16.6.15

Estadio Centenario: rápido y brutal

Un lector me recordó que escribí esto en 2006, y creo que viene al caso. Se publicó en el suplemento Qué Pasa el 20 de mayo de ese año.

Durante muchos años fui al estadio Centenario cada fin de semana. Hoy hace años que no.
La última vez fue el 20 de julio de 2003. Hacía ya mucho que no iba: me habían alejado los partidos demasiado malos, los barra brava, los arbitrajes sospechosos, los campeonatos con tufo a tongo, el monopolio y sus papagayos. Pero aquella tarde decidí volver. Peñarol jugaba contra Defensor y debutaba José Luis Chilavert. Habría una figura de nivel mundial en el estadio, tenía que valer la pena.
Fui a la tribuna Amsterdam porque toda su parte central está libre de las incómodas banquetas que le agregaron al Centenario hace unos años y que arruinaron su comodidad original. Las banquetas impiden recostarse en la fila de atrás. Aunque el estadio rara vez está colmado, estos asientos obligan al espectador a permanecer sentado en un espacio reducido, mientras alrededor hay 65.000 lugares libres. Pensé también que tendría cerca a Chilavert durante la mitad del partido y podría verlo atajar con todo detalle.
No fue así. El espectáculo fue pésimo. El paraguayo debió haber vivido el partido más aburrido de su vida. Defensor, haciendo honor a su nombre, no le pateó ni siquiera un tiro al arco en los 90 minutos.
Con todo, eso no fue lo peor. La Amsterdam estaba bastante llena. El público allí reunido se distinguía por una característica en común: no podían pronunciar ninguna frase que no tuviera incluida las palabras puto o puta: "la puta", "hola, puto", "juez puto", "qué hijo de puta", "qué cobrás, puto", "los del bolso son todos putos".
La mayoría tenía entre 15 y 25 años y muchos ya eran padres o madres. Estaban allí con sus hijos: bebés y niños pequeños. Tener a sus hijos con ellos no les impedía saltar, ni emborracharse, ni fumar mucha marihuana. El humo lo respirábamos todos, los bebés incluidos.
También cantaban esa canción que celebra el asesinato: "Cómo me voy a olvidar cuando matamos a una gallina, cómo me voy a olvidar: ¡fue lo mejor que me pasó en la vida...!"
Esa canción había sido una de las razones que me habían hecho dejar el fútbol. No se puede participar de un espectáculo, ni siquiera como espectador, en el que se glorifica el asesinato. Entre toda la verborragia que se le dedica al fútbol en Uruguay, nunca escuché a un dirigente, un periodista o un futbolista que se haya referido a este canto. Las muertes violentas no vienen solas.
Aguanté hasta el final del partido, pero nunca más volví.
El Centenario es el símbolo de un país que fue capaz de levantar ese estadio monumental en apenas seis meses, organizar un Mundial y salir campeón del mundo. Todo sin ir a mendigar ayuda al extranjero, sin necesidad de consultores europeos o estadounidenses: el diseño y la construcción del estadio fueron confiados al arquitecto Juan Scasso, que era simplemente el director de Paseos Públicos de la Intendencia de Montevideo. Sentarse en sus tribunas no solo era un placer, era sentirse parte de una gran historia.
Hay aquel país ya no existe más. Aunque decadente, el estadio todavía conserva su majestuosidad, pero lo que ocurre en su cancha da pena. Y lo que ocurre en sus tribunas también.
Ir al Centenario es una forma rápida, brutal y penosa de comparar lo que fuimos y ver en lo que nos hemos transformado.

