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16.11.10

Cuarenta años en el desierto celeste

Uruguay versus Ghana en Sudáfrica 2010. La atajada de Luis Súarez

Mi primer recuerdo de la selección es la semifinal contra Brasil en México ’70. Cuando Uruguay abrió el tanteador en aquel partido, los vecinos irrumpieron en mi casa a los gritos. Los recuerdo riendo, eufóricos, abrazándose con mis padres. Yo tenía seis años y al parecer Uruguay iba rumbo a ser campeón del mundo. Al final, perdimos 3 a 1.
También tengo en la memoria el partido por el tercer puesto contra Alemania, las diez veces que Uruguay estuvo a punto de hacer un gol y la derrota final por 1 a 0. Esa vez los vecinos no vinieron y no hubo fiesta para celebrar que salimos cuartos. Incluso los jugadores de la selección renegaron de lo conseguido: “Éramos así, si no salíamos campeones no significaba nada”, explicó muchos años después Ildo Maneiro (1). Aquel honroso cuarto lugar fue asumido con una vergonzosa derrota.
Para Alemania 74 la mentalidad del todo o nada seguía vigente. Y yo, que tenía diez años, me ilusioné con el todo. Si la selección tan criticada de México 70 había logrado salir cuarta, no sería tan difícil ser campeón. Ahora, además, teníamos a Fernando Morena.
A esa edad yo desconocía los pormenores. El DT que había clasificado a Uruguay al Mundial, Hugo Bagnulo, había sido cambiado por otro, Roberto Porta, muy promovido por un grupo de periodistas. La selección también había sido modificada en forma radical bajo presión de los mismos cronistas deportivos.
Yo desconocía todos esos tejes y manejes, y me senté ilusionado frente al televisor blanco y negro. El baile que nos dio Holanda fue un golpe terrible. Si no hubiera sido por Mazurkiewicz aquel 2 a 0 hubiera sido una goleada catastrófica.
El segundo partido, contra Bulgaria, lo vi en lo de Igal, un compañero de la escuela, de Peñarol como yo. Alucinábamos esperando un gol de Morena. Lo hizo, pero el juez lo anuló. Empatamos 1 a 1. El tercer partido lo vi otra vez en casa. Suecia nos encajó un terrible 3 a 0 y chau mundial.
La decepción fue grande. Años después leería las siguientes declaraciones de Juan Masnik, integrante de aquella selección: “Faltando un mes para el mundial ese plantel fue destrozado. Al nuevo equipo lo hicieron los periodistas. Entró una confusión total por un lado y por otro un clima de confianza desmedida. Se realizó un operativo repatriación de jugadores sin ton ni son (…) Yo quedé injertado en una defensa fabricada de apuro (…) ¿Cómo podíamos rendir, cómo podíamos entendernos? ¡Si casi ni practicamos juntos! (…) A Morena, jugando arriba, le pasó algo parecido” (2).
El consuelo era saber que tendríamos revancha en la siguiente Copa del Mundo, que se jugaría en Argentina, donde seríamos casi locales. Fue entonces -tenía 14 años-, cuando me tocó descubrir que existía algo peor que quedar eliminado en la primera fase de un mundial. Porque ni siquiera logramos clasificar a pesar de que nos tocó disputar un cupo con Bolivia y Venezuela, que en aquellos años era mucho más débil que hoy. La clave estuvo en el partido en Caracas, que escuché desconsolado en una radio a transistores: nosotros apenas empatamos; en cambio Bolivia ganó. Ante el fracaso, el periodista más escuchado, Víctor Hugo Morales, desató una desmesurada campaña contra mi admirado Morena, responsabilizándolo de todo el fracaso, como si hubiera jugado él solo.
En aquel momento yo era solo un niño y no entendía que aquel ensañamiento de Morales, su crítica furibunda y tan tajante, era funcional a una dictadura que tenía prohibido hablar de todo, menos de eso. Hoy sí. Aquel era el circo que necesitaba el régimen. Meses después Víctor Hugo viajó a Buenos Aires a relatar el mundial ‘78 y se deshizo en elogios a los militares que organizaron esa copa manchada de sangre (3).
De la eliminatoria para España ’82 recuerdo el partido contra Perú en el Centenario. Faltando una hora para que empezara, mi madre me preguntó si quería ir.
Llegamos corriendo y con el partido a punto de comenzar. Las entradas estaban agotadas y las compramos a precio de oro a un revendedor. El estadio estaba repleto y solo conseguimos sentarnos en lo más alto de la Amsterdam. Desde allí vimos muy bien el baile que nos dio aquel equipo de Velásquez, Chumpitaz, Uribe y Oblitas. Tendrían que habernos ganado 2 a 0, pero faltando poco Victorino acomodó una pelota con la mano e hizo el gol uruguayo, que el árbitro tuvo la deferencia de validar. No se puede decir que fuera el gol de la honra. Esta vez no estaba Morena para echarle la culpa. Afuera de otro mundial.
Volvimos a la Copa del Mundo en México ’86 con la conducción de Omar Bienvenido Borrás, el primer director técnico que odié con toda el alma.
Estuve en el Centenario cuando clasificamos, en el partido decisivo contra Chile, cuando Venancio Ramos tomó un limón que alguien había tirado al campo de juego y lo estrelló contra la pelota cuando el chileno Aravena –que le pegaba con un cañón- remataba un tiro libre peligrosísimo en el final del partido. Si era gol, Chile iba a la Copa del Mundo. El limonazo movió la pelota y Aravena falló el remate. Así llegamos a México.
No teníamos mal cuadro –en la selección estaban Francescoli, el Polilla Da Silva, Alzamendi, Ruben Paz, Darío Pereira, Venancio y Zalazar- y otra vez nació la expectativa. El problema era Borrás. En la defensa, contra la opinión del Uruguay entero, se negaba a incluir a Darío Pereira, un crack con mayúsculas que triunfaba a tal punto en Brasil que allí querían nacionalizarlo. En su lugar, Borrás insistía en colocar a Eduardo Acevedo. Su otra infamia era dejar en el banco de suplentes a Ruben Paz, talentoso y goleador como pocos.
A pesar de que la selección ya llevaba más de una década de fracasos, yo seguía hinchando con pasión y no le perdonaba a Borrás su tozudez y negligencia.
El debut contra Alemania lo vi en lo de Felipe. Pusimos el televisor sin voz y a Kesman en la radio. Iban apenas cuatro minutos cuando un defensa alemán se equivocó y pasó mal la pelota. Alzamendi la tomó, pateó y la metió alta, junto al travesaño. Un golazo.
Poco después, Francescoli –que ya era una luminaria súper promocionada- enfiló solo contra el arco alemán, sin obstáculos a la vista, con el gol prácticamente hecho. Felipe y yo nos paramos a festejar. Justo entonces la imagen del televisor quedó congelada: Francescoli con la pelota dominada rumbo al gol. Por suerte estaba prendida la radio. Cuando el vozarrón de Kesman gritó goooool, nos abrazamos. Fueron unos segundos de felicidad. Pero luego volvió la imagen al televisor y el partido seguía 1 a 0, el gol no había sido. Había errado Enzo y había errado Kesman, los dos en forma inexplicable. En el resto del partido, no cruzamos casi la mitad de la cancha, defendiéndonos siempre. Ruben Paz no salió del banco de suplentes. Alemania nos empató faltando cinco minutos para el final.
En el segundo partido descubrí algo importante: había algo peor que no participar de la Copa del Mundo. Peor era estar allí y pasar vergüenza ante todo el planeta. Quedó claro cuando Dinamarca nos encajó un 6 a 1 histórico. En este partido Kesman se dio el gusto de relatar un gol verdadero de Francescoli, gracias a un penal inventado por el juez.
Para el tercer partido contra Escocia, yo no podía creer que Borrás mantuviera a Acevedo e insistiera en no poner a Ruben Paz. De camino al centro, en ómnibus, recuerdo pasar frente a la casa del técnico en Punta Gorda y mirarla con desconsuelo, como buscando en ella una pista que me permitiera entender por qué ese hombre se ensañaba tanto. Tiempo después, en el libro La crónica celeste de Luis Prats, leí que en aquellos días aciagos alguien entró en el hogar del técnico y destruyó su biblioteca. Juro que no fui yo.
El enfrentamiento con los escoceses marcó un nuevo hito celeste: José Batista fue echado a los 38 segundos por el árbitro francés Quiniou, debido a una patada que pegó en el mediocampo. Esa expulsión dio pié para que los periodistas deportivos abonaran su peregrina tesis de que en la FIFA hay un complot contra nosotros, argumento que hasta hoy perdura. Defendiéndonos los 89 minutos y 22 segundos restantes logramos empatar cero a cero y pasar a la segunda fase del mundial como uno de los “mejores terceros”. Sin duda no lo merecíamos, pero allí estábamos, en octavos de final contra la Argentina de Maradona.
Borrás, temeroso ante los rivales y ciego ante todas las evidencias, mantuvo a Acevedo en el equipo y a Ruben Paz en el banco. Yo pasaba en el ómnibus frente a su casa y tenía que contenerme para no bajar y prenderla fuego. (Repito: ¡yo no destruí la biblioteca!).
Fue, sin duda, un verdadero clásico. Recién en el minuto 41 Argentina pudo hacer el primer y único gol gracias a un notable “pase” que Acevedo le hizo al argentino Pasculli en el borde del área. No exagero, pueden verlo en Youtube. Faltando diez minutos para el final, cuando ya era mejor que no lo hiciera, Borrás claudicó: sacó a Acevedo y por primera vez en la Copa hizo entrar a Ruben Paz.
Ver esos últimos diez minutos fue lo peor de todo. Paz apilaba a los argentinos como postes, empequeñeciendo la figura de Maradona. El empate estuvo al caer y no llegó solo por falta de tiempo. Quedamos afuera de otro Mundial, con la terrible sensación de que todo pudo haber sido diferente.
Años después el célebre periodista argentino Juvenal escribió: “en los últimos diez minutos, cuando el técnico Omar Borrás se resolvió a poner a un gran jugador que mantenía hasta entonces escondido, Ruben Paz, casi se nos viene la noche” (4).
A Italia ’90 clasificamos gracias a un Ruben Sosa brillante en las eliminatorias. Teníamos un cuadrazo aún mejor que el de México ’86: Sosita, ahora sí Ruben Paz, otra vez Francescoli, Alzamendi, el Pato Aguilera, Sergio Martínez, Fonseca, todos integrantes del jet set futbolístico mundial. Pablo Bengoechea era suplente. En una gira de preparación empatamos 3 a 3 contra Alemania en Stuttgard, en un partido en el cual Ruben Pereira se mandó una doble pisada girando sobre la pelota que dejó al mundo con la boca abierta, y le ganamos 2 a 1 a Inglaterra en Wembley. Todos confiábamos mucho en nuestro nuevo DT, Oscar Tabárez. Ahora sí jugaban los mejores.
Yo ya era periodista. Trabajaba en la agencia Reuters, como corresponsal suplente en Montevideo. Se me había encomendado ver los partidos en la oficina y luego enviar al mundo un despacho con las repercusiones. Los festejos populares, por ejemplo.
Vi los cuatro juegos de Uruguay en ese Mundial, solo, en un apartamento de la calle Florida, rodeado de teletipos. En el debut actuamos en forma notable y avasallamos a los españoles, pero no pudimos hacer un gol. Tuvimos la gran oportunidad en un penal, pero Ruben Sosa lo tiró muy alto, afuera. No envié ningún cable porque no hubo festejos.
Con la esperanza intacta me senté a ver el segundo partido, contra Bélgica. Pero no jugamos ni la décima parte del encuentro anterior. Hace poco reviví en Youtube una escena de ese partido. Vamos perdiendo 2 a 0, pero los belgas juegan con diez porque ha sido expulsado Gerets. Ataca Uruguay. Medio a los tropezones la pelota llega al borde del área belga y le queda servida a Aguilera, quien en forma inexplicable patea un tirito muy débil e inofensivo. El golero belga ataja con facilidad y, con la mano, la da la pelota a un compañero, en el costado del campo de juego, cerca aún de su portería. El belga corre con el balón y elude al primer uruguayo que sale a marcarlo; luego, a la carrera, esquiva a otro y cruza la mitad de la cancha; un tercer uruguayo va a enfrentarlo, pero el belga lo deja parado como un poste; finalmente cruza la pelota al medio, donde un grandote llamado Ceulemans recibe el balón libre de todo obstáculo, corre unos metros sin oposición, patea y anota el tercero. Perdimos 3 a 1 gracias al gol de la honra que luego hizo Bengoechea. No envié ningún cable, porque no hubo festejos.
Comencé a dudar de esa selección a la que había apoyado tanto. Se publicaron en los diarios fotos que mostraban al contratista Paco Casal sentado en el banco de suplentes de Uruguay. ¿Con qué derecho? ¿Eso era una selección uruguaya o un tinglado montado para vender jugadores? ¿Tenía eso algo que ver con la poca convicción del equipo?
El tercer partido contra Corea del Sur fue terrible y solo se definió en el último segundo, con un gol de Fonseca en offside. Increíblemente, hubo festejos por 18 de Julio porque con ese triunfo Uruguay pasó a octavos de final, y yo tuve que escribir el tan postergado cable de repercusiones. Sentí que era deshonroso celebrar tan poca cosa.
Por desgracia, los octavos de final me dieron la razón: Italia nos venció por 2 a 0 sin que nosotros atacáramos una sola vez en todo el partido, sin que cruzáramos siquiera la mitad de la cancha, una de las exhibiciones más tristes y miedosas de cualquier selección en toda la historia de los mundiales.
Eso sí: cuando terminó el partido, el presidente de Juventus fue al vestuario uruguayo para charlar con Paco (5).
Tiempo después, el corresponsal titular de Reuters participó de una entrevista colectiva con Tabárez y pudo preguntarle qué había pasado con aquella selección de cracks que había empezado prometiendo un gran mundial y lo había terminado dando pena. El técnico respondió que el penal errado contra España había demolido psicológicamente a sus jugadores. Muchos periodistas deportivos, en cambio, tenían otra opinión: la selección de Tabárez había fracasado porque no pegaba patadas, se habían olvidado de la garra charrúa. Había que volver a las raíces, y si te echaban a los 38 segundos mala suerte.
¿Y la presencia de Casal en el banco de suplentes? Se lo pregunté mil veces a Bengoechea cuando escribí su biografía. Eso no tuvo ninguna importancia, me respondió siempre. Pero a partir de allí todo fue barranca abajo.
A Estados Unidos ‘94 no clasificamos, en una eliminatoria signada por el divorcio entre el técnico Cubilla y los “repatriados”, los futbolistas más renombrados, los que jugaban en el extranjero y eran representados por un Casal cada vez más poderoso.
En la Eliminatoria para Francia ’98 tuvimos tres técnicos (Héctor Núñez, Ahuntchain y Roque Máspoli). La selección terminó séptima entre nueve y otra vez quedamos afuera. Atesoro en mi archivo dos joyas de este período. La primera es una foto de Francescoli, el técnico Ahuntchain y otros dos seleccionados posando en una publicidad de un cementerio privado. La otra es la primera plana de un diario donde el Pichón Núñez, sufrido DT oriental, dice cuánto está dispuesto a dar por la Celeste: “Si me tengo que agrandar el esfínter para que la Selección gane, lo hago” (6).
Lamentablemente, no fue suficiente.
Pichón Núñez dispuesto a todo por la selección uruguaya















