30.4.10

El sindicato del abuso

No hay nada más vil que un asesinato. Pero, ¿qué tenemos que ver los que usamos los ómnibus y los taxis para ir a trabajar con un criminal que mata a un taxista?
Si parar el transporte ayudara a encontrar al asesino, yo sería el primero en aceptarlo de buena gana. Pero, ¿en qué afecta a los delincuentes y a los criminales que la ciudad entera, un millón y medio de personas, se quede un día entero sin ómnibus y sin taxis?
¿En qué mejora la seguridad pública un paro total del transporte?
¿Cuántos paros del transporte se han hecho en los últimos años? ¿Han tenido alguna otra consecuencia que perjudicarnos a los usuarios?
¿Los delincuentes han dejado de robar taxis u ómnibus gracias a los paros del transporte?
¿Quién le ha dado a los sindicalistas del transporte el derecho de privarnos de ir a trabajar o a estudiar? ¿Con qué derecho que no sea el de la simple fuerza bruta nos obligan a volver a pie a nuestras casas, nos impiden ir a buscar a nuestros hijos a la escuela?
¿Por qué toleramos este abuso una y otra vez?
Nosotros, los que repudiamos a los delincuentes que acosan a los trabajadores del transporte, somos los que pagamos todo el costo de sus "medidas de lucha". Los delincuentes que los acosan se matan de risa en sus casas. No creo que sea un gran problema para un asesino de taxistas quedarse un día sin hacer nada, limpiando el revólver o contando los billetes.
Los sindicalistas del transporte se aprovechan del poder que tienen de un modo que es a la vez necio, bruto y extralimitado. Si en lugar de ómnibus y taxis tuvieran uniformes verdes y ametralladoras estaríamos frente a un problema mucho más grave.
(Ojalá nunca tengamos una central nuclear, pero si la tenemos: por favor, que ninguno de estos señores trabaje en ella).
Los sindicatos del transporte son un símbolo perfecto de un país que piensa mal, que razona al revés. Un país donde se llama "medidas de lucha" a la violación de los derechos ajenos, donde se presume "solidaridad" donde solo hay atropello. Un país que, por prejuicios ideológicos, ni siquiera puede asumir que tenemos un grave problema de seguridad pública. Si no hay problema, no habrá solución. Por eso se hacen paros del transporte: porque una cosa no tiene nada que ver con la otra.

Artículo de Leonardo Haberkorn
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23.4.10

La conjura del pollo


El asunto mete miedo. Ya lo ha dicho el presidente Evo Morales: comer pollo te vuelve gay. Solo de pensarlo, y recordar cuánto pollo me he comido, se me pone la piel de gallina. ¿Y el huevo, Evo? Si el pollo sale del huevo y el pollo te hace gay, quizás el huevo también pueda tornarte invertido. En el mejor de los casos, seguro que afeminado. Habría que tomar una medida precautoria contra las tortillas, mientras el presidente boliviano no aclare este punto. Y ojalá eso ocurra pronto y de un plumazo, para que todos podamos volver a comer sano y sin temor a las grasas trans (transexuales).
Lo peor de todo es ver lo que ocurre alrededor mientras Evo libra su solitaria batalla contra el pollo homosexualizante. Basta ver: el presidente de Uruguay viajó especialmente a Brasil para entrevistarse con Lula. ¿Qué tema trataron? ¡El pollo!
Los dos presidentes acordaron que Brasil enviará a Uruguay 120 toneladas de pollo al mes. ¿Qué se propone Mujica? Curioso, porque al mismo tiempo, el Pepe y su colega Hugo Chávez acordaron que Venezuela nos enviará petróleo y nosotros le pagaremos con… pollo.
Este trasiego de hormonas oculta algo, y gracias a Evo recién podemos comenzar a entrever qué tan espeso es este caldo.
Tomenos en cuenta que en Irán –país amigo de Evo, Lula, Pepe y Chávez- el ayatola Kazem Sedighi sostuvo hace unos días que el auge del homosexualismo (“la sodomía”) ha causado la ola de terribles terremotos que azota la Tierra.
O sea, el huevo trae el pollo, el pollo trae el homosexualismo, y el homosexualismo trae los terremotos. Esas pechugas al spiedo que usted come, señor, terminan por matar a millones. Y peor todavía, porque este descalabro incluso provoca que los santos varones de la Iglesia católica se vean obligados a vejar niños. Ya lo dijo el obispo de San Cristóbal de las Casas: “ante tanta invasión de erotismo no es fácil mantenerse fiel tanto en el celibato como en el respeto a los niños”.
O sea, si no se comiera tanto pollo, no habría ni gays, ni terremotos, ni curas pedófilos. Haití sería como Miami. Y el Vaticano ya no tendría que preocuparse por aquellos que proponen –no sin argumentos- la castración química de todos los sacerdotes.
El mundo entero clama por la extinción del pollo (lo correcto políticamente es decir los pollos y las pollas). No más gallináceos. Muerto el pollo se acabó la rabia.
Y entonces, ¿a qué viene todo este interés de Mujica y Lula por desparramar toneladas de pollo por todo el continente, embutirnos miles de pechugas a los uruguayos, y canjear el sacrosanto petróleo venezolano por gallináceos trans? ¡Pollo homosexualizante a Venezuela, donde el gran Hugo Chávez se prepara para llevar la Revolución Bolivariana por el mundo!
"Lo que está en juego es la perdurabilidad de la vida humana arriba de la Tierra”, dijo Mujica esta semana. “El grito es salvar al mundo para salvarnos a nosotros mismos”, agregó.
Está visto que Mujica piensa que el Uruguay y el planeta se salvan comiendo pollo.
Como el gran Ignatius J. Reilly, el inolvidable protagonista de La Conjura de los Necios, quizás nuestro presidente piense que solo un gran ejército de sodomitas podrá traer la paz al mundo.
Si andan comerciando tanto pollo, es claro que Lula y Chávez también piensan lo mismo.
Ya lo van a convencer a Evo.


