2.3.15

Los dilemas de Daniel Castro



Padre de cinco hijos de tres parejas distintas, la mayor de 27 años y la menor de 15 meses, Daniel Castro lleva casi 30 años dedicándose al periodismo. Trabajó diez años en radio y televisión en su Tacuarembó natal y recién a los 30 vino a probar suerte a la capital. Tras un par de años en Canal 5 y radio Sarandí, recaló en Canal 4 donde trabajó 19 años. Su carrera nunca dejó de ir en ascenso. Sus entrevistas en el informativo de la mañana lentamente se fueron transformando en referencia y dejaron en claro que Castro no estaba allí solo para leer noticias. Una fuerte y exitosa presencia en el mundo de Twitter multiplicó su fama y reconocimiento. Cuando parecía que le había llegado la hora de ocupar un lugar destacado en el horario central de la televisión, sorprendió a todos la noticia de que abandonaba Montecarlo y pasaría conducir el periodístico de la mañana de radio El Espectador. Se despidió de la audiencia del canal casi sin poder contener el llanto.




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-¿Qué sentimientos había detrás de la emoción y las lágrimas de tu despedida de Canal 4?

-Muchas cosas; algunas confesables y otras no tanto. Las confesables tienen que ver con los afectos que uno construyó en el canal a lo largo de tantos años y con la emoción de despedirse. Las inconfesables pasan por las expectativas que uno podía tener en cuanto al futuro y al sacrificio de la familia. Un canal de televisión puede llegar a ser muy demandante y muchas veces yo sentí que me faltaba tiempo para mi familia. Los fines de semana, por ejemplo, eran especialmente complicados.

-Incorporar una entrevista en vivo en el informativo de la mañana, extensa y más profunda de lo que suele verse en los noticieros, ¿fue tu idea?

-No. En el primer formato del noticiero de la mañana ya había una. Fue idea de Jorge Mederos, el primero en realizarla. Luego me tocó a mí. Después hubo un momento en que la gerencia de noticias decidió que ya no tenía razón de ser y fue suprimida: consideraban que era mejor la saturación de noticias. Las mediciones de audiencia decían que tenían razón.

-¿Peleaste para que volviera? 

-Sí, a muerte. Cuando quitaron la entrevista del informativo de la mañana fue una amputación profesional para mí.  Yo encontraba que ese espacio me permitía ir más allá del a lectura de noticias, buscar algo de eso que buscamos todos los que estamos en el periodismo. Les decía a los responsables de la programación que de pronto no teníamos con ella todo el rating que queríamos, pero estábamos cumpliendo con un cometido social importante, acercando voces importantes para la gente.

-En televisión parecería que el rating fuera todo.

-Después se fue entendiendo. Además, no sé si es inconfesable, pero tener en vivo a alguien cada mañana también ayuda a solucionar un problema, que es el de arrastrar información que ya viene de la noche anterior.

-¿Te molesta que la más recordada de tus entrevistas sea aquella en la que el vicepresidente Astori se molestó por tus preguntas y afirmaciones sobre el caso Pluna?

-Esa entrevista reunió algunos ingredientes de pelea en vivo por televisión, lo que siempre es algo interesante para el público. Fue un chisporroteo. Pero es injusto que se la destaque tanto, cuando hubo otras mucho más ricas que pasaron desapercibidas porque se realizaron en el clima que debe ser el natural, el de la tensión razonable entre periodista y entrevistado. Pude sacar mucha más información de otras entrevistas que pasaron inadvertidas.

-En esa entrevista con Astori tú mostraste indignación. Uno podía concluir, Daniel Castro está indignado con todo lo que está pasando con Pluna.

-Sí.

-¿Un periodista tiene que mostrar indignación? 

-Es una duda que mantengo hasta hoy.

-Hay algunos colegas a los que parece que nada es capaz de indignarlos.  ¿Está bien?

-Hoy los medios han evolucionado y quienes trabajamos en ellos también hemos evolucionado. Ya no somos rehenes del qué dirán y, en algunos momentos, también asumimos que somos ciudadanos y permitimos que se vea esa condición. Hay analistas que creen que el periodismo va cada vez más a un periodismo de opinión. El columnista –que antes estaba casi exclusivamente en la prensa- hoy también tiene espacio en los medios electrónicos. Es un debate que está planteado y no soy quién para laudarlo. Pero volviendo a la entrevista a Astori, creo que en ella se desdibujó más de lo debido esa frontera que debe separar al ciudadano del periodista. Me parece que el periodista, por más que lo haga en términos leales, debe reservarse su opinión, aún en una cuestión obvia como podía ser el caso Pluna. Aquella entrevista pudo ser redondita si ni hubiera tenido la fisura del periodista traspasando el límite del ciudadano. Fui ciudadano y perdí la condición de periodista. Hoy a la distancia, considero que la pude haber resuelto mejor. Pude haber dicho simplemente: “hay muchas personas que creen que esto es vergonzoso” y no haberlo puesto en mi boca.

