24.11.09

Querido Mena

Sin que hubiéramos tenido arte ni parte, a los de mi generación nos tocó ir al liceo durante la dictadura. Y para un liceal, el Uruguay de la dictadura era la cosa más sosa y aburrida del mundo.
No había política ni políticos. No se juntaban firmas, ni se organizaban marchas, ni se protestaba por nada. Los noticieros se dedicaban a la lectura de los comunicados del gobierno cívico-militar. Los diarios apestaban. No había revistas uruguayas. El mundo tenía dos tipos de países: democráticos y comunistas. No había rock uruguayo ni nada que se le pareciera. De la existencia del punk, de los Sex Pistols y The Clash, me enteraría con casi diez años de atraso, gracias a Los Estómagos. Tampoco existía lo que luego se llamó canto popular. No se podía nombrar a Zitarrosa ni al Sabalero ni a tantos otros. La marihuana era un tabú. El sexo también, y se debutaba indefectiblemente con una prostituta. Estar en la calle con los amigos era un peligro: tres veces pasé una noche preso solo por estar con amigos en una vereda.
En medio de ese panorama desolador, de ese desierto existencial, de esa nada, un día llegó Mena, el profesor de historia.
Venía precedido de una fama de lunático, transmitida por sus alumnos anteriores. Se contaba que una vez, cuando el pago de sueldos se había atrasado, Mena había llegado a clase con una guitarra y se la había pasado cantando. Y que a veces, cuando tenía un ataque de furia, le pegaba a los alumnos con su paraguas. Su andar encorvado potenciaba la leyenda. Así lo vimos llegar un día a nuestra clase. Estábamos en cuarto y ya nunca nada fue lo mismo que antes.
Celiar Enrique Mena Segarra, profesor Mena Segarra
Foto tomada de Produccionesdehachaytiza.blogspot.com
Mena enseñaba historia con pasión, intentando que entendiéramos las razones y las causas de los procesos históricos. Procuraba que captáramos la influencia del pasado en el presente. El mundo se movía y no era ese lugar insípido que parecía.
Aunque se supone que estaba prohibido, y ningún otro profesor lo hizo nunca, Mena nos habló por primera vez de política. Nos explicó lo que eran los blancos y los colorados. Nos habló de su amado Aparicio Saravia y también de Batlle, de sus vidas, sus ideas y de los valores que representaban. Nos abrió los ojos a un mundo que cuidadosamente nos habían ocultado. Nos contó miles de historias: de las matanzas del Goyo Jeta a los históricos negociados del Banco Comercial: descubrimos que Uruguay no era la nada: era un país con su historia, sus cretinos y sus héroes, como cualquier otro.
También nos hizo ver que la política volvería tarde o temprano, que la dictadura no duraría para siempre. Recuerdo que el día en que el general Gregorio Álvarez asumió la Presidencia se dedicó a analizar esa noticia, yendo mucho más allá que los diarios y los noticieros. Nos habló de sus esperanzas de una reapertura democrática, y nosotros con la boca abierta.
No recuerdo en qué curso fue, pero una vez nos mostró el libro de texto oficial del curso recomendado por las autoridades de Secundaria y nos aconsejó vivamente que no lo compráramos, nos advirtió que él no lo usaría porque aquel libro era un “vómito”. Lo dijo y lo reafirmó tomando un ejemplar del pupitre de una de nuestras compañeras y estrellándolo contra el piso. Anunció que él daría las clases y listo, sin texto. Así que el mundo no era solo obedecer y cumplir órdenes.
Nos recomendaba, en cambio, los libros de Alfredo Traversoni, que estaban prohibidos y proscriptos como su autor. Nos enseñaba a pensar, a razonar, ser críticos ante todo, algo que en la dictadura no te aconsejaban en ningún lado. Varios amigos recuerdan el día que nos pidió: "Recuerden que la Historia la escriben los vencedores, la niegan los vencidos y la creen los tontos”.
Es cierto que Mena se enojaba. A veces podía exhibir un mal humor muy amenazante y otras veces era irónico, sarcástico, incluso cruel, con quienes no captaban el espíritu crítico que deseaba transmitirnos. Sentía una verdadera fobia contra aquellos que estudiaban las lecciones de memoria. Una vez una estudiante no muy avispada habló en clase del “impuesto al sol”, cuando debía haber hablado del “impuesto a la sal” que se cobró en diversos lugares y momentos históricos. Mena se percató que aquella chica no entendía de qué estaba hablando, que solo repetía una lección mal memorizada. “¿Es un impuesto que se paga cuando alguien va a la playa y toma sol, por ejemplo?”, le preguntó. La alumna no dudó: “Sí, claro”. La voz de Mena atronó en todo el salón: “¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez!”.
Eso también: Mena era políticamente incorrecto de un modo glorioso. Hoy, cuando lo políticamente correcto lo ha invadido todo hasta la imbecilidad, cuando está mal llamar “chico” o “menor” a un niño, cuando para decir uruguayos hay que decir “uruguayas y uruguayos”, recuerdo que tener clase con Mena era siempre un desafío a las convenciones y un reto a la inteligencia. Con él las cosas nunca tenían que ser como se esperaba que fueran. Sin duda, detrás de su voz cascada y de su desatada ironía, sentía una gran ternura por esos adolescentes obligados a crecer en el espantoso Uruguay modelo 1970.
El profesor Celiar Enrique Mena Segarra falleció el domingo 22, en Montevideo. Tenía 75 años. Se calcula que tuvo 10.000 alumnos. Tuve la suerte de ser uno de ellos durante tres cursos: cuarto, quinto y sexto. Mena, con sus buenos y malos humores, sus risotadas y su paraguas, su guitarra y sus arranques de bronca, me abrió los ojos a un mundo enorme y complejo, mucho más rico e interesante de lo que yo nunca había imaginado.
Y eso es algo, querido profesor, de lo cual no voy a olvidarme nunca.

Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

19.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: "El alma de las cosas"

Marcello Figueredo, Leonardo Haberkorn, Gabriel Pereyra
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el nuevo libro de Leonardo Haberkorn, fue presentado el martes 17 de noviembre por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra.
Figueredo, en un pasaje de su presentación, dijo:
"A pesar de la variedad de temas, a pesar de la variedad de personajes, detrás de todas estas crónicas hay un gran denominador común, que es la capacidad de retratar desde costados muy distintos al mismo país, al Uruguay, que es la sociedad que está detrás de todas estas historias y de todos estos personajes".
"Ocupándose de cosas muy distintas -continuó Figueredo- el libro termina regalándonos un friso, un mosaico, de un país muy jodido como es el Uruguay hoy. Por lo tanto me congratulo que salga a la luz, que esta compilación nos devuelva al Haberkorn que los grandes medio se han dado el lujo de perder, y tengamos aquí para celebrar estas Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, que se las recomiendo muy calurosamente".
Por su parte, Gabriel Pereyra afirmó: "Creo que el buen periodismo es aquel que logra trascender los hechos que son caducos y puede atisbarle el alma a las cosas, que es algo mucho más perenne y que tiene que ver con la palabra escrita. Y creo que este libro lo logra".
La presentación se realizó en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT.

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Marcello Figueredo. Gabriel Pereyra. Leonardo Haberkorn