Disputamos la clasificación de la Copa del Mundo 2002 con una selección tercerizada. Gran parte del sueldo del técnico argentino Daniel Passarella lo pagaba la empresa Tenfield. Los jugadores discutían los premios con Paco y no con el presidente de la AUF. Los viáticos los repartía un funcionario de Tenfield que terminó en prisión. Dos de los pocos periodistas deportivos que no trabajaban a sueldo de la empresa fueron obligados a bajarse del charter de la selección. La decadencia era generalizada. Paolo Montero, el capitán, dijo en una entrevista: “En el fútbol robar no es pecado”. Eso explica que se consiguiera llegar al repechaje gracias un empate arreglado con la selección argentina, que fue despedida con aplausos en el aeropuerto (7). En cambio, cuando la selección de Australia llegó para jugar ese partido definitorio fue recibida en Carrasco por una patota que los escupió y les pegó. Yo sentí una infinita vergüenza, pero Darío Silva, integrante de esa selección, felicitó a los mafiosos. “Estuvieron bárbaro”, dijo (8). Cuando la Celeste tercerizada le ganó 1 a 0 a los australianos y por fin clasificó, alguien puso en el tablero electrónico del Centenario: “Gracias Paco”. Del mundial no puedo decir nada. Los partidos eran de madrugada y preferí seguir durmiendo.
En la eliminatoria 2006 fue todo más o menos como la del 2002, solo que esta vez los australianos ya nos conocían y nos dejaron afuera de la Copa. Asumí la noticia como un zombi del fútbol, anestesiado ante tanto espanto acumulado. No se trata de perder, porque todos los hinchas del mundo toleramos bien la derrota. Era mucho más que eso: muchos años de macanas, mentiras, promesas incumplidas, derrumbes psicológicos, operaciones de prensa, campeones de pacotilla, mucho miedo a perder y una corrupción cada día más evidente y escandalosa. Ese cóctel me había dejado insensible. Quería ser hincha como antes, pero ya no podía.
Enfermo de escepticismo agudo –y preguntándome si no sería crónico- comencé a ver a nuestra selección en Sudáfrica 2010. Cuando terminó el partido contra Francia pensé: otra vez, más de lo mismo.
Pero los tres goles contra Sudáfrica y el triunfo contra México aflojaron algo de parálisis emocional celeste. Se había triunfado en dos partidos seguidos, jugado sin miedo, con buenos goles, sin pegar patadas y sin protestarle al juez. Era evidente, además, que los dos cracks de esta selección –Forlán y Suárez- estaban jugando a la altura de sus antecedentes y más todavía. ¡Cuántos años hubo que esperar para eso!
El 2 a 1 contra los coreanos fue especial. Esta vez la victoria también fue dramática y sufrida hasta el último segundo, pero no trucha como la de 1990. El segundo gol de Suárez, además, fue un verdadero golazo. Había que pellizcarse, pero estábamos dando espectáculo. Puse la banderita en el auto.
El partido contra Ghana fue el guión que Hollywood necesitaba para hacer una película épica sobre fútbol. Sufrí cuando los ghaneses dominaban el partido, aplaudí el golazo de Forlán, sentí bronca cuando el juez inventó el último tiro libre, admiración por el esfuerzo desesperado de Suárez por evitar el segundo gol africano y desazón porque íbamos a perder de esa manera, con un penal injusto en el último segundo.
Estaba mirando el partido con mi esposa y mi hija. Mi mujer no quiso ver y se fue, llorando. Mi hija tampoco se quedó. Mientras Asamoah Gyan se preparaba para rematar, ella se encerró en su cuarto.
Quedé solo frente al televisor. La historia había desaparecido. Ya no estaban allí los fantasmas de Borrás, Francescoli, Cubilla, Recoba, Paolo Montero, por suerte no quedaba nada de ellos. Tampoco Paco, por ventura alejado de esta selección (ahora sí: gracias Paco). Solo estaban el ghanés, el golero uruguayo y el mundo entero pendiente del desenlace. Me di cuenta que, en 40 años, nunca había visto una selección uruguaya tan conmovedora, tan consciente de sus limitaciones, pero a la vez tan sacrificada, honesta y valiente. Ninguna otra en ese lapso había honrado así a ese deporte maravilloso que es el fútbol. No merecían perder. Miré fijo la pantalla y cuando la pelota se reventó contra el travesaño, salté, corrí, grité: ¡¡Lo erró!!! ¡¡¡Lo erró!!!
Estaba curado. El hincha había vuelto. Por fin. Forlán, Suárez, Egidio, el Ruso Pérez y los demás, con Tabárez, me habían sacado de encima una carga de 40 años.
Gracias. Muchas gracias.
Lo que vino después, aún con derrotas, jugando grandes partidos contra los mejores equipos del mundo y haciendo golazos, que grité y volvería a gritar, solo hizo más notable la tarea cumplida.
Es mentira lo que han repetido mil veces -y aún repiten- muchos periodistas deportivos: que solo los ganadores dejan su huella en la historia. Ignorantes, no saben de Van Gogh, ni de Wilson ni de Kennedy Toole. No conocen la historia de Artigas. Ni siquiera a la Naranja Mecánica de Cruyff.
La vida nunca es blanco o negro, todo o nada.
Y esa lección, la más importante, también la enseñaron estos muchachos.


