en todo caso está muy lejos en el horizonte de la razonabilidad técnico-económica”, declaró. Pero otros gobernantes no parecen tan firmes en su oposición. El ministro Jorge Lepra aprovechó su viaje a Finlandia para visitar centrales atómicas y el presidente de UTE, Gerardo Rey, dijo en estos días, al término de un seminario sobre políticas energéticas, que el gobierno no descarta la instalación de una central nuclear a mediano plazo.
Los argumentos a favor de que Uruguay abrace el uso del átomo como solución energética son varios y se centran en una realidad que no es local sino mundial: el uso del petróleo como fuente de energía está destruyendo al medio ambiente, está cambiando el clima de la Tierra y amenaza con agotar las reservas energéticas muy pronto. El actual modo de vida se encamina hacia un colapso. Los optimistas dicen que el petróleo se agotará o se tornará demasiado caro para seguir usándolo a partir de 2030 o 2040. Los pesimistas dicen que eso puede comenzará a ocurrir poco después de 2010.
Ante ese panorama tan desalentador, algunos sostienen que la solución es la energía nuclear, que no genera anhídrido carbónico y, por lo tanto, no recalienta el planeta.
Incluso algunos ambientalistas han dado marcha atrás en su oposición a la energía atómica. “Soy ecologista y ruego a mis amigos del movimiento que abandonen su equivocada objeción a la energía nuclear”, dijo el científico británico James Lovelock, un luchador contra el calentamiento global.
En algunos lugares del mundo, este relanzamiento de la opción nuclear ha dado lugar a un debate de fondo sobre las políticas energéticas, el modelo de desarrollo y el cuidado del medio ambiente.
En Uruguay, sin embargo, el debate nuclear exhibe la misma pobreza con que se discute, por ejemplo, sobre el transporte público o las políticas educativas.
Para empezar, mientras Abreu, Long, Alfie, Maggi y compañía recorren día tras día los medios con su prédica atómica, la otra campana no suena. Nadie entrevista a quienes sostienen que lo nuclear no es solución. Muchos argumentos de fondo de esta polémica son soslayados o tratados con un nivel de desinformación alarmante.
Días atrás, el senador Abreu fue entrevistado en una radio. Tras su fuerte alegato atómico, un oyente llamó a la emisora y comentó que es raro que se proponga construir un reactor nuclear cuando Uruguay desaprovecha toda su potencial energía eólica. Como Abreu ya no estaba en el estudio, el periodista respondió en su lugar: la energía eólica, dijo, no sirve para alimentar ciudades (no sabe, por ejemplo, que Dinamarca genera el 20% de toda su electricidad con la energía del viento). Luego otro oyente comentó que los niveles de seguridad que ofrece Uruguay no son los ideales para tener un reactor nuclear funcionando a la vuelta de la esquina. El periodista descalificó el argumento señalando que, razonando así, tampoco podría funcionar la planta de Botnia (no sabe, evidentemente, que el desastre de Chernobyl liberó una cantidad de radiación que algunos calculan fue equivalente al lanzamiento de entre 200 y 400 bombas de Hiroshima, algo que Botnia nunca podrá lograr ni siquiera en la más catastrofista de las visiones).
Este es el nivel del debate y así es como la prensa ayuda a aclarar el tema.
El gran salto
Los políticos uruguayos nunca se preocuparon por trabajar sistemáticamente a favor de la independencia energética del país. Mientras que el mundo lleva décadas aprovechando las energías derivadas del viento, el sol, la biomasa, en Uruguay todo eso se ha desaprovechado olímpicamente durante años sin que Abreu, Alfie y Long recorrieran los medios haciendo notar su molestia. Nuestra siesta lleva décadas y promete seguir. Mientras en el mundo se investiga cómo usar la energía del hidrógeno y la del mar, acá seguimos discutiendo qué hacer con la refinería de Ancap.
Las únicas obras destinadas a dotar de una parcial autonomía energética al Uruguay –sus represas hidroeléctricas- fueron todas ellas obras de gobiernos dictatoriales. La represa de Rincón del Bonete fue realizada durante la dictadura de Gabriel Terra. Salto Grande y Palmar son obras de la dictadura militar. Eso también habría que enseñarlo en los cursos de historia reciente. A la democracia uruguaya nunca le interesó dotar de autonomía energética al país. Por alguna razón (¿cuál será?) la única política energética nacional ha sido la de importar petróleo, derrocharlo en abundancia y luego volver a importarlo.
Encontrar petróleo nunca interesó de verdad. La investigación de nuestro subsuelo ha sido dotada de recursos irrisorios. No es casualidad que seamos el único país de América del Sur donde nunca se encontró petróleo.
