Hace cien años que el estado uruguayo se propuso inventar un carburante nacional en base a alcohol. Nunca lo logró y en su lugar terminó fabricando whisky.
"Una manga de ladrones del primero hasta el último". En aquella entrevista que se hizo famosa en 2002 por aquel exabrupto luego enjuagado en lágrimas, el entonces presidente de Uruguay Jorge Batlle también dijo otra cosa: no podía ser que el Estado uruguayo perdiera millones de dólares por fabricar whisky.
Ese año el déficit fue de 2,7 millones de dólares.
La historia de cómo el Estado oriental llegó a tener su propio whisky es toda una metáfora del desarrollo al estilo latinoamericano. En ella se destilan tres ingredientes principales: los vaporosos anhelos de un presidente que soñó con que Uruguay tuviera un combustible propio, el brazo todopoderoso de las multinacionales del petróleo y el gusto por el whisky que distingue a los uruguayos.
Movido a alcohol
Todo comenzó casi cien años atrás, cuando el presidente era el tío abuelo del explosivo Jorge Batlle.
José Batlle y Ordóñez, el más influyente de los gobernantes uruguayos, creía que el alcohol sería el combustible del futuro. Pensaba que sustituiría al petróleo. Soñaba con un "carburante nacional" que le diera independencia económica al Uruguay.
En 1912 creó el Instituto de Química industrial, una dependencia estatal a la que le encomendó desarrollar un combustible en base a alcohol. La misión era clave para un país que hasta hoy nunca encontró una gota de petróleo propio.
Entrevistada en su escritorio de la Facultad de Humanidades de Montevideo, la historiadora María Laura Martínez relató que en 1917 se comenzaron a hacer pruebas de diversos combustibles que mezclaban alcohol y nafta, y ya en 1923 se consiguió fabricar uno que funcionaba. Ese año se hicieron diversos ensayos exitosos: el auto del propio presidente Batlle y Ordóñez, un Renault, y los de otros importantes políticos (un Buick, un Ford y un Studebaker) fueron movidos con un carburante local que mezclaba alcohol y nafta en mitades.
Sin embargo, cuando el éxito estaba al alcance de la mano, las experiencias se suspendieron. La historiadora Martínez dice: "El proceso se diluyó a pesar de que los resultados parecían haber sido satisfactorios".
Una idea brillante
En 1931, Batlle y Ordóñez (que había fallecido en 1929) tuvo más suerte con otro de sus sueños. Ese año se creó Ancap, una empresa estatal a la que se le confiaron tres monopolios: la refinación de petróleo, la destilación de alcohol y la elaboración de portland.
Que el Estado tuviera el monopolio alcoholero era un viejo sueño de Batlle y Ordóñez, quien creía con enorme entusiasmo en las virtudes de las empresas públicas. Pretendía que las ganancias del negocio no escaparan al exterior, y también mejorar el precio que se le pagaba a los agricultores por los cultivos empleados para hacer alcohol.
Cuando se creó Ancap, se le volvió a encomendar que desarrollara un combustible uruguayo que, basándose en el alcohol, fuera capaz de sustituir al petróleo.
Como esas investigaciones se suponían caras y deficitarias, se tuvo una idea explosiva: que Ancap fabricara bebidas alcohólicas cuya venta dejara ganancias que permitieran financiar el desarrollo del carburante nacional.
El tema se discutió en el Parlamento. El entonces diputado y futuro presidente Luis Batlle Berres (sobrino de Batlle y Ordóñez, padre de un niño llamado Jorge Batlle) dijo en la Cámara que había que apostar al alcohol, "un combustible líquido cuya producción depende únicamente de la capacidad agrícola del país".
Pero el diputado socialista Emilio Frugoni exhibió su temor de que el alcoholismo -ese "terrible flagelo social"- se propagara como consecuencia de que el Estado fabricara y promocionara sus propias bebidas alcohólicas.
A Frugoni le respondió el diputado Arturo González Vidart: con el Estado controlando la industria alcoholera, se podría llevar al público a una "evolución de las costumbres" en el beber. El Estado haría que los orientales comenzaran a tomar más vino, cerveza y jugos de fruta "en lugar de líquidos destilados de alta graduación alcohólica".
Carburante no, whisky sí
Una parte del plan se cumplió a la perfección. En 1932 Ancap ya estaba fabricando sus propias bebidas alcohólicas. Se empezó por la grapa. En 1934 se sumó la caña. Las bebidas eran de buena calidad, una novedad en el mercado uruguayo. En 1936 ya se fabricaba toda la caña y la grapa que se consumían en el país y hasta se exportó a la Argentina.
Pero la segunda parte del plan se olvidó por completo. La historiadora Martínez, que ha estudiado el asunto, explicó que Ancap nunca intentó desarrollar un combustible basado en el alcohol. En 1939, el gobierno intervino la empresa y el interventor, el coronel José Trabal, fue categórico en su dictamen: "Ni siquiera se ha estudiado jamás, con alguna base seria, el problema vital del Carburante Nacional". Trabal, según recoge Martínez en sus investigaciones, acusó a Ancap de haber "defraudado el interés nacional".
Pero la intervención de Trabal concluyó y nada cambió. Ancap siguió importando petróleo y refinándolo, repartiéndose el mercado con las grandes empresas petroleras, con las cuales había firmado acuerdos secretos. "Uno tiene que ser cuidadoso con las conclusiones que saca, pero yo creo que aquí hubo un problema de intereses", dice la historiadora.
En 1942, el gobierno volvió a reclamarle a Ancap que hiciera un carburante nacional en base a alcohol porque el petróleo escaseaba como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero el entonces gerente general de la compañía, Carlos Vegh Garzón, consideró que no valía la pena. Sus excusas se revelan hoy como falsas para el análisis histórico. Dijo que faltaba materia prima, pero bien se podía plantar más cereales o comprarle maíz a la Argentina, que tenía grandes excedentes que vendía a bajo precio.
"A uno le queda la sensación de que siempre hubo un entramado de intereses que no dejaron que el carburante nacional funcionara", insiste la historiadora Martínez.
En aquellos años un uruguayo llamado Alejandro Muzzolón había inventado un carburador especialmente diseñado para funcionar con una mezcla de alcohol y nafta. Este ingenio fue probado con éxito, pero nunca pudo ser fabricado en serie debido a la oposición de las petroleras y la desidia de las autoridades uruguayas. Muzzolón escribió un libro contando su pesadilla. Allí narra que un jerarca de Ancap le confió una vez: "No podemos hablar del alcohol carburante porque es mala palabra".
En cambio, lo que nunca se detuvo fue la fabricación de bebidas alcohólicas. Convertida ya en un fin en sí misma y sin ninguna vinculación con el olvidado carburante nacional, la producción siguió adelante.
Whisky sanitario
La tercera parte del plan tampoco salió del todo bien. Si bien el estándar de calidad que se fijó Ancap ayudó a que la producción local de licores mejorara, el Estado no logró que los uruguayos bajaran su alto consumo de bebidas de alta graduación alcohólica, whisky en particular, un hábito que aún hoy continúa.
Hoy se bebe más whisky en Uruguay que en cualquier otro país del Cono Sur. En América del Sur, los uruguayos solo son superados por Colombia y Venezuela, que hoy compite por el primer puesto en todo el mundo.
En promedio cada uruguayo toma bastante más de un litro de whisky por año. El país tiene tres millones de habitantes y en 2008 se vendieron 4,4 millones de litros de whisky en almacenes, autoservicios, supermercados y bares en localidades de más de 5.000 habitantes, dijo Gustavo Rodríguez, de la consultora Id Retail, que monitorea el mercado de bebidas espirituosas.
Pero Rodríguez explicó que el consumo real es aún mayor, porque estas cifras no toman en cuenta lo que se vende en los free shops de las localidades fronterizas, como el Chuy. Estas tiendas tienen prohibido vender a los uruguayos, pero lo hacen en forma habitual. "Y por cada botella que se vende en un bar o un supermercado, se venden diez en los free shops", dice Rodríguez.
Este altísimo consumo de whisky tiene una explicación lógica según Celso Domínguez, propietario de la licorería Los Domínguez, la más tradicional de Montevideo.
"Las bebidas alcohólicas que se fabricaban en Uruguay siempre fueron de muy mala calidad, insalubres en muchos casos. El vino era malo, artificial. Los padres y los abuelos de los bodegueros que hoy ganan medallas iban presos dos por tres por las chanchadas que se mandaban", relata. "Entonces, ante ese panorama, el público se refugió históricamente en el whisky importado".
Por eso, el consumo de whisky en Uruguay es mucho mayor que en el resto de los países de la región. "En Argentina –continúa Domínguez- siempre hubo buen vino, buena ginebra, buen fernet, por eso el consumo de whisky siempre fue mucho más bajo".
Con ese panorama, no fue raro que Ancap comenzara a fabricar whisky, además de caña, grapa y cognac. La primera partida se vendió en 1946. (Un par de años más tarde también se comenzó a producir ron).
Hubo algunas críticas, pero la empresa siguió adelante. Silvio Moltedo, vicepresidente de la compañía en 1953, dijo entonces: "A veces se toma el término de ‘bebidas destiladas’ como una mala palabra para la institución, pero debemos hablar claro. Si la Ancap no fabrica bebidas destiladas, las bebidas destiladas vienen del extranjero y se venden dentro del país, y si no vienen del extranjero por la aduana, vienen de contrabando, sin tener más finalidad que la del lucro. Por el contrario, si las bebidas destiladas las hacemos desde el Estado, tienen como finalidad básica y primordial que (…) sean higiénicas porque nos interesa primero la salud del consumidor y después evitar que haya fuga de divisas".
En aquellos años de vacas gordas, la fabricación de brebajes alcohólicos estatales no era una rareza: era la expresión de un modelo que veía al Estado participando en toda actividad económica. El hoy diputado del Frente Amplio Juan José Bentancor trabajó décadas en la refinería de petróleo de Ancap. "Fabricar whisky hoy puede parecer exótico, pero para nosotros no lo era. Ancap tenía también una estupenda bodega que hacía vinos y hasta una zapatería que nos reparaba el calzado a todos los empleados".
Partidas distintas
La aparición de un whisky barato y condiciones sanitarias garantizadas por el Estado fue un éxito comercial y las ventas crecieron: de 3.000 litros en 1960 se pasó a 332.000 en 1970.
Había dos marcas: el Añejo se hacía con maltas uruguayas, el Mac Pay con escocesas.
No era fácil hacer whisky en una dependencia del Estado. Respetando las normas que rigen a la administración pública, las maltas escocesas usadas para elaborar el Mac Pay se importaban mediante licitaciones a quien ofrecía el mejor precio en cada ocasión.