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Vista aérea de las obras de construcción del estadio Centenario


el.informante.blog@gmail.com

30.5.15

Qatar en el pecho de los dioses del fútbol

Se venden más de un millón de camisetas de Barcelona por año. El equipo es señalado, una y otra vez, como modelo de éxito deportivo y de gestión, omnipresente en las pantallas del televisor. Tres de los diez mejores futbolistas del mundo, quizás tres de los cinco mejores, llevan esa camiseta. Es la que los niños del mundo quieren tener. Es también la que mejor ejemplifica la cínica y perversa relación que el mundo de fútbol tiene con el dinero y la corrupción.
Barcelona, Qatar, Catar, Messi, Neymar, Suárez, Iniesta
Con Qatar en el pecho
La camiseta de Barcelona lleva la marca de Qatar en el pecho (a través de su empresa aérea estatal Qatar Airways). A cambio, la institución recibe 30 millones de dólares anuales.
Qatar es un pequeño estado árabe de tan solo dos millones de habitantes y una fabulosa riqueza de gas y petróleo que lo han transformado en el país de renta per cápita más alta del mundo. También será la sede de la Copa del Mundo de 2022.
¿Cómo un país inexistente en el mundo de fútbol y del deporte en general logró ser elegido como sede de un Mundial?
Pagando sobornos.
La propia Comisión de Ética de FIFA admitó "prácticas sumamente dudosas" para adjudicar el Mundial, pero FIFA se negó a publicar el resultado íntegro de sus investigaciones.
Documentos revelados por el diario británico Sunday Times mostraron que un miembro qatarí del consejo ejecutivo de FIFA, Mohamed Bin Hammam, pagó altas sumas de dinero para obtener el voto de federaciones africanas de fútbol para que Qatar fuera votado como sede del Mundial 2022.
Un informe del Consejo de Europa lo definió la adjudicación de esa Copa del Mundo como "un procedimiento profundamente manchado de ilegalidad".
Y no solo de ilegalidad. También de sangre. Sangre de miles de trabajadores extranjeros de países pobres que han llegado a Qatar para ganarse un salario y han caído en un oprobioso sistema de explotación que ha llevado a cientos a la muerte.
Según un informe publicado por El País de Madrid en julio de 2014, para esa fecha ya habían muerto 672 nepalíes empleados en las obras del Mundial. Las cifras provienen del un organismo oficial nepalí encargado de indemnizar a los familiares de los trabajadores que han fallecido o sufrido un accidente. Organismos sindicales han estimado que para cuando la pelota comience a rodar la cifra de muertos podrían llegar a 4.000.
En Qatar -el país-marca que Messi, Neymar y Suárez llevan en su pecho- están prohibidos los sindicatos y no existe el salario mínimo. Rige un sistema llamado "kafala", según el cual cada trabajador está vinculado a quien lo contrata, quien es su "patrocinador". Quiere decir que cada trabajador depende de la voluntad de su empleador para tener acceso al sistema de salud, y que debe contar con su permiso para salir del país y hasta para cambiar de empleo si lo desea. No hablemos de establecer una demanda por un contrato incumplido.
Muchos inmigrantes viven hacinados en alojamientos o campamentos que a veces carecen incluso de electricidad y agua corriente.
Según la crónica de El País, los nepalíes en Qatar "se alojan en campos de trabajo pequeños e insalubres donde cientos de personas conviven hacinadas compartiendo una cocina y pocos cuartos de baño. Una gran mayoría trabaja de 10 a 14 horas diarias, a menudo soportando temperaturas que alcanzan los 55 grados. Como consecuencia del ritmo de trabajo agotador e inhumano, muchos son incapaces de sobrellevar el cansancio y mueren a causa de un fallo respiratorio o cardíaco".
Son infartos, dice el gobierno de Qatar.
El informe 2014/2015 de Amnistía Internacional sobre Qatar denuncia que ni siquiera se cumplen las escasas leyes laborales locales, que muchos inmigrantes trabajan más horas de las permitidas y no cobran los salarios pactados. "Algunos empleadores no les pagaban el salario, y otros no les expedían permisos de residencia, dejándolos indocumentados y en peligro de ser detenidos", dice el informe. "Pocos trabajadores guardaban ellos mismos sus pasaportes, y algunos empleadores les negaban los permisos necesarios para abandonar el país. Los trabajadores de la construcción estaban expuestos a condiciones peligrosas. La Ley del Trabajo prohibía a los trabajadores migrantes afiliarse a sindicatos o formarlos".
Periodistas extranjeros y activistas de los derechos humanos que han tratado de reportar estos abusos han sido encarcelados, sin mayores explicaciones. La última vez ocurrió hace tan solo diez días con dos periodistas de la BBC.
"Es simplemente inaceptable que uno de los países más ricos del mundo tenga a tantos trabajadores inmigrantes que están siendo explotados sin piedad, a los que se les roba su paga y que se quedan sin medios para sobrevivir", denunció el secretario general de Amnistía Internacional, Salil Shetty.
Hasta Visa, uno de los principales patrocinadores de FIFA, emitió recientemente un comunicado señalando: "Seguimos consternados por los informes que salen de Qatar sobre la Copa del Mundo y las condiciones de los obreros migrantes".
Consternados, pero allí siguen, alimentando el circo.
El resumen del informe de Amnistía Internacional sobre Qatar dice: 
"La población trabajadora migrante seguía sin recibir protección adecuada de la ley y padecía explotación y abusos. Las mujeres sufrían discriminación y violencia. Las autoridades restringían la libertad de expresión, y los tribunales no respetaban las normas sobre juicios justos".
Mientras todos ponen el grito en el cielo por la corrupción en la FIFA, esa es la camiseta que el modelo del fútbol lleva en su pecho.