-Esa es la fórmula tradicional de hacerlo.

-Tradicional y no engañosa, porque en el caso de Pluna era verdad. De todos modos, yo creo que la gente advierte si uno hace el trabajo en forma leal. En la lealtad está el secreto: uno puede acertar o errar, pero dentro de un marco de lealtad. A la larga o a la corta, la gente lo percibe.

-¿No sentía que se había ganado la posibilidad de tener su propio programa periodístico-político en Canal 4?

-Sí.

-Tus entrevistas se comentaban, algunas tuvieron mucha repercusión, tu alta participación en las redes sociales te transformó también en un personaje mediático… parecía obvio que el paso siguiente era que tuvieras tu propio espacio periodístico. Era algo bueno para ti y para el canal también. ¿No se caía de maduro?

-Yo me pregunto lo mismo y estoy cien por ciento de acuerdo contigo. Faltó esa etapa que quién sabe cuándo se dará. Pero prefiero verlo de este modo: fue un tiempo de ir ganando espacios. Fue una construcción desde la lateralidad, porque las siete y media de la mañana es un horario complicado.

-¿Y tú elegís ir a la radio justamente porque no se dio ese escalón?

-No. Elegí cambiar porque el desafío es impresionante. Porque estoy en una edad en la que no creo que haya más oportunidades de estas características en el futuro. Es ser convocado para un desafío importante, potente, y no me podía negar. Es un sueño. Hace 30 años que vengo soñando con mi propio programa de radio. Y si a eso le sumo la trayectoria del medio que me convoca, siento que no tenía margen como para decir que no. Así que la motivación fue por el desafío y no tanto por la disconformidad. Naturalmente: pasan los años y uno siente que quiere hacer cosas, que la sangre tiene que correr con el mismo vigor y con el mismo impulso de los años más jóvenes, y tal vez existía la necesidad de un cimbronazo. Pero lo asumí en esos términos, como un gran desafío.

-Pero no se te pasará por alto que para mucha gente, de un modo irracional, la carrera de un periodista asciende “subiendo” de prensa a radio y de radio a televisión.

-Sí, es así, tal cual. Mis padres siempre fueron muy respetuosos de mis decisiones porque consideraban que no había demasiado margen para torcerlas. Desde joven fui muy terco y ellos siempre confiaron en mi instinto primero y luego en mi oficio. Y en este caso también me apoyaron, pero siempre surge el “pero dejás la tele, dejás la pantalla”. Y aunque mis amigos no me lo digan (alguno me lo ha dicho), siento que ellos también se plantean esa disyuntiva de que estoy dejando la televisión.

-Y ante esos planteos explícitos o implícitos, ¿cuál es tu respuesta?

-Siento ese vacío que se siente al dejar la pantalla, ¡pero son tantas las ganas de concretar el sueño del programa propio! Éste era un objetivo que tenía en mi vida profesional.

-La gente también cree, a pesar de que tampoco es cierto, que los sueldos aumentan conforme se va pasando de prensa a radio y de radio a televisión.

-También. En este caso, yo en el canal estaba bien, estaba en mi zona de confort, tenía un ingreso adecuado y con la visibilidad que te da la pantalla. Pero la razón principal de mi cambio tampoco tiene que ver con lo económico.

-¿Qué soñás para ese tan anhelado programa propio de radio?

-Sueño hacer el programa que me gustaría escuchar, y como soy un apasionado de la radio y he escuchado tanta radio, creo que corro con ventaja. Mi primera certeza es que no voy con ningún ánimo fundacional o refundacional, porque sería un acto de arrogancia estúpida. Me gustaría que pudiéramos integrarnos distintas voces como en una polifonía, que haya una corriente permanente de información, de actualidad. Y que todos -profesionales rigurosos, serios, estrictos- tengamos la capacidad de disfrutar el programa, no de sufrirlo. El músculo tenso, pero no contracturado.

-Tú vas a ocupar el espacio que estaba aferrado al modelo más clásico de programa periodístico matutino. En los últimos años, sus competidores, con una fuerte apuesta al humor y a lo cómico, le habían sacado una amplia ventaja en las mediciones de audiencia. ¿Cuál será el lugar del humor y lo cómico en tu nuevo programa? ¿Es imprescindible apelar a la comicidad hoy en un programa periodístico?

-Soy respetuoso de los modelos que se han aplicado. Por ahora sigo siendo oyente de radio Sarandí y ellos han logrado algo muy valioso: transitan en la mañana con buen volumen de información, son serios cuando asumen que la cosa es seria, Nacho (Álvarez) da su opinión y lo hace frontalmente, pero después generan ese show de humor que la gente acepta. Y el rating los favorece. Lo de Darwin (Desbocatti) es extraordinario, ya pasó a ser un personaje de culto. Entonces creo que la opción debería ser mantener un estilo, profesional, riguroso, y hacer jugar ese concepto de radio amigable: si un día tenemos que hacer una mesa donde permitirnos reírnos entre nosotros, o apelar al humor, o llamar a alguien que lo haga bien, lo haremos sin culpa. Pero también advirtiendo que uno debería ofrecer algo distinto. Si logramos permitirnos el humor propio, o la distensión, habremos avanzado bastante.