"Eso hacía que tuviéramos muchos altibajos, no lográbamos la uniformidad del producto, las partidas no eran todas iguales", recuerda Ricardo Petrone, quien trabajó en la fábrica entre 1983 y 2008, primero como gerente de comercialización, luego como gerente general.
Petrone recordó que en los años 80 se firmó un acuerdo con una firma escocesa para que siempre proveyera a Ancap de la misma malta para hacer el Mac Pay. La calidad del producto se uniformizó y mejoró. Las ventas en 1988 llegaron al récord de 2.076.000 litros. "Pero –recuerda Petrone- teníamos unos líos tremendos con el Tribunal de Cuentas, que pretendía que volviéramos a comprar por licitación".
Para ese entonces, el whisky ya había superado a la grapa y a la caña, y se había transformado en la bebida alcohólica más vendida por Ancap. El Mac Pay llegó a ser líder del mercado.
"No es un mal whisky, su calidad es aceptable, e incluso es mejor que los escoceses más baratos", dice Celso Domínguez. "Pero la marca se impuso como líder gracias a una campaña publicitaria muy intensa y muy costosa, que pagamos todos los uruguayos con el precio de nafta de Ancap". En la voz todavía se le nota un poco de bronca.
Caipirinha estatal
El orgullo de ser el número uno no duró mucho. En los años 90 pasaron muchas cosas: el precio del dólar bajó y los whiskys escoceses se hicieron más accesibles; se crearon los free shops en la frontera; otras marcas uruguayas irrumpieron en el mercado; el Mercosur hizo que el whisky argentino Criadores entrara a Uruguay con arancel cero. Cada uno de esos factores jugó en contra y la fábrica estatal de bebidas alcohólicas comenzó a dar pérdidas.
En un intento por recuperar terreno, la compañía apeló al marketing: la grapa Ancap fue rebautizada San Remo y la caña pasó a llamarse "de los Treinta y Tres". Además, Ancap lanzó al mercado nuevos productos, como Bella Flor, con seguridad la única caipirinha estatal del mundo.
Pero los números siguieron siendo rojos. En 2002, cuando Jorge Batlle era presidente y la crisis económica puso al Uruguay al borde de la bancarrota, la fábrica de bebidas alcohólicas fue separada de Ancap y con el nombre de CABA (Compañía Ancap de Bebidas y Alcoholes) pasó a ser administrada por el derecho privado. No fue, sin embargo, una privatización ya que Ancap conservó el 100% de las acciones.
"Lo hicimos para aumentar la eficiencia", dice Pablo Abdala, entonces integrante del directorio de Ancap y hoy diputado del opositor Partido Nacional. "Además relanzamos al Mac Pay con una campaña publicitaria que anduvo bárbaro. Nos ayudó mucho que el dólar había subido mucho y encarecía mucho a los whiskys escoceses. Dejamos de dar pérdidas y hasta tuvimos alguna ganancia".
Pero en los últimos dos años el dólar volvió a bajar y los whiskys importados recuperaron terreno. Hoy, según la consultora Id Retail, Ancap retiene apenas el 8% del mercado whiskero uruguayo. Son unos 350.000 litros anuales, una sexta parte de lo que se llegó a vender en los años 80. Según Domínguez, la mayor parte de los actuales clientes de Mac Pay son bebedores que han visto caer sus ingresos y "tienen que bajar un cambio".
Petrone, el ex gerente general, se siente muy orgulloso de la calidad de cognac Juanicó que fabrica Ancap, una bebida a la que considera de primer nivel en cualquier lugar del mundo. El Mac Pay, en cambio, le parece un producto correcto y "competitivo". Sabe que cuando se creó Ancap la idea era destinar las ganancias que dieran las bebidas para financiar el elusivo carburante nacional. "Pero el propio devenir de las cosas fue modificando ese propósito. Es muy difícil obtener fondos con el margen que dejan unas bebidas que están en el mercado y deben competir con otras marcas".
"¿Este tema le interesa a alguien?, pregunta a través de su celular el presidente de la empresa, Raúl Sendic (hijo del fallecido líder tupamaro de igual nombre). Le asombra que un periodista lo interrogue por la fábrica de bebidas alcohólicas. De todos los negocios que tiene Ancap, explica, CABA es el menor. En una época trabajaron en esa dependencia casi 1.200 personas, hoy quedan apenas 60.
Pero Sendic asegura no hay intenciones de cerrar ni de vender la fábrica. "Hemos logrado estabilizarla. Venía dando pérdidas, pero el año pasado dio un pequeño superávit. Nuestro plan es seguir adelante, sin grandes inversiones".
Para el presidente de Ancap el esfuerzo por introducir un 5% de alcohol en la nafta que se vende en Uruguay es un asunto más interesante que los avatares de la pequeña fábrica de whisky.
Hace mucho tiempo que un tema dejó de estar relacionado con el otro. Para bien o para mal, Ancap ya sabe que puede fabricar whisky. Lo del alcohol carburante, en cambio, hace un siglo que está por verse
Reportaje de Leonardo Haberkorn publicado el domingo 12 de abril de 2009 en la revista C, suplemento dominical del diario Critica de Buenos Aires, y en la edición de mayo del mismo año de la revista uruguaya Bla. Incluido en el libro Historias uruguayas
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8.6.09
4.5.09
Salsa charrúa
Los charrúas fueron una nación de cientos de miles de individuos organizados democráticamente. Eran respetuosos de los derechos de la mujer y cuidadosos del medio ambiente. Conocían la agricultura y tenían altos conocimientos musicales, médicos y matemáticos. Levantaron decenas de monumentos de piedra, incluyendo una catedral en Salto. Eso, al menos, es lo que sostienen dos obras de reciente publicación, una de ellas auspiciada por el gobierno. Ambas han provocado gran polémica entre los científicos, que temen que esa "Charrulandia" llegue a las escuelas.
Hubo un tiempo en que, prácticamente, no se los consideró humanos. Rodolfo Maruca Sosa, en su libro La Nación Charrúa, cuenta que un historiador escribió que tenían “ojos de expresión animal”. Otro sostuvo que “marchaban en bandas como los lobos”.
También en Tabaré, Juan Zorrilla de San Martín les negó la condición de humanos. Hijo de una española y un charrúa, Tabaré es una criatura especial:
“¡Extraño ser! ¿Qué razas da sus líneas a ese organismo esbelto?
Hay en un cráneo lugar para la idea.
Hay en su frente espacio para el genio.
Esa línea es charrúa; esa otra… humana”.
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Luego muchos historiadores, antropólogos y arqueólogos se encargaron de relativizar aquellos juicios basados, muchas veces, en descripciones de curas despechados por la imposibilidad de convertir a los charrúas, o de enemigos incapaces de vencerlos. Si se eliminaban de las crónicas las falsedades alimentadas por el odio y la subjetividad se podía ver otra realidad. Los charrúas eran pocos, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria. Pero no era cierto que no quisieran a sus hijos. Ni que no supieran reír. Eran hombres, no animales.
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Ahora dos obras recién aparecidas brindan una nueva versión. En su libro El pueblo jaguar, el geógrafo Danilo Antón sostiene que los charrúas fueron cientos de miles. Que conocieron la agricultura, el calendario y dieron gran importancia a la mujer. Que tenían una sociedad democrática y ética.
Por otra parte, en una serie de fascículos titulados El laberinto de Salsipuedes, publicados por el diario La República, el periodista Rodolfo Porley habla de una cultura de alta espiritualidad, respetuosa del medio ambiente, dueña de un complejo conocimiento matemático y que construyó cientos de monumentos de piedra, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”.
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¿Cuántos eran?
Antón tiene 57 años y es un geógrafo y geólogo reconocido, con libros traducidos a varios idiomas. Vivió en muchos países y fue en Canadá –asesorando proyectos gubernamentales de ayuda al tercer mundo- donde comenzó a interesarse por la historia y por los indígenas.
Desde entonces ha publicado tres libros de tono revisionista sobre la historia uruguaya. El primero –Uruguaypirí- dice: “Los amos, los opresores, los tiranos, los genocidas y los torturadores han gozado de una total impunidad en la versión oficial de la historia, vanagloriados en cientos de calles, monumentos, ciudades, departamentos. Los luchadores, los patriotas, los libertarios fueron ignorados, vilipendiados, menospreciados, eliminados por una conspiración de personas ilustres: de ‘historiadores’, de ‘doctores’, de ‘poetas’, de ‘patricios’, de ‘generales’ y de ‘escritores’. El público le ha respondido: desde 1994 ya se han publicado seis ediciones de Uruguaypirí.
Ahora, en su nueva obra, Antón ha centrado su atención en los charrúas: “No es un libro de historia o de antropología, es un ensayo con aspectos literarios mezclados con otros históricos y antropológicos”. El libro se llama El pueblo jaguar y también habla de una conspiración.
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Eran muchos y conocían la agricultura
El dato hasta hoy tenido por cierto, respecto a que los charrúas nunca fueron más que unos pocos miles, es para Antón fruto de “un profundo racismo inconsciente”.
Antón razona comparando la población de pueblos nómades africanos y concluye que los charrúas fueron “por lo menos unos 100.000”. El autor sostiene que la riqueza de esta tierra permitía alimentar esa población sin problemas. Además –contra toda la cátedra- afirma que los charrúas conocían la agricultura. “Los pueblos del sur poseían una sabiduría agrícola extendida y de alta sofisticación”. “Hay numerosos indicios que muestran que en muchos lugares de nuestro país se practicaba la agricultura rutinariamente. Se plantaba maíz, los porotos, el zapallo, la mandioca (…) La aptitud agrícola de los charrúas y otros pueblos pampas está documentada y ratificada por el sentido común”.
Si los charrúas no se dedicaban de lleno a los cultivos era porque “la comida era tan abundante que se podía prescindir de la agricultura”. Y si bien reconoce que no hay “descripciones concretas de cultivos en las aldeas charrúas” eso se explica porque plantaban en “pequeñas chacras escondidas en los montes”.
Como existen referencias de que comían brotes de ceibos, Antón dice que “es de imaginar que los charrúas debían plantar ceibos en las zonas bajas y costas donde residían”. Este concepto está presente también en la obra de Porley, que afirma que “el río Yi conserva en sus montes la flora que nuestros indígenas supieron cultivar y cosechar a su manera”. Eduardo Abella, otro divulgador de lo charrúa citado por Porley, habla de una “agricultura invisible”.
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Eran pocos y no conocían la agricultura
Para el antropólogo Daniel Vidart hablar de 100.000 charrúas es disparatado. “No hay ningún documento que lo avale. ¡Y si hubieran sido 100.000 acá nunca hubiera bajado un gallego: habrían acabado con todos!”
