8.12.11

Nuestro problema con el delito

Ya nadie discute que Uruguay tiene un problema de seguridad. Lo que se discute ahora son las razones, las responsabilidades y el eventual modo de salir de esta locura que cada día nos depara una noticia peor que la otra.
Como ocurre con todo problema complejo, en la crisis de la seguridad pública las causas son múltiples y variadas. El calamitoso estado de las cárceles, la decadencia de la Policía, la corrupción tolerada y escandalosa en el INAU sin duda son algunas de ellas. Son problemas que décadas y décadas de desidia política han agravado hasta los límites intolerables del presente.
Pero sin desmerecer la influencia de estos y otros fenómenos, existe otro ingrediente que juega un rol muy importante en la crisis de la seguridad y del cual no se habla. Es una causa obvia y oculta a la vez: ocurre que un número muy grande de uruguayos, un porcentaje mayor al que nadie está dispuesto a admitir, no siente que el robar sea algo necesariamente condenable. Dicho en otras palabras: muchos, demasiados, uruguayos no condenan el delito. Ser delincuente no está necesariamente mal visto en Uruguay.
Las razones por las cuales esto es así tiendo a creer que son complejas. Por un lado, algo de eso hay en nuestro ADN histórico. Fuimos tierra de conquistadores que llegaron con la ilusión de llevarse mucho y construir poco. En nuestra historia, además, hay mucho bandolerismo maquillado, oculto, incluso glorificado. Los malones charrúas, el gauchaje que vivía de lo que podía tomar aquí y allá, los abusos de las tropas de Artigas cuidadosamente borrados de los libros de texto, los paisanos que en Rocha prendían fogatas en la costa para engañar a los barcos, hacerlos encallar y robar las pertenencias de los náufragos. Sin olvidar las “expropiaciones”, eufemismo con el cual el MLN llamó y llama a los asaltos con los que financió su fallida revolución.
La idea central implícita que justifica todos estos abusos es que los pobres, los desamparados, tienen derecho a robar. Es un discurso histórico que sigue vivo porque lejos de combatírselo se lo ha alimentado y reforzado. Durante décadas ciertos grupos políticos han insistido en la idea de que la pobreza justifica el delito. A lo largo de muchos años desde el regreso de la democracia, mientras la vida en  el Uruguay iba poco a poco perdiendo su histórica calma, se insistía con el mismo argumento: ¡cómo no va a aumentar el delito si cada vez hay más pobres! El vicepresidente Danilo Astori admitió en una reciente entrevista que el Frente Amplio propaló durante mucho tiempo esa idea “equivocada”.
Lo cierto es que el efecto de ese discurso ha impregnado la mente y el corazón de los uruguayos: el delito no se condena porque lo cometen los pobres desgraciados que nada tienen. Así se piensa.
Por supuesto, el argumento era falso en 1985, en 1995, en 2005 y lo es hoy también como –más vale tarde que nunca- Astori acaba de reconocer. Si fuera así, en  países como Haití, Nepal y Burkina Faso todos serían ladrones. Sin embargo, en Uruguay esta manera de pensar prendió con tanta fuerza que algunos recién se desayunan ahora de su falsedad. ¿Cómo es posible que la pobreza haya caído notoriamente y los delitos sigan subiendo?  ¿Cómo puede ser que Uruguay tenga el menor índice de desempleo en muchas décadas y día por medio maten a un comerciante, un vigilante, un policía o un taxista en un asalto? El ministro Bonomi, que como buen tupamaro ayudó militantemente en estos últimos años a instalar la idea de que la pobreza justificaba el delito, ahora ensaya triples saltos mortales en un intento imposible de conciliar su viejo discurso con la actual realidad: la gente -ha dicho- antes robaba para comer, y ahora para tener championes.
Mirá vos. Qué lindo que es ser tupamaro para encontrarle siempre una explicación sencilla a todas las cosas.
Pero el problema no es Bonomi. El problema es que la gente no le sigue el paso a Bonomi. La mayoría continúa pensando que el delito no es algo condenable. Que ser pobre lo justifica. Es la reedición de la lucha de clases en su versión más decadente y resentida: pobres planchas contra ricos chetos, con música de los Wachiturros de fondo. Por eso hubo tantos uruguayos que gozaron (sí, gozaron) al enterarse que un padre de Carrasco había matado a su hija creyendo estar disparando contra un ladrón. Es triste y es penoso, pero es así.
Este “estado del alma” del país nos trae varios problemas. Por un lado, muchos uruguayos sienten que no hay nada de malo en incursionar en el delito, las pruebas están a la vista.
Otros no salen a robar con revólver, pero se llevan todo lo que pueden de su lugar de trabajo. Hace unos meses vimos a un sindicato importante del PIT-CNT ir al paro en defensa de uno de sus trabajadores que había sido filmado robando. Pocas semanas atrás dos jueces de Maldonado fallaron en favor de dos trabajadores que habían sido despedidos del hotel Conrad, uno por llevarse a su casa alimentos de la cocina del establecimiento; el otro por quedarse con una pertenencia de un huésped. Dos casos que para el diccionario entran en la categoría de robo. Pero que para la Justicia uruguaya ni siquiera configuraron una notoria mala conducta.
De los bienes públicos que están en la calle, ni hablemos. Tenemos el récord mundial de robo de cables. Se llevan las canillas, las tapas de OSE, la arena de las playas, las plantas de los canteros, las letras de bronce de los monumentos, las placas de los cementerios.
Otros no roban directamente, pero como el delito no les parece algo condenable, para ellos no es un ningún problema comprar cosas robadas. Nadie ve al celular ajeno como un objeto de horror. Nadie ve miedo, pánico, sangre, muerte en un plasma que llegó al mercado a través de un asalto. No. Es tan solo una oportunidad, una oferta, la posibilidad de sumarme yo mismo a la cadena de viveza criolla. Si todos roban, los políticos son corruptos, los ricos son explotadores, ¿por qué yo, que soy más pobre que ellos, no voy a tomar mi pequeña tajada? Ni que decir que un razonamiento similar utilizan muchos para justificar sus evasiones impositivas.
Así funciona el círculo infernal en el que estamos metidos.
Si el delito no está mal visto, quizás eso explique por qué existe tan poca preocupación por sus víctimas. La Policía muchas veces arroja sospechas sobre los asaltados, los muertos, los desaparecidos de la democracia, como Nadia Cachés, de la que nadie habla y ningún equipo busca: gente imprudente que andaba con dinero, o con un reloj caro, o con vidrios polarizados, o en bicicleta como Nadia, o con armas, o sin armas, que quiso defenderse, o que no tomó lecciones de cómo enfrentar a un delincuente justiciero. La prensa cada vez más  reproduce cualquier cosa que le dice la Policía sin ponerse un segundo en la piel de la víctima o de su familia.
La sociedad uruguaya defiende a las víctimas de la dictadura, de la violencia doméstica, incluso a los animales maltratados, porque la dictadura, la violencia doméstica y el maltrato animal están mal vistos, por suerte. Pero al mozo de Los Francesitos que quedó casi parapléjico porque un delincuente le pegó un balazo con una bala preparada para hacer más daño, a él, como a cientos de víctimas de los delitos de cada jornada, a ellos no los defiende nadie. Nadie.
Y no los defiende nadie porque el delito común no está mal visto por una enorme cantidad de uruguayos. Esa es la verdad. Ése es nuestro terrible ADN. Esa es nuestra desgracia, la prueba de nuestra brutalidad, de nuestro atraso.
Podrán cambiar mil veces los ministros. Pero hasta que eso no cambie, no cambiará nada.


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3.12.11

Éramos tan pobres...

El presidente de Uruguay, José Mujica, lució una chaqueta del Ejército venezolano durante la reciente cumbre de la novel Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), organizada por su colega de Venezuela, Hugo Chávez, en Caracas.

















Las imágenes fueron divulgadas por la oficina de prensa de la Presidencia de Venezuela.