-¿Un periodista tiene que estar en las redes sociales?

-Sí.

-¿No puede estar ausente?

-De ningún modo, en eso soy concluyente. Las redes sociales son parte de esta nueva sociedad de la información. Son una fuente de información y como tal deben ser incorporadas por los periodistas. Las personas que uno sigue en Twitter representan un panel de antenas, bastante numeroso en mi caso. Cada uno de ellos es una fuente para mí, una fuente a la que hay que cuidar como todas las de un periodista. Los tuiteros son buenas fuentes de información, la que por supuesto se debe someter a todos los chequeos necesarios. En las redes, además, los periodistas encontramos una cantera de temas. Y también encontrás a personas que entienden mucho sobre temas importantes, por ejemplo minería de gran porte, y que a su vez te direccionan a gente que sabe más aun. Entonces terminás recorriendo una cadena que lleva quizás al mayor especialista en megaminería del mundo, o casi. Y esa red, ese tejido, no hay periodista que puede desmerecerlo.

-Ese es el uso de las redes sociales como fuente de información. Pero quien participa también es emisor. En Twitter tú, a la vez, sos una antena que pasa información, opina, hace jugar el humor. ¿Eso también debe hacerlo el periodista?

-¡Otra vez el dilema ético! En los últimos tiempos me he replegado un poco en ese sentido. No querría llamarlo autocensura, pero cuando uno toma decisiones, desafíos importantes, es momento de revisarlo todo. Y éste es uno de los elementos que voy a someter a revisión. Porque me parece que el humor, la acidez en el comentario, la creatividad para redondear un concepto en un tuit, está bien, te agiliza la mente, te permite opinar y humanizarte ante el público, pero es un desafío. Ya me había planteado, antes del inicio de ciclo electoral, que era una buena cosa moderar esos impulsos.

-¿Para no verse identificado con ningún candidato?

-Sí. Porque vos le pegás a todos, pero lo que la gente recuerda es tu último tuit. No ven la globalidad. No piensan, “mirá que éste también le pegó hace tres días a Fulano”. No. Siempre se quedan con lo último, y lo último en tiempos electorales tiene un impacto tremendo. Eso me ha costado administrarlo y debo resolverlo. Tuve un aprendizaje a la fuerza: es imposible en este país tuitear sobre Nacional y Peñarol. Aprendí que no se puede. Y, aunque yo no haya querido, quizás eso se puede haber trasladado a la política. Hay ánimos demasiado enardecidos en las redes sociales. Y se da ese contraste curioso: los dirigentes de los partidos convocan a la calma, se entienden entre ellos, se abrazan el ambulatorio del Palacio Legislativo y se hacen bromas. Eso es parte de lo que debería enorgullecernos del sistema político uruguayo. Pero tres o cuatro escalones más abajo, uno se encuentra con una intolerancia alarmante.

-Sin embargo, al contrario de tu modo de ver las cosas, en esta campaña electoral fueron legión los periodistas que en los medios o en las redes sociales dejaron entrever su voto, en forma implícita o explícita.

-Me parece que hay fronteras que no se deben cruzar. Yo prefiero llevarme a mi casa la amargura de ser “facho” el lunes y bastante “zurdito” el viernes, pasando por todos los intermedios en la semana, como sucede, a que me identifiquen políticamente. Porque te desmerece en la acción. Cuando un periodista exhibe su simpatía política está inhabilitando su trabajo, aun si es extraordinario. Salvando las distancias, pasa lo mismo en el periodismo deportivo. El relator que se confiesa hincha de un equipo, por más cuidados que luego ponga, siempre estará contaminado por su simpatía, por su elección. En la política, donde se resuelven los grandes temas del país, eso es mucho más grave. Yo tengo la obsesión de no dar a entender o no revelar mi preferencia política. Lo que sucedió con muchos colegas, lo noté como tú y me llamó mucho la atención. Tal vez sea yo el equivocado. Tal vez la gente necesite que le periodista se pronuncie. No creo que sea así.

-¿Por qué elegiste Twitter y no Facebook?

-Me parece más concreto, compacto e informativo. Y tiene esa capacidad de llegar a lo que nos interesa a nosotros los periodistas: el dato, la información, la noticia. Facebook nunca me atrajo, se presta más para las relaciones sociales y no para el periodismo.

-¿Tenés una opinión sobre la ley de medios recientemente sancionada?