El catedrático de antropología de la Facultad de Ciencias, Renzo Pi Hugarte, coincidió con Vidart. “Los charrúas eran cazadores recolectores. Y si nos atenemos a la proporción de cazadores recolectores que pueden subsistir en un espacio, en la antigua Banda Oriental no debieron pasar nunca de 5.000. La base técnica que fundamenta estas economías no permite poblaciones grandes. Acá no había ganado y si hay que vivir de cazar un carpincho o un apereá, se necesitan muchos kilómetros cuadrados para sobrevivir. Además, todas las poblaciones eran más chicas. Cusco, que era un centro urbano importante, basado en una agricultura extensiva, probablemente nunca tuvo más de 25.000 habitantes”.
Para Pi, los charrúas “decididamente no conocieron la agricultura. Abundan los documentos que lo demuestran. Además, donde hubo agricultura, se encuentran rastros. Por ejemplo, se habla de que se cultivó la mandioca, que en su estado natural no es comestible. Los indios de la selva aprendieron a rallarla y a poner su pasta al sol o al fuego, para que se evapore un elemento venenoso que contiene. Pero ese proceso supone la existencia de ralladores y exprimidores. Y acá nunca se ha encontrado ninguno”.
Tampoco Vidart comparte lo señalado por Antón y Porley. “Todo indica que de ninguna manera conocían la agricultura. No hay ninguna prueba que permita pensarlo”. Lo mismo sostuvieron el investigador Eduardo Acosta y Lara y el arqueólogo Jorge Femenías: “Todas las fuentes y los datos lo niegan”.
Antón insistió: “Siendo tan fácil cultivar el maíz y siendo un cultivo que existía desde Canadá hasta el sur, ¡no cabe en la cabeza de nadie que no supieran cultivarlo! ¡No es posible!”.
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Democracia ecologista
Antón sostiene que la sociedad charrúa tuvo “carácter democrático” y un fuerte componente ético. Estaba organizada en un “sistema político basado en la libertad de los individuos y las comunidades”. En ella “la función que cumple la mujer es esencial, su participación en la toma de decisiones es predominante, y los sistemas espirituales están claramente influidos por esta situación de predominio femenino”.
Luego, sostiene Antón, la llegada de los españoles cambió las cosas. “El pueblo charrúa invadido fue obligado a cambiar radicalmente su modo de vida y a llevar una existencia guerrera”. Por eso se hicieron nómades por necesidad y “a partir de ese momento los roles centrales recayeron en los varones”.
Antón también sostiene que charrúas tuvieron “formas de relacionamiento con los ecosistemas muy sofisticadas y armónicas” que “permitieron mantener la riqueza y fecundidad de sus territorios”. Incluso para Porley el “nomadismo” charrúa “probablemente consistía en una movilidad sistemática para un manejo de ecosistemas en áreas mucho más extensas que las que nos hemos habituado a concebir. Tenían, dice, una gran “sabiduría ecológica”.
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Vidart y Pi Hugarte creen que no se puede hablar de democracia charrúa. “La vida en la sociedad tribal –explicó Pi- es bastante igualitaria, pero hay imposiciones de unos sobre otros. El respeto por la palabra empeñada, que puede considerarse un principio ético, es natural en todos los pueblos que no escriben, no es exclusivo de los charrúas. Y no es seguro que tuvieran una ética elaborada, como filosofía de vida”.
Para Vidart “hablar de democracia entre los pueblos cazadores es una extrapolación peligrosa. Hay sí igualdad, un sentido muy acendrado de la ayuda mutua, pero no democracia, porque ella entraña la existencia del pueblo, los poderes y una organización constitucional que no existía”.
Ambos antropólogos rechazaron también que los charrúas se hicieron guerreros debido a la invasión europea: “Ya antes guerreaban contra otros grupos, es indudable. No eran pacíficos”.
Pi descartó que la conquista haya alterado el rol de la mujer charrúa. “Tenía un rol sometido como en casi todas las sociedades de ese tipo, donde la mujer es un animal de carga, o se encarga de pulir piedras o cerámicas. Son muy pocos los pueblos donde la mujer participaba en asambleas decisorias. Han existido, pero no hay ninguna referencia de que haya sido aquí. Pensar otra cosa es una extrapolación con la idea de hoy de feminismo”.
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Sobre las cualidades ecológicas de los charrúas las diferencias de enfoque son notorias. Para Antón “el camino charrúa es por sobre todas las cosas un camino de la naturaleza. Un camino de respeto a la vida, de amor a los ríos, a los montes, a las praderas, a los cerros de piedra sagrados, es un camino que nace cada invierno cuando las siete estrellitas anuncian el regreso del sol. Es el camino de la madre, de la abuela tierra, un camino pradera, un camino-mujer”.
Pero para Pi hablar en esos términos es hacer “otra extrapolación con conceptos que no existían entonces”.
“La idea de que los indios protegen a la naturaleza –señaló- es totalmente errada y falsa. Si ellos hubieran tenido nuestra técnica, destruyen la naturaleza igual que nosotros. Déle una sierra mecánica a un indio selvático que vaya a hacer un plantío de mandioca y va a ver como liquida el monte en un santiamén. Lo que pasa es que sin sierra mecánica no es tan fácil cortar esos árboles”.
Para Vidart “los pueblos mal llamados salvajes administran muy bien el patrimonio de los ecosistemas pero no son ambientalistas y también hacen daño en la naturaleza”.
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Año nuevo charrúa
Hay otras diferencias entre Antón y los antropólogos. Para Antón “es seguro que los charrúas basaban su calendario en las fases de la luna (...) y es probable que festejaran su fin de año inmediatamente después del solsticio de invierno, alrededor del 23 o 24 de junio”.
Para Pi ése es un error. “Conocer el movimiento de los astros es un logro de los mayas, pero no de los indios de acá. Un calendario supone conocimientos complejos que son propios de los pueblos con una agricultura avanzada”.
Vidart pide pruebas: “Sería muy interesante saber cómo se ha llegado a determinar que había un calendario charrúa y una fecha de año nuevo. Yo no conozco ningún elemento”.
Porley también señala un alto conocimiento matemático charrúa (“el pensamiento matemático charrúa emparentado con una cosmovisión en códigos conjuntos cuaternarios, similares a los de varios pueblos amerindios, africanos y asiáticos, con capacidad de contar hasta mil o más”) desconocido hasta hoy por la ciencia.
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Valle del hilo de la vida
Pero el aspecto más promocionado de los fascículos de Porley es el descubrimiento de cientos de construcciones de piedra indígenas, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”. El periodista da cuenta de que en pocos días realizó decenas de hallazgos: “No hubo necesidad de tocar nada para reconocer rastros de culturas indígenas en cada sitio (…) Más parece necesario tener el corazón expuesto”.
Entre los hallazgos, Porley destaca dos conos de tres metros de altura, construidos con piedras sólidamente estructuradas entre sí.
Ambos parecen haber sido ya descritos en 1949, en una historia de Minas, en la cual Santiago Dossetti apuntó que en los valles cercanos a esa ciudad “hay todavía hornitos o parrillas donde los españoles tostaban el material para separar la pepita áurea del cuarzo”.
Pero Porley descarta rápidamente esa explicación. “Prácticamente todo revela origen indígena”, dice. Aunque elude decir directamente que los conos –a veces llamados “pirámides” o “conos piramidales”- fueron levantados por los charrúas, lo da a entender varias veces. “Descubren más de un centenar de conos pétreos en esta Tierra Charrúa”, dice el título de uno de los fascículos, acompañado por la foto de uno de ellos. En otra oportunidad afirma: “Esos mismos cerros donde se han localizado las construcciones fueron los sitios preferidos para los ejercicios espirituales practicados a cielos abiertos por la cultura charrúa”.
Porley bautiza el sitio donde se encuentran los conos como “Valle del Hilo de la Vida”. Caminar allí le produjo a él y a sus acompañantes “cierta sensación de serenidad, pero que a la vez tenía algo de estimulante. Allí las voces suenan limpias. “Comenzamos a sentir que encontramos el anfiteatro más apropiado para la música de espiritualidad charrúa”. Un “pedagogo especializado en yoga” comentó que “sutiles energías presentes en el lugar, intentando mantener vivo en nuestros corazones cierta conexión con los antiguos pobladores de estas tierras”.
Además “hay quienes percibieron un aire ‘andino’ en estas singulares petroconstrucciones conoides (…) Expertos franceses le hallaron semejanzas con las estelas funerarias del Tíbet”.
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Catedral Pétrea Charrúa
Porley también encontró un cerro “que en el corazón de Salto es asiento de la Catedral Pétrea Charrúa”. El lugar, dice, alberga decenas de amontonamientos de piedra indígenas y una catedral charrúa con “naves” y “columnatas”. La foto de las supuestas columnas de la catedral se luce en la tapa de otro de los fascículos.
El periodista dice que las “columnatas” “parecen ser parte de la estructura del mismo cerro” pero también “hay bloques que parecen haber sido colocados”. Según concluye la obra charrúa está realizada “en indescifrable simbiosis con la estructura rocosa del tal cerro sagrado”.
“Es tan fuerte el impacto de una simbiosis de estructura natural con arreglos de mano indígena que –agrega- es muy difícil no pensar que todo el cerro fue construido o que el logro de tal combinación potenció uno de los santuarios charrúas más intensos”.
Porley, que a lo largo de si obra cita repetidamente a Pi Hugarte y a Vidart, así como a Femenías, también atribuyó a los indígenas haber levantado decenas de supuestos dólmenes y otros “monumentos megalíticos” que vinculó con hallazgos arqueológicos europeos y con los de San Agustín, en Colombia.
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Charrulandia
A Femenías algunas personas lo han felicitado por aparecer en los fascículos de Porley, y a Pi Hugarte también.
Pi, que tiene 62 años, recibió una carta de una ex compañera de liceo a la que no ve desde entonces. La misiva dice: “Cuánto me alegra saber que estás luchando por la causa de nuestros queridos charrúas”. Eso lo decidió a enviar una carta a La República (el 7 de febrero) aclarando que “no comparto las tesis sostenidas por Porley a propósito de las antiguas culturas indígenas del Uruguay”.
El mismo día, en El Diario, Vidart denunció la existencia de una “guerrilla fundamentalista” empeñada en recrear una “fantasmagórica y a la vez totalitaria Charrulandia”.
“Lo malo es que hoy, cuando la arqueología y la antropología general han avanzado tanto, un sector contestatario de indiófilos criollos propone explicaciones que vacían de sentido las conquistas de la razón y los avances del conocimiento. Esta actitud, que conlleva un acre repudio a la Universidad a la par que supone un retorno a la Tradición de los Antiguos, ha hecho pie en un sector inconformista del colectivo uruguayo. Antes la madrina de los dislates era la ignorancia: hoy lo es el afán de revivir la sabiduría infalible de los benditos analfabetos”.
