Nemat Safavi está condenado a muerte. Hace tres años que está preso a la espera de ser ejecutado. Su crimen: ser homosexual en Irán.
En los últimos 30 años el régimen de los ayatollahs ha ejecutado a cientos o incluso miles de gays, lesbianas y transexuales, según los datos de las ONGs que se movilizan en España para salvar la vida de Safavi.
No es fácil salvar a alguien cuya existencia es negada desde el poder. Porque para el presidente iraní Ahmadineyad los homosexuales no existen. En 2007, estudiantes de la universidad de Columbia le preguntaron por la situación de los gays y lesbianas en Irán: “Nosotros no tenemos homosexuales como en su país”, respondió. “Nosotros no tenemos de eso”.
Según denuncias de la Organización Gay Iraní, una asociación con sede en Canadá que trabaja por los derechos homosexuales, antes de morir los reos pasan por una larga temporada en prisión, igual que Nemat Safavi. Allí son torturados, violados y expuestos al abuso de los otros presos. Antes de ser ejecutados, los homosexuales son flagelados a latigazos en público.
Según el régimen que encabeza Ahmadineyad, Nemat Sefavi merece morir por haber tenido relaciones homosexuales a los 16 años. Fue encarcelado cuando todavía era menor de edad.
Amnistía Internacional, la ONU, el Parlamento Europeo y la Premio Nobel de la Paz Chirine Abedi han solicitado sin éxito a Irán el cese de las ejecuciones de niños y adolescentes.
En 2007 Amnistía publicó un informe titulado Irán, el último verdugo de menores, en el cual denunció varios casos como el de Nemat Safavi. Irán es el país que más menores de edad ha matado desde 1990.
No solo los homosexuales son ejecutados por el régimen teocrático iraní. Muchos otros “criminales” son también castigados con la pena de muerte.
Amnistía Internacional ha denunciado que en estos días una mujer llamada Kobra Babaei corre “riesgo inminente de ser lapidada” acusada de “adulterio estando casada”. Su marido, Rahim Mohammadi, ya fue ahorcado en octubre por el mismo cargo y por el de “sodomía”.
En realidad, Mohammadi y su esposa fueron condenados a morir por el delito de ser pobres. Según Amnistía, ambos se vieron forzados a prostituirse para poder vivir y mantener a su hija de 12 años luego de haber pasado muchos meses sin encontrar trabajo.
Las ejecuciones en Irán se han multiplicado desde las cuestionadas últimas elecciones que en junio mantuvieron a Ahmadineyad en el poder. Al menos 115 presos fueron ajusticiados desde entonces. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos piensan que es una manera de mostrar el poder del régimen. “Es un intento de sembrar la inquietud y expandir el terror entre la población”, dijo a The New York Times Hadi Ghaemi, un ex profesor de física que dirige la Campaña Internacional para los Derechos Humanos en Irán.
Solo China mata más presos que Irán. Pero Ahmadineyad cada año se esfuerza por conquistar el primer lugar. Durante su mandato las ejecuciones se cuadruplicaron: de 86 en 2005 pasaron a 346 en 2008, según Amnistía Internacional.
Además, intelectuales, periodistas y ex funcionarios del régimen reciben duras condenas tras breves juicios televisados a todo el país. El último caso fue el de Ahmad Ahmad Zeidabadi, un periodista reformista condenado a cinco años de cárcel solo por haber participado de las protestas que siguieron a las elecciones de junio. Además, se lo condenó a nunca más poder escribir o hacer política para el resto de su vida.
Algunos presos han declarado que fueron torturados y sodomizados en las cárceles. Tres expertos de la ONU denunciaron que los opositores políticos son torturados para que confiesen los crímenes de los que son acusados. También se denunció que chicas detenidas en las protestas contra el fraude electoral fueron violadas en prisión.
