9.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas


Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nombre de mi nuevo libro.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad, todos en la línea del periodismo narrativo. Ellos son:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, suyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en los diarios. Esta historia le sirvió de inspiración al músico Garo Arakelian para componer la canción "Gloria", de su disco que lleva el nombre, justamente, de "Un mundo sin Gloria".
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
“La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
"El Gladiador": una semblanza del polémico director técnico de fútbol Julio Ribas.
"Kohen versus Kohen": la increíble historia de un hombre que desafió y venció a la naturaleza solo para demostrarle que era tan inteligente como su hermano.
"Regusci contra el petróleo": la peripecia del inventor uruguayo que lucha por fabricar un motor que funciona con aire comprimido.
Una introducción en la cual reflexiono sobre el periodismo actual completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT:
Las críticas recibidas pueden leerse aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.
 

 

4.11.09

Boldo: la hierba buena que hace mal

Que un científico de primera línea denuncie que una bebida muy común es tóxica sería motivo de alarma en cualquier país del mundo. Sin embargo, en Uruguay eso ocurrió y no pasó nada.
En junio de 2007 la doctora Irene Litvan dijo en el programa Viva la tarde de radio Sarandí que el té de boldo mataba las células del cerebro y podía desencadenar un tipo raro y grave del mal de Parkinson llamado PSP. “El té de boldo no se debería tomar. Parece algo común pero es realmente muy tóxico. Hay muchos estudios hechos en Francia, en Alemania, que demuestran la toxicidad de algunas sustancias que posee”, dijo la doctora.
En noviembre de 2007, Litvan volvió a repetir sus advertencias en la misma radio y alertó sobre el consumo de boldo como digestivo. “No tiene casi sentido que uno pueda mejorar la salud con una sustancia que mata las células”, afirmó la doctora. No tiene ninguna lógica, agregó, “querer tener un buen hígado y un mal cerebro”.
Semejantes acusaciones deberían haber provocado algún tipo de reacción de las autoridades y una respuesta de los fabricantes y agentes comerciales del boldo. Pero nada de eso ocurrió.
Litvan no es una doctora más. Nacida en Montevideo y radicada en Estados Unidos, es una autoridad neurológica mundial. Es directora del Programa de Movimientos Anormales de la Universidad de Louisville. Su trabajo consiste en investigar cómo frenar los efectos de enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer. El Instituto de Salud de Estados Unidos le otorgó 3,4 millones de dólares para financiar sus investigaciones, según informó el diario El País de Montevideo.
Litvan procura también determinar qué tipo de sustancias pueden hacer que una persona con cierta predisposición genética termine por padecer el Parkinson o una variante más compleja y grave, la Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP), una enfermedad en la cual los pacientes no responden a los medicamentos. Esas sustancias que pueden desencadenar estas graves enfermedades pueden ser alimentos. Y es allí donde aparece el boldo.

