22.12.10

Yo sé cómo lograr un país de primera

En mayo de 2004 escribí en el suplemento que dirigía en el diario El País:
“La democracia uruguaya se basa en una regla de oro no escrita, pero que siempre se cumple.
Esta ley indica que dado un problema o crisis, los políticos y gobernantes siempre aplican una de estas tres soluciones:
a) Subir los impuestos o las tarifas.
b) Pedir dinero prestado o generar deuda.
c) Colocar un semáforo.
Es cierto que algunas veces se han ensayado otras respuestas frente a algún asunto grave —encerrar el problema en una caja fuerte, por ejemplo—, pero en general la regla de oro se cumple a rajatabla.
Uno imagina a los políticos veteranos explicándoles a los muchachos que se inician en las artes del gobierno (los que muchas veces son sus propios hijos):
—No te preocupes, siempre podrás subir los impuestos. El pueblo uruguayo es extraordinario. ¡Acá no es como en Bolivia donde por una suba de tarifas te prenden fuego el país!
O también:
—Querido hijo: nunca dudes en pedir prestado, emitir obligaciones de deuda o sacar una nueva serie de bonos. Los intereses se pagan mucho más adelante. ¡Y las generaciones futuras no votan!
El tema de la nota era la dependencia energética del Uruguay y mi evidente enojo venía de comprobar cómo los gobiernos se sucedían sin que el asunto se abordara, ya que no era fácil de solucionar mediante a), b) o c).
Lo mismo podía decirse sobre otros problemas complejos, siempre dejados para más adelante: la ineficiencia del Estado y sus desigualdades internas, la decadencia de la educación pública y del cuerpo docente, la progresiva pérdida de seguridad ciudadana, el colapso del sistema carcelario, el atraso de la Policía, la mentalidad de oficina pública dominante en el país entero, la creciente concentración de la pobreza en la infancia.
Hoy el Frente Amplio lleva ya seis años en el poder. En cuando a diversificar la matriz energética se han dado algunos pasos, pero  la mayor parte de estos problemas subsisten y algunos de ellos agravados.
Los gobiernos frentistas también se han valido de la regla de oro. Han subido las tarifas y los impuestos (sobre todo a los trabajadores), se han endeudado y, aunque Montevideo competiría con buenas posibilidades por el cetro de la ciudad más mugrienta del mundo, la colocación de semáforos nunca se detuvo.
Sin embargo, hay una novedad en la Regla de Oro.
La gran noticia de los gobiernos del Frente Amplio ha sido la inclusión de una nueva opción dentro de la tradicional fórmula con la que los políticos llevan adelante nuestros asuntos.
Ya no tenemos solo a, b o c. Ahora también tenemos d.
Uruguay hoy ahora funciona así:
Dado un problema cualquiera, se puede aplicar alguna de estas soluciones: subir los impuestos o las tarifas (a), pedir dinero prestado o endeudarse (b), colocar un semáforo (c) o…
d) Modificar el modo de evaluación del problema.
Así, por ejemplo, en 2006 se modificaron los criterios para medir la pobreza y la indigencia.
Hace unas semanas el ministro del Interior Eduardo Bonomi ante la creciente inseguridad reinante divulgó datos más basados en una nueva manera de medir los delitos. (Y provocó la renuncia del Director del Observatorio  de Criminalidad del Ministerio del Interior, el sociólogo Rafael Paternain).
Hoy tuvimos un nuevo ejemplo de opción d). El integrante del Consejo de Secundaria Daniel Guasco ante el fracaso estrepitoso de los estudiantes uruguayos en la prueba PISA propuso cambiar el modo de evaluarlos, hacerles una prueba más fácil, más adecuada a un país cuya educación es un absoluto desastre.
"Habría que ajustar las pruebas PISA o ponerlas más sobre la tierra en lo que es la educación pública y privada uruguaya", dijo a El País.
Uno puede imaginar nuevos diálogos entre dirigentes veteranos del Frente aconsejando a los muchachos que se inician en la política:
-No te ahogues en un vaso de agua. Si un problema parece muy grave, siempre encontrarás otra manera de medirlo que arroje mejores resultados.
Es el modelo Bonomi, Guasco, Kirchner, Nery Pinatto.
Recuerdo al presidente Jorge Batlle proclamando con el pecho inflamado que éste es un país serio. Y recuerdo al presidente José Mujica prometiendo un país de primera.
Sin duda Mujica lo va a lograr. Parece difícil pero es fácil. Solo tiene que cambiar la manera en que se mide la calidad de los países.
Un consejo: si empezamos a medir de abajo para arriba, llegamos más rápido.

