5.10.10

Con Luca Prodan en el hotel Carrasco

Luca Prodan, Sumo, Montevideo Rock, Hotel Carrasco

La entrevista estaba fijada a las ocho o nueve de la mañana, una hora impropia para entrevistar a músico de rock. La cita era en el hotel Carrasco, donde estaban alojados muchos de los artistas que habían llegado para actuar en Montevideo Rock 1. Era una soleada mañana de noviembre de 1986 y hacía calor. Recuerdo haber ido a la entrevista sin desayunar y con la sospecha de que Luca Prodan y los otros integrantes de Sumo me dejarían plantado porque estarían durmiendo. Pero no fue así.

Yo no pensaba que aquella cita fuera especial. Conocía algunas canciones de Sumo pero no todas. Todavía no eran famosos. Las radios uruguayas pasaban sólo La rubia tarada y Los viejos vinagres. La rubia tarada me parecía genial, claro. Los viejos vinagres no.

A la entrevista bajaron Luca Prodan y el bajista Diego Arnedo. Nos sentamos en el bar del hotel. No recuerdo cómo estaba vestido Arnedo, pero Prodan llevaba una larga túnica blanca de algodón, y calzaba suecos. Parecía más un monje budista que un rockero.

Comenzamos hablando del hotel Carrasco, porque varios de músicos argentinos allí alojados estaban molestos con lo vetusto de sus instalaciones y pretendían cambiar de alojamiento.

“Las camas hacen ruido, es medio dark, pero a mí me gusta”, me dijo Luca Prodan. “Y no es por no estar acostumbrado a estos lugares. Mis padres tenían guita, cuando íbamos a algún lugar nos quedábamos en hoteles así. Es más lindo mirar al techo y ver esos vitrales en vez de una lamparita de última. Los de GIT se quieren cambiar de cuarto, pero ¿quiénes son? ¡¿Quiénes son?!”

Esa fue una constante en la entrevista. Luca Prodan no tenía pudor de referirse a sus colegas.

Le pregunté por qué Sumo había tenido tanto éxito ese año y respondió con un discurso anti-hippie lleno de alusiones personales.

“Porque la propuesta de Sumo es distinta”, me dijo. “Acá todos quieren ser muy afinados, pero ¿dónde está el corazón? ¿dónde lo tienen? Fito Páez es más o menos un melódico todavía, no es un aguerrido… nosotros hacemos un show que páááh y sin ser heavy metal, sin ser punk ni nada, solo con nuestra fuerza. Y eso pega porque la gente cambió. Antes les gustaba perderse en los ‘espacios siderales del amooooor’ y ser buuuenos tipos y en general era todo mentira. Nosotros no le damos nada de bola a todo eso, somos buenos tipos y listo. Y después hacemos la música que queremos”.

Y agregó: “Los chicos de ahora ya no escuchan a Nito Mestre y Serú Girán. Esos tipos ya no tocan, no los contratan. ¿Nito Mestre dónde toca?”.

Arnedo interrumpió para contar que todo había surgido de casualidad. Que Luca había llegado de Europa, que había reunido a músicos que no tocaban en público, que ni siquiera pretendía grabar un disco. Insistía en que habían trabajado mucho para llegar a ser reconocidos.

Prodan volvió a tomar la palabra. “Me parece que también tiene que ver con la edad. Yo empecé a cantar a los 27 años, no a los 19. Fito, que tiene 22, es un imberbe. A esa edad se la creen, piensan que son estrellas porque no saben, no vivieron. Yo estuve en la cárcel tres veces, aunque nunca le hice mal a nadie. También viajé en un yate por el Mediterráneo cada verano desde que era chico. Hice de todo. Estuve en todos lados. Yo viví, viví. Ahora no voy a creer que soy una ‘estrella de rock’”.

