17.6.08

La fortaleza de llamarse Árbol

Los argentinos suelen asombrarse de los nombres de los uruguayos, y motivos no les faltan. El acervo patronímico oriental ha despertado la curiosidad a lo largo de los años, en el propio Uruguay y en el extranjero.
El primer gran investigador de esta materia fue el médico Roberto Jorge Bouton, que recorrió Uruguay ejerciendo su profesión entre 1913 y 1930. La Revista Histórica, que editaba del Museo Histórico Nacional, publicó en 1958 un trabajo de Bouton que, entre relatos de costumbres y tradiciones camperas, recoge una increíble relación de nombres de personas que él mismo trató. La nómina incluye a los uruguayos Tránsito Caballero, Tresfilos Tabáres, Vinobien Valdenegro, Preciosísima Del Campo, Ermitaña Del Valle, Amigo Blanco, Firmo Aldecoa, Capataz Sotelo, Canuto Arredondo y Subterránea Gadea.
Bouton nombra también a un joven llamado Lazo de Amor Pintos y al señor Felino Valiente. También da cuenta de un hombre bautizado Ciérrense las Velaciones y del tierno caso del señor Caricias de la Quintana, que luego llamó a sus hijos Arador, Enamorado y Mensajero, y a sus hijas Bella y Pasión.
Pero quien piense que estos nombres son cosa del pasado se equivoca. En la última edición de la guía telefónica nacional figuran uruguayos con varios de los nombres que un siglo atrás sorprendieron a Bouton. Allí están Francisco Felino López, Canuto Abreo, Aguinaldo Dupetit, Tranquilo Parolín, Esclavitud Sánchez, América Heroica Llano, Gloria del Tránsito Ortiz y Dólar Anito Marr, por citar sólo algunos.
Lo cierto es que los nombres raros están en cada esquina de este país y siempre parece haber lugar para una nueva sorpresa. En septiembre, a raíz de una huelga, el Ministerio de Salud Publica publicó una lista de funcionarios intimados a reintegrarse al trabajo. Allí figuraban, entre otros, Elpidio Fernández, Oheflec Duarte y Marcos Simbad Delfino. Pitaluga, un conocido dirigente político y ex diputado, lleva el curioso nombre de Lucas Delirio.
En realidad, la variedad es infinita. Un integrante de la Corte Electoral proporcionó una lista de increíbles nombres de ciudadanos registrados en esa oficina, con la condición de no citar sus apellidos. Allí figuran uruguayos llamados Flash, Pejerto, Dulce, No Me Olvides, Teléfono, Filete, Flor de té, Árbol, Oxígeno, Horina, Flor de un día, Dos a uno, Nestos Odio Papito, Esmédico, Democrático Palmera, Potranca Ruana, Chupita, Amada Inglaterra, Julio Treintayuno, Tocayo, Banda Oriental, Circuncisión, Feo Lindo, Sol y Luz, Daniel Pistola y Libre Albedrío.
Y estos nombres tampoco son un asunto de tiempos idos. Y si no, que lo diga Árbol Santos, un montevideano que debe su nombre a la pasión de sus padres por las maravillas naturales.
“Mis padres sentían una gran admiración por la naturaleza y un asombro por todo lo que un árbol puede dar a cambio de un lugar y un poco de agua”, dice Arbol. “Y además tuvieron la decisión y el coraje de ponerle a un hijo este nombre”.
Arbol tiene dos hermanas, cuyos nombres también homenajean lo natural: Rocío y Luz Honor. Y según la guía telefónica, Arbol Santos no está solo en Uruguay: tiene un casi tocayo en Salto: Arbol Marques.

Novelas e historietas

¿Cuál es el origen de estos nombres? Al parecer no hay una única explicación. Miles de uruguayos deben sus insólitas gracias a la costumbre –muy en desuso hoy– de bautizar al recién llegado con el nombre del santo de la fecha. Tal es el caso de Areopajita Beltrán, citado por Bouton, o de Arehopajita Carballo, nacido en Aceguá, en 1923. Este extraño nombre se debe a San Dionisio Areopagita, un integrante del Areópago, un tribunal de la antigua Grecia, que fue convertido al cristianismo por San Pablo y luego canonizado. En la guía de teléfonos de Uruguay todavía hoy figura una señora Dionicia Areopagita Fernández.
Las novelas que apasionaron a algunos padres son responsables de otra buena parte de nombres insólitos. Bouton cita el caso de una mujer que le puso a su hija Misterfanoche y cuando le preguntó por el origen del extravagante nombre, le respondió: “Es una novela que leí hace mucho tiempo”. Hoy en la guía telefónica abundan las Blancanieves y figura D’Artagnan Carballo. También consta en una partida de nacimiento que en Río Branco fue inscripto el niño Aladino Pereira.
Desdichado Cortés es un montevideano de 72 años que debe su nombre a que sus padres adoraron la novela Genoveva de Bravante, de C. Schmidt. Le pusieron a sus hijos los nombres de tres de los protagonistas: Salvador, Sigifredo y Desdichado, el hijo de Genoveva que nace en un calabozo. “Es una novela muy linda”, dice hoy Desdichado. “Yo la tuve, la perdí y ahora siempre la estoy buscando, pero ya no se consigue”, lamenta.
Claro que los padres uruguayos no han leído sólo novelas... también están los fanáticos de las historietas. Así, el 24 de enero de 1956 fue inscripto en Paso de los Toros el niño Roy Rogers Pereira. Y en 1996, la revista Tres entrevistó a un empleado de la telefónica Antel llamado Walt Disney De los Santos.
Walt Disney explicó entonces que su padre era un policía que leía muchas revistas del ratón Mickey. Y relató que tuvo que sacar su nombre de la guía de teléfonos: “Me llamaban mucho, principalmente chiquilines”.

Homenaje a la Coca

También el cine ha sido fuente de inspiración para muchos padres uruguayos.
El trisemanario Atlas de la ciudad de Melo publicó en 1996 el edicto de casamiento de un panadero llamado Glen Ford Silva. Y en Montevideo vive una mujer de apellido Obelar, bautizada con el nombre Isabel Sarli hace 33 años. “Mi papá estaba enamorado de la artista, por eso me puso Isabel Sarli”, explica la señora Obelar. Tan enamorado estaba su padre que, para que no quedaran dudas de la intención de su homenaje, nunca llamó a su hija por su primer nombre, Isabel, sino por el segundo, Sarli. “Mi papá siempre me llamó Sarli y así me llaman todos hoy. La gente siempre se admira de mi nombre”, agrega Obelar.
Ella, a su vez, llamó a su hija Lorena Paola, salvando las distancias. Es que el cine, la televisión y la música argentina han dejado una profunda huella en la nomenclatura uruguaya. Hoy existen unos cuantos orientales llamados Leo Dan o Leodán, nacidos en pleno auge del Club del Clan.
Otros nombres tienen un origen más asombroso, como el de muchos uruguayos llamados Trademar o Trademark.
Trademar Silvera relató su caso en la ya citada nota de la revista Tres. “Soy criado en las costas del río Yaguarón. Mi padre tenía un almacén y contrabandeaba de Brasil. Un día trajo latas de guayabada –un dulce brasileño– que decían “trade mark”, que en inglés quiere decir marca registrada. Mi madre la vio, estaba esperando y dijo: “Si es varón le voy a poner Trademark. Y bueno, cuando me fueron a inscribir, el juez les dijo que era mejor sacar la “k”. Vamos a dejarlo Trademar, les dijo y ellos aceptaron”.
Silvera se llevó la mayor sorpresa de su vida el día que en una oficina pública se encontró con un tocayo. Pero se puede decir que no fue un hecho tan excepcional, si tomamos en cuenta que hoy en la guía de teléfonos hay cinco Trademar y un Trademark.
Otros nombres son inexplicables, salvo desde un extraño sentido del humor. Es el caso del niño de apellido Leche, anotado con el nombre de Tomás en el Registro Civil el 15 de mayo de 1951. O el del difunto cuyo aviso fúnebre atesora el periodista Homero Alsina Thevenet en una colección de desopilantes recortes: el señor Perfecto Gil.

Hitler de izquierda

La geografía ha sido otra fuente de inspiración para los papás de los recién nacidos de este país. Muchos uruguayos llevan nombre de ríos, países y ciudades. Consta en textos de estudio de Derecho el trámite de rectificación de su partida de nacimiento que hizo una señora bautizada Barcelona. Más raro es el caso de una jueza que se llama Addis Abeba Martínez y que ha declarado desconocer por qué su padre la llamó como la capital de Etiopía. Otra conocida afición oriental ha sido el homenajear en el nombre de sus hijos a próceres y prohombres varios. Miles de orientales se llaman Washington, Franklin, Lincoln, Schubert, Darwin, Artigas o Napoleón. Beethoven Javier y Voltaire García fueron futbolistas de renombre que hoy son directores técnicos. En la guía de teléfonos no faltan los Kennedy y los Eisenhower; los Spencer, los Hohberg y los Luis Artime. Y en Pando, el 22 de enero de 1952, fue anotado el niño Carlitos Gardel Hernández.
Claro que hay homenajes de gusto mucho más dudoso. Tal es el caso del señor Hitler Aguirre, un comerciante de Tacuarembó.
“Yo nací en el 40, cuando la guerra. Mi padre y mi tío se pasaban discutiendo: mi padre decía que Hitler era mejor que Mussolini, mi tío decía que Mussolini era mejor que Hitler. Al final mi padre me puso Hitler a mí y mi tío le puso Mussolini a mi primo”, cuenta Aguirre.
Puede decirse que el Hitler uruguayo es el primer Hitler de izquierda en el mundo. En 1971 votó al Frente Amplio y dos años después, cuando sobrevino la dictadura militar, pagó ese pecado con 50 días de cárcel y una inspección impositiva que arruinó el comercio que tenía en aquellos años. Se refugió 27 años en el campo y hoy, de vuelta en la actividad comercial, ya tiene decidido volver a votar al Frente Amplio: “Ya hemos pasado cien años con gobiernos blancos y colorados, ahora hay que probar otra cosa ¿no?”, explica.
Pero tales “ideas extrañas” no impidieron que cuando, hace 35 años nació su primer hijo, también le pusiera de nombre Hitler.
¿Y qué dice su hijo del nombre que le puso? No dice nada. “Nunca me dijo nada, ni sé si le gusta o si no le gusta”.
De todos modos, en la batalla de los nombres, queda claro dónde estaban las mayores simpatías de los uruguayos durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras en la guía telefónica de todo el país figuran apenas un Hitler y un Mussolini, al mismo tiempo hay dos José Stalin, ocho Stalin a secas, un Stalingrado y nueve Churchill o Winston Churchill.