23.11.11

La manzana mecánica

Se ha hablado mucho de Steve Jobs, su muerte, su legado, su talento. Pero nadie habla de esto. 
Los famosos iPods, iPads y iPhones del mundo no los fabrica Apple, sino Foxconn, la mayor productora del mundo de aparatos electrónicos. La empresa tiene su sede en Taiwán, pero la mayor parte de sus plantas industriales están en China.
Una de ellas es la enorme fábrica de Longhua, cerca de la ciudad de Shenzen, en el sur del país. Es tan grande que para ir de una de sus puertas a otra se necesita media hora de viaje en auto. Allí trabajan, comen y duermen entre 300.000 y 400.000 obreros.
En 2010 el diario británico The Telegraph visitó Longhua. En la crónica que escribió el periodista Malcolm Moore se cuenta que sus empleados la llaman, haciendo un juego de palabras en chino, “Corre hacia tu muerte”.
Moore fue enviado allí porque en 2010 hubo una ola de suicidios. En mayo, el total de empleados que había muerto tras saltar al vacío desde los edificios del complejo fabril ya llegaba a 12. Otros cuatro habían sobrevivido a su intento, y otros 20 habían sido detenidos por personal de seguridad cuando se aprestaban a saltar.
Luego de los suicidios, Terry Gou, el multimillonario fundador de la compañía, anunció que trasladaría a 60.000 empleados a otras de sus fábricas para que pudieran estar más cerca de sus familias. Por las dudas, también se colocaron redes alrededor de todos los edificios, se clausuraron ventanas y las puertas que dan a los balcones.
En mayo de 2011 el diario británico The Daily Mail informó que Foxconn había comenzado a exigir que sus trabajadores firmaran un papel en el cual aceptan que no tienen derecho a matarse. También deben firmar que, si se suicidaban, sus familiares solo tendrán derecho a una indemnización mínima.
Redes anti suicidios en una fábrica de Foxconn
Por esas fechas, Steve Jobs ofreció una conferencia de prensa en Estados Unidos donde declaró, según la BBC: "Foxconn no es una fábrica donde se explote a los obreros".
Sin embargo, El Daily Mail citó un informe de una ONG que estudió el caso de la empresa y concluyó que sus operarios eran sometidos a condiciones de trabajo degradantes tales como:
1) Abuso en las horas extras. A pesar de que existe un límite legal que prohíbe realizar más de 36 al mes, se consiguió el recibo de un trabajador que había hecho 98.
2)    Durante temporadas de zafra, los obreros solo tomaban un día de descanso tras 13 jornadas consecutivas de trabajo.
3)    Quienes no alcanzaban un buen rendimiento eran humillados frente al resto.
4)    Los trabajadores tenían prohibido hablar entre sí y permanecían de pie durante 12 horas seguidas.
La misma investigación demostró que algunos empleados solo salían de la fábrica para visitar a sus familias una vez al año. El director del relevamiento, Zhu Guangbing, le dijo al Telegraph: “Los trabajadores no tienen permitido hablarse entre ellos. Si hablas, se te hace una anotación negativa en tu foja de servicios y tu supervisor te grita. También te pueden multar”. Guanbing agregó que para mejorar la eficiencia y cumplir con el alto número de pedidos los obreros son conminados a repetir la misma tarea, los mismos movimientos rápidos y exactos en la línea de montaje, un mes tras otro. “Los trabajadores con los que hemos hablado dicen que sus manos siguen temblando en la noche, o que cuando están caminando por la calle no puede dejar de hacer el movimiento que hicieron en el trabajo. Nunca son capaces de relajar sus mentes”.
Una obrera le dijo al Daily Mail: “A veces algunos de mis compañeros de dormitorio lloran cuando vuelven de una larga jornada de trabajo”.
La empresa, que también fabrica para otras grandes compañías-Nokia, Samsung, Sony y Dell entre ellas-, admitió violar las normas vigentes sobre horas extras, pero adujo que quienes habían excedido los límites lo habían hecho en forma “voluntaria”.
El promedio de horas semanales trabajadas por cada trabajador en Foxconn en 2010 fue de 70, lo que supone diez horas de labor los siete días de la semana, o casi 12 horas durante seis jornadas, con una sola de descanso.
Tras la crisis de los suicidios, los sueldos de Foxconn recibieron aumentos de entre el 50 y 100%. Sin embargo, continúan siendo bajísimos. El diario chileno Publimentro visitó Chengdu, otras de las fábricas chinas gigantes de Foxconn, y comprobó que un operario que trabaja 12 horas al día, seis días a la semana, cobra unos 315 dólares al mes, horas extras incluidas.
La empresa sostiene que los empleados de Longhua tienen comida y alojamiento sin costo en las gigantescas torres de apartamentos que hay dentro del mismo predio de la fábrica. Hay un servicio de transporte público y lavandería. Hay canchas de tenis y piscinas de uso gratuito. Hay clubes que ofrecen actividades tales como ajedrez, pesca o alpinismo.
Pero los trabajadores que entrevistó el señor Zhu Guanging le dijeron que ellos no tenían tiempo de aprovechar ninguno de esos beneficios. “Los obreros con los que hablamos nos dijeron que nunca habían usado las piscinas. De todos modos, son solo dos para 300.000 empleados y dicen que están bastante sucias”.
Entre mayo de 2008 y agosto de 2009, para incrementar la productividad, Foxconn hizo que sus obreros usaran n-hexane, un químico. Este líquido servía para limpiar las pantallas táctiles de los aparatos inventados por Jobs, y como se evaporaba más rápido que el alcohol, lograba incrementar el ritmo de trabajo y la productividad de las líneas de montaje.
El químico aumentó en millones de dólares los beneficios de Foxconn y Apple, pero resultó ser tóxico para los operarios. Apple reconoció que 137 fueron hospitalizados. Oficialmente todos fueron dados de alta.
Un grupo de intoxicados, sin embargo, aduce que hasta hoy padece secuelas del envenenamiento. Le escribieron varias cartas a Jobs solicitando dinero para medicamentos y una indemnización por el tiempo que han debido pasar sin trabajar. Nunca obtuvieron respuesta.
Jia Jingchuan fue uno de los intoxicados. Desde que fue internado en 2009 se dedicó a enviar cartas a Jobs en las que relataba las patéticas condiciones en las que laboran y viven los operarios de Foxconn. El empresario nunca contestó.
"Siento mucho la muerte de Jobs", le dijo Jia a Yahoo news. "Su empresa ha hecho más fácil la vida de la gente y ha cambiado toda la industria; pero mi salario era tan bajo que no podía pagarme los productos que yo mismo construía".
Un trabajo publicado por un equipo de investigadores estadounidenses, entre ellos dos profesores de la Universidad de Oregon, sostiene que los trabajadores de Foxconn reciben apenas el 3,6% de lo que el público paga por cada iPhone. El margen de beneficio para la empresa por cada teléfono vendido en 2009 fue del 64%.
Steve Jobs murió dejando 6.790 millones de dólares. Un chino de los que fabrica sus iPads debería trabajar 1.800.000 años, 12 horas por día, seis días a la semana, y no gastar un peso, para poder reunir esa fortuna. O dicho de otro modo: si una persona trabajara fabricando los productos de Apple seis días a la semana, 12 horas por día, desde su nacimiento hasta su muerte a los 70 años, y lo mismo su hijo, su nieto, su bisnieto y así sucesivamente, y ninguno nunca gastara un centavo, se necesitarían 25.661 generaciones para poder acumular la fortuna de este talentoso hombre que, dicho sea de paso, siempre desdeñó la filantropía y nunca le donó un peso a causa alguna.
Así de pornográfico es el mundo hoy.
Lo más asombroso es el afán por ocultarlo.
¿O será que el trabajo esclavo ya no conmueve a nadie?

Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com
Sobre este tema ver también: China, el imperio de las mentiras