La calidez de la voz con acento italiano de Luca Prodan todavía se escucha en el cassette Silver Shadow, lo que no deja de ser un pequeño milagro. Varias veces en la entrevista se refirió a su historia personal, a su infancia y juventud en el seno de una familia millonaria y aristocrática en Europa, tal como ahora cuenta la película Luca, un documental sobre su vida. Pero en aquella mañana de 1986 Luca todavía no era una celebridad, su biografía no era conocida y sus cuentos me provocaban inquietud: ¿sería verdad todo lo que ese pelado me estaba diciendo?

“Yo fui al mejor colegio de Europa con el príncipe Carlos de Inglaterra. Ahí me di cuenta la mierda que es todo, me escapé y me puse más rebelde que un rebelde. Dejé todo. Si yo quería ahora estaba en Roma, en mi súper departamento, con el yate de mi padre y todo eso. Pero no quiero, no me gusta esa gente. Me gusta mucho más el barrio del mercado del Abasto y estar ahí con cualquiera. Yo soy amigo del almacenero, de gente más de verdad, no de estos que hacen windsurf oh oh oh, ¿qué cazzo me importa a mí el windsurf?”

El personaje parecía ser demasiado interesante para ser verdadero pero, sin embargo, no creía que ese pelado de túnica me estuviera mintiendo. En un momento Luca Prodan interrumpió la cantinela de Arnedo acerca del sacrificio que habían hecho para salir adelante y me dijo que Los viejos vinagres la habían compuesto con la mente puesta en lograr un éxito radial: “Nosotros vivimos de esto, así que necesitás adecuarte un poco a la situación comercial. Confieso que esa canción fue hecha con un poco de mentalidad comercial. Pero La rubia tarada no, esa la hicimos así, sin pensar”. Nunca había oído a un músico referirse con tal sinceridad a uno de sus éxitos.

“Nosotros –siguió Luca- no somos el conjunto-de-rock-reloco-reinteligente-y-con-todas-las-minas. Hay muchos músicos que no son músicos, que solo quieren levantar minas, ser famosos y salir en el diario. El rock está lleno de boludos. Y hablando de boludos, mirá quién viene…”

En el bar del hotel apareció un ser extraño, muy alto y con una barba larguísima dividida en dos mitades que se prolongaban casi hasta su abdomen. Era un desconocido llamado Roberto Petinatto, saxofonista de Sumo. Luca lo presentó: “Él es el más inteligente y el más idiota de Sumo. Es el más arrogante, pero también es el que tiene más sentido del humor, muy irónico y sarcástico”.

Petinatto se sentó al piano del bar del hotel Carrasco y comenzó a improvisar. El resto de la entrevista quedó registrada en el Silver Shadow con la música de Petinatto de fondo.

Prodan miró a Arnedo y dijo: “Él es el mejor músico de Sumo. Se toca todo”. “Gracias”, respondió con timidez el bajista.

Le pregunté si quería volver a Europa. “Yo viví toda una época muy buena allá. Los jóvenes decíamos ‘vamos a cambiar todo’, pero después nos dimos cuenta que no íbamos a cambiar nada ni con la política, el rock, ni las drogas. Hace dos años y medio volví a Italia e Inglaterra y estaban todos haciendo guita y comprando un televisor más grande. Me puso bastante mal. Después está el otro lado de la moneda: los otros, los ex rebeldes, los que se desilusionaron con la propuesta del 68 cayeron en la heroína. Y se mueren como moscas”.

Me dijo que su hermana había muerto por ser heroinómana. “Yo llegué acá escapando de la heroína. No quiero volver. Si vuelvo es para tocar y para estar un rato en un lugar lindo y comer un buena comida. Y hablando de comida…”

Luca dio por terminada la entrevista y preguntó dónde podía comer mariscos. Todavía no era mediodía, pero quería que le indicara algún restaurante. Salimos a la calle. En la entrevista Luca me había dicho que se vestía con su look tan extraño para “hacerle entender a esos boludos que podés ser distinto y ser una buena persona”. No sé si la gente que lo miró con ojos desorbitados aquella mañana en Carrasco habrá captado el mensaje.