el.informante.blog@gmail.com

15.12.10

Hugo Bianchi: el gerente bolche


Esta entrevista a Hugo Bianchi, dirigente histórico de los metalúrgicos y del PIT-CNT, luego devenido gerente, se publicó en el diario Plan B, el 14 de setiembre de 2007. Aquí se reproduce un fragmento.





Hugo Bianchi, Untmra, PIT-CNTHugo Bianchi integró durante más de diez años (1990-2001) el Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT. Entre 1972 y 2006 fue uno de los principales dirigentes de la Unión Nacional de Trabajadores Metalúrgicos y Ramas Afines, la combativa Untmra. Por eso a muchos les sorprende que hoy sea gerente. Y gerente nada más y nada menos que de Umissa, la polémica empresa que exporta casas prefabricadas a la Venezuela de Hugo Chávez.


Bianchi comenzó a trabajar a los 12 años, cuando su padre dejó el hogar y él tuvo que ayudar a su madre a sacar adelante a la familia. Ella y su hermana cocinaban, él repartía las viandas. Pero con el tiempo Hugo comenzó a acunar otros sueños.


-Yo quería ser metalúrgico, porque Lenin decía que eran la vanguardia del proletariado mundial. Además, ganaban bien, y yo quería casarme.


Lo consiguió en enero de 1963 y no se arrepiente. Dice que su trabajo le dio todo en una vida que lo llevó de Montevideo a Moscú y que le permitió hacer muchos amigos, el presidente Lula entre ellos.


Comunista desde siempre, Bianchi abandonó el PCU tras el derrumbe del bloque soviético. Sin embargo, durante muchos años siguió sintiéndose comunista y siempre votante del Frente Amplio. Curiosamente, con esas credenciales, comienza la entrevista hablando con entusiasmo El doctor Figari, el libro del político más rechazado por el frenteamplista promedio, el ex presidente Julio María Sanguinetti.


-Lo van a querer matar. ¡Leer a Sanguinetti y todavía citarlo!


-Nunca estuve a favor de la inquisición. El libro es muy interesante; Sanguinetti cuenta las ideas que tenía Figari para el desarrollo técnico del Uruguay, para desarrollar la innovación, el trabajo, el arte, la enseñanza. Son todas cosas que Uruguay no ha superado y no son de izquierda, ni de derecha, ni de centro. Es la búsqueda de una cultura diferente. Por desgracia nunca se les dio ni cinco de bolilla. Ni entonces y ni ahora.


-Ni siquiera en las presidencias del propio Sanguinetti.


-Es cierto, es una contradicción.


-Usted, en los años 90, como integrante de la dirección del PIT-CNT, buscaba un acuerdo entre sindicatos, empresarios y gobierno, un pacto social. ¿Por qué lo hacía?


-Este país no sale adelante si pensamos que el conocimiento está embotellado. El saber no es propiedad de determinado sector social o profesional: está en todos lados. Lo tiene la academia, pero también los trabajadores por su conocimiento acumulado, los empresarios, los funcionarios. Lo que yo planteaba era eso: acumular todo ese conocimiento a favor de la industria nacional. Si se lo llamaba acuerdo social o de otra manera, no tenía importancia. El problema es que, aún hoy, sin eso, no se avanza.


-¿Y por qué no se logran esos acuerdos en Uruguay?


