18.11.11

Una estudiante de primero hizo lo que toda la prensa no pudo

Traigan una noticia por semana. Eso es lo que les encargo a los estudiantes que toman su primer curso de periodismo. Les pido que las busquen en sus barrios, lejos de la Presidencia, el Palacio Legislativo y del estadio Centenario, los tres lugares donde los periodistas uruguayos gastan el 90 por ciento de sus energías.
Hace poco más de una semana, una estudiante de primer año de la licenciatura en Comunicación de ORT me entregó una noticia que me dejó con la boca abierta. Un grupo de alumnos del Liceo Francés había atacado su propio colegio. Habían agredido a un docente, destrozado el mobiliario, arrojado objetos desde el cuarto piso. Habían roto los vidrios y una cámara de seguridad, habían golpeado y abollado los autos estacionados en la vereda y tirado bombas de humo dentro de los salones donde tomaban clase alumnos más chicos. Entraron al colegio por una puerta trasera gracias a una llave robada y copiada en forma clandestina. Se habían preparado para el ataque consumiendo todo tipo de bebidas alcohólicas, marihuana y LSD. Colgaron carteles burlándose de la sexualidad de otros compañeros y de funcionarios del colegio.
Los hechos habían ocurrido el 17 de octubre y la estudiante Camila Ginés me entregó su trabajo dos semanas más tarde.
Habían pasado 15 días y ningún medio de prensa había publicado la noticia. ¿Cómo era posible?
Las posibles explicaciones son varias y todas ellas igualmente inquietantes.
No puede aducirse que el tema no interesa, ya que el estado actual del sistema educativo es casi el principal asunto del momento. Es frecuente incluso que la prensa informe sobre pequeños hechos violentos que ocurren en los liceos públicos. ¿Cómo es posible entonces que una simple pelea en un liceo del Estado salga en diarios, radio y televisión, y una asonada mucho más generalizada y violenta en un colegio privado pase desapercibida?
Tampoco puede aducirse que el Liceo Francés tapara el asunto. El colegio envió a todas las familias involucradas, que fueron muchas, un duro comunicado donde en forma detallada y explícita se da cuenta de los hechos y las medidas tomadas luego. Eso no es ocultamiento. Ginés lo comprobó: ni los estudiantes, ni los vecinos, ni las autoridades del colegio se negaron a hablar cuando ella llamó para consultarlos.
Mucha gente sabía lo que había pasado, pero ninguno de los cientos de periodistas profesionales que tiene el país nos enteramos.
El caso genera muchas dudas respecto a cómo trabajamos hoy en la prensa del Uruguay y cómo se informa la gente.
Por un lado, plantea una evidente dualidad sobre cómo se cubren las noticias según sus protagonistas sean ciudadanos más o menos acomodados. Parece que los ojos de demasiados periodistas miran hacia el mismo lado.
Por otro, el episodio arroja dudas respecto a al modo en que se selecciona hoy la agenda informativa.
Como siempre, o quizás incluso más que nunca, el menú de noticias hoy se basa en las líneas que bajan directamente del gobierno. El presidente dice que va a hacer un plebiscito para decidir qué hacer con la minería y todos los medios hablan del plebiscito de la minería. El presidente dice que no va a hacer el plebiscito y todos los medios dejan de hablar del plebiscito de la minería. Así de fácil.
Se hacen grandes olas con temas huecos: un video militar que nadie vio y ni siquiera se sabe si existió o no ocupó horas y horas de radio y televisión. Ahora todos comentan acaloradamente un comunicado del ministro Fernández Huidobro con insultos contra un anónimo fantasma como si fuera la primera vez que Fernández Huidobro insulta a alguien y como si de verdad algo pudiera cambiar en el país según lo que los fantasmas digan o no digan sobre su persona.
Esa agenda también es dictada, en menor parte, por los partidos de oposición y por los sindicatos. Ahí se termina la cosa.
Hay un periodismo que desde hace años se ha vendido por bueno y que lo único que sabe hacer es noticiar lo que dicen los políticos, los sindicalistas y los funcionarios. Si un diputado hubiera hablado en el Parlamento de lo que pasó en el Liceo Francés ellos lo hubieran noticiado. Si no, no. Fue necesario que un portal de noticias universitario reportara el caso para que el público pudiera enterarse.
Lo malo es que mientras la prensa se ocupa de lo que dicen y twittean los legisladores y de las idas y venidas de Gran Hermano, en Uruguay ocurren cosas verdaderas. Cosas que afectan a la gente. Cosas que deberíamos saber si pretendemos solucionar nuestros problemas. Pero como no las sabemos, los problemas siguen, se perpetúan, se agravan.
Hace poco otra estudiante me contó una noticia que vio con sus propios ojos: estaba en un restaurante y un hombre tuvo un infarto. Entre  los comensales había un médico que se molestó cuando le pidieron ayuda. La emergencia médica demoró más de diez minutos. El hombre estaba muerto cuando la ayuda llegó.
Es una lástima que lo que de verdad le ocurre a los uruguayos, lo que de verdad pasa, esté ausente en los medios.
La información que tenemos no nos permite entender: si pensamos que los problemas de la educación, o lo que ocurre con la droga, son solo un conflicto de la (espantosa) enseñanza pública, nunca podremos comenzar  a solucionarlos.
El periodismo tiene una responsabilidad en esa tarea. Pero su menú principal -la ensalada de choques, rapiñas, desnudos femeninos, ensueños filosóficos del presidente, riñas entre diputados, ecos de la tv chatarra y goles de uruguayos por el mundo- aporta poco, muy poco.
Habría que retomar la esencia del periodismo, tan olvidada, sacrificada en el altar de la reducción de costos (los empresarios) y de la pereza (los periodistas). Hay mucha gente que trabaja mucho, es cierto. Pero a la pereza física de algunos hay que sumarle la pereza intelectual de otros. Incluso ética. Hay que mirar mejor, pensar más, salir a la calle, dejar solos a Twitter y Facebook aunque sea una hora por día. Hay que darle más batalla a la rutina, discutir más con los jefes, con los editores, con los dueños de los medios. Hay que hablar más con la gente. Hay que preguntar. Hay que investigar. Para conseguir que alguien les ponga un micrófono delante de la boca, los legisladores tienen su rubro de gastos de secretaría.
Hay que trabajar mejor.
Una estudiante de primer año pudo.


Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

10.10.11

Milicos y tupas: premio Bartolomé Hidalgo 2011

Milicos y tupas obtuvo el premio Bartolomé Hidalgo al mejor libro de 2011 en la categoría Ensayo político-periodístico.
Las otras dos obras ternadas en la categoría fueron Las pesadillas de Fidel Castro, de Luis Nieto, y Quién es quién en el gobierno de Mujica, de Nelson Fernández.
El jurado estuvo integrado por Andrés Alsina, Jaime Clara y Carlos Maggi.
En sus fundamentos, el jurado entendió que el premio correspondía al autor de Milicos y tupas “por su originalidad en su forma de tratar el tema, sus aportes informativos producto de su investigación, por su independencia de criterio y ecuanimidad, y por revelar la dinámica de esta lucha entre ambos bandos”.
La distinción fue otorgada en el marco de la 34ª Feria Internacional del Libro.
Haberkorn, De Mattos, Milicos y tupas, premio Bartolomé Hidalgo
Leonardo Haberkorn y Tomás de Mattos
En las otras categorías fueron premiados los siguientes libros:
Narrativa:  El hombre de marzo, de Tomás de Mattos.
Literatura infantil-juvenil: Tamanduá killer, de Germán Machado.
Álbum infantil: Así reinaba el rey reinante, de Virginia Brown con ilustraciones de Valentina Echeverría.
Ensayo histórico: Cultura popular en el Uruguay de entresiglos (1870-1910), de Carlos Zubillaga.
Poesía: Después del nombre, de Mariella Nigro.
Premio Revelación 2011: Marcia Collazo, por el libro Amores Cimarrones. Las mujeres de Artigas.
Premio Bartolomé Hidalgo a la Trayectoria: Tomás de Mattos.
El momento en que los conductores de la ceremonia –Blanca Rodríguez y Gonzalo Cammarota- anuncian el premio para Milicos y tupas- y el breve discurso de agradecimiento que pronuncié al recibirlo pueden escucharse en: http://www.goear.com/listen/1692175/bartolome-hidalgo-para-milicos-y-tupas-
Premio Bartolomé Hidalgo 2011
Los ganadores del Bartolomé Hidalgo 2011:
Collazo, Haberkorn, Echeverría, Brown, Machado,
Nigro, Zubillaga y De Mattos.
El libro puede encargarse por mail desde esta página.

