1.10.10

Roberto Canessa: la vida sin anestesia

Canessa, Milagro de los Andes, Tragedia de los Andes

Políticamente incorrecto, Canessa sostiene que mucha gente pobre no se esfuerza, que el confort anestesia y que haber comido a los muertos no fue lo que lo salvó en los Andes. La entrevista se publicó en la revista chilena Veinte Mundos.



El mundo entero conoce la historia. Un avión se estrelló en los Andes el 13 de octubre de 1972. El vuelo había sido fletado por un equipo de rugby de Uruguay que viajaba a Chile para jugar un partido. A bordo iban 45 personas, pero no todas murieron en el choque. Perdidos en medio de la cordillera helada, a miles de metros de altura y a 30 grados bajo cero, los sobrevivientes resistieron. Cuando se terminó la poca comida que tenían, para no morir debieron comer la carne de los que ya habían muerto. Dos meses después del accidente, perdida toda esperanza de ser rescatados, dos de ellos -Fernando Parrado y Roberto Canessa- emprendieron la imposible tarea de cruzar los Andes a pie, sin saber nada de montañismo y sin ningún equipo para escalar. Treparon, caminaron, escalaron, cayeron y se levantaron durante diez días. Al fin, contra toda lógica, lo lograron. Gracias a Canessa y Parrado, 16 jóvenes fueron rescatados con vida de aquella odisea.

Roberto Canessa es hoy un cardiólogo infantil que ganó tres veces el Premio Nacional de Medicina de Uruguay. Lleva una vida intensa que no desmiente el coraje exhibido en la montaña.

-¿De dónde sacó fuerzas para atravesar la cordillera?

-De mi compromiso de no causarle a mi madre el dolor de tener que llorar un hijo muerto. No se lo merecía.

-¿Y de dónde saca fuerzas la gente cuando debe enfrentar una situación que la supera?

-Lo más habitual es el temor a la muerte. Pero a veces son tan insoportables las condiciones de la vida, que el temor a la muerte se ve sobrepasado. Entonces tenés que buscar algo por encima tuyo que te lleve a seguir luchando. Eso lo estudió Viktor Frankl, el psicólogo que sobrevivió a los campos de concentración nazis.

-¿Nunca pensó que era mejor morir en la cordillera?

- No. Morir allí era fácil, bastaba solo con aflojar los brazos. Pero nunca lo pensé así. En todo caso, pensé en morir caminando, en la demanda. No me gusta salir de la cancha antes de que termine el partido.

-Fue el primero que propuso comer la carne de los muertos. ¿Alguien se lo reprochó alguna vez?

-No. Mucha gente decía que ellos no lo habrían podido hacer, y me parece bien, porque si no estás ahí no lo podés entender. Es increíble que eso sea lo que le llama más la atención a la gente. Dicen que nos salvamos porque nos comimos a los muertos. Pero cuando los comimos quedamos en el mismo lugar, no nos acercamos ni un centímetro a la civilización. Nosotros nos salvamos porque tuvimos la suerte, la alegría, la osadía, la valentía, como quieras llamarlo, de lograr salir. En mi caso, sentí la ayuda de Dios, creía mucho en él, y estuve rodeado de un grupo que me dio la confianza para salir adelante.

-Lo que ustedes consiguieron es inspiración para miles de personas en todo el mundo. ¿Qué historias o figuras públicas lo inspiran a usted?

-Los músicos. Esa capacidad de los artistas de ver más allá me fascina, me transporta, me saca de los estados de ánimo, me lleva de lo mediocre a lo sublime. También los deportistas. Y la nobleza y generosidad de la gente humilde. Creo que el confort te anestesia.

-Pero usted nació en una familia acomodada, vive en un barrio rico. ¿El confort no lo anestesió?

-Mi mujer dice que yo me flagelo cuando hago deporte, cuando voy al campo y me pongo a hacer un pozo bajo el sol. Me gusta vivir intensamente. Yo busco la esencia de la vida, y el confort te la oculta. Es cierto, me pesa un poco haber nacido con recursos. Por eso creo que tengo la obligación de dar mucho más que la gente normal. Y eso lo logro a través de la medicina. Me doy cuenta de que le doy más a la sociedad de lo que puede dar una persona muy humilde, muy pobre. Por eso me siento mejor que ellas a veces, porque veo que esas personas no se esfuerzan.