Tampoco hemos invertido nada en desarrollar alternativas propias a la importación de combustible. Batlle y Ordóñez quiso hacerlo. Ordenó al Instituto de Geología (antecesor de Ancap) que investigara la invención de un combustible derivado del alcohol. Pero terminaron fabricando caña, whisky y grapa.
Ni siquiera se llevó adelante nunca una política tendiente a ahorrar el petróleo que tan caro nos cuesta. Tenemos en Montevideo un sistema de transporte colectivo tan espantoso que todo aquel que puede es compelido a usar su propio auto. En Uruguay no se usan los ríos para transportar mercaderías, un sistema mucho más económico que el transporte carretero. Al ferrocarril se lo dejó fundir ex profeso para así gastar más combustible usando miles de camiones. La leña, que podría alimentar las calderas que hoy funcionan a petróleo, se la damos, más barata, a Botnia. Alguien, en Finlandia, decidió que eso era mejor para nosotros.
Con este panorama, no es raro que Uruguay sea tan pobre y dependiente: cada día nos levantamos y trabajamos para eso. Tenemos, eso sí, una compañía importadora de petróleo rica, que alimenta una casta de funcionarios privilegiados, mientras el resto del país paga la nafta más cara del continente. Todo lo que Uruguay recibe de sus exportaciones de carne lo gasta en importar petróleo.
Hoy cuando no llueve y las represas que construyeron las dictaduras militares se quedan sin agua, no tenemos otra alternativa que comprar más petróleo y quemarlo. Cuando la sequía de 2003, el entonces presidente Jorge Batlle anunció el plan energético nacional: “el buen Dios se va a ocupar”.
Los partidos políticos que han generado este desastre energético se han despertado de golpe. Tienen la solución mágica. El país que debe todas las materias –estudio del subsuelo, prospección petrolera, racionalización del consumo, uso del alcohol, aprovechamiento del viento, de la energía solar, de la biomasa, estudio de nuevas tecnologías- ahora tiene una solución milagrosa: saltearse todas las previas e ir directo a la energía nuclear.
Lo nuclear
La energía nuclear es resistida en todo el mundo. Pero para un país atrasado tecnológicamente como Uruguay, las dificultades para abrazar el sueño atómico son todavía mayores.
Para empezar, las centrales nucleares necesitan uranio para funcionar y Uruguay carece por completo de este mineral, al igual que el petróleo. Se habla de posibles yacimientos, sin que se haya descubierto nada por el momento.
Es cierto que las centrales nucleares no necesitan grandes cantidades de uranio, pero también es cierto que las reservas mundiales de este mineral son muy escasas. Se calcula que se agotarán en menos de 100 años: igual que el petróleo.
Los costos de levantar una central nuclear son enormes: para un país que ya domina la tecnología nuclear se estima que una central tipo cuesta unos 1.500 millones de dólares; para un país que desconoce todo sobre este tema el costo de multiplica por una cifra que nadie se atreve a mencionar. Los plazos de construcción son eternos. La tecnología que se usa debería ser importada en un cien por ciento. Lejos de independizarnos una central atómica nos generaría una nueva dependencia, muy cara por cierto. Construir una central nuclear en nombre de la autonomía energética es una paradoja, como declarar la guerra por la paz. La energía atómica refuerza nuestras dependencias tecnológica y de combustible.
Pero, con todo, estos son apenas “detalles” respecto a dos enormes problemas que presenta la energía nuclear: su seguridad y el manejo de sus residuos.
“¿Dígame una cosa, la energía nuclear es mala palabra? ¿Por qué está limitada por ley? ¿Cuál es el tema? ¿El tema de la seguridad? ¿Chernobyl? Si tenemos una planta de energía nuclear a 400 kilómetros de Montevideo en Argentina (...) Si le pasara algo a la planta de Atucha, el ser uruguayos y no tener a Atucha no nos libra del problema”, dijo el senador Abreu en 2005, en radio Carve, cuando comenzó su campaña atómica. Según Abreu, la seguridad “está controlada porque las plantas nucleares se controlan y hay energía nuclear en el mundo entero”.
Lo que es tan fácil para el senador Abreu no es tan claro para el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que en 2003 publicó un informe de referencia, titulado The future of nuclear power, en el cual plantea que los problemas de seguridad de las plantas atómicas y sus residuos siguen siendo dos graves problemas que impiden su uso masivo.
Chernobyl no fue el único accidente nuclear, una mera excepción, como hoy se pretende que el público crea. Hubo muchos otros. La fama de Chernobyl deriva de su extraordinaria magnitud. Chernobyl impregnó de radiactividad una superficie de 160.000 kilómetros cuadrados, el Uruguay entero.
Abreu argumenta que tener la central atómica argentina de Atucha tan cerca nos expone a los mismos riesgos sin gozar de los beneficios energéticos. No es cierto.