(1) El Mundialazo del 70, reportaje de la periodista Magdalena Herrera, en El País, 28 de mayo de 2006.
(2) Juan Masnik, el Chueco de Oro. El Diario, 30 de agosto de 1978, citado en el libro Reyes, príncipes y escuderos, tomo 2, de Franklin Morales (Ediciones de la Plaza, 2006).
(3) Ver: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2010/11/argentina-78-por-victor-hugo-morales.html
(4) Juvenal, Fútbol en el alma (1997), citado por Franklin Morales en Reyes, príncipes y escuderos.
(5) Lo contó el propio Casal en el programa Verano caliente, en radio Carve, entrevistado por Mario Bardanca en enero de 1992. Citado en el libro Yo, Paco, del propio Bardanca (Editorial Sudamericana, 2007).
(6) La República, 20 de marzo de 1995.
(7) Yo, Paco, de Mario Bardanca (Editorial Sudamericana, 2007). Sobre este libro, ver: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2007/10/el-sexo-segn-paco-casal-en-una.html
(8) El Observador, 26 de noviembre de 2001.


Historias uruguayas, Leonardo Haberkorn
Reportaje de Leonardo Haberkorn incluido en el libro Historias uruguayas.
Fue publicado en la edición de agosto de 2010 de la revista Bla.

8.5.10

Pelar hasta los tomates

En Uruguay se usan pesticidas prohibidos en otros países. Se tolera que los vegetales tengan cantidades de residuos de plaguicidas que son ilegales en Europa. Hay agricultores que usan los agrotóxicos a ojo. La información se le oculta al consumidor. La solución: lavar y pelar todo. Hasta los tomates.

Un durazno maduro, jugoso, dulce y aromático. Todos los sentidos invitan a morderlo con entusiasmo y sin cuidado. Pero sobre su suave piel –imposibles de detectar para nuestros sentidos- pueden existir residuos de uno, dos, tres, cinco o más pesticidas diferentes, en concentraciones a veces dañinas para la salud.
Salvo una producción agrícola orgánica marginal, la inmensa mayoría de las frutas y hortalizas que se consumen en Uruguay se cultivan con la ayuda de un extenso arsenal de agentes químicos que matan todo tipo de plagas.
Están los insecticidas, los hormiguicidas, los herbicidas (que matan los yuyos), los fungicidas (eliminan los hongos), los acaricidas (acaban con los ácaros) y los coadyuvantes (que potencian la acción de los anteriores). Todos ellos son usados por nuestros agricultores en forma creciente. Las estadísticas oficiales del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca muestran que las importaciones de pesticidas crecen año a año. En 2003 fueron 7,6 millones de kilos. En 2009 casi el doble: 13,7 millones de kilos. Muchas veces se utilizan, por ejemplo, varios fungicidas en un mismo cultivo. En el laboratorio de Bromatología de la Intendencia –según relató uno de sus técnicos- se han encontrado frutas con restos de hasta nueve productos químicos diferentes. En Europa, con mejores equipos, han llegado a detectar hasta 29 pesticidas distintos en un mismo vegetal, que uno come sin sospecharlo siquiera.
Estos agroquímicos tienen un efecto positivo obvio: eliminan plagas que podrían reducir nuestras cosechas a cero y sumirnos en el hambre. Pero también poseen un lado muy peligroso: son sustancias sintéticas creadas para eliminar la vida en alguna de sus formas y todas, según su concentración y modo de aplicación, pueden ser muy peligrosas para la salud humana. “Está demostrado que los pesticidas quedan sobre los productos y que todos ellos afectan la salud. Todos son sustancias biocidas, así que de un modo u otro afectan al ser humano. Por eso se trata de que las concentraciones que nos llegan sean tan bajas que no nos afecten”, explicó el ingeniero agrónomo y profesor de fitopatología Pedro Mondino.
Con ese objetivo, en todo el mundo, en especial en Europa y Estados Unidos, se han sancionado leyes y normas tendientes a que estos productos sean usados de modo de no poner en peligro la salud de los consumidores.
En el mundo desarrollado, estos reglamentos van perfeccionándose conforme la ciencia conoce más sobre los efectos de los agroquímicos, y cada año se van haciendo más estrictos. La prensa, las ONGs y la opinión pública presionan para que estos reglamentos se respeten y se actualicen. En Estados Unidos, las intoxicaciones involuntarias con pesticidas organofosforados cayeron 70% entre 1994 y 2004.
¿Y en Uruguay?
Acorde con la cultura del secreto que reina en tantos ámbitos en Uruguay, los consumidores saben poco y nada sobre este tema. Nadie les informa. Van al puesto del barrio o al supermercado. Compran. Pagan. Comen. No hacen preguntas y, salvo honrosas excepciones, nadie les da la información necesaria como para empezar a preguntar.

Etiquetas sin información
Cuando un agricultor en Estados Unidos compra un pesticida, éste viene acompañado de una etiqueta que más bien es un librillo. Allí se indica la cantidad del químico que se necesita aplicar según la plaga, el cultivo y la época del año. También el modo de uso y un dato fundamental: el tiempo que hay que esperar entre la última aplicación y la cosecha, para que cuando una persona coma ese vegetal los restos del agroquímico ya hayan desaparecido. Este tiempo también varía según el vegetal.
“Es totalmente diferente el tiempo que demora en degradarse un producto sobre un pelón, que tiene una superficie lisa y sin pelos, que sobre un durazno o una acelga”, explicó el fitopatólogo Mondino. “La degradación del plaguicida depende del vegetal donde se aplique”.
La etiqueta-librillo que acompaña a cada pesticida en Estados Unidos advierte, además, que no respetar las indicaciones allí expuestas supone violar la ley federal.
En Uruguay, en cambio, los pesticidas vienen con etiquetas que ciertamente no son un librillo. La información es mucho más exigua. Los laboratorios solo registran ante el MGAP sus productos para usarlos en los cultivos principales y no para el resto. Entonces, sus etiquetas se limitan a relatar el modo de aplicación y los tiempos de espera para esos cultivos más frecuentes, pero para los demás no se dice nada. No se trata de un problema menor. La ausencia de información completa en las etiquetas lleva a que muchos productores de esos cultivos menores usen los pesticidas a ojo, sin saber exactamente cuánta cantidad aplicar, ni cuántos días deben esperar para la cosecha, con el evidente riesgo para el consumidor.
Mondino relató el caso de un fungicida llamado Iprodione: “Se lo pude utilizar en citrus, manzana, albahaca, cebolla y en infinidad de cultivos. Sería interesante que en la etiqueta de ese producto, donde está la información que recibe el usuario, estuvieran todos esos usos, pero no es así”.
Hace poco un productor lo consultó respecto a qué cantidades de pesticida usar en un cultivo de cebollas. Pero no pudo responderle, porque la información no estaba disponible en la etiqueta y no la pudo conseguir en otro lado. Las cebollas igual se cultivan. A ojo.
“Yo no soy un ecologista ni un agricultor orgánico, soy un docente de la Universidad, fitopatólogo, enseño a mis alumnos el control de las enfermedades de las plantas”, dijo Mondino. “Yo les enseño a usar pesticidas, pero debe ser un uso racional. Y muchas veces quiero enseñar cómo hacer ese uso racional y no encuentro la información mínima indispensable”.
Por eso no sorprende que existan productores que apliquen pesticidas en cultivos que no corresponden, que usen dosis equivocadas o no respeten los tiempos de cosecha.
Tiempo atrás, el supermercado Multiahorro comenzó a hacer analizar muestras de los vegetales que tenía a la venta, para corroborar que no tuvieran altos niveles de pesticidas. Aunque la mayor parte de las muestras no arrojaron problemas, el responsable de la compra de frutas y verduras del supermercado, Alejandro Grondona, relató que en cierta ocasión descubrieron una partida de lechugas que tenía niveles muy altos de un pesticida muy tóxico que en Uruguay solo estaba permitido para los cultivos de papas. “Dejamos de comprarle a ese productor. También nos pasó con alguna acelga”.
Grondona no recuerda el nombre del producto, pero seguramente se trataba de Metamidofos. Tres veces en los últimos años el laboratorio de Bromatología de la Intendencia de Montevideo debió analizar lechugas habían matado aves domésticas. En los tres casos se descubrió una elevada presencia de este pesticida. Imposible saber cuántas personas también comieron de esas lechugas.
Aunque el Metamidofos solo estaba autorizado para la papa, se lo usaba con impunidad en otros cultivos. “En base a que encontramos varios casos de muerte de aves domésticas –relató el técnico de Bromatología Eduardo Egaña- el MGAP sacó una resolución prohibiendo la importación y comercialización de Metamidofos, para todo uso”.
Un problema menos. Pero quedan otros.

Mediciones y porcentajes

Hasta el año 2000 en Uruguay no se hacía ningún control tendiente a determinar la cantidad de residuos de pesticidas presente en las frutas y verduras.
Ese año el Mercado Modelo y la Intendencia de Montevideo, a través de su laboratorio de Bromatología, comenzaron a analizar muestras de vegetales en busca de pesticidas.
No es una tarea sencilla. Por un lado los productos químicos que se aplican son cientos, todos distintos entre sí, lo que hace que se requieran muchos tipos de análisis diferentes. Por otra parte, los volúmenes que se rastrean son minúsculos. “Tenemos que detectar cantidades muy pequeñas, y así y todo pueden ser importantes para la salud humana”, explicó el director del laboratorio de Bromatología, el ingeniero químico Miguel Fernández.
Eduardo Egaña, uno de los encargados de realizar estos análisis, explicó que “buscamos una parte por billón o trillón de una sustancia”. Son nanogramos por kilo. La billonésima parte de un kilo.
Fernández se apresura a aclarar que nadie muere ni enferma por ingerir un nanogramo de pesticida. El problema es que si uno consume esas ínfimas cantidades todos los días con cada manzana, durazno, lechuga o tomate, entonces sí puede enfermar. “Estamos hablando de niveles tan bajos que no son directamente peligrosos en sí; estamos hablando de evitar un daño que se daría por el consumo crónico, por estar toda la vida consumiendo un producto que contiene una sustancia que aún en pequeñas cantidades puede favorecer el desarrollo de una enfermedad”.
Se ha comprobado que varios pesticidas son agentes que favorecen la aparición del cáncer, entre otros males.
El problema es que detectar residuos químicos tan pequeños con eficiencia requiere de una costosa maquinaria. “Para llegar a un nivel técnico que nos permita hacer un control aceptable –dijo el director Fernández- hay que invertir mucho: hay que comprar equipos sofisticados, tecnología muy actualizada. Hemos hecho un esfuerzo por incorporar nuevo personal capacitado y ahora estamos haciendo un esfuerzo por capacitarlos en estas técnicas específicas”.
El primer equipo para realizar esta tarea, un espectógrafo, se compró en 1999 y uno más moderno y de mayor sensibilidad se adquirió en 2009 a un costo de unos 140.000 dólares.
Las primeras muestras, según los resultados que hizo público el Mercado Modelo en 2004, demostraban que el 7% de los vegetales tenían residuos de pesticidas por sobre los límites máximos permitidos.
Hoy ese porcentaje ha caído, dijeron los responsables del laboratorio de Bromatología. Según los actuales análisis, según dijo Eduardo Egaña, las muestras que superan los límites tolerados representan entre el 1,5 y el 2% del total, aunque un 60% tiene algún residuo de plaguicida.
“Cuando arrancamos en el 2000 con los muestreos estábamos en un nivel un poco más alto que Argentina y Brasil. Eso fue mejorando, queremos creer a que en base a que se está monitoreando y capacitando a los productores. Ahora estamos en valores un poco inferiores a los de Brasil. A Europa la dejo de lado, porque aunque el porcentaje de muestras con valores superiores al límite es similar, ellos tienen equipamiento y capacidad analíticos muy superiores, entonces detectan muchos más plaguicidas y a niveles más bajos, y tienen reglamentaciones más exigentes, entonces no los podemos tomar como referencia".
Egaña agregó que “lo más importante de todo esto es que nos ha permitido enseñar a los productores el manejo de los pesticidas y lo que podía ser peligroso. Se han bajado los niveles porque se ha trabajado a conciencia”.

