19.4.12

Periodismo tuit tuit

Hace diez años la mayoría de los periodistas ya había dejado de salir a la calle. Uno miraba una redacción y veía a muchos, demasiados, sentados frente a sus escritorios, con el teléfono en mano y la vista clavada en la pantalla de la computadora. Era un problema, porque el contacto con la gente y con la realidad suele ser el mejor camino para saber lo que pasa, para conseguir noticias importantes y buenas historias. La verdad está ahí afuera, como decía el lema que guiaba a Fox Mulder. Aquello tan viejo de observar, registrar, hacer preguntas y revolver archivos. Investigar requiere como primer requisito despegar el trasero de la silla. El teléfono y Facebook pueden ayudar mucho, pero nunca sustituyen el salir a buscar y ver las cosas con los propios ojos.
Twitter agravó el programa. Su poder adictivo superó todo lo anterior. Su vertiginosa línea de actualización: una, dos, tres, cien novedades en un instante fue la inyección letal que eliminó los últimos vestigios del reflejo que le indicaba al periodista que debía hacer el esfuerzo, elevar los glúteos de su butaca y salir a investigar algo. O por lo menos levantar el teléfono.
Hay una fascinación con la instantaneidad de twitter y de las redes sociales en general. Azotado por una crisis que amenaza ser terminal, el periodismo apela a la instantaneidad como arma de salvación. Páginas que se actualizan a toda hora, periodistas que twittean cientos de veces al día y, sobre todo, que no se pierden ningún tweet de ningún famoso. Rápido. Ya. Ahora. No importa lo que sea. El problema es que los tipos que organizan fraudes en las licitaciones o defalcos bancarios o matanzas colectivas todavía no lo twittean. Es un detalle. Mientras sea rápido, todo sirve. Hace poco un portal publicó la noticia de que Shakira se rascó el culo. En serio.
Al contrario de lo que suele repetirse, internet no supuso un gran avance respecto a la transmisión de información instantánea. La radio cumple con esa función desde hace décadas. Cuando Ghiggia anotó el segundo gol en Maracaná, el 16 de julio de 1950, los uruguayos se enteraron instantáneamente. Hace 62 años.
La gran ventaja que da internet no es la posibilidad de ser instantáneo, sino la de ser profundo. De informar a fondo. Son conceptos casi antitéticos. Y la prensa está eligiendo el equivocado.
Es cierto que leer en internet es menos cómodo que hacerlo en papel o que escuchar la radio tirado en una reposera. Pero la web tiene poderosas ventajas para informar en profundidad respecto a los demás medios. Para empezar, dispone de espacio ilimitado: se puede colgar una biblioteca entera de documentos de la red. No lo puede hacer la prensa y mucho menos la radio o la televisión. Internet tiene otra ventaja: puede reunir textos, infografías, documentos, fotos, videos, archivos de audio: puede valerse de todos los otros medios y presentar un asunto sumando materiales de todo tipo. Internet permite, además, enlazar otros artículos, libros, películas. Puede así presentar una información con decenas, cientos o miles de documentos probatorios, antecedentes, testimonios, ejemplos y derivaciones. Eso -sumado a la posibilidad de sumar los aportes del público- es lo que otorga profundidad a una información. Miles de periodistas a lo largo de la historia de la profesión hubieran querido gozar de semejantes ventajas para presentar sus investigaciones.
Pero a pesar de que internet es el vehículo ideal para presentar información completa y documentada, para ser profundo, casi siempre se la usa para lo opuesto: para ser instantáneo, light, liviano. Textos breves que rara vez se internan más allá de la mera superficie.
El reciente caso de violencia doméstica en el cual una mujer fue asesinada por su pareja en Punta Gorda fue paradigmático del periodismo instantáneo que cada vez gana más redacciones.
Dos colegas, en el semanario Brecha y en el portal In Situ, ya han escrito sobre este caso. El gran hallazgo de los medios fue una carta, de tono íntimo, que una de las hijas de la víctima, una niña, colocó en su Facebook. Luego se hicieron del auto de procesamiento y lo irradiaron al mundo por Twitter.
Ni en uno ni en otro caso existió la más mínima reflexión respecto a lo que se estaba haciendo. La carta de la niña no agregaba ninguna información relevante, solo la obvia cuota de dolor desgarrador de una niña que acababa de asistir al asesinato de su madre. ¿Tenía algún sentido exponerla ante la opinión pública? Si la carta no aportaba nada, ¿valía la pena generar un nuevo foco de preocupación a la familia afectada?
Pocas horas después, otro medio consiguió el auto de procesamiento del homicida. Sus periodistas lo volcaron en Twitter y luego lo pusieron en las pantallas de televisión, como si se tratara de una orden secreta del Pentágono capturada por Wikileaks. Sin embargo, no había en el breve documento ningún elemento de relevancia que no se supiera ya en base a lo que las fuentes policiales y judiciales habían relatado. Lo que estaba básicamente en el auto de procesamiento era la versión del matador. Como todo delincuente, en su declaración ante el juez, el homicida había tratado de quedar lo menos mal parado posible. Hablaba mal de su víctima -la pobre mujer a la que acababa de matar con saña, a golpes y delante de su hija-, ventilaba aspectos de su vida sexual, la pintaba como una provocadora.
Por supuesto, hay un detalle que los periodistas uruguayos que se dedican a este tipo de notas muchas veces olvidan: la muerta no pudo pasar por el juzgado a dar su versión de las cosas.
¿Cuál fue el sentido de escanear ese auto de procesamiento y divulgarlo sin ningún filtro? ¿Nadie reparó que el único efecto era el de enchastrar a la víctima?
Antes, cuando en una redacción se obtenía un documento de ese tipo, periodistas y editores discutían, aunque más no fuera cinco minutos, qué validez y qué méritos podía tener divulgarlo o no. Qué partes eran legítimas de ser citadas y cuáles no. Qué pasaje era información y qué pasaje solo invadía la vida privada de la gente. Qué valía la pena extraer de allí y qué se descartaba porque solo ensuciaba a la persona muerta. Se pensaba un poco antes de mandar cualquier cosa al aire o a las rotativas.
Pensar es otra cosa que está cayendo en desuso en los medios.
En el caso del crimen de Punta Gorda había cosas más interesantes que el Facebook de la hija de la víctima o las torcidas declaraciones del homicida.
El matador, por ejemplo, tenía una orden de restricción judicial que le impedía acercarse a su ex pareja. Pero, sin embargo, al mismo tiempo seguían compartiendo la custodia de sus hijos. Fue justamente cuando se encontraron para que él dejara los niños cuando ocurrió el crimen. Me pregunto: ¿tiene sentido que se libre una orden de restricción de acceso a una persona violenta y al mismo tiempo se le mantenga el derecho a acceder a sus hijos? Porque siendo así: ¿cómo podrá intercambiar los niños sin violar la orden de restricción de acceso?
¿Hay otras parejas en esta situación tan compleja de violencia latente? ¿Los jueces y la Policía no reparan en esta contradicción?
Investigar este punto, como también la impunidad que ese día exhibió el homicida para manejar borracho yendo y viniendo por la ciudad, requería sacar los ojos del Twitter. Pensar un poco. Levantarse de la silla. Visitar jueces, policías, activistas sociales, familias. Laburar. Hacer el trabajo del periodista. Algunos todavía lo intentan y, en este caso, hubo coberturas mucho mejores que los ejemplos citados. Pero cada vez son menos.
Otro ejemplo: se reproduce el canto de sirena del gobierno respecto al notable éxito en la baja de la pobreza, pero son pocos los medios que le dan el contexto imprescindible: se considera “no pobre” a personas que ganan sueldos miserables, con los cuales es imposible llevar una vida digna (5.847 pesos en Montevideo, 3.438 pesos en el interior urbano y menos aún en el interior rural).
Sería bueno que un medio enviara a uno de sus cronistas a Pando a vivir un mes con 3.438 pesos y luego nos contara cómo es la clase media del Uruguay de hoy, por lo menos para saber qué estamos festejando.
Pero –el ministro Olesker puede respirar tranquilo- esa crónica no la va a escribir nadie.
Ningún dueño de ningún medio querrá tener un mes entero a uno de  sus empleados haciendo una única nota que, además, no le va a gustar al gobierno.
Ningún periodista va a querer vivir un mes en Pando, con 3.438 pesos y sin poder seguir, segundo a segundo, la línea de actualizaciones de Twitter.
Mejor sigamos así. Bien atentos a la pantalla de la PC. Capaz que Shakira ahora se rasca en otro lado.

