13.6.11

Respuesta a Caballero y a Liscano

1
El señor Caballero, secretario de Fernández Huidobro, arremete contra Milicos y tupas por segunda vez desde La República. Su artículo se titula “Los insultos de Haberkorn 2”.
Ahora básicamente me achaca dos cosas.
La primera es no poner el nombre del teniente V., quien según relatan varios de mis entrevistados mató al tupamaro Nelson Berreta cuando intentaba fugar, y poco tiempo después hizo lo mismo con el amante de su mujer.
Un reclamo similar me hizo el escritor Carlos Liscano en un mail privado que decidió hacer público y terminó en las páginas de… El Bocón.
De un modo más directo uno (Caballero) y más sinuoso el otro (Liscano), ambos dan a entender que yo protejo al teniente V.
“Haberkorn mantiene oculto el apellido de este doble asesino, lo protege como Agosto y se hace cómplice del pacto de silencio que impide a la Justicia avanzar en el esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura cívico-militar”, escribió Caballero.
El secretario de Fernández Huidobro, en su desesperado afán por desacreditar el libro, se equivoca. Es imposible decir con un mínimo de honestidad que el libro sea “cómplice” de cualquier pacto de silencio.
La principal (y obvia) razón por la que no pude nombrar en el libro el apellido completo del teniente V. es porque dos de mis entrevistados no lo dijeron: uno no quiso nombrarlo (y yo no pude obligarlo; soy periodista, no torturador) y otro no lo recordaba.
Dudé si eliminar la historia, pero opté por mantenerla sin el nombre del teniente.
Milicos y tupas - respuesta a Roberto Caballero y Carlos LiscanoPero ahora que otros han llamado al teniente por su apellido, ya no tengo ningún problema en citarlo.
Caballero escribe en La República: “El apellido del teniente, según me han informado, era Velazco”.
Liscano, en El Bocón, es más preciso: “Velasco (lo escribe con s) le disparó a Fructuoso con una Thompson 45. No le dio en la pierna, como dice el mentiroso de Agosto. A nosotros nos hicieron levantar a las seis de la mañana en La Paloma para decirnos que lo habían matado de un tiro en el omóplato. Es decir, el gordo Velasco tiró a matar contra un hombre que ni siquiera podía correr porque estaba esposado en la espalda. Fructuoso quería que lo mataran. Velasco, su compañero de escuela, le hizo el favor”.
Como se ve, no tengo ningún inconveniente en nombrar al teniente Velasco o Velazco una vez que una fuente se hace cargo.
Es más: a partir de la próxima edición de Milicos y tupas, la quinta, incluiré las citas de Caballero y de Liscano con el nombre completo del teniente Velasco o Velazco en las páginas donde se alude al caso.
Ahora la información quedará completa. Mucho más completa de lo que nunca estuvo. Porque -aunque Caballero y Liscano omitan decirlo- nunca nadie antes publicó tanta información sobre los casos que involucraron al teniente Velasco o Velazco.
Lejos de favorecer cualquier pacto de silencio, Milicos y tupas aporta al respecto nuevos y categóricos testimonios de testigos directos. El libro es lo contrario a lo que pregona el secretario de Fernández Huidobro en su desesperado intento por desacreditarlo.
“Esta es una virtud del libro: Leonardo recoge testimonios, pero testimonios de actores que por lo general no hablan, no dan testimonio. Hay pactos de silencio respecto a acontecimientos absolutamente claves que no involucran solo a los 'combatientes', con grandes comillas, sino que involucraron a la sociedad toda. Pero, sin embargo, los 'combatientes' no hablan. Este pacto de silencio, al menos parcialmente, es roto por alguno de los protagonistas. Y esto es importante. Es muy importante”.