De la guanábana al boldo

El boldo es un árbol de hojas perennes que puede medir hasta seis metros y crece principalmente en Chile, aunque también en Argentina y Perú. También se lo cultiva en países europeos y africanos de la cuenca del Mediterráneo, donde se aclimató. El boldo mueve mucho dinero: sólo Chile exporta más de mil toneladas de hojas al año. Las exportaciones chilenas crecieron 127% entre 2002 y 2007. Su principal cliente es Argentina, seguido de Brasil, Paraguay y España.
Las cualidades medicinales de este árbol –un arbusto en realidad- son conocidas desde hace siglos, en especial como estimulante hepático, pero también como diurético, digestivo, sedante y antioxidante.
Pero en 1999 ocurrió algo. La neuróloga francesa Dominique Caparros-Lefebvre comenzó a investigar por qué en la isla de Guadalupe, en el Caribe, había un número excepcionalmente alto de casos de PSP y manifestaciones atípicas del mal de Parkinson.
De la investigación surgió que un alto porcentaje de esos enfermos de PSP y Parkinson atípico comían con frecuencia los frutos de unos árboles llamados Anona muricata y Anona purpurea, y bebían un té hecho con sus hojas. Las frutas de estos árboles son conocidas como pawpaw o soursop en Guadalupe, pero existen en otros lugares de América. El soursop en castellano es conocido como guanábana y se lo llama graviola en portugués. En el nordeste de Brasil, muchos lo habrán probado de vacaciones, en exquisitos jugos y helados de color blanco.
El siguiente paso fue estudiar la composición química de la guanábana. Se descubrió entonces que esta planta posee unos alcaloides muy tóxicos, como la reticulina y la isoboldina. Sucesivos estudios de laboratorio revelaron que, por ejemplo, la reticulina mata cierto tipo de células cerebrales. En laboratorios, estos alcaloides desataron el Parkinson en animales. “Uno o dos pawpaw al mes durante dos años hacen que una rata tenga parkinsonismo”, dijo Litvan.
La doctora Caparros-Lefebvre y sus colaboradores estudiaron luego qué otros plantas consumidas por el ser humano poseen los mismos alcaloides tóxicos. El boldo fue señalado como una de ellas. Otras fueron la fumaria, la hidrastis y la celidonia.
La doctora Litvan, entrevistada por correo electrónico para este reportaje, relató que fue la propia Caparros-Lefebvre quien le advirtió que el té de boldo que se consume en países como Argentina representaba el mismo peligro que el té de guanábana y otras plantas similares consumidas en Guadalupe.
Litvan hizo pública esta información en un artículo publicado en 2003 en la revista científica Movements Disorders con el título de “Update of epidemiological aspects of Progressive Supranuclear Palsy”, cuatro años antes de la entrevista en radio Sarandí.

Investigación trunca

Los estudios de Caparros-Lefebvre son hoy una referencia en el mundo entero. Una búsqueda en Google del nombre de la doctora francesa arroja 16.300 resultados.
Pero, curiosamente, la relación entre el boldo y el Parkinson pudo ser descubierta en Uruguay años antes que Caparros-Lefebvre realizara su celebrado trabajo.
Entre 1995 y 1997 en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable se desarrolló una investigación conjunta entre esa dependencia estatal y dos laboratorios privados, que financiaban el experimento. El objetivo era estudiar si el boldo podía servir para combatir el mal de Parkinson.
“Pensamos que el boldo, como es un muy buen antioxidante, podía ser útil contra el Parkinson”, dijo Federico Dajas, médico e investigador jefe del Departamento de Neuroquímica del Clemente Estable.
Bajo esa hipótesis de trabajo, el boldo comenzó a ser administrado a un grupo de ratas con Parkinson. Pero los resultados no fueron los previstos. “Las ratas no mejoraban. Algunas se mantenían igual y otras empeoraban”, relató Dajas.
Como el efecto del boldo era contrario al planteado en la hipótesis del experimento, sus responsables decidieron suspenderlo antes de que llegara a su fin. Por eso nunca se publicaron sus resultados, ni tampoco se divulgó lo ocurrido.
Hoy Dajas sostiene que de lo experimentado no se pueden extraer conclusiones válidas para los humanos. Por un lado la experiencia no se terminó. Por otro lado, “de lo que ocurre con las ratas es muy arriesgado inferir una conclusión clínica porque las ratas reciben dosis muy altas”. También destacó que no todas las especies animales reaccionan igual ante los alimentos.
Sin embargo, a la luz de los descubrimientos realizados apenas un par de años después por Caparros-Lefebvre, parece evidente que, en términos de simple y puro conocimiento, hubiera sido bueno seguir adelante con aquel experimento que estaba revelando información tan grave sobre un producto que miles de uruguayos consumen día a día.
“Tan importante como saber si el boldo hace bien es saber si hace mal”, dijo la doctora Litvan por correo electrónico.