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Para Vidart no hay nada nuevo cuando se habla de los amontonamientos de piedra que los charrúas realizaron en los cerros. Es conocido y ha sido referido por decenas de autores desde el siglo pasado. Estos rústicos amontonamientos fueron llamados “vichaderos”, porque se creía que los indios los usaban para vigilar los alrededores. Luego –como creen Vidart y Pi Hugarte- se impuso la idea de que eran sitios destinados a prácticas chamánicas. “Allí se hacen mil heridas en su cuerpo y sufren una vigorosa abstinencia hasta que se les aparece en su mente algún ser viviente, al cual invocan en los momentos de peligro como un ángel de la guarda”, relató el criollo Benito Silva que en 1825 vivió entre los charrúas.
“Lo que hacían era buscar lo que hoy llamaríamos un estado de conciencia alterada a través del sufrimiento, el dolor, el ayuno”, explicó Pi.
Sin embargo, hasta hoy solo Daniel Granada, en su Vocabulario rioplatense razonado de 1896, había consignado la existencia de amontonamientos de piedra de hasta tres metros. Por lo demás, los conos fotografiados por Porley lucen más sólidos y prolijos que los amontonamientos hasta hoy conocidos. “Tengo serias dudas de que sean indígenas. Pueden ser hornos para quemar cal o para fundir metal, lo que los pondría en la época de la colonia o hasta de la república”, dijo Pi Hugarte.
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El arqueólogo Femenías acompañó a Porley a ver los polémicos conos. “Es algo espectacular, nunca había visto nada así. Pero hay una referencia respecto a que eran obras mineras españolas y –aunque no parecen hornos- hay que investigarlo. Tampoco sabemos si son antiguos o modernos. Son un amontonamiento artificial de piedras y, de todas las fuentes históricas que hacen referencia a los amontonamientos indígenas, solo Granada les otorga hasta tres metros. Y uno no puede descartar todas las otras citas y quedarse con la que le conviene. No descarto que sean indígenas, pero tampoco lo puedo afirmar”.
Acosta y Lara, de 80 años, uno de los más respetados especialistas sobre charrúas, lo duda. “Fíjese que en Minas hace por lo menos 200 años que no hay indios. Si esas pirámides fueran de esa época, la gente ya las habría destruido, buscando algo adentro. Cosas así se mantienen en lugares muy aislados, pero no es el caso. No me atrevería a decir si eran indígenas o no, porque no se puede decir cualquier cosa. Todo lo que se dice fuera de la documentación es tocar la guitarra”.
En cuanto a las columnas de la catedral, Pi y Femenías coincidieron en que no son otra cosa que formaciones naturales. “En su afán por reivindicar a los charrúas, Porley cae en el mayor de los eurocentrismos, tratando de adjudicarles las mismas cosas que hacían los europeos. Aunque los charrúas no hicieran catedrales, que no hicieron porque esto es falso, su cultura igual tiene importancia”, dijo el arqueólogo que también catalogó como formaciones naturales los supuestos dólmenes.
Pi afirmó que los pretendidos vínculos con hallazgos celtas o del Tíbet no tienen sentido. Vidart coincidió: “Esas relaciones no se pueden aceptar, es muy aventurado. ¡Estamos haciendo una Charrulandia!”.
Femenías advirtió que no es tan sencillo catalogar como charrúa o indígena cualquier objeto. “¿Con qué criterio se vincula una piedra o una roca con los charrúas? De repente son naturales y tienen miles y miles de años de antigüedad: entonces no estamos hablando de los charrúas. Acá se toman todas las manifestaciones arqueológicas del país como sinónimo de charrúas y ése es un error gravísimo”.
En idéntico sentido se manifestó Vidart. “Hay quienes piensan que todo lo prehistórico es charrúa, pero no es así. Los charrúas eran parte de los pueblos pámpidos que, según parece, entraron aquí en el año 1500 antes de la era cristiana. Lo que tiene 11.000 años de antigüedad no es charrúa”.
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La luz de la Luna
Los charrúas nunca aceptaron el cristianismo. Cuando un sacerdote que acompañaba al misionero Cattáneo amenazó a un charrúa con las llamas del infierno, éste respondió: “Mejor, así no tendré frío cuando me muera”.
Por lo que se conoce, veneraban a sus muertos, se mutilaban los dedos y se herían los brazos cuando fallecía un pariente y practicaban ceremonias chamánicas.
Pero, además de eso, “poco o nada sabemos de las creencias de los charrúas en el campo de lo sagrado, lo sobrenatural o lo sobrehumano, por no hablar de lo religioso”, anota Vidart en su recién publicada obra La trama de la identidad nacional.
Porley dice “entrever la fuerza y belleza de la espiritualidad de nuestros indígenas”. Sostiene que las “construcciones de piedra” en las cumbres de los cerros oficiaban como “zonas de retiro”. Y que donde estaba la “Catedral Pétrea Charrúa” “es como si se canalizara toda la fuerza o energía de esos parajes y se pudiera dialogar con las nubes, la inmensidad celeste, el sol, como la luna y estrellas. Sin duda una o más de esas construcciones sobresalían creando vórtices de energía convocantes de la vista y corazones a mucha distancia”.
Pi Hugarte sostuvo que “pretender que eran místicos al estilo de san Juan de la Cruz es un dislate. Y que eran una especie de gurúes que se pasaban meditando en los círculos de espiritualidad –como dice Porley-arriba de los cerros, ¡no! La vida tribal es una vida dura, no es fácil. Todos los días hay que luchar por el alimento, contra la naturaleza, contra un montón de circunstancias. La gente tenía que comer, que cazar, que luchar y que huir… no era la India, de ninguna manera”.
Pero para Porley los académicos no se han molestado en estudiar lo suficiente. Para él –un periodista de 51 años que hizo sus primeras armas como cronista en el diario comunista El Popular- los datos están ahí, basta con salir a hablar con la gente de campaña, cosa que no han hecho los académicos. Por ejemplo, la costumbre de campo de tomar mate alrededor de un fogón puede ser, anota, un antiguo rito charrúa: “Quizá podríamos preguntarnos si estamos frente a alguna pervivencia de la cultura charrúa agauchada”.
Porley entrevista a la psicóloga Solange Dutrenit –que dice tener ascendencia charrúa- que relata que una paciente –también descendiente de la tribu- le contó un rito charrúa que ha pervivido de generación en generación: presentar a los recién nacidos a la Luna.
Dutrenit explicó su importancia: “Al final te terminás dando cuenta que si no pasás, si no vivís es experiencia de relación, quedás totalmente aislado de la conexión energética más fuerte que tienes en el Universo. Si no sentís era relación, en particular las mujeres (…) sobrevienen más frecuentemente problemas de cáncer de útero”.
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Conspiración anticharrúa
Para Porley ha existido una verdadera conspiración tendiente a ocultar “hasta con sangre” la verdad sobre los charrúas. El periodista acusa de ella al Estado uruguayo (y paradójicamente sus fascículos son auspiciados por el gobierno a través del Ministerio de Vivienda, y por las intendencias de Maldonado, Flores y Tacuarembó). “Uruguay –sostiene- vivió desde su nacimiento como Estado (y más precisamente desde (la matanza de) Salsipuedes en 1831) una conspiración anticharrúa, natural prolongación de la antiartiguista, que intentó devaluar a esta cultura”. La Universidad, sus egresados y los organismos oficiales de los cuales depende la investigación arqueológica e histórica son culpables, según Porley, por no haber hecho los estudios necesarios para descubrir la verdad.
“No admitimos que se descalifique a los charrúas, que se los borre, sin que se haga una investigación que nunca se hizo, dijo el periodista a Tres. Y en sus fascículos señaló que “son los cuestionadores, no los que atribuimos a los charrúas la construcción y la creación artística, los que deberían probar sus hipótesis”.
Antón se burla de las descripciones tradicionales de los charrúas y sostiene que ha existido “una leyenda infame” que “llevó a que se creara un estereotipo del charrúa salvaje, incivilizado, primitivo, nómada”.
Pi Hugarte no cree en eso. “Nos dicen que hubo una conspiración para ocultar la grandeza y el brillo de la civilización charrúa. Es una visión conspirativa de la historia: la culpa de los males del mundo siempre la tienen los malos, que pueden ser los judíos, los comunistas, los masones o los que no quieren que se sepa la verdad sobre los charrúas”.
“No entiendo por qué no quieren reconocer que fueron salvajes, que no conocieron la agricultura, que fueron cazadores nómadas. No es ninguna vergüenza, es un estadio natural en la historia de la humanidad”.
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El camino del mayor saber
Si en algo coinciden todos es en reconocer que de los charrúas se sabe poco.
En cambio, no hay coincidencias a la hora de plantearse cómo hacer para que se conozca más.
“Yo escribí en El Uruguay indígena que se sabía poco de los charrúas y que nunca se iba a saber. Que aparezca un documento importante desconocido, es muy difícil. El otro camino es la arqueología, pero tampoco es fácil”, explicó Pi Hugarte.
Tanto el antropólogo como Femenías coincidieron en que no es sencillo adjudicar a un pueblo cualquier hallazgo. “¿Cómo se distingue si un esqueleto o una boleadora es charrúa o es chaná?”. Aún así, Pi “es partidario de explorar por ahí y no mitificando espiritualidades imaginarias que –si existieron- no podemos saber cómo eran”.
En cambio, Porley cree que hay muchas cosas que están “a flor de piel”, esperando ser rescatadas por quienes tengan la sensibilidad necesaria. “Identificamos varios indicios de que muchas claves culturales charrúas han sobrevivido gracias al secreto, diríase que sagrado (…) Es probable que se abran más puertas de la memoria y la tradición oral, como se prefiera denominarlas, ya que hay quienes perciben sueños, intuiciones varias”.
Según Porley, para avanzar en el conocimiento sobre los charrúas “es imperioso convocar a profesionales capaces de articular una ciencia con conciencia, que incorporen no solo la ética y la responsabilidad, moral y social. Que se abran al mito y a la espiritualidad…” Siguiendo al autor francés Edgar Morin, reclama revalorizar los mitos, contra la “racionalización ciega” y el “neoliberalismo globalizante”. No hay que abandonar la ciencia, pero hay que combinar, dice la “precisión matemática con un enfoque más global y holístico, que se aproxime a las tradiciones orientales y a las de nuestras culturas amerindias”
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En la carta que envió a La República para deslindarse de la obra de Porley, Pi señaló que “es penoso que suponga que ese saber definitivo habrá de surgir de superficiales elucubraciones sin mayor estudio, por mejores que sean las intenciones”.
