9.9.12

Pi Hugarte y las boleadoras

Conocí a Renzo Pi Hugarte en 1998. Por ese entonces yo trabajaba en la revista Tres y me habían llamado la atención ciertas publicaciones recientes sobre los charrúas. Una de ellas era una serie de fascículos escritos por el periodista Rodolfo Porley y editados por el diario La República con auspicio oficial (el gobierno era del Partido Colorado). Luego estaba el libro El pueblo jaguar, del geógrafo Danilo Antón.
Según estas publicaciones, los charrúas habían sido una nación de cientos de miles de individuos organizados en forma democrática, respetuosos de los derechos de la mujer y cuidadosos del medio ambiente. Poseían  importantes saberes éticos, científicos y técnicos: conocían la agricultura y sabían mucho de música, medicina y matemática. Tenían un calendario. Eran constructores y habían levantado decenas de monumentos de piedra, incluyendo una catedral en Salto.
Estas aseveraciones habían provocado polvareda entre historiadores, arqueólogos y antropólogos porque hasta entonces lo que se sabía sobre los charrúas era que habían sido unos pocos miles, nómades, guerreros indómitos que vivían de la caza, que no conocían la agricultura, el metal ni la rueda. No sabían tejer, no tenían ciencia ni industria.
Decidí escribir sobre el tema. Leí libros sobre los indígenas, entrevisté a Porley y a  Antón, también a científicos destacados que habían estudiado el asunto.
La conclusión era clara. No existía pruebas científicas para sostener las afirmaciones de Porley y Antón. Su alucinada prédica, sin embargo, provocaba la simpatía de buena cantidad de gente deseosa de que los charrúas fueran lo que nunca habían sido.
Pi Hugarte y los charrúas
Pi Hugarte en 1998. Foto de Leo Barizzoni (revista Tres)
Fueron especialmente enfáticos y tajantes para desmentir aquella ola charrúa superstar quienes ya entonces eran los dos antropólogos más respetados del país, Daniel Vidart y Pi Hugarte. El final del artículo -que pude leerse aquí- fue una frase de Pi, una de esas que apenas te las dicen ya sabés que serán el título o el remate de tu nota. Yo le pregunté: "¿Qué queda de los charrúas en la cultura uruguaya de hoy?". Él lo pensó en silencio unos segundos y luego respondió con seguridad: "Salvo las boleadoras, que cada día se usan menos, nada".
El artículo provocó el rechazo de los fanáticos de la tribu, que se ensañaron con Vidart y con Pi. Varias veces, en posteriores encuentros, Pi me comentó cómo le reprochaban aquella sentencia de las boleadoras. Pero era la verdad, se reafirmaba siempre.

***

La última vez que vi a Pi Hugarte fue hace un año, en octubre, en la Facultad de Humanidades, durante un seminario sobre culturas indígenas.
El primer impacto me lo llevé al entrar a la sala donde se desarrollaban las conferencias. Era un aula común y corriente, no muy grande, totalmente repleta de gente. Bastaba verlos para comprender que aquel público era cien por ciento charruísta. Muchos habían ido vestidos de indios: unos llevaban coloridas prendas del Altiplano, otros vinchas en la frente, peinados con largas trenzas, camisetas estampadas con el rostro de caciques siux o pieles roja.
Pi, lo mismo que Vidart, habló sentado en una mesita frente a todo aquel auditorio. Todo lo que dijo era todo lo que aquella gente no quería oír. Explicó las cosas que la antropología sabe sobre los charrúas. Habló de su legado mínimo en nuestra actual cultura. Les dijo que no por vestirse de indios revivirían a la desaparecida tribu.
Lo escucharon en silencio, en general con respeto. Alguien levantó la mano para dejar sentada su discrepancia.
Toda la conferencia fue un acto de valentía y de honestidad intelectual. Salí reconfortado y triste al mismo tiempo, sabiendo que ya entonces Uruguay no tenía casi intelectuales capaces de hacer algo semejante.