18.11.11

Una estudiante de primero hizo lo que toda la prensa no pudo

Traigan una noticia por semana. Eso es lo que les encargo a los estudiantes que toman su primer curso de periodismo. Les pido que las busquen en sus barrios, lejos de la Presidencia, el Palacio Legislativo y del estadio Centenario, los tres lugares donde los periodistas uruguayos gastan el 90 por ciento de sus energías.
Hace poco más de una semana, una estudiante de primer año de la licenciatura en Comunicación de ORT me entregó una noticia que me dejó con la boca abierta. Un grupo de alumnos del Liceo Francés había atacado su propio colegio. Habían agredido a un docente, destrozado el mobiliario, arrojado objetos desde el cuarto piso. Habían roto los vidrios y una cámara de seguridad, habían golpeado y abollado los autos estacionados en la vereda y tirado bombas de humo dentro de los salones donde tomaban clase alumnos más chicos. Entraron al colegio por una puerta trasera gracias a una llave robada y copiada en forma clandestina. Se habían preparado para el ataque consumiendo todo tipo de bebidas alcohólicas, marihuana y LSD. Colgaron carteles burlándose de la sexualidad de otros compañeros y de funcionarios del colegio.
Los hechos habían ocurrido el 17 de octubre y la estudiante Camila Ginés me entregó su trabajo dos semanas más tarde.
Habían pasado 15 días y ningún medio de prensa había publicado la noticia. ¿Cómo era posible?
Las posibles explicaciones son varias y todas ellas igualmente inquietantes.
No puede aducirse que el tema no interesa, ya que el estado actual del sistema educativo es casi el principal asunto del momento. Es frecuente incluso que la prensa informe sobre pequeños hechos violentos que ocurren en los liceos públicos. ¿Cómo es posible entonces que una simple pelea en un liceo del Estado salga en diarios, radio y televisión, y una asonada mucho más generalizada y violenta en un colegio privado pase desapercibida?
Tampoco puede aducirse que el Liceo Francés tapara el asunto. El colegio envió a todas las familias involucradas, que fueron muchas, un duro comunicado donde en forma detallada y explícita se da cuenta de los hechos y las medidas tomadas luego. Eso no es ocultamiento. Ginés lo comprobó: ni los estudiantes, ni los vecinos, ni las autoridades del colegio se negaron a hablar cuando ella llamó para consultarlos.
Mucha gente sabía lo que había pasado, pero ninguno de los cientos de periodistas profesionales que tiene el país nos enteramos.
El caso genera muchas dudas respecto a cómo trabajamos hoy en la prensa del Uruguay y cómo se informa la gente.
Por un lado, plantea una evidente dualidad sobre cómo se cubren las noticias según sus protagonistas sean ciudadanos más o menos acomodados. Parece que los ojos de demasiados periodistas miran hacia el mismo lado.
Por otro, el episodio arroja dudas respecto a al modo en que se selecciona hoy la agenda informativa.
Como siempre, o quizás incluso más que nunca, el menú de noticias hoy se basa en las líneas que bajan directamente del gobierno. El presidente dice que va a hacer un plebiscito para decidir qué hacer con la minería y todos los medios hablan del plebiscito de la minería. El presidente dice que no va a hacer el plebiscito y todos los medios dejan de hablar del plebiscito de la minería. Así de fácil.
Se hacen grandes olas con temas huecos: un video militar que nadie vio y ni siquiera se sabe si existió o no ocupó horas y horas de radio y televisión. Ahora todos comentan acaloradamente un comunicado del ministro Fernández Huidobro con insultos contra un anónimo fantasma como si fuera la primera vez que Fernández Huidobro insulta a alguien y como si de verdad algo pudiera cambiar en el país según lo que los fantasmas digan o no digan sobre su persona.
Esa agenda también es dictada, en menor parte, por los partidos de oposición y por los sindicatos. Ahí se termina la cosa.
Hay un periodismo que desde hace años se ha vendido por bueno y que lo único que sabe hacer es noticiar lo que dicen los políticos, los sindicalistas y los funcionarios. Si un diputado hubiera hablado en el Parlamento de lo que pasó en el Liceo Francés ellos lo hubieran noticiado. Si no, no. Fue necesario que un portal de noticias universitario reportara el caso para que el público pudiera enterarse.
Lo malo es que mientras la prensa se ocupa de lo que dicen y twittean los legisladores y de las idas y venidas de Gran Hermano, en Uruguay ocurren cosas verdaderas. Cosas que afectan a la gente. Cosas que deberíamos saber si pretendemos solucionar nuestros problemas. Pero como no las sabemos, los problemas siguen, se perpetúan, se agravan.
Hace poco otra estudiante me contó una noticia que vio con sus propios ojos: estaba en un restaurante y un hombre tuvo un infarto. Entre  los comensales había un médico que se molestó cuando le pidieron ayuda. La emergencia médica demoró más de diez minutos. El hombre estaba muerto cuando la ayuda llegó.
Es una lástima que lo que de verdad le ocurre a los uruguayos, lo que de verdad pasa, esté ausente en los medios.
La información que tenemos no nos permite entender: si pensamos que los problemas de la educación, o lo que ocurre con la droga, son solo un conflicto de la (espantosa) enseñanza pública, nunca podremos comenzar  a solucionarlos.
El periodismo tiene una responsabilidad en esa tarea. Pero su menú principal -la ensalada de choques, rapiñas, desnudos femeninos, ensueños filosóficos del presidente, riñas entre diputados, ecos de la tv chatarra y goles de uruguayos por el mundo- aporta poco, muy poco.
Habría que retomar la esencia del periodismo, tan olvidada, sacrificada en el altar de la reducción de costos (los empresarios) y de la pereza (los periodistas). Hay mucha gente que trabaja mucho, es cierto. Pero a la pereza física de algunos hay que sumarle la pereza intelectual de otros. Incluso ética. Hay que mirar mejor, pensar más, salir a la calle, dejar solos a Twitter y Facebook aunque sea una hora por día. Hay que darle más batalla a la rutina, discutir más con los jefes, con los editores, con los dueños de los medios. Hay que hablar más con la gente. Hay que preguntar. Hay que investigar. Para conseguir que alguien les ponga un micrófono delante de la boca, los legisladores tienen su rubro de gastos de secretaría.
Hay que trabajar mejor.
Una estudiante de primer año pudo.


Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

10.10.11

Milicos y tupas: premio Bartolomé Hidalgo 2011

Milicos y tupas obtuvo el premio Bartolomé Hidalgo al mejor libro de 2011 en la categoría Ensayo político-periodístico.
Las otras dos obras ternadas en la categoría fueron Las pesadillas de Fidel Castro, de Luis Nieto, y Quién es quién en el gobierno de Mujica, de Nelson Fernández.
El jurado estuvo integrado por Andrés Alsina, Jaime Clara y Carlos Maggi.
En sus fundamentos, el jurado entendió que el premio correspondía al autor de Milicos y tupas “por su originalidad en su forma de tratar el tema, sus aportes informativos producto de su investigación, por su independencia de criterio y ecuanimidad, y por revelar la dinámica de esta lucha entre ambos bandos”.
La distinción fue otorgada en el marco de la 34ª Feria Internacional del Libro.
Haberkorn, De Mattos, Milicos y tupas, premio Bartolomé Hidalgo
Leonardo Haberkorn y Tomás de Mattos
En las otras categorías fueron premiados los siguientes libros:
Narrativa:  El hombre de marzo, de Tomás de Mattos.
Literatura infantil-juvenil: Tamanduá killer, de Germán Machado.
Álbum infantil: Así reinaba el rey reinante, de Virginia Brown con ilustraciones de Valentina Echeverría.
Ensayo histórico: Cultura popular en el Uruguay de entresiglos (1870-1910), de Carlos Zubillaga.
Poesía: Después del nombre, de Mariella Nigro.
Premio Revelación 2011: Marcia Collazo, por el libro Amores Cimarrones. Las mujeres de Artigas.
Premio Bartolomé Hidalgo a la Trayectoria: Tomás de Mattos.
El momento en que los conductores de la ceremonia –Blanca Rodríguez y Gonzalo Cammarota- anuncian el premio para Milicos y tupas- y el breve discurso de agradecimiento que pronuncié al recibirlo pueden escucharse en: http://www.goear.com/listen/1692175/bartolome-hidalgo-para-milicos-y-tupas-
Premio Bartolomé Hidalgo 2011
Los ganadores del Bartolomé Hidalgo 2011:
Collazo, Haberkorn, Echeverría, Brown, Machado,
Nigro, Zubillaga y De Mattos.
El libro puede encargarse por mail desde esta página.

