Durante años fui cronista sindical. Empecé en 1987 cuando trabajaba en el semanario Aquí, propiedad del Partido Demócrata Cristiano. Unas semanas antes, los sindicalistas del PDC se habían retirado del Congreso del PIT-CNT cuando los comunistas habían puesto en funcionamiento su clásica aplanadora. Por eso, como represalia, ningún dirigente comunista le hacía declaraciones a Aquí. Y, como ellos eran la inmensa mayoría en el PIT, la cobertura gremial del semanario se había tornado una misión imposible.
La primera tarea que me encargó mi jefe fue lograr que los comunistas nos volvieran a hablar. Yo apenas empezaba en el periodismo y aquel encargo me pareció una quimera. Pero no estaba dispuesto a rendirme sin haberlo intentado antes.
Logré fijar una entrevista con Thelman Borges, poderoso dirigente textil comunista en aquel tiempo, integrante del Secretariado de la central obrera, luego devenido diputado y fallecido en 2009.
La sede del PIT-CNT estaba en aquellos tiempos en la Ciudad Vieja, en la esquina de Buenos Aires y Alzáibar, y Borges me citó en el bar de enfrente.
Cuando llegué, me estaba esperando. Junté coraje y le expliqué que era nuevo en el puesto y que lo único que quería era cubrir del modo más objetivo posible la realidad sindical, pero que eso era imposible si ningún dirigente comunista se dignaba a hablar conmigo.
Me escuchó en silencio y no dijo nada. Le volví a decir más o menos lo mismo con otras palabras. Borges se pidió un cognac. Cuando la bebida llegó a la mesa, levantó su copa y comenzó a jugar, moviendo el líquido hacia un lado y hacia otro. Sonreía. Yo aguardaba su veredicto con ansiedad. Por fin me dijo que estaba bien, que confiaría en mí y que el boicot al semanario Aquí podía darse por terminado.
A partir de ese día fui periodista sindical durante unos tres años. Y luego nuevamente entre 1992 y 1994, en el semanario Búsqueda.
Llegué a conocer bastante del tema. Estuve en casi todos los gremios (y en sus bares aledaños). Hice guardia en la puerta del Secretariado Ejecutivo demasiadas tardes. Concurrí a decenas o quizás cientos de asambleas: apasionadas, monótonas, tensas, históricas, tediosas, que terminaron a las risas y que finalizaron a los balazos. Trabé relación con dirigentes admirables por su honestidad, su sacrificio y su don de gente, y con otros más bien despreciables por su ambición, su mezquindad y doble discurso. Es falso que exista un único movimiento obrero. Hay muchos. Nunca me tragué la pastilla de que fuera lo mismo Adeom que el Sunca. No lo son.
No recuerdo si fue en 1992 o 93, pero me tocó cubrir una larga y muy tensa huelga en la construcción.
Por lo general, los obreros del Sunca van a la huelga cuando hay algo que lo amerita. Cuando paran, a diferencia de lo que ocurre con algunos sindicatos de empleados públicos, no cobran nada. Es decir: no pueden darse el lujo de parar por mera gimnasia gremial o por reclamos menores.
Cuando los obreros del Sunca detienen su trabajo el mayor perjuicio no recae sobre el ciudadano común sino sobre sus patrones, los empresarios de la construcción. Son pulseadas muy duras.
La enorme mayoría de los dirigentes del Sunca sabe que una huelga no es un chiste. Saben que no cobrarán los días parados. Saben que si el paro se prolonga demasiado tiempo, algunas de las empresas del sector, las más chicas, pueden cerrar y que, si eso ocurre, muchos obreros quedarán sin empleo. Saben que si piden más de lo que los empresarios pueden dar, muchos elegirán cerrar o dedicarse a otra cosa, y eso también podría dejar a muchos compañeros en la calle. Saber todo eso los obliga a defender los derechos de los trabajadores manteniendo siempre la noción de la responsabilidad social de su tarea. En el Sunca no se juega a la huelga.
No es lo mismo en Adeom o en otros sindicatos de empleados públicos. Para empezar: en muchos casos, no en todos, las horas paradas ni siquiera son descontadas. A veces se descuenta, a veces solo un porcentaje, a veces nada.
Pero hay otras diferencias. En la Intendencia de Montevideo o cualquier otra dependencia pública, si la huelga se prolonga mucho tiempo, no pasa nada. La Intendencia nunca va a cerrar, los municipales nunca van a quedarse sin empleo. El Banco República no va a cerrar por un paro. El Estado tampoco. A diferencia de los obreros de la construcción, los empleados públicos van a la huelga sin arriesgar su empleo inamovible.
Además, se puede pedir lo imposible, tirar de la piola con la máxima potencia, pedir cualquier cantidad, lo que sea, lo que venga, por delirante que sea.
Eso es posible porque en una huelga de empleados públicos, en la Intendencia, por ejemplo, si el sindicato pide más de lo que el patrón puede dar, la Intendencia de Montevideo no va a quebrar ni se retirará del mercado, ni bajará la cortina, ni el intendente venderá todo y se irá del país. No. Lo único que hará en ese caso el intendente de turno será subirle los impuestos a la gente para así poder pagar la cifra que los sindicalistas reclaman, sus celebradas “conquistas”.
Es por eso que el salario mínimo en la Intendencia de Montevideo, para ocho horas de trabajo en el puesto más bajo y menos calificado, para un peón cualquiera, con compensaciones incluidas, supera los 24.000 pesos, según datos oficiales. Es una cifra irreal para el mercado uruguayo, un salario que jamás ganará un peón de la construcción, una cantidad que se le “arrancó” al patrón político, porque al patrón político nunca le costó nada, simplemente le dijo que sí al sindicato y luego trasladó el costo de la “conquista” a los impuestos que paga la gente.
Siempre sentí un gran respeto y admiración por el Sunca, por los metalúrgicos, por tantos sindicatos desprotegidos de trabajadores privados. Lanzarse a la huelga en cualquiera de esos campos supone un acto de indudable coraje en el cual los obreros arriesgan todo en reclamo de lo que consideran justo.
Pero, ¿qué coraje supone ir a una huelga que no afecta al patrón, en la que no se arriesga prácticamente nada y en la que el costo siempre lo paga la gente?
Artículo de Leonardo Haberkorn
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