24.8.22

Mercader y el último golpe tupamaro

Antes de ser político, Antonio Mercader fue un muy buen periodista. Siendo joven llegó a estar al frente de la redacción del vespertino El Diario, en una época en que cada tarde se vendían 150.000 ejemplares o más, cifra utópica para la prensa uruguaya desde hace ya muchos años.

Mercader, que falleció en 2019, solía decir que el periodismo es una gran profesión para saber dejarla a tiempo.

Él presumía de haberlo hecho. Pronto abandonó la prensa y se dedicó a la publicidad. Luego pasó a la política. Pero en su libro póstumo editado en 2021, El último golpe tupamaro, “Manino” volvió a usar aquellas herramientas de su primer oficio, y lo hizo con una gran calidad y destreza.

El libro tiene como epígrafe una frase de Hannah Arendt: “Ninguna filosofía, análisis o aforismo, por profundo que sea, puede compararse en intensidad y riqueza de significado, con una historia bien narrada”.

Y eso es lo que Mercader logró con esta obra.

El último golpe tupamaro es un libro ágil y muy bien escrito, que se lee muy rápido. Claro, ordenado e inteligente, es un trabajo muy serio, pero con algunos toques de humor irónico que lo enriquecen. Es una obra muy útil como fuente de consulta ya que resume muy bien un hecho importante al que cada tanto vuelve el debate público: la tragedia del Filtro.

La culminación del relato son los violentos sucesos de la noche del 24 de agosto de 1994, cuando una multitud resistió la extradición a España de tres miembros del grupo terrorista vasco ETA, y el joven Fernando Morroni, de 24 años, murió baleado por la policía.

 

País tupper

 “El último golpe tupamaro” es un libro muy documentado. Mercader revisó la prensa uruguaya y la española, los libros ya publicados sobre el tema y los documentos fundamentales, incluyendo las sentencias de la justicia. Sumó alguna entrevista propia, la principal de ellas al hoy también fallecido Eleuterio Fernández Huidobro.

La fortaleza del trabajo no está en nuevas grandes revelaciones. Que el MLN hizo en el Filtro su último ensayo de lucha callejera, de asonada violenta, ya lo ha admitido Jorge Zabalza y lo han documentado académicos como Fito Garcé.

Lo que hizo Mercader en esta obra fue unir todos los puntos dispersos, darles una hilación y un sentido. Vincular lo ocurrido con los antecedentes, con las consecuencias, con el contexto uruguayo, español e internacional, para hacer que todo el episodio adquiera un sentido completo. Narrar la historia como pedía Hannah Arendt.

En el centro de la trama están la ETA y el MLN, la relación entre ambas organizaciones y cómo esas vinculaciones confluyeron en el Filtro. Aquel día de 1994, casi una década después de recuperada la democracia, los tupamaros todavía seguían sin renunciar del todo a la violencia como herramienta política.

Mercader buceó en los archivos de la prensa española para historiar las actividades de ETA en Uruguay, su nexo con el MLN y otras organizaciones. Al respecto el libro documenta mucho y al mismo tiempo deja la sensación de que todavía hay piezas que faltan.

Los etarras en Uruguay intercambiaban mensajes secretos con un código cifrado. En esos crípticos telegramas a Argentina le decían Asia; a Estados Unidos, Estocolmo; a Venezuela, Valencia. Siempre tomaban la primera letra de cada nombre para buscar la palabra alternativa. Sin embargo, a Uruguay, no se sabe por qué, le decían Tupperware. A partir de esa revelación, Mercader -con humor- pasa a llamar Tupperware a Uruguay, el país-tupper, la comarca cerrada donde la información que el mundo tiene por buena no cuenta. No asumimos los hechos a veces porque los desconocemos, y otras porque –a pesar de conocerlos- elegimos ignorarlos para no violentar la corrección política.

Los datos de la realidad indicaban que ETA no era ni nunca había sido la genuina representante del pueblo vasco. Que asesinaba sin piedad. Y que en España, un país con separación de poderes, los etarras tendrían un juicio justo. Pero la propaganda pro ETA de esos días machaba con todo lo contrario. Y en el país tupper algunos prefirieron hacerse los otarios.

Cuarenta y ocho parlamentarios de todos los partidos firmaron una solicitada que reclamaba el asilo político para los etarras. El senador blanco Alberto Zumarán hizo gestiones por ellos. Hugo Batalla fue a darles apoyo. Seregni y Tabaré Vázquez también.

Ante un episodio clave, la política oriental no supo discernir entre dictadura y democracia. España era una democracia, como lo es hoy, pero muchos políticos uruguayos actuaron como si no lo fuera. Igualaron la voz del Estado español con la de una organización terrorista.  

También la Universidad de la República se sumó a la confusión. El PIT CNT decretó con una huelga general por tiempo indeterminado. Se organizó una marcha que encabezó José D´Elía y que culminó en un acto en el que habló Juan José Bentancor.

No se me ocurren dos sindicalistas con mejores credenciales democráticas que D´Elía y Bentancor, un dirigente al que traté y siempre fue ejemplo de caballerosidad, mesura, tolerancia y pluralismo.

¿Cómo dos personas así pudieron involucrarse en un acto en favor de tres integrantes de un grupo terrorista que ya había asesinado a más de 700 personas?

 

El “otro” muerto

Aunque el foco del libro está puesto sobre el MLN, la policía es otro de sus temas. Aquella noche, ante la violencia organizada, las fuerzas de seguridad abrieron fuego sobre la multitud en forma indiscriminada. Las balas mataron a Morroni, pero pudieron haber matado a muchos más. El homicidio del muchacho permanece impune hasta hoy.

Mercader retrata en el libro a una policía atrasada y con una falta de preparación lindante con lo criminal. No tenía ni carros lanza agua ni munición no letal. Enfrentadas a la asonada, las fuerzas policiales reaccionaron como un malón, disparándole a quemarropa a la multitud.

El libro es también una denuncia sobre el Uruguay de hoy. Cuando Mercader lo terminó de escribir, durante la presidencia de José Mujica, ninguna editorial se animó a publicarlo. Eso dice mucho sobre el país en que vivimos.

Mujica formó parte del accionar planificado por el MLN en apoyo de los etarras, un ingrediente central del cóctel que terminó en tragedia.

Tengo dos historias personales sobre esa noche.

Los sucesos ocurrieron una noche de miércoles. Yo trabajaba en el semanario Búsqueda y ese era el día de cierre. Por eso, aunque ya hubiéramos terminado nuestro trabajo, los miércoles todos los periodistas debíamos permanecer en la redacción hasta la medianoche, cuando la edición entraba en la imprenta. Nos quedábamos llamando a nuestras fuentes, buscando alguna noticia de último momento.

Recuerdo muy claro cuando el cronista judicial regresó del Filtro y contó de los violentos incidentes. Lo habían enviado a cubrir la extradición de los vascos porque aquello era un procedimiento judicial: pedido por la justicia española y ordenado por la uruguaya, no por el gobierno de Uruguay.

A todos los que estábamos en la redacción nos encargaron alguna tarea vinculada a conseguir información sobre lo que había ocurrido. Se decía que había dos muertos, Morroni y Roberto Facal.

Me encomendaron ir al velorio de Facal. Se presumía que podía ocurrir allí algún incidente violento.

Llegué. No había manifestantes. Entré a la sala velatoria. Había poca gente, mucho silencio y un lógico ambiente de pesar. Me senté. Nadie hablaba. Un familiar se me acercó y me preguntó qué hacía allí. Le dije que era periodista. Me manifestó que esa muerte no tenía nada que ver con el Filtro y me pidió que por favor me retirara.

Años después entrevisté a otro allegado a Facal que me dijo lo mismo: su muerte, apuñalado, no tuvo que ver con la represión policial.

Mercader publica en su libro la sentencia judicial del caso Facal, en la que se condenó a dos personas ajenas a los episodios político-policiales.

Pero la insistencia en decir que hubo un segundo muerto persiste.

 

Las bases del PIT-CNT

El otro episodio personal tiene que ver con la huelga decretada por el PIT-CNT en favor de los vascos. Tras las primeras 24 horas de paro general se convocó a una Mesa Representativa. Se hizo en la sede de la federación del transporte. Yo era el cronista sindical de Búsqueda y ahí estuve. El clima era muy tenso. Se vetó la presencia de periodistas. Pero varias fuentes me contaron lo que ocurrió: muchos sindicalistas relataron que sus bases no entendían por qué el PIT-CNT estaba haciendo esa huelga a favor de tres etarras. Si el paro seguía, se corría el riesgo de que muchos trabajadores lo desacataran. Se votó darlo por concluido.  

A propósito del libro de Mercader, Martín Aguirre escribió en El País que los episodios del Filtro demuestran que “la grieta” en 1994 era mayor que ahora.

Creo que no. La mayoría de la gente, incluyendo a miles de trabajadores afiliados al PIT-CNT, no querían hacer un paro por ETA. Nadie lo entendía. Pero la política había sido ganada por un microclima ajeno a la realidad.

Más allá de la asonada del MLN y su apoyo a la ETA, ese es el gran tema del libro: cómo una eficaz mezcla de desinformación y propaganda, mucha manija bien atizada con sentimientos de justicia y defensa del más débil, puede llevar a un país por caminos insospechados y trágicos.

También pesó el silencio de todos los que callaron para no llevarle la contra a los abanderados de la corrección política.

Mercader cita una frase autocrítica del exdiputado y ministro socialista José Díaz: “Todos los que, como en mi caso, no participamos de las manifestaciones, tenemos nuestra cuota parte de culpa por no habernos explicado con más contundencia y (no) haber generado ámbitos de debate sobre el tema de fondo que consiste en señalar que la causa de los etarras no es la del pueblo vasco”.