28.9.11

Mi carpeta de frases sobre Peñarol

Hace años, con el fin de un día reunirlas algún día en un libro, comencé a atesorar citas literarias y frases de grandes hombres o de celebridades que hablaran de Peñarol. Tengo decenas, quizás cientos, de piezas de colección reunidas en una carpeta llena de recortes, fotocopias y papeles de los más diversos.
Tengo a Andrés Calamaro diciendo: “Siempre tuve la camiseta de Peñarol”. A Joaquín Sabina explicando que es hincha de tres colores: el Atlético Madrid en España, Boca en Argentina y Peñarol en Uruguay. A Flores Mora protestando por el “disparate” que es permitir que un clásico termine empatado.
Tengo también, por supuesto, los versos que Pedro Leandro Ipuche le escribió a Peñarol cuando cumplió 50 años y que comienzan así:
“En un claro villorio de cuento
Donde el rey es el ferrocarril
Sorprendieron la luz de una tarde
Once obreros de humor infantil”
Y también el poema que Omar Odriozola, el autor de “Uruguayos campeones”, le escribió al mágico Piendibene. Sus últimos versos son notables. Odriozola viene hablando del Maestro, pero su pasión aurinegra aflora en el remate:
“Tú tienes de uruguayo hidalguía y honor
Lo demás que hay en ti, lo tienes de Ateniense
Yo, cuando en el sosiego de mi existencia quieta,
Dejo volar mis blancas palomas de poeta
Recuerdo aquella tarde, cuando al ponerse el sol,
Salimos del Parque Central, entusiasmados,
Comentando el partido, y escuchando aquel grito,
Que traía la brisa de allá, del infinito,
Y que siempre recuerdo: ¡Peñarol…!  ¡Peñarol…!”
En mi carpeta, las citas se mezclan y podemos saltar sin escalas del gol de Piendi al Divino Zamora al de Diego Aguirre en Santiago, en la final de la Libertadores de 1987. La revista Guambia le preguntó muchos uruguayos célebres cómo habían vivido aquel increíble desenlace de la Copa Libertadores. Luis Alberto Lacalle, por entonces legislador y todavía no presidente, nacionalófilo de alma, confesó que no pudo reprimir el grito de “¡Viva Peñarol!” cuando observó azorado el agónico gol frente a un televisor en Punta del Este. El genial actor Alberto Candeau, gran peñarolense, relató que vio los noventa minutos reglamentarios por televisión, pero luego no pudo ver el alargue porque debía concurrir a un ensayo. Candeau marchó a sus obligaciones cargado de pesimismo porque temía una derrota, y ese oscuro presentimiento fue creciendo a medida que pasaban los minutos y no oía gritos ni festejos de ningún tipo. Al final, como sabemos, llegó la locura del triunfo. Y el gran actor narró que salió a festejar en la calle y en público, como miles de peñarolenses anónimos. “Para mí tiene el mismo nivel de lo ocurrido en Maracaná”, declaró.
FIFA, Peñarol, CurccPero de aquella nota de Guambia, mis respuestas preferidas las dieron tres hinchas de otros cuadros, dos de Nacional y uno de Liverpool.
Hugo Batalla respondió: “Yo digo, qué pena no ser hincha de Peñarol, mire que es un cuadro que sabe darle satisfacciones a la gente que lo sigue”.
Jorge Batlle vaticinó: “Yo soy hincha de Nacional, pero con todo esto creo que las futuras generaciones van a ser peñarolenses”.
Y el diputado cívico Julio Daverede relató, muy sincero: “Soy bolsilludo de alma, así que no concibo salir a festejar un triunfo de Peñarol, hasta tuve la esperanza de que no se consumara el triunfo. El partido lo vi en la plaza principal de Paysandú, estaba por empezar el Congreso de la Juventud de la Unión Cívica y los muchachos conectaron los televisores ahí mismo. Después tuve que presenciar todo el desfile de los hinchas sanduceros. Nunca me imaginé que Peñarol podía tener tantos adeptos en esa ciudad”.
A la jornada siguiente de aquel memorable partido, el diario El Día tituló a toda primera plana: “¡Solo Peñarol!”.
También conservo un ejemplar de la revista Tres, de 1997, publicado días después de que Peñarol obtuviera su segundo quinquenio. La publicación le preguntó entonces a algunos reconocidos parciales de Nacional qué pensaban de la consagración aurinegra, obtenida como se recordará, luego de ganar dos clásicos consecutivos que se iban perdiendo por dos goles.
Roberto Musso, el principal compositor y cantante del Cuarteto de Nos, respondió: “El día del primer clásico iba rumbo al Chuy escuchando el walkman. Cuando estábamos 2 a 0 yo baboseaba. Después del primer tiempo se me fue la señal. Me bajé en Castillos y todo el mundo estaba gritando el gol de Peñarol. Cuando me dijeron que era el 4 a 3 pregunté: ‘¿Qué, hacen goles que valen tres?’. Me parece que hay algo de psicología. Si lo del 4 a 3 pasara una vez, tá, pero que en 15 días pase dos veces te da para pensar que hay algo más. No sé si es la mística de Peñarol o qué…”
Sin embargo, pese a la satisfacción que me provocan leer estos dichos que aluden a gloriosos episodios, dos de los mayores tesoros de mi carpeta refieren a esos días tristes en los que Peñarol pierde. Son dos piezas de antología por cuanto resumen a la perfección los sentimientos que despiertan los colores amarillo y negro.
Uno es un relato de Paco Espínola (1901-1973):
“Una tarde estaba solo en mi casa. Mi familia había ido para San José; yo tomaba mate y por radio trasmitían un partido de fútbol. Puse atención. Jugaban Peñarol y Nacional. Di vuelta el mate, traje agua nueva y me quedé escuchando. Resulta que Nacional ganó por goleada. No me acordé más del asunto y me vestí para cenar en casa de mi hermana. Cuando estaba en la calle, empecé a sentir una tristeza bárbara. No sabía qué me pasaba.
Mi familia estaba bien, yo lo mismo. Pero seguía tan triste que decidí no ir a lo de mi hermana, para no amargarle la noche.
Me fui hasta el Parque Rodó, cada vez más triste. Pedí una tirita de asado y en el momento que me la trajeron, me di cuenta de que estaba triste porque yo era hincha de Peñarol, vaya a saber desde cuándo”.
El otro es un fragmento de la novela Los regresos del escritor Anderssen Banchero (1925-1987):
“Unas cuadras antes de llegar a la casa del Profesor, se metió en un boliche para cobrar coraje con una caña. En el aparato de radio bramaba Carlos Solé, igual que hacía un montón de años, como si estuviera relatando un partido eterno que se jugara en un eterno domingo soleado. El bolichero y el único parroquiano –un viejo que miraba las tablas del piso y parecía musitar una plegaria- tenían caras de dolientes. Cuando el bolichero lo estaba sirviendo, una pelota pegó en el palo y el tipo regó con caña el mostrador alrededor de la copa y no le prestó atención cuando Juan Pedro le preguntó por la casa del Profesor.
Carbonero historia Peñarol HaberkornDecidió proseguir la búsqueda por su cuenta, con la única referencia de un balcón asomado de un primer piso sobre un arbolito único en la cuadra.
Era el segundo tiempo en el estadio, perdía Peñarol (se enteró por la radio en el café) y en la soleada ciudad desierta se respiraba un aire de desconcierto, culpabilidad y catástrofe”.
Dejo para el final a una de mis preferidas. Será porque durante muchos años no falté nunca a la Olímpica y tuve siempre como rito el concentrar mi vista en el túnel, cuando no existía la contaminante manga publicitaria por la que salen hoy los futbolistas, para ser el primero en ver aparecer a Peñarol en el campo de juego. Siempre pensé que ese afán mío por no perderme ese instante mágico era tan solo una manía personal. Pero un día, cuando me topé en una revista a Jaime Roos hablando de lo mismo, me di cuenta que no era yo, sino un fenómeno global e inexplicable.
Le preguntaron en una entrevista a Roos, reconocido hincha fanático de Defensor, si alguna vez había subido a un escenario a cantar con la camiseta de Peñarol.
 Respondió:
“No, vos sabés que cuesta eso. Ya me han dicho de todo, porque dije que el himno de Peñarol es el mejor, y dije que la camiseta de Peñarol cuando entra a la cancha tiene un no sé qué. Habría que consultarlo con un pintor a ver cómo se dan los colores amarillo y negro en la retina, o cómo pegan en el cerebro, ¿no? Pero a mí siempre me impresionó cuando salía Peñarol a la cancha, siempre me impresionó…”
Tiene razón Jaime. Impresiona. Pega. Conmueve.
En la retina. En el cerebro. En el alma.


18.9.11

Probá saludar

Hace unas semanas recibí un mensaje de correo electrónico. Lo firmaba una "licenciada en ciencias de la comunicación" desconocida para mí, egresada de una universidad que no es la que yo trabajo.
En su mensaje, esta mujer me pedía, con total confianza, que la ayudara a localizar a un uruguayo famoso al que ella sabía que yo había entrevistado hace años. ¿Sabía cómo localizarlo? ¿Podía ayudarla? Aunque jamás había tenido contacto alguno conmigo, ni siquiera en las redes sociales, la licenciada me tuteaba.
Pero ese no era el problema, sino el modo en que comenzaba su mensaje. No había formalismo ni saludo alguno. No decía ni "Estimado Haberkorn", ni "Disculpe la molestia", ni "Buen día", ni siquiera "Hola". Solo decía "Leonardo" y ahí ya me zampaba el pedido.
Luego se despedía con un desconcertante: "Disculpá la joda".
Recordé este episodio leyendo el más reciente artículo del blog del gran periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte, dedicado a los españoles que ya ni siquiera son capaces de decir "Hola" o "Buenos días". Sobre quienes así andan por la vida, escribió Pérez Reverte:
"No creo que deban atribuirse siempre a grosería o mala voluntad. Muchas veces se trata sólo de incertidumbre y timidez social, fruto de una educación deficiente: la inseguridad de no tener claros, desde niños, los usos elementales de cortesía y convivencia. Y no deja de ser contradictorio, en esta España saturada de demagogia idiota, buen rollito y compadreo cantamañanas, que despreciemos de ese modo las fórmulas que, precisamente, ayudan a que la sociedad de los seres humanos sea soportable".
Donde dice España poner Uruguay.
Y listo.

15.9.11

Deporte, periodismo y periodismo deportivo

El martes 13 me tocó dar la bienvenida, en nombre de la Universidad ORT, al Primer encuentro rioplatense de historia del fútbol del 900, organizado por la empresa Tenfield y realizado en el auditorio, repleto, de nuestra Escuela de Comunicación y Diseño. A mi lado estaba sentado el ministro de Deporte y Turismo Héctor Lescano, que habló luego.
Lo que dije fue lo siguiente:  

Sr. Ministro de Turismo y Deporte, Héctor Lescano:

Hermanos argentinos que nos visitan, profesores, estudiantes y público en general.