***

Renzo Pi Hugarte falleció el martes 15 de agosto a los 78 años.
Su partida constituye una pérdida irreperable en un país donde el debate de ideas ha cedido su lugar al marketing y la propaganda, un Uruguay en el cual la inmensa mayoría de los políticos decide cada mínimo gesto mirando las encuestas y los intelectuales solo saben nadar a favor de la corriente.
Nos harían falta muchos como Pi y no los tenemos.
Lo vamos a extrañar, maestro.

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30.8.12

Dos sicarios y los Salieris de Víctor Hugo

Vamos a suponer que todos estos ataques, insultos e infamias son ciertos. Supongamos que Luciano Álvarez y yo no tenemos una trayectoria detrás. Que no nos conoce nadie. Supongamos que nos alquiló Clarín, como dijo Víctor Hugo. Que, como dijo Hebe de Bonafini, somos "pseudoperiodistas" y "periodistas del amarillismo".  Que somos "legionarios talibanes" como dijo Susana Rinaldi.
Supongamos que Uruguay es un país muy pero muy grande. Inmenso. Que nadie conoce nuestra forma de vida, ni el modo en que nos ganamos el pan desde hace décadas. Supongamos que somos malos tipos, arribistas, oportunistas. Supongamos que, como escribió la decana de la facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata, Álvarez y yo somos dos sujetos que pretendemos imponer nuestra "visión del mundo" mientras "abiertamente" renegamos "de los cambios culturales por los cuales el país viene luchando en los últimos años". Supongamos que es cierto, que somos Pinky y Cerebro.
Supongamos que como dijeron Estela de Carlotto y Jaime Roos el libro que nosotros escribimos y ellos no leyeron, Relato Oculto, es parte de una "operación mediática". Supongamos que tiene razón Beto Casella y es posible admitir que uno no leyó un libro y al mismo tiempo calificarlo de "libro miserable". Supongamos que Luis Bruschtein tuvo el mínimo rigor de leer el libro antes de escribir en Página 12 que todo es un "pequeño chisme" carente de interés periodístico. Supongamos que es legítimo hacer lo que hace Rodolfo Braceli: plantear todo el asunto como una pelea entre Víctor Hugo y Lanata, ignorando por completo el libro.
Supongamos que toda esta buena gente opina con conocimiento de causa, que conocen de la historia reciente uruguaya, que se informaron, que leyeron a quienes intentan destruir. Supongamos que ninguno de ellos tiene lazos de amistad o intereses comerciales o artísticos o políticos que los condicionan en sus opiniones. Supongamos que todos ellos son gente seria y que todos sus falsos enunciados anteriores son verdaderos.
Supongamos que sí. Que somos lo peor. Sicarios. Malos, feos y sucios.
Pero, ¿lo que cuenta Relato Oculto es verdadero o falso? Esa debería ser la cuestión a discutir. ¿No? ¿O será que se discute todo lo anterior para evitar discutir el contenido del libro?
¿Los artículos que reproducimos en forma textual en los cuales Víctor Hugo Morales adula, agradece y elogia a la dictadura uruguaya, al dictador Aparicio Méndez y a otros de sus personeros, son verdaderos o falsos? ¿Los inventamos? ¿Los transcribimos erróneamente? ¿O son verdad?
