Quienes nos gobiernan deben creer que somos imbéciles. Nos hablan de Uruguay como si fuera Rusia, un país gigante, inabarcable, que se extiende por dos continentes, poblado por etnias diversas, con distancias enormes y gigantescos desiertos helados que dificultan las comunicaciones y la coordinación de las cosas. Es tan inmenso el Uruguay, son tan gélidas nuestras tundras, tan tupidas nuestras selvas, tan terribles las dificultades para saber qué cosas ocurren país adentro, que nuestro gobierno se apresta a designar 18 (dieciocho) representantes que coordinen y reporten lo que ocurre en las lejanas comarcas de la patria.
El gobierno tendrá ahora un señor con un sueldo muy alto que coordinará lo que ocurre en Pando, a 20 kilómetros de la capital, y en Canelones, a 46. Otro señor, algún candidato que no llegó a intendente o a diputado, reportará desde los recónditos pagos de San José, a 93 kilómetros, o de la lejanísima Florida, a 98. Otro, algún esforzado militante, informará desde la inaccesible Minas, a 122 kilómetros. Otros coordinarán desde remotos rincones como Durazno, Maldonado y Trinidad, todos a un par de horas de viaje en auto.
De acuerdo a los argumentos que expone el gobierno, el plan es tan groseramente ridículo que indigna. ¿Qué necesita saber o coordinar el presidente que no pueda hacer con una llamada de teléfono?
El presidente ha dicho que estos cargos se crean para ayudar a combatir la burocracia, algo así como tratar de sacar una muela cariada de un balazo. Uno no sabe si reír o llorar. Recuerda a George W. Bush, que hizo la guerra en Irak para traer la paz.
La gente votó a Mujica pensando que antes de derrochar un peso del Estado, el Pepe sería capaz de subirse a su moto y llegar a donde fuera necesario para solucionar cualquier problema. Pero la moto, evidentemente, es historia vieja.
Cada uno de estos nuevos delegados presidenciales tendrá, con toda probabilidad, su oficina, su auto, su teléfono, su celular, su séquito de secretarios, prosecretarios y cargos de confianza. También sus viáticos, gastos de representación y beneficios varios. Al mismo tiempo, se planea que el Ministerio de Transporte tenga OTROS 18 (dieciocho) representantes en nuestras lejanas comarcas. El presupuesto crea más de 60 (sesenta) nuevos cargos políticos de confianza. ¿Esa es la austeridad que Mujica agitó como principalísima bandera en la campaña electoral?
Imagínense lo que será en cada pueblo un burócrata investido con la etiqueta de Representante del Presidente de la República. Qué cosa no le pedirán y qué generoso será. Cada nuevo cargo político creado es otra boca de reparto de dádivas y favores. La vieja historia del clientelismo.
Si hay algo de los que los uruguayos estamos cansados es de esto. Si hay algo en lo que todos estamos de acuerdo, es que tenemos una burocracia excesiva. Es curioso que Mujica, que se pasa hablando de la necesidad de que los uruguayos nos reunamos en nuestras coincidencias, violente de un modo tan flagrante uno de los pocos puntos en los que tal convergencia existe.
Esto no es nuevo, ni es casualidad. Hace unos meses asistimos a la creación de ocho alcaldías dentro de la modesta ciudad de Montevideo. Más del 60% de los montevideanos nos manifestamos en contra y votamos anulado o en blanco. ¿Qué pasó? Nada, el plan siguió adelante. Por aún: en un verdadero gesto de autismo político, los alcaldes fueron agraciados con un monumental sueldo de 80.000 pesos. Uno de ellos, que es edil, tuvo el rostro de votarse su propio suculento salario. Nadie dijo nada.
La mayor parte de los 80.000 pesos que cada mes cobran los alcaldes derrotados por el voto en blanco, no va para ellos sino para su sector político. El MPP, por ejemplo, permite que sus cargos políticos se queden con un máximo de 37.000 pesos de sueldo. El resto del dinero se lo embolsa el partido.
Con los delegados del presidente pasará lo mismo. La proliferación de puestos de confianza, además de su efecto clientelístico tradicional, es la máquina que cada mes lubrica con dinero contante y sonante el aparataje partidario, la pasta base de la política. Supongamos que el MPP “obtiene” doce de estos “coordinadores” y que cada uno le pasa al partido algo más de 40.000 pesos mensuales, unos 2.000 dólares para redondear. Estamos hablando de 24.000 dólares por mes que ingresan al partido, o sea 288.000 dólares por año, casi un millón y medio de dólares en todo el período de gobierno. Linda cifra para tener de reserva cuando llegue la próxima campaña electoral.
Lo que hizo que el pueblo le diera la espalda a los partidos tradicionales y en especial al Partido Colorado no fue tanto el resultado de sus gobiernos, sino el hastío con el clientelismo y el uso discrecional del dinero público, la repartija de cargos a sobrinos, esposas y ahijados, el tapar y justificar las chanchadas de los correligionarios, el llenar el estado de amigos inútiles.
