Los argentinos reeligieron a Menem a pesar de que todos conocían la naturaleza corrupta de su gobierno. Ahora han vuelto a cometer el mismo pecado.
Yo miraba Televisión Registrada en 2000 y 2001. En aquel entonces el programa era conducido por Fabián Gianola y Claudio Morgado, y no era reproducido por la televisión abierta uruguaya.
TVR había comenzado siendo una simple recopilación de momentos hilarantes o grotescos de la TV, abundantes en Argentina. Pero de a poco había ido creciendo. Gracias a una meticulosa producción y a un archivo implacable, cada semana Televisión Registrada desnudaba el doble discurso y la irresponsabilidad con la que Argentina es construida y destruida al mismo, y no sólo por sus políticos.
Por supuesto: en aquellos programas Carlos Menem tenía un lugar de honor.
Siempre volvían a aparecer sus imágenes: Menem bailando con una odalisca, Menem con una vedette, Menem con su Ferrari, Menem jugando al fútbol mientras el desempleo llegaba al 20%, Menem cometiendo un acto fallido memorable y diciendo que él se ponía al frente de la corrupción.
Por supuesto, al principio yo disfrutaba mucho de aquellas palizas virtuales que TVR le daba a aquel sinvergüenza que había sido tan ensalzado por medio mundo, incluyendo la revista Time, la infalible The Economist, el sacrosanto Fondo Monetario Internacional y muchos políticos, economistas y periodistas uruguayos que hoy miran para otro lado, igual que Marina Arismendi con la Unión Soviética.
Entre tanto robo impune, aquellas emisiones de TVR parecían un sucedáneo de la justicia.
Con el tiempo, sin embargo, Televisión Registrada comenzó a dejarme un cierto sabor amargo. Al principio me costó entender de donde nacía ese creciente fastidio con el programa, pero al fin lo vi con claridad. Lo que me molestaba era que Gianola y Morgado presentaban a Menem como un castigo del cielo, como una plaga que algún dios malvado hubiera hecho caer sobre los argentinos. El mensaje que daba TVR era que nadie era responsable, que los argentinos eran inocentes, que no tenían nada que ver con esa década infame que había destruido el país hasta sus cimientos. Había uno sólo culplable: Memen. Pobres argentinos. Nadie había votado al sátrapa.
Obviamente, aquello no era más que demagogia barata. Lo habían votado y dos veces.
Menem llegó a ser presidente de Argentina cuando ganó la elección de 1989 con el 47,49% de los votos. Durante su primer gobierno los argentinos disfrutaron de la plata dulce que generó la venta de todo el aparato estatal y un tipo de cambio ficticio.
Aquellas privatizaciones fueron realizadas en medio de bochornosos escándalos de corrupción, ampliamente denunciados en la prensa. Menem aumentó en forma descarada el número de integrantes de la Suprema Corte para dominar el Poder Judicial a su antojo. Argentina fue escenario de dos atentados terroristas de inusitada gravedad, sin que nunca aparecieran los culpables.
Nada de eso le importó a la mayoría relativa de los argentinos, salvo la plata dulce. En 1995, Carlos Menem fue reelecto por 7,8 millones de argentinos, el 49,97% del total de votantes, un porcentaje mayor al que había obtenido en su primera elección. Lo votaron a pesar de la AMIA. Lo votaron a pesar de terminar con la independencia del Poder Judicial. Lo votaron a pesar de la corrupción galopante. ¿De qué inocencia me hablan?
Lo peor es que del desastre que sobrevino después, los argentinos no han sacado ninguna enseñanza. Porque ahora, con la “reelección” del matrimonio Kirchner, han vuelto a repetir exactamente la misma historia.
El gobierno de Néstor Kirchner, ese líder “progresista” tan festejado aquí cuando asumió allá, demostró un parecido notable con las peores facetas del gobierno de Menem.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner una misteriosa bolsa con 65.000 dólares apareció en el baño del despacho de la ministra de Economía Felisa Micheli. La ministra nunca pudo explicar convincentemente qué hacía ese dinero allí.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner, la empresa sueca Skanska reconoció que había pagado sobornos por seis millones de dólares para conseguir contratos de obras públicas en Argentina.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner, la secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti, fue acusada de malversación de fondos públicos por haber contratado a 350 empleados, entre ellos amigos y familiares.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner apareció el venezolano Antonini queriendo entrar en forma clandestina a Argentina una valija con 800.000 dólares en un vuelo contratado por el propio Estado. En Estados Unidos se dice que era dinero de Venezuela para financiar en forma ilegal la campaña electoral de Cristina Kirchner.