Natural y también tóxico

Los neurólogos uruguayos saben que Litvan es una científica de prestigio mundial, pero por ahora en lo que respecta al boldo prefieren mirar para otro lado. La doctora Ofrenda de Medina, integrante del grupo de trabajo sobre Parkinson de la Sociedad de Neurología, dijo que las investigaciones de Caparros-Lefebvre y las denuncias de Litvan son datos sobre los que hay que “esperar una confirmación”.
De todos modos, la neuróloga alertó sobre el consumo imprudente de hierbas supuestamente medicinales.
“Lo principal es que la gente sepa que las hierbas pueden no ser inofensivas. Hay que asesorarse, porque algunas son muy tóxicas”.
La doctora Salomé Fernández, integrante del CIAT y experta en toxicología, dijo que “aunque son pocas las especies vegetales cuya toxicidad intrínseca es elevada, la administración reiterada de dosis elevadas de una planta aparentemente inocua puede ser nociva”.
Que el boldo tiene componentes tóxicos es algo que se conoce desde mucho antes que las investigaciones de Caparros-Lefebvre. El boldo, por ejemplo, tiene ascaridol, una conocida sustancia tóxica, peligrosa si se la ingiere en demasía o por período prolongados.
Por eso, en varios portales de Internet dedicados al uso de hierbas o a la información sobre medicamentos se advierte que el boldo no puede beberse en forma permanente.
“No se recomienda el uso del boldo durante períodos de más de cuatro semanas ni tampoco el uso del aceite esencial de boldo debido a la presencia de sustancias como ascaridol y 4-terpineol, que son tóxicas e irritantes”, dice Portalfarma.com.
También se agrega que “el boldo no debe usarse durante el embarazo debido a la presencia de ascaridol, que es una sustancia tóxica que puede producir efectos adversos en el feto”.
En la página web del doctor Alberto Cormillot se sostiene que el boldo no debe ser consumido por “pacientes con obstrucciones en el tracto biliar o con enfermedad hepática severa”. También que “dosis muy altas pueden causar parálisis”. Esas advertencias están basadas en la monografía Intoxicaciones por té y yuyos de Carolina Rojido, Yanina Pross y Andrés Zapata, de la Cátedra de Pediatría II de la Universidad Nacional de Rosario.
Sin embargo, este tipo de precauciones no son conocidas en general por el público, que consume boldo para mejorar su digestión.
Para la doctora Litvan es grave que el boldo se venda en forma libre, sin ningún tipo de advertencia y sin que se divulgue los peligros que entraña.
Cuando fue entrevistada por radio Sarandí, una oyente llamó y contó que había tomado boldo durante siete años consecutivos. En forma paralela comenzó a perder la vista por un motivo que los médicos estimaban inexplicable. La perdida de visión, originada en un problema neurológico, sólo se detuvo, según contó, cuando dejó de beber las infusiones de la hierba.
A través del correo electrónico se le preguntó a Litvan si consideraba que existía una dosis segura para consumir el boldo. Respondió: “¿Para qué tomar algo que puede ser tóxico? Es como jugar con fuego”.

Fragmento de un artículo de Leonardo Haberkorn publicado en la revista uruguaya Placer, edición de agosto-setiembre de 2008.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
Derechos exclusivos blog El Informante



Nota. El 3 de marzo de 2011 recibí el siguiente mensaje por correo electrónico de la doctora Irene Litvan, que reproduzco manteniendo la redacción y ortografía originales:


"Estoy recibiendo emails de mucha gente en relacion a su articulo que se esta difundiendo por la internet.  Le quiero volver a aclarar que yo no hago investigaciones sobre el boldo, mi investigacion es sobre una fruta que se llama pawpaw, que es un nuevo cultivo en USA, y que es de la misma familia que otra que crece en el tropico (isla de Guadalupe) que tiene multiples nombres (en el centro y norte de Sudamerica se llama guanabana) y se ha asociado en dos estudios epidemiologicos con una enfermedad neurodegenerativa parkinsoniana que yo tambien estudio (PSP). En los paises de centro (por ejemplo Mejico) y norte de Sudamerica (por ejemplo Colombia) se come esta fruta, se ingieren jugos, helados y te de guanabana.
Cuando hable en radio Sarandi, la investigadora que estaba trabajando en la isla de Guadalupe, Dra Caparros-Lefebvre, me habia dicho y ella habia publicado un capitulo en el que decia que que en sudamerica le llamaban boldo a la misma planta, pero luego he visto que el boldo viene de plantas diferentes. No conozco experimentos con boldo y toxicidad y no se ha asociado que yo sepa a ninguna enfermedad neurologica.  Por otro lado, un reporte de la European Food Safety authority del 2009 (pagina 73) pone al boldo como potencialmente toxico pues contiene uno compuesto, tetrahidroisoquinolona que esta en la fruta tropical de Guadalupe y en otros estudios se demostro que es tambien toxica para las neuronas y en modelos animales tambien produce parkinsonismo. Si bien el te de boldo podria ser  potencialmente toxico para las neuronas, lo que no se sabe es cuanta cantidad de compuestos potencialmente toxicos hay en un te de boldo y cuantos años uno tendria que tomarlo para que sea toxico.  Debe de llevar años para que un te que normalmente tiene pocas cantidades de una fruta sea toxico, pero por prudencia no tomaria boldo y esto es lo que afirme cuando hable en la radio Sarandi y sigo pensando a pesar que no haya de momento datos al respecto".