Salvando las distancias, hoy pasa algo parecido con los anti vacunas: desinformación, manija, apelaciones a dictaduras que no son tales, líderes de grupos minoritarios azuzando las aguas y mandando a otra gente al muere. Mañana, ¿cuál será el tema?

En ese sentido, el libro de Mercader deja una sensación de angustia. Somos manipulables y también lo son nuestros líderes. Pasó y puede volver a pasar.

La verdad, el debate, la información, el no callarse por miedo a la reacción de la propia tribu, son los mejores antídotos.

 

Nota publicada en diario El Este, 13 de noviembre de 2021 


MLN ETA FILTRO
Tapa del libro


19.8.22

Duro con la pluma, generoso con las personas

 Alto, muy serio y con cara de pocos amigos, la primera impresión que te causaba Miguel Ángel Campodónico era la de un hombre hosco y huraño. Yo lo conocí a mediados de los 80 en la redacción del semanario Aquí. Yo tenía apenas más de 20 y el casi 50. No me llevó mucho tiempo descubrir que detrás de esa fachada seria y dura había un hombre muy generoso, con una ética intachable y un compromiso total con el trabajo periodístico.

Siempre ponía la lupa en los problemas sociales. Sus notas solían denunciar las carencias de asilos, hospitales públicos o barrios olvidados. Se ponía en la piel de los más pobres y tenía poca paciencia para las excusas y explicaciones de los políticos funcionarios implicados.

Era duro para juzgar esas injusticias, a las que el periodismo muchas veces termina por resignarse, por la fuerza de los hechos.

Miguel Ángel no. “El periodismo es una máquina de hacer enemigos”, decía, con cierta pesadumbre, no comprendiendo por qué algunos de los implicados se enojaban tanto con sus notas, si él había dicho la verdad.

Nunca olvidé esa frase y hasta hoy me sirve de apoyo, por su evidente exactitud.

Era generoso y abierto a desafiar sus propios esquemas. Signo de aquellos tiempos, la sección cultural de Aquí tenía dos espacios diferentes, con editores distintos. Una de las secciones estaba volcada a la literatura, con un enfoque más tradicional. El otro, con gente más joven, hacía énfasis en el rock. Miguel Ángel escribía en el sector tradicional. Yo, de vez en cuando, en el del rock.

Cuando murió Luca Prodan, publiqué una semblanza basada en una entrevista que le había hecho cuando vino al primer Montevideo Rock. Era la típica nota que solía ser recibida con mucha frialdad en la sección de cultura “tradicional”. Por eso temí cuando Miguel Ángel me dijo que quería hablar conmigo. Pero lo que quería decirme es que Luca Prodan le había resultado alguien muy interesante, con “algo especial”.

Era hincha de Peñarol. Recuerdo una tarde que trabajamos en el mismo escritorio. La radio estaba prendida con el relato de un partido entre Nacional y Progreso, en el Paladino. No le dábamos mucha importancia, hasta que -para nuestra felicidad- los goles de Progreso comenzaron a sucederse uno tras otro, hasta encajarle un histórico 6 a 1 a Nacional. El puntero Johnny Miqueiro hizo tres goles esa tarde. Luego del partido declaró que había jugado casi en ayunas, porque le dolía el estómago. Cada vez que nos veíamos, Miguel Ángel recordaba aquella anécdota a las risas.

Era un hombre de izquierda en sus ideas, pero no se casaba con nadie. Publicó muchas biografías, de Mauricio Rosencof a Julio Sánchez Padilla, pero la más popular, traducida y vendida fue la de José Mujica. Eso no le impidió opinar en 2016 que la presidencia del extupamaro había sido la peor desde 1985 hasta ese momento.

Hace pocos años lo recomendé como columnista para el portal Ecos. Ya tenía casi 80 años, pero su impronta seguía siendo la misma: la denuncia de la injusticia, el olvido de los postergados, la frivolidad y el doble discurso político.

En el gesto y en la pluma, fue un duro hasta el final.

Un gran periodista y un gran tipo.

Miguel Ángel Campodónico
Gentileza de la familia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Publicado en el semanario Brecha, edición del 12 de agosto de 2022, acompañando una nota de Alicia Torres sobre la obra literaria de Campodónico.

3.5.22

Abrazados a las redes sociales

La pérdida de confianza en las instituciones es una tendencia mundial.

Una reciente encuesta de Equipos, que divulgó Subrayado, mostró que 60% de los uruguayos tiene poca o ninguna confianza en la Iglesia, un 57% se siente igual respecto a los sindicatos y un 50% descree de los partidos políticos.

Equipos no midió la desconfianza hacia los medios de comunicación, pero otros ya lo han hecho otras veces. Un informe de Reuters, por ejemplo, mostró que entre 2017 y 2020 la confianza en los medios informativos experimentó notorias caídas en Argentina y Chile.

Algunas de las razones por las cuales los medios hipotecan la confianza del público son bastante obvias: medios que priorizan un proyecto político-partidario por sobre la información, medios que han desertado de territorios enormes (investigación, debate, cultura), medios que han sacrificado la calidad en pro de una reducción de costos sin fin.

Hay medios que quieren, pero no pueden. La publicidad migró a los gigantes de internet. La prensa –de cuyos contenidos se valen los nuevos ricos de la web- cada vez es más pobre. Sin dinero, la calidad informativa cae en picada. Y sin información no hay democracia.

Ante ese panorama, muchos han visto en las redes sociales una esperanza.

En las redes –dicen- todas las voces tienen un lugar, todos podemos decir lo que queremos, no hay censura ni filtros. Muchos las han abrazado con un fervor sin límites.

Es una nueva religión y Elon Musk es uno de sus profetas.

Muchos que descreen por igual de políticos, partidos, sindicatos y periodistas, tienen una fe ciega en lo que hará un multimillonario del que apenas conocen unos pantallazos de su vida.

Es cierto que en Twitter uno puede oír todas las campanas. Todas, incluyendo la de millones de cuentas creadas por quién sabe quién, operadas quién sabe dónde, que replican discursos destinados a diseminar el odio, la información falsa o a acabar con el prestigio de personas inconvenientes: políticos, jueces, científicos, periodistas.

¿Cómo se ha aprovechado este menú súper plural?

Muchos de los que han desertado de los medios por entender que les falta apertura e imparcialidad se han volcado a las redes donde –algoritmo mediante- se han encerrado en burbujas mucho menos plurales.

Lejos de favorecer la diversidad de puntos de vista, las redes sociales, a través del “me gusta” y sus algoritmos, promueven que uno se enclaustre cada vez más en un círculo viciado y vicioso. ¡Es tan lindo oír lo que quieren nuestros oídos!

Millones que huyeron de los medios porque los entienden sesgados, hoy se empachan en las redes leyendo y oyendo una y otra vez a los que piensan igual que ellos. Es la nueva plaza pública, dice el profeta Musk. Una plaza pública donde cada día se lapida al que piensa distinto.

Hace unas semanas, la senadora colorada Carmen Sanguinetti fue objeto de una furibunda campaña de denostación en las redes por haber expuesto en el Parlamento como las mujeres se ven más perjudicadas por el cambio climático.

La furia con que fue atacada resultó difícil de entender. La senadora apenas si habló de ese tema en lo que se llama la “media hora previa”, un espacio que tienen los legisladores para plantear ideas o pensamientos propios, sin ninguna consecuencia ulterior.

Tras el bullying recibido, Juan Moreno, un diputado colorado, presentó un proyecto para castigar penalmente a los que insultan y atacan en las redes.

En Argentina, algo similar había propuesto días antes un representante del gobierno.

El secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, anunció un plan para que las redes sean usadas “para el bien común” y “dejen de intoxicar el espíritu de nuestra democracia”.

Ambas iniciativas fueron sepultadas en un mar de críticas. Regular las redes sociales es un problema, porque la libertad de expresión está en juego.

En la reciente cumbre de la Unesco, el presidente Lacalle Pou se manifestó por no regular nada relacionado con estos temas. Admitió que ve como un problema que la gente viva inmersa en burbujas donde todos piensan lo mismo. Reconoció que ese fenómeno es alentado y potenciado por las empresas mediante la inteligencia artificial. Sin embargo, propuso combatir ese mal tan solo con “educación”.

No creo que la educación pueda tanto. Los centros de estudio en Uruguay -y en menor medida, en todo el mundo- tienen enormes problemas para enseñar a escribir, leer y multiplicar. Es demasiado pretender que, además, logren desbaratar los esquemas montados por los especialistas que trabajan para las empresas más poderosas del mundo.

En la divulgación de discursos de odio a través de las redes, la creación y distribución de información falsa a través de ellas, la generación de burbujas informativas y en la agonía de la prensa, la democracia tiene un problema de primer orden. No es admisible que los gobiernos miren para el costado y le tiren semejante fardo a la educación. O al mercado.

Otros creen que la solución vendrá para todo el mundo de la mano de un multimillonario generoso y benefactor.

Prefiero apostar por la república y la democracia.


Tomado de Pink Floyd The Wall

13.3.22

Jorge Vázquez: elogio de un pacto de silencio

 ¿Eduardo Bonomi mató al inspector Rodolfo Leoncino en 1972?

La discusión volvió con fuerza ante la muerte del exministro, en un escenario cada vez más polarizado respecto al “pasado reciente”.

En grupos de WhatsApp de militares y de derecha circuló una foto de Bonomi con una imaginaria frase de Leoncino: “Después de 50 años y 25 días te espero, pero de frente no por la espalda”.

Leoncino era el jefe de seguridad del Penal de Punta Carretas. Fue asesinado el 27 de enero de 1972 por un comando tupamaro, en Maroñas, mientras esperaba el ómnibus para ir a trabajar. Tenía 50 años.