-Siendo tan joven y considerado un héroe mundial, ¿cómo no se perdió?

-Porque entré a la Facultad de Medicina. Si yo había luchado por salir de la montaña y volver a mi casa, ¿por qué iba a cambiar mi sueño de ser médico? El súper hombre que me atribuía mucha gente, y que les quedaba cómodo porque les servía de inspiración, yo sabía que no era verdad. En la facultad al principio casi pierdo los exámenes, y eso me centró. Lo traté de aplicar a todo en mi vida: saber dónde está mi límite y saber que es un límite normal. Porque lo que sirve es el esfuerzo. Verlaine decía “la gloire c´est la merde”. Y tiene toda la razón. Quedarse en la posición de “soy un héroe” me parece lamentable, deprimente, muy triste. La vanidad es algo terrible.

- ¿Por qué eligió la cardiología infantil dentro de la medicina?

-Mi padre era cardiólogo. Al principio traté de tener una identidad propia como médico, pero luego sentí que si hacía cardiología con mi padre tenía la oportunidad de hacer cosas muy buenas. Después vi que se comenzaba a estudiar el corazón de los niños, era una ciencia nueva. Y fui creciendo con esa disciplina. Cuando me invitaban a España a dar una conferencia sobre los Andes, yo iba a los hospitales para ver cómo trabajaban en cardiología infantil. Así fui aprendiendo y conociendo muchos profesores. No faltó quien me dijera: vos sos muy famoso por lo de los Andes, pero en la medicina no te conoce nadie. Era un nuevo desafío. Yo pensaba, si fui capaz de salir adelante en los Andes, saldré adelante en esto también.

-En el libro Milagro en los Andes, Parrado cuenta como usted se fue sin recursos a Nueva York para traer a Uruguay un costoso equipo de cardiología infantil.

-El profesor Itzhak Kronson de Nueva York donó un aparato que era un gran avance para Uruguay. Yo fui, pero no tenía dinero para traerlo. De todos modos, decidí tomar el equipo y acercarlo hasta donde pudiera. Me cobraban 2.000 dólares solo por llevarlo al aeropuerto. En la calle vi un camión que decía “Pitón Argentina”. Lo paré y era un ex boxeador mendocino. Le dije que tenía que llevar al aeropuerto un aparato de cardiología para niños donado a Uruguay. Me dijo que me cobraba 300 dólares. Le dije que sí. Fuimos al aeropuerto diez horas antes de la salida del vuelo y les dije a los de Pan American que tenía que traer ese equipo, que era muy importante. Lo llevamos por unos ascensores, el mendocino Pitón hacía una fuerza brutal. Y cuando llegamos a Uruguay le pedí al director de Aduanas que me ayudara, que dejara pasar el equipo. Después dormí tres días seguidos, estaba totalmente agotado. Pero lo genial fue cuando lo enchufé y anduvo.

-¿Qué lo llevó a ser candidato a presidente en 1994?

-La gente decía que no había nadie a quien votar, y me pareció bueno usar la fama de los Andes al servicio de un movimiento nuevo. Pero descubrí que hay una relación perversa entre los políticos y la gente: los mismos que los critican son los que después les piden favores. Son ellos los que los corrompen. Y si uno no acepta esos códigos, no progresa en política.

-Su discurso también chocaba a mucha gente. Usted decía que los uruguayos se quejan pero que acá nadie pasa hambre de verdad.

-Así es. Hambre es cuando no hay nada para comer. Pero a veces la gente no está pronta para que les digas ciertas cosas. Todo tiene que ser políticamente correcto. Yo también decía que no me importa que los ranchos sean de barro mientras tengan computadora: quería apostar a la inteligencia. La gente se detiene en el consumo, el zapato de marca, se deslumbran con la burguesía. Persiguen lo que no es importante. Lo importante es el progreso de la mente, la inteligencia, los principios y los valores. Nadie es más que nadie si no hace más que nadie. Son las acciones las que cuentan.

-Usted dice que la cordillera le dejó algunas certidumbres respecto a cuáles son los principales valores. ¿Cuáles son?

-La honestidad, el coraje, la tenacidad, la inteligencia.

-¿La fe?

-La confianza. Son las cualidades al servicio de los valores y los principios éticos. Y una gran dosis de alegría de vivir. Lo importante es que cada noche puedas acostarte en paz.