Balance complicado

Muchos de estos nombres se conocen gracias a que algunos funcionarios del Registro Civil llevan años fotocopiando y atesorando para sí mismos algunas de las partidas de nacimientos, casamientos y fallecimientos más increíbles. Así se han inmortalizado los nombres de Nicanor Clandestino Costa, Gaucho Puntiador Techera, Gaucho Carolino Acevedo, Caerte Freire, Pepa Colorada Casas, Selamira Godoy, Termo Piccinini o Johnny Dolars Aguilera.También se sabe que el 13 de julio de 1936 fue inscripto en Tacuarembó el niño Juan Antonio Nicasio Francisco Manuel Antonio Bernardo Mario Héctor César Higinio Molotov Gorki Iglesias Largo Abayubá Yamandú Zapicán Cajals Engels, de apellido Seoane.
Es que la ley uruguaya no pone límites a la cantidad de nombres que puede recibir un niño, ni tampoco coarta la libertad de los padres. Sin embargo, el Registro Civil, en los últimos años, ha comenzado a rechazarlos nombres que pueden ser considerados denigrantes para la persona que los recibe.
Claro que nunca se sabe cómo alguien tomará el nombre que le regalan sus padres. A Hitler Aguirre, por ejemplo, cuando comenzó a ir al liceo todos los profesores querían cambiarle el nombre a toda costa. “¡Qué esperanza!, les dije. Si mi padre quiso para mí ese nombre, yo no me lo voy a cambiar”.
Algo parecido le pasó a Desdichado Cortés. Un primo de su padre era juez de paz y le ofreció hacerle sencillo y económico el largo trámite necesario para cambiarse el nombre. “Yo tenía 20 años y le dije que me dejara pensarlo unos días. Lo pensé mucho y llegué a la conclusión que yo iba a ser el mismo, con este nombre o con cualquier otro. Y me lo dejé. Ahora me gusta, creo que debo ser el único”.
Árbol Santos ha reflexionado mucho en su nombre y se nota. “Tener un nombre así te fortalece, pero también te genera una sensación de sentirte siempre distinto. Es difícil evaluar el efecto total de llevar un nombre tan raro. Yo creo que el balance tira a positivo, pero no dejo de reconocer que tiene un lado muy complicado”.
Por las dudas, cuando nacieron sus hijos, Árbol les puso nombres bien sencillos.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el suplemento Radar del diario Página 12 de Buenos Aires, 15 de febrero de 2004.
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1.6.08

Zoológico de Villa Dolores: el silencio de los inocentes

Uno
--¡Está muerta! ¡Está muerta!
Es sábado a primera hora de la tarde y el sol del verano cae pesadamente sobre Montevideo. Una joven pareja está detenida frente a una de las piscinas del zoológico de Villa Dolores. La piscina no tiene agua. En su lecho, una pequeña foca se achicharra bajo el sol. Está quieta, dura, inmóvil, tirada arriba de un montón de hojas secas de eucalipto. Efectivamente parece muerta. La piscina, además de vacía está despintada, rajada y sucia, la falta de agua permite ver mejor sus miserias. El animal continúa sin moverse. Quizás no sea foca y sea un pequeño lobo de mar: como en tantos otros lugares del zoológico, no hay ningún cartel que indique de qué animal se trata.
--¡Está muerta! ¡Está muerta!, insiste la chica.
El muchacho va en busca de auxilio.
Por fin encuentra a uno de los empleados del zoológico, sentado, tomando el sol.
--Ahí hay una foca que se quedó sin agua, parece que está enferma o muerta.
--No está muerta, está bien.
--Pero no tiene agua, con este calor se va a morir...
--No, no se muere. Aguanta.
--¿Y por qué no tiene agua?
--Le están cambiando el agua a la piscina...
--¿Y cuánto va a demorar en tener agua?
--¡Ah! Demora... es grande la piscina.
--¿Cuánto? ¿De noche va a tener agua?
--No, hasta mañana no.
--¿Va a tener que esperar un día?
--Más o menos, por ahí. Pero mire que aguanta.
Ocurrió el sábado 30 de diciembre. El animal que se achicharraba al sol no era una foca ni un lobo de mar autóctono. Era una especie de lobo marino propio de las heladas aguas antárticas. No es de extrañar que pareciera muerto bajo el calcinante sol de la piscina vacía.

Dos
Uno de las primeras cosas que Tabaré Vázquez hizo cuando asumió como intendente, en 1990, fue ir al zoológico. Vázquez hizo una visita sorpresa y constató que más de la mitad de los funcionarios había faltado sin aviso, incluyendo a los 13 veterinarios de entonces. Vázquez se quitó el saco y la corbata y atendió a la elefanta. Fue todo un gesto: el nuevo intendente quiso decir que su administración no toleraría la decadencia del zoológico y el descuido de sus animales. Han pasado 11 años. Pasó toda la administración de Vázquez. Pasó todo el primer gobierno de su sucesor Mariano Arana. Y ya ha comenzado otro. Y la decadencia del zoológico no sólo no se detuvo sino que llegó a límites dolorosos.
Quien dude de esta afirmación puede ir y verlo con sus propios ojos. La entrada vale apenas ocho pesos, pero quizás el lector no tenga que pagarla.
A este cronista, 11 años después, le pasó lo mismo que a Vázquez. Llegó hasta la puerta del zoológico y no había nadie en la boletería. Tampoco en la entrada. El zoológico estaba abierto y había un gran cartel que decía: "Entrada 8 pesos". Pero no había nadie que la cobrara ni nadie que controlara la puerta.
Seguro que los funcionarios tenían algo importante que hacer.
Sábado 30 de diciembre del 2000, tres de la tarde.

Tres
Hoy el zoológico está dirigido por un interventor, Walter Cortazzo. El intendente Arana tomó la decisión de intervenirlo en noviembre, luego que varios ediles de la oposición denunciaron que el parque y sus animales estaban al borde de colapsar debido al grado de abandono reinante.
El edil nacionalista Osvaldo Abi Saab señaló entonces que existían jaulas en estado ruinoso, falta de limpieza y mantenimiento, sectores invadidos por los yuyos y las ratas, peligro para los visitantes debido a la existencia de alambrados rotos, focos de aguas servidas. También dijo que solía no haber funcionarios en la boletería y en la entrada.
A su vez, los trabajadores del zoológico nucleados en el sindicato Adeom denunciaron que los animales habían pasado ocho días sin comida. "Existe insensibilidad con los animales", dijo en noviembre Abi Saab.
La directora de entonces, Araceli Paleo, no concurría a su trabajo desde hacía varios meses en usufructo de una licencia por enfermedad. Arana decidió removerla del cargo. El intendente creó una comisión integrada por representantes de la Intendencia y técnicos universitarios para hacer un proyecto de reestructura total. Y nombró interventor a Cortazzo para que rescatara al zoológico de su degradación.

Cuatro
Viernes 5 de enero, 11 de la mañana. Le están dando de comer a los animales. Hay algunos funcionarios que reparten la comida con evidente cariño; otros la tiran como si fueran piedras.
Están esquilando una oveja criolla en medio de uno de los senderos. "¿Pasa algo?", pregunta prepotente el empleado municipal cuando alguien se acerca a mirar.
Sí, pasan varias cosas. Hay unos papagayos con un cartel que dicen que son palomas. Hay una rata comiéndole la comida al jabalí. Sale de un caño, corre, llega hasta donde hay unas zanahorias, agarra algo y vuelve corriendo a su caño. Repite la operación cada dos o tres minutos, a plena luz del día. Hay una caja de pescado tirada desde hace una semana en el estanque de patos y cisnes. El agua está muy sucia. Hay hojas y ramas tiradas en el suelo desde el temporal del 26 de diciembre. Hay bolsas de portland, nylon y pedazos de bloques tirados en los senderos. Hay que cortar el pasto. La puerta del cerco que rodea la jaula de los leopardos está abierta, cualquier niño puede llegar hasta las rejas y tratar de acariciar a las fieras. Hay una especie de perro que llora. No tiene cartel así que no se puede saber exactamente qué es. Parece un lobo, pero está rengo y tan flaco que parece que cualquier perro de barrio le puede dar una paliza. El interventor explicaría luego que es una loba vieja. Está encerrada en una jaula diminuta, de dos por dos. Se le notan los huesos. Está sola. Va de un lado a otro y llora. Se queda quieta en un rincón y llora. Se para otra vez. Llora.

Cinco
Jueves 4 de enero, 18 horas. Hace dos meses que Walter Cortazzo asumió como interventor del zoológico. "El intendente me pidió que comenzara a trabajar para recuperar el parque, que está muy deteriorado. Vine a aprender, pero soy parte del gobierno municipal. No me voy a fijar objetivos imposibles, pero la responsabilidad que me ha dado la intendencia voy a llevarla a cabo. Voy a recuperar el parque: esto es algo que se merecen los montevideanos, es responsabilidad de la Intendencia de Montevideo y es posible hacerlo".
Cortazzo dice que está trabajando en dos planos: uno a largo plazo, con la comisión que ya elaboró un anteproyecto para reformular el zoológico. Pero pasarán años antes de que ese proyecto pueda ser realidad. Así que su trabajo en lo inmediato es hacer que este zoológico recupere su dignidad largamente perdida.
"Estoy tratando de ver cómo son las cosas, las relaciones con los funcionarios. Va a llevar un tiempo y no será fácil. Como se puede ver, hay muchos lugares donde hace mucho tiempo no se realiza ningún tipo de mantenimiento. Acá parecería que no ha habido ninguna planificación, que no hubo conciencia de la importancia que este lugar tiene para la ciudad".

Seis
"En los últimos cuatro años, el zoológico ha cambiado cinco veces de director y ha sido cerrado tres veces por cuestiones graves", recuerda Abi Saab. En ese lapso se constató la muerte de patos, ñandúes y cisnes de cuello negro devorados por las ratas, una ñiña fue ataca por un mono, desaparecieron animales y la tigresa murió tras un desigual combate contra dos leones: fue un acto de sabotaje criminal, alguien abrió deliberadamente la reja que separaba a las fieras.
"Los directores se sucedieron --continúa el edil--pero nunca hubo una mejora ni una solución. Es un lugar que es visitado por un millón de personas al año, el paseo más visitado de todo el país. Vienen todas las escuelas, los liceos, pero cualquiera ve que no es un lugar adecuado para recibir visitas".
Es cierto: además del espectáculo deprimente que ofrecen los animales encerrados en condiciones indecorosas, en el zoológico faltan los bancos, no hay bebederos ni lugares donde arrojar los residuos, no hay donde comprar un refresco ni donde sentarse a tomarlo o a descansar.
El lugar destinado a ser parador está ocupado desde hace años por la Sociedad de Acuaristas, una institución privada que allí tiene sus peceras. El público, que perdió el parador, no gana nada con que los acuaristas estén allí: el lugar permanece cerrado a las visitas con gruesos candados.
Cortazzo reconoce que allí tiene otro problema. "Un padre que recorrió todo el parque llevando a sus niños y quiere sentarse a descansar unos minutos no puede, no tiene dónde. Si quiere comprar una coca cola, tiene que salir afuera del zoológico".

Siete
La escena se repite decenas de veces por día, siempre igual. Los niños arrastran a los padres hasta el rincón donde están las jaulas de los osos. Cuando llegan frente a las rejas, los niños señalan a los animales:
--Mirá papá, papá. ¡Los osos!
La inmensa mayoría de los padres y las madres se quedan invariablemente unos segundos en silencio: intentan asimilar lo que están viendo. Después, cuando recuperan la voz, le responden a sus hijos, hablando bajito:
--Pobres osos.

Ocho
El interventor informa que las ratas dejaron de ser un problema grave. "Ahora hay pocas", dice.
Pero las ratas se ven a plena luz del día, robándole la comida a los huéspedes del zoológico. Uno se pregunta cómo será de noche.
De todos modos, los animales de Villa Dolores mueren por causas más fáciles de prever y de combatir que los ataques de las ratas.
El temporal del 26 de diciembre dejó un reguero de muertes de animales aplastados por el granizo. "La tormenta nos mató cuatro espátulas rosadas, varias garzas y un lobito de río. Los mató el granizo. Eran animales nuevos en el zoológico, recién habían venido de Tacuarembó y todavía no se habían acostumbrado, no supieron encontrar refugio cuando empezó a granizar", explicó Cortazzo.
Peor todavía: días después otros animales murieron al explotarle literalmente el corazón debido al excesivo calor.
"El jueves 4 se nos murieron tres ovejas criollas. Estaban sin esquilar, con toda la lana, y cuando les hicimos la autopsia resultó que habían tenido un infarto: no habían aguantado el calor y se murieron. Según me dijeron, hasta ahora las ovejas no eran esquiladas en verano porque nunca había pasado nada", afirmó Cortazzo.
Usando el lenguaje de los empleados del zoológico: hasta este verano las ovejas sufrían, pero "aguantaban".
Tras la autopsia, Cortazzo mandó esquilar a las ovejas criollas sobrevivientes. Ahora mismo están esquilando una.
"¿Pasa algo?", pregunta prepotente el funcionario.