Publicado el mensaje que me solicita Litvan solo me resta recordar que, obviamente, todas las citas adjudicadas a la doctora en la nota original están respaldadas en grabaciones o en correos electrónicos escritos por ella misma.

Leonardo Haberkorn

23.10.09

El país con más vivos del mundo

Aterrizamos en Lima a medianoche. Habíamos reservado una habitación a través de internet. Los responsables del hotel Sipán habían prometido recogernos en el aeropuerto, pero no estaban.
A la salida de la terminal aérea decenas de taxistas ofrecían sus servicios a gritos. Como también había muchos policías y agentes de seguridad, pensé que todos serían taxis oficiales y seguros. Pero el auto al que finalmente subimos no tenía identificación ni el clásico cartel plástico que dice “taxi” en el techo. “Éste no es un taxi”, le dije. “Sí, es”, me respondió el hombre mientras sacaba un cartel de plástico de debajo de su asiento y lo colocaba sobre el tablero del auto.
Intenté no transmitirle ni preocupación a mi esposa y mi hija de cinco años. El coche tampoco tenía taxímetro, algo común a todos los taxis del Perú: lo que te cobran te lo cobran a ojo.
A la salida del aeropuerto había un peaje, pero el taxista evitó pagarlo dando un sencillo rodeo por una calle aledaña. Me sorprendí. En Uruguay a muchos les gustaría saltearse los peajes, pero nadie les deja una calle libre para hacerlo. ¿Cómo podía ser tan fácil burlar un peaje? ¿Por qué algunos pagaban si era tan fácil no hacerlo? ¿Llegaríamos al hotel o seríamos desvalijados en el camino? El taxi avanzaba en la noche limeña.

***

Llegamos sanos y salvos al hotel Sipán, en la esquina de la Vía Expresa y 28 de Julio, en pleno Miraflores. No habían ido a buscarnos al aeropuerto, nos dijeron, porque se habían confundido de fecha. Nos instalamos en nuestra pieza sin saber que en ese hotel seríamos noticia.
El primer día en Lima transcurrió sin sobresaltos. Por la mañana visitamos la renombrada colección de piezas indígenas del Museo del Oro. Pagamos la entrada, que no es barata. Como anticipo de las bellezas que veríamos, en el boleto de entrada venía la foto de la pieza más bella de la colección: un cuchillo ceremonial inca (“tumi”) de oro.
Recorrimos el museo y efectivamente vimos objetos hermosos, como una máscara dorada que llora lágrimas de esmeraldas. Al salir de la sala subimos por una escalera rodeada de afiches y recortes de prensa del mundo entero que alaban la colección. Casi todos los artículos y posters estaban ilustrados con la misma imagen: el magnífico tumi de oro impreso en el boleto de entrada.
Fue ahí que me di cuenta: no habíamos visto esa pieza en nuestra recorrida. Preguntamos y un funcionario del museo nos dijo que no la habíamos visto porque estaba en España, exhibida allí junto con otra parte de la colección del museo.
Deberían habernos avisado antes, pensé, pero no le di mucha importancia. Sólo cuando las situaciones de este tipo comenzaron a repetirse una y otra vez en nuestro maravilloso viaje por el Perú, volví a acordarme del asunto.