¿Los artículos en los cuales Víctor Hugo Morales elogia una y otra vez a la Junta Militar que encabezaba Videla... ¿son fruto de nuestra pérfida imaginación? ¿Son acaso una calumnia? ¿O son ciertos?
¿Es verdad que Víctor Hugo escribió que los jugadores argentinos campeones del 78 eran como soldados porque habían traído "la paz y la esperanza"? ¿Es exactamente así o lo inventamos nosotros?
¿Miente Manuel Martínez Carril, alma mater de la Cinemateca Uruguaya (¿a ese tampoco lo conocen? ¿El también es de derecha y alquilado por Clarín? ) cuando cuenta cómo Víctor Hugo Morales miente en su autobiografía al adjudicarse un cargo periodístico que nunca tuvo? ¿Miente el cantante de tangos Aníbal Oberlín cuando cuenta que durante años Víctor Hugo Morales iba todos los fines de semana a un cuartel del Ejército uruguayo, donde había presos de la dictadura, a cantar, a jugar paleta, al fútbol y al billar? ¿La grabación donde Víctor Hugo es presentado como "un conspicuo amigo de todos los integrantes del batallón Florida" es falsa? ¿Está adulterada? ¿Tienen alguna prueba en ese sentido?
¿Es cierto o es falso que Víctor Hugo Morales juró por lo más querido de su vida que nunca tuvo agendando el teléfono de un militar? ¿Entonces es falsa la grabación en la cual se escucha a Víctor Hugo agradecerle al entonces mayor Grosso por estar siempre al otro lado del teléfono? ¿Miente también entonces el ex comandante del Ejército durante los gobiernos del Frente Amplio, el general Jorge Rosales, cuando cuenta que durante años se hablaban por teléfono para salir de noche todos juntos, Víctor Hugo y la barra del Batallón Florida? ¿Miente Rosales? ¿Mienten las diez personas que con nombre y apellido apoyan esa versión de la historia? ¿No será que el mentiroso es Víctor Hugo?
¿Son falsos los testimonios, personales y documentales, que muestran que Víctor Hugo no fue preso por oponerse a la dictadura sino por partirle la nariz a una persona común y corriente en un partido amistoso de fútbol? ¿No es cierto que Morales tiene una larga trayectoria de violencia y peleas, según él mismo confesó?
¿La grabación en la cual Víctor Hugo Morales le pide al comandante del batallón Florida que cuide la canchita de fútbol donde "tantas veces, tantas mañanas, nos entreveramos en picados inolvidables" es falsa? ¿No es Víctor Hugo el que habla? ¿Es un documento adulterado? Si es así, deberían denunciarlo y presentar las pruebas al respecto. Pero si es verdadera, ustedes, que son periodistas, académicos, actores sociales y figuras públicas, deberían dejar de repetir la mentira de los "dos picaditos de fútbol".
Ustedes vieron a Lanata y creen que el gran tema de Relato Oculto es la dictadura. No es así. El gran tema de Relato Oculto es la honestidad. Son los hechos, que en periodismo todavía existen. La verdad y la mentira.
Nadie los obliga a leer un libro miserable, un chisme carente de interés periodístico.
Pero si quieren debatir con el libro, entonces sí deberían leerlo y discutir con hechos y con altura.
Deberían dejar de insultar y de utilizar una y otra vez descalificaciones ad hominem.
Se sabe que los malos, feos y sucios también pueden decir la verdad.
Y que los buenos, lindos y limpios también mienten.
Ya tenemos un caso comprobado. Sería una pena tener que seguir agrandando la lista.