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13.4.10

Víctor Hugo: la historia olvidada

Víctor Hugo Morales acaba de publicar un libro muy entretenido y bien escrito: Víctor Hugo por Víctor Hugo Morales.
Hay muchos puntos interesantes en la obra. Víctor Hugo va mezclando la historia de su propia vida con reflexiones sobre los más diversos tópicos, desde el fútbol a la política, pasando por la música, la historia, internet y los teléfonos celulares (aparatos que no tiene ni quiere tener). Sin embargo, como el reconocido periodista uruguayo ha decidido polemizar en los últimos días en Argentina respecto a la ética periodística, y ha aludido a la actitud que deben tener los periodistas ante un gobierno dictatorial, interesan en especial las páginas que narran sus años de periodista en Uruguay durante la dictadura militar que comenzó en 1973.
En una reciente entrevista en la revista Noticias, Víctor Hugo comparó el comportamiento que deberían tener los periodistas de Clarín con la situación de los comunicadores cuando falta la democracia: “Siempre el periodista tiene formas de decoro. En los tiempos de la dictadura ninguno decía todo lo que pensaba, porque no quería ir preso, porque no estabas dispuesto a dar tu vida, razones lógicas. Lo que no podés es convertirte en un alcahuete, en un promotor de la dictadura”.
En su nuevo libro, Víctor Hugo se presenta a sí mismo como un periodista que transitó por la dictadura militar uruguaya con pesar, sin perder el decoro que hoy exige y colocando algunos aguijones cuando podía, leves y escasos pero recordables:
“Uno repasa esos años y te das cuenta de que solo se luchaba por la superviviencia. Un combate permanente de hasta cuánto podías ceder sin menoscabar tu dignidad personal, cuánto podías callar sin sentirte un gusano, cuánto podías mantenerte al margen…”
“Fueron años de miedo, supervivencia, ingenio y negociación, intentando ver la salida al túnel. Las pequeñas cosas que uno hacía para pelear desde adentro eran apenas travesuras. Hacías una cosita y esperabas a ver qué pasaba. Si no pasaba nada, avanzaban un poco más”.
Luego enumera sus “travesuras”: en el Mundialito de 1980, por ejemplo, usó un jingle distinto al oficial. También padeció “lo que pueden llamarse amonestaciones por cosas que había dicho, por pequeñas jugaditas que hacía en el micrófono que la dictadura más o menos captaba pero no eran demasiado graves”. Una vez un jugador de Defensor de apellido Filipini le hizo dos goles a Nacional y tras el partido Víctor Hugo lo entrevistó. Cuando se despedían, el futbolista dedicó sus goles a su hermano que estaba preso en el penal de Libertad y a los demás detenidos. VHM respondió: “Muy bien recibido, vayan sus saludos”. Lo citaron de una unidad militar, lo tuvieron cuatro horas esperando hasta que por fin lo recibió un coronel que tenía la grabación de aquella entrevista. Víctor Hugo cuenta en su nuevo libro que él le explicó al militar que Filipini lo había sorprendido y que su saludo solo había sido un formulismo. El coronel lo rezongó: le dijo que tenía tarjeta amarilla y lo dejó ir para su casa. Filipini, en cambio, no volvió a jugar en el Centenario.