El gobierno de Néstor Kirchner, además, está acusado ante la Justicia por manipular los índices inflacionarios para engañar a la ciudadanía. Y señalado por usar todo el aparato estatal para favorecer la candidatura de su señora esposa.
Son escándalos muy grandes de los cuales la prensa y especialmente la televisión argentina hablan muy poco.
El gobierno de Néstor Kirchner supo cómo sepultar la crítica periodística. Mientras las tarifas publicitarias aumentaron un 60%, el gasto en propaganda oficial creció un 355% respecto a lo que había gastado el anterior presidente Duhalde. Además, esa lluvia de millones se reparte de un modo maquiavélico: a los más oficialistas se los premia con millones en avisos y a los pocos que no se someten se los castiga no dándoles nada.
Hace ya unos meses volví a ver Televisión Registrada después de muchos años. Esa semana estaba en su apogeo el escándalo Skanska y había aparecido la misteriosa bolsa de dólares en el escritorio de la Miceli. Sin embargo, TVR apenas si se refirió a estos temas y en cambio se dedicó a mostrar muchas imágenes… ¡de la corrupción en épocas de Menem!
Tan obvia fue la intención de desviar la atención pública, de minimizar la corrupción kirchnerista, de distraer al público con las viejas imágenes del corrupto anterior, que el invitado especial que tenía el programa, el periodista deportivo Juan Pablo Varsky, se quejó del chocante oficialismo de TVR: era fácil seguir hablando de Menem, les dijo a sus anfitriones, pero era hora de hablar de Skanska, Felisa Miceli y Romina Picolotti.
Por supuesto, no le hicieron caso.
No debe existir imagen más bochornosa para una República que la de un marido pasándole la banda presidencial a su esposa, o viceversa.
Pero ni siquiera el pudor impidió que los argentinos volvieran a hacer lo mismo que cuando Menem. A pesar de las evidentes muestras de corrupción que existieron en el gobierno del señor Kirchner, fueron masivamente a votar a su señora.
Igual que con Menem, cuando todo el castillo de arena se caiga, todos jurarán inocencia.
Lo veremos en Televisión Registrada.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 22 de diciembre de 2007.
8.1.08
25.12.07
Periodismo uruguayo: oficialista siempre
Las denuncias contra el hermano del vicepresidente Nin Novoa revivieron la acusación de que la prensa hace una oposición salvaje al gobierno del Frente Amplio. Pero no es cierto.
La mayor parte del periodismo es oficialista, como siempre desde 1973.
Durante la dictadura el oficialismo era impuesto: no serlo implicaba censura, clausuras, la cárcel y la amenaza de la tortura.
Durante los gobiernos de los partidos tradicionales que siguieron a la reapertura democrática, el oficialismo se debió a muchos empresarios de la comunicación, aliados de los partidos Colorado y Blanco, que “protegían” al gobernante de turno, minimizaban cualquier escándalo que pudiera afectarlo, ocultaban información y presionaban a sus periodistas para que no revolvieran demasiado.
Pero ahora gobierna el Frente Amplio y el oficialismo sigue. Curioso destino el del periodismo uruguayo.
Hoy hay una buena cantidad de medios que se asumen del Frente Amplio, y se les nota. Mientras tanto, a los grandes medios no les resulta fácil pasar a ejercer el periodismo en serio después de décadas de oficialismo más o menos recalcitrante.
Aún si quisieran, la mayor parte de las empresas periodísticas no tienen los recursos necesarios para buscar información de calidad que de verdad pueda cuestionar a un gobierno. Esas redacciones pequeñas, mal pagas, donde la mayoría son casi adolescentes, ¿pueden de verdad investigar los negociados turbios de un gobierno?
No, no pueden.
La mayor parte de los dueños de los medios no están interesados en invertir en mejor periodismo. Han vivido bien siendo oficialistas, ¿para qué cambiar? Un equipo capaz de investigar hoy a un gobierno sale caro y puede molestar mañana a una empresa que pone avisos. Puede generar problemas con UTE, Antel y Ancap. En los medios existe pavor a perder la publicidad de las empresas públicas. Ya lo dijo Visillac, el que se porta mal pierde los avisos.
