Traigan una noticia por semana. Eso es lo que les encargo a los estudiantes que toman su primer curso de periodismo. Les pido que las busquen en sus barrios, lejos de la Presidencia, el Palacio Legislativo y del estadio Centenario, los tres lugares donde los periodistas uruguayos gastan el 90 por ciento de sus energías.
Hace poco más de una semana, una estudiante de primer año de la licenciatura en Comunicación de ORT me entregó una noticia que me dejó con la boca abierta. Un grupo de alumnos del Liceo Francés había atacado su propio colegio. Habían agredido a un docente, destrozado el mobiliario, arrojado objetos desde el cuarto piso. Habían roto los vidrios y una cámara de seguridad, habían golpeado y abollado los autos estacionados en la vereda y tirado bombas de humo dentro de los salones donde tomaban clase alumnos más chicos. Entraron al colegio por una puerta trasera gracias a una llave robada y copiada en forma clandestina. Se habían preparado para el ataque consumiendo todo tipo de bebidas alcohólicas, marihuana y LSD. Colgaron carteles burlándose de la sexualidad de otros compañeros y de funcionarios del colegio.
Los hechos habían ocurrido el 17 de octubre y la estudiante Camila Ginés me entregó su trabajo dos semanas más tarde.
Habían pasado 15 días y ningún medio de prensa había publicado la noticia. ¿Cómo era posible?
Las posibles explicaciones son varias y todas ellas igualmente inquietantes.
No puede aducirse que el tema no interesa, ya que el estado actual del sistema educativo es casi el principal asunto del momento. Es frecuente incluso que la prensa informe sobre pequeños hechos violentos que ocurren en los liceos públicos. ¿Cómo es posible entonces que una simple pelea en un liceo del Estado salga en diarios, radio y televisión, y una asonada mucho más generalizada y violenta en un colegio privado pase desapercibida?
Tampoco puede aducirse que el Liceo Francés tapara el asunto. El colegio envió a todas las familias involucradas, que fueron muchas, un duro comunicado donde en forma detallada y explícita se da cuenta de los hechos y las medidas tomadas luego. Eso no es ocultamiento. Ginés lo comprobó: ni los estudiantes, ni los vecinos, ni las autoridades del colegio se negaron a hablar cuando ella llamó para consultarlos.
Mucha gente sabía lo que había pasado, pero ninguno de los cientos de periodistas profesionales que tiene el país nos enteramos.
El caso genera muchas dudas respecto a cómo trabajamos hoy en la prensa del Uruguay y cómo se informa la gente.
Por un lado, plantea una evidente dualidad sobre cómo se cubren las noticias según sus protagonistas sean ciudadanos más o menos acomodados. Parece que los ojos de demasiados periodistas miran hacia el mismo lado.
Por otro, el episodio arroja dudas respecto a al modo en que se selecciona hoy la agenda informativa.
Como siempre, o quizás incluso más que nunca, el menú de noticias hoy se basa en las líneas que bajan directamente del gobierno. El presidente dice que va a hacer un plebiscito para decidir qué hacer con la minería y todos los medios hablan del plebiscito de la minería. El presidente dice que no va a hacer el plebiscito y todos los medios dejan de hablar del plebiscito de la minería. Así de fácil.
Se hacen grandes olas con temas huecos: un video militar que nadie vio y ni siquiera se sabe si existió o no ocupó horas y horas de radio y televisión. Ahora todos comentan acaloradamente un comunicado del ministro Fernández Huidobro con insultos contra un anónimo fantasma como si fuera la primera vez que Fernández Huidobro insulta a alguien y como si de verdad algo pudiera cambiar en el país según lo que los fantasmas digan o no digan sobre su persona.
Esa agenda también es dictada, en menor parte, por los partidos de oposición y por los sindicatos. Ahí se termina la cosa.
Hay un periodismo que desde hace años se ha vendido por bueno y que lo único que sabe hacer es noticiar lo que dicen los políticos, los sindicalistas y los funcionarios. Si un diputado hubiera hablado en el Parlamento de lo que pasó en el Liceo Francés ellos lo hubieran noticiado. Si no, no. Fue necesario que un portal de noticias universitario reportara el caso para que el público pudiera enterarse.
Lo malo es que mientras la prensa se ocupa de lo que dicen y twittean los legisladores y de las idas y venidas de Gran Hermano, en Uruguay ocurren cosas verdaderas. Cosas que afectan a la gente. Cosas que deberíamos saber si pretendemos solucionar nuestros problemas. Pero como no las sabemos, los problemas siguen, se perpetúan, se agravan.
Hace poco otra estudiante me contó una noticia que vio con sus propios ojos: estaba en un restaurante y un hombre tuvo un infarto. Entre los comensales había un médico que se molestó cuando le pidieron ayuda. La emergencia médica demoró más de diez minutos. El hombre estaba muerto cuando la ayuda llegó.
Es una lástima que lo que de verdad le ocurre a los uruguayos, lo que de verdad pasa, esté ausente en los medios.
La información que tenemos no nos permite entender: si pensamos que los problemas de la educación, o lo que ocurre con la droga, son solo un conflicto de la (espantosa) enseñanza pública, nunca podremos comenzar a solucionarlos.
El periodismo tiene una responsabilidad en esa tarea. Pero su menú principal -la ensalada de choques, rapiñas, desnudos femeninos, ensueños filosóficos del presidente, riñas entre diputados, ecos de la tv chatarra y goles de uruguayos por el mundo- aporta poco, muy poco.
Habría que retomar la esencia del periodismo, tan olvidada, sacrificada en el altar de la reducción de costos (los empresarios) y de la pereza (los periodistas). Hay mucha gente que trabaja mucho, es cierto. Pero a la pereza física de algunos hay que sumarle la pereza intelectual de otros. Incluso ética. Hay que mirar mejor, pensar más, salir a la calle, dejar solos a Twitter y Facebook aunque sea una hora por día. Hay que darle más batalla a la rutina, discutir más con los jefes, con los editores, con los dueños de los medios. Hay que hablar más con la gente. Hay que preguntar. Hay que investigar. Para conseguir que alguien les ponga un micrófono delante de la boca, los legisladores tienen su rubro de gastos de secretaría.
Hay que trabajar mejor.
Una estudiante de primer año pudo.
Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com
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