-Una opinión de un tema tan complejo sería una osadía. Pero se me plantea una imagen como la de esas bolsas enormes que se llenan de globos: tiene mucho volumen y muy poco peso. La ley pretende abarcar tanto, pero tiene fecha de caducidad a la vuelta de la esquina. Hay líneas que son compartidas por casi todos, como eliminar legislación que venía de la dictadura o regularizar la asignación de frecuencias. Pero después se entraron a meter demasiados globos en la bolsa. Mucho volumen y poco peso. No quiero ser demasiado pesimista, pero me parece que tiene tramos que son letra muerta.

-¿Crees que puede condicionar la libertad de prensa?

-Sí, porque hay momentos en los que no está aconsejando sino condicionando. En la lectura de la ley, inicialmente había un espíritu de determinar algunas pautas para el tratamiento de los temas, pero ahora por la lectura que he realizado, hay algunos condicionamientos para que algunos asuntos se traten de determinada manera. Queda esa sensación de que los medios, o los periodistas, que históricamente estaban convocados a vigilar, ahora serán vigilados. Desde el momento en que se nombra un cuerpo que tendrá a su cargo el control, allí hay una subversión de papeles. Y aquellos que estábamos llamados a vigilar o a publicar información para que la gente pudiera contar con más elementos a la hora de tomar decisiones, ahora estaremos sometido al escrutinio de otro grupo de ciudadanos. Me parece que allí puede haber un riesgo de pasar de ser vigilantes a ser vigilados.



Publicada en la edición de enero de 2015 de la revista Bla.




14.2.15

Los códigos del periodismo no son los del fútbol

Mientras todo Uruguay discutía y la prensa se inundaba de cartas y comunicados por el caso Da Silveira-Jonhatan Rodríguez, otra noticia deportiva merecía el trato opuesto: se la minimizaba o se la ridiculidizaba, de modo que quedara sepultada lo antes posible.
Ocurrió el 26 de enero, en el partido de Uruguay contra Brasil por el Sudamericano Sub20, cuando el joven futbolista brasileño Marcos Guilherme denunció que el uruguayo Facundo Castro lo había insultado durante el partido con epítetos racistas, al llamarlo varias veces "macaco".
La denuncia se conoció apenas terminado el partido, cuando el director técnico de Brasil, Alexandre Gallo, llegó a la conferencia de prensa con cara de pocos amigos y dijo: “Estamos muy shockeados con esto. (...)  Yo trato de sacar lo bueno de cada cosa mala que sucede, pero de esto no tengo nada bueno que sacar. Es algo ruin, algo que no podemos admitir”.


***

Como un calco de lo que ocurrió con la mordida de Luis Suárez en el Mundial, los dirigentes uruguayos se aferraron a negar todo.
No sabemos. No vimos nada. El árbitro no escuchó nada.
Entrevistado por Mario Bardanca en radio Uruguay, el secretario general de la AUF Alejandro Balbi dijo que no podía "afirmar ni desmentir” la denuncia. Pero a continuación arrojó sospechas sobre la conducta de Marcos Guilherme: "me llama poderosamente la atención que un jugador uruguayo use un término que es netamente portugués, netamente brasileño, me cuesta entenderlo”.
¿Le llama la atención a Balbi que un uruguayo llame "macaco" a un brasileño?
El argumento es increíble, ya que el insulto es repetido y común y corriente desde las luchas de la independencia hasta nuestros días.
Ese tipo de argumentación le costó muy caro a Uruguay en el caso Suárez, pero tal parece que la lección no fue aprendida.
Balbi agregó luego que "los brasileños le hacían acordar al cuento del pastor mentiroso". Y manifestó que en Brasil el tema del racismo está a flor de piel luego de un episodio padecido por el golero del Gremio, pero en Uruguay no. "Es un tema de ellos. Afortunadamente el Uruguay no está metido en ese tema como lo está Brasil".
¿En Uruguay no hay racismo? ¿En el fútbol uruguayo no lo hay?
A propósito del caso, el diario El Observador recordó algunos antecedentes:
- En 2011 los jugadores de la selección uruguaya sub 17 fueron acusados por el técnico de Congo, Eddie Hudanski, por burlarse de sus dirigidos haciendo señas referidas a simios.
- En 2012 la hinchada de Central Español le tiró bananas al golero de Progreso, Jorge Rodríguez, además de dirigirle insultos racistas. Ya le habían pasado cosas similares antes.
-En 2013 Danubio fue sancionado por los insultos racistas que su hinchada le dirigió al colombiano Flavio Córdoba.
Ninguna de las afirmaciones del dirigente mereció una repregunta de parte del periodista.

***


Tras el partido, las cámaras de televisión buscaron la palabra del chico acusado, Facundo Castro:
“La verdad que ellos estaban muy preocupados por lo que no era el tema futbolístico, siempre apelaban a cosas extrafutbolísticas. Espero que se preocupen un poquito más por jugar, que por la cosa extrafutbolística", dijo, sin responder si le había dicho macaco a Marcos Guilherme o no.
-¿No pasó eso? -le preguntó un periodista, pretendiendo aclarar el asunto.
-No, no tengo idea -respondió Castro, poniendo más énfasis en el "no tengo idea" que en el no.
Como la respuesta no había sido del todo clara, otro periodista (al que me gustaría felicitar porque fue de los pocos en este caso que cumplió con lo que se espera de un periodista) repreguntó:
-Guilherme apuntó específicamente a que fuiste vos (el que dijo) eso. ¿Qué podés decir al respecto?
-No, no, no tengo idea.