Periodismo tuit tuit

Hace diez años la mayoría de los periodistas ya había dejado de salir a la calle. Uno miraba una redacción y veía a muchos, demasiados, sentados frente a sus escritorios, con el teléfono en mano y la vista clavada en la pantalla de la computadora. Era un problema, porque el contacto con la gente y con la realidad suele ser el mejor camino para saber lo que pasa, para conseguir noticias importantes y buenas historias. La verdad está ahí afuera, como decía el lema que guiaba a Fox Mulder. Aquello tan viejo de observar, registrar, hacer preguntas y revolver archivos. Investigar requiere como primer requisito despegar el trasero de la silla. El teléfono y Facebook pueden ayudar mucho, pero nunca sustituyen el salir a buscar y ver las cosas con los propios ojos.
Twitter agravó el programa. Su poder adictivo superó todo lo anterior. Su vertiginosa línea de actualización: una, dos, tres, cien novedades en un instante fue la inyección letal que eliminó los últimos vestigios del reflejo que le indicaba al periodista que debía hacer el esfuerzo, elevar los glúteos de su butaca y salir a investigar algo. O por lo menos levantar el teléfono.
Hay una fascinación con la instantaneidad de twitter y de las redes sociales en general. Azotado por una crisis que amenaza ser terminal, el periodismo apela a la instantaneidad como arma de salvación. Páginas que se actualizan a toda hora, periodistas que twittean cientos de veces al día y, sobre todo, que no se pierden ningún tweet de ningún famoso. Rápido. Ya. Ahora. No importa lo que sea. El problema es que los tipos que organizan fraudes en las licitaciones o defalcos bancarios o matanzas colectivas todavía no lo twittean. Es un detalle. Mientras sea rápido, todo sirve. Hace poco un portal publicó la noticia de que Shakira se rascó el culo. En serio.
Al contrario de lo que suele repetirse, internet no supuso un gran avance respecto a la transmisión de información instantánea. La radio cumple con esa función desde hace décadas. Cuando Ghiggia anotó el segundo gol en Maracaná, el 16 de julio de 1950, los uruguayos se enteraron instantáneamente. Hace 62 años.
La gran ventaja que da internet no es la posibilidad de ser instantáneo, sino la de ser profundo. De informar a fondo. Son conceptos casi antitéticos. Y la prensa está eligiendo el equivocado.
Es cierto que leer en internet es menos cómodo que hacerlo en papel o que escuchar la radio tirado en una reposera. Pero la web tiene poderosas ventajas para informar en profundidad respecto a los demás medios. Para empezar, dispone de espacio ilimitado: se puede colgar una biblioteca entera de documentos de la red. No lo puede hacer la prensa y mucho menos la radio o la televisión. Internet tiene otra ventaja: puede reunir textos, infografías, documentos, fotos, videos, archivos de audio: puede valerse de todos los otros medios y presentar un asunto sumando materiales de todo tipo. Internet permite, además, enlazar otros artículos, libros, películas. Puede así presentar una información con decenas, cientos o miles de documentos probatorios, antecedentes, testimonios, ejemplos y derivaciones. Eso -sumado a la posibilidad de sumar los aportes del público- es lo que otorga profundidad a una información. Miles de periodistas a lo largo de la historia de la profesión hubieran querido gozar de semejantes ventajas para presentar sus investigaciones.
Pero a pesar de que internet es el vehículo ideal para presentar información completa y documentada, para ser profundo, casi siempre se la usa para lo opuesto: para ser instantáneo, light, liviano. Textos breves que rara vez se internan más allá de la mera superficie.
El reciente caso de violencia doméstica en el cual una mujer fue asesinada por su pareja en Punta Gorda fue paradigmático del periodismo instantáneo que cada vez gana más redacciones.
Dos colegas, en el semanario Brecha y en el portal In Situ, ya han escrito sobre este caso. El gran hallazgo de los medios fue una carta, de tono íntimo, que una de las hijas de la víctima, una niña, colocó en su Facebook. Luego se hicieron del auto de procesamiento y lo irradiaron al mundo por Twitter.
Ni en uno ni en otro caso existió la más mínima reflexión respecto a lo que se estaba haciendo. La carta de la niña no agregaba ninguna información relevante, solo la obvia cuota de dolor desgarrador de una niña que acababa de asistir al asesinato de su madre. ¿Tenía algún sentido exponerla ante la opinión pública? Si la carta no aportaba nada, ¿valía la pena generar un nuevo foco de preocupación a la familia afectada?
Pocas horas después, otro medio consiguió el auto de procesamiento del homicida. Sus periodistas lo volcaron en Twitter y luego lo pusieron en las pantallas de televisión, como si se tratara de una orden secreta del Pentágono capturada por Wikileaks. Sin embargo, no había en el breve documento ningún elemento de relevancia que no se supiera ya en base a lo que las fuentes policiales y judiciales habían relatado. Lo que estaba básicamente en el auto de procesamiento era la versión del matador. Como todo delincuente, en su declaración ante el juez, el homicida había tratado de quedar lo menos mal parado posible. Hablaba mal de su víctima -la pobre mujer a la que acababa de matar con saña, a golpes y delante de su hija-, ventilaba aspectos de su vida sexual, la pintaba como una provocadora.
Por supuesto, hay un detalle que los periodistas uruguayos que se dedican a este tipo de notas muchas veces olvidan: la muerta no pudo pasar por el juzgado a dar su versión de las cosas.
¿Cuál fue el sentido de escanear ese auto de procesamiento y divulgarlo sin ningún filtro? ¿Nadie reparó que el único efecto era el de enchastrar a la víctima?
Antes, cuando en una redacción se obtenía un documento de ese tipo, periodistas y editores discutían, aunque más no fuera cinco minutos, qué validez y qué méritos podía tener divulgarlo o no. Qué partes eran legítimas de ser citadas y cuáles no. Qué pasaje era información y qué pasaje solo invadía la vida privada de la gente. Qué valía la pena extraer de allí y qué se descartaba porque solo ensuciaba a la persona muerta. Se pensaba un poco antes de mandar cualquier cosa al aire o a las rotativas.
Pensar es otra cosa que está cayendo en desuso en los medios.
En el caso del crimen de Punta Gorda había cosas más interesantes que el Facebook de la hija de la víctima o las torcidas declaraciones del homicida.
El matador, por ejemplo, tenía una orden de restricción judicial que le impedía acercarse a su ex pareja. Pero, sin embargo, al mismo tiempo seguían compartiendo la custodia de sus hijos. Fue justamente cuando se encontraron para que él dejara los niños cuando ocurrió el crimen. Me pregunto: ¿tiene sentido que se libre una orden de restricción de acceso a una persona violenta y al mismo tiempo se le mantenga el derecho a acceder a sus hijos? Porque siendo así: ¿cómo podrá intercambiar los niños sin violar la orden de restricción de acceso?
¿Hay otras parejas en esta situación tan compleja de violencia latente? ¿Los jueces y la Policía no reparan en esta contradicción?
Investigar este punto, como también la impunidad que ese día exhibió el homicida para manejar borracho yendo y viniendo por la ciudad, requería sacar los ojos del Twitter. Pensar un poco. Levantarse de la silla. Visitar jueces, policías, activistas sociales, familias. Laburar. Hacer el trabajo del periodista. Algunos todavía lo intentan y, en este caso, hubo coberturas mucho mejores que los ejemplos citados. Pero cada vez son menos.
Otro ejemplo: se reproduce el canto de sirena del gobierno respecto al notable éxito en la baja de la pobreza, pero son pocos los medios que le dan el contexto imprescindible: se considera “no pobre” a personas que ganan sueldos miserables, con los cuales es imposible llevar una vida digna (5.847 pesos en Montevideo, 3.438 pesos en el interior urbano y menos aún en el interior rural).
Sería bueno que un medio enviara a uno de sus cronistas a Pando a vivir un mes con 3.438 pesos y luego nos contara cómo es la clase media del Uruguay de hoy, por lo menos para saber qué estamos festejando.
Pero –el ministro Olesker puede respirar tranquilo- esa crónica no la va a escribir nadie.
Ningún dueño de ningún medio querrá tener un mes entero a uno de  sus empleados haciendo una única nota que, además, no le va a gustar al gobierno.
Ningún periodista va a querer vivir un mes en Pando, con 3.438 pesos y sin poder seguir, segundo a segundo, la línea de actualizaciones de Twitter.
Mejor sigamos así. Bien atentos a la pantalla de la PC. Capaz que Shakira ahora se rasca en otro lado.

13.4.12

Pareja con hijo: facebook del día

Una pareja y su hijo, en la esquina montevideana de Ellauri y Juan María Pérez
el 13 de abril a las 17 horas. Foto tomada por Silvia Bartram, y reproducida de su
Facebook con autorización.

10.4.12

"Me sale el nazi"



En el siguiente enlance se pueden leer algunos comentarios en Twitter a propósito del partido de básquetbol entre Aguada y Hebraica y Macabi disputado ayer lunes. Menos mal que solo 50.000 uruguayos usan Twitter:
http://storify.com/leohaberkorn/me-sale-el-nazi

Comentario dejado en la página de Storify antes de que se eliminara
 la posibilidad de colocar mensajes.