“No podemos –protestó Vidart- decir que la Universidad es perversa, que el saber libresco es malo y que mucho mejor es tener contacto con las divinidades. Es una exageración fundamentalista”.
Pi señaló que “por decir lo que se sabe sobre los charrúas lo ponen a uno como un reaccionario. Parece que ser de izquierda es apelar a la irracionalidad y a la magia, antes que a la ciencia, que –según Porley- es una creación del neoliberalismo. ¡Por favor!”.
El antropólogo dijo que el fenómeno despierta su interés profesional: “Veo el germen del surgimiento de un culto. Se están elaborando los mitos para fundamentarlo y estos, quizá, darán lugar a dogmas. Y si la cosa prospera, habrá rituales: ¡no sé si llegarán al grado de cortarse las falanges! ¡Sería fantástico!”.
Y a Vidart también: “He sentido que están fabricando una religión, una serie de ritos que solo conocen los iniciados, una irrealidad virtual, de la cual es bueno estar lejos hasta tanto no se ofrezcan pruebas científicas y no sentimientos. Antropológicamente, es interesante ver esa franja de personas que cultivan formas de irracionalismo. Entiendo que tiene un efecto compensatorio psicológico muy grande, como todos los mitos. Pero me preocupa el éxito que comienzan a tener”. Femenías también se mostró preocupado. “No es válido desmerecer la labor del científico para justificar la locura de uno. Lo peor es el riesgo que se corre que esto llegue a la enseñanza, que muchos maestros tomen esto como muy válido y terminemos haciendo una fantasía de nuestra prehistoria”.
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Herencia charrúa
La Biblioteca Nacional conserva las hojas amarillentas de un alegato que, en 1930, escribió Hipólito Barros en reclamo de un “monumento grandioso” en honor a los charrúas y “sus homéricas hazañas y su espíritu de rebeldía contra todo lo que pudiera destruir y aun limitar su organización ultrasocialista y su libertad personal”.
Barros sostenía que los uruguayos heredamos del charrúa sus “cualidades físicas y morales, mejoradas algunas notablemente por la moderna civilización”.
Coincidiendo con Barros, el escritor Carlos Maggi dijo en una charla recogida por Antón en Uruguaypirí que “el mundo charrúa era un mundo moralmente superior y eso es uno de los ingredientes en la formación de esta nacionalidad”. Esa “fuerza moral” heredada de los charrúas –agregó- hizo que la Provincia Oriental se independizara y las otras provincias no. (“Los charrúas vivieron también en varias provincias argentinas”, explica Pi).
El aporte charrúa fue mayor todavía para J.A. Hunter, autor de El Poder Charrúa: “A este pueblo le debe el uruguayo de hoy la herencia de un rico patrimonio: el compañerismo, la lealtad, el desinterés personal, la generosidad, el amor a la verdad y la incuestionable libertad”.
Y todavía mayor, si es posible, para Antón.
“Proteger la Naturaleza (…) diversificar la producción, disminuir la dependencia, defender a quienes producen con su sabiduría y sus manos, concentrarse en los niños y los jóvenes, prestar atención al sentir de las mujeres, recordar las viejas sabidurías sin dejar de crear nuevas opciones, generar redes de solidaridad que entrecrucen la sociedad en todas direcciones, tender la mano a pueblos amigos para buscar caminos comunes de prosperidad y respeto, defender la libertad de los demás y la propia a todo precio. Y por sobre todas las cosas comprender el pasado en todas sus dimensiones para asegurarse que no se cometan las mismas injusticias (…) Es el camino que nos trajeron desde el pasado profundo los charrúas, que recorrió de a caballo el gauchaje (…) que fue recogido como legado valioso por muchos miles de inmigrantes (…) y que nutrió la rebeldía de tantos jóvenes que se alzaron contra la injusticia y la opresión en tiempos más recientes”.
Antón dice que la “garra charrúa” es, para Uruguay, el “mejor pasaporte hacia un futuro sólido y verdadero”
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El charrúa existió –sostiene Vidart- pero no es un tronco de nuestra nacionalidad. Es la representación heroica, llena de coraje, honor e independencia de un pueblo que fue dueño de esta tierra, pero que –ni numérica ni culturalmente- pueda decirse decisivo en la forma del espíritu nacional uruguayo. La garra charrúa es un mito, una metáfora que se la repetían a los muchachos antes de salir a la cancha, y eran todos hijos de italianos”.
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Periodista: -¿No le parece que El pueblo jaguar retrata a los charrúas como un pueblo demasiado perfecto?
Antón: -Con tanta propaganda en contra durante tanto tiempo, hay que tirar el péndulo en la otra dirección.
Periodista: -¿Aún a riesgo de pasarse para el otro lado?
Antón: -¿Pero cuándo se pasa uno? A los charrúas le debemos mucho. Después de tanta difamación y asesinato, lo menos que se puede hacer es replantearse todo profundamente.
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Tenemos –concluye el libro de Antón- que tomar el bastón emplumado de Vaimaca, Melchora y Andresito y continuar la marcha hacia delante. Un camino de praderas verdes y siluetas de ñandúes en el cielo, de ganados, tatúes y guazubirás, de pescadores de corvina, de sábalos y tarariras, de chacareros que plantan papas y maíz, de tamberos que producen leche cada día, de computadoras que ayudan a reconstruir las viejas sabidurías, de redes electrónicas al servicio de la justicia y la verdad. Un camino de jóvenes y viejos, de mujeres y hombres. El camino charrúa”.
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Periodista: -¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?
Pi Hugarte: -Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada.
Publicado por Leonardo Haberkorn en la revista Tres, 20 de marzo de 1998
También en Tabaré, Juan Zorrilla de San Martín les negó la condición de humanos. Hijo de una española y un charrúa, Tabaré es una criatura especial:
“¡Extraño ser! ¿Qué razas da sus líneas a ese organismo esbelto?
Hay en un cráneo lugar para la idea.
Hay en su frente espacio para el genio.
Esa línea es charrúa; esa otra… humana”.
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Luego muchos historiadores, antropólogos y arqueólogos se encargaron de relativizar aquellos juicios basados, muchas veces, en descripciones de curas despechados por la imposibilidad de convertir a los charrúas, o de enemigos incapaces de vencerlos. Si se eliminaban de las crónicas las falsedades alimentadas por el odio y la subjetividad se podía ver otra realidad. Los charrúas eran pocos, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria. Pero no era cierto que no quisieran a sus hijos. Ni que no supieran reír. Eran hombres, no animales.
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Ahora dos obras recién aparecidas brindan una nueva versión. En su libro El pueblo jaguar, el geógrafo Danilo Antón sostiene que los charrúas fueron cientos de miles. Que conocieron la agricultura, el calendario y dieron gran importancia a la mujer. Que tenían una sociedad democrática y ética.
Por otra parte, en una serie de fascículos titulados El laberinto de Salsipuedes, publicados por el diario La República, el periodista Rodolfo Porley habla de una cultura de alta espiritualidad, respetuosa del medio ambiente, dueña de un complejo conocimiento matemático y que construyó cientos de monumentos de piedra, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”.
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¿Cuántos eran?
Antón tiene 57 años y es un geógrafo y geólogo reconocido, con libros traducidos a varios idiomas. Vivió en muchos países y fue en Canadá –asesorando proyectos gubernamentales de ayuda al tercer mundo- donde comenzó a interesarse por la historia y por los indígenas.
Desde entonces ha publicado tres libros de tono revisionista sobre la historia uruguaya. El primero –Uruguaypirí- dice: “Los amos, los opresores, los tiranos, los genocidas y los torturadores han gozado de una total impunidad en la versión oficial de la historia, vanagloriados en cientos de calles, monumentos, ciudades, departamentos. Los luchadores, los patriotas, los libertarios fueron ignorados, vilipendiados, menospreciados, eliminados por una conspiración de personas ilustres: de ‘historiadores’, de ‘doctores’, de ‘poetas’, de ‘patricios’, de ‘generales’ y de ‘escritores’. El público le ha respondido: desde 1994 ya se han publicado seis ediciones de Uruguaypirí.
Ahora, en su nueva obra, Antón ha centrado su atención en los charrúas: “No es un libro de historia o de antropología, es un ensayo con aspectos literarios mezclados con otros históricos y antropológicos”. El libro se llama El pueblo jaguar y también habla de una conspiración.
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Eran muchos y conocían la agricultura
El dato hasta hoy tenido por cierto, respecto a que los charrúas nunca fueron más que unos pocos miles, es para Antón fruto de “un profundo racismo inconsciente”.
Antón razona comparando la población de pueblos nómades africanos y concluye que los charrúas fueron “por lo menos unos 100.000”. El autor sostiene que la riqueza de esta tierra permitía alimentar esa población sin problemas. Además –contra toda la cátedra- afirma que los charrúas conocían la agricultura. “Los pueblos del sur poseían una sabiduría agrícola extendida y de alta sofisticación”. “Hay numerosos indicios que muestran que en muchos lugares de nuestro país se practicaba la agricultura rutinariamente. Se plantaba maíz, los porotos, el zapallo, la mandioca (…) La aptitud agrícola de los charrúas y otros pueblos pampas está documentada y ratificada por el sentido común”.
Si los charrúas no se dedicaban de lleno a los cultivos era porque “la comida era tan abundante que se podía prescindir de la agricultura”. Y si bien reconoce que no hay “descripciones concretas de cultivos en las aldeas charrúas” eso se explica porque plantaban en “pequeñas chacras escondidas en los montes”.
Como existen referencias de que comían brotes de ceibos, Antón dice que “es de imaginar que los charrúas debían plantar ceibos en las zonas bajas y costas donde residían”. Este concepto está presente también en la obra de Porley, que afirma que “el río Yi conserva en sus montes la flora que nuestros indígenas supieron cultivar y cosechar a su manera”. Eduardo Abella, otro divulgador de lo charrúa citado por Porley, habla de una “agricultura invisible”.
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Eran pocos y no conocían la agricultura
Para el antropólogo Daniel Vidart hablar de 100.000 charrúas es disparatado. “No hay ningún documento que lo avale. ¡Y si hubieran sido 100.000 acá nunca hubiera bajado un gallego: habrían acabado con todos!”
El catedrático de antropología de la Facultad de Ciencias, Renzo Pi Hugarte, coincidió con Vidart. “Los charrúas eran cazadores recolectores. Y si nos atenemos a la proporción de cazadores recolectores que pueden subsistir en un espacio, en la antigua Banda Oriental no debieron pasar nunca de 5.000. La base técnica que fundamenta estas economías no permite poblaciones grandes. Acá no había ganado y si hay que vivir de cazar un carpincho o un apereá, se necesitan muchos kilómetros cuadrados para sobrevivir. Además, todas las poblaciones eran más chicas. Cusco, que era un centro urbano importante, basado en una agricultura extensiva, probablemente nunca tuvo más de 25.000 habitantes”.