Además, ha habido un cambio generacional. Los periodistas formados en la dictadura ya no están. Eso es bueno, porque los nuevos cronistas ya no creen que el periodismo sea ponerle el micrófono delante al gobernante de turno.
Pero, a su vez, un alto porcentaje de estos jóvenes periodistas son adherentes al Frente Amplio. Y aunque seguramente se esfuerzan por hacer bien su trabajo, piensan, razonan, preguntan y hablan como frenteamplistas. Por eso se indignaban con el clientelismo de los colorados pero ahora no les dice nada que el Frente Amplio coloque a miles y miles de nuevos funcionarios públicos. Por eso les parece correcto usar “la izquierda” como sinónimo de Frente Amplio (¿y Zabalza?, ¿y el Partido Independiente?, ¿y Juan Andrés Ramírez que insiste en considerarse una persona de izquierda?). Por eso les parece una verdad evidente que éste es el primer “gobierno progresista”, aunque haya muchos motivos –históricos y actuales- como para dudarlo. Nuestros gobernantes adoran a estos jóvenes periodistas. Mujica nunca les pedirá que no sean “nabos”.
No hay prueba más flagrante del oficialismo del periodismo que el modo en que reproduce el lenguaje publicitario del gobierno. Un buen ejemplo es el de la reforma tributaria. Lo que sin duda es un impuesto a los ingresos y no a la renta, es llamado “impuesto a la renta” por todos los medios porque así lo decidió el gobierno. No es algo muy distinto a lo que pasaba en los tiempos de “adelante Asadur desde Casa de Gobierno”.
Cuando la reforma tributaria comenzó a ser criticada en sus flancos más obvios (se considera “ricos” a quienes apenas ganan 15.000 pesos, no se permiten las deducciones que debería admitir un verdadero impuesto a la renta, paga lo mismo un joven soltero que quien mantiene a su pareja desempleada), buena parte de los periodistas (y los humoristas) oficialistas acallaron todo debate repitiendo el eslogan acuñado desde el gobierno: se quejan los ricos porque ahora pagan más.
Adelante, Asadur, te escuchamos.
Poco después de presentar la reforma impositiva, el equipo económico hablaba de que había que esperar tres años para modificarla. Luego el propio presidente Vázquez dijo que ésta no era la reforma tributaria que el gobierno quería. Ahora Astori anuncia que la modificará dentro de seis meses. Es decir, el periodismo uruguayo ha batido su propio récord: ahora es más oficialista que el propio gobierno. Ni siquiera Asadur, con los sables militares agitándose sobre su cabeza, llegó tan lejos.
Eso sí. Algunos medios exhiben sus discrepancias con el gobierno con toneladas de opinión. Pero eso no cuenta, no influye, porque el público está aburrido de tanta opinión. Los miles de editoriales que el diario El País escribió durante años y años, todos los días, contra el Frente Amplio no hicieron otra cosa que alfombrar el camino hacia la victoria de Tabaré Vázquez. Lo que cuenta es la información, y eso es lo que le falta al periodismo uruguayo para dejar de ser oficialista, por decisión u omisión.
No hay que engañarse: en el caso Nin Novoa el periodismo no investigó nada. Apenas ofició de correa de transmisión de una denuncia de unos políticos oficialistas contra otros políticos oficialistas. ¿No es esa otra forma de oficialismo?
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 14 de diciembre de 2007, y en Montevideo.com
La mayor parte del periodismo es oficialista, como siempre desde 1973.
Durante la dictadura el oficialismo era impuesto: no serlo implicaba censura, clausuras, la cárcel y la amenaza de la tortura.
Durante los gobiernos de los partidos tradicionales que siguieron a la reapertura democrática, el oficialismo se debió a muchos empresarios de la comunicación, aliados de los partidos Colorado y Blanco, que “protegían” al gobernante de turno, minimizaban cualquier escándalo que pudiera afectarlo, ocultaban información y presionaban a sus periodistas para que no revolvieran demasiado.
Pero ahora gobierna el Frente Amplio y el oficialismo sigue. Curioso destino el del periodismo uruguayo.
Hoy hay una buena cantidad de medios que se asumen del Frente Amplio, y se les nota. Mientras tanto, a los grandes medios no les resulta fácil pasar a ejercer el periodismo en serio después de décadas de oficialismo más o menos recalcitrante.