16.3.12

Un muchacho que armaba parlantes y entró al MLN

Juan José Cabezas es profesor titular de la Facultad de Ingeniería e investigador en informática del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba). Entre sus méritos figura el de haber jugado un rol clave en 1988, cuando Uruguay se conectó por primera vez a Internet a través del Instituto de Computación de la Facultad de Ingeniería. Tanto es así que fue él quien recibió los primeros correos electrónicos que llegaron al país provenientes de fuera del Río de la Plata.
Es imposible no reconocerlo. Sus manos están deformadas, tienen extraños bultos y cicatrices. En la derecha tiene solo dos dedos completos; en la izquierda apenas uno. Hay dedos a los cuales le quedan dos falanges, en otros apenas una, de otros no queda nada. Además, tiene cicatrices en todo el rostro, en la quijada, la boca, la nariz. Usa unos lentes gruesísimos porque casi no ve. Juan José Cabezas es un mutilado de guerra, una víctima del Plan Cacao.
Juan José estudiaba ingeniería y, en un taller de electrónica montado en el fondo de la casa de sus padres en Punta Gorda, construía equipos de sonido, amplificadores y cajas de parlantes. A principios de 1970 Juan José y sus amigos del barrio, todos universitarios o estudiantes de bachillerato que se preparaban para ir a la universidad, todos de entre 18 y 22 años, comenzaron a militar en política.
Usaban vaqueros, se dejaban el pelo largo o la barba, escuchaban a los Rolling Stones y sentían un gran rechazo hacia los políticos en general, en especial hacia los de los partidos tradicionales. Juan José todavía puede oír a su padre bramar cuando él era un niño:
—¡No me voy a arrodillar ante ningún político para conseguir el teléfono!

Nuevos testimonios sobre los mitos del MLN- Historias tupamaras
El teléfono demoró catorce años en llegar al hogar de los Cabezas.
Aquellos muchachos de Punta Gorda estaban seguros de que el mundo estaba cambiando. “Recibíamos una influencia enorme de lo que ocurría en otros lugares: los movimientos hippies antibélicos en Estados Unidos, el Mayo Francés, la Primavera de Praga, la muerte del Che en Bolivia, la Revolución Cubana, todo eso nos impactaba mucho. Éramos antiimperialistas. Que Estados Unidos apoyara a las dictaduras en América Latina solo porque se oponían a la Unión Soviética, que despreciaran así a la democracia, también nos influyó mucho”.
La política uruguaya no les interesaba, más bien la miraban con aborrecimiento. “Los partidos tradicionales eran una cosa lejana, molesta, que solo servía para hacer el mal. Esa era una verdad que a nadie se le ocurría discutir. Un abismo nos separaba de sus dirigentes. ¿Cómo no podían entender lo importante que eran los Rolling Stones? ¿Cómo no podían comprender por qué nos vestíamos de una manera que era tan obvia para nosotros? Ellos se vestían, se movían y hablaban con otros códigos, todo eso nos alejaba muchísimo”.
Pero los partidos de izquierda tampoco los atraían. Muchos de sus legisladores y dirigentes se comportaban de un modo muy similar a los blancos y colorados. También ellos hacían largos discursos, se enfrascaban en interminables polémicas y con frecuencia terminaban defendiendo lo indefendible. Además, Juan José Cabezas y sus amigos sentían un gran rechazo hacia la Unión Soviética y los comunistas. Al final, de la política uruguaya, lo único que les gustaba eran los tupamaros.
“El MLN aparecía como un outsider con un enorme atractivo para nosotros: su discurso estaba asociado a la acción, eso lo veíamos como una gran señal de coherencia y le dábamos un valor enorme. Su simbología era nacionalista y no estaba asociada a la Unión Soviética. Los tupamaros no eran iguales a los políticos de los cuales desconfiábamos. Entonces empezamos a militar: salíamos a hacer pintadas, íbamos a las manifestaciones, no teníamos armas, pero nos considerábamos un grupo tupamaro. Nuestro único defecto era que el MLN no lo sabía”.
Juan José se ríe. Revive todo con enorme precisión, habla en un tono pausado, desprovisto de rencores y de remordimientos.
Finalmente alguien de su barra de amigos logró hacer un contacto con el MLN y un integrante de la organización fue a verlos. Fue un día muy importante para todos ellos. “Estábamos admirados de tener delante nuestro a un tupamaro de verdad. Ahí sí nos integramos al MLN y el grupo se dispersó en distintas actividades dentro de la organización. Éramos siete u ocho. Dos años después, salvo yo, todos estaban presos”.
Como en el fondo de la casa de sus padres funcionaba un taller de electrónica, Juan José fue integrado al Servicio de Radiocomunicaciones, un grupo de logística de la Columna 15.
“Al principio todo iba muy bien. Yo trabajaba con otros dos compañeros y la tarea la desarrollábamos en el taller de mi casa. Trabajábamos dentro de la Columna 15 que era muy dinámica y, además de ser la de Amodio Pérez, era la que captaba en Montevideo a la mayoría de los estudiantes universitarios”.
Todo cambió cuando el MLN inició el Plan Cacao. Luego del atentado al bowling de Carrasco los responsables de la Columna 15 le encomendaron una nueva misión a Juan José Cabezas.
“En el bowling de Carrasco, según yo recuerdo, lo que pasó fue que se tiraron cócteles Molotov. No se pretendía provocar una explosión, sino un incendio. Pero al parecer el piso de madera había sido recién encerado y eso produjo una explosión completamente ajena a las características de un Molotov. Y esa explosión produjo la caída del techo”.
Como el sorpresivo derrumbe mató a dos de los integrantes del MLN que realizaron el atentado, la cúpula tupamara decidió que el Plan Cacao debía seguir adelante pero ahora con bombas que explotaran con un mecanismo de retardo.
“A partir de ahí el MLN decidió manejar las explosiones en forma más controlada”, recuerda Juan José Cabezas, en su despacho de la Facultad de Ingeniería. “Un día llegó el encargado de nuestro grupo. Traía explosivos sacados de una cantera y nos dijo: ‘van a tener que hacer bombas porque no hay nadie que las haga’. Nos dijo que teníamos que hacerlas con un mecanismo de retardo de tiempo para la explosión. Y nosotros nos pusimos a fabricar bombas. El problema era que no sabíamos cómo hacerlas… y aprendimos como pudimos”.
El plan, según relata Cabezas, era explotar las bombas en lugares o empresas consideradas símbolos del imperialismo estadounidense y generar daños materiales. La orden no lo convencía, pero la cumplió.
“Yo no veía muy claramente la utilidad de eso, el plan era de dudoso resultado y su concepto no me parecía muy claro. Incluso en esa época tan loca, muchos no lo comprendían. Pero yo tenía mucha confianza en que la organización pudiera manejarlo, o que lo llevaran adelante porque conocieran elementos que yo no conocía. Yo apenas llevaba tres meses como militante del MLN y la tarea tenía que cumplirla. El MLN era una organización militar, por lo tanto no se discutía cuando vos querías y en la forma en que se te antojara”.
Finalmente Juan José Cabezas y otros dos compañeros, con sus precarios conocimientos, comenzaron a fabricar las bombas. Hicieron ocho o diez que explotaron en distintos lugares, provocando daños materiales y el terror que hoy no se admite. Todo marchaba según lo planeado por la dirección del MLN.
El 19 de noviembre de 1970, la fecha no se le olvidará más, Juan José Cabezas finalizó el ensamblado de un nuevo ingenio explosivo. “Cuando terminábamos cada bomba, le poníamos un mecanismo de tiempo electrónico, que fabricábamos allí en el taller. Nunca sabré lo qué pasó, sospecho que el mecanismo de seguridad no había quedado bien instalado. Yo la estaba colocando en una cajita que no llamara la atención para poder entregarla, y entonces la bomba explotó en mis manos”.

Fragmento del libro Historias Tupamaras, de Leonardo Haberkorn, editorial Fin de Siglo.

18.2.12

Robar no es hacer changas

Hoy todo es polémica entre el gobierno y la oposición. Y, sin embargo, estos dichos del diputado Aníbal Pereyra pasaron desapercibidos.
Pereyra es uno de los legisladores del MPP, el grupo político orientado y liderado por el presidente José Mujica. También integra la dirección del  MLN-Tupamaros. Es representante nacional por el departamento de Rocha. Tiene 46 años.
Diputado Aníbal Pereyra
En enero le dijo a El País:
“Una de las fortalezas más grandes que tiene Uruguay para el turismo es la seguridad. Aunque así como hay gente que viene a hacer la temporada de verano, hay delincuentes que van a hacer la changa. Hoy hay lugares tan alejados de los centros urbanos que si no tienen criterios de seguridad algún día los van a afanar. Si se ostenta determinada cosa, algún día los que andan en la vuelta lo pueden robar y de eso hay gente que no se da cuenta”.
Pereyra se refería a algunos robos en el este del país, en zonas al parecer muy apartadas. Reclamaba que quienes residen en esos parajes tomen medidas de seguridad para no ser desvalijados.
Pero eso no es lo insólito. Lo asombroso es que afirme que “hay delincuentes que van a hacer la changa”. Y lo pasmoso es que nadie diga nada.
Hacer una changa en Uruguay es hacer un trabajo menor, pequeño, informal. El que vive de changas seguramente no tiene una gran preparación, quizás no le guste tener un empleo formal, puede que no sea muy laborioso, que sea un poco vago, perezoso, que rehúya las responsabilidades. Puede ser, o quizás no sea nada de eso. Pero lo que es seguro es que quien vive de hacer changas es una persona decente. Hacer changas no es andar robando. El que vive de changas no es un ladrón. Los delincuentes, diputado Pereyra, no hacen changas.
La declaración del legislador es una prueba más de hasta qué punto vivimos en una sociedad que no condena al delito, que lo legitima.
Robar es como trabajar para el diputado Pereyra. Y no solo para él.
Antes la explicación era que había tanto delito porque había mucha pobreza. Pero la pobreza cayó y el delito no. Antes faltaban ayudas sociales. Ahora se vuelcan millones, pero los delincuentes no se enteran.
El problema está en otro lado.
Es un problema cultural, de discurso, está en las palabras. Y no cambiará mientras robar sea tan legítimo como changar o trabajar.