***

Marcos Guilherme, Facundo Castro, racismo, macaco
Marcos Guilherme, número 11
En mi trabajo me habían encomendado que escribiera cuatro semblanzas de cuatro de los chicos que disputaban el sub20, valorando su nivel de juego, pero sobre todo su historia de vida. Uno de los que elegí fue justamente Marcos Guilherme, y su historia puede leerse aquí. Cuando ocurrió la denuncia yo ya había tenido cuatro entrevistas con Marquinhos, como lo llaman sus compañeros, un muchacho muy tímido pero de sonrisa fácil, muy humilde, hijo de un policía y una profesora que a los 12 años partió de su hogar detrás del sueño de triunfar en el fútbol.
No habían sido largas entrevistas, porque el ritmo que le imponen a estos jovencitos hace difícil conseguir media hora para charlar con ellos. Hay que negociar las entrevistas con el encargado de prensa, que a su vez necesita autorización del director técnico. Insistiendo mucho había logrado conversar con Marcos Guilherme tres veces en el Campus de Maldonado, en lo que se llama la "zona mixta", un espacio donde se permite que los periodistas aborden a los jugadores, entre la salida del vestuario y el ómnibus que los espera para llevarlos al hotel. La cuarta vez, la más larga, fue al término de un entrenamiento, en la cancha del hotel del Lago, en Solanas.
Pero, aunque breves, cuatro charlas son cuatro charlas y a esa altura Marcos Guilherme me conocía. Cuando terminó la conferencia de Alexandre Gallo y luego de recoger las declaraciones de algunos de los chicos uruguayos fui a la zona mixta brasileña, y tuve mi quinta y triste entrevista con Marquinhos.
No había otros periodistas uruguayos. ¿No era importante conocer su versión de lo ocurrido? Si la denuncia generaba dudas, ¿no era preguntándole que se podían aclarar?
Parecía que no.
Esperé en un rato y apareció Marcos Guilherme. Me reconoció y me sorprendió porque enfiló en forma directa hacia mí. Tenía la cara transmutada, estaba consternado y se le notaba. "¿Macaco es un insulto racista, no?, me preguntó sin esperar.
Yo no estaba preparado para responder, había ido para hacer las preguntas. Pero Marquinhos, en su dolor, solo quería explicaciones.
-Es una palabra ambigua -le dije.
Pensé para mis adentros que "macaco" es un modo despectivo que tenemos los uruguayos para llamar a los brasileños en general, pero me dio vergüenza decírselo.
Opté por decirle que no creía que Facundo Castro fuera racista. Le dije que para los uruguayos los partidos contra Brasil y contra Argentina son como guerras, y que él se había destacado en el campeonato, y seguro que Castro le dijo eso para sacarlo del partido, sin medir las connotaciones.
“Una cosa es jugar fuerte, incluso tratar de provocar verbalmente al rival. Pero el racismo es otra cosa", me respondió. "No lo puedo admitir”. Además, agregó, no habían sido una ni dos veces. ¡Habían sido muchas veces!
Estaba desconsolado. Negaba con la cabeza, para un lado, para el otro. No podía encontrarle una explicación válida. Me dijo que en el partido se había sentido furioso, pero ahora estaba muy triste.
Le palmee la espalda primero y la nuca después.
De ninguna manera parecía alguien que estuviera mintiendo. Todo lo contrario.

***

Julio César Gard comentó el caso en Twitter:



Luego dijo que fue una "broma" y, al mismo tiempo, laudó que Castro no había insultado a a Marcos Guilherme:





Alberto Kesman bajó línea en Teledoce rezongando a Marcos Guilherme y dando a entender que había inventado todo:
"Hay una diferencia entre los jugadores uruguayos y este muchacho. Para los jugadores uruguayos lo que pasó en la cancha queda en la cancha. Estos muchachos siguen de largo hablando de cosas que de repente hasta no pasaron y que se inventan".
Luego agregó, con evidente satisfacción, que Facundo Castro "para demostrar que las cosas quedan en la cancha, dijo 'no sé nada'".
Roberto Moar, por su parte, entrevistó al otro día del partido (y de la denuncia) a Facundo Castro en su programa de radio Rock and Gol.
Fue una entrevista cómoda, más bien elogiosa, como si no hubiera pasado nada. Luego de cinco minutos hablando de cualquier cosa menos la denuncia que pesaba en su contra, Moar se sintió en la obligación de aclarar la situación. Le dijo a Castro:
"Sé que has consultado a los integrantes de la selección sobre si podías hablar de toda esta denuncia que se ha generado. Sabemos que te han dicho que no, lo vamos a respetar, también poniéndonos la camiseta de la selección".
"Gracias por el apoyo", respondió Castro.