Cuando pasamos por la puerta del café Arocena, Prodan quiso entrar. Le dije que allí no se había servido ni se serviría jamás un plato de mariscos, pero él entró igual y se paró frente al mostrador, ante la mirada curiosa de los presentes. “Dos ginebras”, pidió. Las sirvieron y él bebió la suya de un sorbo. Tuve que hacer lo mismo.

Nunca en mi vida repetí ese tipo de desayuno. Él seguro que sí. Apenas viviría un año más.

Dejé a Luca Prodan en la puerta del restaurante García. Esa noche Sumo actuó en Montevideo Rock 1 y comprobé que el pelado de túnica no me había mentido. Cuando la actuación terminó, sentí qué había sido afortunado esa mañana. Y guardé el Silver Shadow como si fuera un tesoro.





Entrevista de Leonardo Haberkorn.

Esta crónica se publicó en la revista Freeway en mayo de 2007. La entrevista original con Luca Prodan, en formato pregunta y respuesta, se publicó en el semanario Aquí el 12 de enero de 1988.

Prohibida su reproducción sin autorización del autor.

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Audio original:

1.10.10

Roberto Canessa: la vida sin anestesia

Canessa, Milagro de los Andes, Tragedia de los Andes

Políticamente incorrecto, Canessa sostiene que mucha gente pobre no se esfuerza, que el confort anestesia y que haber comido a los muertos no fue lo que lo salvó en los Andes. La entrevista se publicó en la revista chilena Veinte Mundos.



El mundo entero conoce la historia. Un avión se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972. El vuelo había sido fletado por un equipo de rugby de Uruguay que viajaba a Chile para jugar un partido. A bordo iban 45 personas, pero no todas murieron en el choque. Perdidos en medio de la cordillera helada, a miles de metros de altura y a 30 grados bajo cero, los sobrevivientes resistieron. Cuando se terminó la poca comida que tenían, para no morir debieron comer la carne de los que ya habían muerto. Dos meses después del accidente, perdida toda esperanza de ser rescatados, dos de ellos -Fernando Parrado y Roberto Canessa- emprendieron la imposible tarea de cruzar los Andes a pie, sin saber nada de montañismo y sin ningún equipo para escalar. Treparon, caminaron, escalaron, cayeron y se levantaron durante diez días. Al fin, contra toda lógica, lo lograron. Gracias a Canessa y Parrado, 16 jóvenes fueron rescatados con vida de aquella odisea.

Roberto Canessa es hoy un cardiólogo infantil que ganó tres veces el Premio Nacional de Medicina de Uruguay. Lleva una vida intensa que no desmiente el coraje exhibido en la montaña.

-¿De dónde sacó fuerzas para atravesar la cordillera?

-De mi compromiso de no causarle a mi madre el dolor de tener que llorar un hijo muerto. No se lo merecía.

-¿Y de dónde saca fuerzas la gente cuando debe enfrentar una situación que la supera?

-Lo más habitual es el temor a la muerte. Pero a veces son tan insoportables las condiciones de la vida, que el temor a la muerte se ve sobrepasado. Entonces tenés que buscar algo por encima tuyo que te lleve a seguir luchando. Eso lo estudió Viktor Frankl, el psicólogo que sobrevivió a los campos de concentración nazis.

-¿Nunca pensó que era mejor morir en la cordillera?

- No. Morir allí era fácil, bastaba solo con aflojar los brazos. Pero nunca lo pensé así. En todo caso, pensé en morir caminando, en la demanda. No me gusta salir de la cancha antes de que termine el partido.

-Fue el primero que propuso comer la carne de los muertos. ¿Alguien se lo reprochó alguna vez?