Aún si quisieran, la mayor parte de las empresas periodísticas no tienen los recursos necesarios para buscar información de calidad que de verdad pueda cuestionar a un gobierno. Esas redacciones pequeñas, mal pagas, donde la mayoría son casi adolescentes, ¿pueden de verdad investigar los negociados turbios de un gobierno?
No, no pueden.
La mayor parte de los dueños de los medios no están interesados en invertir en mejor periodismo. Han vivido bien siendo oficialistas, ¿para qué cambiar? Un equipo capaz de investigar hoy a un gobierno sale caro y puede molestar mañana a una empresa que pone avisos. Puede generar problemas con UTE, Antel y Ancap. En los medios existe pavor a perder la publicidad de las empresas públicas. Ya lo dijo Visillac, el que se porta mal pierde los avisos.
Además, ha habido un cambio generacional. Los periodistas formados en la dictadura ya no están. Eso es bueno, porque los nuevos cronistas ya no creen que el periodismo sea ponerle el micrófono delante al gobernante de turno.
Pero, a su vez, un alto porcentaje de estos jóvenes periodistas son adherentes al Frente Amplio. Y aunque seguramente se esfuerzan por hacer bien su trabajo, piensan, razonan, preguntan y hablan como frenteamplistas. Por eso se indignaban con el clientelismo de los colorados pero ahora no les dice nada que el Frente Amplio coloque a miles y miles de nuevos funcionarios públicos. Por eso les parece correcto usar “la izquierda” como sinónimo de Frente Amplio (¿y Zabalza?, ¿y el Partido Independiente?, ¿y Juan Andrés Ramírez que insiste en considerarse una persona de izquierda?). Por eso les parece una verdad evidente que éste es el primer “gobierno progresista”, aunque haya muchos motivos –históricos y actuales- como para dudarlo. Nuestros gobernantes adoran a estos jóvenes periodistas. Mujica nunca les pedirá que no sean “nabos”.
No hay prueba más flagrante del oficialismo del periodismo que el modo en que reproduce el lenguaje publicitario del gobierno. Un buen ejemplo es el de la reforma tributaria. Lo que sin duda es un impuesto a los ingresos y no a la renta, es llamado “impuesto a la renta” por todos los medios porque así lo decidió el gobierno. No es algo muy distinto a lo que pasaba en los tiempos de “adelante Asadur desde Casa de Gobierno”.
Cuando la reforma tributaria comenzó a ser criticada en sus flancos más obvios (se considera “ricos” a quienes apenas ganan 15.000 pesos, no se permiten las deducciones que debería admitir un verdadero impuesto a la renta, paga lo mismo un joven soltero que quien mantiene a su pareja desempleada), buena parte de los periodistas (y los humoristas) oficialistas acallaron todo debate repitiendo el eslogan acuñado desde el gobierno: se quejan los ricos porque ahora pagan más.
Adelante, Asadur, te escuchamos.
Poco después de presentar la reforma impositiva, el equipo económico hablaba de que había que esperar tres años para modificarla. Luego el propio presidente Vázquez dijo que ésta no era la reforma tributaria que el gobierno quería. Ahora Astori anuncia que la modificará dentro de seis meses. Es decir, el periodismo uruguayo ha batido su propio récord: ahora es más oficialista que el propio gobierno. Ni siquiera Asadur, con los sables militares agitándose sobre su cabeza, llegó tan lejos.
Eso sí. Algunos medios exhiben sus discrepancias con el gobierno con toneladas de opinión. Pero eso no cuenta, no influye, porque el público está aburrido de tanta opinión. Los miles de editoriales que el diario El País escribió durante años y años, todos los días, contra el Frente Amplio no hicieron otra cosa que alfombrar el camino hacia la victoria de Tabaré Vázquez. Lo que cuenta es la información, y eso es lo que le falta al periodismo uruguayo para dejar de ser oficialista, por decisión u omisión.
No hay que engañarse: en el caso Nin Novoa el periodismo no investigó nada. Apenas ofició de correa de transmisión de una denuncia de unos políticos oficialistas contra otros políticos oficialistas. ¿No es esa otra forma de oficialismo?
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 14 de diciembre de 2007, y en Montevideo.com
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Uruguay
12.12.07
Hablando de Svetogorsky
Un puñado de especialistas extranjeros descubrió que el financiamiento de los partidos políticos es un tema que no interesa en Uruguay.