¿Qué nos ofrece hoy el Frente Amplio?
el.informante.blog@gmail.com
2.9.10
La pasta base de la política
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Política uruguaya,
Uruguay
28.8.10
No, no somos tan distintos
Debido a múltiples mensajes que me han llegado a mi correo y a través de Facebook y Twitter respecto al artículo sobre los Kirchner (“Eterna inocencia, tercera parte”) me permito agregar algunas cosas.
El artículo habla sobre los Kirchner y la relación de los argentinos con sus líderes. No es un juicio de valor sobre la Argentina en general, país que en muchas cosas nos aventaja. Tampoco refiere a los uruguayos, ni a los cubanos, los estadounidenses, los españoles, pakistaníes o afganos. Es imposible incluir al mundo entero en un solo artículo, o al menos yo no tengo esa capacidad.
No lo digo, ni lo sugiero, que los uruguayos seamos muy distintos a los argentinos. Al contrario, creo que somos muy parecidos, mucho más de lo que nos gusta asumir. Me he ocupado muchas veces de la política uruguaya y de nuestros políticos, y no suelo guardarme nada respecto a nadie, a ninguno de nuestros bandos. Muchos de esos artículos están en el archivo de este blog, bajo las etiquetas de Política uruguaya y Uruguay.
Obviamente, hay corrupción en todos lados. En Uruguay también hubo y hay, las noticias de cada día son por demás tristes y elocuentes. En Argentina se descubren más trapos sucios por varias razones. El país es más grande, se mueve más dinero, eso es obvio. Pero, además, allí no existe nada parecido al corporativismo que hay en Uruguay entre los políticos y muchos politólogos, académicos y periodistas: basta ver a todos los que hoy andan por ahí bajándole los decibeles al caso Gonzalo Fernández, como si de un minúsculo descuido se tratara, y como si éste fuera su primer escándalo. A eso, que no es poco, hay que agregar que en Argentina el periodismo investiga mucho más que en Uruguay, sus compromisos son mucho menores que los que existen acá, y los grandes medios se atreven a contratar periodistas incómodos y no como en la República Oriental, donde por cosa que escribís te ligás un rezongo, la censura lisa y llana y hasta un despido.
Por algo escribo en un blog, a costa de mi bolsillo.
Hechas todas estas aclaraciones, que los buenos artículos no merecen, lo que escribí sobre los K es lo que pienso.
El artículo habla sobre los Kirchner y la relación de los argentinos con sus líderes. No es un juicio de valor sobre la Argentina en general, país que en muchas cosas nos aventaja. Tampoco refiere a los uruguayos, ni a los cubanos, los estadounidenses, los españoles, pakistaníes o afganos. Es imposible incluir al mundo entero en un solo artículo, o al menos yo no tengo esa capacidad.
No lo digo, ni lo sugiero, que los uruguayos seamos muy distintos a los argentinos. Al contrario, creo que somos muy parecidos, mucho más de lo que nos gusta asumir. Me he ocupado muchas veces de la política uruguaya y de nuestros políticos, y no suelo guardarme nada respecto a nadie, a ninguno de nuestros bandos. Muchos de esos artículos están en el archivo de este blog, bajo las etiquetas de Política uruguaya y Uruguay.
Obviamente, hay corrupción en todos lados. En Uruguay también hubo y hay, las noticias de cada día son por demás tristes y elocuentes. En Argentina se descubren más trapos sucios por varias razones. El país es más grande, se mueve más dinero, eso es obvio. Pero, además, allí no existe nada parecido al corporativismo que hay en Uruguay entre los políticos y muchos politólogos, académicos y periodistas: basta ver a todos los que hoy andan por ahí bajándole los decibeles al caso Gonzalo Fernández, como si de un minúsculo descuido se tratara, y como si éste fuera su primer escándalo. A eso, que no es poco, hay que agregar que en Argentina el periodismo investiga mucho más que en Uruguay, sus compromisos son mucho menores que los que existen acá, y los grandes medios se atreven a contratar periodistas incómodos y no como en la República Oriental, donde por cosa que escribís te ligás un rezongo, la censura lisa y llana y hasta un despido.
Por algo escribo en un blog, a costa de mi bolsillo.
Hechas todas estas aclaraciones, que los buenos artículos no merecen, lo que escribí sobre los K es lo que pienso.
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Política uruguaya,
Uruguay
27.8.10
Argentina: eterna inocencia
Leopoldo Galtieri invadió las Malvinas como un gesto desesperado por revertir la mala imagen de su gobierno y lograr que la dictadura continuase en el poder.