Las versiones de por qué el MLN decidió asesinarlo son varias. Oficialmente, la guerrilla señaló que Leoncino fue “ajusticiado” por maltratar a presos tupamaros. Samuel Blixen, en su libro Sendic, lo define como “un vigilante sanguinario que gozaba con las golpizas”. Jorge Zabalza, en Cero a la izquierda de Federico Leicht, sostiene que Leoncino impidió que un compañero recibiera asistencia médica, lo que habría derivado en su fallecimiento. En ese libro, Zabalza dice haber tomado la decisión de matar a Leoncino junto con José Mujica y Efraín Martínez Platero.

El guerrillero Alejandro Pereira Mena, en cambio, dio otra versión: Leoncino no había aceptado los sobornos que el MLN repartía a otros policías para que hicieran la vista gorda ante los preparativos de la fuga de Punta Carretas. En el libro Historias tupamaras Luis Nieto cuenta que tras haber matado a Leoncino el MLN se adueñó de esa cárcel por el terror que ganó al resto de los policías. Zabalza también declaró algo similar al respecto.

Bonomi fue acusado de integrar el comando que mató a Leoncino y de haber disparado la ráfaga mortal.

En 2009 el entonces senador Luis Alberto Heber, hoy ministro del Interior, lo dijo en una entrevista en el semanario La Democracia:

 “El candidato del Frente ha designado como futuro ministro del Interior nada más ni nada menos que al senador Bonomi, quien asesinó por la espalda en una parada de ómnibus a un policía, el Jefe de la Cárcel de Punta Carretas”.

Entrevistado por Emiliano Cotelo en radio El Espectador, Bonomi respondió que las cosas no habían sido así. “Fui procesado por algo parecido, para nada igual a lo que dice el senador Heber”, declaró. Dijo que todo se basó en declaraciones extraídas bajo tortura a otros integrantes del MLN y que él las terminó aceptando, también bajo tortura. Asumió su “responsabilidad política” por las acciones realizadas por el grupo guerrillero, pero agregó que eso “no significa ser materialmente responsable”.

Sin embargo, años después el asunto volvió. En 2018 el periodista Sergio Israel, en su libro Tabaré Vázquez, compañero del poder, cuenta que al asumir su primera presidencia Vázquez quería designar a Bonomi como ministro del Interior, pero que no lo hizo porque había matado a un policía.

Dice el libro: “Otra idea que tuvo que ser cambiada a último momento fue la designación de Eduardo Bonomi en Interior. El Bicho advirtió a Vázquez que había sido acusado de la muerte de dos policías durante su militancia en el MLN-Tupamaros antes de la dictadura y que en uno de los casos era verdad. Fue entonces que Vázquez decidió que (José) Díaz, que iba a ser ministro de Trabajo, se ocupara de Interior y Bonomi pasara a lidiar con empresarios y trabajadores…”.

Bonomi recién sería designado en Interior en 2010, cuando José Mujica llegó a la presidencia.

Basado en lo relatado por Israel, en el programa televisivo Séptimo Día, en 2019, le pregunté a Bonomi si se arrepentía de haber matado a un policía.

Respondió que no podía arrepentirse de algo que no había hecho. Le cité el libro de Israel y respondió que el periodista se había equivocado.

Días atrás, tras la muerte de Bonomi y con este tema escalando temperatura en las redes sociales, el colega Nicolás Delgado entrevistó para Montevideo portal a Jorge Vázquez, exviceministro del Interior, cercanísimo colaborador de Bonomi y hermano del fallecido presidente Vázquez. Delgado le preguntó a Vázquez por este tema y el relato de Sergio Israel.

La respuesta de Jorge Vázquez resultó reveladora. Dijo:

 “Yo fui el que hizo el acuerdo con Bonomi. Lo hicimos en la sede del MLN en la calle Tristán Narvaja. Estaban ‘El Bicho’ y varios compañeros más de la dirección. Tabaré quería que ‘El Bicho’ fuera ministro del Interior y hace la propuesta. Y ‘El Bicho’ pide una reunión y Tabaré me manda a mí. Lo que se me dice a mí, y yo no miento, es: ‘Tabaré quiere a El Bicho como ministro del Interior, y El Bicho está acusado de tal cosa y no es una buena señal que con esa acusación él vaya a un ministerio donde puede generar muchas rispideces’. Y esto le transmití a Tabaré. Él dijo: ‘Bueno, corremos el riesgo igual’, porque estaba convencido que Bonomi podía ser un buen ministro del Interior. Pero frente a la situación de que la propia dirección dijo que podía generar rispideces, mejor era ponerlo en otro lado y evitarnos un problema. Tabaré lo entendió así y lo nombró ministro de Trabajo.  Y le fue muy bien”.

Vázquez agregó que las acusaciones contra Bonomi nunca cesaron, pero él nunca le preguntó sobre el tema.

“En mi relación personal con Bonomi, él nunca me dijo qué era lo que había hecho. Lo que sí me dijo es que lo que ha dicho en otras instancias: ‘Yo asumo políticamente la responsabilidad de todas las acciones que hizo el MLN’.  Si lo acusaban y fue cierto o no, no sé. Lo que sé es que en la tortura a veces es más fácil decir ‘fui yo’ que acusar a un compañero.  Y a veces el torturador se queda con la tranquilidad de que descubrió quién fue que cometió el delito y no le interesa indagar más”.

Es muy cierto lo que señala Vázquez: los militares “investigaron” torturando. Ese uso sistemático de la tortura y la falta de garantías de la justicia militar, terminaron por invalidar -en los hechos- todas sus conclusiones y sus condenas. No hay garantías ni certezas de que los condenados por los crímenes tupamaros hayan sido los verdaderos responsables. Muchos fueron presos muchos años por esos delitos, pero ¿fueron ellos?

Mediante la tortura los militares enviaron a la cárcel a miles. Mediante la tortura lograron que todos, incluyendo a los verdaderos culpables, se volvieran inocentes para siempre. Es una paradoja sobre la cual no he oído reflexionar a los grupos que hoy defienden a los militares presos por crímenes de la dictadura.

Por eso mismo y volviendo a Leoncino, no hay certeza de que su matador haya sido Bonomi. Pero lo que sí es seguro, es que el MLN lo asesinó, lo mismo que a decenas de otras personas.

Eduardo Bonomi, Rodolfo Leoncino, tupamaros

¿Nunca le preguntó a Bonomi qué pasó? – le preguntó el periodista Delgado a Jorge Vázquez en la reciente entrevista.

“Jamás, porque hay una especie de regla de oro entre los que estuvimos presos y es que nunca nos preguntamos qué hicimos. Hay un respeto por el compañero. Hay un respeto por el compañero que pasó por la tortura y dijo lo que dijo y no dijo lo que no dijo y aguantó lo que aguantó y no aguantó lo que no aguantó. Ahí pasamos todos por la tortura. Entonces, lo que yo no dije en la tortura no se lo voy a decir a nadie, y lo que dije en la tortura, tampoco”.

Y agregó, por si no hubiera quedado claro el concepto:

“A pesar de que muchos delitos ya prescribieron y que ahora podríamos abrirnos y decir ‘yo sé que fulano hizo tal cosa’, hay un código de oro, que no lo implantó nadie, lo implantamos nosotros por la convivencia de 13 años de cárcel, tortura, apremio físico, psicológico, etcétera, que lleva a que hay cosas que nosotros no nos contamos”.

En su respuesta, Vázquez parece no percatarse de que está describiendo con orgullo un código de silencio que se parece muchísimo al que han esgrimido los militares para justificar su falta de aportes a la verdad histórica.

Es claro que el terrorismo de Estado es más grave que los atropellos de una organización armada privada. Pero eso no rebaja la gravedad de muchos crímenes que cometieron el MLN y otros grupos menores, incluyendo la ejecución de gente inocente y prisioneros inermes.

Los responsables de esos homicidios siguen guardando silencio, por las razones que Vázquez esgrime. La tortura militar los volvió inocentes y ellos no hacen nada para despejar las dudas. Que haya familias sufriendo, a las que nadie les explicó, con las que nadie se disculpó, ni les contó exactamente qué pasó, no parece tener importancia.

Así como indigna que los militares que tienen información sobre los desaparecidos no comprendan de una vez que la guerra interna terminó, ¿no cree Jorge Vázquez que ya terminó también el tiempo de los calabozos y la tortura? ¿No piensa que el país hoy no necesita silencio, sino verdad para sanar las heridas? ¿No asume que el dolor que provoca un asesinato es idéntico para cualquier familia?

En la entrevista Vázquez condenó, con toda razón, a los militares que no dan datos para ubicar a los desaparecidos, la mayor herida de todas. Y luego propuso un modo de superarlo: “¿Sabés cómo? Que entre la gente que participó en esas cosas o que estuvo en esos años -porque hubo mucho personal de tropa que participó, yo sé de cabos, de sargentos que participaron en la tortura, que estaban a cargo de los calabozos, a cargo de los presos, te llevaban al cuarto de tortura, te esposaban, te ataban, te tiraban en un colchón, llamaban al médico… eso lo hacía personal de tropa-, si todos aportan un poquito de algo, es muy probable que se reconstruya una verdad. Lo que pasa es que nadie quiere aportar un poquito de nada”.

Y de vuelta el asombro.

Porque Vázquez quiere que ese aporte de verdad lo pongan otros, mientras él admite, promueve y pregona un pacto de silencio casi idéntico en motivos y sustancia al que critica y propone levantar.

Es muy difícil que la verdad avance así.

El caso Leoncino, con todos sus eufemismos y opacidades, es un buen ejemplo.

25.9.21

Con cárceles que son un infierno nunca habrá seguridad pública

La noticia de que un preso pasó 60 días dentro de una cárcel uruguaya secuestrado por otros reclusos que lo torturaron y lo abusaron, me hizo recordar esta columna que escribí a fines de 2018 en el desaparecido portal Ecos. La reproduzco tal como fue publicada entonces. Hoy ya tenemos casi 13.500 presos.