2
Caballero y Liscano confunden al público en otro punto. Ambos omiten decirle a los lectores de La República y El Bocón que hay muchas otras personas que no son nombradas en el libro, no solo el teniente Velasco o Velazco.
Muchos no son militares, sino que por el contrario son tupamaros. No son nombrados, en algunos casos, porque mis entrevistados no quisieron o no pudieron hacerlo, como ya dije. En otros casos por no haber podido ser ubicados para que dieran su versión de la historia.
En cambio, tuve un criterio más flexible con gente que hizo cosas corajudas, admirables, valientes. Nombro, a pesar de no haberla podido ubicar, a una señora tupamara llamada Cristina Arnábal, que hizo frente a los militares cuando torturaban al contador León Buka. Nombro al teniente Ronchera, ya fallecido, que es recordado por nunca haber torturado ni abusado de nadie dentro del cuartel. Y así a muchos otros. Traté de nombrar a los que de un lado y del otro tuvieron actitudes valerosas, íntegras, virtuosas.
“En el libro hay, sobre todo, muchos relatos de humanidad inesperada”, dice la crítica que Brecha le dedicó al libro, escrita por el periodista Salvador Neves.
Agrega: “Esas memorias faltaban para que el relato de nuestro pasado reciente vaya dejando de ser cantar de gesta y empiece a ser historia”.
Guillermo Zapiola en El País anotó: “la revisión de la historia reciente parece haber salido, definitivamente, de la infantil etapa de la ‘literatura de las virtudes’ o el mero denuesto, para tratar de entender lo que pasó realmente y ayudar a pensar”.
Eso es lo que, con mayor o menor acierto, procuré hacer.
Relatos en blanco y negro, historias sin grises ni matices, cuentos de hadas, denuestos, cantares de gesta, teorías de uno o dos demonios, chapoteos en el barro, escritos llenos de manija, odio, rencor, cálculos y medias verdades, ya hay suficientes. 
Y siempre hay un pasquín dispuesto a publicar uno más.

3
Caballero llega al ridículo al afirmar que “Haberkorn también defiende al Goyo Álvarez”.
El ex dictador está preso y yo me alegro de que así sea. Ya fue condenado por 37 casos de homicidios especialmente agravados.
Además, también enfrenta un procesamiento por el homicidio del tupamaro Roberto Luzardo. Lo acusan de haber ordenado que no se le brindara asistencia médica en el Hospital Militar.
Resulta que uno de mis entrevistados, el contador Carlos Koncke, una persona que habla dando la cara, poniendo su nombre y apellido, que estuvo allí internado y que pagó su adhesión al MLN con la cárcel y la tortura, me declaró que él vio como Luzardo sí era atendido en ese hospital.
¿Qué tenía yo que hacer como periodista? En base al rechazo y la aversión que me provoca el Goyo Álvarez (y estoy seguro de que Koncke comparte el sentimiento) ¿tenía que borrar esa parte del testimonio? ¿Tenía que mentir? ¿Pretende Caballero que publique o oculte las cosas que me declaran, según me caigan simpáticas o antipáticas?
No, Caballero. El buen periodismo tiene otros códigos. No se cambia lo que declaran los entrevistados. No se clasifican las verdades. No se edifican castillos de arena contando lo que conviene y enterrando lo que no.
No soy secretario de nadie. No tengo que atenerme a verdades oficiales. No le debo lealtad a ninguna leyenda rosa.  