***

Lo de Gard no vale la pena ni comentarlo.
Lo que Kesman defiende son los viejos códigos del fútbol, según los cuales no se debe contar lo que pasa dentro de la cancha. Son códigos que si los futbolistas, los jueces, los directores técnicos quieren seguir, bien por ellos. Están en su derecho.
Yo, personalmente, tengo especial desprecio por los pactos de silencio, una práctica que en ocasiones es presentada como un acuerdo de caballeros, pero que por lo general suele ser un convenio mafioso que se usa para ocultar las peores lacras de la sociedad (y el racismo es una de ellas). Pero, hay que admitirlo, la gente es libre para sumarse a acuerdos de este tipo. En Uruguay vaya si lo sabemos y vaya si lo padecemos.
El problema en el que Kesman parece no reparar es que el periodismo no está regido por los códigos del fútbol sino por los códigos del periodismo.
El código del periodismo nos mandata a informar al público lo que ocurre. Tratar de averiguar. No descalificar a priori a quien se atreve a denunciar algo.
Tampoco se puede aceptar, en términos periodísticos, hacer una entrevista a una persona si la condición es no preguntarle sobre el tema principal que la compromete. No sería admisible hoy entrevistar a la presidente de Argentina si la condición es no preguntarle sobre el caso Nisman. No se podría entrevistar a Netanyahu sin hacerle una pregunta sobre los palestinos. No se puede entrevistar a un líder de Hamas sin preguntarle sobre los cohetes que arroja sobre Israel. No se puede entrevistar a Dilma si nos prohíben preguntarle sobre los escándalos de corrupción de Petrobras.
Eso no es periodismo, es propaganda.
Hay otra gente especializada en eso.
Moar lo sabe y por eso se explica al final de la entrevista. Se suma al pacto de silencio, se justifica, porque se pone la camiseta de la selección uruguaya.
El problema, otra vez, es que la camiseta se la tienen que poner los jugadores. Los periodistas tienen otra camiseta, la del público.
Estoy leyendo un libro que pone los pelos de punta. Se llama Chechenia, la deshonra rusa y lo escribió en 2003 la periodista rusa Anna Politkovskaya.
El libro cuenta los abusos, brutales y repetidos, de las tropas rusas en contra de la población chechena. Anna era rusa y la acusaban de ser una traidora. "Se comporta usted como un enemigo", le escribieron unos oficiales del ejército ruso en una carta anónima, donde la acusaban de desafiar "el orden establecido" y la amenazaban si continuaba informando.
Anna respondió con unas líneas que deberían tener claras todos los periodistas del mundo:

  • "Los periodistas no ´desafían´el orden establecido, pues no es esa su función, sino que describen solo aquello de lo que son testigos. Es su deber; tal como es el del médico curar a un enfermo, y el de un oficial defender a su patria. La cuestión es muy simple: la deontología periodística nos prohíbe embellecer la realidad".


Anna Politkovskaya pagó con su vida su compromiso con el periodismo. La asesinaron en su casa, en Moscú, en 2006.
Es por gente como ella que estamos obligados a respetar nuestra profesión.
Informar al público es nuestra tarea, nuestro deber. Los periodistas creemos que informando al público lo que ocurre, sin pactos de silencio, sin poner por encima de la verdad los intereses de una selección de fútbol o un partido político, ayudamos a sociedad. La ayudamos porque los protagonistas de las noticias y el público reciben esa información y entonces están en condiciones de subsanar los errores, de tomar mejores decisiones, de corregir lo que se está haciendo mal, de hacerlo mejor la próxima vez.
Por el contrario, silenciando lo que está mal, ayudamos a que se reproduzca, a que crezca, a que mañana regrese magnificado.
En este caso estamos hablando de chicos de 19 años.


***

Al siguiente partido, la prensa brasileña le volvió a preguntar a Marcos Guilherme por su acusación a Castro. Respondió:
"Eso ya pasó, no me gusta mucho hablar de eso. Lo que puedo hacer es perdonar. Espero que él tenga conciencia de que erró, que no lo puede hacer de nuevo. Él tiene sus sueños, yo tengo los míos. No quiero que sus sueños se perjudiquen por una actitud que muchas veces se toma con la cabeza caliente, en un partido. Que Dios pueda bendecir su vida y que esto no acontezca más".

***




Este artículo de algún modo continúa los razonamientos de la entrada anterior, sobre el caso Da Silveira-Jonathan Rodríguez: 
http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2015/02/da-silvera-jonathan-y-la-lewinsky.html

12.2.15

Da Silvera, Jonathan y la Lewinsky

En los últimos días hubo dos noticias deportivas que nadie vinculó entre sí; con amplísima difusión y polémica pública una, casi totalmente silenciada la otra.
Ambas, sin embargo, están unidas por un tema muy importante: cuál es el límite entre lo público y lo privado, qué se debe informar y qué se debe callar en el periodismo.
La noticia súper publicitada y debatida fue la de los dichos de Jorge Da Silveira sobre Jonathan Rodríguez, y todas sus posteriores consecuencias.
La silenciada fue la del jugador de la selección uruguaya sub20 acusado de llamar "macaco" a colega brasileño.