No es casualidad que este Primer Encuentro Rioplatense de historia del fútbol del 900 se desarrolle en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la universidad Ort.
A diferencia de lo que suele ocurrir en la academia, nuestra universidad siempre ha mirado al deporte como una actividad de importancia central para la sociedad en la que vivimos.
En 2003 ORT inauguró la que hasta el momento es la única carrera universitaria de periodismo deportivo en Uruguay,  y una de las muy pocas en América latina.
Lo hicimos en el convencimiento de que el deporte necesita de periodistas profesionales capaces de captar su riqueza y su complejidad, y poder transmitírsela a la gente.
Hoy cuando desde los más diversos ámbitos, incluido el gobierno y el propio presidente de la República, se plantea que el Uruguay –y el mundo- atraviesan una crisis de valores, y se proponen soluciones a veces desconcertantes, el deporte está allí, disponible, esperando que alguien recuerde el enorme potencial que tiene como formador de seres humanos.
Practicando deporte se aprende el valor del desarrollo personal y social, se cultiva el afán de superación, se aprende cuánto de esfuerzo y de dedicación son necesarios para mejorarse a uno mismo. En el deporte uno se integra socialmente, aprende a respetar al otro, al compañero y al adversario. (A diferencia de lo que suele ocurrir en las campañas electorales, en los campos de juego de todos los deportes, uno aprende que el rival es un adversario, no un enemigo).
En el deporte se aprende a tolerar las frustraciones, la derrota. Se aprende a aceptar las reglas y los fallos de la Justicia (si será importante esto, que los jóvenes que no practican deporte la idea más cercana que tienen de la Justicia es la de los jurados de Bailando por un Sueño). En el deporte se aprende el valor de la autodisciplina, del trabajo en equipo, la solidaridad, la cooperación, la lealtad. En el deporte hay un correlato entre talento, esfuerzo y recompensa. Ya lo dijo el genial escritor francés Albert Camus, que había jugado de golero en sus años jóvenes:
“Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Lo contradictorio hoy es que, a pesar de ocupar un espacio considerable en los medios de comunicación, el deporte es presentado casi siempre amputado de todas estas virtudes.
El deporte hoy es la inmediatez por conocer un resultado, las imágenes que se repiten hasta el hartazgo y los dinerales, las cifras en euros o dólares con seis ceros a la derecha, que reciben los más afortunados deportistas profesionales.
Hay una visión reducida, miope, estrecha, limitada y muy empobrecedora del fenómeno deportivo.
¿Por qué ocurre esto? Es difícil encontrar una única respuesta. Creo que no podemos olvidarnos que durante décadas la academia despreció el deporte y que muchos lo consideraron el opio de los pueblos. Eso hace que falten miradas desde el ámbito universitario sobre una actividad, que pese a todos sus detractores, es central en nuestras vidas.
La omisión de la academia en investigar y explicar el fenómeno deportivo deja la pelota en la cancha de nosotros, los periodistas.
Los periodistas somos los responsables de contarle a la gente lo que pasa, pero en el deporte lo somos por partida doble, ya que otros actores que también participan en el relato social han renunciado a su tarea.
Es por eso que es tan necesario formar nuevos y mejores periodistas deportivos: porque la sociedad necesita que alguien retrate el deporte en toda su maravillosa complejidad, en todas sus facetas, con todo lo que tiene de sublime más allá de cuántos euros le paguen al último pase de la liga italiana.
 Conocer la historia del deporte es parte de ese proceso de rescate, y eso es lo que hace tan importante este encuentro en el que todos nosotros estamos participando. La historia del deporte es una historia de valores, cuando el tiempo decanta lo accesorio de lo importante, nadie va a venir a contarnos cuántos pesos ganaba el mariscal Nasazzi, ni qué auto o qué heladera tenía.
Pero no lograremos pintar el complejo retrato del deporte que está haciendo falta si no tenemos un mejor periodismo deportivo.
Ser periodista deportivo no es distinto a ser un periodista político. Se necesitan las mismas cosas. Una enorme curiosidad, ganas de saber y de querer conocer más. Más sobre todo y no solo sobre fútbol, porque hay que entender que la realidad y la vida no están dividas en compartimentos estancos. Un periodista tiene que manejar bien su idioma y tener una sólida cultura general, algo que todavía no se consigue en Google. Un buen periodista tiene que oír más y hablar menos. Tiene que entender que informar es más importante que opinar. Tiene que ser honesto. Tiene que abandonar sus prejuicios. Tiene que ser siempre desconfiado, escéptico, crítico; audaz a veces, paciente otras.
Hay que entender que el periodismo es independiente o no es. El periodismo al servicio de una institución, de un partido o de un gobierno es propaganda, no periodismo. El periodismo al servicio de una empresa es publicidad. Cuando se vende, un periodista deja de ser periodista.
El periodismo debe servir al público y solo al público.
Los dueños de los medios deberían asumir esta verdad incuestionable, si es que deciden trabajar en periodismo. Sus medios de comunicación nunca serán respetados, jamás gozarán de credibilidad, si el público detecta que los términos naturales de la ecuación periodística se han invertido, en beneficio de intereses políticos, empresariales o corporativos.
Hay que entender que del mismo modo en que no podemos aspirar a construir una democracia sólida sin el aporte de un periodismo plural e independiente, tampoco lograremos tener un deporte sólido si no se comprende el rol fundamental que un periodismo tiene en esa construcción colectiva.
El deporte uruguayo ha escrito páginas gloriosas que ustedes van a explicar mejor que yo y que hoy constituyen algunos de los mejores modelos que tiene para rescatar una sociedad que se está quedando sin espejos.
Para que podamos seguir escribiendo páginas que estén a la altura de aquellas, para que la gente las conozca y para que capte cuánto hay de ejemplar detrás de cada una de ellas, se necesita del trabajo de los investigadores y de los periodistas.
Ese es nuestro desafío.

19.7.11

Calles de Montevideo: Sobre héroes, peces y tumbas

Menta esquina Diamante. Pez espada esquina Lenguado. Tucán esquina Centauro. Apolo XI esquina Sputnik I.
Sí, aunque pocos las conozcan, esas son esquinas de Montevideo. Porque a pesar de su incontenible tendencia a nutrirse de nombres de políticos, doctores y militares, el nomenclátor montevideano todavía tiene un lugarcito para las sorpresas y hasta para el buen gusto.
En las calles de Montevideo, Don Quijote se une a Dulcinea. Estados Unidos se cruza pacíficamente con Cuba, Las Artes se encuentran con Las Ciencias, y Bolivia tiene una amplia salida al mar.
Los que creen que en la capital uruguaya es todo Doctor Mengano esquina General Zutano, deberían visitar Santa Catalina, un barrio donde las calles llevan nombres de peces y flores. Si el lector se decide, puede parar un taxi y decirle al taxista: “Pez Espada esquina Lenguado”. Y el coche lo dejará justo allí.
En Santa Catalina están las calles Roncadera, Lisa y Mochuelo. También Clavel, Dalia, Margarita, Rosas y Pensamiento.
Hay otros barrios con nomenclátor atípico. En Punta de Rieles están las constelaciones y los signos del horóscopo: Osa Mayor es paralela a Osa Menor, Capricornio se cruza con Géminis. Hay una avenida de los Astros y otra del Zodíaco.
En Peñarol, la ciudad rinde tributo a científicos e inventores: Newton, Pasteur, Fulton, Marconi, Watt, Volta. En Colón están la Pinta, la Niña y la Santa María que –paradojalmente-comparten el barrio con Sputnik I y Apolo XI.
En el llamado Barrio Gori las calles son aves, con la particularidad de que los nombres incluyen el nombre y el sustantivo: El Benteveo, El Chingolo, El Churrinche, etc.

***

De todos modos, y en general, hay que lamentar el desorden y la poca imaginación que reinan en la nomenclatura capitalina.
No es fácil saber por qué, con tantas calles sin bautizar y otras muchas con nombres repetidos, las autoridades municipales han insistido tanto en cambiar las denominaciones tradicionales de la ciudad.
En Montevideo hay dos calles Ruben Darío. Dos Bernabé Michelena. Dos Elías Regules. Dos República Argentina. Dos Melo. Dos Tauro. Dos Perseverancia. Dos Las Violetas, además de otra Violeta. Hay una calle Perú y una rambla República del Perú. Lo mismo pasa con México.
Aunque en la capital uruguaya falta una Avenida del Perro, dedicada al mejor amigo del hombre, hay en cambio tres calles que homenajean a un mismo y diminuto animal: la calle Colibrí, la calle Picaflor y la calle Mainumbí, que no quiere decir otra cosa que picaflor en guaraní.
Eso no es nada. En la última edición de la guía telefónica figuran cuatro calles Espacio libre, tres Pública, seis Servidumbre, cinco Servidumbre de paso y cinco Abrevadero. Y hay decenas de calles denominadas Oficial.
Además de las repeticiones ya anotadas, en Montevideo hay calle Ceibo, otra Ceibos, otra Ceibal y otra Flor del Ceibo. Hay una calle Calaguala y otra Calaguada, pero ambas refieren a un mismo arroyo de Lavalleja. Volteadores y Voltígeros rinden tributo a un mismo batallón oriental que luchó en Monte Caseros y que se conocía indistintamente con un nombre u otro. También las calles Presidente Oribe y Manuel Oribe aluden al mismo prócer.
Curiosamente, hay dos calles que homenajean a Lorenzo Batlle pero ninguna lleva su nombre completo: una se denomina General Batlle y la otra Presidente Batlle.
Pese a tantas repeticiones, es notoria la tendencia a rebautizar calles, preferentemente con nombres de políticos o allegados a la política: en 1960 había tres calles con el apellido Batlle. Hoy hay ocho.