-Es difícil. A veces parece que tenemos un diálogo de sordos. Recuerdo una reunión entre empresarios, sindicatos y gobierno en época en que Ana Lía Piñeyrúa, de la que tengo una excelente opinión, era ministra. La posición que llevaron los empresarios fue que se rebajaran ¡42 impuestos! Me acuerdo que Davrieux, que estaba en representación de la OPP, me miró con los ojos desorbitados. No podía creer lo que oía. ¿Y con qué vamos a pagar la enseñanza y la salud pública?, les respondió. Recuerdo que nosotros queríamos discutir el tema de la competitividad de la industria nacional, pero Davrieux dijo que no. Yo quedé patitieso, porque eso se estaba discutiendo en todo el mundo y Davrieux, que es muy inteligente, no lo quería discutir.


-¿Cómo concilia el pacto social con la lucha de clases, a la que se afilia el movimiento sindical?


-La lucha de clases existe. Existe la lucha de intereses y muchas otras cosas. Pero también existe esta sociedad y hay que sacarla adelante. Hoy el capitalismo no está dando soluciones a la humanidad, la globalización no está al servicio del hombre. El mundo es rehén de los capitales financieros. Sólo el 8% de la riqueza que se genera se aplica en producir riqueza verdadera, en beneficio a la gente: el resto es todo movimiento financiero. Así no se puede seguir. ¿Cuál será el mundo nuevo? Ojalá pudiéramos hablar y ponernos de acuerdo.


-Usted pasó parte de su exilio en Brasil. No fue uno de los destinos más comunes de los exiliados. ¿Cómo terminó allí?


-Yo salí para Argentina, porque tenía parientes. En 1982 el Partido Comunista decidió que fuera a Brasil. Allí no pedí asilo, estuve todo el tiempo bajo la protección del Partido de los Trabajadores, hasta 1990.


-¿Y qué le dejó Brasil?


-Es una sociedad con todo lo bueno y lo malo del ser humano. Quizás por influencia africana, las relaciones humanas son diferentes, más abiertas, no está presente la noción del pecado como aquí. Es un país joven. Tiene una mayor cultura de debate. Tiene relaciones productivas, tecnología e industria más avanzadas; eso genera un sentimiento profesional en cada trabajador, incluso en el que limpia la vereda. Yo iba una vez por mes a Bahía. El bahiano es famoso por ser alegre y divertido, pero las discusiones del sindicato petroquímico eran de una seriedad profesional y una disciplina admirables.


-¿Acá no existe esa seriedad profesional?


-No, no hay esa autoestima profesional en las personas. Es una cosa a construir si queremos conseguir innovación tecnológica. Porque no vamos a conseguir innovar en tecnología importando la última máquina japonesa. El gran tema es cómo lograr nuestros propios avances, avanzar en lo que nosotros podemos producir, en nuestra escala, con nuestros socios...


-¿Y el sindicalismo aporta algo en ese sentido?


-Francamente, puede quedar antipático que lo diga ahora que no estoy en el movimiento sindical. Pero veo que se está perdiendo la gran oportunidad de avanzar en aspectos importantes. Veo al PIT-CNT con poca iniciativa y muy crítico. Más que en gobiernos anteriores.


-¿Y usted qué opina de este gobierno?


No estoy de acuerdo con muchas cosas. Creo que no hay una política de desarrollo productivo. Quizás la haya en el sector agropecuario, pero seguro que no la hay en la industria. Algunas cosas valiosas se han hecho, pero podría hacerse mucho más. No es solo cuestión del gobierno. Habría que ver si la Cámara de Industrias y el PIT-CNT están dispuestos a ayudar. Yo más bien veo otro diálogo de sordos.


-Quizás le digan que critica porque hoy la ve de afuera.


-No es así. Nunca la vi de afuera, ni de un lado ni del otro. Cuando estaba en la dirección del sindicato, conocí a industriales que me podían merecer críticas, pero también mucho respeto, porque laburaban desde la cinco de la mañana hasta la medianoche y para ellos la fábrica no era sólo una manera de hacer dinero, era su realización, su obra en la vida, su creación. Por eso los respetaba, y a algunos hasta les he tenido afecto.


-Entre que lee a Sanguinetti y esto, lo van a matar.