***

A Da Silveira se lo condenó por meterse en la vida privada de Rodríguez (dijo que bebe y que algunos controles antidoping en Peñarol le dieron positivos) y por haberlo hecho antes otras veces con otros jugadores.
El comunicado de la Mutual de futbolistas señaló, por ejemplo que "nada" justifica "su referencia a aspectos que refieren a la intimidad de una persona".
Y esa fue la posición dominante entre los cientos o miles de opinadores. Nada justifica meterse en la vida privada de alguien. Así se piensa en Uruguay.
Lamentablemente, casi nadie ha recordado que ese no es un criterio universal, ni siquiera es el criterio más aceptado por los referentes de la ética periodística.
Eso es muy peligroso, ya que en este país donde reina el secretismo no necesitamos más mordazas.
No hablo ahora del caso Da Silveira-Jonathan. Hablo en general. No es cierto que NADA justifique meterse con la vida privada de alguien. Hay casos y situaciones que SÍ lo justifican.

***

Hay que decir otra cosa, además: los criterios que separan lo público de lo privado no son universales.
En Inglaterra, por ejemplo, tiene predicamento una visión extrema que sostiene que los personajes públicos no tienen vida privada.
Quienes la sostienen argumentan que ya sea la reina, un futbolista o un best-seller, todos ellos viven del público, obtienen su dinero de los impuestos o del favor de la gente y, por ende, se deben de cuerpo y alma al público: no tienen derecho a ocultarle nada.
Según este modo de ver, ese sería el precio a pagar por la fama, el prestigio y la riqueza que suele traer consigo la bendición de las masas.
Así, por poner un ejemplo extremo, en 1992 la prensa inglesa publicó las conversaciones eróticas entre el príncipe Carlos (¡ni más ni menos!) con su amante Camilla Parker, cuando su majestad estaba casado con Lady Di. En las conversaciones hechas públicas el príncipe Carlos le decía a su amante que deseaba convertirse en un tampón para poder "vivir metido en tus pantalones".
Hace unos años, cuando funcionaba la tecnicatura en periodismo deportivo en la universidad ORT, Gustavo Poyet dio una conferencia. Todavía era futbolista. Le preguntaron cómo hacía para vivir en Inglaterra, bajo el acoso de la prensa: "No hago absolutamente nada que no esté dispuesto a que sea publicado", respondió.
Conocía las reglas de juego.

***

Clinton Lewinsky, los límites entre lo público y lo privado
Hay otro criterio, menos radical que el de cierta prensa inglesa, que tampoco es el dominante en Uruguay (el de la Mutual).
Ese criterio, que se usa por ejemplo en Estados Unidos, mantiene que los personajes públicos sí tienen vida privada. Pero cuando sus actos privados afectan su desempeño público, entonces el público SÍ tiene derecho a conocerlo.
Es muy recordado el caso del affaire en 1998 entre el presidente Bill Clinton y Mónica Lewinsky, una becaria de la Casa Blanca con la que tuvo relaciones sexuales.
El caso fue ampliamente cubierto por la prensa estadounidense, en especial por medios republicanos o conservadores opuestos a Clinton, en un intento por desprestigiarlo. Hubo polémica respecto a si correspondía o no ventilar aquel lío de alcobas (más bien del Salón Oval) en la prensa, pero los medios que lo hicieron argumentaron que sí, porque la honestidad de Clinton como presidente estaba en entredicho. Decían que lo grave no era que Bill hubiera tenido relaciones con la Lewinsky, sino que le hubiera mentido a su esposa Hillary, negando la relación. "Si le mintió a su esposa, nos puede mentir a todos", aducían, con razón o sin ella. "Estados Unidos no puede tener un presidente mentiroso". Y siguieron adelante.
Por eso, Clinton para zafar tuvo que demostrar que no había mentido.¡Entonces redefinió las relaciones sexuales! Él le había dicho a Hillary que no había tenido relaciones sexuales y no le había mentido. No había habido penetración, a eso se había referido. Solo sexo oral.
Más allá de la anécdota y del caso (muy discutible y teñido de intereses políticos, por cierto), queda claro que el criterio que rigió aquí fue otro al que todos se aferran hoy en Uruguay: se trataba de una evidente intimidad, mucho más íntima y privada que las andanzas de nuestros futbolistas por los boliches de la noche montevideana. Sin embargo llegó a los medios y se hizo pública porque muchos entendían que ponía en juego la honestidad del presidente de Estados Unidos, o sea su desempeño público.