El teólogo islámico iraní Emad Baghi, que debía recibir en Ginebra el Premio Martin Ennals 2009, considerado el Nobel de los Derechos Humanos, no pudo recogerlo porque no lo dejaron salir del país. Fue la primera vez en sus 18 años de historia que un galardonado con el premio Ennals no lo pudo recibir en persona.
Baghi fue premiado por su lucha a favor de la igualdad de las mujeres y contra la pena de muerte y la tortura. Por eso, ha sido detenido 67 veces y vivió encarcelado cuatro de los últimos diez años. Está amenazado de muerte por sostener que la pena capital es contraria a los preceptos del Corán.
En España existe una intensa movilización para que el régimen teocrático iraní libere a Nemat Safavi. Cada jueves de mañana los teléfonos de la embajada de Teherán en Madrid colapsan debido a cientos de personas que se comunican exigiendo la libertad del muchacho condenado a muerte.
En América Latina nadie conoce a Nemat Safavi. Nadie informó sobre la muerte en la horca de Rahim Mohammadi y a nadie le preocupa que su esposa Kobra Babaei sea lapidada cualquier día de estos.
Ocurre que Ahmadineyad es el gran amigo de la nueva camada de presidentes “progresistas” latinoamericanos. Hace unos días, Lula lo tomó de la mano y lo abrazó con efusión. Evo Morales dijo que su gobierno tiene “enormes coincidencias” con el iraní. Chávez definió así al dictador, el mismo que organizó un concurso de chistes para burlarse de Anna Frank: “hermano Ahmadineyad, gladiador de las luchas antiimperialistas, ejemplo de firmeza, de constancia y de batalla por la libertad de su pueblo”.
¿Y los derechos humanos? ¿La tortura? ¿La ejecución de niños? ¿La lapidación de mujeres? ¿Los presos políticos? Bien, gracias.
Está visto que para algunos autoproclamados integrantes del “progresismo” latinoamericano torturar y violar a los presos puede ser malo o bueno, todo depende quién lo haga.
¿Cuál será la actitud del nuevo gobierno uruguayo ante Ahmadineyad?
Por influencia directa de Hugo Chávez sobre el actual gobierno de Tabaré Vázquez, Uruguay carga con el deshonor de ser uno de los dueños de la cadena Telesur, un canal puesto al servicio de la más burda propaganda iraní y chavista.
¿Nuestro apoyo a Ahmadineyad irá más allá todavía?
¿Alguien en Uruguay se animará a pedir por la libertad de Nemat Safavi?
Artículo de Leonardo Haberkorn
Proohibida su reproducción por cualquier medio sin autorización del autor
Derechos exclusivos blog El Informante
5.12.09
24.11.09
Querido Mena
Sin que hubiéramos tenido arte ni parte, a los de mi generación nos tocó ir al liceo durante la dictadura. Y para un liceal, el Uruguay de la dictadura era la cosa más sosa y aburrida del mundo.
No había política ni políticos. No se juntaban firmas, ni se organizaban marchas, ni se protestaba por nada. Los noticieros se dedicaban a la lectura de los comunicados del gobierno cívico-militar. Los diarios apestaban. No había revistas uruguayas. El mundo tenía dos tipos de países: democráticos y comunistas. No había rock uruguayo ni nada que se le pareciera. De la existencia del punk, de los Sex Pistols y The Clash, me enteraría con casi diez años de atraso, gracias a Los Estómagos. Tampoco existía lo que luego se llamó canto popular. No se podía nombrar a Zitarrosa ni al Sabalero ni a tantos otros. La marihuana era un tabú. El sexo también, y se debutaba indefectiblemente con una prostituta. Estar en la calle con los amigos era un peligro: tres veces pasé una noche preso solo por estar con amigos en una vereda.
En medio de ese panorama desolador, de ese desierto existencial, de esa nada, un día llegó Mena, el profesor de historia.