-Una vez dije en una asamblea que yo apreciaba a Jorge Soler Garmendia, un empresario que lamentablemente murió. Un compañero me dijo: ¡no lo podés apreciar! Le contesté: por favor, vos decidís lo que digo en nombre del sindicato, pero sobre mis afectos resuelvo yo. Soler era un hombre muy capaz que sabía cómo hacer plata. Él metía millones de dólares en la industria cuando podía hacer mucho más dinero en la especulación. ¡En este país, una persona así se merecía el mayor de los respetos! Y, además, conmigo siempre fue leal. Muchas veces no estuvimos de acuerdo, pero nunca me vendió espejitos. ¡Cómo no me voy a sentar en una mesa con una persona como Soler, o como su hermano Ernesto, para discutir cómo desarrollar la industria!


-En una entrevista en 1998, dijo que no adhería a ningún partido, pero que todavía se sentía comunista. ¿Hoy también?


-Yo no me hice comunista por odio a nadie. Me hice para que mi madre y mi hermana no tuvieran que vivir cocinando, quemándose las entrañas. Me hice comunista por amor a la humanidad. Entonces desde el punto de vista de tener ideales solidarios, fraternales, de creer en una sociedad sin opresión, sigo siendo el mismo. En cambio si el comunismo es eso llamado “socialismo real”, entonces no. Porque lo viví de cerca. Vi morir a la Unión Soviética y de muerte natural.


-¿Se sorprendió entonces?


No, porque uno iba viendo el deterioro, la represión. Capaz que lo de hoy es todavía peor, en aquel régimen algunas cuestiones sociales estaban resueltas. Una vez, caminando por Moscú, una amiga periodista, que estudiaba, trabajaba y tenía su apartamento, me preguntó: ¿al final la vida es sólo esto? Yo le dije que no, pero que en nuestros países tener todo eso nos llevaba el 90% de la vida. 

