Se acaba de publicar una nueva edición, la octava, de Milicos y tupas. La novedad es que ésta es la primera reedición que actualiza el texto original e incorpora nueva información.
La mayor parte de los agregados se centran en la tregua entre el Ejército y el MLN, en 1972.
Se suma al libro el testimonio de Ricardo Vescovi, que cuenta lo ocurrido en ese período en el cuartel de Artillería 5, donde estaba recluido. Su desmitificador relato complementa la historia de los protagonistas del libro, que -como recordarán- ocurre en Artillería 1. Los recuerdos de Vescovi son importantes para comprender hasta qué punto llegó la postura "peruanista" de la dirección tupamara presa. También agrega datos sobre el tema que más polémica causó tras la publicación del libro: los tupamaros que aceptaron y hasta participaron en la tortura cuando los detenidos comenzaron a ser empresarios y profesionales acusados por militares y guerrilleros de cometer "ilícitos económicos".
Sobre este punto, también se incorpora el testimonio del periodista Luis Sabini, que vivió una historia personal que confirma lo ya publicado.
La pista sobre las experiencias de Vescovi y Sabini me la dieron dos publicaciones del portal Posta porteña.
A su vez, incluyo un editorial de Carlos Quijano en Marcha. Al leerlo, cada uno sacará sus conclusiones.
Otro testimonio que se suma es el de José Pedro Lopardo, que recibió de la dirección tupamara presa la orden de ir a Artillería 5 a presentar e informar sobre los trabajos conjuntos con los militares.
Se consultó también a David Cámpora para tener otro punto de vista oficial de la dirección del MLN y sus declaraciones se agregan al texto original. También se incorporan algunos datos volcados por Pedro Montero y Carlos Liscano en cartas que escribieron en la prensa tras la publicación original.
Otra incorporación a esta edición ampliada y actualizada es el dramático testimonio de Silvia Rozental, quien en 1972 era la joven esposa del empresario Jaime Wegbrait, uno de los principales apresados, o secuestrados, durante la campaña contra los "ilícitos económicos".
Incluyo también declaraciones que me realizara en sus últimos meses de vida Alejandro Vegh Villegas, ex ministro de Economía de la dictadura, quien explica por qué los generales Cristi y Zubía decidieron cortar la tregua entre el Ejército y el MLN y reafirma el testimonio del contador Carlos Koncke, a quien conoció personalmente.
Por último, agrego elementos que emergieron de la investigación para el libro Gavazzo. Sin Piedad y que ayudan a completar la historia.
5.7.17
13.6.17
El efecto Tarmezano
Laura Tarmezano tenía 28 años y la
asesinaron el 11 de mayo, delante de su hijo de 6 años y de dos amigos.
“¿Qué hacés, ñery? Esto te pasa por
alcahueta”, le dijo su matador antes de dispararle en la cabeza.
Tarmezano había declarado como testigo ante
el Poder Judicial por el homicidio de un hombre de 24 años, al que habían
matado el 4 de abril y que apareció semienterrado en la zona de la Cachimba del
Piojo.
Por eso, había pedido que le pusieran
protección policial. El juez de la causa accedió, pero cuando la mataron la
custodia policial no estaba: había desaparecido.
El ministro Eduardo Bonomi y el juez
Ricardo Míguez dieron versiones opuestas y contradictoras respecto a las
razones por las cuales Tarmezano estaba desprotegida cuando llegaron a matarla.
Bonomi dijo que no tenía custodia porque se
había mudado. La familia de la víctima lo negó. Ahora reclaman 200.000 dólares
del estado, que no les devolverán a Laura y que no pagarán ni Bonomi, ni Míguez,
ni ningún otro jerarca. Pagaremos nosotros, como ocurre con todos los juicios
que el estado pierde todo el tiempo por la ineptitud y la desidia de sus
funcionarios.
Pero eso no es lo más grave. Lo más grave
lo dijo el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Jorge Chediak:
"La posibilidad de que el Estado
efectivamente asegure la integridad física de quienes sean testigos en hechos
protagonizados por personas vinculadas a bandas de narcomenudeo o al crimen
organizado, es el resorte indispensable para motivarlas a declarar. Si no
podemos asegurar su integridad física, lo más probable es que desestimulemos
que se quiera declarar o hacer reconocimientos en audiencia por miedo a sufrir
represalias".