NueveLo que pasa, según el edil Abi Saab, es que "la Intendencia no ha sabido cómo hacer trabajar a los funcionarios. Algunos transpiran la camiseta, pero otros no".
Uno de los integrantes de la comisión que está proyectando el zoo del futuro, fue más drástico aun: "esto está en un estado lamentable porque es la Siberia de la Intendencia. Todo el que no sirve, lo mandan aquí".
Pero el interventor Cortazzo es cuidadoso cuando se le pregunta por sus funcionarios:
--Suele decirse que los funcionarios del zoológico no sirven, que son todos los que han sido descartados por otras dependencias de la Intendencia. ¿Usted está de acuerdo?
--Esa es una opinión generalizada, pero yo todavía no sé... yo no comulgo con la idea de que las cosas no se pueden cambiar. Yo he visto funcionarios que son muy buenos cuidando animales y otros que no. En el caso de los que no están preparados, ahora van a tener que hacer cursos para capacitarse como deben. Si son necesarias observaciones fuertes se harán. Si los cursos tienen que generalizarse, también se hará. Pero yo creo que el zoológico se puede recuperar con sus actuales trabajadores.
--Usted defiende la capacidad de los funcionarios. Eso hace pensar que los principales responsables del deterioro fueron los últimos directores.
--Es probable. No sé qué circunstancias impidieron que ellos hicieran bien las cosas.

DiezFelipe lleva más de 21 años encerrado en una celda muy pequeña, en la que apenas puede moverse. Con apenas dar unos pasos, llega de un extremo a otro. Felipe es inocente de todo crimen o pecado, pero la vida se la ha ido tras las rejas. Tiene 22 años y está en Villa Dolores desde los seis meses. Es uno de los tres osos del zoológico. Felipe, el oso baribal; Gallega, la osa parda y el oso tibetano, que no tiene nombre.
Cada uno tiene su jaula, las tres diminutas, desaseadas, despintadas, deprimentes. Cada una con su pileta, sucia, apretada, en la que apenas cabe el cuerpo del animal. Verlos da pena. "Ese es el comentario generalizado", reconoce Cortazzo.
Por algún extraño motivo, las jaulas de los osos son una de las pocas en todo el zoológico que tienen un cartel indicando la especie a la que pertenece el animal y algunas de sus características. Pero cuando uno lee lo que dicen los carteles de Felipe, Gallega y el oso tibetano, preferiría que no existieran.

Once
El sindicato Adeom responsabiliza de la decadencia de Villa Dolores a los intendentes: "La responsabilidad es política, es de la cabeza. Si las cosas no se hacen bien, ellos tiene la responsabilidad de corregirlas", señaló el dirigente Hugo Belli.
La última directora antes de la intervención, Araceli Paleo es ahora la subdirectora de la Escuela de Jardinería de la Intendencia. Fue imposible ubicarla para que explicara cómo su gestión desembocó en la actual crisis.
"Ella salió, se fue a la Intendencia, al centro, a hacer unos trámites para ella. Hoy no vuelve", dijo un día uno de sus funcionarios.
Otro día, el teléfono de la Escuela de Jardinería daba siempre "fuera de servicio", desde primera hora de la mañana hasta última la tarde. De mañana, también el teléfono del vecino Jardín Botánico daba "fuera de servicio". Pero pasado el mediodía alguien atendió allí.
--¿No sabe qué pasa con la Escuela de Jardinería que el teléfono da siempre "fuera de servicio?"
--Lo que pasa es que hoy tuvimos paro y asamblea hasta las 12. Descolgaron el teléfono y no deben haberlo vuelto a colgar.
Por fin un día, a las 10 de la mañana, una funcionaria atendió el teléfono en la Escuela de Jardinería. "La subdirectora no va a llegar hasta las 10 y media, pero deje su mensaje".
--Queremos hablar con ella sobre su gestión en el zoológico.
Araceli Paleo nunca respondió la llamada.

DoceEl zoológico tiene 90 funcionarios: 12 oficinistas (cantidad que parece más que suficiente para que siempre haya alguien en la boletería), cuatro maestros, cinco veterinarios y el resto obreros (cuidadores, carpinteros, herreros). "Quizás sí sea algo desproporcionada la cantidad de administrativos", admite Cortazzo.
Es tarde de sábado y hay muchos funcionarios, pero ninguno barre, corta el pasto o pinta las jaulas, todo lo que haría mucha falta. "Los que trabajan de tarde se dedican a la vigilancia", explica el interventor.
Varios de los empleados municipales están sentados en los bancos, tomando el sol, dejando que el tiempo pase. Ahora uno de ellos y el vendedor de pop mueven juntos el banco ubicado en la puerta del reptilario para ubicarlo bien bajo el sol:
--Parece que no, pero está fresco, che.

TreceQue fresco ni fresco, podría decir Gallega, si hablara. Porque el habitat propio de Gallega es la nieve y no este verano tropical, explica el cartel que la osa parda tiene frente a su celda. El letrero también dice que los osos pardos son muy amantes del agua y Gallega tiene apenas su mísera pileta. Agrega que los osos pardos son "fuertemente monógamos" y Gallega está sola.
El oso tibetano también debe sufrir mucho. Su cartel dice que come pescado, pero le dan pan y manzanas. Agrega que "sus cualidades para escalar y nadar son notables". Pero en su celda no hay nada que pueda escalarse --ni siquiera un tronco viejo-- ni tiene donde nadar tampoco.
Felipe también debe sufrir mucho. Su cartel dice que "es muy juguetón". Pero Felipe vive solo y en su jaula no hay nada --ni un tronco, ni una pelota, ni un palo o una rama. No tiene nadie ni nada para jugar.
Felipe se acerca a la reja y saca sus manos para afuera. Un niño grita:
--Mirá, mamá, ¡el oso!
La madre se queda callada unos segundos y luego con cara de tristeza murmura:
--Pobre oso...

Catorce
"Sí, nos hacen falta juegos. Todos los animales juegan, ahora pusimos una persona que está estudiando cuáles son los juegos mas adecuados para cada especie", reconoce Cortazo.
El interventor admite que existen muchas situaciones a corregir, reconoce su gravedad, pero pide tiempo y reclama que la prensa vuelva regularmente al zoológico para ver cómo van las cosas. "Estamos tratando de ir mejorando la situación de los animales, pero no se puede hacer todo a la vez. Comida no les falta. Y ya se notan algunas mejoras, estamos recuperando la estatuaria. Pintamos el cubo de la entrada. No sé hace cuántos años que no lo pintaban, era todo una mugre..."
Antes de despedirse el interventor señala un banco de plaza, ubicado cerca de la entrada. Está recién pintado y luce espectacular al lado de los bancos vecinos, que están decrépitos. "Mire ese banco cómo quedó. Yo sé que es poco, que con esto todavía no demuestro nada. Pero sí demuestro una cosa: que es posible mejorar el zoológico y que es posible hacerlo con sus trabajadores".
Salgo. Ahora hay un empleado en la boletería.
Me gustaría saber qué piensan Felipe, Gallega, la loba que llora y las ovejas criollas de todo esto.
Sí, las ovejas sobrevivientes, claro.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el suplemento Qué Pasa, del diario El País, el 20 de enero de 2001.

25.5.08

Teoría de los angelitos

Se ha puesto de moda hablar de la “teoría de los dos demonios”. No hay día en que no sea nombrada en los medios, casi siempre para denostarla sin mayores explicaciones. Si se dice de alguien que apoya la teoría de los dos demonios, entonces estamos frente a un cretino, un alcahuete de la dictadura: un facho, en pocas palabras.
Según la definición en uso, la teoría de los dos demonios es aquella que explica la violencia política de los años 60 y 70 por la acción de dos “demonios”, la guerrilla izquierdista y las fuerzas militares que las enfrentaron y las vencieron. En la tan denostada teoría, ambas fuerzas “demoníacas” son equiparadas: ambas provocaron un grave daño a una sociedad más bien indefensa, una empezó la violencia, la otra la continuó. Los años de horror que la sociedad vivió entonces –y los largos años de dictadura subsiguientes- serían responsabilidad del accionar de estos dos “demonios”.
Hoy es “políticamente correcto” descalificar esta teoría, cuyo trasfondo es un poco más complejo de lo que pretenden los actores políticos y los periodistas que la critican a diario.
Es cierto, una de las lecturas de la famosa teoría es injusta. Al equiparar la acción de los dos “demonios”, se pone en pie de igualdad a los guerrilleros y a los represores militares. Y una cosa no fue igual a la otra. El terrorismo de Estado llevado adelante por la dictadura cívico-militar merece una triple condena por su acción más general, más extendida en el tiempo y en el espacio y, sobre todo, por haber cometido los crímenes más abyectos valiéndose de todo el aparato estatal y público, todos los servicios que debieron usarse para bien de la sociedad y no para andar violando presas, desapareciendo gente y secuestrando bebés.
La otra lectura de los dos demonios no es tan sencilla como se pretende en estos días. La teoría culpa del desastre político que nuestros países vivieron desde los 60 hasta mediados de los 80 a dos fuerzas “demoníacas”: la guerrilla izquierdista y las fuerzas armadas. El resto de la sociedad habría sido una víctima pasiva del accionar de los dos demonios violentistas.
No fue así, dicen quienes descalifican a diario a esta teoría. Explican que los dos “demonios” no nacieron de la nada, no aparecieron por decisión divina, hubo muchos otros responsables del desastre político que comenzó a fines de los 60. Toda la sociedad fue responsable, concluyen. Todos tenemos parte de culpa, ése es el mensaje de fondo.
Algo es cierto: en la carrera hacia el abismo que Uruguay emprendió en aquellos años hubo otros responsables. Hubo una clase política envuelta en el clientelismo y la corrupción, hubo una sociedad que toleró con pasividad el deterioro de las instituciones, una prensa insoportablemente maniquea.
Es cierto.
Pero eso no quiere decir que toda la sociedad tenga las mismas culpas. En aquel desastre hubo responsabilidades distintas. Eso es lo que se olvida hoy. Eso es lo que omiten los directamente implicados. Eso es lo que no dicen los periodistas políticamente correctos que hoy abundan y sobreabundan.
No es lo mismo defraudar impuestos que torturar, no es lo mismo ser un periodista pusilánime que hacer desaparecer gente, no es lo mismo quedarse en la casa mirando televisión que salir a matar inocentes.
¿Somos todos responsables? Los uruguayos menores de 33 años no habían nacido cuando Bordaberry (sí, papá Bordaberry) clausuró el Parlamento. Los que tienen 21 años ni siquiera vivieron un solo día de la dictadura.
Yo no había nacido cuando los tupamaros asaltaron el Club de Tiro en Colonia Suiza, tenía siete años cuando ejecutaron a Pascasio Báez, nueve años cuando el golpe de Estado, 12 cuando asesinaron a Michelini y Gutiérrez Ruiz, 20 cuando torturaron hasta la muerte a Vladimir Roslik a pesar de que la pesadilla ya terminaba.
Para los que hoy tenemos entre 38 y 50 años la dictadura fue un espantoso regalo que recibimos sin haberlo pedido ni ganado, un tedioso paréntesis en el que todo estuvo prohibido, la política y el pelo largo, los libros de Traversoni y los de Benedetti, los discos de Los Olimareños y los de los Sex Pistols. Víví desde los 9 hasta los 21 años en un régimen en el que podías ir preso hasta por estar sentado en el cordón de la vereda, solo o con amigos. Ahora gracias a una nueva ley yo tendré que pagar para reparar los daños que hicieron otros. Qué curioso: siempre había pensando que ellos tendrían que pagarme el daño que me hicieron a mí.
Los dos “demonios” no son los únicos culpables, eso es cierto. Y a esta altura, sería bueno que todos los implicados asumieran su cuota parte en el asunto.
Sería bueno que los partidos dejaran de lado de una vez por todas a los políticos que permitieron que la democracia uruguaya cayera en aquella bajada. Hubiera sido tan bueno que la gente no los votara una y otra vez, hasta hoy.
Sería bueno oír la autocrítica de los intelectuales que le hicieron creer a la juventud de los años 60 que no podía haber algo peor que aquel Uruguay modelo 1960 y que no había otra salida que agarrar una ametralladora. Ahora sabemos que hubo un modelo de Uruguay mucho peor que aquel.
Sería bueno escuchar la autocrítica de los medios de comunicación que aplaudieron a la dictadura y la respaldaron durante tantos años. Los que no paran de poner como ejemplo a Chile deberían saber que el Canal 13 de la televisión chilena y la periodista estrella del diario El Mercurio en los años 80 han hecho su público mea culpa por su actuación obsecuente durante la tiranía de Pinochet.
Pero a la hora de rendir cuentas, si es que sirve para algo, debería existir la honestidad intelectual de asumir que acá no hubo dos demonios, pero sí hubo actores principales, responsabilidades mayores, derechos de autor sobre horrores que todavía hoy duelen. Los que se creyeron tan iluminados como para usar la violencia para salvar a una sociedad que nunca se los pidió, matando inocentes en el camino como daños colaterales. Los que montaron una gigantesca operación de terrorismo de Estado y encarcelaron, torturaron y mataron a cientos de inocentes y de paso sumieron a la sociedad en más de una década de oscurantismo.
No les gusta que los llamen “demonios”. ¿Cuál sería entonces la palabra correcta?