Fui invitado a participar de un seminario sobre financiamiento de los partidos políticos organizado por la ONG Uruguay Transparente. La propuesta era interesante: durante el seminario, unos 30 especialistas extranjeros dictarían conferencias sobre una materia en la que Uruguay está muy atrasados respecto al resto del mundo.
No es un asunto cualquiera. Una democracia en la que no se sabe quién y cómo aporta el dinero que financia las campañas electorales es una democracia turbia, renga, incompleta en el mejor de los casos. ¿Cómo sabemos que un legislador o el mismo presidente no están actuando en favor de quien, en secreto, le donó el dinero que hizo posible que fuera electo?
En esa penosa situación nos encontramos hoy en Uruguay.
Las conferencias se realizarían en el Palacio Legislativo, el 27 y 28 de noviembre. Luego de cada exposición, un panel integrado por un legislador, un académico y un periodista uruguayos debía hacerle preguntas al experto extranjero para que la concurrencia sacara más y mejores conclusiones. Me invitaban a ser uno de los periodistas que haría esas preguntas. Lo consideré todo un honor. Trasparentar el financiamiento de nuestra democracia es un capítulo pendiente y una tarea ineludible si se quiere que Uruguay avance en serio.
La conferencia en la que me tocaba participar era a las 15.00 horas del martes 28. Llegué a las 15.02 minutos y noté algo raro.
La sala del edificio anexo del Poder Legislativo en la que se iba a desarrollar el simposio estaba casi desierta. La mayor parte del centenar de cómodas butacas giratorias, cada una con su respectivo escritorio y micrófono, estaban vacías. Apenas había cuatro o cinco personas desperdigadas en el salón. Dos de ellos dormían, tirados en las butacas y con los pies sobre el escritorio.
Pensé que me había equivocado de lugar y le pregunté a una secretaria, que estaba sentada fuera. Me dijo que no había error. La conferencia era allí. Me pidió que aguardara, la actividad estaba un poco atrasada.
Entré en silencio, tratando de no despertar a quienes dormían.
La sala era moderna, con mobiliario nuevo y alfombrada con una gruesa moquette color granate. Sin embargo, no lucía muy prolija. Aquí y allá había vasos de plástico sin dueño, ejemplares del diario El Observador abandonados sobre los escritorios y unos platitos con sándwiches a medio comer.
A las 15.10 uno de los que dormía se despertó. Algunos de los pocos presentes comenzaron a hablar entre sí: por los acentos de sus voces ninguno de ellos era uruguayo. Un hombre de unos 30 años, anglófono, salió y le preguntó a la secretaria si la conferencia si dictaría o no.
Le dijeron que la actividad estaba un poco atrasada.
A las 15.12 llegó otra persona. A las 15. 18 llegaron dos más.
Los presentes comenzaron a hacer bromas entre ellos: “el seminario ya terminó”, dijo uno. “Por qué no me avisaron”, retrucó otro. Una de las mujeres presentes se quejaba de que la conexión a internet inalámbrica no funcionaba y no podía usar su laptop. Un hombre tomó un ejemplar de El Observador y leyó en voz alta: “No soy un piojo resucitado”. Leía el título de una nota que ocupaba una página entera sobre el trascendente cruce de acusaciones entre las vedettes orientales Mónica Farro y Claudia Fernández. Sentí un poco de pudor por los diarios uruguayos, el periodismo uruguayo y el Uruguay todo. En la sala, no éramos ni siquiera diez y había uno que seguía durmiendo.
A las 15.23 llegó al fin alguien que parecía ser uno de los organizadores, una mujer. La señora se me acercó, me dio la mano y me preguntó:
-¿Usted es Obando?
-No.
-Ahh. No es Obando.
-No.
-¿Usted es uruguayo?
-Sí.
-Entonces no le puedo dar un juego con las ponencias. Son para los extranjeros.
Volví a acomodarme en mi asiento. ¿Quién sería Obando? ¿Dónde estaban el académico uruguayo y el legislador uruguayo que debían hacer las preguntas conmigo?
En la sala había un gran cartel. Según se leía en él, el seminario era auspiciado por Canal 12, radio El Espectador y El Observador. También por la Presidencia de la República y la Intendencia de Montevideo. Pero allí no había un solo periodista o directivo de Canal 12, El Espectador o El Observador. Tampoco ningún funcionario o jerarca de la Presidencia o la Intendencia de Montevideo.