***

 Hay calles que conservan nombres tradicionales, incluso centenarios. La calle Figurita se llama así por un antiguo almacén con ese nombre que había en el lugar. Pero la mayoría de los nombres han sido elegidos con el correr de los años para homenajear a distintas figuras o sucesos.
Así, por ejemplo, pese a que los primeros pobladores de Montevideo consideraron enemigos a los charrúas, hoy la ciudad rinde tributo a muchos de ellos, como Abayubá, Anagualpo, Cabarí, Caracé, Senaqué, Tabobá, Tacuabé, Terú, Vaimaca, Yamandú, Yandinoca y Zapicán.
Hay muchas otras calles dedicadas a celebrar a los primitivos habitantes del país: Arachanes, Bohanes, Chaná, Guenoas, Indígenas y Minuanes son solo algunos pocos ejemplos.
En este rubro habría que incluir también a la calle Urambia, aunque quién sabe. En su Nomenclatura de Montevideo de 1977, Alfredo Castellanos dice que su nombre se debe a un personaje de la obra Los Charrúas del escritor Pedro Benavente. Pero en la edición anterior de su obra, en 1960, el propio Benavente sostenía que el nombre era un homenaje a una ¡localidad de Tanganika!
El criterio para homenajear a veces es curioso. Prácticamente no hay una ciudad de Francia que no tenga una calle en Montevideo: Amiens, Biarritz, Burdeos, Cannes, Ciudad de París, Deauville, Havre, Lyon, Marsella, Nancy, Nantes, Nimes, Niza, Orléans, Reims, Saint Gobain, Tolon y Versailles. (Uno se pregunta si en París habrá calles llamadas Fray Bentos, Paysandú, Pando y Solymar). También hay calles que recuerdan otros sitios de la geografía gala, como Alsacia, Marne, Sena o Somme. Y también está Lutecia, primitivo nombre de París. Además de una calle Francia y otra República Francesa.
En cambio no hay una calle Porto Alegre. En realidad hay pocas calles en honor a la geografía brasileña. Y de las que hay algunas contienen errores de ortografía, como la calle que recuerda al estado de Paraíba, que aquí fue rebautizado Parahiba.

***

Claro que en materia geográfica todavía no está dicha la última palabra. Todavía hay muchos países que no han ingresado al nomenclátor montevideano. Algunos de los últimos en hacerlo fueron incorporados en 1991 cuando alguien, en una decisión de evidente coherencia, bautizó las calles del pobrísimo barrio Casabó con nombres de pobrísimos países africanos: Gambia, Sierra Leona y Etiopía, entre otros.
No figuran todavía muchos otros países, como buena parte de los estados del Caribe. Existe sí una exótica esquina Islas Fidji y Nueva Guinea en el Cerro. Y también calles que recuerdan a países que ya no existen como Prusia o Checoeslovaquia.
Pero el caos de la nomenclatura montevideana no es mundial sino planetario. Es difícil explicar porqué todos los planetas tienen su calle y –para deshonra de los eventuales marcianos- Marte es el único que no.
Y más difícil aún decir porque hay dos calles Urano (y ninguna dedicada a a la Luna).
De todos modos, no hay que ir tan lejos en el universo para encontrar lo inexplicable en el nomenclátor capitalino.
Por ejemplo, nadie hasta ahora ha sabido esclarecer el origen del nombre de la calle Chon. Y lo mismo pasa con la misteriosa Humachirí. Los estudiosos tampoco han encontrado una razón para que una calle lleve un nombre tan triste como Castigo. Pero allí está.
En guaraní
Si hablamos de lo inexplicable, habría que decir que en Montevideo hay muchas calles bautizadas a medias.
Hay una calle dedicada al arco iris, llamada apenas Iris, como si alguien pudiera adivinar la mitad que falta.
Hay calles llamadas solo por el apellido, como la calle Sánchez que nadie sabe a qué Sánchez celebra. Por el contrario hay calles con nombre pero sin apellido, como Andrés y Margarita, en Colón. Lo mismo le pasa a la calle Robinson, que recuerda a Robinson Crusoe aunque nadie puede advertirlo debido a que le falta el apellido, que debe haber naufragado en alguna oscura isla de la burocracia departamental.
Hay cosas, en cambio, que parecen no tener explicación y la tienen. La calle ¡Hopa hopa! recuerda una poesía del Viejo Pancho. La calle Miní refiere al antiguo nombre en portugués de la laguna Merín. Y Bobi –explica Castellanos- es una calle que rinde homenaje a un poblado paraguayo.
Justamente, en Montevideo hay una gran cantidad de calles con nombre guaraní. Algunas reproducen nombres de la geografía uruguaya, como Buricayupí (cerro de Paysandú) o Bolacúa (arroyo de Artigas). Otras son localidades paraguayas, como Caacupé o Carapeguá. Y el resto refiere a personas, animales, vegetales y sucesos varios, como Caiguá o Mandiyú.
Para la mayoría de los habitantes de la ciudad estas calles tiene un significado misterioso y desconocido. Difícilmente los vecinos de Comandiyú sepan que así se llamó un indio guaraní que siguió a Rivera.
Más difícil es que alguien imagina el significado del nombre de la calles de Sayago que se llama Tangarupá que –cuenta Castellanos- en guaraní quiere decir “lecho o cama de una mujer vulgar”.

***

Hay calles que parece decirnos una cosa pero quieren decir otra. Apóstoles recuerda a un pueblo misionero donde Andresito venció a los portugueses. Y Mahoma no tiene que ver con el profeta sino con una deformación del nombre Ohonas, una tribu india del Paraguay.
Hay infinidad de otros ejemplos: la calle Arquímedes recuerda un banco de arena del Río de la Plata. Y El Aguacero no rinde tributo a ese fenómeno meteorológico tan frecuente en la ciudad, sino a un periódico que existió en el siglo pasado.
Es que las cosas propias de la ciudad están, en general, ausentes de su nomenclátor.
No hay calles en Montevideo que recuerden a sus trabajadores: no hay avenidas del Almacenero, del Farmacéutico, de Psicólogo o del Albañil (en Durazno sí la hay). En cambio hay varias calles que recuerdan oficios rurales nada propios de la selva de cemento, como las calles del Guasquero, del Labrador y del Sembrador. Y los caminos llamados del Alambrador, del Tropero y del Esquilador.
Hasta el fútbol, primera pasión ciudadana, tiene una presencia modesta. Existen las calles Amsterdam, Colombes, Maracaná, José Nasazzi, José Piendibene y Carlos Solé, pero no muchas más. Hay una calle Spencer, pero no recuerda a Alberto, sino a un filósofo y sociólogo inglés que nació en 1820 y murió en 1903. Y la calle Gambetta no refiere a Schubert Gambetta, el Mono, sino a León Gambetta, un abogado y político francés que vivió entre 1838 y 1882.
¿Por qué León Gambetta tiene una calle en Montevideo? Vaya uno a saber. En las calles, llenas de nombres y apellidos, hay homenajes justos y otros injustos. Pero a muchos de ellos se los ha devorado el tiempo.
¿Quién recuerda que Goes era el apellido de dos hermanos portugueses que llevaron siete vacas y un toro desde Brasil a Paraguay, posibilitando que luego Hernandarias trajera aquí el ganado? ¿Quién conoce que la calle Jenner celebra al inventor de la vacuna antivariólica? ¿Y la calle Ehrlich al Premio Nobel de Medicina de 1908?
Hay en cambio algunas calles con nombres que no necesitan expliación. Como las calles Mediodía o Firmamento. O como Honor, Igualdad y Justicia. Y como Piratas, una insólita calle que –anota Castellanos- existe “en recuerdo de los numerosos piratas ingleses, franceses, daneses, etc. que desde antes de la fundación de Montevideo vinieron a nuestras costas atraídos por la fabulosa riqueza ganadera”.
Justamente estas calles tiene el tipo de nombre que los ediles siempre eligen eliminar, cuando se les ocurre incorporar un nuevo nombre y apellido a la nomenclatura ciudadana. Así se fueron, desde 1960 a la fecha, las calles Médanos, Pampas, Puma, Caridad, Constancia y Horizonte.
En ese lapso, a cambio de un puñado de fechas, nombres y apellidos, Montevideo perdió su Combate y cerró su Industria.
Eliminó su Paraíso y su Porvenir. Borró incluso la Armonía, la Fe y la Esperanza.
Pérdidas demasiado grandes para una ganancia que rápido será devorada por el tiempo.