La razón de la inseguridad que no le importa a nadie

Publicado: 26/12/2018 07:37

Me tocó entrevistar a Andrea, una joven expresa, para un libro que celebró los 30 años de la ONG El Abrojo y que puede leerse gratis en la web.

En realidad, Andrea no se llama Andrea. Hubo que cambiar su nombre para que no peligrara su nueva vida de buena ciudadana y no arriesgar su actual trabajo.

Andrea fue una niña explotada, fue Cenicienta. Al fin huyó y se liberó de la mala mujer que la esclavizaba. Pero el precio de esa libertad fue una pobreza extrema que persiguió durante años, ya adulta y casada. Un día, agotada de tanta miseria, y en contra de la opinión de su propio esposo, esta muchacha decidió dejar de penar por un plato de comida y se puso a vender pasta base.

Le fue “bien” durante un lustro. Hizo mucha plata, de pobre pasó a rica, olvidó los días de privaciones. Pero conoció otros problemas. El peor de todos: cayó presa. La separaron de sus hijas.

-¿La cárcel te sirvió de algo? -le pregunté en su actual hogar, muy cerca de donde fueron derrumbados “los Palomares”.

Primero respondió con un “No” tajante. Luego se quedó callada unos segundos mientras toda su familia la miraba y cambió su respuesta: “Bueno, sí, a mí me sirvió”.

Penal de Libertad. Cárceles uruguayas. derechos humanos

Las cárceles son un problema central del Uruguay, pero abordarlo es casi imposible. Hay demasiados prejuicios, demasiadas pasiones, demasiado rencor que impiden calibrarlo como es debido.

Una parte de la opinión pública cree que en el fondo nadie debería ir preso. Por eso abogan por reducir penas, borrar antecedentes, aumentar los beneficios para salir antes de prisión, fomentar cualquier castigo alternativo.

No asumen que esos mecanismos son muy positivos en algunos casos, pero no siempre. No asumen que hay delincuentes peligrosos, psicópatas graves diagnosticados y sin marcha atrás. Insisten el devolverlos a la calle.

Un caso tremendo fue el de Williams Pintos. Se sabía que iba a abusar de menores y que cada vez sus ataques serían más violentos. La justicia uruguaya ya lo había peritado con esas conclusiones. Sin embargo, lo enviaron a la calle sin control y hasta le dieron un taxi para que pudiera cazar mejor a sus presas. A Pintos lo ayudaron a transformarse de abusador en asesino. Luego, eso sí, todos pusieron la foto de la niña Brissa en sus redes sociales.

Hay una segunda corriente de opinión, opuesta a la anterior pero también muy numerosa, que tampoco quiere saber nada con las cárceles.

Los de este bando piensan que todos los presos son violadores y asesinos irrecuperables, que merecen la pena de muerte y -si no se puede- la cadena perpetua. Cuánto más infecto sea el pozo en el que estén encerrados, cuando mayores humillaciones y vejaciones sufran, mejor.

Es una posición muy miope.

El desinterés por las cárceles -fomentado por estas dos corrientes de opinión- ha transformado nuestras prisiones en un verdadero infierno en la Tierra en el que viven más de 10.000 personas, más habitantes de los que tienen Castillos, Guichón o Lascano.

En diciembre de 2017 teníamos 10.241 presos, un número que -en líneas generales- no ha dejado de subir desde 1999.

No es cierto que todos sean asesinos y violadores. Un censo carcelario de 2010 estableció que el delito que más gente lleva a las prisiones es la rapiña, causa del 37% de las reclusiones. Un 15% estaba preso por hurto y un 10% por venta o tráfico de drogas (la mayoría en el escalón más bajo de la cadena). Casi un 8% estaba recluido por delitos menores: receptación, desacato, lesiones, etc.

Supongo que está claro y estamos todos de acuerdo en que no se puede aplicar la cadena perpetua a un ladrón. Por eso los presos salen. Entran a la cárcel pero egresan, como un día salió Andrea.

El número sorprenderá a muchos. Cada año salen de las cárceles más de 6.000 presos y entran otros tantos. En 2017, según cifras oficiales, egresaron 6.377.

La cifra debería llamar a la reflexión. En promedio, cada día son liberados más de 17 reclusos. Día tras día, de lunes a domingo, los 365 días del año.

Lamentablemente, la historia de Andrea no es la más habitual. La entrevisté a la una tarde, cerca de General Flores y Carreras Nacionales. Ya había trabajado toda la mañana y llevado a sus niñas a la escuela. Qué bueno sería que 17 personas salieran de las cárceles cada día y se sumaran al mundo del trabajo, se transformaran en ejemplo de recuperación para sus familiares, sus amigos, para sus hijos.

Pero estamos lejos. La mayoría de los liberados no se reforman como Andrea. Más de la mitad vuelve a delinquir. Algunos sitúan la reincidencia en un 70%, otros en un 60%, los más optimistas en un 55%. En 2016 casi el 51% de los delitos los cometieron reincidentes.

Que la cárcel le sirviera a Andrea no fue mérito del sistema penitenciario. Lo que la rescató de un destino oscuro y triste fueron dos cosas: el trabajo de los voluntarios de El Abrojo en la cárcel de mujeres y, sobre todo, el tesón de su esposo, el que nunca quiso que vendiera pasta base, el que se puso la familia al hombro cuando todo se vino abajo, el que trabajó más y más duro y nunca dejó de visitarla, de apoyarla, de estar a su lado, de cinchar por sacarla de aquel pozo.

Porque las cárceles uruguayas son el pozo dentro de El Pozo. Las madres de todos los pozos. El informe 2017 del Comisionado Parlamentario establecía que el 30% de los presos está recluido en un régimen inhumano y degradante y un 45% en condiciones algo mejores pero aun insuficientes para lograr su integración social. Apenas un 25% está preso en una situación que habilita una posible recuperación.

La política de “que se pudran en la cárcel” ha llevado a que las prisiones sean antros copados por mafias carcelarias, academias del delito gobernadas por los delincuentes más pesados. El que entra por hurto sale rapiñero; el rapiñero sale secuestrador; el secuestrador, asesino.

La cadena diaria de humillaciones, de presos violados, ajusticiados, genera -además- un rencor y un odio que lo portan los 17 que cada día vuelven a sus casas, los 6.300 que cada año salen a la calle. Luego lo devuelven con violencia a la sociedad. Es un rencor y un odio que también se multiplica en familiares y amigos.

Si los presos son 10.000 y cada uno tiene cinco familiares directos y cinco amigos, ese odio y deseo de venganza se impregna en 100.000 personas. Lo he visto con mis propios ojos. Lo padecemos todos.

Ese rencor tiene bases sólidas. En 2017, 17 presos confiados al Estado fueron asesinados dentro de las cárceles, otros diez supuestamente se suicidaron y una muerte adicional nunca pudo ser aclarada. En 2018, el año aún no termina y, según las cifras que lleva la oficina del comisionado penitenciario, ya van 25 muertes violentas: 18 homicidios, seis supuestos suicidios y una muerte por “violencia institucional”, la del preso Carlos Núñez, cuyo homicidio a manos de la guardia fue presentado falsamente por el Ministerio del Interior como un “ajuste de cuentas” entre presos, sin ninguna consecuencia.

Uno de los supuestos suicidios -nunca aclarado- fue el de Williams Pintos, el asesino de Brissa. El estado lo detectó como psicópata, lo liberó sin control, le dio los medios para asesinar con facilidad y él mató a una pobre niña. Luego, el Estado encarceló a Pintos y mil preguntas quedaron sin respuesta porque tampoco pudo garantizar su vida. Un ciclo completo de desinterés, desastre, ineptitud y falta de idoneidad, una espiral que va destrozando familias y familias año tras año.

El colmo de la hipocresía uruguaya nos lleva a criticar a los países que tienen pena de muerte (a la que me opongo), cuando nosotros la tenemos y de peor manera: sin jueces ni abogados, la pena de muerte aplicada por los peores delincuentes, la propia guardia carcelaria o la desidia de los gobernantes.

En 2011, en la cárcel de Rocha, debido a situaciones ya denunciadas y documentadas, una red eléctrica deficiente provocó un incendio y 12 presos murieron quemados vivos.

En cualquier país con dignidad, debió ser el fin del señor Bonomi como ministro. ¡Fueron 12 personas confiadas a su cargo quemadas vivas! Si algo la mitad de grave hubiera ocurrido en la dictadura todavía estaríamos hablando de ello. Pero no pasó nada porque, entre otras cosas, los presos de hoy no le importan a nadie. No se comprenden las consecuencias de este desastre.

Para una sociedad es muy fácil reverenciar a sus ciudadanos famosos, a los consagrados, a los mejores. Pero la verdadera estatura ética de un país se mide por cómo trata a los más infelices, a los más desposeídos y también a los peores.

Pero ya no es solo una cuestión ética. Hoy es una cuestión de supervivencia.

Detrás de más de la mitad de los delitos que golpean a nuestros trabajadores, detrás del azote permanente de los delincuentes a la gente inocente, detrás del récord de homicidios que ya no se tolera, detrás de este Uruguay violento e irreconocible, hay una tragedia carcelaria previa. Es hora de asumirlo.

No se trata de justificar a los delincuentes por el estado de las cárceles. Se trata de comprender cómo funcionan las cosas. Soy de la idea de que es necesario penar con más severidad la reincidencia, pero al mismo tiempo es urgente que las cárceles dejen de funcionar como fábricas de peores delincuentes.

Nadie pide un hotel de cinco estrellas para los presos, como se suele ironizar cuando alguien se atreve a plantear este tema. Pero si de verdad estamos a favor de las víctimas del delito, debemos asumir que necesitamos cárceles que funcionen, donde el Estado mande, donde los peritajes psiquiátricos existan y sean atendidos, donde no estén mezclados ladrones y asesinos, primarios y reincidentes. Donde se trabaje y se eduque.