Para Pi, los charrúas “decididamente no conocieron la agricultura. Abundan los documentos que lo demuestran. Además, donde hubo agricultura, se encuentran rastros. Por ejemplo, se habla de que se cultivó la mandioca, que en su estado natural no es comestible. Los indios de la selva aprendieron a rallarla y a poner su pasta al sol o al fuego, para que se evapore un elemento venenoso que contiene. Pero ese proceso supone la existencia de ralladores y exprimidores. Y acá nunca se ha encontrado ninguno”.
Tampoco Vidart comparte lo señalado por Antón y Porley. “Todo indica que de ninguna manera conocían la agricultura. No hay ninguna prueba que permita pensarlo”. Lo mismo sostuvieron el investigador Eduardo Acosta y Lara y el arqueólogo Jorge Femenías: “Todas las fuentes y los datos lo niegan”.
Antón insistió: “Siendo tan fácil cultivar el maíz y siendo un cultivo que existía desde Canadá hasta el sur, ¡no cabe en la cabeza de nadie que no supieran cultivarlo! ¡No es posible!”.
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Democracia ecologista
Antón sostiene que la sociedad charrúa tuvo “carácter democrático” y un fuerte componente ético. Estaba organizada en un “sistema político basado en la libertad de los individuos y las comunidades”. En ella “la función que cumple la mujer es esencial, su participación en la toma de decisiones es predominante, y los sistemas espirituales están claramente influidos por esta situación de predominio femenino”.
Luego, sostiene Antón, la llegada de los españoles cambió las cosas. “El pueblo charrúa invadido fue obligado a cambiar radicalmente su modo de vida y a llevar una existencia guerrera”. Por eso se hicieron nómades por necesidad y “a partir de ese momento los roles centrales recayeron en los varones”.
Antón también sostiene que charrúas tuvieron “formas de relacionamiento con los ecosistemas muy sofisticadas y armónicas” que “permitieron mantener la riqueza y fecundidad de sus territorios”. Incluso para Porley el “nomadismo” charrúa “probablemente consistía en una movilidad sistemática para un manejo de ecosistemas en áreas mucho más extensas que las que nos hemos habituado a concebir. Tenían, dice, una gran “sabiduría ecológica”.
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Vidart y Pi Hugarte creen que no se puede hablar de democracia charrúa. “La vida en la sociedad tribal –explicó Pi- es bastante igualitaria, pero hay imposiciones de unos sobre otros. El respeto por la palabra empeñada, que puede considerarse un principio ético, es natural en todos los pueblos que no escriben, no es exclusivo de los charrúas. Y no es seguro que tuvieran una ética elaborada, como filosofía de vida”.
Para Vidart “hablar de democracia entre los pueblos cazadores es una extrapolación peligrosa. Hay sí igualdad, un sentido muy acendrado de la ayuda mutua, pero no democracia, porque ella entraña la existencia del pueblo, los poderes y una organización constitucional que no existía”.
Ambos antropólogos rechazaron también que los charrúas se hicieron guerreros debido a la invasión europea: “Ya antes guerreaban contra otros grupos, es indudable. No eran pacíficos”.
Pi descartó que la conquista haya alterado el rol de la mujer charrúa. “Tenía un rol sometido como en casi todas las sociedades de ese tipo, donde la mujer es un animal de carga, o se encarga de pulir piedras o cerámicas. Son muy pocos los pueblos donde la mujer participaba en asambleas decisorias. Han existido, pero no hay ninguna referencia de que haya sido aquí. Pensar otra cosa es una extrapolación con la idea de hoy de feminismo”.
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Sobre las cualidades ecológicas de los charrúas las diferencias de enfoque son notorias. Para Antón “el camino charrúa es por sobre todas las cosas un camino de la naturaleza. Un camino de respeto a la vida, de amor a los ríos, a los montes, a las praderas, a los cerros de piedra sagrados, es un camino que nace cada invierno cuando las siete estrellitas anuncian el regreso del sol. Es el camino de la madre, de la abuela tierra, un camino pradera, un camino-mujer”.
Pero para Pi hablar en esos términos es hacer “otra extrapolación con conceptos que no existían entonces”.
“La idea de que los indios protegen a la naturaleza –señaló- es totalmente errada y falsa. Si ellos hubieran tenido nuestra técnica, destruyen la naturaleza igual que nosotros. Déle una sierra mecánica a un indio selvático que vaya a hacer un plantío de mandioca y va a ver como liquida el monte en un santiamén. Lo que pasa es que sin sierra mecánica no es tan fácil cortar esos árboles”.
Para Vidart “los pueblos mal llamados salvajes administran muy bien el patrimonio de los ecosistemas pero no son ambientalistas y también hacen daño en la naturaleza”.
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Año nuevo charrúa
Hay otras diferencias entre Antón y los antropólogos. Para Antón “es seguro que los charrúas basaban su calendario en las fases de la luna (...) y es probable que festejaran su fin de año inmediatamente después del solsticio de invierno, alrededor del 23 o 24 de junio”.
Para Pi ése es un error. “Conocer el movimiento de los astros es un logro de los mayas, pero no de los indios de acá. Un calendario supone conocimientos complejos que son propios de los pueblos con una agricultura avanzada”.
Vidart pide pruebas: “Sería muy interesante saber cómo se ha llegado a determinar que había un calendario charrúa y una fecha de año nuevo. Yo no conozco ningún elemento”.
Porley también señala un alto conocimiento matemático charrúa (“el pensamiento matemático charrúa emparentado con una cosmovisión en códigos conjuntos cuaternarios, similares a los de varios pueblos amerindios, africanos y asiáticos, con capacidad de contar hasta mil o más”) desconocido hasta hoy por la ciencia.
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Valle del hilo de la vida
Pero el aspecto más promocionado de los fascículos de Porley es el descubrimiento de cientos de construcciones de piedra indígenas, incluyendo una “Catedral Pétrea Charrúa”. El periodista da cuenta de que en pocos días realizó decenas de hallazgos: “No hubo necesidad de tocar nada para reconocer rastros de culturas indígenas en cada sitio (…) Más parece necesario tener el corazón expuesto”.
Entre los hallazgos, Porley destaca dos conos de tres metros de altura, construidos con piedras sólidamente estructuradas entre sí.
Ambos parecen haber sido ya descritos en 1949, en una historia de Minas, en la cual Santiago Dossetti apuntó que en los valles cercanos a esa ciudad “hay todavía hornitos o parrillas donde los españoles tostaban el material para separar la pepita áurea del cuarzo”.
Pero Porley descarta rápidamente esa explicación. “Prácticamente todo revela origen indígena”, dice. Aunque elude decir directamente que los conos –a veces llamados “pirámides” o “conos piramidales”- fueron levantados por los charrúas, lo da a entender varias veces. “Descubren más de un centenar de conos pétreos en esta Tierra Charrúa”, dice el título de uno de los fascículos, acompañado por la foto de uno de ellos. En otra oportunidad afirma: “Esos mismos cerros donde se han localizado las construcciones fueron los sitios preferidos para los ejercicios espirituales practicados a cielos abiertos por la cultura charrúa”.
Porley bautiza el sitio donde se encuentran los conos como “Valle del Hilo de la Vida”. Caminar allí le produjo a él y a sus acompañantes “cierta sensación de serenidad, pero que a la vez tenía algo de estimulante. Allí las voces suenan limpias. “Comenzamos a sentir que encontramos el anfiteatro más apropiado para la música de espiritualidad charrúa”. Un “pedagogo especializado en yoga” comentó que “sutiles energías presentes en el lugar, intentando mantener vivo en nuestros corazones cierta conexión con los antiguos pobladores de estas tierras”.
Además “hay quienes percibieron un aire ‘andino’ en estas singulares petroconstrucciones conoides (…) Expertos franceses le hallaron semejanzas con las estelas funerarias del Tíbet”.
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Catedral Pétrea Charrúa
Porley también encontró un cerro “que en el corazón de Salto es asiento de la Catedral Pétrea Charrúa”. El lugar, dice, alberga decenas de amontonamientos de piedra indígenas y una catedral charrúa con “naves” y “columnatas”. La foto de las supuestas columnas de la catedral se luce en la tapa de otro de los fascículos.
El periodista dice que las “columnatas” “parecen ser parte de la estructura del mismo cerro” pero también “hay bloques que parecen haber sido colocados”. Según concluye la obra charrúa está realizada “en indescifrable simbiosis con la estructura rocosa del tal cerro sagrado”.
La supuesta catedral charrúa. |
Porley, que a lo largo de si obra cita repetidamente a Pi Hugarte y a Vidart, así como a Femenías, también atribuyó a los indígenas haber levantado decenas de supuestos dólmenes y otros “monumentos megalíticos” que vinculó con hallazgos arqueológicos europeos y con los de San Agustín, en Colombia.
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Charrulandia
A Femenías algunas personas lo han felicitado por aparecer en los fascículos de Porley, y a Pi Hugarte también.
Pi, que tiene 62 años, recibió una carta de una ex compañera de liceo a la que no ve desde entonces. La misiva dice: “Cuánto me alegra saber que estás luchando por la causa de nuestros queridos charrúas”. Eso lo decidió a enviar una carta a La República (el 7 de febrero) aclarando que “no comparto las tesis sostenidas por Porley a propósito de las antiguas culturas indígenas del Uruguay”.
El mismo día, en El Diario, Vidart denunció la existencia de una “guerrilla fundamentalista” empeñada en recrear una “fantasmagórica y a la vez totalitaria Charrulandia”.
“Lo malo es que hoy, cuando la arqueología y la antropología general han avanzado tanto, un sector contestatario de indiófilos criollos propone explicaciones que vacían de sentido las conquistas de la razón y los avances del conocimiento. Esta actitud, que conlleva un acre repudio a la Universidad a la par que supone un retorno a la Tradición de los Antiguos, ha hecho pie en un sector inconformista del colectivo uruguayo. Antes la madrina de los dislates era la ignorancia: hoy lo es el afán de revivir la sabiduría infalible de los benditos analfabetos”.