7.5.15

¡Déjenme ser periodisto!

Tengo que admitirlo. Les pido que por favor no me tomen a mal. Al principio me costó un poco acostumbrarme a las nuevas palabras: presidenta, edila, concejala.
Le confesé mis resquemores a una amiga feminista. Le dije: antes teníamos ediles, una bella palabra unisex. Había ediles hombres y ediles mujeres. ¿Por qué ahora tenemos que decir "edilas"? ¿Tendremos también "edilos"?
Pero mi amiga, que es una mujer sabia, me explicó, con mucha paciencia:
Miembros y miembras
Miembros y miembras

"Antes, Leonardo, había muy pocas mujeres en la política. Las mujeres no ocupaban ciertos puestos. Pero a medida que comenzaron a haber mujeres en esos cargos, el lenguaje también evolucionó. Por eso ahora hay presidentas y edilas".
Luego me contó una historia como ejemplo.
"Yo voy dos veces por semana a un grupo feminista, donde durante años solo iban mujeres. Pero el mes pasado comenzó a concurrir un varón. Y la presidenta del grupo propuso crear una categoría nueva: el socio feministo. ¡El lenguaje se va adaptando a las nuevas realidades!".
Es maravilloso.
Lo he pensado mucho y mi amiga tiene razón.
Hay muchos ejemplos que la apoyan.
El ciclismo, por ejemplo, fue un deporte que en sus comienzos solo lo practicaban las mujeres. Bellas y rudas damas, de polleras tableadas, que desafiaban las rutas de la patria en sus coloridas bicicletas: por eso se dice "ciclistas" y no "ciclistos".
Lo mismo ocurre con el fútbol, deporte femenino por antonomasia, con vestuarios rebosantes de aroma a Chanel Nº5, un juego de "futbolistas".
Y esto no solo ocurrió en los deportes, sino en todo tipo de lugares donde las mujeres fueron y hasta hoy son amplia mayoría: los consultorios dentales ("dentistas"), los viajes espaciales ("astronautas") y las redacciones de prensa ("periodistas").
Claro que ahora las cosas han empezado a cambiar, paso a paso. Y así como en el club feminista de mi amiga se admitió un socio feministo, pienso que, en este momento, cuando los hombres hemos comenzado tímidamente a ganar espacios en el ciclismo, el fútbol, los consultorios dentales, los cohetes al espacio y las salas de prensa, habría que ir pensando en la posibilidad de habilitar el uso de nuevas palabras: ciclisto, futbolisto, dentisto, astronauto y periodisto.
Comprenderán que esta última es importante para mí.
Soy progresisto.
Apoyo la evolución del lenguaje inclusivo y la lengua inclusiva.
¡Estoy con las edilas, las concejalas y las miembras!
Por favor, déjenme ser periodisto.


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