Venía precedido de una fama de lunático, transmitida por sus alumnos anteriores. Se contaba que una vez, cuando el pago de sueldos se había atrasado, Mena había llegado a clase con una guitarra y se la había pasado cantando. Y que a veces, cuando tenía un ataque de furia, le pegaba a los alumnos con su paraguas. Su andar encorvado potenciaba la leyenda. Así lo vimos llegar un día a nuestra clase. Estábamos en cuarto y ya nunca nada fue lo mismo que antes.
Mena enseñaba historia con pasión, intentando que entendiéramos las razones y las causas de los procesos históricos. Procuraba que captáramos la influencia del pasado en el presente. El mundo se movía y no era ese lugar insípido que parecía.
Aunque se supone que estaba prohibido, y ningún otro profesor lo hizo nunca, Mena nos habló por primera vez de política. Nos explicó lo que eran los blancos y los colorados. Nos habló de su amado Aparicio Saravia y también de Batlle, de sus vidas, sus ideas y de los valores que representaban. Nos abrió los ojos a un mundo que cuidadosamente nos habían ocultado. Nos contó miles de historias: de las matanzas del Goyo Jeta a los históricos negociados del Banco Comercial: descubrimos que Uruguay no era la nada: era un país con su historia, sus cretinos y sus héroes, como cualquier otro.
También nos hizo ver que la política volvería tarde o temprano, que la dictadura no duraría para siempre. Recuerdo que el día en que el general Gregorio Álvarez asumió la Presidencia se dedicó a analizar esa noticia, yendo mucho más allá que los diarios y los noticieros. Nos habló de sus esperanzas de una reapertura democrática, y nosotros con la boca abierta.
No recuerdo en qué curso fue, pero una vez nos mostró el libro de texto oficial del curso recomendado por las autoridades de Secundaria y nos aconsejó vivamente que no lo compráramos, nos advirtió que él no lo usaría porque aquel libro era un “vómito”. Lo dijo y lo reafirmó tomando un ejemplar del pupitre de una de nuestras compañeras y estrellándolo contra el piso. Anunció que él daría las clases y listo, sin texto. Así que el mundo no era solo obedecer y cumplir órdenes.
Nos recomendaba, en cambio, los libros de Alfredo Traversoni, que estaban prohibidos y proscriptos como su autor. Nos enseñaba a pensar, a razonar, ser críticos ante todo, algo que en la dictadura no te aconsejaban en ningún lado. Varios amigos recuerdan el día que nos pidió: "Recuerden que la Historia la escriben los vencedores, la niegan los vencidos y la creen los tontos”.
Es cierto que Mena se enojaba. A veces podía exhibir un mal humor muy amenazante y otras veces era irónico, sarcástico, incluso cruel, con quienes no captaban el espíritu crítico que deseaba transmitirnos. Sentía una verdadera fobia contra aquellos que estudiaban las lecciones de memoria. Una vez una estudiante no muy avispada habló en clase del “impuesto al sol”, cuando debía haber hablado del “impuesto a la sal” que se cobró en diversos lugares y momentos históricos. Mena se percató que aquella chica no entendía de qué estaba hablando, que solo repetía una lección mal memorizada. “¿Es un impuesto que se paga cuando alguien va a la playa y toma sol, por ejemplo?”, le preguntó. La alumna no dudó: “Sí, claro”. La voz de Mena atronó en todo el salón: “¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez!”.
Eso también: Mena era políticamente incorrecto de un modo glorioso. Hoy, cuando lo políticamente correcto lo ha invadido todo hasta la imbecilidad, cuando está mal llamar “chico” o “menor” a un niño, cuando para decir uruguayos hay que decir “uruguayas y uruguayos”, recuerdo que tener clase con Mena era siempre un desafío a las convenciones y un reto a la inteligencia. Con él las cosas nunca tenían que ser como se esperaba que fueran. Sin duda, detrás de su voz cascada y de su desatada ironía, sentía una gran ternura por esos adolescentes obligados a crecer en el espantoso Uruguay modelo 1970.