10.12.10

La diferencia entre Adeom y el Sunca

Durante años fui cronista sindical. Empecé en 1987 cuando trabajaba en el semanario Aquí, propiedad del Partido Demócrata Cristiano. Unas semanas antes, los sindicalistas del PDC se habían retirado del Congreso del PIT-CNT cuando los comunistas habían puesto en funcionamiento su clásica aplanadora. Por eso, como represalia, ningún dirigente comunista le hacía declaraciones a Aquí. Y, como ellos eran la inmensa mayoría en el PIT,  la cobertura gremial del semanario se había tornado una misión imposible.
La primera tarea que me encargó mi jefe fue lograr que los comunistas nos volvieran a hablar. Yo apenas empezaba en el periodismo y aquel encargo me pareció una quimera. Pero no estaba dispuesto a rendirme sin haberlo intentado antes.
Logré fijar una entrevista con Thelman Borges, poderoso dirigente textil comunista en aquel tiempo, integrante del Secretariado de la central obrera, luego devenido diputado y fallecido en 2009.
La sede del PIT-CNT estaba en aquellos tiempos en la Ciudad Vieja, en la esquina de Buenos Aires y Alzáibar, y Borges me citó en el bar de enfrente.
Cuando llegué, me estaba esperando. Junté coraje y le expliqué que era nuevo en el puesto y que lo único que quería era cubrir del modo más objetivo posible la realidad sindical, pero que eso era imposible si ningún dirigente comunista se dignaba a hablar conmigo.
Me escuchó en silencio y no dijo nada. Le volví a decir más o menos lo mismo con otras palabras. Borges se pidió un cognac. Cuando la bebida llegó a la mesa, levantó su copa y comenzó a jugar, moviendo el líquido hacia un lado y hacia otro. Sonreía. Yo aguardaba su veredicto con ansiedad. Por fin me dijo que estaba bien, que confiaría en mí y que el boicot al semanario Aquí podía darse por terminado.
A partir de ese día fui periodista sindical durante unos tres años. Y luego nuevamente entre 1992 y 1994, en el semanario Búsqueda.
Llegué a conocer bastante del tema. Estuve en casi todos los gremios (y en sus bares aledaños). Hice guardia en la puerta del Secretariado Ejecutivo demasiadas tardes. Concurrí a decenas o quizás cientos de asambleas: apasionadas, monótonas, tensas, históricas, tediosas, que terminaron a las risas y que finalizaron a los balazos. Trabé relación con dirigentes admirables por su honestidad, su sacrificio y su don de gente, y con otros más bien despreciables por su ambición, su mezquindad y doble discurso. Es falso que exista un único movimiento obrero. Hay muchos. Nunca me tragué la pastilla de que fuera lo mismo Adeom que el Sunca. No lo son.
No recuerdo si fue en 1992 o 93, pero me tocó cubrir una larga y muy tensa huelga en la construcción.
Por lo general, los obreros del Sunca van a la huelga cuando hay algo que lo amerita. Cuando paran, a diferencia de lo que ocurre con algunos sindicatos de empleados públicos, no cobran nada. Es decir: no pueden darse el lujo de parar por mera gimnasia gremial o por reclamos menores.
Cuando los obreros del Sunca detienen su trabajo el mayor perjuicio no recae sobre el ciudadano común sino sobre sus patrones, los empresarios de la construcción. Son pulseadas muy duras.
La enorme mayoría de los dirigentes del Sunca sabe que una huelga no es un chiste. Saben que no cobrarán los días parados. Saben que si el paro se prolonga demasiado tiempo, algunas de las empresas del sector, las más chicas, pueden cerrar y que, si eso ocurre, muchos obreros quedarán sin empleo. Saben que si piden más de lo que los empresarios pueden dar, muchos elegirán cerrar o dedicarse a otra cosa, y eso también podría dejar a muchos compañeros en la calle. Saber todo eso los obliga a defender los derechos de los trabajadores manteniendo siempre la noción de la responsabilidad social de su tarea. En el Sunca no se juega a la huelga.
No es lo mismo en Adeom o en otros sindicatos de empleados públicos. Para empezar: en muchos casos, no en todos, las horas paradas ni siquiera son descontadas. A veces se descuenta, a veces solo un porcentaje, a veces nada.
Pero hay otras diferencias. En la Intendencia de Montevideo o cualquier otra dependencia pública, si la huelga se prolonga mucho tiempo, no pasa nada. La Intendencia nunca va a cerrar, los municipales nunca van a quedarse sin empleo. El Banco República no va a cerrar por un paro. El Estado tampoco. A diferencia de los obreros de la construcción, los empleados públicos van a la huelga sin arriesgar su empleo inamovible.
Además, se puede pedir lo imposible, tirar de la piola con la máxima potencia, pedir cualquier cantidad, lo que sea, lo que venga, por delirante que sea.
Eso es posible porque en una huelga de empleados públicos, en la Intendencia, por ejemplo, si el sindicato pide más de lo que el patrón puede dar, la Intendencia de Montevideo no va a quebrar ni se retirará del mercado, ni bajará la cortina, ni el intendente venderá todo y se irá del país. No. Lo único que hará en ese caso el intendente de turno será subirle los impuestos a la gente para así poder pagar la cifra que los sindicalistas reclaman, sus celebradas “conquistas”.
Es por eso que el salario mínimo en la Intendencia de Montevideo, para ocho horas de trabajo en el puesto más bajo y menos calificado, para un peón cualquiera, con compensaciones incluidas, supera los 24.000 pesos, según datos oficiales. Es una cifra irreal para el mercado uruguayo, un salario que jamás ganará un peón de la construcción, una cantidad que se le “arrancó” al patrón político, porque al patrón político nunca le costó nada, simplemente le dijo que sí al sindicato y luego trasladó el costo de la “conquista” a los impuestos que paga la gente.
Siempre sentí un gran respeto y admiración por el Sunca, por los metalúrgicos, por tantos sindicatos desprotegidos de trabajadores privados. Lanzarse a la huelga en cualquiera de esos campos supone un acto de indudable coraje en el cual los obreros arriesgan todo en reclamo de lo que consideran justo.
Pero, ¿qué coraje supone ir a una huelga que no afecta al patrón, en la que no se arriesga prácticamente nada y en la que el costo siempre lo paga la gente?

Artículo de Leonardo Haberkorn
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