4
Caballero cita en mi contra una carta del tupamaro Juan Pedro Montero, que vive en España.
Es una carta muy curiosa: por un lado Montero se muestra enojado por el libro pero admite que no lo leyó y que solo lo comenta de oídas (lo cual ya lo dice todo). Aduce que yo debí intentar contactarlo en España, pero yo sí le escribí un mail en 2009, del cual conservo copia disponible para cualquier interesado. Fue Montero quien prefirió no responderme. Si lo hubiera hecho, su testimonio estaría hoy en Milicos y tupas.
Por lo demás, Montero confirma en su carta los puntos básicos que relata el libro respecto a las cosas que ocurrieron en el cuartel de La Paloma durante la tregua entre militares y tupamaros.
En su primer artículo contra mi libro (Los insultos de Haberkorn 1), Caballero señalaba que era una “infamia”, una “mentira rastrera”, una “basura”, una “inmundicia”, una “cloaca”, una “calumnia”, una “canallada” y una “bazofia literaria” sostener que hubo tupamaros que torturaron junto con los militares.
¡Ahora cita la carta de Montero que precisamente confirma que esa dura realidad sí existió!
Montero escribe: “Entre los centenares de prisioneros torturados presuntos integrantes o colaboradores del MLN (T), sólo un reducido grupo —menor a cinco personas— participaron en ese juego maléfico de colaboración para la tortura”.
Es lo mismo que dice el libro. Hubo tupamaros que torturaron. El libro nunca dice que fueran la mayoría ni mucho menos. Yo siempre pensé en un par de casos. Montero lleva ahora la cifra a cinco.
Lo que resta ahora es que Caballero explique cómo, en los días que transcurrieron entre “Los insultos de Haberkorn 1” y “Los insultos de Haberkorn 2”, lo que era una “infamia”, una “mentira rastrera”, una “basura”, una “inmundicia”, una “cloaca”, una “calumnia”, una “canallada” y una “bazofia literaria”, pasó a ser una realidad.
Quizás lo aclare en “Los insultos de Haberkorn 3”.
Yo ya no le responderé.
Punto final.

6.6.11

Los libros que no le gustan a Fernández Huidobro

Lo que sigue es un fragmento de la entrevista que me realizó el diario El País a propósito de Milicos y tupas. La pregunta de la periodista Magdalena Herrera refiere a las críticas que Fernández Huidobro y su colaborador Roberto Caballero le realizaron al libro a través de La República y Montevideo.com:

-Roberto Caballero y Eleuterio Fernández Huidobro descalificaron por completo su libro diciendo que es "una mentira tan flagrante que cae sola", entre otras cosas. Más allá de las conclusiones, que las sacará cada lector, ¿por qué cree que Milicos y Tupas despierta tanto enojo de parte de personas de mucho peso en lo que fue el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, y que hoy integran el MPP?

-Caballero es un colaborador de Fernández Huidobro, así que no se trata de dos críticas sino de la misma. El primero que salió a descalificar fue Caballero y le aclaré que no es conmigo con quien tiene que discutir, sino con las personas que dan su testimonio en mi libro, gente seria e intachable. Luego apareció Fernández Huidobro en persona. Dice que no leyó el libro pero se permite criticarlo, lo que de por sí ya habla de la seriedad de sus cuestionamientos. Pero está claro que exhibir ese tipo de debilidad lógica no le preocupa. Lo que a Fernández Huidobro le interesa es enchastrar la cancha, y cuanto más mejor, para que el público no lea el libro, para descalificarlo a priori. Dice que no soy un periodista serio, pero hace unas semanas el diario que ahora dirige me ofreció ser su secretario de redacción. Por suerte hay testigos de la reunión. Dice que el libro es una "basura" porque solo consulté a tres personas y miente. Las personas consultadas son decenas. Sobre el caso de algunos tupamaros que torturaron junto a los militares, a los detenidos por presuntos delitos económicos, le pregunté a Henry Engler, que sí estuvo en el cuartel de La Paloma y no como Fernández Huidobro, que habla sin haber estado, sin haber leído, sin ningún fundamento. ¿Por qué oculta ese dato a sus lectores? Pero no me sorprende. Eso es lo que siempre hace. Ese es su modus operandi: atacar con la máxima prepotencia, no importa cuán grande sea el disparate. Cuando el periodista Federico Leicht publicó su libro Cero a la izquierda, una biografía de Jorge Zabalza, Fernández Huidobro afirmó, con gran bajeza, que Leicht era un "policía en actividad" y que la obra era "un libro de la Policía". Cuando el periodista Alfredo García publicó Pepe Coloquios lo acusó, sin pudor, de ser una "víbora" y "un viejo tramposo conocido". Ahora simplemente me tocó a mí. Cada vez que aparece un libro que lo incomoda actúa igual. Que la gente saque sus propias conclusiones.