Entrevista de Leonardo Haberkorn

Publicada en la revista digital chilena Veinte Mundos, en mayo de 2010

Prohibida su reproducción sin autorización del autor

el.informante.blog@gmail.com

El aeropuerto ya tiene el nombre de un valiente

Cesáreo Berisso, pionero de la aviación, aeropuerto de Carrasco
Algunos quieren que se llame Carlos Gardel. Otros Mario Benedetti. Otros Wilson. Todos pretenden cambiarle el nombre al aeropuerto de Carrasco, que se llama Cesáreo Berisso.
La más entusiasta es la opción Benedetti. Incluso hay un proyecto en el Parlamento para que el aeropuerto lleve el nombre del best seller. Lo presentó la diputada oficialista Daniela Payssé y cuenta con el apoyo de muchos legisladores del Frente Amplio: “(Benedetti) fue una especie de embajador de Uruguay en el mundo, difusor de nuestra literatura. Le escribió al amor, al exilio, a la patria, al dolor y la solidaridad", dijo Payssé a la agencia Reuters. Miles de personas apoyan la iniciativa en un grupo creado con ese fin en Facebook.
Sin entrar a considerar los merecimientos de Gardel, Wilson y Benedetti, llama la atención la ligereza con la que todos parecen olvidar que el aeropuerto ya tiene nombre.
Quizás no sea para extrañarse: si los legisladores votaron la ley que liberó de toda culpa a los Peirano sin tener la menor idea de lo que estaban haciendo, qué se puede esperar del debate acerca del nombre de un aeropuerto.
Cesáreo Berisso fue un pionero. Sin embargo, las crónicas que hablan de esta noticia a veces ni siquiera lo nombran. En otros casos, apenas se lo define como “el primer hombre que sobrevoló el Uruguay”. No queda claro si es por ignorancia o para allanar el aterrizaje de Súper Mario en la pista de Carrasco.
Decir que Berisso fue “el primero en sobrevolar el Uruguay” no es falso, pero es injusto porque deja de lado los hechos principales.
El famoso primer vuelo sobre el Uruguay, Berisso lo realizó el 22 de junio de 1913, desde Los Cerrillos a la playa Malvín, a bordo de un biplano que más parecía “una gran cometa de tela y madera cruzada por todos lados con alambres, arriostramientos, cuerdas y palancas”, según lo describe Juan Maruri en el libro 75 aniversario de la Fuerza Aérea Uruguaya. Estuvo una hora y 15 minutos en el aire, a bordo de aquella cometa.
En 1916 ganó un raid entre Buenos Aires y Mendoza piloteando un avioncito que hoy se exhibe en la nueva terminal del aeropuerto. Vale la pena detenerse cinco minutos frente a aquella nave para captar en toda su dimensión la valentía de Berisso y la de todos los pioneros que, en diversos lugares del mundo, forjaron el nacimiento de la aviación.
Pero, aún siendo mucho, esa tampoco fue su principal hazaña.
Cuenta Maruri que Berisso, que formó a una generación entera de nuevos pilotos, tenía una “fantástica capacidad de hacer”, un entusiasmo inagotable y una salud que lo ayudaba en cada desafío que decidía enfrentar.
En 1929 se impuso unir en un vuelo Montevideo y Nueva York. “Hubiera sido una empresa loca y absurda para cualquiera que no fuera Berisso”, dice Maruri. Para llevar a cabo esa quimera, Berisso diseñó un avión y lo construyó enteramente en Uruguay. Todas las piezas, salvo el motor, fueron diseñadas por Berisso y fabricadas en el país. Al terminar la tarea bautizó al avión “Montevideo”. Cuando se subió para partir rumbo a Nueva York marcó un nuevo hito histórico: fue la primera vez en toda América Latina que alguien se atrevió a iniciar un gran raid aéreo a bordo de un avión de fabricación artesanal.
El Montevideo despegó y voló como cualquier avión europeo o norteamericano. Fue atravesando fronteras y, cuando volaban sobre Colombia y se había cumplido medio viaje, el motor falló. Berisso debió realizar un aterrizaje de emergencia en la selva. Uno de los tripulantes se partió el fémur y todos los demás resultaron ilesos. El Montevideo se incendió.
De regreso a Uruguay, Berisso no se rindió y fabricó otros dos aviones uruguayos con el mismo modelo que había volado hasta Colombia: el Montevideo 1 y el Montevideo 2. Nunca más nadie repitió la hazaña de inventar, diseñar y fabricar un avión en Uruguay y tripularlo hasta Colombia. Y eso fue en 1929.
Supongo que es suficiente, aunque queda todavía una historia más. En 1935 cuando se celebraron los 400 años de Lima, Berisso se subió a bordo de una pequeña nave de los años 20 y tras atravesar la cordillera de los Andes llegó a Lima y la bombardeó con millones de volantes que llevaban una poesía dedicada al Perú. Luego volvió a sortear la cordillera y regresó sano y salvo al Uruguay.
Seguro que Gardel, Wilson y Benedetti tienen sus méritos. Pero Berisso representa como pocos a un Uruguay que no era un “paisito”. Berisso encarna a un país que se pensaba grande y se atrevía a diseñar, fabricar y volar sus propios aviones, a lanzarse a conquistar Nueva York, la cordillera o lo que fuera, sin miedo a los aterrizajes de emergencia.
No sé si ese Uruguay llegó a existir, pero lo que sé es que Berisso no se detuvo a pensarlo, ni a quejarse.
Hoy no contamos con muchos ejemplos de aquel coraje.
No creo que sea buena idea borrar lo poco que va quedando.