28.9.11

Mi carpeta de frases de Peñarol

Hace años, con el fin de un día reunirlas algún día en un libro, comencé a atesorar citas literarias y frases de grandes hombres o de celebridades que hablaran de Peñarol. Tengo decenas, quizás cientos, de piezas de colección reunidas en una carpeta llena de recortes, fotocopias y papeles de los más diversos.
Tengo a Andrés Calamaro diciendo: “Siempre tuve la camiseta de Peñarol”. A Joaquín Sabina explicando que es hincha de tres colores: el Atlético Madrid en España, Boca en Argentina y Peñarol en Uruguay. A Flores Mora protestando por el “disparate” que es permitir que un clásico termine empatado.
Tengo también, por supuesto, los versos que Pedro Leandro Ipuche le escribió a Peñarol cuando cumplió 50 años y que comienzan así:
“En un claro villorio de cuento
Donde el rey es el ferrocarril
Sorprendieron la luz de una tarde
Once obreros de humor infantil”
Y también el poema que Omar Odriozola, el autor de “Uruguayos campeones”, le escribió al mágico Piendibene. Sus últimos versos son notables. Odriozola viene hablando del Maestro, pero su pasión aurinegra aflora en el remate:
“Tú tienes de uruguayo hidalguía y honor
Lo demás que hay en ti, lo tienes de Ateniense
Yo, cuando en el sosiego de mi existencia quieta,
Dejo volar mis blancas palomas de poeta
Recuerdo aquella tarde, cuando al ponerse el sol,
Salimos del Parque Central, entusiasmados,
Comentando el partido, y escuchando aquel grito,
Que traía la brisa de allá, del infinito,
Y que siempre recuerdo: ¡Peñarol…!  ¡Peñarol…!”
En mi carpeta, las citas se mezclan y podemos saltar sin escalas del gol de Piendi al Divino Zamora al de Diego Aguirre en Santiago, en la final de la Libertadores de 1987. La revista Guambia le preguntó muchos uruguayos célebres cómo habían vivido aquel increíble desenlace de la Copa Libertadores. Luis Alberto Lacalle, por entonces legislador y todavía no presidente, nacionalófilo de alma, confesó que no pudo reprimir el grito de “¡Viva Peñarol!” cuando observó azorado el agónico gol frente a un televisor en Punta del Este. El genial actor Alberto Candeau, gran peñarolense, relató que vio los noventa minutos reglamentarios por televisión, pero luego no pudo ver el alargue porque debía concurrir a un ensayo. Candeau marchó a sus obligaciones cargado de pesimismo porque temía una derrota, y ese oscuro presentimiento fue creciendo a medida que pasaban los minutos y no oía gritos ni festejos de ningún tipo. Al final, como sabemos, llegó la locura del triunfo. Y el gran actor narró que salió a festejar en la calle y en público, como miles de peñarolenses anónimos. “Para mí tiene el mismo nivel de lo ocurrido en Maracaná”, declaró.
FIFA, Peñarol, CurccPero de aquella nota de Guambia, mis respuestas preferidas las dieron tres hinchas de otros cuadros, dos de Nacional y uno de Liverpool.
Hugo Batalla respondió: “Yo digo, qué pena no ser hincha de Peñarol, mire que es un cuadro que sabe darle satisfacciones a la gente que lo sigue”.
Jorge Batlle vaticinó: “Yo soy hincha de Nacional, pero con todo esto creo que las futuras generaciones van a ser peñarolenses”.
Y el diputado cívico Julio Daverede relató, muy sincero: “Soy bolsilludo de alma, así que no concibo salir a festejar un triunfo de Peñarol, hasta tuve la esperanza de que no se consumara el triunfo. El partido lo vi en la plaza principal de Paysandú, estaba por empezar el Congreso de la Juventud de la Unión Cívica y los muchachos conectaron los televisores ahí mismo. Después tuve que presenciar todo el desfile de los hinchas sanduceros. Nunca me imaginé que Peñarol podía tener tantos adeptos en esa ciudad”.
A la jornada siguiente de aquel memorable partido, el diario El Día tituló a toda primera plana: “¡Solo Peñarol!”.
También conservo un ejemplar de la revista Tres, de 1997, publicado días después de que Peñarol obtuviera su segundo quinquenio. La publicación le preguntó entonces a algunos reconocidos parciales de Nacional qué pensaban de la consagración aurinegra, obtenida como se recordará, luego de ganar dos clásicos consecutivos que se iban perdiendo por dos goles.