“No parece estar claro todavía para la opinión pública cuál es el sentido y objetivo de la cárcel”, escribió el comisionado parlamentario Juan Miguel Petit en su informe sobre las cárceles de 2017. “Mientras no haya un cambio cultural en el cual se asuma que la función de la cárcel es educar y preparar proyectos de vida para evitar nuevos delitos -agregó- la cárcel seguirá siendo una fuente de violencia, de desintegración y, paradojalmente, de nuevos delitos”.

Tiene razón.

Con cárceles que son un infierno nunca tendremos seguridad pública.

Puede ser un buen plan colectivo para 2019. Asumirlo. Hacer lo que esté a nuestro alcance. Presionar para que, en este año electoral, los partidos y los políticos actúen de una buena vez en este sentido.

27.3.21

Respuesta a una carta abierta del señor Arredondo

Una columna que escribí en El Observador mereció que un señor que se sintió aludido me escribiera una “carta abierta”.

Su autor es Carlos Arredondo, conductor de “Nuevo tiempo”, un programa de radio Salto.

En términos de educación, no correspondería responderle a Arredondo, quien termina su misiva con la penosa frase: “Reciba Ud. mis salud….No, nada”.

Pero responderé porque lo que está en debate es importante.

Arredondo se sintió aludido cuando yo cuestioné el excesivo espacio que muchos medios del interior dieron a la llamada “Caravana por la verdad”, una recorrida que los líderes de quienes niegan la gravedad de la pandemia hicieron por todo el país, llamando a descreer de los datos oficiales, del test PCR, del uso de tapabocas y de las vacunas. 

Escribe: “¿Es Ud. capaz de darse cuenta del desprecio con el que trató a quienes hacemos periodismo en el interior? Dejando de lado el descomunal despliegue de arrogancia ¿Es Ud. capaz de advertir la humillación a la que intentó exponernos? Me explico: Es cierto que por cuestiones geográficas los medios del interior – y los del norte mucho más – tenemos menos acceso a las personalidades de las diferentes áreas, y lograr una declaración es muchísimo más costoso en términos de esfuerzo y tiempo. Lo que a los medios capitalinos les cuesta una llamada telefónica, a nosotros nos cuestan 4 o 5, y no siempre ganamos la batalla. Se llama CENTRALISMO, Haberkorn, y es una dura pelea que entre otras, día a día debemos dar quienes ejercemos el periodismo en el interior. Me sorprende que no lo sepa, pero más me sorprende la inexistente empatía que demuestra tener con la situación. Mofarse de eso diciendo que nos encandilamos con la novedad y que para nosotros la llegada de Sciuto y su comitiva fue ‘como si los Rolling Stones hubieran llegado al pueblo’, es además de un inmerecido golpe bajo, un bastardeo que no creo que nos merezcamos. Mucho menos si viene de alguien que se mueve en un medio donde todos los medios de comunicación le dedicaron la mayor cobertura de lo que va del año a la llegada de unas cajas con vacunas…(Hablame de encandilamientos!!!)”.

La burla con que la que Arredondo se refiere a la llegada de las vacunas lo pinta de cuerpo entero. 

En cuanto al supuesto desprecio que intenta achacarme por el interior no existe y a esta altura, después de tantos años en los medios, todos lo saben. Porque Arredondo se puso el sayo, porque se sintió aludido, porque fue uno de los que se prestó a desinformar, en lugar de analizar honestamente la situación intenta llevarla a un trasnochado enfrentamiento capital-interior.

Lo difícil que es hacer periodismo en el interior lo conozco muy bien y dejé constancia explícita de ello en la nota en cuestión. Escribí que para los medios del interior es mucho más complicado acceder a políticos o científicos de primera línea. Es cierto. También es difícil para muchos medios chicos montevideanos. Eso, sin embargo, no es coartada para desinformar alegremente.

Muchos medios del interior se han manejado con mucha responsabilidad en este tema. Está implícito en mi nota, pero debí haber reconocido con todas las letras y en forma explícita el profesionalismo de muchos colegas que no se dejaron arrastrar por la novedad. A ellos mis disculpas.

Otra cosa me faltó agregar en la nota: en Montevideo también hubo y hay medios que se prestaron y aun hoy se prestan a amplificar el discurso desinformador, aunque hasta el momento no fue algo masivo como ocurrió con la “Caravana”.

La imagen de los Rolling Stones que usé y ofendió a Arredondo surge de la trasmisión en vivo de la conferencia de prensa de los líderes de la “Caravana” que hizo el medio San José Ahora y que está disponible en Facebook. Allí se ve al principal vocero de la “Caravana” rodeado de micrófonos de prensa, radio y televisión, diciendo, por ejemplo, que el test PCR no sirve, que estamos viviendo una pandemia de falsos positivos, que las cifras reales de infectados de covid son menos del 10% de las informadas, que no hay razón de usar mascarillas, que la vacuna de Pfizer no demostró ser ni eficaz ni segura, que la letalidad del covid es menor al del resfrío común…

El video de la transmisión de San José Ahora con toda su carga de desinformación fue compartido más de 88.000 veces en Facebook, tiene 21.000 calificaciones y más de 10.000 comentarios. A eso me refiero Arredondo. ¿Usted participó? ¿Usted convocó? Hágase cargo.

Tras intentar plantear el problema como un falso duelo capital-interior, Arredondo pasa a su segundo argumento, el más equivocado y dañino.

Escribe: “Pero ¿Sabe una cosa? el desprecio que nos dedicó es lo de menos. Lo peor, y lo más peligroso, es la oda a la censura que su artículo es. Una llamativa, pero firme y clara, reivindicación de la mordaza, pocas veces vista – por suerte – en los medios de este país; por lo menos en la post dictadura. Ud. cuestiona y ridiculiza a los medios del interior porque publicamos la opinión de estas personas, por el simple hecho que esas opiniones van en contra al discurso oficial y Ud. considera que son nocivas a la salud de las personas (…) ¿Puede alguien ser más obsecuente al oficialismo? ¿Me podría explicar por qué las opiniones disidentes no pueden ser publicadas y difundidas? ¿Dónde dice eso? ¿Así hace periodismo Ud? ¿De verdad considera un aporte a la democracia el hecho de publicar solo la versión oficial?”.

Los muchos Arredondos que hay esgrimen que existe una versión oficial y otra versión disidente y que hay que darle espacio a las dos, en pie de igualdad. Algunos honestamente lo piensan, otros lo hacen porque buscan audiencia y también están los que se dejan arrastrar de un modo irreflexivo.

Se olvidan de algo importante: el primer deber del periodismo es difundir información verdadera y confirmada. Nunca hay nada que justifique darle información falsa al público. Eso es el primer mandamiento del periodismo y resulta vergonzoso tener que recordárselo a alguien que está al frente de un espacio de comunicación.

Cuando alguien dice que el test PCR no mide nada, que en China no se está vacunando, o que un resfrío es más peligroso que el covid, no está dando otra versión. Está mintiendo, está dando información falsa. 

Dar las dos campanas no es una regla universal como pretende Arredondo. Por el contrario, no conocer los límites y peligros de ese postulado puede dar lugar a graves errores, que fue lo que ocurrió en este caso.

No podemos como periodistas poner en pie de igualdad a la cátedra de astronomía y a los terraplanistas. No podemos equiparar al cirujano con el chamán. Sobre el futuro de la economía no podemos igualar al economista con el que hace horóscopos. Si vamos a hacer un informe sobre el Holocausto, no vamos a sentar a debatir a un sobreviviente de Auschwitz y a un nazi que niega que hayan existido las cámaras de gas.

Si hacemos estas cosas, Arredondo, no estamos combatiendo la censura. Estamos cometiendo gravísimos errores.

Arredondo posa con los líderes de la caravana
negacionista de la pandemia.


El brillante periodista y escritor argentino Tomás Eloy Martínez lo explicó en forma muy clara en un artículo de 1997 que tituló “La ética del periodista”.

“Cuando Faulkner escribió su defensa de la amoralidad del escritor no estaba pensando en lector alguno. A él le daba lo mismo que se lo leyera o no se lo leyera, y en la entrevista con The Paris Review lo dice sin vueltas: ‘Estoy demasiado ocupado para preocuparme por mis lectores. No tengo tiempo para pensar quién me lee'. El periodista, en cambio, está obligado a pensar todo el tiempo en su audiencia, porque si no supiera cómo es, ¿de qué manera podría servirla? Lo que esa audiencia espera del periodismo verdadero es, ante todo, información. No se la sacía con el escándalo sino con la investigación seria. No se la atrae con golpes de efecto; se la respeta con noticias genuinas. Las clásicas dos campanas del periodismo no son la del verdugo y la de la víctima, sino el resumen que la justicia hace de esos dos sonidos”.

Luego agrega: “Ni el bien común ni el periodismo necesitan de esos equilibrios sobre las cornisas de la ética”. 

Eso fue lo que ocurrió con la “Caravana”. Se apostó al golpe de efecto, al escándalo y le dieron información equivocada al público, en un tema de salud pública, de vida o muerte. Faltaron al principal mandato del periodismo.

No tiene que escribir cartas, Arredondo. Tiene que disculparse con su audiencia.

Uno de los más inteligentes columnistas del Uruguay, el exsenador Juan Martín Posadas, dice en su libro Que la noche no tenga razón: "También los periodistas se manejan con aquello de que hay que escuchar a las dos campanas, y le pasan el micrófono, primero al que dice que la tierra es redonda y después al que dice que es cuadrada. La exigencia de un mínimo nivel intelectual y de información es algo que tiene que ver con la autoestima nacional".

Saludos, Arredondo.

A este señor y a este discurso le abrieron el micrófono.