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 13 de abril de 2007

11.5.08

Los otros sobrevivientes de los Andes

Hasta la publicación de este reportaje en 2006, nadie se había interesado en contar cómo habían vivido la tragedia/milagro de los Andes las familias de los que no volvieron de la montaña.
 
La historia es conocida. Los libros, el cine y los medios la cuentan, una y otra vez, como un ejemplo de coraje, inteligencia, espíritu de equipo y amor a la vida: el triunfo del hombre ante la adversidad. Pero hay una parte de la historia que nunca fue contada y que, a diferencia de la otra, no tiene un final feliz.
Todo comenzó el 13 de octubre de 1972 cuando un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, fletado por un club de rugby que iba a jugar un partido amistoso en Chile, se estrelló en la cordillera de los Andes.
Llevaba cuarenta y cinco personas, pero no todas murieron. Perdidos a miles de metros de altura y a treinta grados bajo cero, un grupo de sobrevivientes -que al principio eran treinta y dos- resistió.
Cuando se terminó la poca comida que tenían,para no morir debieron comer la carne de los que ya habían muerto. El 12 de diciembre dos de ellos -Fernando Parrado y Roberto Canessa- emprendieron la imposible tarea de cruzar los Andes a pie, sin saber nada de montañismo y sin equipo para escalar. Contra toda lógica, lo lograron. Al fin, entre el 22 y el 23 de diciembre, dieciséis jóvenes (todos entre 18 y 26 años, excepto uno de 36) volvieron de aquellos setenta y dos días de infierno helado.
Hoy, universidades y empresas multinacionales les pagan miles de dólares para que cuenten cómo se sobrepusieron a tamaña adversidad y tomaron una de las decisiones más traumáticas que puedan imaginarse. Fernando Parrado, que actualmente es dueño de una gran cadena de ferreterías y tiene un programa televisivo de automovilismo, acaba de publicar Milagro en los Andes (Editorial Planeta, 2006), donde da su visión de aquellos días en la montaña. El libro, que firma como Nando Parrado, fue presentado al mundo en Nueva York y ya vendió 400 mil copias.
No es la primera obra sobre la epopeya de la cordillera y sus sobrevivientes. Antes ya se habían escrito diez libros, filmado dos películas, decenas de documentales y publicado miles de artículos de prensa.
Pero la historia de los veintinueve que habían muerto en la montaña seguía siendo desconocida. Mientras el mundo entero festejaba la aparición de los heroicos sobrevivientes, para las familias de los que no volvieron no hubo milagro. Lloraban la muerte de sus hijos. No sólo debieron asumir que ya no volverían a verlos: tuvieron que aceptar que sus cuerpos habían sido alimento. Detrás de su silencio hay muchas cosas: resignación, rabia, dolor. Algunos quieren a los sobrevivientes: los ven como la continuación de sus propios hijos.Otros los rechazan: no pueden entender cómo se atreven a hacer dinero con la tragedia.
Las familias de los que murieron en los Andes también tienen sus historias, pero su voz llevaba, hasta hoy, treinta y cuatro años de silencio.

***
En el avión, un Fairchild, viajaban cinco tripulantes y cuarenta pasajeros. Dieciséis eran jugadores de rugby de Old Christians, un club nacido en un colegio católico, selecto y conservador, orientado por religiosos irlandeses. Fernando Parrado y Roberto Canessa eran dos de ellos. También había parientes, amigos y otros pasajeros.
Gustavo Nicolich viajaba porque a sus 17 años era uno de los mejores jugadores de Old Christians. Era también uno de los más populares. La noche antes de partir, su casa fue una fiesta. “Sus amigos eran muy unidos y se reunían en casa. Y esa noche vinieron a ver qué ponía cada uno en el equipaje. Para ellos ir a Chile era como cruzar el océano”, recuerda Alejandro, su hermano, entonces de 15 años.
Enrique Platero, en cambio, no era un crack, pero era grandote y siempre daba el máximo esfuerzo, lo que en el rugby no es poco. Tenía 22 años. “Era muy fuerte, criado en el campo, ni una carie tenía”, recuerda Hélida Platero, su madre.
Marcelo Pérez del Castillo era el capitán del equipo y, como tal, había organizado el partido en Chile y contratado al avión.
Carlos Roque tenía 24 años, una esposa joven y un bebé de un año. Le gustaban los aviones y por eso había entrado a la Fuerza Aérea como mecánico. Solía volar con los Fairchild, pero no le correspondía hacer aquel vuelo a Chile. Su hijo, Alejandro, hoy un ingeniero en sistemas de 34 años, cuenta: “No le tocaba a él, sino a un compañero que le cambió el turno porque ese día cumplía años su hijo”.
A Rafael Echavarren le daban todos los gustos. Tenía 22 años y, como sus padres estaban en el campo, mientras estudiaba vivía en casa de sus abuelos en Montevideo junto con dos tías solteras. Rafael no era un Old Christians, pero un amigo lo había invitado a sumarse al viaje.
También Numa Turcatti, de 25 años, voló por invitación. Él no jugaba al rugby, sino al futbol. “Era un puntero izquierdo muy ágil y rápido”, recuerda su hermano Daniel, un abogado de 57 años.
El piloto era Julio César Ferradás, un experimentado coronel de 39 años. De su familia cercana, hoy sólo vive Elena, la viuda de un hermano también piloto que murió en 1974 cuando su avión cayó tras despegar de la ciudad uruguaya de Artigas y mató a cuarenta personas. “Trato de no enterarme”, dice Elena cuando se le pregunta si conoce el nuevo libro de Parrado. Tajante, afirma que su familia nunca habló del accidente y no lo hará ahora. “Él había cruzado 29 veces la cordillera. Siempre decía que los buenos pilotos se mueren de viejos. Estaba convencido de que así moriría él. Es todo lo que voy a decir en su honor”, declara y pone fin a la charla telefónica. Cinco minutos después llama y dice que quiere agregar una frase: “El tema sigue y sigue porque da dinero”.

***
Alejandro Nicolich, hermano de Gustavo, estaba en casa de su novia cuando escuchó la noticia: “Era 13 de octubre. Mi madre, Raquel, cumplía años. Ahí oí en la radio que un avión militar uruguayo se había perdido en los Andes”. Con la esperanza de que el avión fuera otro, llamó a su padre:
—Papá, ¿los chicos se fueron en un avión militar o de línea?
—Militar, ¿por qué?
“Le conté lo que acababa de escuchar. Me dijo: ‘Andá a casa, no le digas nada a tu madre que yo voy para allá’.” Pero cuando Alejandro llegó, el cumpleaños de su madre ya era un velorio. “Ya se lo habían dicho: estaba histérica, llorando, rezando, arrodillada en su cuarto.”
La noticia fue sembrando el dolor por todo Montevideo. Sara, la mamá de Rafael Echavarren, aquel joven mimado por abuelos y tías, miraba televisión y de pronto sintió que se le encogía el cuerpo. El televisor decía: “Se desconoce el destino del Fairchild...”.
Unas horas después, la novia chilena de Guido Magri, uno de los Old Christians que formaba parte del grupo, llamó a Montevideo y, para calmar a los Magri, dijo que el avión había aparecido. La noticia era falsa —Guido había muerto— pero corrió rápido.
“Aquello era una locura —recuerda Raquel, la madre de Gustavo Nicolich—. El teléfono no paraba de sonar y mucha gente venía a casa. Me decían: ‘Raquel, terminá bien tu cumpleaños, los chicos se salvaron’. Después supimos que no era cierto.”
Luego de escuchar la noticia en la televisión, la noche de Sara Echavarren se hizo muy larga. Su esposo Ricardo estaba de viaje con su hija mayor, Sarucha. Sus dos hijas menores, Pilar y Beatriz, estaban en clase de baile. Cuando volvieron, Sara les contó y cenaron sin hablar. Después las mandó a la cama. “Mañana hay que ir al colegio, como todos los días. ¿O se van a quedar todo el día oyendo a la radio repetir siempre lo mismo?”
A esa altura de la noche, el teniente Juan Maruri, un piloto de la misma promoción que el coronel Ferradás, estaba seguro de no volver a ver a su amigo. Sabía que se tardan años en hallar aviones perdidos en mares, selvas o montañas. “El gordo Ferradás era buen piloto, pero nunca creí que alguien hubiera sobrevivido.”


***
El avión había salido el 12 de octubre de Montevideo con rumbo a Santiago, pero debido al mal tiempo en la cordillera, debió aterrizar en Mendoza. Todos durmieron allí y, al otro día, los jóvenes pasajeros presionaron a los pilotos para reanudar el viaje. Uno de ellos, Roberto Canessa, les preguntó si eran cobardes. Julio César Ferradás respondió: “¿Quieren que sus padres lean
mañana en los diarios que cuarenta y cinco uruguayos se perdieron en los Andes?”.
Los pilotos estaban ante un dilema. La ley argentina impedía que un avión militar extranjero permaneciera más de 24 horas en su suelo: el avión debía seguir viaje a Santiago o volver a Montevideo. El tiempo había mejorado, pero aún no era ideal. Mientras ellos decidían, los muchachos no ocultaban su enojo. “Ninguno de nosotros comprendió a difícil decisión a la que se enfrentaban los pilotos”, admite Fernando Parrado en su libro. Por fin Ferradás y su copiloto anunciaron: partirían hacia Chile.
Aunque el Fairchild era nuevo, no podía volar sobre los picos de la cordillera: debía cruzarla por uno de sus “pasos”, corredores de menor altitud entre las montañas. Pero algo ocurrió —un error humano, de instrumental, o ambos— y el avión perdió el rumbo. Rodeados de densas nubes y sacudidos por fuertes turbulencias, los pilotos descubrieron, de pronto, que estaban volando entre las cumbres más altas.
El teniente Maruri, que además de piloto es historiador de la Fuerza Aérea Uruguaya, reconstruye el accidente: “Cuando vieron que se iban a estrellar contra una montaña, forzaron los motores e intentaron subir. El avión iba a su máxima potencia, paralelo a la ladera, tratando de remontarla. Los pasajeros veían la nieve a uno o dos metros de las ventanillas. Me imagino lo que habrá sido ese momento, la tensión, los gritos desesperados de los pilotos... Por un pelo, por unos metros, no lo lograron. El avión tocó la montaña, se partió la cola y el resto del fuselaje comenzó a deslizarse por la otra ladera hacia abajo. Si hubieran chocado de frente, hubieran muerto todos”.
Ni bien el avión se detuvo, Marcelo Pérez del Castillo, el capitán de Old Christians, asumió la tarea de organizar al grupo. Había trece muertos, entre ellos el piloto Julio César Ferradás. La madre de Fernando, Eugenia Parrado, había muerto, y su hermana, Susana, agonizaba.
Canessa y Gustavo Zerbino,un jugador de Old Christians de 19 años, comenzaron a atender a los heridos: ambos estaban en los primeros años de la Facultad de Medicina.
Enrique Platero tenía un tubo de acero clavado en el estómago. Fingiendo tranquilidad, Zerbino se lo arrancó y, con el tubo, salió parte del intestino. Enrique vivió así las siguientes dos semanas.
A Rafael Echavarren, el consentido, se le veían los huesos de la pierna porque los músculos se le habían desgarrado hasta quedar colgando. Zerbino se los ató con una camisa.
Fernando Parrado estaba inconsciente, pero se recuperaría.
Roberto Canessa, Gustavo Nicolich y Numa Turcatti no tenían heridas. Carlos Roque estaba en estado de shock, pero sano.