Artículo de Leonardo Haberkorn, publicado en la edición digital de La Nación, el 24 de agosto de 2012.

Mujeres que hacen obra

Mujeres, obreras, trabajo, construcción
Maira Moraes, obrera.
Foto: Magdalena Gutiérrez
Mabel Montes de Oca tiene 27 años, es de físico menudo y pocas palabras. Es de Mariscala, Lavalleja, pero hace cuatro años se radicó en Toledo, buscando un mejor futuro. Poco después consiguió trabajo en una empresa de limpieza de Montevideo. Pero al cabo de un tiempo renunció:
-No me sirvió: era poca plata y muchos tickets alimentación. Y arriba de eso yo tenía que pagar el boleto y una niñera.
Mabel tiene tres hijos. La familia se mantenía con el sueldo de su pareja, un obrero de la construcción. Pero ella quería tener su propio dinero, lo necesitaba para sí misma y para sus hijos.
Un día le dijo a su compañero que ella también quería trabajar en la construcción. En Mariscala había participado en una cooperativa de viviendas. Un capataz del Ministerio de Vivienda le había enseñado a levantar paredes, a revestirlas, a revocar. ¿Por qué no podía trabajar en una obra? ¿Por qué debía conformarse con los magros salarios que pagan las empresas de limpieza?
Su pareja le dijo que ni loca.
-Los hombres son bravos, las obras no son para vos.
Pero Mabel estaba determinada. Detrás de sus respuestas categóricas y breves se adivina un carácter firme. Se anotó en una escuela para operarios de la construcción que la empresa Saccem tiene en Manga con la esperanza de ser llamada para entrar a una obra. Cuando se presentó su oportunidad, y antes del primer día de trabajo, su compañero, ya resignado, la aconsejó:
-Vos no vayas a buscar amigos, compañeros, ni nada. Vos tenés que cuidar tu trabajo y hacerte respetar. Hacete respetar.