El profesor Celiar Enrique Mena Segarra falleció el domingo 22, en Montevideo. Tenía 75 años. Se calcula que tuvo 10.000 alumnos. Tuve la suerte de ser uno de ellos durante tres cursos: cuarto, quinto y sexto. Mena, con sus buenos y malos humores, sus risotadas y su paraguas, su guitarra y sus arranques de bronca, me abrió los ojos a un mundo enorme y complejo, mucho más rico e interesante de lo que yo nunca había imaginado.
Y eso es algo, querido profesor, de lo cual no voy a olvidarme nunca.
Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com
No había política ni políticos. No se juntaban firmas, ni se organizaban marchas, ni se protestaba por nada. Los noticieros se dedicaban a la lectura de los comunicados del gobierno cívico-militar. Los diarios apestaban. No había revistas uruguayas. El mundo tenía dos tipos de países: democráticos y comunistas. No había rock uruguayo ni nada que se le pareciera. De la existencia del punk, de los Sex Pistols y The Clash, me enteraría con casi diez años de atraso, gracias a Los Estómagos. Tampoco existía lo que luego se llamó canto popular. No se podía nombrar a Zitarrosa ni al Sabalero ni a tantos otros. La marihuana era un tabú. El sexo también, y se debutaba indefectiblemente con una prostituta. Estar en la calle con los amigos era un peligro: tres veces pasé una noche preso solo por estar con amigos en una vereda.
En medio de ese panorama desolador, de ese desierto existencial, de esa nada, un día llegó Mena, el profesor de historia.
Venía precedido de una fama de lunático, transmitida por sus alumnos anteriores. Se contaba que una vez, cuando el pago de sueldos se había atrasado, Mena había llegado a clase con una guitarra y se la había pasado cantando. Y que a veces, cuando tenía un ataque de furia, le pegaba a los alumnos con su paraguas. Su andar encorvado potenciaba la leyenda. Así lo vimos llegar un día a nuestra clase. Estábamos en cuarto y ya nunca nada fue lo mismo que antes.
Foto tomada de Produccionesdehachaytiza.blogspot.com |
Aunque se supone que estaba prohibido, y ningún otro profesor lo hizo nunca, Mena nos habló por primera vez de política. Nos explicó lo que eran los blancos y los colorados. Nos habló de su amado Aparicio Saravia y también de Batlle, de sus vidas, sus ideas y de los valores que representaban. Nos abrió los ojos a un mundo que cuidadosamente nos habían ocultado. Nos contó miles de historias: de las matanzas del Goyo Jeta a los históricos negociados del Banco Comercial: descubrimos que Uruguay no era la nada: era un país con su historia, sus cretinos y sus héroes, como cualquier otro.
También nos hizo ver que la política volvería tarde o temprano, que la dictadura no duraría para siempre. Recuerdo que el día en que el general Gregorio Álvarez asumió la Presidencia se dedicó a analizar esa noticia, yendo mucho más allá que los diarios y los noticieros. Nos habló de sus esperanzas de una reapertura democrática, y nosotros con la boca abierta.
No recuerdo en qué curso fue, pero una vez nos mostró el libro de texto oficial del curso recomendado por las autoridades de Secundaria y nos aconsejó vivamente que no lo compráramos, nos advirtió que él no lo usaría porque aquel libro era un “vómito”. Lo dijo y lo reafirmó tomando un ejemplar del pupitre de una de nuestras compañeras y estrellándolo contra el piso. Anunció que él daría las clases y listo, sin texto. Así que el mundo no era solo obedecer y cumplir órdenes.
Nos recomendaba, en cambio, los libros de Alfredo Traversoni, que estaban prohibidos y proscriptos como su autor. Nos enseñaba a pensar, a razonar, ser críticos ante todo, algo que en la dictadura no te aconsejaban en ningún lado. Varios amigos recuerdan el día que nos pidió: "Recuerden que la Historia la escriben los vencedores, la niegan los vencidos y la creen los tontos”.