12.2.12

Gauchos licenciados y éxito a la uruguaya

"El Uruguay y sus visitantes". Así se llama un pequeño libro escrito por el maestro José María Firpo, el mismo de la desopilante serie "El Humor en la escuela".
Lo compré en una librería de viejo. Se trata de una recopilación de textos escritos por extranjeros que recalaron en estas costas entre 1926 y 1967. Como fue publicado en 1978, en plana dictadura, es de suponer que habrá existido cierta clara limitación en las citas seleccionadas. Aún así el libro tiene pasajes interesantes: algunos por su gracia, otros por su crudeza.
Entre los primeros destaca un disparatado artículo de 1948 del semanario francés Samadi Soir, donde se escribe mal el nombre del nombre del presidente Luis Batlle Berres, pero eso es apenas un detalle en medio de tanto dislate:

"Pero el Uruguay no es más el Uruguay. Hace seis años el presidente de la República Battle Beres creó universidades ambulantes sobre ferrocarriles, con vagón-museo, vagón-laboratorio, vagón-anfiteatro. Dentro de poco los últimos gauchos serán todos licenciados. El presidente Battle Beres, hijo de aquel que detuvo las revoluciones mensuales, es, él mismo, un gran poeta".

También memorable, pero no por su comicidad, es una nota escrita por un corresponsal de la revista estadounidense Time que visitó Uruguay en 1954:

"El omnipresente Estado maneja la mayor parte de las cuestiones bancarias y de seguros del país, monopoliza las importaciones de hulla, opera los ferrocarriles, las plantas de energía eléctrica, el sistema telefónico, un gigantesco frigorífico, destilerías de bebidas alcohólicas, la pesca, plantas de cemento, un teatro, un servicio de ambulancias y una serie de restaurantes de precios bajos. La  estructura estatal es costosa. Uruguay padece el más severo caso latinoamericano de entumecimiento burocrático, con 150.000 empleados civiles en una fuerza trabajadora de un millón de personas. Los déficit del gobierno aumentan año a año y, bajo la manta estatal de benevolencia, el incentivo decrece. Las tardes de verano libres para holgazanear en la playa son una costumbre nacional. El hombre que se jubila joven con una pensión confortable se ha convertido en la imagen nacional del éxito".

Dicen que no hay nada más viejo que el diario de ayer, pero ese artículo de Time tiene 58 años.



10.2.12

Gudynas: "Un día triste para el ambientalismo uruguayo"

Reproduzco aquí, por considerarla de interés, una carta pública remitida por el reconocido ambientalista Eduardo Gudynas.

"En el día de hoy, el presidente José Mujica anunció su intención de transferir la actual Dirección de Medio Ambiente, de su ubicación institucional actual en el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, a la Presidencia (específicamente a la Oficiana de Planeamiento y Presupuesto).
Esta es una pésima noticia para el tema ambiental en Uruguay, ya que significa desmantelar al Ministerio del Ambiente, y colocar los mecanismos que otorgan permisos ambientales directamente en manos de la Presidencia. La intención es clara: llevar las evaluaciones ambientales a su mínima expresión, y colocarlas debajo de las decisiones de inversión en manos de la Presidencia.
Es posiblemente una decisión que por ahora es ilegal -los cambios normativos necesarios para concretar esa transferencia son de una enorme complejidad, y muchos requieren la aprobación de nuevas leyes.
Eduardo Gudynas
Tiene un sabor particularmente amargo ya que todos los países sudamericanos se están movimiento hacia ministerios del ambiente plenos, y aquí se intenta ir hacia atrás. Pero además se copia
a Argentina -es el único país sudamericano cuya agencia ambiental depende de la Presidencia,
vía la jefatura del gabinete (una reforma de Néstor Kirchner).
Se llega así a un nuevo extremo, en la misma línea de las burlas del presidente a los temas ambientales, su decidida promoción de la minería, los intentos de rebajar las exigencias ambientales, etc. El objetivo actual es desmontar la institucionalidad ambiental.
Un día triste para el ambientalismo uruguayo".

9.2.12

Uruguay, el país sin nombre

Uruguay es un país sin nombre. “República Oriental del Uruguay” significa que es la república al oriente del río Uruguay. Es por tanto la descripción de su ubicación geográfica y no un nombre en sí. Algo así como si Perú se llamara “República al norte de Chile”.
Esta ausencia nace de la Convención Preliminar de Paz, que decretó la independencia de la Provincia Oriental en 1828 pero olvidó bautizarla.
El asunto se consideró en 1829, cuando se discutió la primera Constitución.
Uno de los constituyentes, Manuel Errázquin, propuso llamar al país “Estado de Solís”. La idea se descartó porque no se vio conveniente bautizarlo con el nombre de una persona.
Luego ganó empuje el nombre de Estado de Montevideo. Pero el constituyente Lázaro Gadea hizo ver que esa denominación aludía solo a una parte del país y que eso molestaría a los habitantes de otros parajes. Gadea propuso el nombre de Estado Oriental.
José Ellauri le respondió que Provincia Oriental había estado bien, porque era la más oriental de las Provincias Unidas. Pero si ya no se pertenecía a esa unión, el nombre carecía de sentido. No se podía ser “oriental” de la nada.
Gadea replicó que bien podía llamarse al país Estado Oriental del Caudaloso Plata, o Estado Oriental del Uruguay.
El constituyente Domingo Costa le hizo ver a Gadea que era una “monstruosidad” sostener que el país estaba al oriente del Río de la Plata y le advirtió que toda Europa se mofaría si cometían tal error geográfico: el territorio nacional estaba, explicó, al norte del Plata. El país podía llamarse, en todo caso, Estado Septentrional del Caudaloso Plata.
Gadea tomó nota y apostó todas sus fichas a Estado Oriental del Uruguay.
Alguien propuso también el nombre de Estado Nord Argentino, como si más bien fuéramos Bolivia.
Finalmente se sometieron tres nombres a consideración de los constituyentes: Estado de Montevideo, Estado Nord Argentino y Estado Oriental del Uruguay.
Ganó este último. Cuando se sancionó la Constitución de 1830, fue nuestro primer nombre.
El gentilicio continuó siendo “orientales”, como antes de la independencia. La palabra “uruguayo” comenzó a usarse recién medio siglo después. El primero en emplearla, dijo el historiador Carlos Demasi, fue un poeta que no encontraba una rima para la palabra “rayo”.

Artículo de Leonardo Haberkorn, recuadro de un informe sobre el Bicentenario.
Publicado en la revista Construcción, de la Cámara de la Construcción del Uruguay. Edición noviembre-diciembre 2011 / enero 2012
el.informante.blog@gmail.com

14.1.12

200 años de qué

“Pero, cómo, ¿Artigas no es Dios?”, le preguntó un escolar a Gerardo Caetano. El historiador relató la anécdota como ejemplo del desconcierto que los niños sienten ante la historia que les inculcan. Lo peor es que, desde su punto de vista, los festejos del “Bicentenario” aumentaron la confusión reinante.
Uruguay bicentenario festejos 200 años
Tren de AFE con el eslogan "Bicentenario Uruguay"
 A Caetano le preocupa este asunto. En una repleta sala de la Intendencia de Montevideo durante la Feria del Libro, se preguntó qué pensarán los escolares y liceales “cuando oyen hablar permanentemente de los 200 años del Uruguay” y recordó varias piezas publicitarias que dicen que el país festeja su bicentenario.
“Es insostenible que el Uruguay celebre hoy el bicentenario de su nacimiento como nación”, agregó. “Son insostenibles muchas cosas que escuchamos a diario, resignándonos porque forman parte de ese discurso oficial que hay que soportar”.