A las 15.26 llegó otra persona, recogió unas cosas que tenía en la sala, se despidió de los demás y se fue. También entró un mozo que se llevó los sándwiches a medio comer y no dejó nada a cambio.
A las 15.28 llegaron dos hombres que unos cinco minutos después anunciaron que empezaría la conferencia.
Se suponía que iba a hablar un periodista colombiano premiado por sus trabajos sobre el financiamiento de la política en su país y la influencia de los paramilitares, pero comenzó a hablar un hombre sobre las leyes que regulan los aportes a los partidos en el Perú.
En la sala, no había más de diez o doce personas, contando al que todavía dormía. Quizás uno de ellos fuera el señor Obando, no estoy seguro. Pero en cambio puedo dar fe que entre el público presente no había ningún legislador uruguayo, ni ningún dirigente político. Tampoco había ningún periodista. Y no había ningún académico que yo conociera. Sólo había un puñado de especialistas extranjeros aburridos y que ya habrían descubierto que en Uruguay el modo en que se financian los partidos políticos no le interesa a nadie. Cada país tiene la democracia que se merece.
Tomé mis cosas y me fui sin hacer ruido. Nunca hice las preguntas que tenía preparadas.
Que el puerto de Montevideo no pueda tener un scanner como la gente, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Que el contrabando sea un mal endémico, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué la DGI sea tan diligente con Tienda Inglesa y tan lenta con Tenfield, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué el monopolio que domina la televisión abierta haya sido beneficiado por los políticos con el gracioso oligopolio de la televisión por cable, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué Cutcsa sea celebrada por líderes de todos los partidos como una empresa modelo cuando ni siquiera coloca sus horarios en las paradas, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué el ministro Danilo Astori defienda tanto al señor Bengoa, ¿tendrá que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Es lo que tiene la falta de transparencia. Alienta la suspicacia.
Paré un taxi. Subí. Como antes, como siempre, en la radio hablaban de Svetogorsky.
Qué raro.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 7 de diciembre de 2007.
Un puñado de especialistas extranjeros descubrió que el financiamiento de los partidos políticos es un tema que no interesa en Uruguay.
Fui invitado a participar de un seminario sobre financiamiento de los partidos políticos organizado por la ONG Uruguay Transparente. La propuesta era interesante: durante el seminario, unos 30 especialistas extranjeros dictarían conferencias sobre una materia en la que Uruguay está muy atrasados respecto al resto del mundo.
No es un asunto cualquiera. Una democracia en la que no se sabe quién y cómo aporta el dinero que financia las campañas electorales es una democracia turbia, renga, incompleta en el mejor de los casos. ¿Cómo sabemos que un legislador o el mismo presidente no están actuando en favor de quien, en secreto, le donó el dinero que hizo posible que fuera electo?
En esa penosa situación nos encontramos hoy en Uruguay.
Las conferencias se realizarían en el Palacio Legislativo, el 27 y 28 de noviembre. Luego de cada exposición, un panel integrado por un legislador, un académico y un periodista uruguayos debía hacerle preguntas al experto extranjero para que la concurrencia sacara más y mejores conclusiones. Me invitaban a ser uno de los periodistas que haría esas preguntas. Lo consideré todo un honor. Trasparentar el financiamiento de nuestra democracia es un capítulo pendiente y una tarea ineludible si se quiere que Uruguay avance en serio.
La conferencia en la que me tocaba participar era a las 15.00 horas del martes 28. Llegué a las 15.02 minutos y noté algo raro.
La sala del edificio anexo del Poder Legislativo en la que se iba a desarrollar el simposio estaba casi desierta. La mayor parte del centenar de cómodas butacas giratorias, cada una con su respectivo escritorio y micrófono, estaban vacías. Apenas había cuatro o cinco personas desperdigadas en el salón. Dos de ellos dormían, tirados en las butacas y con los pies sobre el escritorio.
Pensé que me había equivocado de lugar y le pregunté a una secretaria, que estaba sentada fuera. Me dijo que no había error. La conferencia era allí. Me pidió que aguardara, la actividad estaba un poco atrasada.
Entré en silencio, tratando de no despertar a quienes dormían.