***

El día siguiente a la desaparición del avión, por la mañana, Hélida Platero, la mamá de Enrique, el joven herido en el estómago, fue a la casa de un radioaficionado de Carrasco, el barrio de clase alta donde vivía la mayoría de los que iban en el avión, en busca de noticias.
Otros decidieron volar a Santiago de Chile. Parrado cuenta en su libro que uno de ellos fue su padre y que, viendo la cordillera desde el avión, asumió que su esposa, su hija y su hijo habían muerto.
En Montevideo, Sara Echavarren pensaba lo contrario. "Alguien se salvará y vendrá a contar esta historia”, le decía a Ricardo, su marido. Sara se impuso no perder la alegría y el ánimo. Su hija mayor, Sarucha, recuerda: “Esos días no los vivimos en un clima de tragedia: si había que
salir, salíamos; si había que bailar, bailábamos”. Chicos y chicas llegaban de visita para acompañar a las hermanas Echavarren y Sara les compraba tortas y Coca-Cola.
En lo de los Nicolich, en cambio, el clima era de velorio. Alejandro recuerda que durante días se puso el plato para su hermano ausente en el comedor.

***

Mientras, en la cordillera hacía un frío de muerte y los sobrevivientes casi no tenían qué comer: la ración diaria era un trocito de chocolate, algo de mermelada y el vino que entraba en una tapa de desodorante. Tenían noticias del mundo por una radio portátil, que todavía funcionaba. El capitán del equipo, que había organizado al grupo, mantenía la moral repitiendo que serían
rescatados, pero la situación era dramática. Los dos primeros días murieron cinco personas más y, de los tripulantes, sólo quedaba vivo el mecánico Carlos Roque.
El tercer día vieron aviones y creyeron que el rescate era inminente, pero nada sucedió. El octavo día murió Susana, la hermana de Parrado, y se quedaron sin comida. Y el décimo día, los veintiséis que quedaban decidieron comer la carne de los muertos.
Parrado había pensado en eso por primera vez viendo la herida de un compañero. Según narra en su libro: “El centro de la herida estaba húmedo y en carne viva y había una capa de sangre seca en los bordes. No podía dejar de mirar esa capa seca y, mientras olía el débil hedor a sangre en el aire, noté que aumentaba mi apetito”. Parrado cuenta que, cuando salió de su trance y levantó la vista, otros sobrevivientes famélicos estaban viendo y pensando lo mismo.
Lo decidieron en una asamblea. El primero que se animó a hablar fue Roberto Canessa: “Nos estamos muriendo de hambre. Nuestros cuerpos se están consumiendo. A menos que ingiramos pronto proteínas, moriremos, y la única proteína que hay aquí está en los cadáveres de nuestros amigos”.
Más de uno se horrorizó y discutieron toda la tarde. Al fin, quedó claro que no había otra opción si querían vivir. Nadie se opuso, aunque cuatro, entre ellos Numa Turcatti, anunciaron que no serían capaces de hacerlo.
El undécimo día y tras aquella decisión, un grupo escuchó en la radio que, como era imposible que hubiera sobrevivientes, la búsqueda se había dado por terminada. Era su sentencia de muerte.
Los que permanecían dentro del fuselaje no habían escuchado y nadie se atrevía a contarles. Al fin, Gustavo Nicolich anunció la mala noticia: habían suspendido la búsqueda y, por tanto, nadie los rescataría. Pero, les dijo, había una buena: saldrían de allí por sus propios medios.
Saber que no habría rescate hizo que los que se resistían a comer los cadáveres, aceptaran que no tenían otro camino.
Hacía diecisiete días que estaban en la montaña cuando, la noche del 29 de octubre, un alud sepultó al avión y mató a Gustavo Nicolich, Enrique Platero, Carlos Roque, Marcelo Pérez del Castillo y otros cuatro sobrevivientes.

***
 
Suspendida la búsqueda oficial, los padres continuaron con la suya. Tras mucho insistir, lograron
que la Fuerza Aérea Uruguaya les diera un viejo avión para seguir buscando. Pero aquel C-47 no funcionaba bien. “Ya sobre el Río de la Plata se le paró un motor. Tres veces en un viaje a Chile tuvimos que aterrizar por lo mismo —recuerda el padre de Nicolich—. A la Fuerza Aérea hay que reconocerle el esfuerzo, pero fue peligroso. Igual se los agradezco, porque pudimos haberlos encontrado: más de una vez pasamos sobre ellos.”
Ricardo Echavarren, papá de Rafael, también voló en aquel avión sobre el Fairchild accidentado, pero no pudo verlo. Fue durante uno de esos vuelos que se descubrió una cruz en la montaña, y corrió la noticia de que estaban vivos.
“Hasta los de La Cachila, el club archienemigo de Old Christians, vinieron a casa a saludar”, recuerda Alejandro Nicolich. Pero la cruz la habían hecho unos científicos que estudiaban los deshielos. “Al otro día todo era de vuelta un velorio.”
La sucesión de noticias falsas hizo que Hélida Platero dejara de leerlas. Sin embargo, nunca dejó de creer que su hijo vivía: “Enrique se salvó”, repetía. Lo mismo sentía Ricardo Echavarren: “Volando sobre Chile, siempre creí que mi hijo estaba vivo”, y Sarucha, la hermana mayor de
Rafael Echavarren, llora al recordar la fe que tenían. Muchos les decían: “Un accidente aéreo, en los Andes, después de tantos días, semanas, meses, ¿cómo pueden creer que están vivos?”. Pero eso creían.
Al padre de Gustavo Nicolich le sucedió todo lo contrario: volando sobre la cordillera perdió la esperanza. Era imposible que hubiera sobrevivientes en ese desierto helado. De regreso, intentó que su familia asumiera la muerte de su hijo. “Papá nos decía: ‘Tenemos que ir para adelante,
olvídense, Gustavo ya se fue, no va a volver’ —recuerda Alejandro—. Pero yo no paraba de llorar. Le decía ‘No, papá, están vivos’.”


(Continúa)


Sobrevivientes de los Andes, tragedia de los Andes, reportaje Leonardo Haberkorn

Fragmento de un reportaje publicado por Leonardo Haberkorn en la revista colombiana Gatopardo (setiembre de 2006). Luego fue reproducido por el diario uruguayo Plan B (28 de diciembre de 2007). El artículo completo se puede leer en el libro Un mundo sin gloria (Fin de Siglo, 2023). Se puede comprar en librerías de Uruguay o escribiendo a libroshaberkorn@gmail.com










3.5.08

Todos de acuerdo

Al menos desde la recuperación de la democracia en 1985, los tres grandes partidos uruguayos nunca se pusieron de acuerdo en nada. Ríos y ríos de tinta se gastaron en analizar a un país siempre trancado y dividido en tercios o en mitades. Cuando una mitad conseguía algo, la otra le organizaba un referéndum en contra.
Muchos llamaron, hasta con desesperación, a encontrar el mínimo común denominador que permitiera unir dos visiones de país tan opuestas. Era necesario para poder sacar el Uruguay adelante.
Ahora, por fin, el mínimo común denominador ha aparecido: se llama Botnia y Ence.
Como nunca antes en ningún otro asunto, los tres grandes partidos uruguayos están monolíticamente de acuerdo en defender, a capa y espada, la instalación de las gigantescas plantas de celulosa en el río Uruguay. No existe ningún otro asunto en el cual la opinión del presidente Vázquez, la de Lacalle y la de Sanguinetti sean tan idénticas. Y también la de Fernández Huidobro y Jorge Batlle. Y la de todos los demás, del primero hasta el último.
Los líderes que nunca lograron ponerse de acuerdo en cómo frenar la delincuencia, en cómo detener la debacle del sistema educativo, en cómo solucionar el caos de la salud pública, en impulsar una política energética que no ahogue al país, en cómo reformar el asfixiante aparato estatal uruguayo, ahora están de acuerdo en algo. Cien por ciento de acuerdo. Una ola de optimismo recorre la República: ahora todos los problemas serán solucionados.
El gobernador de Entre Ríos, Jorge Busti, sugirió que "a lo mejor hay algún incentivo" para que el gobierno uruguayo promueva con tanto fervor la instalación de las plantas.
El gobierno, el Partido Nacional, el Partido Colorado y también el Independiente pusieron el grito en el cielo. El gobierno llamó al embajador uruguayo en Buenos Aires. Por primera vez una decisión de Vázquez fue aplaudida por toda la oposición. "Hace muy bien el Uruguay en protestar", dijo Sanguinetti. "En estas cosas tenemos que estar todos espalda contra espalda", afirmó el líder del Partido Independiente, Pablo Mieres. El Partido Nacional, a través del diputado Gustavo Borsari, organizó... ¡una interpelación a favor del gobierno!, para que quedara bien en claro el monolítico respaldo del Parlamento al nuevo Mínimo Común Denominador de la Orientalidad.
Busti luego dio marcha atrás. Dijo que usó la palabra "incentivos" refiriéndose a los beneficios económicos obvios que una inversión tan grande puede generar. No quiso arrojar ninguna sospecha de corrupción, ni ninguna sombra de duda sobre las razones que hay detrás del apoyo uruguayo a las polémicas plantas.
Pero que Busti no tenga dudas, o que exista una unanimidad que funciona como aplanadora, no quiere decir que las cosas estén claras.
En la edición pasada de Qué Pasa, el propio Pablo Mieres reclamó la urgencia de sancionar una ley que aclare cómo se financia la política uruguaya: una ley en serio, no un chiste como la anterior.
Mieres dijo que eso era necesario "para evitar situaciones sospechosas".
—¿Qué garantías tiene la ciudadanía de que las decisiones de los partidos y del gobierno no estén influidas por el dinero de las contribuciones recibidas en la campaña? —se le preguntó.
—Ninguna. Esa es la realidad. Queda en creer o no creer. No tenemos lo que una democracia debe tener: un conjunto de procedimientos institucionales que den la certeza de que no están ocurriendo injerencias indebidas en la toma de decisiones públicas —respondió.
Creer o no creer. ¿Cuál será la razón por la cual el dueño de Buquebus, Juan Carlos López Mena, pasó de ser un empresario demonizado por el Frente Amplio a ser un prohombre al que el gobierno del propio Frente Amplio le asigna concesiones del Estado? ¿Por qué el funcionario que logró que los casinos municipales dieran pérdidas fue premiado y puesto a dirigir los casinos del Estado? ¿Será que los partidos políticos uruguayos no tienen "una caja dos" como los brasileños, o será que Uruguay no tiene una revista como Veja, fuerte económicamente, con un tiraje de millones, no dependiente de los avisos ni de los préstamos estatales, y con un plantel suficiente de periodistas capaz de descubrirla?
La política argentina no es el desideratum de la transparencia. La presente edición de Qué Pasa le dedica una página a su reciente campaña electoral: la nueva política prometida por Kirchner se parece demasiado a la vieja: el Estado puesto al servicio de los candidatos oficiales, promesas electorales demagógicas y millonarias, acusaciones falsas contra la oposición y ausencia de un debate medianamente serio.
Algunos creen que la política uruguaya es muy distinta a la argentina y la brasileña. Hace poco, sin embargo, muchos hablaban de las grandes similitudes del Mercosur "progresista".
Si el gobierno y los políticos uruguayos no quieren que un Busti cualquiera siembre dudas sobre sus decisiones, no tienen que rasgarse las vestiduras, ni inflamarse de patriotismo, ni gastar la plata del Estado en hacer ir y venir a los embajadores.
Tienen que crear una Junta Anticorrupción que de verdad funcione. Tienen que hacer del Tribunal de Cuentas algo más que un organismo testimonial. Tienen que permitir que todo ciudadano tenga acceso a los documentos públicos. Tienen que respetar la Constitución. Y, de una vez por todas, tienen que sancionar una ley que aclare de dónde sale el dinero que mueve la política uruguaya.
Pueden hacerlo. El Frente Amplio se pasó 20 años hablando de estos temas, y hoy tiene mayoría absoluta en el Parlamento para lograrlo. Incluso puede contar con el apoyo de la oposición. Ahora que todos han demostrado que pueden ponerse de acuerdo en algo.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el suplemento Qué Pasa del diario El País, 5 de noviembre de 2005.