Para empezar: es obvio que la multiplicación de centrales multiplica los riesgos de un accidente producido por un error humano o una falla en la central.
Segundo: las distancias geográficas cuentan. Hoy, 20 años después de la tragedia de Chernobyl, existe una zona de exclusión alrededor de la vieja central soviética donde la vida está prohibida porque la radiación es tan alta que todavía es un riesgo mortal echarse en el pasto o cultivar verduras. Esa zona muerta, donde las grandes ciudades están abandonadas y desiertas, se extiende en un radio de 30 kilómetros alrededor de Chernobyl. Atucha está a 100 kilómetros de Nueva Palmira, 170 de Colonia y Mercedes y 360 de Montevideo. Un accidente en Atucha sería sí una catástrofe en Uruguay, pero sería mucho peor tener una central nuclear en nuestro propio territorio. Cualquiera puede hacer las cuentas.
Pero la energía nuclear plantea un problema todavía más grave: cómo manejar sus residuos, que mantienen su radioactividad letal durante 10.000 años.
¿Cómo los manejará Uruguay? ¿Los residuos atómicos serán cuidados tal como se cuidan los libros de la Biblioteca Nacional? ¿La eficiencia será la de la Dirección de Meteorología? ¿El nivel de seguridad será el del Comcar? ¿Los controles serán como los del Banco Central?
Otra pregunta que los propagandistas de lo nuclear no responden en cómo se calcula el costo económico de manejar residuos letales que seguirán en actividad dentro de 10.000 años.
La basura nuclear es hoy más peligrosa que nunca, porque son el bien más buscado por los grupos terroristas.
Por eso es que quienes hoy pregonan la construcción de nuevas centrales nucleares piden que los países del tercer mundo las construyan, pero que los residuos sean vigilados, manejados y retirados por Estados Unidos u otra potencia.
Álvaro Bermudez, ex director de Energía, en un alegato a favor de lo nuclear realizado en radio El Espectador señaló: “Lo más interesante son las ofertas que están haciendo ahora países como Rusia y Francia, que incluyen la posibilidad de no tener que manejar esos residuos personalmente. Ofrecen encargarse del combustible nuclear y de retirar los residuos”.
Es decir que si se construyera una central nuclear en Uruguay dependeríamos de la “buena voluntad” de alguna potencia para que venga a retirarnos los peligrosísimos residuos atómicos. ¿Qué se nos pediría a cambio de semejante favor?
Lo peor es que esta dependencia no se prolongará durante una década, ni durante dos, ni durante un siglo, ni durante mil años: es una dependencia de 10.000 años. Linda forma de lograr la autonomía energética.
Hace unos días, la ministra de Medio Ambiente de España, Cristina Narbona, dijo que la energía nuclear “no sólo no es la solución” al desastre ambiental mundial sino una parte importante del problema, debido al peligro que representan justamente sus residuos radiactivos.
Narbona observó que los almacenes de residuos que existen en las centrales nucleares españolas están “al límite” de su capacidad y recordó que en dos años Francia devolverá a España los residuos nucleares allí depositados, un problema grave y sin solución definitiva en el que algunos ahora quieren embarcar al Uruguay.
Detrás de la energía nuclear se mueven intereses económicos muy poderosos. Su interés es vender una tecnología de miles de millones de dólares y que, al mismo tiempo, genera una dependencia hasta el fin de los días.
Uruguay ya vivió esta historia con el petróleo: alguien (¿cómo habrá hecho?) nos convenció de que nuestra única alternativa energética era importarlo, derrocharlo y volverlo a importar. Y en eso estamos.
Ahora, que el petróleo se termina, nos quieren convencer de que abracemos la energía atómica, cuyos residuos nunca podremos manejar, porque el hombre todavía no sabe cómo hacerlo.
En España, tres periodistas -Rafael Carrasco, Miguel Jara y Joaquín Vidal- acaban de publicar Conspiraciones tóxicas, un libro de editorial Planeta.
La obra relata cómo distintos lobbys logran que se tomen decisiones políticas que benefician a unos pocos y perjudican a millones. En una entrevista que les realizó el diario El Mundo, los tres periodistas acusaron a los políticos “por ser tan permeables a la acción de los lobbies industriales”. “Las presiones son enormes”, dicen. “En el libro contamos numerosos casos de presiones exitosas de la industria nuclear”.
En la entrevista les preguntan: “¿Por qué no se ha tomado más en cuenta la aplicación de fuentes de energía renovables?” “Sin duda alguna, por la acción eficaz de los lobbies del petróleo, nuclear y demás”, responden.
No es un problema sólo de España. El lobby del petróleo escribió nuestro triste presente. El lobby nuclear quiere escribir nuestro incierto futuro.
Artículo de Leonardo Habekorn
Publicado en el diario Plan B, 15 de junio de 2007
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