***

Tras el paseo llegamos al hotel Sipán con ganas de descansar, pero la dueña nos esperaba en persona y con cara de evidente nerviosismo.
Habían entrado ladrones, nos anunció: “Vayan a ver si no les falta ningún polito”.
Abrimos la puerta de nuestra habitación con pánico. Todo nuestro equipaje, todo lo que traíamos estaba tirado y desparramado.
Por suerte, nos dijo la dueña del hotel, los ladrones no habían dado con la caja de seguridad colectiva, donde habíamos depositado nuestro dinero. La mujer dijo que dispusiéramos a nuestro antojo de las bebidas del frigobar para reponernos del mal trance. Tomando coca cola, pensamos que sólo se habían llevado la radio Barbie de nuestra hija. Dos días después, preparándonos para partir hacia Cusco, vimos que también nos habían robado dos camperas impermeables nuevas, marca Reebok, que habíamos traído para enfrentar la temporada de lluvias de la sierra.
La dueña del hotel Sipán prometió hacerse responsable. Dijo que nos perdonaría el costo de una noche de alojamiento (40 dólares) para que pudiéramos comprar dos camperas iguales. Nos aconsejó ir a las tiendas Ripley, cerca del parque Kennedy. Fuimos, allí había camperas Reebok iguales a las nuestras, pero los 40 dólares no alcanzaban para comprar ni siquiera una.
Le dijimos eso a la mujer, pero 40 dólares era el límite de su responsabilidad.

***

Otras veces quisieron robarme de un modo más disimulado. El Lima un taxista quiso cobrarme 15 soles, mucho más de lo razonable, por llevarme de Larcomar a Barranco. En Cusco otro taxista me cobró un 25% más del precio convenido porque –dijo- tuvo que hacer dos cuadras extras. En esa ciudad, una agencia de turismo me hizo una reserva en un hotel tres estrellas, pero la pieza que nos dieron no tenía agua caliente. En el tren que nos trajo de vuelta de Machu Picchu olvidamos dos camperas, una de mi mujer y otra de nuestra hija. Unas horas después telefoneamos a la empresa Perú Rail y nos dijeron que en el tren sólo habían encontrado la de la niña.
Tras nuestra estancia en Lima y la inolvidable visita a Cusco, Pisaq y Machu Picchu, alquilamos un auto para recorrer la costa norte peruana.
No había pasado media hora desde nuestra partida, cuando un policía de tránsito nos detuvo y nos reclamó una coima para dejarnos seguir disfrutando de nuestras vacaciones.
Es curioso: en las carreteras del Perú está indicado cuando comienza una zona urbana en la que hay que manejar a 35, 45 o 55 kilómetros por hora. Pero nunca se aclara cuando finaliza. Los policías de tránsito suelen colocarse en esa zona semiurbana que hay al final de cada pueblo o ciudad. Naturalmente, el conductor al ver que la ciudad ya terminó ha comenzado a conducir un poco más rápido. Es ahí cuando estos guardianes de la ley aprovechan para aprovecharse.
“Aquí el límite de velocidad es de 35 kilómetros por hora”, me dijo el agente. Le respondí que la ciudad ya había terminado, pero me aclaró que el último cartel decía 35 kilómetros por hora y que esa señal seguía rigiendo mientras no apareciera otra. (De haber seguido ese criterio, todavía hoy estaría manejando al norte rumbo al Ecuador).
Mientras agitaba mi libreta de conductor frente a mis narices, el policía me planteó las cosas sin falsos pudores: podía ponerme una multa de 170 soles, sacarme la libreta, enviarla a una oficina en otra ciudad y arruinar nuestras vacaciones. Pero también podía devolverme mi documento en ese momento si yo evaluaba correctamente la situación. “Lo dejo a su evaluación”, repetía.
Le pregunté si 40 soles le parecía una evaluación correcta y frunció el ceño con disgusto. Le dije 50 y aceptó.