La distancia con Europa

Aunque el porcentaje de muestras por sobre los límites permitidos no parece ser excesivamente alto, la situación está lejos de ser ideal.
Por un lado, como señaló Egaña, Uruguay admite cantidades de residuos de pesticidas que no son toleradas en Europa. Es decir: muestras que en Uruguay están dentro de los límites admitidos, en Europa no son aptas para el consumo humano. Egaña, encargado de realizar los análisis en Bromatología, admite que si Uruguay adoptara los criterios europeos, el porcentaje de frutas y hortalizas con residuos de pesticidas por sobre los límites sería superior al actual 1,5-2%. “Si lleváramos nuestros niveles a los de Europa seguro que ese porcentaje aumentaría. No puedo hacer una estimación de en cuánto”.
Un análisis de 30 muestras de durazno analizadas entre 2004 y 2005 por el Mercado Modelo mostró que el 10% tenían residuos por sobre lo permitido en Uruguay. Pero si se tomaba el límite europeo el 73% superaba lo admitido. En las manzanas analizadas, el 6,6% tenía más residuos que el límite vigente en Uruguay, pero el 13% superaba lo admitido por la Unión Europea.
El fitopatólogo Pedro Mondino afirmó que “Uruguay para fijar el límite máximo de residuos usa el Códex alimetario, un código elaborado por la FAO y la OMS. Pero Europa exige una presencia de residuos muy por debajo de la del Códex. Y uno supone que esa decisión europea está basada en estudios científicos”.
Hay dos tipos de manzanas y peras producidas en Uruguay. Las que se consumen en el mercado interno, en las cuales se toleran más residuos de pesticidas, y las cultivadas para exportar a Europa, con menos restos de agroquímicos. Grisel Moizo, ingeniera agrónona de una empresa exportadora de peras y manzanas, relató que ellos bajan de internet y envían a sus productores las normas europeas respecto a qué pesticidas pueden usar, en qué dosis y con qué tiempo de espera para cosechar.
Moizo cree que, en cierta manera, las mayores exigencias europeas pueden ser una barrera no arancelaria al ingreso de productos de otros continentes. Sin embargo, no todos piensan así y ella misma admite que es un tema complejo.
Eduardo Egaña, del laboratorio de Bromatología de la IMM, señaló que “cuando Europa baja sus niveles de residuos de plaguicidas, siempre alguien dice que se trata de una barrera no arancelaria, que nos exigen cosas imposibles de cumplir, que intentan frenar nuestras exportaciones. Creo que puede haber algo de eso, pero pienso también que es muy importante que Europa cuide la salud de su gente y que nosotros, tratando de llegar a sus niveles, cuidemos también la salud de la población nacional. Los plaguicidas no son benéficos para la salud. Tampoco son un ogro, pero cuánto menos haya, yo voy a estar más tranquilo”.
La propia Moizo señaló –y la experiencia diaria así lo avala- que es perfectamente posible cultivar peras y manzanas con menos pesticidas y de acuerdo con los parámetros que exige la Unión Europea.

Rastreo imposible
Las cifras que arrojan los muestreos del laboratorio de Bromatología son cuestionadas también por basarse en una muestra considerada muy reducida según algunos especialistas. Esa dependencia analiza unas 30 muestras semanales de vegetales. Como a veces ocurren problemas técnicos, el promedio anual es de unas 1.000 muestras.
“Yo admiro a la gente de la Intendencia que está haciendo estos análisis. Todos sabemos que Bromatología tiene dos técnicos excelentes. Pero un país no puede basarse en dos profesionales y en un espectógrafo. Tiene que tener muchos más técnicos, tiene que tener muchos más equipos, tiene que tener la capacidad de procesar un gran número de muestras por día”, dijo el fitopatólogo Mondino. “Ellos dicen que hacen un muestreo representativo, pero no es así, es insignificante y no es representativo de nada”.
El director del laboratorio de Bromatología, Miguel Fernández, respondió: “las muestras siempre van a ser pocas, siempre es deseable poder abarcar mayor cantidad de frutas y hortalizas, pero se hace lo más que se puede, dentro de las posibilidades técnicas y de personal que tenemos”. Desde su punto de vista, la tarea que realiza su laboratorio es muy útil: “Cualquier control por pequeño que sea es muy efectivo para frenar los abusos, porque los productores saben que se está controlando y que el muestreo es al azar, entonces todos se tienen que cuidar. La diferencia entre no hacer nada y hacer poco, es abismal en los resultados”.
Egaña, por su parte, coincidió: “Luxemburgo y Bélgica hacen unas 700 muestras anuales. Nosotros, cuando los equipos responden bien y no hay problemas, llegamos a unas 1.000. O sea que estamos en el nivel de algunos países pequeños europeos. Sin compararnos con Alemania, por ejemplo, que tiene decenas de laboratorios dedicados exclusivamente a esto y hace 70.000 muestras anuales”.
Justamente el problema de Uruguay es que el laboratorio de Bromatología de la Intendencia de Montevideo es el único que analiza las frutas y verduras en busca de restos de pesticidas. Y, además, debe realizar esta tarea junto con una enorme lista de obligaciones.
“Si tuviéramos 50 personas solo para los plaguicidas podríamos hacer más muestras, pero aquí se hacen muchos otros análisis. Controlamos todos los tipos de contaminantes y de aditivos”, dijo Egaña.
Su compañera de trabajo, la química Inés Villa, agregó: “Procesamos 8.000 muestras anuales, y a cada una se le hacen entre cuatro y cinco determinaciones. Hacemos unos cien tipos de determinaciones distintas. Menos carne y vino, analizamos todos los demás alimentos”.
El actual sistema de monitoreo tiene, además, la debilidad de no abarcar a todo el país. Las muestras de frutas y hortalizas examinadas en Bromatología son proporcionadas en un 50% por el Mercado Modelo, mientras la otra mitad es tomada de los supermercados y comercios de la capital por funcionarios municipales. Este sistema deja fuera de todo control a los departamentos más alejados de Montevideo, que se abastecen de vegetales sin pasar por el Mercado Modelo.
Otro problema radica en el procedimiento que se sigue una vez que se detecta una fruta o verdura con más pesticidas que lo autorizado. “Lo que hacemos –explicó Inés Villa- es informarle al director de Seguridad Alimentaria. En caso de tener las posibilidades, a los vegetales representados por esa muestra se los saca de circulación, y luego se habla con el productor y con el ingeniero agrónomo a cargo de ese campo para mejorar las prácticas agrícolas”.
El problema radica en que los análisis tardan 48 horas en tener su resultado y muchas veces los vegetales con plaguicidas por sobre el límite legal ya se vendieron y fueron comidos por algunos de nosotros. “A veces no llegamos a tiempo”, admitió Villa.
Además, Villa y Egaña explicaron que en materia de frutas y verduras Uruguay no ha desarrollado un sistema de trazabilidad como el que tiene para la carne. En ocasiones los técnicos de Bromatología detectan una muestra irregular, pero luego en el Mercado Modelo no saben identificar cuál fue el productor que cultivó esos vegetales. Cuando eso ocurre, es imposible retirar del mercado el resto de la partida, y tampoco se puede realizar la tarea educativa que se proponen los técnicos. “Es un viejo anhelo del Mercado Modelo y de nosotros mejorar en este punto”, dijo Egaña.