La sala era moderna, con mobiliario nuevo y alfombrada con una gruesa moquette color granate. Sin embargo, no lucía muy prolija. Aquí y allá había vasos de plástico sin dueño, ejemplares del diario El Observador abandonados sobre los escritorios y unos platitos con sándwiches a medio comer.
A las 15.10 uno de los que dormía se despertó. Algunos de los pocos presentes comenzaron a hablar entre sí: por los acentos de sus voces ninguno de ellos era uruguayo. Un hombre de unos 30 años, anglófono, salió y le preguntó a la secretaria si la conferencia si dictaría o no.
Le dijeron que la actividad estaba un poco atrasada.
A las 15.12 llegó otra persona. A las 15. 18 llegaron dos más.
Los presentes comenzaron a hacer bromas entre ellos: “el seminario ya terminó”, dijo uno. “Por qué no me avisaron”, retrucó otro. Una de las mujeres presentes se quejaba de que la conexión a internet inalámbrica no funcionaba y no podía usar su laptop. Un hombre tomó un ejemplar de El Observador y leyó en voz alta: “No soy un piojo resucitado”. Leía el título de una nota que ocupaba una página entera sobre el trascendente cruce de acusaciones entre las vedettes orientales Mónica Farro y Claudia Fernández. Sentí un poco de pudor por los diarios uruguayos, el periodismo uruguayo y el Uruguay todo. En la sala, no éramos ni siquiera diez y había uno que seguía durmiendo.
A las 15.23 llegó al fin alguien que parecía ser uno de los organizadores, una mujer. La señora se me acercó, me dio la mano y me preguntó:
-¿Usted es Obando?
-No.
-Ahh. No es Obando.
-No.
-¿Usted es uruguayo?
-Sí.
-Entonces no le puedo dar un juego con las ponencias. Son para los extranjeros.
Volví a acomodarme en mi asiento. ¿Quién sería Obando? ¿Dónde estaban el académico uruguayo y el legislador uruguayo que debían hacer las preguntas conmigo?
En la sala había un gran cartel. Según se leía en él, el seminario era auspiciado por Canal 12, radio El Espectador y El Observador. También por la Presidencia de la República y la Intendencia de Montevideo. Pero allí no había un solo periodista o directivo de Canal 12, El Espectador o El Observador. Tampoco ningún funcionario o jerarca de la Presidencia o la Intendencia de Montevideo.
A las 15.26 llegó otra persona, recogió unas cosas que tenía en la sala, se despidió de los demás y se fue. También entró un mozo que se llevó los sándwiches a medio comer y no dejó nada a cambio.
A las 15.28 llegaron dos hombres que unos cinco minutos después anunciaron que empezaría la conferencia.
Se suponía que iba a hablar un periodista colombiano premiado por sus trabajos sobre el financiamiento de la política en su país y la influencia de los paramilitares, pero comenzó a hablar un hombre sobre las leyes que regulan los aportes a los partidos en el Perú.
En la sala, no había más de diez o doce personas, contando al que todavía dormía. Quizás uno de ellos fuera el señor Obando, no estoy seguro. Pero en cambio puedo dar fe que entre el público presente no había ningún legislador uruguayo, ni ningún dirigente político. Tampoco había ningún periodista. Y no había ningún académico que yo conociera. Sólo había un puñado de especialistas extranjeros aburridos y que ya habrían descubierto que en Uruguay el modo en que se financian los partidos políticos no le interesa a nadie. Cada país tiene la democracia que se merece.
Tomé mis cosas y me fui sin hacer ruido. Nunca hice las preguntas que tenía preparadas.
Que el puerto de Montevideo no pueda tener un scanner como la gente, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Que el contrabando sea un mal endémico, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué la DGI sea tan diligente con Tienda Inglesa y tan lenta con Tenfield, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué el monopolio que domina la televisión abierta haya sido beneficiado por los políticos con el gracioso oligopolio de la televisión por cable, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué Cutcsa sea celebrada por líderes de todos los partidos como una empresa modelo cuando ni siquiera coloca sus horarios en las paradas, ¿tendrá algo que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Qué el ministro Danilo Astori defienda tanto al señor Bengoa, ¿tendrá que ver con el financiamiento de los partidos políticos?
Es lo que tiene la falta de transparencia. Alienta la suspicacia.
Paré un taxi. Subí. Como antes, como siempre, en la radio hablaban de Svetogorsky.
Qué raro.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 7 de diciembre de 2007.
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