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Para Vidart no hay nada nuevo cuando se habla de los amontonamientos de piedra que los charrúas realizaron en los cerros. Es conocido y ha sido referido por decenas de autores desde el siglo pasado. Estos rústicos amontonamientos fueron llamados “vichaderos”, porque se creía que los indios los usaban para vigilar los alrededores. Luego –como creen Vidart y Pi Hugarte- se impuso la idea de que eran sitios destinados a prácticas chamánicas. “Allí se hacen mil heridas en su cuerpo y sufren una vigorosa abstinencia hasta que se les aparece en su mente algún ser viviente, al cual invocan en los momentos de peligro como un ángel de la guarda”, relató el criollo Benito Silva que en 1825 vivió entre los charrúas.
“Lo que hacían era buscar lo que hoy llamaríamos un estado de conciencia alterada a través del sufrimiento, el dolor, el ayuno”, explicó Pi.
Sin embargo, hasta hoy solo Daniel Granada, en su Vocabulario rioplatense razonado de 1896, había consignado la existencia de amontonamientos de piedra de hasta tres metros. Por lo demás, los conos fotografiados por Porley lucen más sólidos y prolijos que los amontonamientos hasta hoy conocidos. “Tengo serias dudas de que sean indígenas. Pueden ser hornos para quemar cal o para fundir metal, lo que los pondría en la época de la colonia o hasta de la república”, dijo Pi Hugarte.
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El arqueólogo Femenías acompañó a Porley a ver los polémicos conos. “Es algo espectacular, nunca había visto nada así. Pero hay una referencia respecto a que eran obras mineras españolas y –aunque no parecen hornos- hay que investigarlo. Tampoco sabemos si son antiguos o modernos. Son un amontonamiento artificial de piedras y, de todas las fuentes históricas que hacen referencia a los amontonamientos indígenas, solo Granada les otorga hasta tres metros. Y uno no puede descartar todas las otras citas y quedarse con la que le conviene. No descarto que sean indígenas, pero tampoco lo puedo afirmar”.
Acosta y Lara, de 80 años, uno de los más respetados especialistas sobre charrúas, lo duda. “Fíjese que en Minas hace por lo menos 200 años que no hay indios. Si esas pirámides fueran de esa época, la gente ya las habría destruido, buscando algo adentro. Cosas así se mantienen en lugares muy aislados, pero no es el caso. No me atrevería a decir si eran indígenas o no, porque no se puede decir cualquier cosa. Todo lo que se dice fuera de la documentación es tocar la guitarra”.
En cuanto a las columnas de la catedral, Pi y Femenías coincidieron en que no son otra cosa que formaciones naturales. “En su afán por reivindicar a los charrúas, Porley cae en el mayor de los eurocentrismos, tratando de adjudicarles las mismas cosas que hacían los europeos. Aunque los charrúas no hicieran catedrales, que no hicieron porque esto es falso, su cultura igual tiene importancia”, dijo el arqueólogo que también catalogó como formaciones naturales los supuestos dólmenes.
Pi afirmó que los pretendidos vínculos con hallazgos celtas o del Tíbet no tienen sentido. Vidart coincidió: “Esas relaciones no se pueden aceptar, es muy aventurado. ¡Estamos haciendo una Charrulandia!”.
Femenías advirtió que no es tan sencillo catalogar como charrúa o indígena cualquier objeto. “¿Con qué criterio se vincula una piedra o una roca con los charrúas? De repente son naturales y tienen miles y miles de años de antigüedad: entonces no estamos hablando de los charrúas. Acá se toman todas las manifestaciones arqueológicas del país como sinónimo de charrúas y ése es un error gravísimo”.
En idéntico sentido se manifestó Vidart. “Hay quienes piensan que todo lo prehistórico es charrúa, pero no es así. Los charrúas eran parte de los pueblos pámpidos que, según parece, entraron aquí en el año 1500 antes de la era cristiana. Lo que tiene 11.000 años de antigüedad no es charrúa”.
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La luz de la Luna
Los charrúas nunca aceptaron el cristianismo. Cuando un sacerdote que acompañaba al misionero Cattáneo amenazó a un charrúa con las llamas del infierno, éste respondió: “Mejor, así no tendré frío cuando me muera”.
Por lo que se conoce, veneraban a sus muertos, se mutilaban los dedos y se herían los brazos cuando fallecía un pariente y practicaban ceremonias chamánicas.
Pero, además de eso, “poco o nada sabemos de las creencias de los charrúas en el campo de lo sagrado, lo sobrenatural o lo sobrehumano, por no hablar de lo religioso”, anota Vidart en su recién publicada obra La trama de la identidad nacional.
Porley dice “entrever la fuerza y belleza de la espiritualidad de nuestros indígenas”. Sostiene que las “construcciones de piedra” en las cumbres de los cerros oficiaban como “zonas de retiro”. Y que donde estaba la “Catedral Pétrea Charrúa” “es como si se canalizara toda la fuerza o energía de esos parajes y se pudiera dialogar con las nubes, la inmensidad celeste, el sol, como la luna y estrellas. Sin duda una o más de esas construcciones sobresalían creando vórtices de energía convocantes de la vista y corazones a mucha distancia”.
Pi Hugarte sostuvo que “pretender que eran místicos al estilo de san Juan de la Cruz es un dislate. Y que eran una especie de gurúes que se pasaban meditando en los círculos de espiritualidad –como dice Porley-arriba de los cerros, ¡no! La vida tribal es una vida dura, no es fácil. Todos los días hay que luchar por el alimento, contra la naturaleza, contra un montón de circunstancias. La gente tenía que comer, que cazar, que luchar y que huir… no era la India, de ninguna manera”.
Pero para Porley los académicos no se han molestado en estudiar lo suficiente. Para él –un periodista de 51 años que hizo sus primeras armas como cronista en el diario comunista El Popular- los datos están ahí, basta con salir a hablar con la gente de campaña, cosa que no han hecho los académicos. Por ejemplo, la costumbre de campo de tomar mate alrededor de un fogón puede ser, anota, un antiguo rito charrúa: “Quizá podríamos preguntarnos si estamos frente a alguna pervivencia de la cultura charrúa agauchada”.
Porley entrevista a la psicóloga Solange Dutrenit –que dice tener ascendencia charrúa- que relata que una paciente –también descendiente de la tribu- le contó un rito charrúa que ha pervivido de generación en generación: presentar a los recién nacidos a la Luna.
Dutrenit explicó su importancia: “Al final te terminás dando cuenta que si no pasás, si no vivís es experiencia de relación, quedás totalmente aislado de la conexión energética más fuerte que tienes en el Universo. Si no sentís era relación, en particular las mujeres (…) sobrevienen más frecuentemente problemas de cáncer de útero”.
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Conspiración anticharrúa
Para Porley ha existido una verdadera conspiración tendiente a ocultar “hasta con sangre” la verdad sobre los charrúas. El periodista acusa de ella al Estado uruguayo (y paradójicamente sus fascículos son auspiciados por el gobierno a través del Ministerio de Vivienda, y por las intendencias de Maldonado, Flores y Tacuarembó). “Uruguay –sostiene- vivió desde su nacimiento como Estado (y más precisamente desde (la matanza de) Salsipuedes en 1831) una conspiración anticharrúa, natural prolongación de la antiartiguista, que intentó devaluar a esta cultura”. La Universidad, sus egresados y los organismos oficiales de los cuales depende la investigación arqueológica e histórica son culpables, según Porley, por no haber hecho los estudios necesarios para descubrir la verdad.
“No admitimos que se descalifique a los charrúas, que se los borre, sin que se haga una investigación que nunca se hizo, dijo el periodista a Tres. Y en sus fascículos señaló que “son los cuestionadores, no los que atribuimos a los charrúas la construcción y la creación artística, los que deberían probar sus hipótesis”.
Antón se burla de las descripciones tradicionales de los charrúas y sostiene que ha existido “una leyenda infame” que “llevó a que se creara un estereotipo del charrúa salvaje, incivilizado, primitivo, nómada”.
Pi Hugarte no cree en eso. “Nos dicen que hubo una conspiración para ocultar la grandeza y el brillo de la civilización charrúa. Es una visión conspirativa de la historia: la culpa de los males del mundo siempre la tienen los malos, que pueden ser los judíos, los comunistas, los masones o los que no quieren que se sepa la verdad sobre los charrúas”.
“No entiendo por qué no quieren reconocer que fueron salvajes, que no conocieron la agricultura, que fueron cazadores nómadas. No es ninguna vergüenza, es un estadio natural en la historia de la humanidad”.
***
El camino del mayor saber
Si en algo coinciden todos es en reconocer que de los charrúas se sabe poco.
En cambio, no hay coincidencias a la hora de plantearse cómo hacer para que se conozca más.
“Yo escribí en El Uruguay indígena que se sabía poco de los charrúas y que nunca se iba a saber. Que aparezca un documento importante desconocido, es muy difícil. El otro camino es la arqueología, pero tampoco es fácil”, explicó Pi Hugarte.
Tanto el antropólogo como Femenías coincidieron en que no es sencillo adjudicar a un pueblo cualquier hallazgo. “¿Cómo se distingue si un esqueleto o una boleadora es charrúa o es chaná?”. Aún así, Pi “es partidario de explorar por ahí y no mitificando espiritualidades imaginarias que –si existieron- no podemos saber cómo eran”.
En cambio, Porley cree que hay muchas cosas que están “a flor de piel”, esperando ser rescatadas por quienes tengan la sensibilidad necesaria. “Identificamos varios indicios de que muchas claves culturales charrúas han sobrevivido gracias al secreto, diríase que sagrado (…) Es probable que se abran más puertas de la memoria y la tradición oral, como se prefiera denominarlas, ya que hay quienes perciben sueños, intuiciones varias”.
Según Porley, para avanzar en el conocimiento sobre los charrúas “es imperioso convocar a profesionales capaces de articular una ciencia con conciencia, que incorporen no solo la ética y la responsabilidad, moral y social. Que se abran al mito y a la espiritualidad…” Siguiendo al autor francés Edgar Morin, reclama revalorizar los mitos, contra la “racionalización ciega” y el “neoliberalismo globalizante”. No hay que abandonar la ciencia, pero hay que combinar, dice la “precisión matemática con un enfoque más global y holístico, que se aproxime a las tradiciones orientales y a las de nuestras culturas amerindias”
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En la carta que envió a La República para deslindarse de la obra de Porley, Pi señaló que “es penoso que suponga que ese saber definitivo habrá de surgir de superficiales elucubraciones sin mayor estudio, por mejores que sean las intenciones”.
“No podemos –protestó Vidart- decir que la Universidad es perversa, que el saber libresco es malo y que mucho mejor es tener contacto con las divinidades. Es una exageración fundamentalista”.
Pi señaló que “por decir lo que se sabe sobre los charrúas lo ponen a uno como un reaccionario. Parece que ser de izquierda es apelar a la irracionalidad y a la magia, antes que a la ciencia, que –según Porley- es una creación del neoliberalismo. ¡Por favor!”.