Publicada en el suplemento Qué Pasa del diario El País el 9 de setiembre de 2000. Incluida en el libro Historias Uruguayas

16.6.11

"Milicos y tupas": críticas en la prensa

Críticas recibidas por "Milicos y tupas":

Guillermo Zapiola en El País:

Crítica del semanario Brecha a cargo del periodista Salvador Neves (reproducida con autorización):

Milicos y tupas. Semanario Brecha. Salvador Neves


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Surda (Suecia):

Otros trabajos periodísticos sobre Milicos y Tupas en prensa, radio, televisión e internet:
http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2011/05/milicos-y-tupas-entrevistas-resenas-y.html


Dedicando ejemplares tras una conferencia
organizada por la librería de Punta Shopping.



14.6.11

Engler desmiente a La República: "Yo no dije que eras deshonesto. Yo no dije que el libro es un mamarracho".

Respecto a la nota publicada ayer por el diario La República sobre el libro Milicos y tupas con el título de "Engler: es deshonesto el libro de Haberkorn" he recibido el siguiente mensaje del doctor Henry Engler:

"Leonardo: Sobre los titulares de La República: Yo no dije que eras un deshonesto. Yo no dije que el libro es un mamarracho. Yo escribí que no iba a opinar sobre el libro porque lo leí rápido una sola vez y no suelo opinar a la ligera. Mamarracho deshonesto es lo que algunos pseudoperiodistas hicieron de rearmar textos que están en el libro para que parezca como que yo sabía que los presos torturaban. Ahora que desmiento eso aparecen titulares traídos de los pelos donde otra vez se me hace decir cosas que no dije! No es esto una ambiente enfermo? Obviamente no se puede opinar en el Uruguay de hoy, ni siquiera desmentir cosas sin que se deforme el contenido!
 Henry Engler"

Engler Milicos y tupas, deshonesto, libro, Haberkorn

Engler envió también un desmentido que se publicó en La República el 23 de junio, en pequeño tamaño, en una página interior:
http://www.larepublica.com.uy/editorial/459110-tiene-la-palabra-telefono-2487-9546-fax-2487-3824

13.6.11

Respuesta a Caballero y a Liscano

1
El señor Caballero, secretario de Fernández Huidobro, arremete contra Milicos y tupas por segunda vez desde La República. Su artículo se titula “Los insultos de Haberkorn 2”.
Ahora básicamente me achaca dos cosas.
La primera es no poner el nombre del teniente V., quien según relatan varios de mis entrevistados mató al tupamaro Nelson Berreta cuando intentaba fugar, y poco tiempo después hizo lo mismo con el amante de su mujer.
Un reclamo similar me hizo el escritor Carlos Liscano en un mail privado que decidió hacer público y terminó en las páginas de… El Bocón.
De un modo más directo uno (Caballero) y más sinuoso el otro (Liscano), ambos dan a entender que yo protejo al teniente V.
“Haberkorn mantiene oculto el apellido de este doble asesino, lo protege como Agosto y se hace cómplice del pacto de silencio que impide a la Justicia avanzar en el esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura cívico-militar”, escribió Caballero.
El secretario de Fernández Huidobro, en su desesperado afán por desacreditar el libro, se equivoca. Es imposible decir con un mínimo de honestidad que el libro sea “cómplice” de cualquier pacto de silencio.
La principal (y obvia) razón por la que no pude nombrar en el libro el apellido completo del teniente V. es porque dos de mis entrevistados no lo dijeron: uno no quiso nombrarlo (y yo no pude obligarlo; soy periodista, no torturador) y otro no lo recordaba.
Dudé si eliminar la historia, pero opté por mantenerla sin el nombre del teniente.
Milicos y tupas - respuesta a Roberto Caballero y Carlos LiscanoPero ahora que otros han llamado al teniente por su apellido, ya no tengo ningún problema en citarlo.
Caballero escribe en La República: “El apellido del teniente, según me han informado, era Velazco”.
Liscano, en El Bocón, es más preciso: “Velasco (lo escribe con s) le disparó a Fructuoso con una Thompson 45. No le dio en la pierna, como dice el mentiroso de Agosto. A nosotros nos hicieron levantar a las seis de la mañana en La Paloma para decirnos que lo habían matado de un tiro en el omóplato. Es decir, el gordo Velasco tiró a matar contra un hombre que ni siquiera podía correr porque estaba esposado en la espalda. Fructuoso quería que lo mataran. Velasco, su compañero de escuela, le hizo el favor”.
Como se ve, no tengo ningún inconveniente en nombrar al teniente Velasco o Velazco una vez que una fuente se hace cargo.
Es más: a partir de la próxima edición de Milicos y tupas, la quinta, incluiré las citas de Caballero y de Liscano con el nombre completo del teniente Velasco o Velazco en las páginas donde se alude al caso.
Ahora la información quedará completa. Mucho más completa de lo que nunca estuvo. Porque -aunque Caballero y Liscano omitan decirlo- nunca nadie antes publicó tanta información sobre los casos que involucraron al teniente Velasco o Velazco.
Lejos de favorecer cualquier pacto de silencio, Milicos y tupas aporta al respecto nuevos y categóricos testimonios de testigos directos. El libro es lo contrario a lo que pregona el secretario de Fernández Huidobro en su desesperado intento por desacreditarlo.
“Esta es una virtud del libro: Leonardo recoge testimonios, pero testimonios de actores que por lo general no hablan, no dan testimonio. Hay pactos de silencio respecto a acontecimientos absolutamente claves que no involucran solo a los 'combatientes', con grandes comillas, sino que involucraron a la sociedad toda. Pero, sin embargo, los 'combatientes' no hablan. Este pacto de silencio, al menos parcialmente, es roto por alguno de los protagonistas. Y esto es importante. Es muy importante”.

2
Caballero y Liscano confunden al público en otro punto. Ambos omiten decirle a los lectores de La República y El Bocón que hay muchas otras personas que no son nombradas en el libro, no solo el teniente Velasco o Velazco.
Muchos no son militares, sino que por el contrario son tupamaros. No son nombrados, en algunos casos, porque mis entrevistados no quisieron o no pudieron hacerlo, como ya dije. En otros casos por no haber podido ser ubicados para que dieran su versión de la historia.
En cambio, tuve un criterio más flexible con gente que hizo cosas corajudas, admirables, valientes. Nombro, a pesar de no haberla podido ubicar, a una señora tupamara llamada Cristina Arnábal, que hizo frente a los militares cuando torturaban al contador León Buka. Nombro al teniente Ronchera, ya fallecido, que es recordado por nunca haber torturado ni abusado de nadie dentro del cuartel. Y así a muchos otros. Traté de nombrar a los que de un lado y del otro tuvieron actitudes valerosas, íntegras, virtuosas.
“En el libro hay, sobre todo, muchos relatos de humanidad inesperada”, dice la crítica que Brecha le dedicó al libro, escrita por el periodista Salvador Neves.
Agrega: “Esas memorias faltaban para que el relato de nuestro pasado reciente vaya dejando de ser cantar de gesta y empiece a ser historia”.
Guillermo Zapiola en El País anotó: “la revisión de la historia reciente parece haber salido, definitivamente, de la infantil etapa de la ‘literatura de las virtudes’ o el mero denuesto, para tratar de entender lo que pasó realmente y ayudar a pensar”.
Eso es lo que, con mayor o menor acierto, procuré hacer.
Relatos en blanco y negro, historias sin grises ni matices, cuentos de hadas, denuestos, cantares de gesta, teorías de uno o dos demonios, chapoteos en el barro, escritos llenos de manija, odio, rencor, cálculos y medias verdades, ya hay suficientes. 
Y siempre hay un pasquín dispuesto a publicar uno más.

3
Caballero llega al ridículo al afirmar que “Haberkorn también defiende al Goyo Álvarez”.
El ex dictador está preso y yo me alegro de que así sea. Ya fue condenado por 37 casos de homicidios especialmente agravados.
Además, también enfrenta un procesamiento por el homicidio del tupamaro Roberto Luzardo. Lo acusan de haber ordenado que no se le brindara asistencia médica en el Hospital Militar.
Resulta que uno de mis entrevistados, el contador Carlos Koncke, una persona que habla dando la cara, poniendo su nombre y apellido, que estuvo allí internado y que pagó su adhesión al MLN con la cárcel y la tortura, me declaró que él vio como Luzardo sí era atendido en ese hospital.
¿Qué tenía yo que hacer como periodista? En base al rechazo y la aversión que me provoca el Goyo Álvarez (y estoy seguro de que Koncke comparte el sentimiento) ¿tenía que borrar esa parte del testimonio? ¿Tenía que mentir? ¿Pretende Caballero que publique o oculte las cosas que me declaran, según me caigan simpáticas o antipáticas?
No, Caballero. El buen periodismo tiene otros códigos. No se cambia lo que declaran los entrevistados. No se clasifican las verdades. No se edifican castillos de arena contando lo que conviene y enterrando lo que no.
No soy secretario de nadie. No tengo que atenerme a verdades oficiales. No le debo lealtad a ninguna leyenda rosa.  