Publicado en la edición de noviembre de 2010 de la revista Freeway.
el.informante.blog@gmail.com

29.9.10

Günter Wallraff: El francotirador

Wallraff, Cabeza de turco, racismo, Alemania, periodismo

A fines de 1989, tras mucho intentarlo y perseguirlo, pude entrevistar al genial periodista alemán Günter Wallraff, en su casa de la ciudad de Colonia (Koln). Su reciente libro Cabeza de Turco había provocado un impacto mundial. Durante dos años había vivido disfrazado como turco en la próspera Alemania para contar cómo era la vida que llevaban los inmigrantes. La entrevista se publicó en la edición de marzo de 1990 en la revista Punto y Aparte.







"Yo no era un turco auténtico, eso es cierto. Pero hay que enmascararse para desenmascarar a la sociedad, hay que engañar y fingir para averiguar la verdad.
Günter Wallraff". Fragmento de Cabeza de Turco




El tren atravesó Duisburg sin detenerse. Con puntualidad europea, llegaría en pocos minutos a Colonia, donde vive Günter Wallraff.

No había sido fácil concretar la entrevista. Las amenazas, los juicios que sucedieron la publicación de Cabeza de Turco, han hecho del paradero de Wallraff un secreto bien guardado. Sus editores se niegan a dar su teléfono, su dirección o cualquier otra pista.

“Usted llevará un diario holandés. Yo tendré una edición en español de Cabeza de Turco. Nos encontraremos en la puerta principal de la Estación Central, al lado de una gran librería”, dijo el camaleón cuando por fin lo ubiqué.

En los andenes de la estación de Duisburg la gente miró indiferente el paso del ferrocarril. Cuando Wallraff no fue Wallraff estuvo allí y encontró un graffitti para su libro: “Dejen de experimentar con animales… para eso están los turcos”.



"Entre nosotros, en nuestra democracia, se da una parcela de apartheid. Mis vivencias han superado, en un sentido negativo, todas mis expectativas".
Fragmento de Cabeza de Turco






El encuentro se cumplió tal como estaba previsto, aunque Wallraff llegó algo, apenas, retrasado. Lo acompañaba un periodista sueco, director de un diario de Estocolmo. El nórdico llevaba una cámara y no paraba de fotografiar al alemán. Wallraff, de lentes, posaba con su pelo muy corto, jeans y buzo gris oscuro, championes negros y campera negra. Por alguna razón, sus ropas de rockero dark no lucen anacrónicas pese a sus 46 años.

Ya en casa Wallraff atiende a su colega y amigo sueco. Con una taza de café espero en su biblioteca. Es una gran sala pintada de blanco. Una pared entera está ocupada por sus libros, ordenados en nueve grandes estantes. Los tres de arriba están dedicados a las diferentes traducciones de su obra. Cabeza de Turco ha sido editado en 22 lenguas. Los otros seis estantes contienen una selección variada, rigurosamente ordenada por orden alfabético. Desde Bukowski a García Márquez, pasando por las Memorias del fuego de Galeano.