Prohibidos fuera de Uruguay
Y la lista de problemas sigue. Uno de los más graves -que Mondino, Egaña y Villa coinciden en denunciar- es que las leyes uruguayas permiten utilizar pesticidas ya prohibidos en distintos lugares del mundo por su comprobada peligrosidad.
La Red de Acción de Plaguicidas y sus alternativas para América Latina (Rapal) denunció que en 2008 se aplicaron en el país unas 6.000 toneladas anuales de agrotóxicos cancerígenos: “En Uruguay está permitido el uso de los herbicidas Glifosato y Atrazina, y de los funguicidas Mancozeb, Kresoxim y Epoxiconazol. Todos estos agrotóxicos son comprobadamente cancerígenos”.
Además, señala Rapal, en Uruguay se permiten varios otros pesticidas sospechosos de provocar cáncer, ya prohibidos en otras partes del mundo por existir pruebas primarias en ese sentido. Entre estos se encuentran los funguicidas Tebuconazol y Carbendazim, el herbicida 2,4 D y el insecticida Cipermetrina.
El fitopatólgo Mondino tiene una copia del decreto por el cual el gobierno de Italia prohibió en 2005 el uso de Carbendazim y obligó a retirar todas las existencias del mercado: “Yo me pregunto: ¿por qué en Uruguay se sigue comercializando este producto? ¿Por qué el MSP no pide a Italia los fundamentos de su decisión?”
Los técnicos del laboratorio de Bromatología de la Intendencia comparten estas críticas. “Estamos de acuerdo en que no debería ser así”, dijo la química Inés Villa. “El organismo humano sabe metabolizar determinadas cosas: grasas, proteínas, azúcares, pero cuando se encuentra son sustancias exógenas extrañas no sabe qué hacer con ellas. Y ahí vienen los problemas. Si un niño de tres años comienza a comer manzanas permanentemente, ¿a los 40 años cómo va a estar? Ese es el tema. No en vano somos unos de los países con más alta incidencia de cáncer. Por algo es. Hay muchos factores. Los residuos de pesticidas pueden ser uno de ellos. En lo que podamos incidir, es bueno hacerlo”.
Eduardo Egaña planteó el caso del insecticida Endosulfán, llamado “el asesino silencioso” por los graves riesgos que conlleva para la salud y el medio ambiente: es una sustancia muy tóxica, capaz de envenenar a quienes trabajan con ella, que permanece en el ambiente durante años y se acumula en la cadena alimenticia. Se sabe que afecta el desarrollo sexual y la capacidad de reproducción en los hombres, y que puede provocar hipotiroidismo, entre otros males. Este insecticida está prohibido en 55 países del mundo, incluyendo los de la Unión Europea y Nueva Zelanda. “Mucha gente ha pedido que lo elimine porque es muy persistente en el medio ambiente, pero en Uruguay se lo sigue usando. Ingresa al país para ser usado en las grandes plantaciones de soja, pero una vez que ya está aquí, se lo usa para otras cosas”, dijo Egaña. “Se lo usa para todo, hasta en los morrones”, agregó Villa.
Luego está el caso del fungicida Mancozeb, usado en abundancia en Uruguay. En Estados Unidos se exige que pasen 77 días entre la última vez que se lo aplica y la cosecha de manzanas, por ejemplo. Ese largo período es necesario porque cuando el Mancozeb comienza a degradarse se forma una sustancia aún más tóxica y peligrosa: la ETU o etilentiourea, un poderoso cancerígeno. Pero desoyendo esta evidencia científica, en Uruguay se exigen apenas 12 días de espera entre la última aplicación y la cosecha.
“Cuando acá comemos la manzana o el tomate tratados con Mancozeb tenemos más concentración de lo más riesgoso para la salud”, afirmó Egaña. “Hay que dejar pasar más días”.
Lo curioso es que la misma autoridad que fija el exiguo plazo de 12 días de tiempo de espera para las manzanas con Mancozeb, o sea el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, recomienda a aquellos productores de manzanas que se dedican a la exportación que tengan un plazo de espera de más de 50 días.
Es el apartheid de las manzanas.
Y el Mancozeb se usa también en tomates, lechugas, duraznos y en muchos otros cultivos.
Para peor no existe en Uruguay la figura de “producto restringido”. En otros países algunos agroquímicos peligrosos integran una lista de uso limitado y solo pueden aplicarlos personas capacitadas y acreditadas. Aquí cualquiera puede aplicar cualquier cosa. Y las etiquetas, volvemos al principio, muchas veces no indican las dosis y los tiempos de espera de muchos cultivos.
La legislación uruguaya tampoco contempla qué ocurre cuando se usan muchos plaguicidas, aunque cada uno de ellos por debajo del máximo autorizado. “Eso también sería importante en algún momento considerarlo, en Europa se lo está estudiando”, dijo Villa. “Es decir, ¿qué hacer cuando un vegetal tiene más de un plaguicida, aunque cada uno por debajo del límite? ¿Cuál es el efecto combinado?”. En el laboratorio de Bromatología han encontrado frutas con restos de hasta nueve pesticidas distintos.
No por casualidad, todos los especialistas consultados para este artículo –Fernández, Egaña, Villa y Mondino- toman serios cuidados con todos los vegetales que ellos mismos comen. Villa lava con un cepillo las manzanas. No las pela para aprovechar las vitaminas de la cáscara, pero las lava al máximo. Fernández, Egaña y Mondino no se arriesgan: las lavan y siempre las pelan. En cuanto a los tomates, hay unanimidad. Los cuatro especialistas lavan y luego pelan religiosamente cada tomate antes de comerlo, algo que la inmensa mayoría de la población no hace porque desconoce todo respecto a este tema. Las lechugas y acelgas no las lavan solo sumergiéndolas en un recipiente con agua, sino también haciéndoles correr mucha agua bajo la canilla, para arrastrar así los residuos de pesticidas. “Y si se las pude fregar, mejor”, dijo Mondino.
Un documento oficial del Mercado Modelo, disponible en su propia página web, recomienda pelar todo, incluso los morrones.
“Hay que pelar todo”, dijo Egaña. “Los residuos de pesticidas caen un 90 por ciento cuando se pela”.

Fragmento de un informe de Leonardo Haberkorn, publicado en la última edición de la revista Placer.
el.informante.blog@gmail.com

12.12.09

Chillidos bajo el asfalto






“Se han extendido con el hombre por toda la superficie del globo, infestando hasta las islas más desiertas. Esta dispersión se verificó en épocas no muy lejanas, y aún se recuerda la fecha de su aparición. El hombre no agradece en ninguna parte el afecto que le demuestran estos animales; por doquier los odia y los persigue sin compasión; se vale de todos los medios para exterminarlos y, a pesar de esto, siempre le son fieles, aún más que el perro".
Del artículo sobre la rata, en el Diccionario Enciclopédico Hispano Americano. Edición de comienzos del siglo XX.








Existen 120 especies de ratas conocidas, todas ellas pertenecientes al género rattus, a la familia de los múridos, al suborden de los miomorfos y al orden de los roedores. De ellas, dos se han extendido por todo el mundo acompañando al hombre dondequiera que éste ha ido: la rata negra y la rata gris, también llamada parda o de alcantarilla.
Ambas especies parecen ser originarias de Asia, quizás de Persia o de la India. La primera en emigrar hacia Europa fue la rata negra, que también fue conocida como rata común (Rattus rattus). En el siglo XII ya se reportaba como un animal común en el viejo continente. Suele medir unos 40 centímetros, mientras que la rata gris alcanza frecuentemente el medio metro, incluyendo los 20 centímetros de cola.
El mayor tamaño, su mayor agresividad y un instinto expansivo más acentuado hicieron que la rata gris desplazara a la rata negra, relegándola a sus hábitats menos deseados, como las bodegas de los barcos.
“La casi totalidad de las ratas que hay en Montevideo son ratas grises”, dice el doctor Carlos Soto, joven egresado y docente de la Facultad de Veterinaria, y director de una empresa de desratizaciones. “Es posible –agrega- que haya algunos ejemplares de rata negra en el puerto”.

Terremoto

De todos modos, ambas especies tienen comportamientos muy similares y suelen ser descriptas en conjunto.
Es posible que Eliano, un escritor griego del siglo III, fuera el primero en describir a las ratas y sus viajes, que terminarían por traerlas a las costas del Uruguay. En sus Particularidades de los animales describe una especie a la que llama “rata carpiana” que emprende en ocasiones largos viajes, en “innumerables ejércitos”, cruzando ríos a nado y sujetándose cada individuo con su boca de la cola del que lo precede.
Más tarde, el naturalista alemán Pedro Pallas (1741-1811) observó cómo, tras un violento terremoto, grandes manadas de ratas emigraron a Europa desde orillas del mar Caspio. Siglos atrás, las ratas habían abandonado la ciudad helénica de Hélice, antes de que un sismo la destruyera. Los sobrevivientes les atribuyeron el don de adivinar el porvenir.
De Europa las ratas pasaron a América en barco, acompañando a los hombres. Es posible que el mismo Juan Díaz de Solís trajera la primera al Río de la Plata.
Las ratas uruguayas han conservado, en líneas generales, las tradiciones de sus antepasados, incluyendo su reacción ante los movimientos de tierra. Cuenta la leyenda que el día que se estrenó en Montevideo la película Terremoto –con sonido sensurround- centenares de ratas salieron “desde el piso” del cine que temblaba.

Vivo o muerto





He visto ratas drogadictas –me dijo- jodidas ratas con el mono. ¿No me cree? Las he visto yo, con estos ojos.
Yo no le dije ni que sí ni que no.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.






El 1 de abril de 1927 el Consejo de Administración Departamental de Montevideo, abrumado por la cantidad de ratas que comenzaban a verse en la ciudad, autorizó a la Dirección de Salubridad a pagar una recompensa por cada animal capturado, vivo o muerto. La campaña comenzó poco tiempo después y participaron de ella tanto el personal municipal especializado como los cazadores de recompensas (la cabeza de cada rata se pagaba 0,05 pesos). Duró 60 días y fue considerada un éxito: 710 ratas muertas. Hoy la población de ratas de la ciudad hay que medirla en millones.
“Yo no puedo dar una cifra de cuántas ratas tenemos, ni de cuántas matamos. No hay evaluación posible. Una sola pareja puede tener en un año miles y miles de descendientes. Puedo payar si quiere”, dice Héctor Sobrino, director de Salubridad de la Intendencia Municipal de Montevideo.
Soto, el veterinario que dirige una empresa de desratización, opina: “Yo creo que hoy debe haber entre seis y ocho ratas por cada persona en la ciudad”.
La dificultad en definir con exactitud el número de estos roedores se debe a lo subterráneo y clandestino de su actividad y, principalmente, a la extraordinaria velocidad con que se reproducen.
Según el libro
Ratas del doctor César Vega González (Universidad Central de Venezuela, 1980), las crías nacen a los 22 días del apareamiento. La madre ya puede volver a aparearse 48 horas después del parto, aunque no siempre lo intenta. El número de crías es generalmente de seis a 12 por camada y cada hembra tiene entre cuatro y siete camadas al año. Esto lleva a que cada hembra pueda tener hasta 84 hijos por año. Las crías son prolíficas cuando tienen apenas entre tres y cinco meses. Una rata que es madre por primera vez en enero puede llegar a diciembre siendo tatarabuela.
Hay, sin embargo, un buen termómetro del número de ratas. Existen entre diez y 15 empresas de “exterminio” con autorización en regla por parte de la Intendencia. Otras 60 o 70 operan sin los permisos legales. Y nadie se queja de la falta de trabajo.
“La mayor parte de las denuncias las recibimos del Centro, Cordón, Pocitos y Carrasco. En el Centro, desde que empezó la construcción de edificio del Sodre hay mucho trabajo”, relata Soto. “En una casa de apartamentos de Andes y Mercedes después de hacer el trabajo le pagamos a un hombre para que sacara las ratas muertas del tubo de aire. Cuando llegó a las 150 no quiso contar más”.
“En Pocitos la situación se agravó mucho cuando hicieron el colector, porque las ratas dejaron la costa y cruzaron la rambla. Aparecen en todos lados. Hemos tenido casos en que salen por los waters de los apartamentos de un quinto piso”, continúa. “Tenemos como cliente a un supermercado que le da a cada empleado un día franco por cada rata que mata. En otros, los serenos tienen una chumbera. Nos llaman de confiterías, panaderías, restoranes. Claro que el primer pedido es la discreción. Incluso cuando alguien nos pide referencias, nunca decimos que hicimos esos trabajos”.
Los servicios de la empresa de Soto fueron recientemente requeridos por una fábrica de pastas. “No había manera de terminar las ratas. Nosotros le dijimos al dueño que había algo abierto, que eran ratas que entraban y salían. Morían algunas, pero entraban otras. Él decía que no. Le dijimos que revisara bien, y no nos hizo caso. En un fin de semana le comieron todos los billetes de la caja”.