-No. Mucha gente decía que ellos no lo habrían podido hacer, y me parece bien, porque si no estás ahí no lo podés entender. Es increíble que eso sea lo que le llama más la atención a la gente. Dicen que nos salvamos porque nos comimos a los muertos. Pero cuando los comimos quedamos en el mismo lugar, no nos acercamos ni un centímetro a la civilización. Nosotros nos salvamos porque tuvimos la suerte, la alegría, la osadía, la valentía, como quieras llamarlo, de lograr salir. En mi caso, sentí la ayuda de Dios, creía mucho en él, y estuve rodeado de un grupo que me dio la confianza para salir adelante.

-Lo que ustedes consiguieron es inspiración para miles de personas en todo el mundo. ¿Qué historias o figuras públicas lo inspiran a usted?

-Los músicos. Esa capacidad de los artistas de ver más allá me fascina, me transporta, me saca de los estados de ánimo, me lleva de lo mediocre a lo sublime. También los deportistas. Y la nobleza y generosidad de la gente humilde. Creo que el confort te anestesia.

-Pero usted nació en una familia acomodada, vive en un barrio rico. ¿El confort no lo anestesió?

-Mi mujer dice que yo me flagelo cuando hago deporte, cuando voy al campo y me pongo a hacer un pozo bajo el sol. Me gusta vivir intensamente. Yo busco la esencia de la vida, y el confort te la oculta. Es cierto, me pesa un poco haber nacido con recursos. Por eso creo que tengo la obligación de dar mucho más que la gente normal. Y eso lo logro a través de la medicina. Me doy cuenta de que le doy más a la sociedad de lo que puede dar una persona muy humilde, muy pobre. Por eso me siento mejor que ellas a veces, porque veo que esas personas no se esfuerzan.

-Siendo tan joven y considerado un héroe mundial, ¿cómo no se perdió?

-Porque entré a la Facultad de Medicina. Si yo había luchado por salir de la montaña y volver a mi casa, ¿por qué iba a cambiar mi sueño de ser médico? El súper hombre que me atribuía mucha gente, y que les quedaba cómodo porque les servía de inspiración, yo sabía que no era verdad. En la facultad al principio casi pierdo los exámenes, y eso me centró. Lo traté de aplicar a todo en mi vida: saber dónde está mi límite y saber que es un límite normal. Porque lo que sirve es el esfuerzo. Verlaine decía “la gloire c´est la merde”. Y tiene toda la razón. Quedarse en la posición de “soy un héroe” me parece lamentable, deprimente, muy triste. La vanidad es algo terrible.

- ¿Por qué eligió la cardiología infantil dentro de la medicina?

-Mi padre era cardiólogo. Al principio traté de tener una identidad propia como médico, pero luego sentí que si hacía cardiología con mi padre tenía la oportunidad de hacer cosas muy buenas. Después vi que se comenzaba a estudiar el corazón de los niños, era una ciencia nueva. Y fui creciendo con esa disciplina. Cuando me invitaban a España a dar una conferencia sobre los Andes, yo iba a los hospitales para ver cómo trabajaban en cardiología infantil. Así fui aprendiendo y conociendo muchos profesores. No faltó quien me dijera: vos sos muy famoso por lo de los Andes, pero en la medicina no te conoce nadie. Era un nuevo desafío. Yo pensaba, si fui capaz de salir adelante en los Andes, saldré adelante en esto también.

-En el libro Milagro en los Andes, Parrado cuenta como usted se fue sin recursos a Nueva York para traer a Uruguay un costoso equipo de cardiología infantil.