28.4.08

El Uruguay sindical

La noticia tuvo difusión mundial: dos astrónomos uruguayos, Julio Ángel Fernández y Gonzalo Tancredi, fueron clave en la decisión de la Unión Astronómica Mundial de quitarle la categoría de planeta a Plutón. Gracias a esta historia, nos enteramos que aquí existen astrónomos cuyos conocimientos son respetados, seguidos y valorados en el mundo entero.
En Uruguay, en cambio, ese conocimiento vale poco. No hay muchas oportunidades de trabajo para quienes obtienen el título de licenciado en astronomía en la Facultad de Ciencias, menos aún para los que siguen estudios de posgrado en el exterior y luego regresan a Uruguay.
Quizás por tal escasez de ofertas laborales son pocos los que se animan a dedicarse a esta profesión: no hay en Uruguay más de 20 licenciados en astronomía y los doctores son apenas cuatro.
Uno de los pocos puestos de trabajo que el país sí puede ofrecerle a sus prestigiosos astrónomos es el de dirigir el planetario municipal.
Sin embargo, ningún astrónomo, ningún egresado de la carrera de astronomía, dirige el planetario. El puesto de director se adjudicó en un concurso al que sólo pudieron postularse los empleados municipales. El cargo entonces recayó en un funcionario de la Intendencia, un profesor de liceo de astronomía que ya trabajaba en el planetario, un buen hombre carente de mayores credenciales científicas. Pudo ser peor: pudo haber ganado un burócrata.
En el concurso se interrogó a los postulantes sobre materias diversas, entre ellas su conocimiento sobre el funcionamiento interno de la Intendencia de Montevideo. Es el tipo de conocimiento que se premia en Uruguay, el saber de la chacrita.
En definitiva, el puesto de director del planetario de Montevideo no está reservado a quien más sabe, sino a un empleado municipal. De igual modo, con concursos cerrados entre sus funcionarios, la Intendencia ha elegido a los directores de muchas otras de sus principales dependencias: el Jardín Botánico, el parque Lecocq, el servicio de guardavidas...
Este método antidemocrático, que divide a los ciudadanos en clase A (los municipales) y clase B (todos los otros), es parte de las “conquistas” de Adeom. Estas “conquistas” han hecho de Uruguay el país que es: un rincón del mundo donde vale más ser basurero que maestro.
La situación se repite idéntica en estos días en Secundaria. Un concurso para llenar vacantes en las bibliotecas liceales se ha hecho restringido a quienes ya trabajan en los liceos.
Existe una carrera universitaria de bibliotecología; sus egresados estudian y se especializan en este trabajo, pero no pueden presentarse al llamado.
No hay derecho al pataleo. Vivimos en un país donde el saber es castigado, donde los gobernantes premian más el poder de un sindicato que la excelencia y el conocimiento.
Tenemos una facultad de bibliotecología. Tenemos astrónomos de prestigio mundial. Lástima que nos sirva de tan poco.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 3 de abril de 2007.

20.4.08

Astori debe una materia

Hace 20 años Danilo Astori era decano de la Facultad de Ciencias Económicas, mi amigo X estudiaba en una universidad de Texas y yo era periodista en el semanario Aquí.
Por su excelente rendimiento como estudiante, X había impresionado a las autoridades de aquella universidad estadounidense. Como X provenía de la Facultad de Ciencias Económicas de Montevideo, los texanos quisieron becar a otros estudiantes como él. El decano en persona vino a Uruguay a ofrecer las becas.
Astori, que en aquellos años no era precisamente un izquierdista renovador, nunca recibió a su colega estadounidense. El académico estuvo esperando ser atendido, pero finalmente se fue de Montevideo sin nunca haber podido siquiera ofrecer las becas. El hombre partió con la idea de que no había sido recibido por ser estadounidense. Otra razón no había.
Cuando conocí esta historia pensé que era una noticia que el público debía conocer. Llamé a Astori pero no quiso hacer declaraciones. “Es un tema de los colorados”, me dijo. Le insistí, sólo quería saber si aquello era cierto, si no había recibido al emisario de una universidad de Texas que venía a regalar becas. Astori se enojó. “Es un tema de los colorados”, repitió y me pasó un largo sermón: un semanario de izquierda como Aquí debía ocuparse de otros asuntos, como reclamar más dinero para la enseñanza.
Escribí la nota con los datos que tenía y los dichos de Astori. El secretario de redacción la editó y quedó pronta. Pero el artículo no fue publicado. A último momento fue levantado por orden de una autoridad del Partido Demócrata Cristiano, dueño del semanario.
Hoy Astori es ministro de Economía y mi amigo X, que volvió a Uruguay, se ha transformado en un referente en su especialidad y en una importante autoridad académica. En su caso, los beneficios de haberse especializado en la universidad de Texas han sido notorios. Otros pudieron haber tenido la misma suerte y no la tuvieron.
Astori cambió mucho desde entonces. Ya no defiende, por ejemplo, las virtudes del “socialismo real”. Ahora aboga por otros puntos de vista, como el de estrechar vínculos con Estados Unidos. Todos pudimos verlo en la televisión muy satisfecho con haber recibido al presidente George W. Bush, un texano que sí pudo estrecharle la mano.
Astori enumeró en la pantalla todo lo bueno que se logró con la visita de Bush. Destacó, entre otros puntos, que se firmó un acuerdo que permite el intercambio de estudiantes entre Uruguay y Estados Unidos.
La gente tiene derecho a cambiar de opiniones y siempre es positivo vencer los prejuicios. Pero los políticos deberían tener la humildad de explicarle al público las razones de sus virajes, ya sea sobre el comunismo, Estados Unidos, el Mercosur o el impuesto a los sueldos, ese espantoso tema de los colorados que ahora volvió de la mano de Astori.
Es una materia que Astori, que fue decano, todavía tiene pendiente.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 15 de marzo de 2007

12.4.08

Montevideo: Casi el paraíso

En Montevideo no hay secuestros, no hay bombas, no hay balas perdidas. Nadie usa autos blindados.
En Montevideo no hay embotellamientos, no hay soldados en la calle. No hay guerrilla, no hay paramilitares, no hay escuadrones de la muerte. La ciudad no es permanentemente sobrevolada por helicópteros: no se necesitan.
En Montevideo los empresarios, los ricos, los famosos, los ministros y hasta a veces el presidente de la República andan sin escolta. A medianoche uno todavía puede detenerse en un semáforo en rojo sin miedo a ser asaltado. Mario Benedetti almuerza todos los días en el mismo bar del centro: no existe el más mínimo peligro de que alguien lo ataque o lo secuestre. Almuerza tranquilo junto a algunos veteranos amigos y una botella de buen vino al lado de un ventanal que da a la calle. La gente pasa, mira, reconoce a Benedetti y sigue. Muchos lo admiran y tienen todos sus libros, pero nadie interrumpe su almuerzo para saludarlo o para pedirle un autógrafo: el montevideano es respetuoso, tímido, vergonzoso y muy discreto.
Montevideo, paraíso, revista Gatopardo
Hay más cosas que Montevideo no tiene. Nunca hubo un terremoto, ni siquiera un modesto temblor de tierra. No hay huracanes, aludes, deslizamientos de tierra, inundaciones de importancia. La ciudad no conoce cataclismos naturales. En sus 280 años de vida, solo un par de veces cayó un poco de nieve.
Estos datos pueden explicar por qué Montevideo fue elegida como la ciudad de mejor calidad de vida de toda América Latina por la consultora suiza Mercer Human Resources. Seguramente su triunfo se debe más a todo lo que no tiene que a las cosas que sí tiene.
En el ranking suizo, Montevideo superó a Buenos Aires (en Montevideo no hay taxis truchos), a Santiago (en Montevideo no hay alarmas de smog), a Lima (en Montevideo no hay brotes de cólera), a Bogotá (en Montevideo nunca dispararon misiles contra el presidente), incluso a Rio de Janeiro (Montevideo no es tan bella, pero no tiene barrios en poder del Comando Vermelho).
“Que Montevideo sea elegida la ciudad de mayor calidad de vida del continente a uno le da mucho orgullo, pero también es un síntoma preocupante de cómo está América Latina”, me dijo el ex alcalde Mariano Arana.
Tiene razón. Arana fue intendente de Montevideo (así se llama el cargo aquí) durante diez años. Hoy es ministro de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. La entrevista que dio para esta nota es un buen ejemplo de cómo son las cosas aquí.
La secretaria del ministro me citó en su oficina a última hora de la tarde. El Ministerio, un edificio de cuatro plantas en la ciudad vieja, ya había cerrado. Un único policía montaba guardia en la recepción, sentado en una silla. Le hice señas. Se levantó y abrió la puerta, que estaba sin llave. Le dije que tenía una entrevista con el ministro. No me pidió ninguna identificación.
-La oficina es en el cuarto piso –me respondió.
Subí. La modesta sala de recepción estaba desierta. La secretaria ya se había ido, no había ningún guardia. Detrás de una mampara, el ministro hablaba por teléfono.
Luego me diría: “en un contexto mundial, Montevideo mantiene, comparativamente, cierta seguridad ciudadana”.
Supongo que por eso ganó la encuesta.

***

Claro que las cosas no son tan sencillas. Porque Montevideo no es sólo lo que no tiene, también es lo que sí tiene y lo que tuvo.
Para empezar por lo que tiene, primero está el mar.
Cuando los montevideanos decimos mar nos referimos al Río de la Plata, que en realidad no es mar pero tampoco es río. La verdad es que el Plata es un estuario, un lugar de encuentro de aguas dulces (de los ríos Uruguay y Paraná) y aguas saladas (del océano Atlántico). Llamarlo mar no es nuevo. Los indios ya lo llamaban “Río ancho como mar”, porque desde una orilla no se puede ver la otra. Y su descubridor, el español Juan Díaz de Solís, lo bautizó Mar Dulce antes de ser devorado por aquellos poéticos indios.
El Río de la Plata es el emblema de esta ciudad y nuestro bien más preciado. Buena parte de Montevideo está unida por una sinuosa rambla que corre más de 30 kilómetros a sus orillas, uniendo una decena de playas, muelles, puntas rocosas, un puerto, un faro y pequeños puestos de pescadores. Es el paseo preferido de los montevideanos, que allí vamos a hacer ejercicio, a pescar, a tomar mate, a enamorar, a jugar al fútbol y a caminar mirando el mar cuando estamos tristes. Desde la rambla se pueden ver el amanecer y el atardecer muchos de los días del año.
Claro que la costa de Montevideo no tiene la belleza del Caribe frente a Santo Domingo. La mayor parte de los días, el Plata luce de un rotundo color marrón. El escritor argentino Jorge Luis Borges, un enamorado de Montevideo, dijo que el río tiene color león. Sólo cuando el océano avanza sobre el estuario, el Plata se pone verde.
El paisaje de la costa montevideana no es exuberante como, por ejemplo, el de Rio de Janeiro. Más bien es de una belleza modesta y discreta, como los montevideanos.