***

Hoy Mabel trabaja rodeada por 120 hombres en el piso 15 de una torre de 21 que se está construyendo en el Buceo, en Rivera y Comercio, donde antes estuvo la fábrica de vidrio.
Es una representante más de un fenómeno incipiente pero en crecimiento en Uruguay: las mujeres que trabajan como obreras de la construcción.
Hoy, según datos del Banco de Previsión Social, hay 625 puestos laborales en el campo de la construcción ocupados por mujeres: 424 en Montevideo, 103 en Maldonado y cantidades muy pequeñas en otros departamentos (no hay ni siquiera uno en Lavalleja, Soriano y Río Negro).
Una cifra cercana al 10% del personal de la industria ocupa dos puestos laborales. Por lo tanto, la cifra de mujeres obreras registradas ante el BPS puede considerarse cercana a 560.
Es un número modesto que se torna aún más pequeño si se lo compara con el total de personal empleado en el sector, que supera los 65.000. Las mujeres representan entonces menos del 1% del total. Y más pequeño todavía si no se consideran a las mujeres que trabajan en las obras, pero no propiamente como obreras sino, por ejemplo, como pintoras, personal de limpieza o técnicas prevencionistas.
“Si tomamos en cuenta solo a las mujeres albañiles, peones, maquinistas, martilleras, las que trabajan como obreras propiamente dichas, somos unas 300 en todo el país”, dijo Estela Escobar, que a su vez es la única obrera en la dirección de 35 integrantes del Sindicato Único de la Construcción (Sunca). (Hay otra mujer en la directiva, pero trabaja en el sector de la cerámica, también integrado al Sunca).
Sin embargo, si uno ve el asunto en perspectiva, la presencia de esas 300 mujeres representa una gran conquista.
Fempress, una publicación de defensa de los derechos femeninos, se preguntaba en 1996:
“Si las mujeres pueden hacer tareas de obra para construir su propia  casa, ¿por qué no trabajan en construcción, cuando faltan tantos empleos para ellas y cada vez más quieren acceder al mercado de trabajo? No existe en el Uruguay ni una sola mujer en el gremio de la construcción, y ellas se muestran eficientes en tareas que requieren atención a los detalles”.

***

Judith Mallo ya trabajaba en la construcción en 1996, aunque era difícil que Fempress se enterara: lo hacía en una pequeña empresa familiar, propiedad de su padre, en la localidad canaria de Sauce.
Rubia, sonriente, con su uniforme naranja de la empresa Ebital recién estrenado, Judith trabaja hoy en la obra del Sodre, en pleno centro de Montevideo. Antes lo hizo en muchísimas otras. Tiene 39 años y hace más de 20 que es albañil. Aunque a primera vista nadie lo diría, es una pionera.
“Empecé con mi viejo hace más de 20 años, como peón. Él era capataz de una empresa y un día decidió irse y poner su propia empresita. Yo tenía 15 años y cuando le faltaba un peón iba de suplente. Después quedé fija. En la empresa familiar trabajaban hombres –mis hermanos- y otras mujeres –mi madre y mis primas-. A la gente le llamaba la atención, pero en mi familia era algo normal. A mí siempre me gustó”.
Cuando el padre de Judith se jubiló, cada cual tomó para su lado. Ninguna de sus primas continuó en la construcción, pero ella sí. “Seguí porque me gusta”. Cuando entró a trabajar en Ebital, una empresa del grupo Campiglia, los hombres la miraban con doble sorpresa: una mujer que había entrado a la obra… ¡y con grado de finalista! Ninguno de ellos podía imaginar toda la experiencia y conocimientos que Mallo poseía. “Se acercaban para ver cómo era posible, pero me trataron muy bien.  Nunca tuve problemas”.