Puede parecer descabellado y lo fue, pero en principio la jugada no le salió mal: cientos de miles de argentinos, representantes de una abrumadora mayoría, fueron a la Plaza de Mayo a vivarlo como a un campeón. Claro, hoy a nadie le gusta recordar que semejante personaje de manos sanguinolentas fue, por unos días, el mayor héroe de la nación. Nadie estuvo ese día en la Plaza de Mayo.
Hoy, a la luz del escandalete de Papel Prensa, parece evidente que el matrimonio K. desempolva viejos temas de hace treinta años haciendo cálculos como Galtieri los hizo, entre whisky y whisky, en 1982.
Los K., como los militares entonces, quieren ganar tiempo en el poder. El tiempo es muy importante para el matrimonio K. entre otras cosas porque cada año que pasan en la Presidencia su patrimonio crece en millones de dólares, como se ha demostrado. El modo en que se ha enriquecido esta pareja presidencial, suerte de Pimpinelas de la política y del Progresismo, amigos de nuestro presidente, no recuerda ya a Galtieri, sino a Carlos Saúl Menem.
Cuando los argentinos lo reeligieron, toda la inmoralidad que rodeaba a Menem y su séquito estaba a la vista, rompía los ojos. Sin embargo, allá fue la mayoría a votarlo, a darle un segundo mandato, a renovar el contrato con la corrupción, la pizza con champán y el baile con las odaliscas.
Después, cuando el castillo de naipes se derrumbó y el pillaje quedó a la vista, nadie fue. Salvo excepciones, ningún argentino dice hoy: yo voté dos veces a Menem. Lo mismo que aquella tarde en que Galtieri fue coronado en la Plaza de Mayo, nadie estuvo, nadie fue, nadie tiene nada de que arrepentirse.
Con los K. pasará lo mismo. Ya llegará el día en que la feroz propaganda, las enconadas luchas contra molinos de viento y el ejército de alcahuetes (uruguayos incluidos) no podrán ocultar como la democracia argentina se ha rebajado en estos años, mientras el matrimonio presidencial llenaba sus depósitos bancarios de millones y millones de dólares, como si de cambio chico se tratara.
Ese día va a llegar. Y cuando llegue, nadie habrá sido. Como ocurrió con Galtieri, como ocurrió con Menem, todos en Argentina serán inocentes y dirán: ¡Qué horror! ¡Cómo pudo pasarnos esto!
Artículo de Leonardo Haberkorn
Prohibida su reproducción por cualquier medio sin autorización del autor.
Derechos exclusivos blog El Informante
el.informante.blog@gmail.com
Puede parecer descabellado y lo fue, pero en principio la jugada no le salió mal: cientos de miles de argentinos, representantes de una abrumadora mayoría, fueron a la Plaza de Mayo a vivarlo como a un campeón. Claro, hoy a nadie le gusta recordar que semejante personaje de manos sanguinolentas fue, por unos días, el mayor héroe de la nación. Nadie estuvo ese día en la Plaza de Mayo.
Hoy, a la luz del escandalete de Papel Prensa, parece evidente que el matrimonio K. desempolva viejos temas de hace treinta años haciendo cálculos como Galtieri los hizo, entre whisky y whisky, en 1982.
Los K., como los militares entonces, quieren ganar tiempo en el poder. El tiempo es muy importante para el matrimonio K. entre otras cosas porque cada año que pasan en la Presidencia su patrimonio crece en millones de dólares, como se ha demostrado. El modo en que se ha enriquecido esta pareja presidencial, suerte de Pimpinelas de la política y del Progresismo, amigos de nuestro presidente, no recuerda ya a Galtieri, sino a Carlos Saúl Menem.
Cuando los argentinos lo reeligieron, toda la inmoralidad que rodeaba a Menem y su séquito estaba a la vista, rompía los ojos. Sin embargo, allá fue la mayoría a votarlo, a darle un segundo mandato, a renovar el contrato con la corrupción, la pizza con champán y el baile con las odaliscas.
Después, cuando el castillo de naipes se derrumbó y el pillaje quedó a la vista, nadie fue. Salvo excepciones, ningún argentino dice hoy: yo voté dos veces a Menem. Lo mismo que aquella tarde en que Galtieri fue coronado en la Plaza de Mayo, nadie estuvo, nadie fue, nadie tiene nada de que arrepentirse.
Con los K. pasará lo mismo. Ya llegará el día en que la feroz propaganda, las enconadas luchas contra molinos de viento y el ejército de alcahuetes (uruguayos incluidos) no podrán ocultar como la democracia argentina se ha rebajado en estos años, mientras el matrimonio presidencial llenaba sus depósitos bancarios de millones y millones de dólares, como si de cambio chico se tratara.
Ese día va a llegar. Y cuando llegue, nadie habrá sido. Como ocurrió con Galtieri, como ocurrió con Menem, todos en Argentina serán inocentes y dirán: ¡Qué horror! ¡Cómo pudo pasarnos esto!
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