Entre los libros está el trofeo que la BBC otorgó a la película que se filmó sobre su investigación acerca de los turcos: “Lowest of the low, mejor film extranjero 1987”. Hay también una pequeña fotografía de Alí Sinirglioglu, un turco que se arrastró lowest of the low durante dos años y que hoy ni ha muerto ni existe.

La charla de Wallraff con Arne Ruth, director del Dagens Nyleeter, finaliza y el camaleón se disculpa diciendo que no le queda más tiempo. “Podríamos hacer la entrevista mientras almorzamos en un restorán griego, acá a la vuelta”, sugiere.

Wallraff encarga comida helénica y cerveza para todos. En uno de sus anteriores personajes ya estuvo en Grecia, preso.



“Se encadenó a una verja en Atenas pidiendo libertades para el pueblo porque quería conocer cómo era la represión en la Grecia de la dictadura militar; y el papel le salió tan bien que fue detenido, torturado, y pasó tres meses en la cárcel”.
Rosa Montero, en el prólogo de la edición española de Cabeza de Turco




Wallraff se levanta de la mesa cada cinco minutos para hablar por teléfono. Se muestra, además, como un buen bebedor de cerveza. El sueco, que domina el alemán, ayuda en la traducción. El camaleón no se distingue por su buen inglés.

-¿Cómo se sentía siendo torturado en Grecia? ¿Feliz por estar logrando lo que se había impuesto como periodista?

-Bueno, yo sabía a lo que me exponía. Fui preparado y llevé conmigo algunas medicinas para reducir el dolor. Pero, sí, de todos modos allí me sentía como una especie de Cristo.

-¿De Cristo?

-Sí, de Cristo.

-¿Es católico?

-No. Más bien me veo como una especie de budista, que ve a Dios reflejado en todas las cosas. Pero no, no soy miembro de la Iglesia. No en este país.



“Asumió la personalidad de un fabricante de napalm, católico y con escrúpulos de conciencia, y en calidad de tal preguntó a 11 sacerdotes y obispos si podía continuar con su trabajo o si éste era intrínsecamente inmoral: y todos le aconsejaron que siguiera”.
Rosa Montero, opus cit.




-¿La decisión de cambiar de personalidad es simultánea a la decisión de escribir?

-No. Yo trabajaba en la misma fábrica en que lo hacía mi padre. En 1963 fui llamado a prestar el servicio militar y me negué. Mi condición de objetor de conciencia no fue reconocida y me internaron en un hospital psiquiátrico. Allí comencé a escribir unos diarios que más tarde serían publicados.

-¿Y ahora se considera un actor, un periodista o un escritor?

-No soy un buen actor. Soy un buen médium, un intermediario, un oyente. Me gusta introducirme entre la gente y escuchar las cosas de las que hablan normalmente, que no son las mismas que cuando se les pone un micrófono delante. Un actor trabaja con situaciones creadas por alguien. Yo trabajo con la realidad, y trato de modificarla, de influir en ella. Quizás mi trabajo sea más parecido al de un director de una obra que al de los actores.

-¿Cómo puede cortar los vínculos con su familia y amigos durante períodos tan largos?

-Bueno, algún tipo de contacto mantengo. Pero son verdaderamente muy escasos mientras estoy en un rol. Ellos tienen que tener paciencia, y esperar que yo vuelva. Mientras fui Alí iba a mi casa solo como una visita ocasional.

-¿Cuándo decidió realizar esta última transformación?

-Hace diez años, durante una huelga en la fábrica Ford, conocí a unos operarios turcos y vi sus condiciones de trabajo. Entonces decidí hacer algo al respecto. Desde entonces el problema de los inmigrantes y el racismo han crecido. La atmósfera respecto a los extranjeros se ha enrarecido en Alemania Federal. Hoy es una realidad palpable en este mismo barrio de Colonia. Ha habido casos muy dramáticos en los que los extranjeros se han llegado a suicidar.