Los 14 orientales





Entiéndame lo que quiero decir. Los yonkis tiran las jeringuillas a las cloacas y las ratas se comen la droga, quiero decir, se pinchan ellas mismas, o sea, por accidente, ¿no? Las ratas se pinchan y ya hay una mutación de la especie. ¿Comprende usted lo que quiere decir mutación?
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.





De los casi 14.000 funcionarios de la Intendencia Municipal de Montevideo, apenas 14 de ellos están dedicados al combate contra los roedores. Los encargados de la división consideran algo escaso el número, apenas remediado por un convenio con el Cuerpo de Bomberos, que cada día les envía hasta 35 hombres “que ofician como ayudantes”.
Según los responsables, las últimas campañas realizadas contra las ratas han logrado reducir su número. “En Pocitos teníamos 20 o 30 denuncias por día y ahora se ha bajado a una o dos”, dice Sobrino.
En cambio, para algunas de las compañías de desratización consultadas, tras la campaña las ratas huyeron hacia nuevos lugares.
Alberto es un señor que vive en un apartamento frente al club Nautilus, en un cuarto piso de Punta Carretas. Algunas noches atrás se encontró con una rata en el living. Comenzó la cacería con una escoba. “Saltaba como loca. Se trepaba en los marcos de las puertas, completamente lisos”. Luego de recibir varios golpes, el animal, ya atontado, intentó refugiarse en un macetero. Alberto lo mató vaciándole allí todo un spray de insecticida. Cuando le contó al sereno del edificio lo sucedido, éste no se sorprendió. Casi todas las noches ve a las ratas cruzar la rambla para jugar, colgándose con la cola, en los jardines de los frentes de los edificios de la zona.

Ravioles azules

Las ratas han sido combatidas por todos los métodos. Primero fue el veneno.
“Nosotros les preparábamos unos ravioles de arsénico, harina y grasa. Las ratas comían hasta que se daban cuenta de que era esa comida lo que las mataba. Entonces teníamos que cambiar el color de los ravioles y hacerlos azules”, se acuerda Sobrino, el director de Salubridad, de viejas batallas.
Soto, el veterinario desratizador, explica: “Antiguamente el veneno daba su resultado, pero los animales se fueron perfeccionando. La rata tiene un sistema social muy sofisticado. Una serie de animales de la colonia (no sé si los más viejos o los más débiles) son enviados a probar toda la comida que se encuentra. Si no hay veneno, entonces recién comen los demás”.
“Es una lucha de inteligencias”, piensa Sobrino. “La rata tiene algo similar a la naturaleza humana”, dice, tranquilo.

“Va a llegar el momento…”


-Me fijé en las ratas, amigo –continuó el sujeto del mostrador-, me fijé muy bien. No eran ratas corrientes, eran ratas mutantes. La mutación ha comenzado.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.





“Hace ya más de diez años se importaron unos aparatos que emitían una onda de sonido sólo audible para las ratas y que las ahuyentaba”, dice el desratizador Soto. “Por un tiempo dieron buen resultado. Después las ratas empezaron a acostumbrarse. Hoy, por más que los aparatos siguen funcionando, la mayoría de las oficinas que los compraron los tienen apagados. Las ratas hasta les pasaban por arriba”.
Últimamente hay quienes colocan sistemas con hilos electrificados con corrientes de 12 voltios. El choque eléctrico no mata al roedor, pero es fuerte y lo asusta. Sin embargo, tampoco brinda una protección total. La rata se ingenia para evitarlo e, incluso, si es necesario puede tolerar el choque.
Lo que mayormente se utiliza hoy son tóxicos anticoagulantes, tanto por la brigada municipal como por las empresas privadas. La rata los come y muere al cabo de una semana, aproximadamente. Para que la rata lo coma se le agregan hormonas sexuales de la especie. El animal comienza a perder la sangre y no lo asocia con el alimento que ingirió. Se siente débil y, cuando ya no tiene más fuerzas, se queda en la madriguera para morir. El hombre rara vez puede encontrar su cuerpo.
"La lucha es continua”, dice Soto. “La tecnología no deja de investigar nuevas formas de eliminar a las ratas. Porque va a llegar el momento en que también se van a hacer inmunes a estos tóxicos, porque su sistema de coagulación se va a adaptar”. Es que la capacidad de adaptación de la rata está fuera de dudas.
La
Enciclopedia de los Animales (edición conjunta de los editoriales Abril, Noguer, Larousse y Rizzoli) dedica un especio al ingenio de las ratas.
“En cuanto a sus facultades intelectivas, sin duda, están bien dotadas, sobre todo para la astucia, como ya demostró Della Torre en 1880, quien pudo observar cómo las ratas se llevaban huevos sin romperlos. Dice el investigador que, para ello, los animales trabajaban perfectamente organizados: uno sujetaba el huevo con las (cuatro) patas, manteniéndolo asido. En esta postura, naturalmente, no podía moverse. Entonces otro individuo lo agarraba de la cola, arrastrándolo hacia la madriguera en unión con el botín”.
Han pasado algunos años. Recientemente, la compañía Bayer envió un video a la división de Salubridad de la Intendencia de Montevideo mostrando cómo las ratas llevaban un huevo sin romperlo. El anterior e ingenioso método ha sido sustituido. Ahora la rata va caminando en dos patas y lleva el huevo en sus manos.

Ascensores y teléfonos



Es una nueva raza de ratas. Ya no son como antes. Antes las ratas tenían un poco más de respeto. Si una rata cruzaba la calle, pongo por ejemplo, bastaba con espantarla y la rata se iba corriendo. Pero ahora no, ahora las ratas te hacen frente. Te atacan.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.




La rata hembra es una madre ejemplar. Dispensa los mayores cuidados a su prole, a la que solo abandona en casos de escasez de alimentos.
Un folleto editado en 1928 por el Ministerio de Industria llamado “
Lucha contra la rata” señala que sus alimentos preferidos son: miga de pan, arroz cocido, pescado cocido, quesos, tocino rancio, papas, zanahorias cocidas, peras, ciruelas, manzanas, ensaladas crudas, coles, pastas cocidas, azúcar, chocolate y carne cocida.
Los estudiosos coinciden en que las ratas tiene un fino sentido del gusto. Si la sobrevivencia está en juego, comerán las peores inmundicias (y en un caso aún más extremo se comerán unas a otras, para salvar la especie) pero si se puede elegir, eligen lo mejor.
“Carne cruda y cadáveres sólo por necesidad”, dice el librillo. “Puede vivir en un pozo negro y comer materias fecales, pero solo si no tiene más remedio”, coincide Sobrino, el director de Salubridad.
En su lucha por buscar comida nada las detiene. Según el folleto de 1928, la rata salta 0,76 metros, pero hoy un técnico municipal asegura que “saltan unos 80 centímetros, y si vienen con impulso pueden llegar hasta un metro”. Por esa razón recomienda nunca dejar alimentos a menos de un metro del suelo.
El ladrillo no es obstáculo, lo horada. “Agujerear bloques, ni decir”, afirma Sobrino. Son excelentes nadadoras, tanto que logran incluso atrapar peces en el agua. Bucean. “Pueden bucear un minuto y pico sin ahogarse, asegura el director de Salubridad. Escalan. “El límite es inimaginable. Pueden subir los pisos que sean”. Pueden pasar a través de agujeros pequeñísimos. Los hombres de Salubridad las han visto escalar edificios por el cable del ascensor. “Las hemos visto caer desde cinco, ocho, diez metros y no mueren”, asegura uno de ellos.
“Tuvimos un caso increíble en la biblioteca municipal que está en la calle Lucas Obes. Ahí aparecían ratas en la planta alta del edificio y nunca en la baja. Todas las entradas estaban bien cerradas y todos los caños de ventilación tenían sus tapas en regla. Y sin embargo aparecían las ratas, y siempre en la planta alta. No le encontrábamos explicación posible. Un día nos fijamos en el cable del teléfono que venía desde la manzana de enfrente y, antes de llegar a la biblioteca, pasaba cerca de la copa de una palmera. Parecía imposible, pero esperamos hasta la noche para ver. Y era cierto. Las ratas tenían nido en la palmera. Se colgaban del cable del teléfono y después, en perfecto equilibrio, caminaban hasta la biblioteca”.
Gases y lanzallamas