La política del fútbol

Víctor Hugo irrumpió con fuerza en los medios uruguayos entre 1974 y 1975, cuando murió Carlos Solé. Su ascenso desplazó a un segundo plano a Héber Pinto, el otro gran relator de entonces.
Uruguay vivía bajo una dictadura militar desde 1973. La libertad de prensa había sido sustituida por un duro régimen de censura. No se podía escribir nada que hiciera sombra al gobierno. Por supuesto: estaba prohibido hacer cualquier mención al golpe de Estado, la falta de libertades, los presos políticos, la tortura en cárceles y cuarteles, la proscripción de partidos y dirigentes. Pero también estaban vedados cientos de otros tópicos: cualquier noticia internacional que pudiera asociarse a lo que aquí ocurría, todo aquello sospechoso de izquierdismo, manifestaciones artísticas “foráneas”, toda mención a una larga lista de personalidades proscriptas...
Con ese panorama, los medios de comunicación se tornaron fríos y aburridos. En los noticieros de televisión se leían los comunicados oficiales del gobierno o de las Fuerzas Armadas. La opinión prácticamente desapareció del mapa. ¿Quién iba a opinar si no se permitía hablar de nada? No se podía criticar al gobierno, claro, pero tampoco a las intendencias, los entes, los servicios públicos, la educación, los hospitales, la programación de Canal 5…
Ése era el panorama cuando Víctor Hugo revolucionó el periodismo deportivo. Aunque Héber Pinto (“el relator que televisa con la palabra”) era excelente y muchas de sus imágenes todavía son recordadas por los que pasamos los 40 (“voló como un Caravelle”), Víctor Hugo lo desplazó rápido. Tenía una voz clara y potente, velocidad, inteligencia, imaginación. Sus trasmisiones y su programa nocturno Hora 25 eran dinámicos en extremo gracias a un equipo de producción muy numeroso, una novedad en la radio deportiva uruguaya. “Tenían toda la trasmisión del fútbol del fin de semana guionada y libretada, como nunca antes se había hecho. Se buscaba una sincronización y una prolijidad que no eran características de las emisiones deportivas”, recuerda el periodista Joel Rosenberg en el libro Un grito de gol, la historia de relato de fútbol en la radio uruguaya.
Pero, más importante aún, Víctor Hugo encontró una mina de oro: en un país donde informar era leer comunicados militares, descubrió que no había nada que impidiera informar y opinar sobre los avatares internos de la Asociación Uruguaya de Fútbol, sobre lo que hacían, decían y votaban los dirigentes de sus clubes. A ellos se los podía criticar, incluso con la mayor dureza: nadie lo había prohibido.
Esa apuesta le deparó un éxito demoledor. Uno miraba Telenoche 4 yendo de bostezo en bostezo, escuchando como se leían los comunicados oficiales (“adelante Asadur desde Casa de Gobierno”), hasta que aparecía Víctor Hugo: con su rico lenguaje y su voz potente denunciaba el horroroso manejo de la AUF, acusaba a dirigentes por ineptos y corruptos, exigía responsabilidades. Aquello no era política, claro. Pero, en aquel país anestesiado, se parecía. La gente lo escuchaba porque era el único ámbito en todo Uruguay donde había información, opiniones tajantes, graves acusaciones y un aire de libertad.
“En poco tiempo Víctor Hugo Morales cambió el estilo del periodismo deportivo, confiriéndole un tono editorialista, asertivo, más gritón que razonable, que ganaría no pocos adeptos desde entonces”, dice Luciano Álvarez en su Historia de Peñarol. Y continúa: “Creyéndose más periodista que relator, intuitivamente descubrió que, en aquellos años de dictadura y silencios, la opinión era una mercadería escasa y necesaria. Si se manejaba bien y se aplicaba solo al fútbol, además era inocua para el régimen, y hasta lo ayudaba”.