4
Caballero cita en mi contra una carta del tupamaro Juan Pedro Montero, que vive en España.
Es una carta muy curiosa: por un lado Montero se muestra enojado por el libro pero admite que no lo leyó y que solo lo comenta de oídas (lo cual ya lo dice todo). Aduce que yo debí intentar contactarlo en España, pero yo sí le escribí un mail en 2009, del cual conservo copia disponible para cualquier interesado. Fue Montero quien prefirió no responderme. Si lo hubiera hecho, su testimonio estaría hoy en Milicos y tupas.
Por lo demás, Montero confirma en su carta los puntos básicos que relata el libro respecto a las cosas que ocurrieron en el cuartel de La Paloma durante la tregua entre militares y tupamaros.
En su primer artículo contra mi libro (Los insultos de Haberkorn 1), Caballero señalaba que era una “infamia”, una “mentira rastrera”, una “basura”, una “inmundicia”, una “cloaca”, una “calumnia”, una “canallada” y una “bazofia literaria” sostener que hubo tupamaros que torturaron junto con los militares.
¡Ahora cita la carta de Montero que precisamente confirma que esa dura realidad sí existió!
Montero escribe: “Entre los centenares de prisioneros torturados presuntos integrantes o colaboradores del MLN (T), sólo un reducido grupo —menor a cinco personas— participaron en ese juego maléfico de colaboración para la tortura”.
Es lo mismo que dice el libro. Hubo tupamaros que torturaron. El libro nunca dice que fueran la mayoría ni mucho menos. Yo siempre pensé en un par de casos. Montero lleva ahora la cifra a cinco.
Lo que resta ahora es que Caballero explique cómo, en los días que transcurrieron entre “Los insultos de Haberkorn 1” y “Los insultos de Haberkorn 2”, lo que era una “infamia”, una “mentira rastrera”, una “basura”, una “inmundicia”, una “cloaca”, una “calumnia”, una “canallada” y una “bazofia literaria”, pasó a ser una realidad.
Quizás lo aclare en “Los insultos de Haberkorn 3”.
Yo ya no le responderé.
Punto final.

6.6.11

Los libros que no le gustan a Fernández Huidobro

Lo que sigue es un fragmento de la entrevista que me realizó el diario El País a propósito de Milicos y tupas. La pregunta de la periodista Magdalena Herrera refiere a las críticas que Fernández Huidobro y su colaborador Roberto Caballero le realizaron al libro a través de La República y Montevideo.com:

-Roberto Caballero y Eleuterio Fernández Huidobro descalificaron por completo su libro diciendo que es "una mentira tan flagrante que cae sola", entre otras cosas. Más allá de las conclusiones, que las sacará cada lector, ¿por qué cree que Milicos y Tupas despierta tanto enojo de parte de personas de mucho peso en lo que fue el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, y que hoy integran el MPP?

-Caballero es un colaborador de Fernández Huidobro, así que no se trata de dos críticas sino de la misma. El primero que salió a descalificar fue Caballero y le aclaré que no es conmigo con quien tiene que discutir, sino con las personas que dan su testimonio en mi libro, gente seria e intachable. Luego apareció Fernández Huidobro en persona. Dice que no leyó el libro pero se permite criticarlo, lo que de por sí ya habla de la seriedad de sus cuestionamientos. Pero está claro que exhibir ese tipo de debilidad lógica no le preocupa. Lo que a Fernández Huidobro le interesa es enchastrar la cancha, y cuanto más mejor, para que el público no lea el libro, para descalificarlo a priori. Dice que no soy un periodista serio, pero hace unas semanas el diario que ahora dirige me ofreció ser su secretario de redacción. Por suerte hay testigos de la reunión. Dice que el libro es una "basura" porque solo consulté a tres personas y miente. Las personas consultadas son decenas. Sobre el caso de algunos tupamaros que torturaron junto a los militares, a los detenidos por presuntos delitos económicos, le pregunté a Henry Engler, que sí estuvo en el cuartel de La Paloma y no como Fernández Huidobro, que habla sin haber estado, sin haber leído, sin ningún fundamento. ¿Por qué oculta ese dato a sus lectores? Pero no me sorprende. Eso es lo que siempre hace. Ese es su modus operandi: atacar con la máxima prepotencia, no importa cuán grande sea el disparate. Cuando el periodista Federico Leicht publicó su libro Cero a la izquierda, una biografía de Jorge Zabalza, Fernández Huidobro afirmó, con gran bajeza, que Leicht era un "policía en actividad" y que la obra era "un libro de la Policía". Cuando el periodista Alfredo García publicó Pepe Coloquios lo acusó, sin pudor, de ser una "víbora" y "un viejo tramposo conocido". Ahora simplemente me tocó a mí. Cada vez que aparece un libro que lo incomoda actúa igual. Que la gente saque sus propias conclusiones.


31.5.11

Sin insultar a nadie

La República me dedicó una nota hace unos días. La firma un tal Roberto Caballero, quien solo se identifica como integrante de la CAP-L y a quien, según me dicen, se lo conoce por haber sido o ser secretario de Eleuterio Fernández Huidobro.
En menos de una carilla de texto, Caballero califica a mi libro Milicos y tupas como “infamia”, “mentira rastrera”, “basura”, “inmundicia”, “cloaca”, “calumnia”, “canallada” y “bazofia literaria”.
Además, y por si la idea no quedó del todo clara, el texto es ilustrado con un contenedor de basura de aspecto pestilente del cual emergen varias letras, destacándose por sobre todas ellas las iniciales LH.
El artículo debería titularse “Insultando a Haberkorn”, pero en un curioso modo de invertir las cosas lleva el paradojal título de “Los insultos de Haberkorn”.
Para responder no descenderé a los abismos desde donde laboran el secretario y el ignoto ilustrador. Tampoco me permitiré el comentario obvio respecto al curioso caso de quienes olfatean “cloacas” y basurales desde las páginas de La República.
Simplemente diré una cosa:
A Caballero le molesta que en Milicos y Tupas se cuente que en 1972, en el cuartel de La Paloma, algunos tupamaros torturaron junto a los militares a civiles detenidos por presuntos delitos económicos.
Pero yo no dije nada al respecto. Quien narró que hubo tupamaros torturadores no fue Leonardo Haberkorn. Quienes lo hicieron son varios ex tupamaros, gente intachable, seria, confiable, personas que pagaron con la cárcel y la tortura su adhesión al MLN y que hoy no tienen ninguna razón para mentir. Personas que, para tranquilidad de Caballero, siguen teniendo ideales de izquierda. Personas que se permiten decir lo que saben y piensan con libertad, quizás porque no son secretarios de nadie.
Todos los que han leído el libro, que ya son miles, saben que esto es así. También pueden atestiguar que en Milicos y tupas éste es un tema colateral y que al respecto se citan otros libros anteriores, que tuvieron menos repercusión, pero en los cuales también existen testimonios adicionales en idéntico sentido.
Una última cosa. Para Milicos y tupas tuve la suerte de mantener una larga entrevista con Henry Engler, uno de los ex integrantes de la dirección del MLN y persona tan representativa del movimiento tupamaro como el jefe del señor Caballero.
A Engler le realicé todas las preguntas que correspondían. Y aunque en un único punto eligió mantener silencio, por lo general sus respuestas me resultaron inteligentes y sinceras.
A diferencia de Caballero, Henry Engler sí estuvo preso en el cuartel de Artillería de La Paloma, donde transcurren los acontecimientos narrados en Milicos y Tupas. Cuando habla, no repite lo que otros le dijeron, sino que habla de lo que vivió en carne propia.
Le dije a Engler que tenía testimonios de tupamaros que contaban que otros tupamaros habían torturado. Me respondió:
-Es espantoso, espantoso. Inadmisible. El MLN siempre descartó la tortura. Eso fue una deformación. El Che Guevara siempre decía: “hay que endurecerse sin perder la ternura”.
Quizás Caballero se salteó esa página.
Es la 187.

Para conocer la opinión de Gerardo Caetano sobre Milicos y tupas: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2011/05/gerardo-caetano-milicos-y-tupas-rompe.html

Para leer la crítica del semanario Brecha al libro:
https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=sites&srcid=ZGVmYXVsdGRvbWFpbnxtaWxpY29zeXR1cGFzZW5icmVjaGF8Z3g6NDExMmI2NzMyODgzZmJiZA&pli=1

Para leer la crítica de Guillermo Zapiola en El País:

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