Roberto Musso, el principal compositor y cantante del Cuarteto de Nos, respondió: “El día del primer clásico iba rumbo al Chuy escuchando el walkman. Cuando estábamos 2 a 0 yo baboseaba. Después del primer tiempo se me fue la señal. Me bajé en Castillos y todo el mundo estaba gritando el gol de Peñarol. Cuando me dijeron que era el 4 a 3 pregunté: ‘¿Qué, hacen goles que valen tres?’. Me parece que hay algo de psicología. Si lo del 4 a 3 pasara una vez, tá, pero que en 15 días pase dos veces te da para pensar que hay algo más. No sé si es la mística de Peñarol o qué…”
Sin embargo, pese a la satisfacción que me provocan leer estos dichos que aluden a gloriosos episodios, dos de los mayores tesoros de mi carpeta refieren a esos días tristes en los que Peñarol pierde. Son dos piezas de antología por cuanto resumen a la perfección los sentimientos que despiertan los colores amarillo y negro.
Uno es un relato de Paco Espínola (1901-1973):
“Una tarde estaba solo en mi casa. Mi familia había ido para San José; yo tomaba mate y por radio trasmitían un partido de fútbol. Puse atención. Jugaban Peñarol y Nacional. Di vuelta el mate, traje agua nueva y me quedé escuchando. Resulta que Nacional ganó por goleada. No me acordé más del asunto y me vestí para cenar en casa de mi hermana. Cuando estaba en la calle, empecé a sentir una tristeza bárbara. No sabía qué me pasaba.
Mi familia estaba bien, yo lo mismo. Pero seguía tan triste que decidí no ir a lo de mi hermana, para no amargarle la noche.
Me fui hasta el Parque Rodó, cada vez más triste. Pedí una tirita de asado y en el momento que me la trajeron, me di cuenta de que estaba triste porque yo era hincha de Peñarol, vaya a saber desde cuándo”.
El otro es un fragmento de la novela Los regresos del escritor Anderssen Banchero (1925-1987):
“Unas cuadras antes de llegar a la casa del Profesor, se metió en un boliche para cobrar coraje con una caña. En el aparato de radio bramaba Carlos Solé, igual que hacía un montón de años, como si estuviera relatando un partido eterno que se jugara en un eterno domingo soleado. El bolichero y el único parroquiano –un viejo que miraba las tablas del piso y parecía musitar una plegaria- tenían caras de dolientes. Cuando el bolichero lo estaba sirviendo, una pelota pegó en el palo y el tipo regó con caña el mostrador alrededor de la copa y no le prestó atención cuando Juan Pedro le preguntó por la casa del Profesor.
Carbonero historia Peñarol HaberkornDecidió proseguir la búsqueda por su cuenta, con la única referencia de un balcón asomado de un primer piso sobre un arbolito único en la cuadra.
Era el segundo tiempo en el estadio, perdía Peñarol (se enteró por la radio en el café) y en la soleada ciudad desierta se respiraba un aire de desconcierto, culpabilidad y catástrofe”.
Dejo para el final a una de mis preferidas. Será porque durante muchos años no falté nunca a la Olímpica y tuve siempre como rito el concentrar mi vista en el túnel, cuando no existía la contaminante manga publicitaria por la que salen hoy los futbolistas, para ser el primero en ver aparecer a Peñarol en el campo de juego. Siempre pensé que ese afán mío por no perderme ese instante mágico era tan solo una manía personal. Pero un día, cuando me topé en una revista a Jaime Roos hablando de lo mismo, me di cuenta que no era yo, sino un fenómeno global e inexplicable.
Le preguntaron en una entrevista a Roos, reconocido hincha fanático de Defensor, si alguna vez había subido a un escenario a cantar con la camiseta de Peñarol.
 Respondió:
“No, vos sabés que cuesta eso. Ya me han dicho de todo, porque dije que el himno de Peñarol es el mejor, y dije que la camiseta de Peñarol cuando entra a la cancha tiene un no sé qué. Habría que consultarlo con un pintor a ver cómo se dan los colores amarillo y negro en la retina, o cómo pegan en el cerebro, ¿no? Pero a mí siempre me impresionó cuando salía Peñarol a la cancha, siempre me impresionó…”
Tiene razón Jaime. Impresiona. Pega. Conmueve.
En la retina. En el cerebro. En el alma.

Publicado el 28 de setiembre de 2011 en la revista "120 años", publicación oficial del Club Atlético Peñarol en su 120 aniversario, distribuida ese día en todos los diarios de circulación nacional.











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