Lo que dijo Chediak es cierto, pero sus
palabras llegaron demasiado tarde. Tarde para Tarmezano por lo menos. Y quizás tarde
para el Uruguay también.
El 17 de mayo hinchas de Cerro dispararon contra
el director técnico e hirieron a otro funcionario de Rampla Juniors.
Las actuaciones judiciales quedaron
estancadas porque a pesar de que había
mucha gente presente cuando el atentado, nadie vio nada.
El abogado de Rampla Juniors dijo que todo
se debía a lo que podríamos llamar el efecto Tarmezano: “Hay mucho temor en los
testigos”.
Un día antes de las declaraciones del
abogado, en el atardecer de San José, asesinaron en la calle a Susana
Odriozola, una alguacil de la justicia, hermana de una jueza penal.
Da la casualidad que la jueza María Noel
Odriozola había procesado en agosto a tres personas por un asesinato cometido
en una guerra entre bandas de narcotraficantes.
La urgencia de las autoridades por
determinar que la alguacil fue asesinada por “una rapiña fallida” no hizo más
que acrecentar las dudas.
La versión oficial dice que a Odriozola la
mataron porque se habría resistido a ser robada, que el asesino la mató para
poder consumar su asalto. Pero, curiosamente, una vez que le disparó no se
llevó nada: ni el teléfono, ni la cartera. La mató y se fue.
El Ministerio del Interior dijo que el
homicida solo tenía antecedentes por delitos menores. Sin embargo, periodistas
de San José han difundido su prontuario, en el que consta que también fue
procesado por balear a una persona en un bar, y fue sospechoso de una ejecución
nunca aclarada.
El dueño de la moto que utilizó el homicida
de Odriozola dijo al diario El País que se la prestó para no tener problemas. “Se sabe que él
anda armado, que anduvo a los tiros”.
Agregó: “Yo a veces intento no discutir
porque soy laburante y trato de esquivar los problemas”.
Pocos días después, un matón a sueldo
fingió ejecutar al abogado penalista Gustavo Bordes y se informó de amenazas de
muerte recibidas por jueces y fiscales.
En este punto estamos hoy. Que la gente que
trabaja tiene miedo de decirle que no a un delincuente. Que el que declara en
un juzgado contra un asesino, es asesinado pocos días después. Que la justicia
y el gobierno se pasen la pelota y por lo menos uno de los dos mienta respecto
a por qué el testigo estaba sin custodia policial. Que de decenas de personas
que vieron como una barra brava baleó a un dirigente de otro cuadro, ninguno se
anima a declarar en un juzgado. Que la
hermana de una jueza que se metió por los narcos es asesinada en plena calle,
en una “rapiña frustrada” en la que los ladrones no robaron nada.
Los diarios de hoy informan de los cuerpos
de tres jóvenes que aparecieron calcinados adentro de un auto.
Dos eran una pareja de novios. Al parecer, uno de los dos muchachos muertos había sido testigo de un asesinato
de una banda de narcos.
Durante meses, desde el Ministerio del
Interior se quitó trascendencia a muchos asesinatos señalando que eran “ajustesde cuentas”.
La idea subyacente que se buscaba -y que se
busca- transmitir a la población es que estos “ajustes de cuentas” son crímenes
que se producen entre delincuentes, unos se matan a los otros, no es un
verdadero problema: sería casi un beneficio para la sociedad.
Luego, ante la cifra creciente de muertes,
se dijo que habíamos pasado de los “ajustes de cuentas” a una guerra entre
bandas.
La idea siempre es la misma: hay que estar
tranquilos, estas son cosas que solo afectan a los que se meten en el
narcotráfico o el delito.
Mentira. La realidad es la opuesta: estos
asesinatos de bandas, estos supuestamente benignos “ajustes de cuentas”, afectan
a mucha otra gente, como Tarmezano, como la joven calcinada adentro de
un auto y cualquiera que se interponga en el camino del nuevo poder emergente. Lejos de ser benignos, los "ajustes de cuentas" son gravísimos y solo permiten temer lo peor: son
los signos que anuncian un cáncer que una vez que comienza a comerse a la sociedad se lo
traga todo, como ocurre -por ejemplo- en México.
El primer paso para solucionar los problemas
es reconocerlos.
Se perdió mucho tiempo negando.
Ningún negador solucionó nunca nada.