31.5.11

Sin insultar a nadie

La República me dedicó una nota hace unos días. La firma un tal Roberto Caballero, quien solo se identifica como integrante de la CAP-L y a quien, según me dicen, se lo conoce por haber sido o ser secretario de Eleuterio Fernández Huidobro.
En menos de una carilla de texto, Caballero califica a mi libro Milicos y tupas como “infamia”, “mentira rastrera”, “basura”, “inmundicia”, “cloaca”, “calumnia”, “canallada” y “bazofia literaria”.
Además, y por si la idea no quedó del todo clara, el texto es ilustrado con un contenedor de basura de aspecto pestilente del cual emergen varias letras, destacándose por sobre todas ellas las iniciales LH.
El artículo debería titularse “Insultando a Haberkorn”, pero en un curioso modo de invertir las cosas lleva el paradojal título de “Los insultos de Haberkorn”.
Para responder no descenderé a los abismos desde donde laboran el secretario y el ignoto ilustrador. Tampoco me permitiré el comentario obvio respecto al curioso caso de quienes olfatean “cloacas” y basurales desde las páginas de La República.
Simplemente diré una cosa:
A Caballero le molesta que en Milicos y Tupas se cuente que en 1972, en el cuartel de La Paloma, algunos tupamaros torturaron junto a los militares a civiles detenidos por presuntos delitos económicos.
Pero yo no dije nada al respecto. Quien narró que hubo tupamaros torturadores no fue Leonardo Haberkorn. Quienes lo hicieron son varios ex tupamaros, gente intachable, seria, confiable, personas que pagaron con la cárcel y la tortura su adhesión al MLN y que hoy no tienen ninguna razón para mentir. Personas que, para tranquilidad de Caballero, siguen teniendo ideales de izquierda. Personas que se permiten decir lo que saben y piensan con libertad, quizás porque no son secretarios de nadie.
Todos los que han leído el libro, que ya son miles, saben que esto es así. También pueden atestiguar que en Milicos y tupas éste es un tema colateral y que al respecto se citan otros libros anteriores, que tuvieron menos repercusión, pero en los cuales también existen testimonios adicionales en idéntico sentido.
Una última cosa. Para Milicos y tupas tuve la suerte de mantener una larga entrevista con Henry Engler, uno de los ex integrantes de la dirección del MLN y persona tan representativa del movimiento tupamaro como el jefe del señor Caballero.
A Engler le realicé todas las preguntas que correspondían. Y aunque en un único punto eligió mantener silencio, por lo general sus respuestas me resultaron inteligentes y sinceras.
A diferencia de Caballero, Henry Engler sí estuvo preso en el cuartel de Artillería de La Paloma, donde transcurren los acontecimientos narrados en Milicos y Tupas. Cuando habla, no repite lo que otros le dijeron, sino que habla de lo que vivió en carne propia.
Le dije a Engler que tenía testimonios de tupamaros que contaban que otros tupamaros habían torturado. Me respondió:
-Es espantoso, espantoso. Inadmisible. El MLN siempre descartó la tortura. Eso fue una deformación. El Che Guevara siempre decía: “hay que endurecerse sin perder la ternura”.
Quizás Caballero se salteó esa página.
Es la 187.

Para conocer la opinión de Gerardo Caetano sobre Milicos y tupas: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2011/05/gerardo-caetano-milicos-y-tupas-rompe.html

Para leer la crítica del semanario Brecha al libro:
https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxtaWxpY29zeXR1cGFzZW5icmVjaGF8Z3g6NDExMmI2NzMyODgzZmJiZA&pli=1

Para leer la crítica de Guillermo Zapiola en El País:


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