***

El segundo gran bien de esta ciudad es su cielo, que es un verdadero cielo.
Montevideo no es una de esas ciudades de eterna primavera. Aquí sufrimos las cuatro estaciones: en otoño se caen las hojas de los árboles, en invierno hace frío y mucho, los jardines florecen en primavera, las playas se llenan en verano.
Montevideo no es una ciudad para ahorrar en vestimenta. En este lugar del mundo tenemos que tener ropa para todos los climas: buzos de lana, gorros, bufanda y sobre todo en invierno; short, camiseta y hawaianas brasileñas en verano. La temperatura varía mucho según la estación: en las noches del peor momento del invierno puede bajar a cero y más todavía; en el verano el termómetro alcanza y sobrepasa los 30.
Montevideo es la capital más austral del mundo y los vientos del sur, que vienen de las regiones antárticas, se hacen sentir con fuerza. Pero es gracias a ellos que la ciudad tiene su segundo tesoro natural: el cielo.
El resultado de tanto viento y de tener una ciudad totalmente abierta hacia el mar es que el cielo de Montevideo es un verdadero cielo. Las fuertes ráfagas barren el humo de los escapes de los autos y de las escasas industrias que han sobrevivido a las importaciones chinas. El cielo de Montevideo no es una nube de smog, no es una inamovible cortina gris, no es el humo que flota sobre tantas grandes ciudades. Aquí, cuando brilla el sol, el cielo es de un celeste resplandeciente, rutilante, refulgente. Y cuando hay tormenta, es negro, tan oscuro como el azabache. Arana dice que la “limpidez del cielo” montevideano es excepcional. Muchos que han viajado dicen que es uno de los más lindos del mundo.
La ciudad, además, es muy luminosa porque la mayor parte de los barrios están todavía formados por casas y no por de edificios. Cientos de miles de montevideanos preferimos irnos a vivir a lejanas urbanizaciones, a 20, 30 o 40 kilómetros del centro, para poder tener una casa con jardín y cerca del mar. Dicen que es una herencia cultural de los inmigrantes europeos que poblaron este país. Hay barrios céntricos que han quedado semi desiertos, y zonas costeras carentes de servicios que están superpobladas.
Esto provoca un fenómeno curioso. Hace muchos años que Montevideo mantiene a su población constante, pero el tamaño de la ciudad no para de crecer. Somos casi medio Uruguay, cerca de un millón y medio de personas. Sin embargo, esta capital todavía conserva cierto aire pueblerino imposible ya de encontrar en otras grandes ciudades.

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En las calles de los barrios, en la costa, el tiempo corre lento. Aquí todavía hay gente que se sienta a charlar frente al mar o en la mesa de un bar, sin urgencias. A toda hora, todos los días, hay quienes caminan plácidamente por la rambla. En los muelles muchos matan el día pescando. Muchas veces me pregunto de dónde sale tanta gente que no trabaja. “Montevideo tiene un aire de pereza”, escribió hace casi un siglo el político y escritor Emilio Frugoni, y el enunciado sigue siendo cierto.
En su modesto escritorio de ministro, el ex alcalde Arana también me lo dijo: “felizmente todavía tenemos una ciudad con una escala humana y un relacionamiento humano muy importante”.
Montevideo es calma, tranquila, melancólica y con aire de tango. A algunos les gusta. Reneé Buoncristiano, una operadora turística dedicada a recibir a los pasajeros de lujosos cruceros que llegan al puerto, dijo en una entrevista que los turistas “a menudo nos confiesan que Montevideo es muy atractiva porque no aturde, no abruma por el gigantismo sino que es una ciudad intimista”.
A los nativos más jóvenes, en cambio, esa calma les sabe a tedio. La premiada película uruguaya 25 Watts trata sobre eso: cuatro jóvenes se aburren soberanamente en una ciudad en la que no pasa nada. Aquí no llegan los grandes espectáculos: los muchos montevideanos que quisieron ver a los Rolling Stones o a U2 debieron viajar a Buenos Aires o Rio de Janeiro. El mismísimo presidente Tabaré Vázquez declaró de interés nacional la visita de los Stones, pero ni siquiera así vinieron. En el mapa de los grandes espectáculos, Montevideo no existe.
Hace unos años, cuando diez pesos uruguayos alcanzaban para comprar un dólar (ahora se necesitan 25), aquí actuaron Rod Stewart, Paul Simon, B.B. King y Roxette. Hoy los jóvenes llenan los estadios cuando tocan las bandas uruguayas: Los Buitres, La Trampa, Sordromo, No Te Va Gustar, La Vela Puerca.
Rodrigo Gómez es el cantante de Sordromo. Vivió en Suecia, donde vive su madre. Vivió en Hollywood, donde estudió música. Tiene la ciudadanía sueca, pero eligió quedarse en Montevideo. No es una decisión sencilla. La ciudad le gusta, pero le pesa lo difícil que es mantenerse económicamente a flote. “Un limpiador de hospitales de Suecia se va todos los años de vacaciones a España. Y una estrella de rock de Uruguay no se va a ningún lado”, me dice, con ironía.
Salir de noche en Montevideo no es sencillo. El transporte público es escaso, los taxis son caros y las distancias largas. Metro no hay. Y, salvo en verano, las noches son frías.
Lo que más hay en la vida nocturna de la ciudad son obras de teatro: suele haber hasta 30 en cartel. Cines hay menos. Discotecas menos. Boliches donde a Gómez le gustaría tocar con su banda, menos.
El lugar preferido de los muchachos de Sordromo se llama La Ronda. Es un bar con mucha onda y gente cool, a pocos metros del río y frente a Fun Fun, la más clásica tanguería de Montevideo, con 109 años de historia y un mostrador de estaño en el que se supo acodar Carlitos Gardel.

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Hay otros factores que hacen a la calidad de vida, que quizás son más importantes que el mar, el cielo y el tiempo, pero que lucen menos. Arana destaca que en Montevideo el 90% de la población está conectada al saneamiento: eso explica por qué aquí no ha habido brotes de cólera, ni de dengue, y el alto nivel sanitario que tiene la ciudad. Aquí el agua de la canilla se puede beber sin miedo: es agua potable.
El sistema político es estable: en toda la historia del país, los golpes de Estado han sido excepcionales. La democracia no se ha visto interrumpida una y otra vez como en Argentina o Bolivia. El historiador inglés Eric Hobsbawn retrató a Uruguay como “el único país sudamericano que podía describirse como una democracia auténtica y duradera”.
Hasta el Che Guevara lo dijo cuando visitó Montevideo en 1961 como ministro de Industria de Cuba. Habló en la Universidad rodeado de miles de jóvenes que querían oírlo exaltar la revolución. Pero les dijo: “Puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país donde, como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas (...) Ustedes tiene algo que cuidar, que es precisamente la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos”. Y todavía les advirtió: “cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último”.
Casi medio siglo después, hay libertad de prensa. El sistema judicial es confiable. Los presidentes uruguayos no modifican las reglas de juego de la Justicia, como Menem o Kirchner. Uno puede acercarse a un policía con relativa confianza.
Pero para muchos lo más importante es que Montevideo (y Uruguay en general) tiene el mejor índice de distribución del ingreso de América Latina. Eso no quiere decir que el reparto sea justo, pero en un continente que tiene el triste récord de ser el más desigual del mundo, Uruguay sigue siendo un modelo.
“Esa es la principal razón de que aquí exista una mejor calidad de vida”, me dijo el especialista en temas inmobiliarios Julio Cesar Villamide. “Esa distribución más justa se nota en todo: en lo cultural, en la mayor seguridad, en la interrelación que aquí todavía hay entre las distintas clases sociales, algo que en otros lugares de América Latina ya no existe. Todo eso lo aprecian mucho los que vienen de países que lo tuvieron y ya lo perdieron”.
Esa calma, esa ausencia de estrés, esa relativa seguridad, esa ciudad sin soldados ni helicópteros, atrae mucho a los extranjeros adultos con dinero. El ministro Arana me contó de un arquitecto colombiano que decidió mudarse aquí con toda su familia. También a dos ex embajadores, uno de Alemania y otro de Holanda, que una vez finalizada su carrera se radicaron en Montevideo para gozar de la calma y la tranquilidad que habían conocido aquí como diplomáticos.
Villamide, que edita una revista especializada en asuntos inmobiliarios, me informó que dos familias argentinas se radican en la capital uruguaya cada semana. También conoce a un empresario paulista que se vino a vivir acá luego del susto que se llevó al perder durante media hora a su hijo de 3 años en un shopping.
En las últimas semanas, tras los más de 170 muertos que dejó la espectacular ofensiva contra las instituciones que realizó en San Pablo el grupo criminal Primer Comando de la Capital, Villamide recibió varias llamadas desde esa ciudad. Eran ejecutivos interesados en mudarse a Montevideo. Le preguntaban por las condiciones para radicarse, los trámites legales, los precios de los colegios. “Es gente que siente que ya no puede vivir en ciudades con niveles de seguridad absolutamente insuficientes. La costa sur de Uruguay –Montevideo, Colonia y Punta del Este- se está transformando en el barrio alto de toda la región. Es un proceso que se ha iniciado y que seguramente se acentuará”.
Claro que a todos no les resulta fácil adaptarse. “Montevideo tiene carencias enormes en cuanto a la oferta cultural, gastronómica... para el que viene de una gran ciudad el impacto es enorme”, me dijo Villamide. “Pero alguno ya me ha dicho: ‘cuando sufro mucho me voy a Buenos Aires”. La capital argentina queda a apenas media hora en avión.

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Viendo así las cosas ustedes creerán que es cierto el mito de que Montevideo es la capital de la Suiza de América. Pero no lo es.
El término “Suiza de América” se usó en las primeras décadas del siglo XX para designar el temprano estado de bienestar que Uruguay alcanzó en aquella época de la mano de las políticas impulsadas por el presidente José Batlle y Ordoñez: un país próspero, rico, socialmente integrado, educado, con leyes sociales de avanzada, una estabilidad política que parecía eterna, campeón del mundo en fútbol y con una abrumadora mayoría de clase media.
Aquel Uruguay mítico –si es que alguna vez fue cierto- hoy ya no existe.
La clase media ya no es más la abrumadora mayoría: la última crisis económica multiplicó la pobreza a límites nunca antes vistos. Los pobres que en Uruguay eran 478.600 en 2000, pasaron a ser 849.500 en 2003 y llegaron a casi un millón en 2004. Y el país apenas tiene tres millones de habitantes.
Montevideo no es todavía una ciudad dividida en guetos, pero la segregación social es cada vez mayor. Quedan pocos barrios en los que se mezclen las clases sociales. La escuela pública, a la que antes iban todos los niños, ahora es sólo para los pobres.
Hoy la mayor parte de los trabajos que se ofrecen en la ciudad son empleos precarios: vigilantes, limpiadores, obreros no calificados. Los sueldos, una vez descontados los impuestos, no superan los 80 dólares mensuales.
La capital del Uruguay creció con decenas de miles de inmigrantes que llegaron de todos los rincones del mundo porque aquí existía la promesa de un futuro. En los últimos años la ecuación se revirtió: miles de montevideanos han emigrado porque aquí el futuro ya no les prometía nada. La melancolía de la ciudad se multiplicó: no hay nadie que no tenga un hijo, un hermano, un amigo viviendo lejos.
La mendicidad se ha multiplicado. No es raro ver gente revolviendo la basura para conseguir un pedazo de comida: no es algo que asombre en América Latina, pero en Montevideo todavía nos choca. “Uno se pregunta cómo es que puede haber calidad de vida en una ciudad en la que hay niños mendigando en tantas esquinas”, me dijo Carlos Llovet, un amigo contador que se fue a vivir a Estados Unidos.
Los síntomas de desintegración social son palpables en cada pequeña cosa: los semáforos no se respetan, las motos circulan a contramano, ir al estadio Centenario se convirtió en una aventura peligrosa.
Incluso la tan mentada seguridad es relativa. En el hotel casino Radisson, el más lujoso de la ciudad, me dieron un folleto que dice que “Montevideo está catalogada después de Tokio como la ciudad más segura del mundo”. Pero los montevideanos ya no lo sienten así. Los robos a mano armada aumentaron 233% entre 1990 y 2002. Y desde entonces la estadística roja ha seguido creciendo. La gente ya no deja la puerta abierta.
Un vecino de Arana cercó su casa con alambradas de púas. Cada vez que el ministro las ve, le parece ver una imagen de Auschwitz. Ya hay más de 200 propiedades en la ciudad rodeadas por cercas electrificadas. El viceministro del Interior se refirió a ellas en una reciente conferencia: pensé que eso nunca iba a existir acá, dijo.
Ciertamente, Montevideo no es Suiza. En el ranking de la consultora Mercer, Montevideo fue la ciudad latinoamericana mejor clasificada. Pero no estuvo entre las primeras del mundo: apenas si ocupó el lugar 78. La número uno fue Zurich.
En cuanto a su calidad de vida, Montevideo hoy tiene que elegir con qué se compara: si se mide con el resto de las grandes ciudades de América Latina, es posible que gane. Si se compara con su propio pasado, es seguro que pierde.
En la frío invierno de Montevideo, Rodrigo Gómez duda. “¿Habré hecho bien en quedarme acá?”, se pregunta cuando compara Montevideo con su ciudad sueca. Le pesa la inseguridad económica, cierta chatura, la falta de aspiraciones de los jóvenes. Por momentos siente que no se puede quedar acá toda la vida.
En el eterno calor de Miami, Carlos Llovet extraña. No volvería a radicarse en Montevideo: no quiere repetir el horror de pasar meses y meses desempleado. Hoy tiene un trabajo que lo lleva con frecuencia a Ciudad de México, a Lima, a San Pablo. Todavía le duele Montevideo, pero cuando compara, lo reconoce: “sí, es posible”, me escribió. “Quizás Montevideo todavía sea la ciudad de mejor calidad de vida de América Latina”.
La casa de la alambrada ondulante de púas que impresiona al ministro Arana queda en un barrio de clase media, nada sofisticado. Allí no vive ningún paramilitara derechista. Vive una joven y simpática médica con su esposo y sus tres hijos. Laura Boccardo me cuenta que eligió esa alambrada de púas porque las cercas eléctricas son un peligro para la salud de sus hijos. Además, también ha colocado fuertes focos de luz, censores infrarrojos, una fotocélula automática y un botón de pánico que se conecta con la policía y una empresa de seguridad las 24 horas.
Le explico el motivo de la nota. Pienso que me va a decir que los que hicieron la encuesta están locos. Pero me dice lo contrario. Laura tiene un hermano que vive en San Pablo y que trabaja en un banco. Cada vez que quiere divertirse de noche hace salir de su casa una caravana de cuatro camionetas iguales a la suya, para tratar de evitar que lo secuestren.