De Napoleón a Buenos Aires

Esta historia comenzó con Napoleón Bonaparte, quien en 1807 ocupó España e intentó colocar a su hermano como rey. Los españoles rechazaron el intento y declararon la guerra a Francia.
Para 1810 el triunfo francés parecía seguro y los criollos en América comenzaron a cuestionarse el sentido de seguir obedeciendo a los virreyes de un reino que se desmoronaba. Los criollos venían reclamando mayor autonomía económica y política, y algunos ya soñaban con la independencia. España, que ahora luchaba por sobrevivir, ya no tenía fuerzas para asegurar sus colonias. Muchos en América comprendieron que la hora de rebelarse había llegado.
La revolución en el Virreinato del Río de la Plata estalló en mayo en Buenos Aires. La autoridad del virrey Cisneros fue desobedecida y, tras unos días de tensa agitación política que Inglaterra alentó, el 25 de mayo se instaló una junta criolla, “el primer gobierno autónomo del Río de la Plata, origen del proceso independentista que se desarrollaría a partir de ese momento”, según anota el historiador Lincoln Maiztegui en su libro Orientales.
Buenos Aires intentó que la revolución y su nueva autoridad alcanzaran a todo el virreinato, la Banda Oriental incluida.
En el actual territorio uruguayo ocurrieron dos cosas. En Montevideo los españoles se atrincheraron detrás de las zigzagueantes e inexpugnables murallas de casi 11 metros de altura, que ellos mismos habían levantado entre 1741 y 46. Todavía no aceptaban su derrota.
En la campaña, en cambio, el espíritu levantisco, el deseo de liberarse de la tutela europea, prendió como reguero de pólvora. El 18 de febrero de 1811 dos caudillos, Venancio Benavídez y Pedro Viera, se pronunciaron a orillas del arroyo Asencio en favor del gobierno criollo de Buenos Aires. La fecha es tomada, en la enseñanza oficial, como el inicio de la revolución oriental.
Sin embargo, el grito de Asencio fue un derivado de la revolución de Mayo, aunque hoy los festejos del bicentenario lo hayan ignorado. No siempre fue así: el 25 de mayo fue feriado en Uruguay hasta 1934. Y también lo fue en 1960, cuando se cumplieron sus 150 años.
En el Parlamento se discutió cuándo debía celebrarse el bicentenario. Tras un largo debate, se concluyó que se conmemorarían los 200 años de todos los sucesos históricos ocurridos entre 1810, cuando estalló la revolución, y 1815, cuando José Artigas alcanzó su máximo poder en la Provincia Oriental.
Pero el trámite legislativo fue tan largo, con tantas idas y venidas, que cuando por fin fue a votarse… el 25 de mayo de 2010 ya había pasado.
El senador Enrique Rubio dijo que el Parlamento había actuado en base a “la tesis –que compartimos– de que el Uruguay debe dar mucha importancia, en el marco del proceso de revolución de independencia en el Río de la Plata, al 25 de mayo de 1810”. Pero, mirando el almanaque, corroboró que ese aniversario ya se había cumplido antes de que la ley del Bicentenario fuera votada. “Ahora -sostuvo- estamos en junio; entonces, no podemos legislar sobre el pasado, porque sería poco sostenible desde el punto de vista de la técnica legislativa”.
El senador Ope Pasquet lo lamentó con iguales dosis de dolor y resignación: “Hace pocos días se celebró el feriado de los funcionarios del Banco de Previsión Social y también el de la industria láctea. Sin embargo, el Bicentenario del 25 de mayo quedó sin esa celebración y simplemente hay que seguir adelante”.
Para Oscar Padrón Favre, historiador radicado en Durazno, “fue un grave error el que se cometió el año pasado al no haber adherido más activamente a los festejos de ese Bicentenario, pues no es una fecha solo de Argentina sino de América”. Y agregó: “Durante el siglo XIX hubo una clara conciencia de su importancia, tal como lo demuestra el nomenclátor, pero luego un mal entendido nacionalismo la fue borrando y lo que pasó en 2010 muestra que, lamentablemente, sigue muy arraigado en ciertos sectores uruguayistas”.
Finalmente el Parlamento fijó los festejos en 2011, año “de la celebración del Bicentenario del Proceso de Emancipación Oriental”, según la web oficial del aniversario.
El objetivo es recordar “aquellos hechos que durante el año de 1811 formaron parte de los procesos regionales que determinaron, a través de distintos ensayos de organización política, la formación de nuestro país y de otras repúblicas en la región”.

Traición y redota

Si los paisanos que se levantaron en 1811 lo hicieron en apoyo de la Junta de Mayo de Buenos Aires, puede concluirse que ellos se sentían “argentinos”: querían liberarse del dominio español pero no perseguían la independencia de la Banda Oriental.
Aunque pocos uruguayos lo saben, y según la historia aprendida en la escuela les resulte difícil explicarlo, las batallas de San José y Las Piedras –ganadas en 1811 por las tropas de Artigas contra los españoles– son celebradas en el himno argentino.

“San José, San Lorenzo, Suipacha
Ambas Piedras, Salta y Tucumán
La Colonia y las mismas murallas
Del tirano en la Banda Oriental,
Son letreros eternos que dicen:
Aquí el brazo argentino triunfó,
Aquí el fiero opresor de la Patria
Su cerviz orgullosa dobló”.

Es difícil encontrar un historiador que afirme que en 1811 los orientales buscaban la independencia.
Carlos Demasi dijo que es difícil precisar qué querían los hombres de un pasado tan lejano y distinto. Pero, hecha esa salvedad, agregó: “Todo parece indicar que los orientales no pensaban en la posibilidad de una independencia”.
Padrón Favre coincidió: “La independencia no fue el deseo inicial de la Revolución, pero el sentido autonómico y de destino propio se fue consolidando a lo largo de dos décadas muy turbulentas y sufridas”.
Las turbulencias y el sufrimiento a los que refiere Padrón comenzaron con el rápido desencuentro entre los orientales y las autoridades de Buenos Aires.
Tras el grito de Asencio, el gobierno porteño nombró a Artigas su comandante en la Provincia Oriental y le encomendó la lucha contra los españoles atrincherados en Montevideo.
Artigas se transformó así en líder militar pero también político. Pretendía echar a los españoles y al mismo tiempo que el nuevo país adoptara un régimen federal que diera autonomía a cada provincia. El gobierno porteño, en cambio, hubiera preferido que Artigas se atuviera a sus funciones como soldado. Buenos Aires quería un régimen centralista: sus ilustrados doctores sentían que dar poder al gauchaje y a los levantiscos caudillos provinciales era entregar el país a la barbarie.
Artigas derrotó a los españoles en San José y en Las Piedras, las batallas loadas en el himno argentino, y sitió Montevideo.
El gobierno central de Buenos Aires, mientras tanto, estaba en problemas. Había intentado llevar la revolución al Alto Perú, pero había sufrido dos duras derrotas. Además, la flota española con base en Montevideo les había bloqueado el puerto. Al gobierno porteño le faltaban recursos para batirse en tantos frentes. Por eso le plantearon un armisticio al virrey Elío, la máxima autoridad hispana en Montevideo. Según el acuerdo, los españoles levantarían el bloqueo naval a Buenos Aires. A cambio, recobrarían el control de toda la Provincia Oriental (comprometiéndose a no perseguir a quienes se habían rebelado contra ellos).
El pacto –alentado por Inglaterra– fue tomado por los orientales como una traición de su gobierno central. Artigas, pese a todo, lo acató, levantó el sitio a Montevideo y se retiró a Yapeyú, Entre Ríos, donde lo destinaron sus jefes porteños.
“En medio del dolor y la desazón –relata Maiztegui– todos proclamaron entones la voluntad de no abandonar las armas y reemprender la lucha cuando fuera posible […] La gran mayoría de los orientales marchó detrás de Artigas, pese a que el destino final era mucho más inseguro”.
Es la famosa “Redota”, elevada a la categoría de suceso bíblico por el historiador Clemente Fregeiro, que en 1882 la bautizó como “el Éxodo del Pueblo Oriental”. Maiztegui anota: “Tal vez sea el hecho social más importante de la historia del Uruguay”.
Miles de personas dejaron sus hogares, quemaron incluso sus viviendas para acompañar al caudillo. La travesía duró del 23 de octubre de 1811 a enero de 1812. El campamento final se instaló al otro lado del Uruguay, a orillas del arroyo Ayuí, en territorio entrerriano. Eran tantos, se habla de hasta 16.000 personas, que cruzar el río les insumió 20 días.
En la mayor pobreza, algunos se instalaron a vivir debajo de sus carretas, o incluso de los árboles.
Para muchos es el episodio más dramático de la gesta artiguista, el embrión de una nueva nacionalidad. Para Maiztegui “el sentimiento de ‘orientalidad’ surgió sin duda de esta doliente coyuntura como consecuencia de la tristísima peripecia que les tocaba vivir”.
“Enfrentados a los españoles, no podían sentirse tales; traicionados –así lo sentían– por el gobierno de Buenos Aires, no podrían jamás considerarlo como propio. Definitivamente eran otra cosa; eran los orientales”, escribe el historiador en su ya citado libro. Sin embargo, agrega: “No significa esto, desde luego, que estuviera en el ánimo de aquellos hombres la creación de un país distinto”.