***

Mabel Montes de Oca, la chica de Mariscala que quería trabajar en la construcción a pesar de las admoniciones de su pareja, tuvo por fin la oportunidad que tanto deseaba.
Hace ocho meses fue llamada para integrarse a una obra de la empresa Sacceem.
En los días previos a su debut fue aleccionada por su compañero respecto a cómo afrontar el baile en el cual se había metido: tenía que tener cuidado, no hacer amistades, mantener la distancia con los hombres, ser precavida con todos, concentrarse cien por ciento en su trabajo y, sobre todas las cosas, hacerse valer.
Cuando llegó el momento, estaba preparada.
-El primer día entré con el carácter fuerte, dura, sin saludar a nadie, llevándome todo por delante. Estaba ahí para ganarme mi lugar, para ser uno más, para hacerme respetar.
Pronto vio que lo que había aprendido en Mariscala y en la escuela de Saceem le servía, que el trabajo estaba a su alcance, que no era tan difícil. Sus compañeros hombres se acercaban más por la curiosidad que despertaba su labor eficiente que por otra cosa. Pero ella nada, ni una palabra, ni hola, ni gracias, ni adiós.
-Así estuve un mes y medio. Pensaron que era una antipática, pero después entendieron que lo había hecho para ganarme su respeto. Ahora ya está todo bien. Resultaron buenos compañeros.
Sus jefes también apreciaron su trabajo y pronto ascendió a medio oficial. Ella ya ha pedido que la consideren para oficial y se nota segura de que lo logrará.

***

Las mujeres responden. Esa es lo que dicen todos los hombres que las tienen a su cargo.
“Su trabajo está a la misma altura y con el mismo nivel de calidad que los hombres”, afirma Julio Dranuta, gerente de Gestión Humana de Saceem.
“Hacen lo mismo que los hombres, pero en cierto punto son más aplicadas, se concentran más en su tarea”, dijo Carlos Caporale, el capataz de la obra del Sodre, el jefe de Judith Mallo, la pionera.
“Son iguales a los hombres y las han aceptado muy bien. Las he visto trabajar con pico y pala a la par de los hombres”, afirmó la técnica prevencionista Carolina González.
Juan Carlos Méndez es el capataz general de una obra de 120 empleados en el Parque de las Ciencias, sobre la ruta 101 pasando el aeropuerto de Carrasco, camino a Pando. Una tupida barba cana lo delata como veterano en estas lides, lleva más de 30 años en la industria.
Nos recibe en una oficina montada en un contendor. Contra la pared está el organigrama general de la obra. El jefe máximo es un hombre, pero el segundo  y el tercer lugar jerárquicos están ocupados por mujeres: una arquitecta y una ingeniera. Es paradójico, pero en la construcción las mujeres conquistaron primero la cima y recién ahora van por la retaguardia.
Méndez es la primera vez que las tiene en sus cuadrillas. Y está muy satisfecho. “En la industria de la construcción, y en todas en general, hay  mucha gente que ya no siente el orgullo de hacer las cosas bien, el amor propio se ha ido perdiendo. Pero las mujeres todavía lo tienen. No solo por su condición natural de ser más detallistas. También porque quieren demostrar que pueden y merecen ser tenidas en cuenta”.
Una de las cuatro mujeres que trabajan con Méndez en el Parque de las Ciencias es Maira Moraes, una joven de 24 años con los párpados pintados de lila, casi violeta.
Maira trabaja haciendo pruebas de hormigón. Para hablar se saca una careta de acrílico que le protege los ojos pintados. Cuenta su historia con una sonrisa de oreja a oreja.
Como casi todas las mujeres de la construcción llegó hasta aquí desertando de otro empleo. Todas trabajaron antes como domésticas, en empresas de limpieza, como cajeras en supermercados. Maira era etiquetadora y fechadora en una planta de envasado de especias.
-Me quedaban solo 6.000 pesos por mes, y yo tengo una hija. No podía alquilar nada y vivía con mi pareja en la casa de mis suegros.
Tiene cinco hermanos. Tres de ellos son obreros de la construcción, dos no. Cuando les dijo que ella también quería serlo, las opiniones se dividieron. Los dos que trabajan en otros ramos la apoyaron en su decisión. Dos de los obreros le dijeron que eso no era para ella. El tercero le tuvo confianza: ¿por qué no?
Maira tomó coraje y presentó su curriculum en una empresa del sector.
Pero había una gran diferencia entre ella y Mabel, la chica de Mariscala que no habló con nadie el primer mes y medio en la obra, y también con Judith, la pionera del Sauce.
Mabel había aprendido muchas destrezas del oficio en una cooperativa de viviendas en su pueblo de Lavalleja. Judith lo había hecho en la empresita de su padre. Maira, la de los ojos violetas, no sabía poner un ladrillo sobre otro. Ni eso ni nada. Lo único que sabía es que no quería seguir trabajando por 6.000 pesos.
Cuando dejó el curriculum le preguntaron:
-¿Y tú qué sabés hacer?
-Sinceramente, nada.
-¿Cómo que nada?
-No, no sé nada. Pero tengo todas las ganas.