Labels:
delincuencia,
Democracia
19.5.17
La agenda importada y la nuestra
Más que noticias son mazazos. El policía que mató a su ex pareja delante de los hijos de ambos y luego los llevó a tomar un helado. El director técnico de baby fútbol que abusaba de un niño a la vez que fungía como padre, e iba incluso a las reuniones en la escuela, y cuando temió que eso ya no pudiera seguir sucediendo, lo asesinó y se mató. El policía -otra vez un policía- que disparó su arma de fuego contra sus propias hijas con el fin de matarlas y arruinarle la vida a la madre. El ex preso que, drogado, mató a su hermana golpéandola con un palo de amasar mientras dormía, porque recordó como ella golpeaba a su madre.
Estas noticias recientes son algunas de las más brutales de una enorme cantidad de episodios de violencia familiar, doméstica, una ola cotidiana que incluye un cantidad espeluznante de casos de abuso sexual infantil y una cifra intolerable de muertes, sobre todo de mujeres. (Aunque quien se tome el trabajo de leer los partes policiales verá que también hay agresiones femeninas, menos violentas, generalmente no mortales, menores en cantidad pero aun así significativas).
El esfuerzo de la sociedad para combatir estos males se centra en dos campos: la reforma del idioma y la lucha contra "el patriarcado".
La lucha idiomática se inició hace ya diez años. Las mujeres comenzaron a acceder con más regularidad a cargos que antes se les negaban. Entonces si una mujer llegaba a dirigir un ministerio era justo que se la llamara "la ministra" y no "el ministro" o "la ministro".
Pero pronto se pasó a boicotear palabras como edil o presidente, que se usaban para ambos sexos sin ningún sesgo machista: el edil y la edil, el presidente y la presidente.
Nunca hubo edilos ni presidentos.
De ahí se pasó al ridículo en el que han caído políticos, académicos y burócratas usando palabras como rehenas, oficialas y estudiantas.
¿Qué efecto concreto ha tenido toda esta batalla campal contra el castellano? Ninguno concreto conocido, más allá de llenarle el bolsillo a algunos que curran con los cursos de "lenguaje inclusivo".
El juez Gabriel Ohanian lo dijo bien claro en la edición del 12 de mayo del semanario Brecha, entrevistado por Venancio Acosta y Betania Núñez y hablando de las "burocratización" de los derechos humanos:
"Lo que veo es la burocratización y la exacerbación del gesto, de la palabra políticamente correcta, de la irritabilidad cuando se tocan determinados temas, pero en mi muy humilde concepto, eso es pura hipocresía. Las transformaciones no pasan porque alguien diga 'todos y todas' o 'afrodescendiente', pasa por lograr la equidad total. Como llegar a eso es más complejo, entonces nos conformamos con el mundo de la palabra, que suena más lindo pero no cambia nada".
No tengo nada para agregar.
El otro gran frente de batalla es "el patriarcado". Sin embargo, hoy en nuestra sociedad -por suerte- no hay leyes que establezcan un predominio de los hombres por sobre las mujeres.
Sí hay machismo: hombres machistas y algunas mujeres también, en distintos grados.
Sin embargo, ¿alguien cree que quien mata a su ex mujer delante de los hijos de ambos, o quien emprende a balazos contra su propia hijas lo hace porque es machista o principalmente guiado por su machismo?
¿No será que el problema principal o los problemas principales son otros?
Como Ohanian, no tengo la respuesta.
Sin embargo, después de una década de "todos y todas", quizás sea hora de preguntarle si el foco está bien puesto.
La juez letrada de Artigas, Betina Duter, entrevistada el 7 de mayo por el periodista Pablo Melgar en el diario El País, marcó uno de los principales problemas que observa en su tarea diaria en aquel departamento: "la dificultad en el acceso de mecanismos de salud mental".
Esa situación se repite en todo el país, pero casi nada se dice al respecto.
¿No tendrían un evidente problema de salud mental los dos policías de los casos narrados? ¿No tendría un evidente problema de salud mental el director técnico de baby fútbol? ¿Y el ex preso que mató a su hermana? ¿La sociedad uruguaya hoy está capacitada para detectar y tratar a tiempo estos problemas? ¿Se está trabajando para ello?
Hablando de salud mental, Uruguay también tuvo en 2015 una de las tasas más altas de suicidios de toda América Latina.
Mientras tanto, el Ministerio de Salud Pública ni siquiera tiene un director de salud mental, el cargo está vacante. Y a los policías acusados de actos de violencia doméstica se los lleva, como castigo, a trabajar a las cárceles: algo así como apagar un incendio con nafta.