Breve apogeo de Artigas

En 1812 se derrumbó la tregua entre los españoles de Montevideo y el gobierno de Buenos Aires. Los porteños permitieron a Artigas y sus hombres volver a la lucha, y enviaron refuerzos comandados por José Rondeau. En 1813 ambos militares sitiaron Montevideo por segunda vez.
Sin embargo, los desencuentros entre el caudillo oriental y Buenos Aires no amainaron.
En abril de ese año los orientales realizaron un congreso, el de Tres Cruces, en el cual Artigas brindó su mejor pieza oratoria: “Mi autoridad emana de vosotros, y ella cesa ante vuestra presencia soberana”, les dijo a los allí reunidos. También anunció su intención de reconocer a la Asamblea General que gobernaba en Buenos Aires siempre y cuando se garantizara la soberanía oriental. Pero aclaró: “Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional”.
Su proyecto seguía siendo la unión federal.
En 1814 se realizó un nuevo congreso, el de Capilla Maciel, Dirigido esta vez por Rondeau, el congreso eligió a dos hombres ajenos al federalismo como delegados ante la Asamblea de Buenos Aires. Artigas se molestó, abandonó el sitio de Montevideo y volvió a romper relaciones con el gobierno central. Se trasladó a Belén y desde allí buscó extender su idea federal al resto del país.
Su prédica tuvo éxito. Un año después se formó la Liga Federal, una coalición de seis provincias que propugnaban ese modelo político: la Provincia Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones y Córdoba.
La alianza significó un desafío a Buenos Aires, pero nunca llegó a ser una verdadera unión política. Artigas fue declarado “Protector de los pueblos libres”, pero ese honor no le otorgó ningún poder concreto fuera de la Provincia Oriental.
Montevideo, mientras tanto, cayó en manos de los ejércitos porteños comandados por Carlos María de Alvear: los españoles se fueron y ya no volverían. Sin embargo, Buenos Aires no quiso retirar a sus tropas de la provincia tras la victoria, lo que llevó a que porteños y orientales se enfrentaran en el campo de batalla. En enero de 1815 los artiguistas vencieron en Guayabos y todo el territorio oriental quedó en sus manos.
El apogeo político de Artigas se centra en 1815. Gobernó entonces la Provincia Oriental desde Purificación, un campamento militar en el litoral con tan solo dos construcciones de material: el rancho del caudillo y la iglesia. “La población civil –sostiene Maiztegui en Orientales– vivía en tolderías o ranchos de paja y terrón”.
Ya no era el mismo. Su carácter había cambiado en el fragor de la lucha. Aquello de “mi autoridad emana de vosotros y cesa ante vuestra presencia soberana” ya no corría. El caudillo había adquirido modos de autócrata: sus gestos eran autoritarios, sus posiciones cada vez más radicales. Sostiene Maiztegui: “Es difícil reconocer en él al jefe liberal del Congreso de abril”.
Nada sobre esta metamorfosis se dice en la historia oficial, que pinta a un Artigas siempre perfecto, un dios, como dice el himno que se canta en las escuelas.
“Esa divinización del personaje en la que incurre el discurso oficial, lejos de enaltecerlo lo aleja de los ciudadanos, en especial de los más jóvenes”, sostiene Gerardo Caetano. “Ese santón laico, ese ‘padre’ y ‘dios’ de la patria, alejado de la vida y de su tiempo, ese ‘Cristo uruguayo’ como hace 100 años le escribió Unamuno a Zorrilla a propósito de su Epopeya de Artigas, no hace justicia al hombre de carne y hueso, al líder de una revolución popular, que para mí, con sus claros y oscuros propios de toda humanidad, resulta una figura mucho más atractiva y vigente”.
Hubo luces y sombras en el breve período en que Artigas gobernó la Provincia.
De 1815 es su renombrado Reglamento de Tierras, cuando repartió propiedades entre los más desposeídos.
Para Demasi esa celebrada reforma agraria es un buen ejemplo de lo difícil que es analizar hoy los hechos históricos. “El reglamento de tierras, muy analizado, tiene dos partes: una de ‘fomento de la campaña’ y otra de ‘seguridad de los hacendados’. El análisis en general se queda en la primera, donde Artigas dice que los más infelices serán los más privilegiados. En la segunda dice que todo aquel que no tenga una papeleta de empleo irá a prestar servicios al ejército. ¿Cómo juntás las dos partes? Para Artigas evidentemente no eran contradictorias, para quienes lo leían en la época tampoco. Para nosotros es casi incomprensible. Entonces, ¿cómo descubrís la voluntad detrás de eso?”
Maiztegui anota otra contradicción en Artigas: su permanente preocupación por subsanar la situación de los indios y su indiferencia ante la de los negros esclavos.
Un capítulo aparte merecerían los abusos de su lugarteniente Fernando Otorgués en el gobierno de Montevideo y otros casos del estilo, que provocaron que muchos orientales cultos que antes habían apoyado a Artigas comenzaran a rechazarlo.
Otro dato que nunca es recordado en las escuelas: en junio de ese año, deseosa de no tener más problemas, Buenos Aires le ofreció a Artigas la independencia de la Provincia Oriental. La oferta no se quedaba allí: incluía también la garantía de que Entre Ríos y Corrientes elegirían libremente su destino político. Solo le pedían que ya no se metiera en las demás provincias.
Tal como se enseña la historia uruguaya hoy, el Artigas-Prócer-de-la-Independencia debería haber aceptado la propuesta con  entusiasmo. Sin embargo, la rechazó. Él quería la unión federal de todas las provincias. Todo o nada.
“Artigas –explicó Caetano- es especialmente enfático en la idea de autonomía provincial dentro de la confederación de las Provincias Unidas, con un celo muy marcado por la autonomía oriental pero con igual celo por la reunificación en clave federal o confederal de las Provincias Unidas”.

Invasión y unión

El gobierno artiguista fue efímero. Aprovechando la desunión rioplatense, el imperio portugués invadió la Provincia Oriental desde Brasil en 1816.
Artigas pidió entonces apoyo al gobierno central de Buenos Aires, liderado por el director supremo Juan Martín de Pueyrredón. El porteño prometió ayudar si Artigas reconocía la legitimidad de su gobierno.
El caudillo se negó. Incluso humilló a dos de sus delegados que firmaron un acuerdo reconociendo la autoridad de Pueyrredón a cambio de pertrechos militares: los acusó de sacrificar el “rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad”, otra de sus más celebradas frases.
Maiztegui sostiene en Orientales que la historiografía nacional no ha sido del todo justa al dedicarle a Pueyrredón toda clase de “epítetos denigrantes” por no haber declarado la guerra a Portugal en apoyo de la Provincia Oriental. Aduce que otros elementos deben tomarse en cuenta para juzgar el caso. “Entre ellos, la intransigencia de Artigas, que se negó sistemática y firmemente a reconocer la autoridad del director supremo, lo que llevó a este a la convicción de que el caudillo oriental era intratable”.
En Montevideo, donde los abusos del gobierno artiguista habían enemistado a buena parte de la población, los portugueses fueron recibidos como libertadores en 1817.
En campaña, los orientales se batieron con valentía durante tres años. Abundan las historias que muestran el coraje de aquellos hombres. Juan Antonio Lavalleja fue capturado cuando arremetió con apenas seis u ocho paisanos contra todo un ejército que lo rodeaba. Lo iban a fusilar pero, conmovido ante tal muestra de bravura, el jefe portugués ordenó: “¡Nadie toque un pelo de este valiente!”. Sin embargo, más allá del heroísmo y de algunas victorias puntuales, el resultado global de la guerra fue una completa derrota.
En enero de 1820, tras la batalla de Tacuarembó, los portugueses se hicieron de toda la provincia. Artigas, vencido, cruzó el río Uruguay y ya nunca volvió.
El dominio luso-brasileño se extendió durante cinco años. El movimiento libertador se organizó desde Buenos Aires, dirigido, entre otros, por Lavalleja y Manuel Oribe.
El 19 de abril de 1825, habiendo conseguido fuertes contribuciones de armas y dinero para la causa, cruzaron el río Uruguay. Se llamaron a sí mismos “los 33”, aunque más probablemente fueron 40 o 42.
Blanes, historia Uruguay bicentenario, 33 orientales
Los 33 según Blanes.
“No eran los 33 Orientales, porque no eran todos orientales. Esa palabra se agregó más tarde”, afirmó el historiador Guillermo Vázquez Franco en una conferencia que ofreció el 29 de setiembre en el café Expreso Pocitos.
Desembarcaron en la playa hoy conocida como La Agraciada, donde Lavalleja leyó una proclama llamando a todos los vecinos a sumarse a la lucha: “Argentinos orientales: la gran Nación Argentina de que sois parte, espera vuestro pronunciamiento…”
Es una frase llena de significado que nunca es recordada. Deja en claro que los 33 no cruzaron el río para pelear por la independencia, sino para rescatar a la Provincia Oriental del dominio brasileño y reunificarla con las Provincias Unidas. Los 33 se sentían argentinos.
Lavalleja marchó sobre Montevideo, a la vez que alentó al pueblo de la provincia a que formara un gobierno provisorio. Este se reunió poco después en la ciudad de Florida, y el 25 de agosto sancionó tres leyes.
Las maestras hacen hincapié en la primera, la ley de Independencia, que declara “írritos, nulos, disueltos y de ningún valor para siempre” los lazos que unían a la provincia con Brasil y Portugal. Pero soslayan la segunda, la ley de Unión: “Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de ese nombre en el territorio de Sud América”. Es decir, la unión con Argentina, coincidiendo con la proclama inicial de Lavalleja.
Sin embargo, el 25 de agosto se celebra la independencia del país. Eso indigna al historiador Vázquez Franco. “El más violento contrasentido que tiene la historiografía que frecuentamos es el del 25 de agosto como fecha de la independencia, lo que es literalmente falso”, dijo en su conferencia en Pocitos. “Es una mentira flagrante”.