***

Nuestras vacaciones continuaron. En Trujillo, el empleado de un estacionamiento a dos cuadras de la plaza de Armas –la cochera Pizarro, en la calle Alfonso Ugarte- anotó en nuestro ticket que habíamos llegado a las 11.30, cuando en realidad eran las 12.30. Pretendía cobrarme una hora de más. Cuando le hice ver que me había puesto una hora equivocada, dijo que se había confundido. Me mostró que en el registro oficial del estacionamiento había puesto la hora correcta: era la jugada perfecta, nos cobraba una hora extra a nosotros, pero no se la pagaba a su patrón.
En el hotel Sol y Mar de Huanchaco quisieron cobrarme cinco soles por cada vez que nos habían calentado agua para el mate: 20 soles en total. Les dije que era una vergüenza, que en la mayoría de los lugares lo habían hecho gratis o, como máximo, cobrando uno o dos soles. Me negué a pagar. Finalmente la tarifa de cada termo de agua caliente bajó a dos soles.
No podíamos bajar la guardia nunca, había que estar atentos siempre. Un par de años atrás, buscando material para una artículo crítico del modo de ser de los uruguayos, visité al antropólogo Daniel Vidart. Hablamos de la “viveza criolla” ese rasgo típico uruguayo según el cual un partido de fútbol se puede ganar tirándole arena en los ojos al arquero rival. Yo creía que esa “viveza criolla” era una característica propia (y una lápida para el desarrollo) de los uruguayos y de los argentinos, que creen que lo mejor que hizo Maradona fue aquel gol con la mano. Vidart me explicó que no era así. Menospreciados y postergados por los colonizadores españoles, los criollos americanos habían adoptado la trapacería social, el arte de hacerle trampas al prójimo, como el modo de obtener las ventajas que el modelo político español les negaba. Eso no había empezado ni en Buenos Aires ni en Montevideo, sino en Lima y otras ciudades de la costa peruana, las primeras grandes sociedades criollas. Vidart me dijo que la viveza criolla en Perú era todavía mayor que la nuestra.

***

Yo había olvidado aquella entrevista con el sabio antropólogo. La recordé en el muelle de Huanchaco.
Ya era de noche cuando llegamos al muelle de ese coqueto balneario trujillano. Nunca antes había visto que se cobrara entrada para entrar en un muelle, pero un cartel lo indicaba con claridad: había que pagar dos soles por cabeza para dar un paseo por la escollera.
El boleto se abonaba en una pequeña casilla ubicada en la cabecera del muelle. El hombre que nos vendió los tickets ni nos miró siquiera; se limitó a cobrarnos y a darnos los dos talones de entrada. No nos cobró por la niña.
Estuvimos unos diez minutos escuchando las olas y luego comenzamos a desandar el camino saliendo del muelle. Cuando estábamos llegando a la cabecera noté algo raro: todo el mundo entraba sin pagar. Miré hacia la casilla donde se vendían las entradas: estaba cerrada a cal y canto. ¡Otra vez nos embromaron!, pensé.
Le pregunté a un policía qué pasaba. Me dijo que se cobraba entrada sólo hasta las 19.30. Le pregunté qué hora era en ese momento. Las 19.50, me dijo.
Nos habían vendido las entradas ya fuera de hora o, en el mejor de los casos, un minuto antes del horario gratuito, sin advertirnos nada.
Como en una película todas las imágenes volvieron a mi mente: el taxi falso, el hotel asaltado, la dueña que se haría responsable de todo lo robado, el museo del oro sin tumi de oro, el hotel tres estrellas sin agua caliente, el taxista de Cusco, el empleado del estacionamiento en Trujillo, aquella vieja entrevista con Vidart.
Tenía que escribirlo.

***

Por supuesto: éste es un artículo injusto. Nuestras vacaciones en Perú fueron maravillosas, las mejores en años. En nuestra recorrida vimos cosas tan bellas que nunca las olvidaremos. Todos nos trataron con simpatía. La mayoría, claro, también con honestidad.
Sin embargo, el porcentaje de avivados resultó muy elevado. Muchos de los que quisieron abusar de nuestra confianza (y lo lograron varias veces) no eran ladrones profesionales, sino trabajadores. En casi 30 países que he visitado nunca el límite entre honestidad y deshonestidad mostró una línea tan delgada y difusa.
Muchos peruanos nos preguntaron a lo largo de las tres semanas de viaje qué nos había parecido su país. Les respondíamos que Perú es fascinante, que nuestra excursión fue inolvidable, pero que demasiados peruanos quisieron engañarnos o atropellarnos, con y sin éxito.
La respuesta de nuestros interlocutores siempre era la misma: en todos lados hay gente deshonesta. Cuando les aclarábamos que aunque eso es cierto, ni en Buenos Aires, ni en Rio, ni en Chichicastenango, ni en Penang, ni en Bangkok habíamos padecido de tantas avivadas, la conversación se cortaba abruptamente. El peruano es simpático, pero hay verdades que prefiere no oír.