***


Dice respecto a este tipo de casos el prestigioso periodista colombiano Javier Darío Restrepo en el consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
"No se trata de informar cualquier cosa que excite la curiosidad del público. Hay hechos en la vida de los candidatos que pertenecen a su intimidad, que no afectarían su desempeño público y que deben ser respetados. Hay otros que sí  pueden interferir en una tarea de gobierno: la apendicitis del presidente Johnson de Estados Unidos, la diverticulitis del presidente Barco de Colombia, por ejemplo, y que deben ser conocidos por la ciudadanía".
Restrepo cita el libro Ética y medios de Comunicación, de Niceto Blázquez. Allí se explica:

"Ni el derecho a la información ni el derecho a la vida privada son derechos absolutos. Creerlo es una simpleza. Tanto la vida privada como la información tienen límites. Los criterios éticos en que están basadas esas limitaciones son los siguientes:
En primer lugar, el interés público, que no ha de confundirse con la curiosidad pública. Puede haber sectores públicos interesados en conocer la vida privada de los demás. Pero el informador responsable se cuidará mucho de no satisfacer deseos injustos e insanos.
A pesar de todo hay que mantener el principio de que una forma de conducta deja de ser íntima o privada para efectos informativos en la medida en que tiene repercusiones en la vida pública".


***

Vale recordar otro caso donde hubo un explícito choque de criterios sobre cuál es el límite entre lo público y lo privado.
En 2004, el corresponsal de The New York Times en Brasil, Larry Rohter, informó que el entonces presidente Lula bebía demasiado y que muchos brasileños se preguntaban si eso no afectaba su buen desempeño.
La reacción del gobierno brasileño fue furiosa y Lula expulsó a Rohter de Brasil. El New York Times, sin embargo, mantuvo que el artículo era correcto en cuanto a la información que contenía y justificado en términos periodísticos.
Unos días después, Lula dio marcha atrás y revocó la expulsión del periodista estadounidense.
Habían chocado dos criterios: el del NYT (se puede informar sobre la vida privada cuando afecta el desempeño público de una figura pública) y el dominante en Brasil, que es igual al uruguayo (no informemos nunca de la vida privada de un presidente, no importa lo horrible que sea).

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Eso sí, hay algo que nunca cambia en el periodismo y que es inmutable. Rige para Inglaterra, Estados Unidos, Colombia, Brasil, Uruguay y cualquier otro país del mundo, para los que escriben de política o de fútbol. Es algo que hay que respetar siempre:
La información que damos tiene que estar confirmada.
No publicamos rumores ni información sin confirmar. Que una fuente nos diga algo falso no reduce la magnitud de nuestro error si lo difundimos. Nuestro trabajo es dar información confirmada. Y cuánto más controvertido o espinoso es el terreno que pisamos, el doble o el triple de celo profesional debemos poner en asegurarnos que la información esté confirmada.
Da Silveira, luego de divulgado el uso interesado que el club Benfica de Portugal estaba dando a sus declaraciones, hizo conocer un comunicado donde señaló que se retractaba de sus dichos sobre Jonathan Rodríguez:
"Debo retractarme, una vez que reconocidos dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol, representantes de la Asociación Uruguaya de Futbolistas Profesionales y profesionales de la medicina y el deporte, que merecen no solamente mi respeto sino mi más alta consideración, me llevaron a aquilatar un presente de este jugador que, debo admitir, no conocía al momento de realizar mis afirmaciones".
Agregó:
"No ha habido en su club, como erróneamente me informara una fuente, controles antidopaje que no fueran superados por el señor Jonathan Rodríguez. Pido disculpas por haberme hecho eco de una versión tan dañina no solamente para el jugador, sino para su familia y para el ser humano. La falsedad de esta versión la he comprobado dialogando con más fuentes, incluyendo al prestigioso cuerpo técnico del Club Atlético Peñarol. También a partir de conversaciones que en las últimas horas mantuve con sus entrenadores y preparadores físicos en el club".

***

A diferencia de lo que dice la Mutual, puede ser perfectamente válido informar de aspectos de la vida privada de un político, un funcionario o un jugador de fútbol siempre y cuando estos afecten en forma comprobada su desempeño público.
Lo que no puede defenderse nunca es a un periodista que informa cosas que luego admite que han cambiado de modo sustancial, o que da cuenta de exámenes que dieron positivo y luego resulta que nunca habían dado.
Eso no se puede justificar dentro de los márgenes del buen periodismo.
Da Silveira no hizo lo que Larry Rohter en Brasil, que se mantuvo firme en que la información que había dado sobre Lula era verdadera y que correspondía que el público lo supiera.
Por eso Rohter salió bien parado de su escándalo y Da Silveira no.

***


 Quedó demasiado largo. Dejo para la próxima entrada explicar qué tiene que ver este caso con el del jugador uruguayo que le dijo "macaco" a Marcos Guilherme: 
http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2015/02/m-ientras-todo-uruguay-discutia-y-la.html )

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