Aparece la independencia

Mientras tanto, en el campo de batalla, los orientales vencieron en Rincón, Sarandí y el Cerro. Poco después, el gobierno central de las Provincias Unidas en Buenos Aires reconoció al nuevo gobierno oriental. La respuesta del emperador brasileño Pedro I fue tajante: declaró la guerra a las Provincias Unidas y su flota bloqueó el puerto de Buenos Aires.
En enero de 1826, unos 1.500 soldados argentinos ingresaron a la Provincia para luchar contra los brasileños. Maiztegui anota que en los campamentos militares y pueblos dominados por los orientales se enarboló la bandera albiceleste argentina.
Mientras tanto, Inglaterra, que había influido de un modo u otro en cada suceso ocurrido en la región desde 1810, comenzó a actuar para que la guerra terminara. Ellos necesitaban paz para comerciar.
El plan de paz británico impulsado por el diplomático lord John Ponsomby tenía una prioridad: que el Río de la Plata fuera de libre navegación. Por eso una victoria argentina, que haría realidad el deseo oriental de unirse a las Provincias Unidas, era el peor escenario para Londres: porque hacía del Plata un río interior de la Argentina, país que controlaría su navegación. Ellos propugnaban dos alternativas que lo convertían en un río internacional. Por un lado el triunfo de Brasil y la consiguiente anexión de la Provincia Oriental a su imperio y, por otro, una solución novedosa, que casi nadie había manejado hasta ese momento: la independencia de la disputada Provincia Oriental.
Los brasileños fueron derrotados en Ituzaingó (por Alvear y Lavalleja, que a pesar de la victoria terminaron peleados entre sí) y en las Misiones orientales (por Fructuoso Rivera), lo que llevó a que el emperador Pedro I se decidiera a firmar la paz si la Provincia Oriental era declarada independiente. El gobierno de Buenos Aires, carente de recursos financieros para continuar la guerra y presionado por el mediador británico lord Ponsomby, aceptó el plan a pesar de su triunfo militar.
El 27 de agosto de 1828, en Rio de Janeiro se firmó la Convención Preliminar de Paz. Hasta allí viajó Ponsomby para controlar que todo saliera bien. Dos delegados del gobierno argentino y tres de Brasil firmaron la paz y declararon independiente a la Provincia. No fijaron sus límites definitivos. No le dieron moneda. Ni siquiera nombre. No hubo ningún oriental presente.
Así nació Uruguay como país.
Aunque nadie se lo preguntó, como anota Maiztegui, Lavalleja, la máxima autoridad de la Provincia, el mismo que tan solo tres años atrás había arengado a las paisanos al grito de “Argentinos orientales”, dio su visto bueno al acuerdo.
Según el historiador Carlos Demasi, los argentinos de ambas márgenes aceptaron la Convención Preliminar de Paz pensando, como su nombre lo indica, que no sería definitiva. “Se pensaba: las Provincias Unidas se recomponen financieramente, vuelven a armar un ejército, vuelven a atacar a Brasil y allí la situación vuelve a como estaba antes”.
Pero eso nunca ocurrió y la Provincia Oriental ya no volvió a unirse a las otras del Plata: quedó, hasta hoy, como la única trasmutada en país independiente.
El historiador Arturo Bentancur piensa que lo decidido en la Convención Preliminar de Paz debe haber sido un shock para los orientales: “Argentina no quería aceptar a un Brasil asomado al Río de la Plata, y Brasil a una Argentina dominando ambas costas. La aparición de Inglaterra como árbitro de la disputa hizo que se llegara a una solución lógica para los contendientes, pero que debe haber sorprendido mucho a los orientales. Pienso que les costó muchísimo aceptar esa realidad. Todo era muy precario. Basta ver que se designó un estado que ni siquiera tenía adjudicado un territorio”.
Vázquez Franco se niega a hablar de independencia. “No es independencia. La Provincia Oriental fue amputada al cuerpo político que integraba mediante una operación quirúrgica, una especie de biopsia, que le hizo el emperador de Brasil”.
El historiador se pregunta hoy cómo todo pudo cambiar de un modo tan radical en apenas tres años. Cómo todos los que propugnaban la reunificación con las Provincias Unidas terminaron acatando su separación. Piensa que fue un lineazo que bajó desde el centro de poder de la masonería en Londres. “En el año 28 la masonería, desde mi punto de vista, es la que decide la amputación de la Provincia Oriental. Los cinco ministros que firman la convención: dos por Argentina, por nosotros, y tres por Brasil, los cinco son masones”.
En cambio, la mayor parte de los historiadores no niega la influencia de Londres, pero rechazan un juicio tan tajante.
Para Caetano “las dos visiones más extremistas de la historiografía nacionalista clásica, la que suponía que la identidad nacional resultaba un designio ineluctable que venía desde la colonia y la opuesta que sostiene que el Uruguay fue una invención británica sin nada que la arraigara, una ‘Ponsombilandia’ como decía con mucho humor Reyes Abadie, ambas son igualmente equívocas e infértiles”. Para el historiador “los orientales poseían una identidad, que se reforzó durante el ciclo revolucionario, en especial durante los tiempos artiguistas”.
Padrón Favre no niega la influencia británica pero tampoco la cree la única explicación: “Su mediación fue muy importante, pero ella no operó en el aire pues informes diplomáticos ya señalaban que en un porcentaje importante de la población oriental, en especial los sectores populares, había un franco rechazo a la política de Buenos Aires, desde donde habían venido casi siempre los males”.
Bentancur coincide: “la explicación de nuestra independencia es política, pero no cae en un terreno poco fértil. Porque la identidad, la rivalidad que se había ido forjando con Buenos Aires es un sustento”.
Para Vázquez Franco otras provincias tuvieron problemas similares y no se separaron.

Un país sin murallas

Con la independencia que sus líderes no habían buscado, el nuevo país comenzó su marcha.
En 1829 se tiraron abajo las murallas de Montevideo, como signo de que ya no habría más guerras. Un año después se juró la primera Constitución. Recién en 1851 se fijaron los límites con Brasil.
Muchos todavía pensaban en la unión con el resto de la Argentina. En 1859 Juan Carlos Gómez propuso la reunificación con Montevideo como capital federal. (Imagine el lector el entusiasmo de Buenos Aires).
Para Demasi, los pobladores del nuevo Uruguay recién se resignaron a su destino independiente en 1879, cuando se inauguró el monumento de la Piedra Alta, en Florida. “Ese monumento es fundacional de la nación, es el primero a la independencia. Cuando se lo inauguró se recordó por primera vez el 25 de agosto, y Juan Zorrilla de San Martín recitó por primera vez La Leyenda Patria. Ahí se instituyó una realidad política llamada República Oriental del Uruguay”.
“Es el momento –agregó- en que la comunidad que habita este territorio abandona la idea de reunificarse con el resto del virreinato. Y en ese sentido, si ese fue el proyecto, resultó exitoso: el estado se mantuvo, no hubo reunificación y ya no imagino que pueda llegar a haberla”.
Para Vázquez Franco, cuando se instituyó el 25 de agosto como fecha de independencia se inició una saga de tergiversaciones  históricas: “Es una mentira flagrante que reclama más mentiras. Una vez uno comenzó a mentir tiene que seguir mintiendo porque si no la primera mentira queda al descubierto. Y la otra mentira, el otro mito grave que tenemos, es la de Artigas”.
Por esos años comenzó el rescate de la figura de Artigas y su transformación en prócer del Uruguay independiente, despreciando el hecho de que él nunca había aceptado tal idea.
En 1883 el Senado dispuso que se le levantara una estatua, y un año después el presidente Máximo Santos le encargó a Juan Manuel Blanes que lo pintara: “Buscaba elementos que pudieran unir a la gente. Quizás la conciencia de ser un país llegó allí”, sostuvo el historiador Bentancur.
En un caso sin igual en el mundo, Artigas se transformó “en el único prócer que representa a un país al que nunca quiso”, según ha resumido Maiztegui.
Padrón Favre anota otra paradoja: no solo la existencia del Uruguay es prueba de la derrota de la idea federal artiguista, sino que el propio Estado uruguayo actual está constituido en base a un fuerte centralismo montevideano, antítesis del modelo que soñó el caudillo: “Artigas se sintió profundamente sudamericano y se negó al fraccionamiento del amplio espacio rioplatense. Él hizo que los orientales fueran los heraldos del federalismo, pero, qué paradoja, su tierra natal se transformó en la encarnación de la utopía unitaria al extremo. El Uruguay moderno no fue construido según su ideario. El mejor homenaje sería la coherencia en el hacer y no la exaltación retórica”.

Aniversarios móviles

A nadie se le ocurrió festejar el centenario del Uruguay en 1911. Se celebró sí el de la batalla de Las Piedras con la inauguración del obelisco de esa ciudad, ante 4.000 escolares trasladados desde Montevideo.
El centenario de la independencia algunos querían celebrarlo en 1925 y otros en 1930. Nadie propuso 1928.
Los blancos, con pocas excepciones, abogaron por 1925. Esa fecha les permitía resaltar la figura del fundador de su divisa, Manuel Oribe, uno de los líderes de la Cruzada Libertadora.
El grueso del Partido Colorado, en cambio, propuso celebrar el 18 de julio de 1930, en el centenario de la primera Constitución. Ocurre que al momento del desembarco de los 33 en 1825, Rivera, el fundador del partido, estaba al servicio del gobierno brasileño, al cual pronto abandonaría. Pero si el aniversario se fijaba en el 30, se podía recordar que la conquista de las Misiones por parte de Rivera en 1828 había sido clave en el triunfo contra esos mismos brasileños.
Finalmente, aunque algo se hizo en 1925, la celebración oficial se realizó en 1930.
Copa del Mundo, Mundial, fútbol, Montevideo 1930
Afiche del Mundial de 1930
El 25 de agosto de 1925 se inauguró el Palacio Legislativo, pero se dejó constancia expresa de que no tenía nada que ver con el centenario de la patria.
En 1930 el festejo se extendió durante todo el año. Los fastos incluyeron la inauguración del estadio Centenario y la celebración del primer Mundial de fútbol.
La dictadura militar (1973-1985) dio una nueva vuelta de tuerca al asunto y festejó el sesquicentenario (el aniversario 150) en 1975, es decir que tomó como base los sucesos de 1825.
Con el actual festejo del bicentenario en 2011 se cerró el círculo perfecto de contradicciones: los 100, los 150 y los 200 años se celebraron todos a partir de fechas distintas. El centenario conmemoró los hechos de 1830, los 150 años recordaron lo acontecido en 1825 y ahora se festejaron los 200 años de 1811.
La única fecha que nunca se celebró es la verdadera, la del 27 de agosto de 1828, aquel día en que dos porteños, tres brasileños y un lord inglés se reunieron en la bella Rio de Janeiro y decretaron nuestra independencia.
Nadie lo había pedido, más bien todo lo contrario, pero ellos decidieron que desde allí en adelante deberíamos arreglarnos solos.
Hace 183 años que estamos en eso.