***

Matías Restano es ingeniero y jefe de dos grandes obras, el complejo de torres Diamantis es una de ellas.
Hace poco, y tras una negociación con el sindicato, una cuadrilla de seis mujeres fue incorporada a esta obra que será casi como una ciudad dentro de la ciudad: allí vivirán unas 1.500 personas.
La empresa tomó muchas precauciones ya que la situación les provocaba cierta inquietud, no sabían cómo serían recibidas. Decidieron mantenerlas a todas trabajando juntas, en un mismo sector, de modo de que pudieran apoyarse entre sí. Y decidieron confiar la nueva cuadrilla femenina a un capataz joven y de mente abierta: Andrés Mier, de 28 años.
-Yo soy muy familiero, así que sabía que no iba a tener problemas con ellas. Solo que como a veces soy demasiado bruto al hablar, les avisé que si gritaba un poco no era por nada en especial. Les dije al llegar que iban a tener el mismo trato que los hombres, igualdad en todo, que iban a hacer las mismas tareas, sin matar a nadie. Porque hay cosas que puede hacer unas personas y otras no.
Ellas no lo defraudaron en sus expectativas:
- En ciertas personas había diferencias abismales en la calidad del trabajo, en la voluntad de hacer las cosas. Yo las mandaba a apalear y lo hacían a la par de un hombre, o incluso mejor.  Rindieron lo que esperaba y más todavía.
Y al final, en el trato con los varones, no pasó nada malo. La reacción masculina generalizada fue de respeto. La dirigente sindical Estela Escobar dice que los hombres de la construcción tienen fama de ser muy machistas, pero en la realidad no son los peores: “Yo participo en la comisión de género del PIT-CNT y escucho cada historia de otros gremios, que la verdad son mucho más graves”. Para Restano la presencia de las mujeres incluso hizo que muchos hombres mejoraran en su actitud para con el trabajo. El ingeniero cree que es hora de tomar más mujeres.
Es una cuestión de justicia, pero también una necesidad. El empleo en la industria de la construcción no ha dejado de crecer en los últimos años. A la salida de la crisis de 2002, los puestos de trabajo apenas llegaban a 30.000, en 2008 alcanzaron los 55.000 y hoy ya sobrepasan los 65.000.
“Con ese panorama y un desempleo de apenas el 5,3%, en las obras muchas veces ya no se elige a quién se toma, sino que estamos obligados a tomar lo que se presenta”, explicó Restano. “Entra gente que solo quiere hacer lo mínimo necesario para llevarse el sueldo. Las mujeres, en cambio, ponen mucho empeño”.
Por eso cuando Maira Moraes, la de los ojos pintados, dijo que ella solo podía ofrecer sus ganas de trabajar, no fue descartada en forma automática. Hoy en día tener muchas ganas de trabajar no es poca cosa.
Ahora Maira está por cumplir su primer mes en la obra del Parque de las Ciencias. Más feliz no puede estar.
-El incentivo del sueldo te hace ver todo con otros ojos – se ríe-. Antes ganaba menos de la mitad.
El convenio vigente en la construcción fija 44 horas de labor semanales. Se trabaja nueve horas de lunes a jueves entre las 7 y las 17, y ocho horas los viernes, entre las 7 y las 16. Dependiendo si es albañil, medio oficial u oficial, el sueldo puede variar entre 15.000 y 17.000 pesos. En un país donde, según cifras oficiales, casi 385.000 empleados privados ganan menos de 10.000 pesos (según el PIT-CNT la cifra total llega a 800.000) , los salarios que se pagan en las obras suponen un sueño a alcanzar para mucha gente.
-El sueldo supera en mucho lo que gané en todos los trabajos anteriores que tuve – dice Claudia Bentolano, de 34 años, una de las obreras de la cuadrilla femenina de Diamantis, las uñas pintadas de azul y dos caravanas  al tono en la oreja izquierda-. El horario también es mejor porque no tengo que hacer horas extras para llegar a fin de mes. No se compara.
Para Claudia, madre de tres hijos, trabajar en la construcción tiene un extra que no tenía en su anterior empleo en un supermercado: acá se aprenden cosas nuevas. Ella entró como peón, pero tomó un curso de albañilería y con las nuevas destrezas incorporadas la ascendieron a medio oficial:
-Hay tantas cosas para aprender, es algo muy recomendable.
Los trabajadores tienen todos los beneficios sociales. Y hay otra gran ventaja para las mujeres que se aventuran en este nuevo mundo: en la construcción, a igual trabajo igual paga. No existe brecha salarial según el sexo. Y eso pasa poco en Uruguay. Un estudio de 2011 de la organización Inmujeres señaló que las uruguayas ganan, en promedio, el 69% de lo que cobran los hombres que realizan idénticas tareas.
Y después está el trabajo el sí, que a muchas les gusta:
-Acá rompés la rutina. No es como estar todos los días encerrada en una oficina, o como ser ama de casa o mucama – dice Karen Rodríguez, de 22 años, que hizo sus primeras experiencias en una cuadrilla del Mides que arreglaba veredas para la Intendencia de Montevideo y hoy es otra feliz obrera.
Todo indica que cada vez habrá más casos como los que se cuentan en estas páginas. Es algo que ya se nota. Según datos del BPS proporcionados por Elvira Domínguez, representante empresarial en su directorio, los puestos laborales ocupados por mujeres en este sector eran solo 285 en 2008. Luego pasaron a 313 en 2009, 365 en 2010 y de allí pegaron el gran salto a los 625 de 2011.
Además, la Cámara de la Construcción y el Sunca han incorporado al convenio colectivo una cláusula destinada a favorecer la incorporación de mujeres al trabajo. Y como todas las experiencias han sido buenas, no hay nada que impida que el número siga creciendo.
“Hay más mujeres que podrían sumarse”, dice Dranuta, el gerente de Saceem.
Mabel Montes de Oca, la chica de Mariscala de pocas palabras, la que se mentalizó para hacerse respetar en la obra, la que no le habló a sus compañeros durante un mes y medio para que quedara claro que ella ahí no iba a pedirle permiso a nadie, hoy lo tiene bien claro: su apuesta ha sido positiva. Estuvo tres o cuatro meses fijando niveles de pisos un láser. Ahora está tapando caños. Al principio todos sus compañeros venían a ver si había hecho bien las cosas. Ya no. Ella lo tiene claro. Cuando se le pregunta qué le diría a otras mujeres, lo resume todo en cinco palabras:
-Que se animen a venir.

Artículo de Leonardo Haberkorn.
Publicado en la revista Construcción, edición de mayo, junio y julio 2012
el.informante.blog@gmail.com

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