“…bajo las peores condiciones de formación de polvo, tenemos que levantar —sin máscaras— el polvo de hierro encostrado. Tendidos de lado en el suelo, reptamos por los intestinos de la máquina entre constantes insultos. El fragor de los atronadores aparatos de aire comprimido retumba en los angostos pasadizos de acero y se mete dolorosamente en los oídos. Los dispositivos para proteger los oídos son aquí todavía desconocidos. Los ojos escuecen y todos, a cual más, moquean, tosen y resoplan. Es el infierno. Más adelante me cuenta Mehmet que, en situaciones como ésas, uno prefiere pasarse meses en la cárcel antes que tener que soportar una cosa así unas horas. En semejantes situaciones se dedica uno a imaginar para Adler las peores formas de muerte e incluso se llega a tomar la decisión de jugárselo todo a una carta y lanzarse a desvalijar una casa o incluso atracar un banco.(…) Las rodillas, a pesar de los pantalones de trabajo, han llegado a sangrar por las rozaduras, y los guantes de trabajo se han desgarrado. No hay manera de que el transbordador quede desatascado. Se hacen la una, las dos, las tres. Nos vemos obligados a golpear como locos con nuestros pesados aparatos y a tragarnos toda clase de partículas (…)
Yüksel se atreve a implorar una máscara antipolvo al capitoste de Thyssen, el cual responde impasible: «De eso aquí no tenemos. ¡Lo que debéis hacer, maldita sea, es terminar de una vez!». A las 18,15, al cabo de doce horas, concluye para nosotros ese turno asesino. Ya en la furgoneta, y sentados en incómodas posturas sobre las herramientas, la mayoría presa del agotamiento, comenzamos a dar cabezadas de sueño. En lo que a mí (Alí) respecta, desde la realización de esta tarea tengo los bronquios dañados de forma casi crónica. Y aún hoy en día —seis meses más tarde— cada vez que escupo tras un acceso de tos, la saliva sigue siendo negra".
Fragmento de Cabeza de Turco




-Cuando comenzó a ser Alí, ¿esperaba encontrar una realidad tan dura como la que le tocó vivir?

-No. Esperaba sí encontrar problemas, porque sabía que los turcos los tenían. Pero a medida que fui investigando fui descubriendo que los problemas no eran los que yo suponía. Nunca imaginé encontrar una sujeción psicológica tan fuerte, mayor aún que la explotación económica.



"Resulta doloroso comprobar cómo en el autobús repleto permanece vacío el asiento contiguo al que uno ocupa".
Fragmento de Cabeza de Turco




-El racismo y la xenofobia han crecido últimamente en Europa. Sin embargo, el fenómeno resulta más preocupante en Alemania, por lo reciente del genocidio judío.

-Es cierto que nuestra historia le da una especial gravedad a lo que aquí sucede con los turcos. Pero es un problema de toda Europa. Los árabes la pasan muy mal en Francia. Incluso los turcos la pasan aún peor en Gran Bretaña que en Alemania. Creo que el mayor problema es que las personas no racistas, las que no tienen prejuicios contra los extranjeros, no tienen el coraje cívico para enfrentar estas situaciones. Por otra parte, la mayoría de la población tiene contactos muy escasos con los inmigrantes.



“Yo (Alí): Quieres decir que el Estado mejor entonces que ahora...
Alfred: Era una dictadura total, pero para mí era mejor que lo que hay hoy, este montón de cerdos con los que estoy.
Yo (Alí): Oye, ¿por qué vosotros asesinado judíos todos?
Udo (queriendo actuar como apuntador de Alfred): Porque eran extranjeros".
Diálogo entre Alí (Wallraff) y dos compañeros de trabajo alemanes sobre la época nazi. En Cabeza de Turco.




-¿Cree que Alemania ha aprendido la lección del racismo?

-La generación que vivió durante la Segunda Guerra Mundial está muriendo, o vive en posiciones muy lejanas al poder. Existe una tendencia a no estudiar lo sucedido en aquel período. Aquellos que se opusieron en Alemania al nacionalsocialismo, los comunistas, los izquierdistas, los obreros, nunca fueron verdaderamente rehabilitados. No se ha reconocido el papel que en aquel momento jugó la oposición. Y eso es también parte del problema. Es necesario saberlo para intentar comprender lo que hoy sucede.



"Alfred, especie de portavoz de los alemanes, interviene furioso en un descanso, porque los compañeros turcos hablan entre sí en turco: «A ver si hacéis el favor de hablar alemán, si es que tenéis algo que decir. En Alemania todavía se habla un alemán decente. Cuando volváis a casa, y ojalá que eso suceda pronto, podréis hablar todo el tiempo que queráis vuestro idioma de mierda, allí, en el culo del mundo, que es lo vuestro»".
Fragmento de Cabeza de Turco




"Mejor ser un cerdo SS que un cerdo turco. Nunca ha habido mejor alemán que Adolf Hitler"

Graffitti en un baño de la empresa Thyssen, donde trabajó Alí



-¿Cree entonces que todo puede volver a repetirse?