 



25.8.20

Herencia maldita. Historia de los años duros (Presentación)

Historia maldita. Libro Leonardo Haberkorn
Este libro reúne 29 artículos periodísticos aunados por una temática común: el período en el que Uruguay vivió primero sumergido en la violencia política y luego oprimido por una dictadura que se prolongó durante más de un decenio.

Algunos de los artículos son originales y se presentan aquí por primera vez. Otros fueron actualizados o editados para su publicación en este libro. Los restantes se reproducen aquí tal como fueron publicados originalmente en revistas, semanarios, diarios o en mi blog.

Los artículos están organizados en una falsa cronología que debe ser explicada: aquellos en los que predomina la información, están datados en la fecha en la cual transcurren los hechos informados; en cambio, aquellos en los que predomina el análisis o la opinión, están considerados según su fecha de publicación.

Dos de estas notas fueron escritas y desarrolladas junto a dos colegas, Álvaro Diez de Medina y Gerardo Maronna, a quienes agradezco la gentileza de permitirme incluir estos trabajos conjuntos.

Hay crónicas, entrevistas, artículos de opinión y reportajes investigativos. Los hay recientes y otros, en cambio, de cuando hacía mis primeras experiencias en los medios periodísticos. En algún caso dudé si incluir alguno de esos trabajos de principiante. Los mantuve por considerar que, más allá de alguna flaqueza periodística o narrativa, reflejan un momento histórico y completan una línea de continuidad y de presencia de este tema, siempre, a lo largo de los años.

Recuerdo la noche en la cual el Parlamento sancionó la ley de Caducidad. Iba caminando por la rambla rumbo a lo de un amigo que cumplía años, con una radio a transistores al oído, escuchando la sesión del Parlamento. Revivo la infinita tristeza con la que seguí el debate, las ilusiones que se perdían, la certeza de que la herencia se nos haría más maldita y ominosa todavía.

Así fue. El tema no nos ha abandonado nunca. 

Los reclamos por "dar vuelta la página" siempre han chocado y chocan contra un obstáculo insalvable: la falta de verdad histórica. La llamada “historia reciente” carece de un relato totalizador. En su lugar, tiene varios relatos parciales, sesgados, hemipléjicos, mentirosos.

Primero tuvimos una versión apañada por la dictadura: decía que el régimen había sido mucho más benigno que los procesos similares que vivieron Argentina, Chile y otros países de la región, que los muertos habían sido producto involuntario de algunos lamentables “excesos” en los interrogatorios: nunca se había querido matar a nadie.

Las noticias de los vuelos con prisioneros hasta hoy desaparecidos y los restos de Julio Castro con un balazo en el cráneo terminaron por derrumbar una narración que nunca había sido demasiado creíble, pero que aún algunos esgrimen.

Tenemos también un relato que enfoca el golpe de Estado en los sucesos de junio de 1973, ignorando o minimizando lo que pasó meses antes, en febrero, aquel “febrero amargo”, cuando el poder militar tomó las riendas del país y los políticos miraron para otro lado. Por eso casi siempre se recuerda el aniversario del golpe de junio, pero casi nunca el verdadero asalto al poder institucional que comenzó en febrero.

Y, por supuesto, también tuvimos y tenemos el persistente y poderoso cuento de hadas tupamaro, la historia rosa de la guerrilla, la que dice que se rebelaron contra una dictadura, lucharon contra el golpe de Estado y por la democracia, la que oculta crímenes espantosos, algunos de ellos todavía impunes.

Parte de la “herencia maldita” es una falta de verdad que sofoca. 

Espero que estas páginas sean al menos una ventana abierta a un sinceramiento que hace nos hace mucha falta.

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1.6.20

Sobre la noticia dada el domingo por la noche en Séptimo Día

En la edición de anoche de Séptimo Día informé que uno de los tres infantes de Marina asesinados en el Cerro tenía antecedentes penales. 
Desde ese momento, comencé a recibir pedidos de explicaciones y muchos insultos. Se me exigió que desmintiera la noticia, que sería falsa ya que está prohibido ingresar a las fuerzas armadas con tales antecedentes.
Para aquellos que preguntaron o cuestionaron desde el respeto, vayan estas líneas.
La información me llegó media hora antes de que el programa comenzara, de parte de una fuente militar confiable.
Pero las noticias hay que confirmarlas con otras fuentes independientes. Le escribí a varios actores importantes relacionados al caso. Uno de ellos confirmó que el dato era cierto.
Habiendo chequeado la noticia, sobre la marcha tuve que decidir si informarla o no. La función de los periodistas no consiste en dar buenas noticias o simpáticas, sino verdaderas y de público interés.
Lo que quizás me faltó fue explicarme. El vértigo con el que ocurrió todo tuvo algo que ver. También el dolor del momento, el no querer mover el foco del punto principal -el horror del asesinato- me llevó a ser parco. No ahondé en la importancia del dato. Elegí no nombrar al marino, por respeto a su familia, ni el delito.
Salí del canal. La catarata de insultos de las lacras que utilizan las redes sociales para vomitar el asco de su verdadero ser interior seguía derramando su pus.
Dormí bien porque sabía que me había atenido a las buenas normas de la profesión.
Hoy hablé con otras dos fuentes de importancia vinculadas al caso e independientes de las dos primeras: confirmaron la noticia.
También corroboré un punto central que hace a la relevancia de este dato y que necesariamente las autoridades deberán aclarar: está prohibido ingresar a las fuerzas armadas con antecedentes penales. La razón de tal prohibición es evidente: el Estado tiene que tener y ofrecer garantías sobre a quién le otorga armas de guerra, instrucción militar y acceso a sus cuarteles.
Esta disposición, central en lo que hace a la seguridad de la sociedad y el Estado, se violó en este caso.
Haya tenido algo que ver con el crimen o no, no es un tema menor. 
Resumiendo: 
¿La noticia era verdadera?
Sí.
¿La noticia rebaja en algo el horror del triple asesinato?
Por supuesto que no. Siempre estuve, sigo y seguiré estando en la vereda opuesta a los que justifican o relativizan los asesinatos llamados "ajustes de cuentas" o los que, por ejemplo, miran para otro lado ante la saga de muertes en nuestras cárceles. Toda vida cuenta. Toda vida vale. Todo asesinato merece que su culpable sea castigado.
¿La noticia tiene algo que ver con el móvil del crimen?
No lo sé. Lo dije en el programa. Lo repito.
¿La noticia es importante?
Sí. Hay algo funcionando mal en un sector muy importante del Estado.
Callarlo o esconderlo no ayudará a que se solucione.

4.3.18

La "noticia deseada", la "verdad antipática" y el Chueco Maciel

"Es una versión como tantas otras". "Eso es lo que dice él". "¿Por qué hay que creerle a Sosa y no a Viglietti? ¿Por qué esperó 40 años para hablar?".
Esos fueron algunos de los comentarios que he leído y oído en la prensa y las redes sociales respecto a la entrevista a Nelson "Cateta" Sosa, que publiqué en el diario El Observador el sábado 24 de febrero.
Los comentarios parecen responder al fenómeno que el periodista argentino Miguel Wiñazki llama "la noticia deseada": la gente cree o descree en las noticias según coincidan o no con su ideología y sus prejuicios.
Chueco Maciel, Leonardo Haberkorn, Nelson Cateta Sosa
De la entrevista, que más bien es una crónica, queda claro que el Chueco Maciel no se guiaba por ninguna ambición comunitaria, ni repartía nada de lo que robaba. La construcción ficticia que dice lo contrario es desmentida no solo por el testimonio de "Cateta".
Pero como el poder de "la noticia deseada" es cada vez más fuerte, vale la pena repasar los hechos.

1) En noviembre de 2017 el periodista Luciano Álvarez denunció en El País que Nelson "Chueco" Maciel, un delincuente que fue muerto por la policía el 18 de junio de 1971, figuraba como una víctima de la dictadura en una lista de la Secretaría de los Derechos Humanos para el Pasado Reciente, dependiente de Presidencia.
La denuncia hizo que Maciel, que tenía apenas 20 años cuando fue abatido, fuera borrado del listado de inmediato.
El coordinador del Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia, Felipe Michelini, negó que Maciel hubiera estado en la nómina de víctimas de represión.
Michelini faltó a la verdad. Yo mismo vi el nombre de Nelson Maciel en la lista, a la que me dirigí apenas terminé de leer el artículo de Luciano Álvarez.

2) La polémica en torno a la presencia de un delincuente común como Maciel junto con las víctimas de la represión militar interesó al colega Mauro Bettega, de la producción periodística de Nuevo Siglo TV.
Leyendo la prensa del momento en que Maciel fue muerto, Bettega encontró dos artículos muy importantes para entender esta historia, ambos del semanario Marcha.
El primero fue publicado el 25 de junio de 1971 con el título "La otra cara del Chueco Maciel". Se trata de una crónica panegírica firmada por Hugo Alfaro publicada una semana después de la muerte del ladrón.
Alfaro describe el cantegril (el barrio Plácido Ellauri) donde vivían el Chueco, Cateta y los demás integrantes de la banda y desliza una feroz crítica a la sociedad que permite esa miseria. El periodista elabora un retrato del difunto Maciel en base a testimonios anónimos que dice recoger en el cantegril:
"Un tornero que trabaja en La Comercial" dice a través de Alfaro: "Era flor de diablo. Pero, ¿y qué quiere? Aquí no es fácil escapar de la delincuencia. Y el delincuente, a su modo, es un rebelde. Primero roba porque no tiene qué comer, y después roba para vengarse de una sociedad inhumana e injusta".
Alfaro nos dice que "la gente" del cantegril (no hay ni un solo nombre en toda su crónica) "está tratando de convertir la astucia y el coraje del Chueco Maciel en un instrumento para el cambio y -ellos insisten- para la creación del hombre nuevo. Todos eran amigos del Chueco Maciel y se atropellan para exaltar su generosidad. 'Fue un Robin Hood, daba a los demás todo lo que tenía'".