-El otro día –continúo el tipo- entré en el portal de mi casa y vi a las muy cabronas en el rincón de los buzones. Había lo menos seis ratas de esas gordas y negruzcas chillando. Dando esos grititos que parecen los chillidos de los niños. No sé si me comprende. Parecen grititos de niños. Y se movían alrededor de un gato muerto, el gato de la tienda de ultramarinos de al lado. Un gato capado y negro, muy gordo –el sujeto hizo una pausa-, las ratas se lo estaban comiendo.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“El otro día –dice Javier- estaba en la vereda de mi casa y, enfrente, en un basural de la calle La Paz, vi por lo menos diez ratas saltando entre la basura. Era temprano, alrededor de las diez de la noche. A una la aplastó un auto y quedó ahí en medio de la calle. Es tan grande que se confunde con un gato”.
Para los casos en que se descubre un foco grande, la Intendencia puede utilizar algunos de sus métodos de ataque directo a los roedores: el gas venenoso o el lanzallamas, siempre que no impliquen peligro para la población.
La “guerra química” se hace arrojando cianuro de sodio, elemento extremadamente tóxico que obliga a trabajar con máscaras a los cazadores.
El lanzallamas despide fuego al quemar azufre. La combustión termina con el oxígeno de la madriguera y algunas ratas mueren asfixiadas. Otras escapan y en el exterior las esperan los funcionarios municipales y los auxiliares bomberos con una varilla de metal. “Son funcionarios con una gran experiencia. Generalmente con un golpe suave, pero pegado en el lugar exacto, las matan. Otra persona puede pegarles horas sin matarlas”, dice uno de los responsables.
En cambio el desratizador Soto no cree demasiado en la eficacia de estos métodos: “Muchas ratas se escapan, y con una impresión tan fuerte que nunca más vuelven por ese lugar, instalándose en otro lado”.
Existe también otro tipo de lucha directa, más antigua: la que perros y gatos libran en nombre del hombre.
La Intendencia Municipal de Montevideo llegó a tener un plantel adiestrado de perros foxterrier entrenados para la caza de la rata. Hace muchos años.
Los perros, especialmente algunos pequeños pero de fuerte dentadura (foxter, salchicha) son buenos cazadores. “Como son chicos pueden perseguir a las ratas por donde un perro grande no podría. Tienen una buena dentadura y las ratas los evitan. Son la mejor garantía para mantenerlas lejos”, dice el doctor Batthyany, médico veterinario que ha atendido casos de perros mordidos por ratas que luchaban desesperadamente por salvarse, en general sin éxito, frente a los canes.
Sin embargo, con los gatos la historia es otra. Todos conocen relatos de gatos que cazan ratas pero los especialistas ya no creen en ellos. “El gato caza ratones, pero con la rata no puede”, afirma el veterinario desratizador Soto.
“El gato no es enemigo para la rata”, coincide Sobrino, el director de Salubridad. “Primero que algunas ratas son más grandes que los gatos. Quizás por precaución, los eviten. Pero nosotros hemos visto a las dos especies conviviendo en los basurales, y comiendo cada una por su lado. Segundo, el instinto agresivo de la rata es mucho mayor que el del gato. Si tiene que pelear con él, generalmente lo destroza”.

La rata polar uruguaya

No hay lugar de Montevideo que esté libre de ratas (extrañamente, tanto la división municipal de Salubridad como las empresas privadas consultadas manifestaron casi no recibir denuncias de las zonas de Belvedere y Paso Molino). Hasta la misma residencia presidencial de la avenida Suárez debió recurrir tiempo atrás a un método desesperado para intentar disminuir el número de ratas de su hermoso parque: se trajeron dos gatos monteses de la estancia de Anchorena.
Uno de los lugares predilectos para los roedores son los supermercados. “Eliminarlas allí se hace muy difícil. Tienen tanta comida a su disposición que es casi imposible que prefieran comer el veneno o el anticoagulante”, dijo uno de los cazadores consultado.
Impedirles la entrada tampoco es tarea fácil.
“Teníamos un cliente con un gran depósito de alimentos siempre acosado por las ratas. No podíamos descubrir cómo entraban. Estaba todo en orden”, recuerda Soto. “La única comunicación con el exterior era un extractor industrial de aire, que estaba siempre funcionando. Tuvimos que verlo para creerlo. Las ratas saltaban y pasaban entre las aspas del extractor. Una atrás de la otra. Casi todas recibían un golpe fuerte, pero muy pocas morían. Una de cada 50 quizás”.
La rata también puede adaptarse a buscar su alimento en hábitats menos propicios.
“Hay lugares de Montevideo donde las ratas son más grandes que en otros”, relata el veterinario Soto. “Son las ratas que viven debajo y en las cámaras frigoríficas”.
“Yo las he visto”, asegura. “Son ratas que han nacido y se han criado en ese hábitat. Su tamaño es bastante mayor al de las otras. Tienen el pelo mucho más largo y éste, en los extremos, tiene un color blanquecino”.
Los hombres de la división Salubridad también se han topado con esta rata “mutante”.
“Sí, es así. En vez de tener el pelo de un centímetro como es normal, lo tienen de seis. Viven debajo de las cámaras. Y se alimentan de las reses”.

Rat in the kitchen


Yo veo mucho. Hay que fijarse en lo que uno mira. ¿No cree? –le dije que estaba de acuerdo y continuó sin levantar la cabeza del botellín, que parecía sin fondo-: esas ratas no eran normales. Lo primero, no es normal que unas ratas maten a un gato y luego se lo coman; eso demuestra lo que le estoy diciendo. Y en segundo lugar, las ratas no se espantaban, no salían corriendo como es normal en las ratas. Las ratas tienen una psicología especial, no sé si me explico. A través de la evolución de la especie han desarrollado lo que se llama… ¿le aburro?
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“Erradicar la rata es algo que no se ha podido hacer en ninguna parte del mundo”, dice Sobrino, el director municipal de Salubridad. “A nivel de ciudad, eliminarla es imposible”, concuerda el técnico de la empresa privada. “El combate tiene que ser continuo y prolongado, y la división de Salubridad no tiene la infraestructura material, económica y de personal para hacerlo”, sostiene el veterinario Soto. “Lo que podemos es controlarla”, dice uno de los combatientes de Salubridad.
Pese a la persecución a la que lo somete, el hombre ha sacado provecho de este compañero inseparable. Lo ha elegido entre todos los animales del planeta para los más crueles experimentos de laboratorio. En ocasiones, incluso, le ha servido como alimento.
Muchas ciudades sitiadas, barcos a la deriva, prisioneros en situaciones límite, han encontrado en la rata un preciado alimento. Cuando el jefe cartaginés Aníbal –según cuenta el historiador Plinio- sitió la ciudad de Casilinum, una rata fue vendida en 200 escudos. No fue un precio muy alto si se tiene en cuenta –dice la historia- que el comprador salvó su vida y el vendedor murió de hambre y con los bolsillos llenos.
En ocasiones las ratas también han atacado directamente a los humanos. “Hemos tenido el caso de un sereno de supermercado que se quedó dormido y una rata le mordió el labio”, relata Soto en el escritorio de su empresa. “Estas ratas están domesticadas, ya no le tienen miedo al hombre”.
Entre abril de 1989 y abril de 1990 ingresaron al hospital Pereira Rossell dos niños mordidos por ratas. “No es algo frecuente”, dice el profesor Osvaldo Bello, encargado de las emergencias de dicho hospital.
“Acá ha habido algunos casos, no muchos. Unos tres por año, principalmente de personas adultas”, dicen en la emergencia de la mutualista La Española.
“La rata huye del hombre. Es muy sensible al movimiento y si ve que algo se mueve inmediatamente se escapa”, dice Sobrino, que también ha conocido casos de humanos víctimas del ataque de los roedores.
“Hay ocasiones –relata- en que la rata ataca al niño porque no hay higiene y la criatura, que está dormida e inmóvil, tiene el olor de la leche materna. Y eso atrae a la rata. También puede atacar a una persona muy anciana que esté sola y postrada. Es un fenómeno producto del medio ambiente. Hay lugares donde el hambre es muy grande, donde hay mucha basura pero ningún resto alimenticio. Donde nadie desperdicia nada. Donde la gente no tira una miga de pan. Donde la pobreza es muy grande. Entonces la rata intenta algo desesperado”.


Artículo de Leonardo Haberkorn
Publicado en la revista Punto y Aparte, edición de mayo de 1990.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor



10.12.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: críticas, reseñas y entrevistas



Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nuevo libro de Leonardo Haberkorn.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad. Entre ellos se incluyen:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Libro. Crónicas. Reportajes. Leonardo Haberkorn“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, cuyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en la prensa. Este artículo inspiró la canción "Un mundo sin Gloria" del músico Garo Arakelian, incluida en su disco que lleva el mismo título.
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
Otros tres reportajes y una introducción del autor completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro ha recibido las siguientes críticas, reseñas y comentarios:


Crítica en El País Cultural a cargo de Elvio E. Gandolfo

Crítica en la página de libros del diario La República:

Comentario en el blog Libreame:
 

El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT. Se puede leer un resumen de la presentación aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.


 


9.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas


Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nombre de mi nuevo libro.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad, todos en la línea del periodismo narrativo. Ellos son:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, suyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en los diarios. Esta historia le sirvió de inspiración al músico Garo Arakelian para componer la canción "Gloria", de su disco que lleva el nombre, justamente, de "Un mundo sin Gloria".
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
“La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
"El Gladiador": una semblanza del polémico director técnico de fútbol Julio Ribas.
"Kohen versus Kohen": la increíble historia de un hombre que desafió y venció a la naturaleza solo para demostrarle que era tan inteligente como su hermano.
"Regusci contra el petróleo": la peripecia del inventor uruguayo que lucha por fabricar un motor que funciona con aire comprimido.
Una introducción en la cual reflexiono sobre el periodismo actual completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT:
Las críticas recibidas pueden leerse aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.
 

 

4.11.09

Boldo: la hierba buena que hace mal

Que un científico de primera línea denuncie que una bebida muy común es tóxica sería motivo de alarma en cualquier país del mundo. Sin embargo, en Uruguay eso ocurrió y no pasó nada.
En junio de 2007 la doctora Irene Litvan dijo en el programa Viva la tarde de radio Sarandí que el té de boldo mataba las células del cerebro y podía desencadenar un tipo raro y grave del mal de Parkinson llamado PSP. “El té de boldo no se debería tomar. Parece algo común pero es realmente muy tóxico. Hay muchos estudios hechos en Francia, en Alemania, que demuestran la toxicidad de algunas sustancias que posee”, dijo la doctora.
En noviembre de 2007, Litvan volvió a repetir sus advertencias en la misma radio y alertó sobre el consumo de boldo como digestivo. “No tiene casi sentido que uno pueda mejorar la salud con una sustancia que mata las células”, afirmó la doctora. No tiene ninguna lógica, agregó, “querer tener un buen hígado y un mal cerebro”.
Semejantes acusaciones deberían haber provocado algún tipo de reacción de las autoridades y una respuesta de los fabricantes y agentes comerciales del boldo. Pero nada de eso ocurrió.
Litvan no es una doctora más. Nacida en Montevideo y radicada en Estados Unidos, es una autoridad neurológica mundial. Es directora del Programa de Movimientos Anormales de la Universidad de Louisville. Su trabajo consiste en investigar cómo frenar los efectos de enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer. El Instituto de Salud de Estados Unidos le otorgó 3,4 millones de dólares para financiar sus investigaciones, según informó el diario El País de Montevideo.
Litvan procura también determinar qué tipo de sustancias pueden hacer que una persona con cierta predisposición genética termine por padecer el Parkinson o una variante más compleja y grave, la Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP), una enfermedad en la cual los pacientes no responden a los medicamentos. Esas sustancias que pueden desencadenar estas graves enfermedades pueden ser alimentos. Y es allí donde aparece el boldo.