-La historia nunca se repite a sí misma. Hay tendencias similares, pero no volverá a suceder tal como ocurrió en la Segunda Guerra.

-¿Cuál fue la reacción de la opinión pública alemana luego de la aparición del libro?

-El primer efecto fue de shock. Se realizaron grandes discusiones públicas. Incluso el asunto llegó al Parlamento. Los sindicatos, los socialdemócratas y los verdes pretendieron prohibir a las empresas denunciadas la contratación de mano de obra extranjera. Estas demandas llegaron al gobierno, pero las leyes vigentes hicieron imposible su concreción. Hay que reconocer que pese a la repercusión del libro, las estructuras generales se mantuvieron intactas. Sin embargo hubo algunos avances concretos: las grandes compañías como Thyssen dejaron de forzar a sus trabajadores a realizar jornadas de 16 horas. También aumentaron los controles sobre las normas de salud y seguridad de los obreros.



"Al tercer día de trabajo, tras las tareas en la freidora, la plancha y la barra, yo (Alí) me convierto en un eficiente y avezado «oficial de lunch»: mi cometido consiste en retirar envoltorios y restos de comida de las mesas y en limpiarlas pasándoles un trapo. Aquí se trabaja con dos trapos, uno para el tablero de las mesas y otro para los ceniceros. Pero a menudo, con las prisas que se nos imponen, ya no es posible distinguir un trapo de otro, aunque ello no molesta a nadie, dado que con frecuencia hay que limpiar también los retretes con el mismo trapo".
Alí en la hamburguesería Mc Donald´s de Hamburgo, relatado en Cabeza de Turco




-¿Cree que un periodista puede enfrentar con éxito los grandes problemas de nuestra sociedad?

-Siempre hay que trabajar más. Insistir. Permanecer como guardián de lo que uno ha descubierto, para que se reconozca como cierto. El hecho de que las grandes compañías denunciadas en el libro, como Thyssen o Mc Donald´s hayan perdido todos los juicios que iniciaron en mi contra ha reforzado, en este caso, la verdad de la denuncias. Han debido pagar cifras millonarias, los fallos no fueron meramente simbólicos. Ellos han comprendido que los riesgos que corren son grandes, y han aumentado sus cuidados. Y se ha demostrado que escribiendo todavía se puede hacer algo.

-Usted observó los problemas de los inmigrantes turcos y dedicó dos años de su vida a investigarlos. ¿Qué otros asuntos le preocupan?

-El mayor problema de nuestra sociedad es que día a día se agranda la brecha entre ricos y pobres. Cada día los ricos controlan una porción mayor de la economía, mientras que los pobres acentúan su dependencia y sobreviven. Lo que hoy sucede en Europa es que dos tercios de la población vive muy bien, mientras que el tercio restante está sumergido. En Alemania eso se verá agravado con el flujo de inmigrantes de Alemania Oriental. Y todo ello ha sido muy bien capitalizado por el Partido Republicano, ultraderechista, que ha captado hasta el 20% de los votos en algunas regiones, denunciando estas desigualdades.

-¿Piensa de dedicarle a ello su próximo rol?

-No. Pero estoy colaborando con algunos periodistas jóvenes que utilizan mi método para que sean ellos quienes lo hagan.

-¿Ha hecho escuela?

-En Alemania muy poco. En otros países, sí.

(Interviene el periodista sueco)

-En Suecia “wallraff” se utiliza como verbo, para designar la acción de disfrazarse para hacer periodismo.



El camaleón se levanta nuevamente para hablar por teléfono y la entrevista se interrumpe. Los clientes habituales del restorán lo reconocen y lo saludan. Uno se acerca a sus espaldas y le apoya el dedo índice en la espalda, simulando un revólver:

-¡Queda detenido en nombre de la ley!

Wallraff vuelve y pide más cerveza.

-¿Está casado?

-Sí… digo, no. (Se ríe). Estaba.

-¿Cuando comenzó su vida de turco aún lo estaba?

-Sí.

-¿Qué le dijo su esposa cuando le anunció que durante dos años dejaría de ser Wallraff para ser un inmigrante?

