8.12.10
6.12.10
Carta abierta a los señores de Adeom
Tengo una duda. Si el trabajo en la Intendencia es tan malo; si está tan mal remunerado; si los aumentos no son lo que ustedes quieren, ni lo que merecen; si la “recuperación salarial” que reclaman es lenta, es baja o es nula; si los horarios no sirven; si allí se desconocen sus derechos laborales; si prohibieron el sum para hacerse el tecito de la tarde, si ahora ni siquiera los dejan ocupar el hall municipal; si no les gusta trabajar con la basura o con el público o con los animales de zoológico; si prefieren pasar más horas en la rambla o en el bar con el presidente del sindicato; si ascender por antigüedad no les parece suficiente o acaso a alguno –no creo- le da un poquito de vergüenza; si en definitiva vuestro trabajo es malo, ruin y, según ustedes dicen, muy sacrificado y poco conveniente; un empleo con patrones políticos cuasi fascistas; una labor insalubre que la gente no reconoce y más bien desprecia; una tarea que no está nada bien remunerada para los enormes esfuerzos que nadie ve pero ustedes juran que realizan; una labor gris, agria, tediosa y hasta repulsiva; que no conviene, que no vale la pena y que ya no da para más; entonces, digo yo, mi duda es: ¿por qué no renuncian y se buscan otra cosa?
Miren que se puede.
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3.12.10
Adiós a Ramón Mérica
Hoy falleció Ramón Mérica, un brillante periodista que nació en Salto en fecha imprecisa y que fue un referente para muchos y una influencia muy importante en lo que a mí respecta.
Mi tristeza tiene un único consuelo. En el prólogo de Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el libro que publiqué hace un año, dediqué la introducción a agradecerle todo lo que me inspiró y le debo.
Vuelvo a publicar ahora ese pasaje de Crónicas en su honor y memoria.
Vuelvo a publicar ahora ese pasaje de Crónicas en su honor y memoria.
No recuerdo con exactitud cuántos años tenía. El libro se publicó en 1976, pero quizás lo leí dos o tres años después, siendo un adolescente, una tarde en la casa de la calle Ferrari. Se lo había regalado mi madre a mi padre.
La tapa no decía el título de la obra y solo exhibía una foto en blanco y negro, algo azulada, de un viejo aparato grabador, un modelo gigante propio de los años 70, con un cassette Philips dentro. El título solo se indicaba en el lomo y no decía mucho: Agonistas y protagonistas. Era una recopilación de doce entrevistas realizadas por el periodista Ramón Mérica, todas publicadas en el suplemento de los domingos del diario El País. En ese entonces yo no conocía a Mérica.
Un día, hojeando aquel libro, descubrí que entre los entrevistados estaba la persona a quien más admiraba en el mundo: Fernando Morena, el Nando, el Potrillo, el goleador de Peñarol.
Empecé por la página 95. El impacto que me provocó aquella entrevista fue enorme. A pesar de que acostumbraba a leer el diario, en especial las páginas de deportes, nunca había visto nada igual. Lo que estaba leyendo iba más allá de todas mis anteriores lecturas periodísticas. No se parecía en nada a cualquier entrevista que hubiera conocido: Mérica se introducía en la casa de Morena, en su dormitorio, describía los posters colgados en las paredes, hablaba con su madre, contaba cómo había sido el parto del Potrillo, charlaba con su padre, con los vecinos, lo despertaba, lo subía a un Fitito, lo llevaba a la playa, lo hacía hablar de Peñarol, de Nacional, de política, de mujeres, de su madre, de cine, de sexo, de dinero. Había toneladas de información y todo eso se leía como si fuera un cuento. Era periodismo y literatura juntos, al mismo tiempo.