Historias uruguayas, reportajes y crónicas de Leonardo HaberkornArtículo de Leonardo Haberkorn
Publicado en la revista Construcción, de la Cámara de la Construcción del Uruguay. Edición noviembre-diciembre 2011 / enero 2012.
Es uno de los 14 artículos que componen el libro Historias uruguayas. El libro puede comprarse aquí:
Los recuadros que acompañaron al artículo en las páginas de Construcción no han sido incluidos.


el.informante.blog@gmail.com

2.1.12

Padrón Favre: Un Uruguay mitológico y enanizado


Los uruguayos no tenemos conciencia histórica sino mitológica. Nuestras elites nos han hecho un país enano. Estos son algunos de los polémicos juicios que dispara el historiador duraznense Óscar Padrón Favre en esta entrevista, realizada durante la investigación para un reportaje sobre los festejos del Bicentenario, que se publicó en diciembre de 2011 en la revista Construcción





-¿Por qué Uruguay terminó siendo un país independiente?


-El Imperio Español fue, esencialmente, una red de ciudades con fuertes acentos autonómicos. La política de centralización  de los Borbones que creó el Virreinato del Río de la Plata, que no llegó a las cuatro décadas de vida, no logró superar esas tendencias centrífugas. La mezcla de un fuerte sentido autonomista alimentado por los repetidos errores en la conducción revolucionaria bonaerense, fueron factores que incidieron para el nacimiento de Uruguay, como antes sucedió con Paraguay y Bolivia. En nuestro caso se sumaron  las singularidades de ser una tierra de puertos y una frontera caliente. 





Padrón Favre historiador independencia bicentenario
Foto: Intendencia de Durazno

-¿Ese fue el deseo de los orientales?




-No fue el deseo inicial de la Revolución pero el sentido autonómico y de destino propio se fue consolidando a lo largo de dos décadas muy turbulentas y sufridas. Nunca existieron unanimidades, ni aún en los tiempos de Artigas. No se sentían orientales todos los habitantes de la Provincia, pues en realidad así se identificaban aquellos que integraban un movimiento político iniciado por el artiguismo. A muchos les disgustaba esa denominación. A su vez dentro de las propias fuerzas orientales había una tendencia más pro Provincias Unidas y otra más independentista, que terminó predominando.


-¿Qué tan importante fue el peso de los agentes extranjeros en la decisión de que Uruguay se transformara en un país independiente?




-En el caso de Argentina y Brasil al firmar la Convención Preliminar de Paz sentían que eso era una tregua y no estaba en sus planes perder definitivamente este territorio estratégico. En el caso de Inglaterra la independencia le daba garantías sobre la internacionalización de los grandes ríos, pero ella no operó en el aire. La mediación británica fue muy importante pero, como decía, no actuó en el vacío, pues informes diplomáticos previos ya señalaban que en un porcentaje importante de la población, especialmente los sectores populares, había un franco rechazo a la política de Buenos Aires, desde donde habían venido casi siempre los males.




Más allá de cuál haya sido nuestro origen como país: ¿hoy somos uno con todo el significado de la palabra?




-Tuvimos oportunidad de serlo y en el siglo XIX íbamos hacia ello, pero en el siglo XX un centralismo irracional y un excesivo estatismo lo transformaron apenas en una Ciudad-Estado. El sueño de los constituyentes de 1829 que propusieron que el país se llamara Estado de Montevideo finalmente se cumplió. El Uruguay no nació chico, lo achicaron las malas políticas.


-¿Somos independientes? ¿Somos una nación?




-Las equivocadas políticas con ausencia de dimensión auténticamente nacional y sin planificación estratégica del territorio, que predominaron en el siglo XX, terminaron por llevarnos a un nivel límite de debilidad demográfica y material. De hecho tocamos fondo en el 2002, de cuya situación salimos gracias a la avalancha de inversión extranjera que cayó sobre nosotros, pues en el mundo se corrió la voz que había un país en venta. El peso económico de la inversión brasileña, por ejemplo, nos pone en una situación de recisplatinización evidente. Aclaro que no me desagrada esa situación, solamente cuestiono la arrogancia de no reconocerla.


-¿Estas nociones han ido variando con el paso de los años en el sentir de los orientales/uruguayos?




-Los antiguos orientales constituyeron un “pueblo nuevo” mientras que los uruguayos un “pueblo transplantado”, según la terminología de Darcy Ribeiro. Para la dirigencia política montevideana –siguiendo a la bonaerense – el predominio del mestizaje entre los orientales los hacía no aptos para el progreso, por eso había que borrar esa mala herencia étnica trayendo europeos que encarnaban la civilización. Así buscaron hacer realidad la utopía cosmopolita del país sin nación y eso ha debilitado nuestro sentido de pertenencia, de arraigo y de destino común. 


-¿Y Artigas? ¿Es el fundador de la nacionalidad? ¿El prócer del Uruguay independiente? ¿Un caudillo argentino? ¿Cuál es su justo lugar? ¿El lugar que ocupa hoy en la historia oficial es el adecuado?




-Para hablar de nacionalidades en Hispanoamérica hay que hacerlo con un sentido muy diferente al europeo. Artigas fue un caudillo que se sintió profundamente sudamericano y que se negó al fraccionamiento del amplio espacio rioplatense. Él hizo que los orientales fueran los heraldos del federalismo, pero, qué paradoja, su tierra natal se transformó en la encarnación de la utopía unitaria al extremo. El Uruguay moderno no fue construido según su ideario. El mejor homenaje sería la coherencia en el hacer y no la exaltación retórica.


-¿Los uruguayos conocemos nuestra historia? ¿O la hemos mitificado en exceso como denuncian algunas voces?




-Ya he manifestado otras veces que Uruguay no tiene conciencia histórica sino mitológica; no se vive del pasado como a veces se nos señala sino que se explica mitológicamente el pasado, como un atajo para no estudiarlo y que realmente nos pudiera servir  como orientación para salir de los círculos viciosos. Pero hay poderosos intereses para que el pasado no se estudie y predominen los estereotipos. Bien nos definió Benedetti como “el país de la cola de paja”.


 -Una vez leí que alguien dijo que al aceptar ser independientes, los orientales hicieron un voto de pobreza. ¿Es así? ¿Estamos condenados a ser pobres?




-A diferencia de esa opinión que suele predominar, ya expresé que no nacimos chicos sino que nos achicamos. Si se estudia el Uruguay de 1860 a 1910 –la época de oro del país – se ve  claramente que no estábamos condenados a la pobreza, todo lo contrario. Fueron los errores del siglo XX lo que nos llevaron a ello. El país –que no debe confundirse con Montevideo- fue sufriendo un proceso de autoasfixia que lo enanizó. Para el 1900 nuestra relación poblacional con Argentina era de 1 a 5 y con Brasil de 1 a 17, ¡¡¡hoy es de 1 a 13 y de 1 a 61!!!  ¿Qué estuvieron mirando nuestras elites durante un siglo?


-¿Fue correcto festejar el Bicentenario en 2011? ¿No debería haberse tomado como fecha 1810 o 1808? ¿No debería haberse esperado al 2025, o al 28, o al 30? De hecho, el Centenario se festejó en el 30, el Sesquicentenario en 1975...




-Bueno, nuestra historia fue compleja y los aniversarios son muchos y todos relevantes. Es de desear que promuevan la reflexión y profundos cambios en las próximas dos décadas, porque nos jugamos mucho.


Lo de 1808 en Montevideo fue un episodio local y de reafirmación españolista y realista; lo de Mayo de 1810 fue profundamente americano y fue un grave error el que se cometió el año pasado al no haber adherido de una manera mucho más activa a los festejos de ese Bicentenario, pues no es una fecha solo de Argentina sino de América. Durante el siglo XIX hubo una clara conciencia de la importancia de la misma como fiesta continental, tal  como lo demuestra el nomenclátor,  pero luego un mal entendido nacionalismo la fue borrando y lo que pasó el año pasado muestra que, lamentablemente, sigue muy arraigado en ciertos sectores uruguayistas.



Entrevista de Leonardo Haberkorn

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