-Fue un gran problema. Durante esos dos años yo solo podía visitarla en forma ocasional. No es fácil hacer este tipo de trabajo cuando se vive con otra persona. Durante el período en que fui Alí tuvimos una hija. Al igual que a mi esposa, yo solo podía verla en forma muy esporádica. La situación se volvió muy difícil y la distancia con mi mujer se agrandó. Ella me pidió que cambiara mi modo de trabajar. Me dijo que mientras fui Alí había vivido el peor momento de su vida. Quería que Alí fuera el último rol que adoptara. Pero no había elección posible. (Abre bien sus grandes ojos). Yo no podía aceptar sus deseos. Vivir en un rol me hace sentir más auténtico, más yo mismo. Más intensamente yo.

-¿Cómo es posible sentirse más uno mismo viviendo la vida de otro?

-La vida que puedo llevar ahora que soy un escritor famoso, un autor reconocido, es más ficticia que la llevo cuando me interno en uno de mis personajes de supuesta ficción. Porque como autor debo vivir de acuerdo a als expectativas que se tienen acerca del comportamiento de un escritor. La gente se comporta demasiado amigablemente y con demasiado respeto frente a alguien famoso. Y para escapar de ello debo sumergirme en otros roles y otras situaciones.



"Alí expone su problema. Como consecuencia de su trabajo en la industria elaboradora del amianto (fábricas Jurid) ha contraído cáncer bronquial y pulmonar. El médico le ha dicho francamente que morirá sin remedio dentro de dos meses. Su presencia aquí obedece al deseo de arreglar el asunto del ataúd y de su traslado a Turquía. (…) La mujer de las pompas fúnebres ni siquiera pregunta cómo se encuentra (…)
La mujer: En lo tocante al traslado por vía aérea, depende también de cuánto pese usted. El ataúd tiene que ir dentro de una caja de transporte y se pesa todo junto. El precio se fija en función del peso y del lugar de destino...
Yo (Alí): Ser lejos en la Turquía, montañas de Rasgar junto frontera rusa.
La mujer: Todo dependerá, probablemente, de si el viaje es por carretera o por avión. Desde luego, tendremos que llevarle al aeropuerto y luego ir a buscarle de nuevo al aeropuerto, pues de lo contrario se quedaría usted allí. Y si hacemos el viaje de un tirón le podemos llevar directamente al lugar del enterramiento... ¿Cómo está usted registrado en el Seguro de Enfermedad?
Yo (Alí): Normal.
La mujer: ¿Cómo trabajador o como pensionista?
Yo (Alí): Estar enfermo más de un año.
La mujer: ¿Ha trabajado últimamente y después se puso enfermo?
Yo (Alí): Sí, en fábrica de amianto, no a mí dar máscara ninguna...
La mujer (interrumpiéndome con enojo): Eso aquí no viene al caso".
Fragmento de Cabeza de Turco




-¿Cuál será su próximo rol?

-Estoy preparando un nuevo cambio de identidad, también de bien abajo, bien sumergido. La situación será distinta, pero de algún modo estará vinculada a la anterior. No puedo decir nada más, ni dar detalles. Sería imposible hacerlo si la gente supiera de antemano de qué se trata. Será un trabajo difícil. Pero en ello va la posibilidad de conocer gente nueva, de hacer nuevos amigos, y de vivir de cerca sus experiencias. La gente pobre, la que debe luchar para sobrevivir, es más natural y amistosa que la de las clases altas. Me siento mejor con ellos. Mis verdaderos problemas no ocurren mientras vivo en un rol, sino cuando escribo lo que viví en él. Es entonces cuando comienzan a atacarme y debo sobrevivir a situaciones terribles. Y es en esos momentos cuando deseo estar nuevamente en un rol, con todas sus grandes dificultades, que son mucho más normales que mi supuesta vida normal. El rol es una protección en la que quiero siempre permanecer porque sé lo que viene después.

-¿Quiere decir que lo hará una y otra y otra vez?

-Sí. No tengo opción. (Los ojos le brillan). Es un instinto muy fuerte el que me obliga a continuar. Es una búsqueda. Es una droga que necesito para sobrevivir. La segunda dosis tiene que ser mayor que la primera. Es el aire que respiro. Y sin aire no podría vivir.



Entrevista de Leonardo Haberkorn

Publicada en la edición de marzo de 1990 de la revista Punto y Aparte

Prohibida su reproducción total o parcial sin autorización del autor.

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