Este artículo de Leonardo Haberkorn se publico originalmente en la edición 70 de la revista Gatopardo (julio de 2006). Luego fue reproducido por la revista italiana Internazionale (setiembre de 2006) y en un libro digital monográfico sobre Montevideo editado por la revista española Zona de Obras.

5.4.08

Razones para escapar

Todos los días se conoce una nueva noticia respecto a los uruguayos que emigran. Cada día se agrega un dato nuevo. En las últimas semanas, El País informó que debido a la baja natalidad y a la emigración, Uruguay se ha convertido en el país más envejecido de América Latina. El Espectador entrevistó a una economista estadounidense que estudia las remesas que envían los uruguayos radicados en Estados Unidos. El ex ministro Alejandro Atchugarry hizo notar que el bajo desempleo se debe en parte a la constante emigración. El canciller Reinaldo Gargano dijo que la emigración es una “sangría tremenda”. El Observador informó a toda primera plana que hay una gran emigración dentro de la colectividad judía. Varias emisoras de radio y televisión entrevistaron al responsable de la oficina que otorga los pasaportes: el ritmo de entrega es frenético, se ven obligados a trabajar los sábados, casi como en la crisis de 2002. Este miércoles se conoció un informe del Instituto Nacional de Estadísticas: desde 1963 emigraron más de 600.000 uruguayos y el fenómeno está lejos de detenerse, más bien todo lo contrario: los uruguayos se siguen yendo de a miles.
Lo curioso es que estas noticias comparten la agenda informativa con una catarata de anuncios sobre la buena marcha de la economía. Tal como ocurría durante la segunda presidencia de Julio M. Sanguinetti no hay día en que no se divulgue un nuevo y alentador indicador económico. Los uruguayos se van, pero Uruguay avanza.
La edición de El País del viernes 22 es un buen ejemplo de esta dicotomía tan difícil de conciliar. En la página 11 el título principal dice: “Cancillería procura estrechar lazos con migración calificada”. El artículo indica que “el gobierno está preocupado porque la perspectiva de emigración va en aumento” y que “las informaciones disponibles indican que es probable que la situación en el futuro cercano empeore”. Sin embargo, uno da vuelta la hoja y en página 12 aparece una gran foto de un sonriente ministro de Economía Danilo Astori, acompañado por sus sonrientes colaboradores Fernando Lorenzo y Mario Bergara. ¿A qué se debe tanta alegría? A la colocación de una nueva partida de deuda externa. Quizás el modo en que “Uruguay avanza” tenga que ver con la decisión de miles de uruguayos de irse lejos.
Ese mismo día, en un teatro Solís colmado durante una ceremonia de graduación, el rector de la universidad ORT, Jorge Grünberg, se preguntó por qué si la economía marcha tan bien, si el gobierno tiene índices de popularidad tan altos, por qué tantos jóvenes uruguayos siguen emigrando o soñando con emigrar.
Algunas pistas para responder a ese dilema pueden encontrarse en Importante pero urgente. Políticas de población en Uruguay, un libro recientemente editado por Juan José Calvo y Pablo Mieres.
La obra incluye un completo informe sobre migración realizado por las demógrafas Wanda Cabella y Adela Pellegrino y un equipo de colaboradores. De él, la prensa recogió un único dato, muy preocupante: los uruguayos que emigran son los más calificados. Pero muchos otros aspectos, igualmente reveladores, no fueron consignados.
Por ejemplo: aunque todos conocemos casos de uruguayos que retornan, el estudio revela que desde 1963 siempre son más los que se van que los que regresan o llegan. Dicen las demógrafas: “En ningún tramo intercensal la emigración dejó de constituir un fenómeno dominante, ni siquiera en el período cercano a la reinstalación del sistema democrático, que implicó el regreso al país de los exiliados políticos”.
Contra lo que se suele decir, las especialistas sostienen que las cifras derivadas de las entradas y salidas del Aeropuerto Internacional de Carrasco son de una “confiabilidad aceptable” para estudiar el flujo migratorio. Y las cifras del aeropuerto demuestran que, pese a las sonrisas del equipo económico, la emigración sigue siendo muy alta. En 2004, el saldo negativo de entradas y salidas fue de 7.292, en 2005 subió a 9.593. En 2006, según informó la prensa, llegó a 17.000.
Las cifras del estudio son contundentes. De acuerdo con el perfil de los emigrados en 2002, el 54,3% de los que se van son menores de 29 años. Y el 27,1% tiene entre 30 y 44. Quiere decir que el 81,4% de los uruguayos que emigran tiene menos de 44 años. Sonrían para la foto.
Hay mucho más en el informe de Cabella y Pellegrino. El nivel educativo de los que se van es muy superior al de los que se quedan. Entre los emigrantes el 34,2% tiene educación terciaria. Entre los que permanecen en Uruguay sólo el 20,3% la tiene. Es decir: se van los más preparados. Entre los que se quedan el 31,2% apenas terminó la escuela, entre los que se van sólo el 6,7% está en esa condición.
En 1982 el 49,8% de los que se iban emigraban a Argentina y el 7,2% a Brasil, dos países desde los cuales es más fácil volver y mantener los lazos con Uruguay. En 2002, según Cabella y Pellegrino, la emigración a Argentina cayó al 8,5% del total y la que tiene como destino Brasil bajó al 1,5%. En cambio los que se van a España eran sólo el 5,1% en 1982 y pasaron a ser el 32,6%. Los que se van a Estados Unidos se triplicaron: del 11 al 33,3%. Cuanto más lejos, mejor.
En 2000 había 24.500 uruguayos censados en España. En 2004 llegaron a 70.000.
Confirmando que se van los más preparados, las demógrafas citan un estudio oficial de Estados Unidos según el cual el 30% de los uruguayos censados en ese país están en los estratos más altos de la escala laboral: profesionales, directores, gerentes.
Al respecto hay un dato sorprendente que no ha sido recogido por la prensa. En promedio, los emigrantes uruguayos de mayor nivel educativo no son los radicados en España y Estados Unidos, sino los que se fueron a Brasil y México.
¿Por qué ocurre algo tan sorprendente? Cabella y Pellegrino anotan dos razones: por un lado, Brasil y México son dos países que invierten en investigación científica y tecnológica, lo que estimula la llegada de gente preparada. Por otro lado, como “la desigualdad en la distribución del ingreso es importante en ambos países, los retornos de la educación son significativamente más altos que en Uruguay y, por lo tanto, se convierten en destinos atractivos para los trabajadores calificados”.
El dato es fundamental para entender por qué los más preparados se siguen –y se seguirán- yendo a pesar de los grandes éxitos del gobierno y las sonrisas del equipo económico. Con una reforma tributaria cuyo gran objetivo es igualar hacia abajo, que dinamitará la capacidad de ahorro de los que habiéndose preparado hoy son “ricos” (¡ganan más de 15.000 pesos!), ¿qué razones puede encontrar un joven que estudió para quedarse en Uruguay?
Los sonrientes señores del equipo económico deberían leer el trabajo de Cabella y Pellegrino. Entre los emigrantes que tienen entre 18 y 29 años, un brutal 47,5% se va porque no tiene trabajo. Pero hay otros dos indicadores igualmente chocantes: el 21,3% de los jóvenes emigra por los bajos ingresos que recibe y el 19,5% lo hace por la baja calidad de vida que tienen: mucho estudio, muchas horas de trabajo, poca capacidad de consumo y ahorro nulo. Es decir que el 40,8% de los jóvenes se va porque gana poco y vive mal. ¿La reforma tributaria soluciona este problema o lo agrava?
La respuesta viene con el siguiente dato: a medida que el nivel educativo avanza, crece el porcentaje de los que deciden irse del Uruguay debido a los bajos ingresos que se reciben: 26,8% de los universitarios emigra porque aquí ganan muy poco, aunque el ministro Astori los considere ricos. Sumados a los que huyen de la baja calidad de vida, el porcentaje llega al 43,9%.
Hay más datos interesantes en el completo estudio de Cabella y Pellegrino.
Los más pobres emigran menos. ¿Ellos confían en que las cosas irán mejor para ellos? No. Simplemente no tienen el dinero necesario para irse. “Dado que los destinos atractivos son distantes, las personas pertenecientes a hogares pobres desean abandonar el país pero no cuentan con los recursos necesarios (para) concretar su proyecto migratorio”, dice el informe.
En total, en el 30% de los hogares uruguayos hay alguien que quiere emigrar. La cifra sube a 34% entre los más pobres. El dato es tan monstruoso que ya cuesta siquiera esbozar una sonrisa para la foto. Pero peor es enterarse que el 83,6% de ingenieros en computación quiere irse apenas después de recibirse y también el 75% de los biólogos. Es así como Uruguay avanza.
¿Entonces nadie quiere quedarse?
Sí, el estudio de Cabella y Pellegrino constata que el deseo de irse del Uruguay es menor “entre los empleados públicos y los patrones”. Claro, es de suponer que entre los que tienen cuentas en Suiza el deseo de emigrar debe ser más bajo. También entre los 600 gerentes de Antel. O entre los protegidos por Adeom. Si uno es gerente de Ancap y ante el error más garrafal el castigo es ser relevado de toda responsabilidad y seguir ganando 5.000 dólares por mes, es raro que uno quiera emigrar.
Tenemos el país que hemos construido. El gobierno con sus reformas sólo está profundizando el modelo. Emparejemos hacia abajo. Haremos un Uruguay muy justo. Lástima que nadie quiera quedarse para verlo.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 29 de junio de 2007.

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