3) Así, con ese nivel de rigor periodístico, Hugo Alfaro -redactor responsable de Marcha- puso el primer mojón en la leyenda de que Maciel fue Robin Hood: "Un tornero". "La gente". "Ellos". "Todos". Todas citas anónimas.

4) El otro artículo que encontró el periodista Bettega fue la carta de un lector de Marcha, publicada en la siguiente edición a la crónica laudatoria, el 2 de julio de 1971.
Se trató de una carta del lector Rodolfo Ponce de León, funcionario judicial que "intervino en todas las actuaciones jurisdiccionales referentes a Nelson Julio Maciel Rodríguez", el Chueco, en la justicia de menores.
Ponce de León señala que conoció al Chueco en 1967 y siempre intentó ayudar a su recuperación. Sin embargo, no fue posible. Cuenta que en la justicia hay informes psiquiátricos sobre Maciel que lo pintan como un individuo que padecía una "absoluta incapacidad para solucionar sus conflictos" y lo califican como "débil mental" y dueño de una personalidad con "rasgos psicopáticos". Recuerda que en abril de 1968 y febrero de 1969 Maciel fue herido a balazos por sus propios compañeros.
"Creemos que calificar a Maciel como 'astuto', compararlo con Robin Hood, y convertirlo en definitiva en una especie de líder o ejemplo para los oprimidos, es para quienes lo conocieron desde antes a él y su cantegril, una historia imperdonable. Se ha dicho que 'la verdad es siempre revolucionaria'; tal vez porque es antipática. Los muertos y la miseria merecen -Alfaro lo sabe- un poco más de respeto".

5) Queda claro que la historia rosa del Chueco Maciel no fue desmentida recién 40 años después, como arguyen algunos de los que cuestionan a "Cateta". ¡Fue desmentida apenas una semana después de que Alfaro la publicara en Marcha y antes incluso de la existencia de la canción de Viglietti!

6) El hallazgo de estos dos artículos por parte del periodista Mauro Bettega hizo que buena parte del equipo que entonces tenía Nuevo Siglo TV (ya no lo tiene, porque la empresa decidió discontinuar la mayor parte de su producción periodística) nos dedicáramos a buscar más datos para completar esta historia. La periodista Belén Danza revisó la prensa del momento. Es muy interesante leer cómo El Popular cubrió la muerte del Chueco Maciel. El diario comunista escribió en su edición del 20 de junio de 1971:
"Acribillado en un tiroteo con la policía en la madrugada del viernes cayó Nelsón Julio Maciel Rodriguez (casado, 20 años) quién cómo infanto juvenil hace más de tres años cobró popularidad conociéndosele como 'Chueco Maciel'. La trágica muerte del joven acechó a las 2:40 del viernes en Juan Acosta (Cerrito). Una media hora antes el 'Chueco' y otros dos jóvenes se desplazaban por el Cerrito de Victoria armados con revólveres al parecer también una arma larga. En Juan R. Rosas y Chimborazo interceptaron al guardia de Amdet, Mario Romero (casado, 43 años). Lo despojaron de unos 9.000 pesos, pero no conformes con eso exigieron a Romero que se dirigiese a su domicilio.
La esposa del trabajador sospechó que algo estaba pasando y no quiso abrir la puerta. El 'Chueco Maciel' y su compañero le dijeron: 'abra o le volamos los sesos a su marido'. A la señora no le quedó otra que franquearles el paso. En la casa el dúo obtuvo otros 40.000 pesos y entre otras cosas una batidora. Antes de irse balearon a Romero, dejándole una herida en la cabeza.
(...)
Los policías comenzaron a patrullar la zona hasta que avistaron a los rapiñeros. Dos de ellos huyeron a la carrera apenas vieron la camioneta policial. Pero Nelson Julio Maciel lanzó un disparo contra la camioneta con el revólver. La respuesta policial fue fulminante. Uno de los cuantos balazos que alcanzaron al joven le perforó el occipital (...).
Rodeado desde su infancia de miserables condiciones, ya los 15 años Maciel Rodríguez era un infanto juvenil que daba dolores de cabeza en los cantegriles. Se fugó varias veces de albergues del Consejo del Niño. Junto a él actuaron varios otros menores en rapiñas y hurtos diversos. Posteriormente pasaron a perpetrar toda clase de tropelías contra sus propios vecinos, particularmente en los cantegriles de Aparicio Saravia, Enrique Castro y adyacentes.
En la temporada de 1969 incursionó en Punta del Este y otros balnearios. Ese año se entregó a la policía y fue procesado por desacato. Pocos meses después salió de la cárcel pero sin otros horizontes que habían signado su infancia y su adolescencia". 
Tal parece que El Popular y Alfaro no escribieron sobre la misma persona.

7) Mi aporte a aquel esfuerzo colectivo del ex equipo de Nuevo Siglo fue ubicar a Ponce de León. Lo localicé y lo invité a dar su testimonio en el desaparecido programa Off the record (uno de los discontinuados de NSTV).
Aquí puede verse lo que dijo el ex funcionario judicial sobre el Chueco Maciel.




8) Una vez que se conoció el segundo testimonio de Ponce de León, el de 2017, comenzó la cantinela de los cultores de "la noticia deseada": ¿por qué hay que creerle?, ¿por qué habla ahora?, ¡esto es una campaña de la derecha contra Viglietti!
En un muro de Facebook leí que uno de los muchos que se negaban a creerle a Ponce de León escribió algo así cómo: la historia del Chueco Maciel es verdadera y quien la conoce es Nelson "Cateta" Sosa, el último sobreviviente de la banda, que vive en Suecia. ¿Por qué la prensa mentirosa y siempre al servicio de la derecha y el imperio no se anima a llamar al Cateta?
En noviembre de 2017 le escribí un mensaje a "Cateta", diciéndole que me interesaba conocer su testimonio y saber cómo habían sido las cosas.
Allí nació la crónica publicada en El Observador.
Quienes la leyeron habrán sabido que de sorpresa visitamos el cantegril con "Cateta" y aparecimos, sin que ella nos esperara, en la casa de Angélica Ferreira, una vieja vecina del "cante". "Cateta" le dijo : "Contale quién era el Chueco Maciel".

"Era solo un chorrito de barrio", responde ella. "Era bajito y siempre andaba de sombrero. Tuvo cosas buenas y malas", agrega. Las buenas no las enumera. Las malas: le pegaba a su mujer y, la peor, una vez dejó que la policía se llevara de los pelos a su propia madre en lugar de entregarse.
"¿Repartía el botín en el cante?", pregunta Cateta. "¡Qué iba a repartir!", se ríe Angélica. "Yo le dije a Viglietti una vez que vino: Hiciste una canción hermosa, pero es mentira".

9) El primer desmentido de Ponce de León fue publicado por Marcha, con una pequeña nota burlándose de él por ser joven. Pocos meses después, basándose al pie de la letra en la nota de Alfaro, Viglietti escribió la canción del Chueco Maciel, que dio nombre al disco Canciones Chuecas y se transformó en un éxito inmediato, un himno para la juventud rebelde.
La nota de Alfaro y la canción de Viglietti calzaban como anillo al dedo a las necesidades revolucionarias del momento: ponían foco en la miseria del cantegril, menoscababan a la policía y a las instituciones, justificaban la violencia como respuesta un régimen oprobioso e injusto. Tanto es así que el 1 de enero de 1972, cuando el MLN toma el aeropuerto de Paysandú y declara la guerra a las Fuerzas Armadas (recomiendo la descripción de este episodio que el recientemente fallecido Aníbal de Lucía hace en Historias Tupamaras), difunde una proclama que menciona en forma explícita al Chueco Maciel: "Cuando un hambriento del cantegril roba para comer (...) lo asesinan, como asesinaron al Chueco Maciel".
Ese verano, la murga La Soberana le cantó al Chueco Maciel: "El Chueco luchaba de noche y de día / la vida expropiaba y la repartía".
Luego, para completar la obra iniciada por Alfaro, Fernández Huidobro haría aparecer en uno de sus libros al Chueco Maciel como simpatizante del MLN.

10) Resumiendo: La leyenda en torno al Chueco Maciel fue iniciada por Hugo Alfaro desde Marcha. Viglietti se basó en ella para su canción. No es que ahora 40 años después alguien haya decidido desmentirla. El primer desmentido a la construcción de Alfaro fue inmediato y se publicó en Marcha una semana después.
No es solo Cateta quien desmiente que el Chueco Maciel haya sido Robin Hood. Por ahora, son tres personas con nombre y apellido: Nelson Sosa, Rodolfo Ponce de León y Angélica Ferreira. Todos son fuentes muy calificadas. Testigos o protagonistas de primera mano. A eso hay que sumarle las notas en la prensa de la época, incluyendo a El Popular, el diario del mismísimo Partido Comunista.
Del otro lado no hay nada. Ni siquiera un solo nombre puso Alfaro.

26.11.17

La fe también mata

Cierto pensamiento dominante ayer y hoy en estas latitudes se basa en la creencia de que todos los hombres son buenos por naturaleza. Que no hay hombres malos, mucho menos "monstruos". Ni siquiera el que sube a su auto a una niña de 12 años, escolar, para violarla, matarla y enterrar su cuerpo en un bosque tapándolo con piedras.
Cuando un ser humano comete una monstruosidad así -sostienen- es porque detrás suyo hubo un sistema que lo impulsó. Ningún pibe nace monstruo. Los monstruos los hace algo muy grande y muy malo que está encima de todos nosotros: la religión, el capitalismo, el patriarcado, el heteropatriarcado.
Una vez oí al periodista Alejandro Bluth explicar que hay una diferencia enorme entre las sociedades que creen que hay hombres malos y aquellas que lo niegan.
Los países donde -por motivos filosóficos, políticos o religiosos- una mayoría cree que la gente malvada existe, no tienen contemplación con ella. Suman las penas de cada uno de los delitos que cometieron: 30 años por este asesinato + 30 años por este otro + 10 años por el secuestro de Fulano + 5 por herir a Mengano = Total 75. Aplican penas cada vez más duras a los reincidentes. Usan la cadena perpetua. Algunos países (yo estoy en contra, lo aclaro), también castigan con la pena de muerte.