El antropólogo dijo que el fenómeno despierta su interés profesional: “Veo el germen del surgimiento de un culto. Se están elaborando los mitos para fundamentarlo y estos, quizá, darán lugar a dogmas. Y si la cosa prospera, habrá rituales: ¡no sé si llegarán al grado de cortarse las falanges! ¡Sería fantástico!”.
Y a Vidart también: “He sentido que están fabricando una religión, una serie de ritos que solo conocen los iniciados, una irrealidad virtual, de la cual es bueno estar lejos hasta tanto no se ofrezcan pruebas científicas y no sentimientos. Antropológicamente, es interesante ver esa franja de personas que cultivan formas de irracionalismo. Entiendo que tiene un efecto compensatorio psicológico muy grande, como todos los mitos. Pero me preocupa el éxito que comienzan a tener”. Femenías también se mostró preocupado. “No es válido desmerecer la labor del científico para justificar la locura de uno. Lo peor es el riesgo que se corre que esto llegue a la enseñanza, que muchos maestros tomen esto como muy válido y terminemos haciendo una fantasía de nuestra prehistoria”.
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Herencia charrúa
La Biblioteca Nacional conserva las hojas amarillentas de un alegato que, en 1930, escribió Hipólito Barros en reclamo de un “monumento grandioso” en honor a los charrúas y “sus homéricas hazañas y su espíritu de rebeldía contra todo lo que pudiera destruir y aun limitar su organización ultrasocialista y su libertad personal”.
Barros sostenía que los uruguayos heredamos del charrúa sus “cualidades físicas y morales, mejoradas algunas notablemente por la moderna civilización”.
Coincidiendo con Barros, el escritor Carlos Maggi dijo en una charla recogida por Antón en Uruguaypirí que “el mundo charrúa era un mundo moralmente superior y eso es uno de los ingredientes en la formación de esta nacionalidad”. Esa “fuerza moral” heredada de los charrúas –agregó- hizo que la Provincia Oriental se independizara y las otras provincias no. (“Los charrúas vivieron también en varias provincias argentinas”, explica Pi).
El aporte charrúa fue mayor todavía para J.A. Hunter, autor de El Poder Charrúa: “A este pueblo le debe el uruguayo de hoy la herencia de un rico patrimonio: el compañerismo, la lealtad, el desinterés personal, la generosidad, el amor a la verdad y la incuestionable libertad”.
Y todavía mayor, si es posible, para Antón.
“Proteger la Naturaleza (…) diversificar la producción, disminuir la dependencia, defender a quienes producen con su sabiduría y sus manos, concentrarse en los niños y los jóvenes, prestar atención al sentir de las mujeres, recordar las viejas sabidurías sin dejar de crear nuevas opciones, generar redes de solidaridad que entrecrucen la sociedad en todas direcciones, tender la mano a pueblos amigos para buscar caminos comunes de prosperidad y respeto, defender la libertad de los demás y la propia a todo precio. Y por sobre todas las cosas comprender el pasado en todas sus dimensiones para asegurarse que no se cometan las mismas injusticias (…) Es el camino que nos trajeron desde el pasado profundo los charrúas, que recorrió de a caballo el gauchaje (…) que fue recogido como legado valioso por muchos miles de inmigrantes (…) y que nutrió la rebeldía de tantos jóvenes que se alzaron contra la injusticia y la opresión en tiempos más recientes”.
Antón dice que la “garra charrúa” es, para Uruguay, el “mejor pasaporte hacia un futuro sólido y verdadero”
***
El charrúa existió –sostiene Vidart- pero no es un tronco de nuestra nacionalidad. Es la representación heroica, llena de coraje, honor e independencia de un pueblo que fue dueño de esta tierra, pero que –ni numérica ni culturalmente- pueda decirse decisivo en la forma del espíritu nacional uruguayo. La garra charrúa es un mito, una metáfora que se la repetían a los muchachos antes de salir a la cancha, y eran todos hijos de italianos”.
***
Periodista: -¿No le parece que El pueblo jaguar retrata a los charrúas como un pueblo demasiado perfecto?
Antón: -Con tanta propaganda en contra durante tanto tiempo, hay que tirar el péndulo en la otra dirección.
Periodista: -¿Aún a riesgo de pasarse para el otro lado?
Antón: -¿Pero cuándo se pasa uno? A los charrúas le debemos mucho. Después de tanta difamación y asesinato, lo menos que se puede hacer es replantearse todo profundamente.
***
Tenemos –concluye el libro de Antón- que tomar el bastón emplumado de Vaimaca, Melchora y Andresito y continuar la marcha hacia delante. Un camino de praderas verdes y siluetas de ñandúes en el cielo, de ganados, tatúes y guazubirás, de pescadores de corvina, de sábalos y tarariras, de chacareros que plantan papas y maíz, de tamberos que producen leche cada día, de computadoras que ayudan a reconstruir las viejas sabidurías, de redes electrónicas al servicio de la justicia y la verdad. Un camino de jóvenes y viejos, de mujeres y hombres. El camino charrúa”.
***
Periodista: -¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?
Pi Hugarte: -Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada.
Publicado por Leonardo Haberkorn en la revista Tres, 20 de marzo de 1998
22.3.09
Los últimos charrúas: siete diferencias
Los relatos sobre los charrúas suelen no ajustarse exactamente a los hechos comprobados. Por ejemplo, el siguiente texto de Eduardo Galeano de las Memorias del Fuego.
“En las puntas del Queguay, la caballería del general Rivera ha culminado, con buena puntería, la obra civilizadora. Ya no queda ni un indio vivo en el Uruguay (1). El gobierno dona los cuatro últimos charrúas a la Academia de Ciencias Naturales de París (2). Los despacha en la bodega de un barco, en calidad de equipaje, entre los demás bultos y valijas (3). El público francés paga entrada para ver a los salvajes, raras muestras de una raza extinguida. Los científicos anotan gestos, costumbres y medidas antropométricas; de la forma de los cráneos, deducen la escasa inteligencia y el carácter violento.
Antes de un par de meses, los indios se dejan morir (4). Los académicos disputan los cadáveres. Solamente sobrevive el guerrero Tacuabé, que huye con su hija recién nacida, llega quién sabe cómo hasta la ciudad de Lyon y se desvanece (5).
Tacuabé era el que hacía música (6). La hacía en el museo, cuando se iba el público. Frotaba el arco con una varita mojada en saliva y arrancaba dulces vibraciones a la cuerda de crines. Los franceses que lo espiaron desde atrás de las cortinas cuentan que creaba sonidos muy suaves, apagados, casi inaudibles, como si estuviera conversando en secreto (7)”.
(1) Durante varios años sobrevivieron grupos pequeños de charrúas libres, que incluyeron a los caciques Rondó, Brown y Sepé. Más de 20 años después de aquellas matanzas Sepé vivía junto a una decena de charrúas en una toldería en Tacuarembó.
(2) No eran los últimos. Además de los que se mantenían libres, otros estaban presos o habían sido entregados para ser “civilizados” a familias de toda la república.
(3) No hay ningún documento que relate cómo fue el viaje.
(4) Senaqué murió dos meses después de llegar a Francia. Vaimaca Perú vivió allí más de cinco meses. Guyunusa sobrevivió un año, un mes y nueve días. Tenía una hija de diez meses y no se dejó morir, murió de tuberculosis.
(5) Se sabe que Tacuabé llegó a Lyon junto con Guyunusa y su hija porque allí los llevó el “empresario” que los exhibía. El francés tenía pensado ir a Estrasburgo, pero tuvo que cambiar de destino porque en esa ciudad había un fuerte movimiento en pro de la libertad de los charrúas. Fueron a Lyon y allí murió Guyunusa. Luego Tacuabé escapó con la niña.
(6) También tiró un gato al fuego para divertirse.
(7) Más allá de la intención de quien lo ejecuta, el llamado arco de Tacuabé, por ser un instrumento sin caja de resonancia, únicamente permite obtener sonidos casi inaudibles.
Publicado en la revista Tres, 20 de marzo de 1998.
el.informante.blog@gmail.com
“En las puntas del Queguay, la caballería del general Rivera ha culminado, con buena puntería, la obra civilizadora. Ya no queda ni un indio vivo en el Uruguay (1). El gobierno dona los cuatro últimos charrúas a la Academia de Ciencias Naturales de París (2). Los despacha en la bodega de un barco, en calidad de equipaje, entre los demás bultos y valijas (3). El público francés paga entrada para ver a los salvajes, raras muestras de una raza extinguida. Los científicos anotan gestos, costumbres y medidas antropométricas; de la forma de los cráneos, deducen la escasa inteligencia y el carácter violento.
Antes de un par de meses, los indios se dejan morir (4). Los académicos disputan los cadáveres. Solamente sobrevive el guerrero Tacuabé, que huye con su hija recién nacida, llega quién sabe cómo hasta la ciudad de Lyon y se desvanece (5).
Tacuabé era el que hacía música (6). La hacía en el museo, cuando se iba el público. Frotaba el arco con una varita mojada en saliva y arrancaba dulces vibraciones a la cuerda de crines. Los franceses que lo espiaron desde atrás de las cortinas cuentan que creaba sonidos muy suaves, apagados, casi inaudibles, como si estuviera conversando en secreto (7)”.
(1) Durante varios años sobrevivieron grupos pequeños de charrúas libres, que incluyeron a los caciques Rondó, Brown y Sepé. Más de 20 años después de aquellas matanzas Sepé vivía junto a una decena de charrúas en una toldería en Tacuarembó.
(2) No eran los últimos. Además de los que se mantenían libres, otros estaban presos o habían sido entregados para ser “civilizados” a familias de toda la república.
(3) No hay ningún documento que relate cómo fue el viaje.
(4) Senaqué murió dos meses después de llegar a Francia. Vaimaca Perú vivió allí más de cinco meses. Guyunusa sobrevivió un año, un mes y nueve días. Tenía una hija de diez meses y no se dejó morir, murió de tuberculosis.
(5) Se sabe que Tacuabé llegó a Lyon junto con Guyunusa y su hija porque allí los llevó el “empresario” que los exhibía. El francés tenía pensado ir a Estrasburgo, pero tuvo que cambiar de destino porque en esa ciudad había un fuerte movimiento en pro de la libertad de los charrúas. Fueron a Lyon y allí murió Guyunusa. Luego Tacuabé escapó con la niña.
(6) También tiró un gato al fuego para divertirse.
(7) Más allá de la intención de quien lo ejecuta, el llamado arco de Tacuabé, por ser un instrumento sin caja de resonancia, únicamente permite obtener sonidos casi inaudibles.
Publicado en la revista Tres, 20 de marzo de 1998.
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