-El profesor Itzhak Kronson de Nueva York donó un aparato que era un gran avance para Uruguay. Yo fui, pero no tenía dinero para traerlo. De todos modos, decidí tomar el equipo y acercarlo hasta donde pudiera. Me cobraban 2.000 dólares solo por llevarlo al aeropuerto. En la calle vi un camión que decía “Pitón Argentina”. Lo paré y era un ex boxeador mendocino. Le dije que tenía que llevar al aeropuerto un aparato de cardiología para niños donado a Uruguay. Me dijo que me cobraba 300 dólares. Le dije que sí. Fuimos al aeropuerto diez horas antes de la salida del vuelo y les dije a los de Pan American que tenía que traer ese equipo, que era muy importante. Lo llevamos por unos ascensores, el mendocino Pitón hacía una fuerza brutal. Y cuando llegamos a Uruguay le pedí al director de Aduanas que me ayudara, que dejara pasar el equipo. Después dormí tres días seguidos, estaba totalmente agotado. Pero lo genial fue cuando lo enchufé y anduvo.

-¿Qué lo llevó a ser candidato a presidente en 1994?

-La gente decía que no había nadie a quien votar, y me pareció bueno usar la fama de los Andes al servicio de un movimiento nuevo. Pero descubrí que hay una relación perversa entre los políticos y la gente: los mismos que los critican son los que después les piden favores. Son ellos los que los corrompen. Y si uno no acepta esos códigos, no progresa en política.

-Su discurso también chocaba a mucha gente. Usted decía que los uruguayos se quejan pero que acá nadie pasa hambre de verdad.

-Así es. Hambre es cuando no hay nada para comer. Pero a veces la gente no está pronta para que les digas ciertas cosas. Todo tiene que ser políticamente correcto. Yo también decía que no me importa que los ranchos sean de barro mientras tengan computadora: quería apostar a la inteligencia. La gente se detiene en el consumo, el zapato de marca, se deslumbran con la burguesía. Persiguen lo que no es importante. Lo importante es el progreso de la mente, la inteligencia, los principios y los valores. Nadie es más que nadie si no hace más que nadie. Son las acciones las que cuentan.

-Usted dice que la cordillera le dejó algunas certidumbres respecto a cuáles son los principales valores. ¿Cuáles son?

-La honestidad, el coraje, la tenacidad, la inteligencia.

-¿La fe?

-La confianza. Son las cualidades al servicio de los valores y los principios éticos. Y una gran dosis de alegría de vivir. Lo importante es que cada noche puedas acostarte en paz.