Ellos creen -según criterios muy variados y discutibles- que hay verdaderos monstruos y se encargan de sacarlos de circulación.

No pasa eso cuando la mayoría -por ideología o religión- cree que todos los hombres son buenos y que si hacen algo terrible es porque fueron determinados por un sistema maligno.

Cuando el malo es el sistema, el delincuente es otra víctima y "los responsables somos todos". ¿Cuántas veces lo oímos cada semana? Con esa visión, lo que hay que derribar es al capitalismo y al patriarcado.

¿Y mientras tanto?

Mientras tanto, el vil sistema sigue vigente y tiene lógica que las penas sean más benévolas porque todos somos víctimas y responsables al mismo tiempo. No se suman los delitos. No hay cadena perpetua. La pena máxima es de 30 años, así hayas matado a 50, pero siempre se sale antes. Los motivos para anticipar las salidas de la cárcel se multiplican. Reincidir no es un problema, porque se considera que fue "el sistema" el que empujó al pobre diablo a volver a robar, herir o matar al prójimo. Hace unos días la prensa informó que la Justicia envió a su casa a un hombre que ya tenía 13 antecedentes penales: todavía tenemos la esperanza de que ese sujeto se rehabilite, por eso lo seguimos liberando una y otra vez. En el fondo seguro que es bueno.

Nuestro buenismo a ultranza -esto también hay que decirlo- además de indemostrable es hipócrita: porque esas víctimas del sistema son enviadas a cárceles infectas donde no será raro que enfermen, los violen, los maten con un corte o padezcan el horror de morir quemados vivos como los 12 de Rocha, sin que nadie renuncie, nadie vaya preso y a nadie se le mueva un pelo.

El principal sospechoso de haber asesinado a la niña de 12 años ya había estado preso dos veces por delitos sexuales. A su psicopatía se le sumaban los efectos de dos estadías en el infierno carcelario oriental. Sin embargo, estaba libre, suelto, sin control, sin atención especial, manejando un taxi, un trabajo ideal para cazar niñas, porque -más allá de lo que dice la ciencia- tal parece que teníamos FE en que se hubiera rehabilitado, que su fondo bueno por fin hubiera emergido.

Hace unos días asistí a un seminario vinculado a políticas de cárceles.
Un importante funcionario del sistema penitenciario terminó su ponencia cantando unas estrofas de la canción "Amor profundo".

Amor -dijo- es lo que hace falta.
Un buen tipo.
Honesto.
Trabajador.

Con seguridad su receta sirva para muchos casos, pero quizás no para todos.
Unos días después, la niña de 9 años y luego la de 12. No hubo canción ni amor que las salvara.


24.10.17

Petróleo en Uruguay

Que se encontró petróleo en Uruguay es algo que se ha anunciado decenas de veces.
En 1990 quien insistía en que había oro negro en su departamento era el diputado del Partido Nacional por Lavalleja, Gonzalo Piana Effinger.
Piana era un firme convencido de que había petróleo debajo de Poblado Colón, una localidad minuana por entonces de unos 500 habitantes perdida entre Pirarajá y Mariscala.
En enero en 1960, de una modesta perforación que en busca de agua que se realizaba en una vivienda de Poblado Colón, había manado un denso líquido oscuro que se prendía fuego: petróleo.
Sin embargo, 30 años después Ancap aseguraba que allí no había nada, aunque Piana lo discutía y en el pueblo todos seguían convencidos de vivir sobre un gran pozo petrolero.
En aquel entonces yo trabajaba en la revista Punto y Aparte y fui enviado a aquel paraje para escribir una crónica respecto al lugar donde se suponía que yacía (¿yace?) el inexplotado hidrocarburo oriental.
No había hotel en el pueblo y me dejaron dormir en la escuela pública.
La nota se publicó en la edición de setiembre de 1990 con el título de "El suelo puede esperar" y hoy está incluida en el libro Historias uruguayas.
Entonces no existía Google ni internet y no era tan sencillo documentarse sobre un tema cualquiera. Había que recorrer bibliotecas, archivos y contactar a personas que antes hubieran estudiado el mismo asunto.
Para escribir aquella nota, además de ir a Poblado Colón y entrevistar al entusiasta Piana, visité a Raúl Irureta Goyena, quien vivía en Malvín y presidía lo que hoy sería considerado una ONG: la Comisión Nacional del Petróleo.
Irureta Goyena estaba convencido de que muchas veces se había descubierto petróleo en Uruguay, pero la presión de otros países y de grandes empresas multinacionales había hecho que los hallazgos se ocultaran y los datos se tergiversaran. En su casa, que estaba sobre avenida Italia, Irureta tenía decenas y decenas de recortes de prensa que hablaban de hallazgos petrolíferos, hoy olvidados.
Las ilustraciones que reproduzco debajo son fotocopias del que era su archivo. El recorte que habla de la escuela de Pajas Blancas no tiene fecha. Las dos páginas extraídas del folleto de una compañía petrolera uruguaya son de 1959.

Petróleo Uruguay

Petróleo en Uruguay

Petróleo en Uruguay

El suelo puede esperar, Petróleo en Uruguay


8.10.17

Lo que no se dice sobre la falsa toma de Pando

Como cada 8 de octubre, el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) - Tupamaros volvió hoy a celebrar la llamada "Toma de Pando", ocurrida en 1969.
Esta vez lo hizo difundiendo en redes sociales un artículo de Julio Marenales, fiel reflejo de la historia oficial de la guerrilla.
Marenales titula su nota como "la toma de Pando" y en su interior habla del "copamiento de la ciudad de Pando". En realidad, ninguna de las dos cosas existió.
Uno de los primeros tupamaros, Aníbal de Lucía, con más sinceridad que los redactores del mítico relato rosa del MLN, ha puesto en sus justos términos lo que fue la acción de Pando: una serie de asaltos simultáneos.
Lo dice en el libro Historias tupamaras:

"El MLN no tomó Pando. Lo que hizo fue ir a la comisaría, a los bomberos, a dos bancos y a la central telefónica, pero cuando vos tomás un pueblo de verdad, te quedás con todo el pueblo, cerrás la entrada y lo mantenés una hora, dos horas, tres horas, lo que te dé la nafta. Pero lo que hicimos nosotros no fue tomar Pando. Tomar Pando es quedarse con Pando, aunque sea por quince minutos. Ser el dueño. Y cuando viene el Ejército, decís, bueno, tenemos tomado esto, vamos a hablar. Pero lo que ocurrió fue mucho menos que eso".

Toma de Pando, MLN, tupamarosEse "mucho menos" real, sin embargo, tuvo un altísimo costo de vidas: cinco muertos.
Marenales, en su artículo, solo recuerda los nombres de los tres jóvenes tupamaros que perdieron la vida en la operación: Alfredo Cultelli, Jorge Salerno y Ricardo Zabalza.
A Carlos Burgueño, un uruguayo cualquiera, que murió baleado por estar en las calles de Pando cuando lo sorprendieron los asaltos tupamaros y la obligada respuesta policial, Marenales no lo nombra. No escribe su nombre ni su apellido, como si no valiera la pena, como si el hombre no hubiera tenido padres, esposa y e hijos, como si su vida hubiera valido menos que las de Cultelli, Salerno y Zabalza.
Para el MLN hay muertos de primera y muertos de segunda.
Burgueño, Marenales, el pobre hombre se llamaba Burgueño.
Marenales apenas alude a su muerte diciendo que durante la operación "hay un enfrentamiento con heridos y un muerto por parte de la Policía".
La muerte de Burgueño fue objeto de versiones contradictorias. Lo que es seguro es que lo mató una bala perdida. Marenales le achaca la muerte a la policía. Pero -incluso suponiendo que así haya sido- Marenales se saltea por completo el hecho de que Burgueño nunca habría muerto si los tupamaros no hubieran ido a Pando aquel día.
Qué facilidad tienen los líderes del MLN para no asumir sus responsabilidades.
No es algo nuevo. Como también consta en Historias tupamaras, en su biografía escrita por Miguel Ángel Campondónico, Mujica se explaya tres páginas sobre los errores que su organización habría cometido en Pando sin nombrar siquiera a Burgueño, ni dedicar una sola palabra a su muerte gratuita.
¡Tres páginas hablando de errores y ni una palabra sobre la muerte de un inocente!
En Pando, además, hubo un quinto muerto: el sargento de la policía Enrique Fernández Díaz, herido por los tupamaros y fallecido tras varios días de agonía. A él, Marenales no refiere ni siquiera en forma anónima como hace con Burgueño. Es como si no hubiera existido, como si no hubiera muerto, como si los tupamaros no hubieran matado, como si los muertos de Pando hubieran sido cuatro y no cinco. 
Para el MLN hay muertos de primera, de segunda y también de tercera.
Reescribir la historia. Moverla. Contarla a piacere. Especialidad de la casa.
Una pequeña muestra adicional: en su artículo, Marenales insiste con una de sus afirmaciones preferidas: "el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros nunca fue una guerrilla". Era solo un grupo político que "realizaba operaciones de pertrechamiento y de propaganda armada".
Debería explicarle su punto de vista a las familias de las decenas de muertos que dejó el accionar de ese grupo de buenos muchachos dedicado apenas al pertrechamiento y la propaganda.
Siguiendo el razonamiento de Marenales, la jornada de Pando fue simplemente un acto propagandístico.
Una acción publicitaria que le costó la vida a cinco personas.

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