Ojalá la campaña electoral termine pronto.
Uno se cansa de tener que escuchar todos los días, durante diez meses, la misma tensa y encendida discusión… sobre la nada.
Ninguno de los temas que importan está hoy arriba de la mesa.
¿Se hará algo para rescatar la educación pública de su actual catástrofe? ¿Se limitará el poder corporativo de los sindicatos docentes? ¿Cómo se hará para que en los liceos públicos y en la UTU se termine la estafa que significa un 20, 30, 40 por ciento de ausentismo de los profesores? ¿Se evaluará de una vez el desempeño de los docentes?
Mientras otros países se imponen el desafío de que todos sus jóvenes aprendan inglés, acá ni siquiera hablamos de cómo podemos hacer para que los liceales vuelvan a aprender a escribir en castellano.
Es triste ver cómo se usa el Plan Ceibal, que es muy positivo, como coartada para disimular el desastre global de la educación. El Plan Ceibal es la alfombra debajo de la cual se barre toda la basura del nuestras escuelas y liceos. Alguien tiene que decirlo: tener una computadora desde niño está muy bien, pero no alcanza, ni garantiza nada.
Tampoco ningún candidato se ha animado a hablar sin tapujos de la central nuclear que, según parece, todos los partidos apoyan.
¿Podemos lanzarnos a semejante aventura envueltos en el ominoso silencio con el que el tema ha sido sepultado? ¿Es nuestra única alternativa ante la dependencia energética? ¿Y cómo sería la central nuclear uruguaya? ¿Tendría la eficiencia histórica del Correo? ¿La precisión de la Dirección de Meteorología? ¿El nivel tecnológico de nuestra Policía? ¿Se inundaría como la Biblioteca Nacional? ¿Haría paros sorpresivos como el transporte? ¿Quién la dirigirá? ¿Un recomendado del hermano del presidente? ¿Un científico uruguayo de primera línea como Perera? ¿Un candidato que no consiguió llegar al Parlamento?
De los residuos nucleares ni hablemos. ¿Serán como las armas del Ejército que terminan alimentado misteriosos arsenales?
No se discute en términos serios cómo mejorar la seguridad pública, ni qué política seguir frente al delito, ni qué hacer con nuestras Fuerzas Armadas. De nada de esto se habla en esta campaña. Tampoco de nuestro modelo productivo, de nuestros salarios tercermundistas, de cómo haremos para salir de la pobreza. ¿O seguiremos festejando el pobrismo y repartiendo limosna para siempre?
Nadie ha dicho tampoco cómo será el Estado uruguayo. ¿Seguiremos contratando empleados públicos de a miles? ¿No estábamos todos de acuerdo en el daño que causa el clientelismo? ¿Se seguirá alimentando el poder de las corporaciones? ¿Éste es nuestro modelo de sociedad democrática?
No se ha dicho una sola palabra sobre seguridad social, una bomba de tiempo alimentada por nuestra baja natalidad, la emigración y nuestro altísimo porcentaje de jubilados.
¿Y de nuestra inserción internacional? Nada. ¿Tendremos una relación privilegiada con Estados Unidos? ¿Seguiremos en un Mercosur que no funciona? ¿Tenemos alguna idea para que funcione? ¿Hasta dónde llegará nuestra asociación con Hugo Chávez? Silencio. Ya nos enteraremos.
Es una campaña hueca, vacía, mentirosa. Una campaña donde un candidato acusa al otro de vivir en un tugurio. El otro responde que le va a regalar una caja de Viagra. Y las hinchadas festejan.
Todo nuestro primitivismo se exhibe sin pudor en este circo: mortalmente peleados por nada, divididos en tolderías, incapaces de escuchar lo que dice el otro. En nuestro atraso, todo es blanco o negro. Todavía no hemos descubierto lo que son los matices.
Lo peor es ver la reacción entusiasta y hemipléjica de tanta gente ante este pobre espectáculo. Ven solo la mitad de la miseria. Hay demasiados uruguayos que viven la política con la ceguera y el fanatismo del fundamentalismo religioso. Y yo quiero vivir en Uruguay, no en Irán.
Lo peor es tener que escuchar a los que repiten que esta versión clase C de una democracia, financiada quién sabe por quién, con estos candidatos, con estos partidos, con esta prensa, con esta hemiplejia, es un ejemplo para el mundo.
¿Un ejemplo de qué?
Artículo de Leonardo Haberkorn
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