Es cierto que Mena se enojaba. A veces podía exhibir un mal humor muy amenazante y otras veces era irónico, sarcástico, incluso cruel, con quienes no captaban el espíritu crítico que deseaba transmitirnos. Sentía una verdadera fobia contra aquellos que estudiaban las lecciones de memoria. Una vez una estudiante no muy avispada habló en clase del “impuesto al sol”, cuando debía haber hablado del “impuesto a la sal” que se cobró en diversos lugares y momentos históricos. Mena se percató que aquella chica no entendía de qué estaba hablando, que solo repetía una lección mal memorizada. “¿Es un impuesto que se paga cuando alguien va a la playa y toma sol, por ejemplo?”, le preguntó. La alumna no dudó: “Sí, claro”. La voz de Mena atronó en todo el salón: “¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez!”.
Eso también: Mena era políticamente incorrecto de un modo glorioso. Hoy, cuando lo políticamente correcto lo ha invadido todo hasta la imbecilidad, cuando está mal llamar “chico” o “menor” a un niño, cuando para decir uruguayos hay que decir “uruguayas y uruguayos”, recuerdo que tener clase con Mena era siempre un desafío a las convenciones y un reto a la inteligencia. Con él las cosas nunca tenían que ser como se esperaba que fueran. Sin duda, detrás de su voz cascada y de su desatada ironía, sentía una gran ternura por esos adolescentes obligados a crecer en el espantoso Uruguay modelo 1970.
El profesor Celiar Enrique Mena Segarra falleció el domingo 22, en Montevideo. Tenía 75 años. Se calcula que tuvo 10.000 alumnos. Tuve la suerte de ser uno de ellos durante tres cursos: cuarto, quinto y sexto. Mena, con sus buenos y malos humores, sus risotadas y su paraguas, su guitarra y sus arranques de bronca, me abrió los ojos a un mundo enorme y complejo, mucho más rico e interesante de lo que yo nunca había imaginado.
Y eso es algo, querido profesor, de lo cual no voy a olvidarme nunca.
Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com
19.11.09
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: "El alma de las cosas"
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el nuevo libro de Leonardo Haberkorn, fue presentado el martes 17 de noviembre por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra.
Figueredo, en un pasaje de su presentación, dijo:
Figueredo, en un pasaje de su presentación, dijo:
"A pesar de la variedad de temas, a pesar de la variedad de personajes, detrás de todas estas crónicas hay un gran denominador común, que es la capacidad de retratar desde costados muy distintos al mismo país, al Uruguay, que es la sociedad que está detrás de todas estas historias y de todos estos personajes".
"Ocupándose de cosas muy distintas -continuó Figueredo- el libro termina regalándonos un friso, un mosaico, de un país muy jodido como es el Uruguay hoy. Por lo tanto me congratulo que salga a la luz, que esta compilación nos devuelva al Haberkorn que los grandes medio se han dado el lujo de perder, y tengamos aquí para celebrar estas Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, que se las recomiendo muy calurosamente".
Por su parte, Gabriel Pereyra afirmó: "Creo que el buen periodismo es aquel que logra trascender los hechos que son caducos y puede atisbarle el alma a las cosas, que es algo mucho más perenne y que tiene que ver con la palabra escrita. Y creo que este libro lo logra".
La presentación se realizó en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT."Ocupándose de cosas muy distintas -continuó Figueredo- el libro termina regalándonos un friso, un mosaico, de un país muy jodido como es el Uruguay hoy. Por lo tanto me congratulo que salga a la luz, que esta compilación nos devuelva al Haberkorn que los grandes medio se han dado el lujo de perder, y tengamos aquí para celebrar estas Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, que se las recomiendo muy calurosamente".
Por su parte, Gabriel Pereyra afirmó: "Creo que el buen periodismo es aquel que logra trascender los hechos que son caducos y puede atisbarle el alma a las cosas, que es algo mucho más perenne y que tiene que ver con la palabra escrita. Y creo que este libro lo logra".
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