Hay una agenda que viene de las ONGs del primer mundo, que ponen dinero para machacar en los temas que a ellos les interesa.
Después están nuestros problemas reales.
Abuso sexual infantil.
Alcoholismo.
Adicciones.
Salud mental.
Quizás sería hora de mirar hacia allí.
Estas noticias recientes son algunas de las más brutales de una enorme cantidad de episodios de violencia familiar, doméstica, una ola cotidiana que incluye un cantidad espeluznante de casos de abuso sexual infantil y una cifra intolerable de muertes, sobre todo de mujeres. (Aunque quien se tome el trabajo de leer los partes policiales verá que también hay agresiones femeninas, menos violentas, generalmente no mortales, menores en cantidad pero aun así significativas).
El esfuerzo de la sociedad para combatir estos males se centra en dos campos: la reforma del idioma y la lucha contra "el patriarcado".
La lucha idiomática se inició hace ya diez años. Las mujeres comenzaron a acceder con más regularidad a cargos que antes se les negaban. Entonces si una mujer llegaba a dirigir un ministerio era justo que se la llamara "la ministra" y no "el ministro" o "la ministro".
Pero pronto se pasó a boicotear palabras como edil o presidente, que se usaban para ambos sexos sin ningún sesgo machista: el edil y la edil, el presidente y la presidente.
Nunca hubo edilos ni presidentos.
De ahí se pasó al ridículo en el que han caído políticos, académicos y burócratas usando palabras como rehenas, oficialas y estudiantas.
¿Qué efecto concreto ha tenido toda esta batalla campal contra el castellano? Ninguno concreto conocido, más allá de llenarle el bolsillo a algunos que curran con los cursos de "lenguaje inclusivo".
El juez Gabriel Ohanian lo dijo bien claro en la edición del 12 de mayo del semanario Brecha, entrevistado por Venancio Acosta y Betania Núñez y hablando de las "burocratización" de los derechos humanos:
"Lo que veo es la burocratización y la exacerbación del gesto, de la palabra políticamente correcta, de la irritabilidad cuando se tocan determinados temas, pero en mi muy humilde concepto, eso es pura hipocresía. Las transformaciones no pasan porque alguien diga 'todos y todas' o 'afrodescendiente', pasa por lograr la equidad total. Como llegar a eso es más complejo, entonces nos conformamos con el mundo de la palabra, que suena más lindo pero no cambia nada".
No tengo nada para agregar.
El otro gran frente de batalla es "el patriarcado". Sin embargo, hoy en nuestra sociedad -por suerte- no hay leyes que establezcan un predominio de los hombres por sobre las mujeres.
Sí hay machismo: hombres machistas y algunas mujeres también, en distintos grados.
Sin embargo, ¿alguien cree que quien mata a su ex mujer delante de los hijos de ambos, o quien emprende a balazos contra su propia hijas lo hace porque es machista o principalmente guiado por su machismo?
¿No será que el problema principal o los problemas principales son otros?
Como Ohanian, no tengo la respuesta.
Sin embargo, después de una década de "todos y todas", quizás sea hora de preguntarle si el foco está bien puesto.
La juez letrada de Artigas, Betina Duter, entrevistada el 7 de mayo por el periodista Pablo Melgar en el diario El País, marcó uno de los principales problemas que observa en su tarea diaria en aquel departamento: "la dificultad en el acceso de mecanismos de salud mental".
Esa situación se repite en todo el país, pero casi nada se dice al respecto.
¿No tendrían un evidente problema de salud mental los dos policías de los casos narrados? ¿No tendría un evidente problema de salud mental el director técnico de baby fútbol? ¿Y el ex preso que mató a su hermana? ¿La sociedad uruguaya hoy está capacitada para detectar y tratar a tiempo estos problemas? ¿Se está trabajando para ello?
Hablando de salud mental, Uruguay también tuvo en 2015 una de las tasas más altas de suicidios de toda América Latina.
Mientras tanto, el Ministerio de Salud Pública ni siquiera tiene un director de salud mental, el cargo está vacante. Y a los policías acusados de actos de violencia doméstica se los lleva, como castigo, a trabajar a las cárceles: algo así como apagar un incendio con nafta.
Hay una agenda que viene de las ONGs del primer mundo, que ponen dinero para machacar en los temas que a ellos les interesa.
Después están nuestros problemas reales.
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Quizás sería hora de mirar hacia allí.
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