Los malos de la película

Desde 1973, Peñarol dominaba el fútbol ganando un Campeonato Uruguayo detrás de otro, gracias a su goleador Fernando Morena. A nivel internacional, en cambio, Uruguay había comenzado un serio declive tras el fracaso en la Copa del Mundo de Alemania 74.
El periodismo editorializante de Víctor Hugo Morales necesitaba culpables. Y los encontró en Morena y el presidente de Peñarol, Washington Cataldi.
Víctor Hugo trabajaba en un grupo económico poderoso, tanto como el Clarín de hoy. Relataba en radio Oriental, aparecía en Telenoche 4, el noticiero más visto del país, y a medianoche conducía Hora 25 otra vez en Oriental. Canal 4 y radio Oriental eran de la familia dueña de radio Montecarlo, la más escuchada. A su vez comenzó a escribir en Mundocolor, un vespertino de los mismos propietarios que el diario El País y Canal 12. Tenía un pie en cada uno de los dos mayores conglomerados de medios del Uruguay.
Los ataques de aquel periodista omnipresente eran tremendos. Sus críticas eran de una virulencia extrema, lo que retroalimentaba su popularidad. Al golero de Peñarol, Walter Corbo, otra de sus víctimas favoritas, le decía cosas terribles. Según el propio Víctor Hugo consigna en El Intruso, un libro autobiográfico que escribió en 1979 (¡tenía 31 años!) le dedicaba frases como:
- No, Corbo, eso es para goleros inteligentes.
Los ataques a Morena eran más duros todavía y se prolongaron durante cuatro años de sistemático acoso. Azuzaba a los defensas de los otros clubes para que lo marcaran a “cara de perro”, es decir que lo golpearan. Lo señaló como único culpable de que Uruguay no clasificara al Mundial de Argentina 78. “Lo mató la responsabilidad. Se asustó”, escribió en Mundocolor el 3 de marzo de 1977 cuando la selección perdió en Bolivia y quedó fuera de la Copa del Mundo. Agregó de Morena: “No existió. No luchó. No goleó. No vivió. Se… puso lívido”.
Así escribía aquel VHM.
(Luego se arrepintió. En su libro El Intruso dice respecto a sus críticas a Morena y Corbo: “No había tenido toda la razón. Para muchos, ninguna. Había exagerado, por lo menos”. Y en su nuevo libro anota: "Me parece aborrecible en general el rol de la prensa cuando hostiga. No me gusta asediar ni siquiera a alguien que no me cae bien").
Cataldi, mientras tanto, era su mayor enemigo entre los dirigentes. Aunque los enjuiciaba a todos, Cataldi –el inventor de la Copa Libertadores de América- representaba según Víctor Hugo toda la corrupción del fútbol uruguayo. Yo, que era un adolescente, seguía cada noche el culebrón de Víctor Hugo con esquizofrenia. No toleraba sus injustos ataques a Morena, que era mi ídolo. En cambio, llegué a creer que Cataldi era una especie de monstruo que debía ser eliminado a toda costa para bien del Uruguay.
Esa era la trampa de la propuesta de Víctor Hugo, tan funcional a los intereses de la dictadura. Mientras en el Uruguay pasaban cosas terribles, él construyó un mundo paralelo, donde habitaban unos tipos siniestros y mafiosos, que no tenían nada que ver con el régimen. Eso era exactamente lo que la dictadura necesitaba. Mientras Uruguay se sumergía en una agobiante realidad, la popularidad de Víctor Hugo aumentaba y todos los que crecimos escuchándolo creíamos que el Mal se llamaba Cataldi.
Según lo que cuenta en su nuevo libro, Víctor Hugo siempre tuvo muy presente lo que implicaba la dictadura. No lo creo. Cataldi era uno de los diputados del Parlamento que los militares disolvieron cuando consumaron el golpe en 1973. Lincoln Maiztegui -en el tomo 4 de Orientales, una historia política del Uruguay- recuerda que Cataldi estuvo entre las personalidades que en setiembre del 73 firmaron una carta pública reclamándole a la dictadura el libre funcionamiento de los partidos. Era, desde el golpe de Estado, un ciudadano proscripto, con sus derechos recortados. Claramente, Víctor Hugo nunca lo tuvo en cuenta.