Entrevista de Leonardo Haberkorn

Publicada en la revista digital chilena Veinte Mundos, en mayo de 2010

Prohibida su reproducción sin autorización del autor

el.informante.blog@gmail.com

El aeropuerto ya tiene el nombre de un valiente

Cesáreo Berisso, pionero de la aviación, aeropuerto de Carrasco
Algunos quieren que se llame Carlos Gardel. Otros Mario Benedetti. Otros Wilson. Todos pretenden cambiarle el nombre al aeropuerto de Carrasco, que se llama Cesáreo Berisso.
La más entusiasta es la opción Benedetti. Incluso hay un proyecto en el Parlamento para que el aeropuerto lleve el nombre del best seller. Lo presentó la diputada oficialista Daniela Payssé y cuenta con el apoyo de muchos legisladores del Frente Amplio: “(Benedetti) fue una especie de embajador de Uruguay en el mundo, difusor de nuestra literatura. Le escribió al amor, al exilio, a la patria, al dolor y la solidaridad", dijo Payssé a la agencia Reuters. Miles de personas apoyan la iniciativa en un grupo creado con ese fin en Facebook.
Sin entrar a considerar los merecimientos de Gardel, Wilson y Benedetti, llama la atención la ligereza con la que todos parecen olvidar que el aeropuerto ya tiene nombre.
Quizás no sea para extrañarse: si los legisladores votaron la ley que liberó de toda culpa a los Peirano sin tener la menor idea de lo que estaban haciendo, qué se puede esperar del debate acerca del nombre de un aeropuerto.
Cesáreo Berisso fue un pionero. Sin embargo, las crónicas que hablan de esta noticia a veces ni siquiera lo nombran. En otros casos, apenas se lo define como “el primer hombre que sobrevoló el Uruguay”. No queda claro si es por ignorancia o para allanar el aterrizaje de Súper Mario en la pista de Carrasco.
Decir que Berisso fue “el primero en sobrevolar el Uruguay” no es falso, pero es injusto porque deja de lado los hechos principales.
El famoso primer vuelo sobre el Uruguay, Berisso lo realizó el 22 de junio de 1913, desde Los Cerrillos a la playa Malvín, a bordo de un biplano que más parecía “una gran cometa de tela y madera cruzada por todos lados con alambres, arriostramientos, cuerdas y palancas”, según lo describe Juan Maruri en el libro 75 aniversario de la Fuerza Aérea Uruguaya. Estuvo una hora y 15 minutos en el aire, a bordo de aquella cometa.
En 1916 ganó un raid entre Buenos Aires y Mendoza piloteando un avioncito que hoy se exhibe en la nueva terminal del aeropuerto. Vale la pena detenerse cinco minutos frente a aquella nave para captar en toda su dimensión la valentía de Berisso y la de todos los pioneros que, en diversos lugares del mundo, forjaron el nacimiento de la aviación.
Pero, aún siendo mucho, esa tampoco fue su principal hazaña.
Cuenta Maruri que Berisso, que formó a una generación entera de nuevos pilotos, tenía una “fantástica capacidad de hacer”, un entusiasmo inagotable y una salud que lo ayudaba en cada desafío que decidía enfrentar.
En 1929 se impuso unir en un vuelo Montevideo y Nueva York. “Hubiera sido una empresa loca y absurda para cualquiera que no fuera Berisso”, dice Maruri. Para llevar a cabo esa quimera, Berisso diseñó un avión y lo construyó enteramente en Uruguay. Todas las piezas, salvo el motor, fueron diseñadas por Berisso y fabricadas en el país. Al terminar la tarea bautizó al avión “Montevideo”. Cuando se subió para partir rumbo a Nueva York marcó un nuevo hito histórico: fue la primera vez en toda América Latina que alguien se atrevió a iniciar un gran raid aéreo a bordo de un avión de fabricación artesanal.
El Montevideo despegó y voló como cualquier avión europeo o norteamericano. Fue atravesando fronteras y, cuando volaban sobre Colombia y se había cumplido medio viaje, el motor falló. Berisso debió realizar un aterrizaje de emergencia en la selva. Uno de los tripulantes se partió el fémur y todos los demás resultaron ilesos. El Montevideo se incendió.
De regreso a Uruguay, Berisso no se rindió y fabricó otros dos aviones uruguayos con el mismo modelo que había volado hasta Colombia: el Montevideo 1 y el Montevideo 2. Nunca más nadie repitió la hazaña de inventar, diseñar y fabricar un avión en Uruguay y tripularlo hasta Colombia. Y eso fue en 1929.
Supongo que es suficiente, aunque queda todavía una historia más. En 1935 cuando se celebraron los 400 años de Lima, Berisso se subió a bordo de una pequeña nave de los años 20 y tras atravesar la cordillera de los Andes llegó a Lima y la bombardeó con millones de volantes que llevaban una poesía dedicada al Perú. Luego volvió a sortear la cordillera y regresó sano y salvo al Uruguay.
Seguro que Gardel, Wilson y Benedetti tienen sus méritos. Pero Berisso representa como pocos a un Uruguay que no era un “paisito”. Berisso encarna a un país que se pensaba grande y se atrevía a diseñar, fabricar y volar sus propios aviones, a lanzarse a conquistar Nueva York, la cordillera o lo que fuera, sin miedo a los aterrizajes de emergencia.
No sé si ese Uruguay llegó a existir, pero lo que sé es que Berisso no se detuvo a pensarlo, ni a quejarse.
Hoy no contamos con muchos ejemplos de aquel coraje.
No creo que sea buena idea borrar lo poco que va quedando.

Publicado en la edición de noviembre de 2010 de la revista Freeway.
el.informante.blog@gmail.com

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