De la guanábana al boldo

El boldo es un árbol de hojas perennes que puede medir hasta seis metros y crece principalmente en Chile, aunque también en Argentina y Perú. También se lo cultiva en países europeos y africanos de la cuenca del Mediterráneo, donde se aclimató. El boldo mueve mucho dinero: sólo Chile exporta más de mil toneladas de hojas al año. Las exportaciones chilenas crecieron 127% entre 2002 y 2007. Su principal cliente es Argentina, seguido de Brasil, Paraguay y España.
Las cualidades medicinales de este árbol –un arbusto en realidad- son conocidas desde hace siglos, en especial como estimulante hepático, pero también como diurético, digestivo, sedante y antioxidante.
Pero en 1999 ocurrió algo. La neuróloga francesa Dominique Caparros-Lefebvre comenzó a investigar por qué en la isla de Guadalupe, en el Caribe, había un número excepcionalmente alto de casos de PSP y manifestaciones atípicas del mal de Parkinson.
De la investigación surgió que un alto porcentaje de esos enfermos de PSP y Parkinson atípico comían con frecuencia los frutos de unos árboles llamados Anona muricata y Anona purpurea, y bebían un té hecho con sus hojas. Las frutas de estos árboles son conocidas como pawpaw o soursop en Guadalupe, pero existen en otros lugares de América. El soursop en castellano es conocido como guanábana y se lo llama graviola en portugués. En el nordeste de Brasil, muchos lo habrán probado de vacaciones, en exquisitos jugos y helados de color blanco.
El siguiente paso fue estudiar la composición química de la guanábana. Se descubrió entonces que esta planta posee unos alcaloides muy tóxicos, como la reticulina y la isoboldina. Sucesivos estudios de laboratorio revelaron que, por ejemplo, la reticulina mata cierto tipo de células cerebrales. En laboratorios, estos alcaloides desataron el Parkinson en animales. “Uno o dos pawpaw al mes durante dos años hacen que una rata tenga parkinsonismo”, dijo Litvan.
La doctora Caparros-Lefebvre y sus colaboradores estudiaron luego qué otros plantas consumidas por el ser humano poseen los mismos alcaloides tóxicos. El boldo fue señalado como una de ellas. Otras fueron la fumaria, la hidrastis y la celidonia.
La doctora Litvan, entrevistada por correo electrónico para este reportaje, relató que fue la propia Caparros-Lefebvre quien le advirtió que el té de boldo que se consume en países como Argentina representaba el mismo peligro que el té de guanábana y otras plantas similares consumidas en Guadalupe.
Litvan hizo pública esta información en un artículo publicado en 2003 en la revista científica Movements Disorders con el título de “Update of epidemiological aspects of Progressive Supranuclear Palsy”, cuatro años antes de la entrevista en radio Sarandí.

Investigación trunca

Los estudios de Caparros-Lefebvre son hoy una referencia en el mundo entero. Una búsqueda en Google del nombre de la doctora francesa arroja 16.300 resultados.
Pero, curiosamente, la relación entre el boldo y el Parkinson pudo ser descubierta en Uruguay años antes que Caparros-Lefebvre realizara su celebrado trabajo.
Entre 1995 y 1997 en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable se desarrolló una investigación conjunta entre esa dependencia estatal y dos laboratorios privados, que financiaban el experimento. El objetivo era estudiar si el boldo podía servir para combatir el mal de Parkinson.
“Pensamos que el boldo, como es un muy buen antioxidante, podía ser útil contra el Parkinson”, dijo Federico Dajas, médico e investigador jefe del Departamento de Neuroquímica del Clemente Estable.
Bajo esa hipótesis de trabajo, el boldo comenzó a ser administrado a un grupo de ratas con Parkinson. Pero los resultados no fueron los previstos. “Las ratas no mejoraban. Algunas se mantenían igual y otras empeoraban”, relató Dajas.
Como el efecto del boldo era contrario al planteado en la hipótesis del experimento, sus responsables decidieron suspenderlo antes de que llegara a su fin. Por eso nunca se publicaron sus resultados, ni tampoco se divulgó lo ocurrido.
Hoy Dajas sostiene que de lo experimentado no se pueden extraer conclusiones válidas para los humanos. Por un lado la experiencia no se terminó. Por otro lado, “de lo que ocurre con las ratas es muy arriesgado inferir una conclusión clínica porque las ratas reciben dosis muy altas”. También destacó que no todas las especies animales reaccionan igual ante los alimentos.
Sin embargo, a la luz de los descubrimientos realizados apenas un par de años después por Caparros-Lefebvre, parece evidente que, en términos de simple y puro conocimiento, hubiera sido bueno seguir adelante con aquel experimento que estaba revelando información tan grave sobre un producto que miles de uruguayos consumen día a día.
“Tan importante como saber si el boldo hace bien es saber si hace mal”, dijo la doctora Litvan por correo electrónico.

Natural y también tóxico

Los neurólogos uruguayos saben que Litvan es una científica de prestigio mundial, pero por ahora en lo que respecta al boldo prefieren mirar para otro lado. La doctora Ofrenda de Medina, integrante del grupo de trabajo sobre Parkinson de la Sociedad de Neurología, dijo que las investigaciones de Caparros-Lefebvre y las denuncias de Litvan son datos sobre los que hay que “esperar una confirmación”.
De todos modos, la neuróloga alertó sobre el consumo imprudente de hierbas supuestamente medicinales.
“Lo principal es que la gente sepa que las hierbas pueden no ser inofensivas. Hay que asesorarse, porque algunas son muy tóxicas”.
La doctora Salomé Fernández, integrante del CIAT y experta en toxicología, dijo que “aunque son pocas las especies vegetales cuya toxicidad intrínseca es elevada, la administración reiterada de dosis elevadas de una planta aparentemente inocua puede ser nociva”.
Que el boldo tiene componentes tóxicos es algo que se conoce desde mucho antes que las investigaciones de Caparros-Lefebvre. El boldo, por ejemplo, tiene ascaridol, una conocida sustancia tóxica, peligrosa si se la ingiere en demasía o por período prolongados.
Por eso, en varios portales de Internet dedicados al uso de hierbas o a la información sobre medicamentos se advierte que el boldo no puede beberse en forma permanente.
“No se recomienda el uso del boldo durante períodos de más de cuatro semanas ni tampoco el uso del aceite esencial de boldo debido a la presencia de sustancias como ascaridol y 4-terpineol, que son tóxicas e irritantes”, dice Portalfarma.com.
También se agrega que “el boldo no debe usarse durante el embarazo debido a la presencia de ascaridol, que es una sustancia tóxica que puede producir efectos adversos en el feto”.
En la página web del doctor Alberto Cormillot se sostiene que el boldo no debe ser consumido por “pacientes con obstrucciones en el tracto biliar o con enfermedad hepática severa”. También que “dosis muy altas pueden causar parálisis”. Esas advertencias están basadas en la monografía Intoxicaciones por té y yuyos de Carolina Rojido, Yanina Pross y Andrés Zapata, de la Cátedra de Pediatría II de la Universidad Nacional de Rosario.
Sin embargo, este tipo de precauciones no son conocidas en general por el público, que consume boldo para mejorar su digestión.
Para la doctora Litvan es grave que el boldo se venda en forma libre, sin ningún tipo de advertencia y sin que se divulgue los peligros que entraña.
Cuando fue entrevistada por radio Sarandí, una oyente llamó y contó que había tomado boldo durante siete años consecutivos. En forma paralela comenzó a perder la vista por un motivo que los médicos estimaban inexplicable. La perdida de visión, originada en un problema neurológico, sólo se detuvo, según contó, cuando dejó de beber las infusiones de la hierba.
A través del correo electrónico se le preguntó a Litvan si consideraba que existía una dosis segura para consumir el boldo. Respondió: “¿Para qué tomar algo que puede ser tóxico? Es como jugar con fuego”.

Fragmento de un artículo de Leonardo Haberkorn publicado en la revista uruguaya Placer, edición de agosto-setiembre de 2008.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
Derechos exclusivos blog El Informante



Nota. El 3 de marzo de 2011 recibí el siguiente mensaje por correo electrónico de la doctora Irene Litvan, que reproduzco manteniendo la redacción y ortografía originales:


"Estoy recibiendo emails de mucha gente en relacion a su articulo que se esta difundiendo por la internet.  Le quiero volver a aclarar que yo no hago investigaciones sobre el boldo, mi investigacion es sobre una fruta que se llama pawpaw, que es un nuevo cultivo en USA, y que es de la misma familia que otra que crece en el tropico (isla de Guadalupe) que tiene multiples nombres (en el centro y norte de Sudamerica se llama guanabana) y se ha asociado en dos estudios epidemiologicos con una enfermedad neurodegenerativa parkinsoniana que yo tambien estudio (PSP). En los paises de centro (por ejemplo Mejico) y norte de Sudamerica (por ejemplo Colombia) se come esta fruta, se ingieren jugos, helados y te de guanabana.
Cuando hable en radio Sarandi, la investigadora que estaba trabajando en la isla de Guadalupe, Dra Caparros-Lefebvre, me habia dicho y ella habia publicado un capitulo en el que decia que que en sudamerica le llamaban boldo a la misma planta, pero luego he visto que el boldo viene de plantas diferentes. No conozco experimentos con boldo y toxicidad y no se ha asociado que yo sepa a ninguna enfermedad neurologica.  Por otro lado, un reporte de la European Food Safety authority del 2009 (pagina 73) pone al boldo como potencialmente toxico pues contiene uno compuesto, tetrahidroisoquinolona que esta en la fruta tropical de Guadalupe y en otros estudios se demostro que es tambien toxica para las neuronas y en modelos animales tambien produce parkinsonismo. Si bien el te de boldo podria ser  potencialmente toxico para las neuronas, lo que no se sabe es cuanta cantidad de compuestos potencialmente toxicos hay en un te de boldo y cuantos años uno tendria que tomarlo para que sea toxico.  Debe de llevar años para que un te que normalmente tiene pocas cantidades de una fruta sea toxico, pero por prudencia no tomaria boldo y esto es lo que afirme cuando hable en la radio Sarandi y sigo pensando a pesar que no haya de momento datos al respecto".

Publicado el mensaje que me solicita Litvan solo me resta recordar que, obviamente, todas las citas adjudicadas a la doctora en la nota original están respaldadas en grabaciones o en correos electrónicos escritos por ella misma.

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