Coincidiendo con Rapela

Lo más significativo ocurrió en 1978 y quedó registrado por el propio VHM en El Intruso.
Cansados de sus “ataques sistemáticos”, en julio de 1978 los dirigentes de la AUF decidieron quitarle a Víctor Hugo la autorización para relatar durante un mes y medio.
En el libro Un grito de gol de Rosenberg, publicado en 1999, el periodista-relator declara que “el régimen militar había apoyado la medida. En este país nadie se hubiera animado a hacer nada si no le hubiesen hecho un guiño positivo los militares”.
Pero tal afirmación es desmentida por él mismo en El Intruso.
Dado que VHM era el periodista más popular del país, la decisión de suspender su derecho a relatar provocó un escándalo. En forma insólita, en un país donde había miles de presos y destituidos por razones políticas y nadie decía nada, de golpe volvió a hablarse de libertad de trabajo. En el diario El País -según consigna el propio VHM en su primer libro-, Julio César Espínola, un integrante del Consejo de Estado (el órgano títere de la dictadura colocado en lugar del Parlamento) dijo al otro día que la medida era “un atropello”. Y el ex presidente de facto Alberto Demichelli afirmó que la Constitución amparaba a VHM.
El mismo día El País publicó una entrevista a Víctor Hugo.
-¿Y su libertad de trabajo? –le preguntó el periodista.
-Voy a luchar por ella, de acuerdo con las leyes de mi país… -respondió.
En otro pasaje, Víctor Hugo afirmó, conmovido:
-En este momento se me ha ocurrido pensar en mi país. Lo único que le faltaba a los dirigentes del fútbol era comprometer su imagen, por una simple revancha.
En aquellos años, políticos como Wilson Ferreira recorrían el mundo denunciando la falta de libertades, los presos políticos, la tortura, los desparecidos. Y a Víctor Hugo Morales le preocupaba la imagen del país porque él no podía entrar al estadio.
El mismo pensamiento tenía el temido general Julio César Rapela, jefe del Esmaco, el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.
Tal como se relata en El Instruso, el militar recibió a Víctor Hugo y le aseguró que la decisión de la AUF no tenía nada que ver con el gobierno o el poder militar. Por el contrario, el gobierno estaba preocupado por sus consecuencias. “Mire (…) este asunto para nosotros es importante sólo en la medida en que afecte la imagen del país”, le dijo Rapela. “Porque no es posible que se afecte la imagen del país por una cuestión de intereses”.
VHM concurrió a aquella entrevista junto con Carlos Giacosa, el conductor de Telenoche 4. “Ustedes pueden tener la seguridad de que si las leyes los amparan, serán amparados”, les dijo el general.
Finalmente, el 19 de julio de 1978 el presidente de facto Aparicio Méndez revocó la decisión de la AUF y lo autorizó a volver a relatar.
Ante esta decisión Víctor Hugo –según escribió el 20 de julio en Mundocolor- sintió vergüenza. Pero no por haber tenido que ser amparado por un gobierno que violaba todos los derechos que él mismo invocaba.
“Sentí una cierta vergüenza por haber distraído (a) nuestros gobernantes en un tema infinitamente menor al que les ocupa día a día”, escribió.
Agregó: “El gobierno nacional no me ha condecorado, ni respaldado. Debió actuar muy por encima de eso (…) Sería veleidoso suponer que conocen mis crónicas. Por eso las felicitaciones están de más, son casi absurdas. Yo no fui respaldado en mi prédica. Apenas (pero eso sí, grandemente) fui defendido en los mismos derechos que usted goza…”
¡Los mismos derechos que usted goza!
Como dijo el propio Víctor Hugo a la revista Noticias hace un par de semanas: no se trata de ser un héroe frente a una dictadura, pero nadie te obliga a ser alcahuete.

"Un tal Tarigo"

Quizás por todo lo anterior, las referencias a aquel período profesional de VHM sean tan escasas en su nuevo libro. Sus reflexiones sobre el periodismo en la dictadura también son pocas y pobres. Cuando nombra a Enrique Tarigo, un abogado y periodista que –él sí- fue un verdadero héroe en la lucha por la democracia, lo hace en forma casi despectiva: “había un tal Tarigo”, escribe. Y de su actuación personal de aquellos años faltan demasiadas páginas de El Intruso que hoy es mejor no recordar.
No solo a los tupamaros y a los militares les falta sinceridad para hablar de aquellos años. Víctor Hugo podría hacer un ejercicio de memoria e introspección antes de seguir repartiendo y quitando carnéts de dignidad de prensa.

Relato Oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales. La dictadura.Artículo de Leonardo Haberkorn. Fue publicado también por el semanario Voces en su edición del 24 de abril de 2010.
Más y más completa información sobre este tema, en el libro "Relato Oculto".

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