9.11.09

Un ejemplo para el mundo

Ojalá la campaña electoral termine pronto.
Uno se cansa de tener que escuchar todos los días, durante diez meses, la misma tensa y encendida discusión… sobre la nada.
Ninguno de los temas que importan está hoy arriba de la mesa.
¿Se hará algo para rescatar la educación pública de su actual catástrofe? ¿Se limitará el poder corporativo de los sindicatos docentes? ¿Cómo se hará para que en los liceos públicos y en la UTU se termine la estafa que significa un 20, 30, 40 por ciento de ausentismo de los profesores? ¿Se evaluará de una vez el desempeño de los docentes?
Mientras otros países se imponen el desafío de que todos sus jóvenes aprendan inglés, acá ni siquiera hablamos de cómo podemos hacer para que los liceales vuelvan a aprender a escribir en castellano.
Es triste ver cómo se usa el Plan Ceibal, que es muy positivo, como coartada para disimular el desastre global de la educación. El Plan Ceibal es la alfombra debajo de la cual se barre toda la basura del nuestras escuelas y liceos. Alguien tiene que decirlo: tener una computadora desde niño está muy bien, pero no alcanza, ni garantiza nada.
Tampoco ningún candidato se ha animado a hablar sin tapujos de la central nuclear que, según parece, todos los partidos apoyan.
¿Podemos lanzarnos a semejante aventura envueltos en el ominoso silencio con el que el tema ha sido sepultado? ¿Es nuestra única alternativa ante la dependencia energética? ¿Y cómo sería la central nuclear uruguaya? ¿Tendría la eficiencia histórica del Correo? ¿La precisión de la Dirección de Meteorología? ¿El nivel tecnológico de nuestra Policía? ¿Se inundaría como la Biblioteca Nacional? ¿Haría paros sorpresivos como el transporte? ¿Quién la dirigirá? ¿Un recomendado del hermano del presidente? ¿Un científico uruguayo de primera línea como Perera? ¿Un candidato que no consiguió llegar al Parlamento?
De los residuos nucleares ni hablemos. ¿Serán como las armas del Ejército que terminan alimentado misteriosos arsenales?
No se discute en términos serios cómo mejorar la seguridad pública, ni qué política seguir frente al delito, ni qué hacer con nuestras Fuerzas Armadas. De nada de esto se habla en esta campaña. Tampoco de nuestro modelo productivo, de nuestros salarios tercermundistas, de cómo haremos para salir de la pobreza. ¿O seguiremos festejando el pobrismo y repartiendo limosna para siempre?
Nadie ha dicho tampoco cómo será el Estado uruguayo. ¿Seguiremos contratando empleados públicos de a miles? ¿No estábamos todos de acuerdo en el daño que causa el clientelismo? ¿Se seguirá alimentando el poder de las corporaciones? ¿Éste es nuestro modelo de sociedad democrática?
No se ha dicho una sola palabra sobre seguridad social, una bomba de tiempo alimentada por nuestra baja natalidad, la emigración y nuestro altísimo porcentaje de jubilados.
¿Y de nuestra inserción internacional? Nada. ¿Tendremos una relación privilegiada con Estados Unidos? ¿Seguiremos en un Mercosur que no funciona? ¿Tenemos alguna idea para que funcione? ¿Hasta dónde llegará nuestra asociación con Hugo Chávez? Silencio. Ya nos enteraremos.
Es una campaña hueca, vacía, mentirosa. Una campaña donde un candidato acusa al otro de vivir en un tugurio. El otro responde que le va a regalar una caja de Viagra. Y las hinchadas festejan.
Todo nuestro primitivismo se exhibe sin pudor en este circo: mortalmente peleados por nada, divididos en tolderías, incapaces de escuchar lo que dice el otro. En nuestro atraso, todo es blanco o negro. Todavía no hemos descubierto lo que son los matices.
Lo peor es ver la reacción entusiasta y hemipléjica de tanta gente ante este pobre espectáculo. Ven solo la mitad de la miseria. Hay demasiados uruguayos que viven la política con la ceguera y el fanatismo del fundamentalismo religioso. Y yo quiero vivir en Uruguay, no en Irán.
Lo peor es tener que escuchar a los que repiten que esta versión clase C de una democracia, financiada quién sabe por quién, con estos candidatos, con estos partidos, con esta prensa, con esta hemiplejia, es un ejemplo para el mundo.
¿Un ejemplo de qué?

Artículo de Leonardo Haberkorn
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