Había otra cosa muy impactante. Mérica lo explicaba al comienzo del artículo:
De haber salido de mi casa apenas un minuto antes, la mañana en que iba a encontrarme con Fernando Morena, esta nota hubiera sido completamente diferente. Porque fue justo en el momento de salir, y con la mano ya puesta sobre el botón para apagar la radio, que un informativista lamentó: ‘El deporte uruguayo, y particularmente el fútbol, está de duelo: acaba de fallecer el otrora ídolo nacionalófilo Atilio García…’
Mérica había tomado aquella coincidencia como una clave a seguir en su trabajo. Por eso, además de Morena, también entrevistó a la viuda de Atilio García. Y luego intercaló en el mismo artículo el resultado de las dos conversaciones. Había una proeza técnica: uno pasaba de un relato al otro sin perder nunca el hilo de la historia. Pero no era solo un alarde de virtuosismo; había allí un logro informativo de primer orden: al combinar las entrevistas, Mérica lograba explicarnos cómo había ido cambiando el mundo del fútbol desde los tiempos de Atilio García a los de Morena, el primer futbolista uruguayo que fue tasado en un millón de dólares. Y no solo eso. La combinación de las historias del recién fallecido Atilio García y el esplendor de un jovencísimo Nando Morena era también una reflexión sobre el paso del tiempo (“el Tiempo”, según Mérica lo nombra en el prólogo del libro), sobre lo efímero de la juventud, el inevitable ciclo de la vida y el ocaso de toda gloria. Todo eso gratis junto con la mayor cantidad de información que yo hubiera leído u oído jamás sobre aquel goleador que alegraba cada uno de mis fines de semana.
No sé si todo eso lo racionalicé la primera vez que leí aquella maravillosa entrevista, o luego, con los años, las decenas de veces volví a leer esas páginas memorables y a usarlas para intentar despertar la imaginación y la pasión de los estudiantes de periodismo.
Pero sí sé que aquella lectura me marcó para siempre. De un modo, supongo que al principio inconsciente, comprendí que el periodismo podía volar alto, mucho más alto que lo habitual.
Por supuesto, luego leí muchos otros reportajes, crónicas, entrevistas que me maravillaron, empezando por la recopilación que realiza el genial cronista estadounidense Tom Wolfe en El nuevo periodismo. Pero la entrevista de Mérica a Morena fue la primera y el descubrimiento de un mundo. En todos estos años he hecho el esfuerzo por tratar de estar a la altura de esas grandes páginas. (...)
En Uruguay ya no abundan los dueños o directores de medios dispuestos a financiar el buen periodismo, las semanas de investigación y las muchas horas de fina artesanía que conlleva un trabajo periodístico realizado en profundidad, con rigor y amor por la palabra escrita. Es un proceso que comenzó hace diez o 15 años y no ha dejado de agravarse día a día. Hoy la norma es llenar los espacios de la manera más económica posible, la calidad del producto que se le ofrece al público no importa. Los resultados están a la vista.
Quienes así conciben a los medios de prensa se justifican señalando que el público no reclama calidad. Es un argumento cínico, una verdad a medias, que oculta la enorme responsabilidad que tienen estos empresarios y muchos comunicadores en el progresivo empobrecimiento de los medios y, a través de ellos, de la sociedad toda. Porque lo que no dicen es que la oferta también condiciona a la demanda. Si al lector solo se le da basura, si en el informativo de televisión solo aparecen rapiñas y choques, si los buenos periodistas son desplazados por algún gracioso y una legión de pseudo graciosos, si la mayor apuesta para conquistar al público es mostrar sangre a las ocho y culos a las diez, si en la radio solo se roban las noticias de los diarios y si en los diarios nunca se investiga nada, la gente termina por acostumbrarse. El público no puede reclamar lo que no conoce. Nadie reclamó nunca la aparición de los Beatles, ni la de Picasso, ni que alguien escribiera A sangre fría. Es imposible pedir lo que jamás se intuyó siquiera. Por eso hoy nadie exige encontrar en la prensa uruguaya un trabajo como aquella entrevista memorable de Mérica. Después de años y años de degradación de la calidad, en Uruguay ya nadie recuerda que la información, la profundidad y la calidad literaria pueden darse la mano en el periodismo. Encontrar hoy en un medio de prensa uruguayo un trabajo como aquel reportaje a Fernando Morena es una rareza extrema, por no decir un imposible.
Parte de la introducción del libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, reeditado luego, ampliado, como Un mundo sin Gloria.
Vale la pena leer también la crónica De cómo Ramón perdió los nombres, escrita por el periodista Gabriel Sosa, publicada en 2009 en la revista Bla y reproducida hoy en Cursos para/lelos: http://www.cursosparalelos.com/2010/12/de-como-ramon-perdio-los-nombres.html
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