***

Mantuvimos la guardia en alto hasta el último momento. Estuvimos atentos a cada señal de tránsito, cada policía, cada cartel, cada precio de cada menú, cada horario en la cabecera de cada muelle. Preguntamos una y otra vez cuánto nos iban a cobrar por calentarnos agua para el mate.
Poco antes de llegar al aeropuerto pagué el peaje que, recordé, el primer taxista que habíamos conocido se había salteado tres semanas atrás. Miré hacia el costado y vi muchos automovilistas dando el rodeo que permitía no pagar.
Sólo bajamos la guardia tras devolver el auto en el aeropuerto, hacer el check in en la ventanilla de Lan Chile, realizar los trámites de migración y pagar la abultada tasa de embarque.
Las vacaciones habían terminado. Le habíamos prometido una muñeca a mi hija por lo bien que se había portado en todo el viaje.
Mi esposa y la niña fueron a elegirla en la mayor tienda del free shop del aeropuerto de Lima, esa que vende whisky escocés, chocolate suizo y muñecas Barbie. Eligieron una muñeca hada y sirena a la vez, cuyo precio era 70 soles según estaba indicado en un prolijo cartel.
Uno piensa que un aeropuerto internacional es un lugar neutral y seguro. Por eso no noté nada raro cuando la cajera del free shop me cobró 90 soles.
Mientras mi hija corría alborozada con su nueva hada-sirena, mi mujer me hizo notar que nos habían cobrado 20 soles de más. ¡Otra vez!
Volví a hablar con la cajera. Me dijo que el precio era 90 soles ya que eso era lo que indicaba el código de barras de la muñeca. Le respondí que entonces el cartel que informaba que el precio era 70 soles estaba mal, que debían retirarlo o cambiarlo. Ni siquiera me respondió y, por supuesto, tampoco quitó el precio equivocado.
Nunca me había pasado algo así en un free shop. Me tranquilicé pensando que tenía un largo viaje por delante y que no debía arruinar el último momento de las vacaciones.
Unos minutos después, el vuelo todavía no salía, fui a gastar las pocas monedas que me quedaban. En un local que vendía recuerdos y golosinas, elegí un chocolate y unos chicles. Le di a la cajera mis últimos cinco soles con 75 centésimos.
La chica tomó la moneda de cinco soles que yo le había dado y comenzó a mirarla más tiempo del habitual. La giró entre sus dedos con cara de desprecio. Luego se la mostró a una compañera que también la miró con disgusto. Por fin se volvió hacia mí y, en voz lo más alta posible, me dijo: “Esta moneda no se la puedo aceptar porque es falsa”.
Abochornado por varios viajeros que me miraban como si fuera un delincuente, devolví las golosinas. La cajera me entregó la moneda con cara de asco. Era cierto: notoriamente era falsa.
Estaba desconcertado y furioso. Me seguirían jodiendo hasta el mismísimo momento de subir al avión.
Pensé en quién me había dado la maldita moneda. Recordé que había llegado al aeropuerto con sólo cuatro monedas, todas de un sol. Deduje entonces que el dinero falso me lo habían dado en la propia terminal. Recordé también que lo único que había comprado era la muñeca y me invadió la rabia.
Por los altoparlantes llamaron a embarcar a los pasajeros de nuestro vuelo, pero no hice caso. Comencé a correr rumbo a la gran tienda que vendía whisky escocés, chocolate suizo y muñecas Barbie.
La cajera seguía en su puesto. Agitado y ya sin paciencia, le dije, en voz lo más alta posible:
- No sólo me cobraste 20 soles de más, sino que en el vuelto me diste una moneda de cinco soles falsa. ¿No te parece demasiado?
La chica no se inmutó. Con gran calma tomó la moneda y la miró sin mayor meticulosidad. Abrió la caja registradora y sacó cinco monedas de un sol y me las tiró sobre el mostrador. Luego tomó la moneda falsa y la colocó dentro de la caja registradora.
Atrás mío esperaba el próximo cliente.

Artículo de Leonardo Haberkorn
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
Derechos exclusivos blog El Informante
Una versión reducida de esta crónica se publicó en el diario uruguayo Plan B, el 7 de marzo de 2007.

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