15.10.09

La ola de los presidentes-espejo

¿Por qué los italianos votan una y otra vez por Berlusconi? Esa es la pregunta a la que intenta responder un reciente artículo del Washington Post.
La periodista que lo firma, Anne Applebaum, recuerda que Berlusconi está acusado de corrupción, evasión de impuestos y manipulación de la prensa. Está enfrentado al sistema judicial, a casi todos los periodistas que no trabajan para él y a la Iglesia Católica. Su propia esposa denunció su último escándalo: que organiza orgías en su mansión de Cerdeña con prostitutas, bellas mujeres deseosas de trabajar en televisión e invitados especiales, incluyendo jefes de Estado. La Justicia italiana acaba de retirarle la inmunidad y deberá volver a rendir cuentas en los tribunales.
Pero igual los italianos lo siguen votando.
Applebaum ensaya diversas explicaciones para ese misterio. Recuerda que Berlusconi emergió como líder luego de que las investigaciones sobre corrupción de los años 90 borraran del mapa –literalmente- a una generación política entera. Que llegó prometiendo lidiar con temas considerados tabú: la burocracia y la inmigración proveniente de África del Norte. Que es el dueño absoluto de la televisión privada, donde criticarlo está prohibido. Que no ha dudado en manipular los contenidos de la televisión pública. Que es dueño de Milan, uno de los clubes de fútbol más populares y exitosos del país.
Pero, aún así, eso no logra aclarar por qué tantos italianos continúan votándolo a pesar de la sucesión de escándalos sin fin.
Applebaum cuenta que la mejor explicación se la dio el periodista italiano Beppe Severgnini.
Berlusconi es un “espejo” de la Italia de hoy, dice Severgnini: es un nuevo rico como la mayoría, no tiene miedo ni vergüenza en exhibirse como tal, disfruta sin pudores de la vida, gusta de las mujeres hermosas, vive con pasión el fútbol y es leal con sus amigos a los que defiende incluso de las garras de la Justicia.
“Berlusconi encarna una especie de versión caricaturizada del ideal de vida italiano”, anota Applebaum. Y, justamente porque es una caricatura, se le permiten ciertas exageraciones. La gente las escucha y se mata de risa.
Pienso que Severgnini y Applebaum tienen razón, y no solo para Italia y Berlusconi.
No sé si este fenómeno representa un perfeccionamiento de las democracias o, por el contrario, un signo de su deterioro. Pero muchos pueblos están eligiendo como sus presidentes a sus caricaturas mejor logradas.
Para bien en unos casos y para mal en otros, un negro por fin llegó a ser presidente de Estados Unidos, un indio gobierna Bolivia, un ex agente de la KGB de mirada gélida y siniestra preside Rusia, una mujer narcisista, histérica y muy preocupada por su look manda en Argentina. La democracia que expulsa y que no elige a los mejores sino a los iguales, en estado de perfección: cada gobernante es el espejo de su propio pueblo.
El caso de Paraguay es notable. Su presidente es un señor que era obispo de la Iglesia católica y al mismo tiempo seducía y embarazaba a menores de edad. El santo varón –“progresista”, por supuesto- nunca reconoció a los hijos que tuvo por debajo de la sotana. Y cuando la Justicia lo obligó a hacerlo, entonces tomó el dinero que antes había donado al Estado, de modo que hacerse cargo de sus propios hijos le siguiera saliendo gratis. ¿No es el presidente paraguayo perfecto?
Berlusconi, Obama, Putin, Evo, Kristina, Lugo. Cada pueblo con su presidente-espejo.
¿La regla se cumplirá también en Uruguay, donde a diferencia de Italia, no se celebra el dinero y el éxito, sino la pobreza, emparejar hacia abajo y sospechar con malicia de cualquiera que se compra un par de zapatos nuevos?
Si la ola que recorre el mundo llega también aquí, ganará entonces el candidato que es el espejo perfecto del país en el cual nos hemos venido convirtiendo, paso a paso, desde los años 60.
Es una obra (una demolición) colectiva que ha llevado décadas: el clientelismo de los partidos tradicionales, la guerrilla iluminada, la dictadura, la ley de Caducidad, otra vez el clientelismo, la destrucción de la enseñanza pública, el discurso black or white, la máquina de impedir del Frente y su sucursal sindical, la satanización de adversario, la reforma de la Constitución por mero cálculo partidario, we are fantastic, el clientelismo tercera parte… la lista sigue, es larga y no hay inocentes.
Una vez, en la televisión le preguntaron a José Mujica qué piensa de Hugo Chávez. Respondió: “Para Venezuela está bien”. Si José Mujica, el candidato-espejo, finalmente gana aquí las elecciones, alguien dirá en cualquier rincón del mundo: “Para Uruguay está bien”.
Ya no somos el país que fuimos, si es que alguna vez lo fuimos.
Algunos creyeron que la cuenta no nos iba a llegar nunca.
Pero ha llegado.

Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

3.10.09

Elogio del indeciso

Soy de Peñarol. Soy de Peñarol cuando gana y también soy cuando pierde; eso no cambia las cosas. Peñarol puede jugar bien o jugar mal, puede tener once cracks en la cancha o ninguno, lo puede dirigir Menotti, Gregorio, Dino Sani, Morena o Julio Ribas: nada de eso cambia mi decisión. Mi entusiasmo puede ser mayor o menor, puede que vaya al estadio o que pase años sin pisar la Olímpica. Pero siempre sigo siendo hincha de Peñarol.

La mayor parte de los uruguayos hoy vive así la política: como si fuera fútbol. Son del Frente o son de los partidos tradicionales. No importa quién sea el candidato, lo que diga, lo que haga. No importa si es un genio o un burro. No importa si su vida es un ejemplo o es una verdadera montaña de mentiras. Puede ser Astori o Mujica, como si fueran lo mismo. Puede ser Lacalle, Larrañaga, Bordaberry o Jorge Batlle. Es igual. Nada ni nadie logran mover a esa enorme mayoría oriental de su posición inamovible, de su voto a priori, una adhesión tan incondicional como la que puede sentirse por un cuadro de fútbol. Una religión, como Peñarol.

Las pruebas están a la vista. En medio de la campaña electoral más pobre y más sucia que se recuerde desde el regreso a la democracia en 1985, con dos candidatos principales que ofrecen un pasado que nunca terminan de asumir y un presente digno de una película de Cantinflas, el 90% de los uruguayos ya está totalmente decidido. A full. El griterío hueco, la guarangada, las repetidas pifias y equivocaciones apenas hacen dudar a un mísero 10% de los ciudadanos. El abrumador 90% ni siquiera se detiene un segundo a pensar si detrás de tanta burrada no habrá algo más que una sucesión de anécdotas patéticas.

Los ejemplos sobran. Si un candidato, desde su cuna aristocrática, dice que todos los pobres son unos “atorrantes”, medio Uruguay con el voto ya decidido de antemano hace como que no oyó nada, como si semejante declaración de principios no tuviera significado. Si el otro candidato da dieciséis (¡16!) entrevistas con dos grabadores delante de sus narices y después dice que lo engañaron y que en verdad no dijo las “estupideces” que dijo y, cayendo más bajo todavía, lincha a quien lo entrevistó, un trabajador como los que él dice defender, medio país con el voto ya decidido finge que no pasó nada. Como si la mentira flagrante fuera un ramito de flores recién recogidas de la chacra.

Se podrían llenar diez páginas con otros ejemplos tan solo de los últimos días. Los politólogos se preguntan cómo dos políticos de semejante experiencia pueden hacer tantas burradas y decir tantos disparates; cómo es posible que enfrenten una campaña electoral con semejante grado de improvisación, de falta de seriedad, de total frivolidad.

Yo tengo mi teoría. Lo hacen así… porque en Uruguay con eso les alcanza y les sobra. Nadie les exige más. ¿Para qué trabajar duro si satanizando al adversario, pintándolo como el mismo demonio redivivo, rápidamente consiguen que medio país se aliste detrás de ellos, no importa cuán hueco sea el mensaje, cuán grueso el error, cuán obvio el engaño? Mujica es como Hitler. Con Lacalle volvemos a la Edad Media. Y la gente sale corriendo a poner la balconera y la banderita en el auto.

Con la vieja receta de demonizar al adversario (que en Uruguay, para desgracia nacional, es el “enemigo”) y mucha publicidad en la tele ya es suficiente para los orientales, tan ilustrados y tan valientes que asusta. No necesitan más. Por eso no hay debates, por eso no hay propuestas que vayan más allá de un eslogan, ni balances serios, ni políticas de Estado. Por eso nadie nos explica cómo haremos para no seguir convirtiéndonos cada día un poco más en un país africano, con suburbios africanos, educación africana y sueldos africanos. Más del 90% de los uruguayos no quiere saberlo. Ni siquiera se hacen la pregunta.

Y dicho sea de paso: ¿qué sentido tiene gastar tanto dinero en publicidad televisiva si el 90% de los que miran ya está decidido? Esa millonaria transferencia de dinero de toda la sociedad hacia los canales privados de televisión podría evitarse. Se podría reunir al mísero 10% de votantes que se permite la duda en cuatro o cinco sesiones en el estadio Centenario y mostrarles los avisos en una pantalla gigante. El dinero ahorrado se podría repartir. La mitad se lo daría sí a los canales privados, pero a cambio de que en la tanda enseñen a los escolares y liceales a escribir bien en castellano; está visto que ya no podemos esperar eso de nuestra enseñanza.

La otra mitad del dinero yo la repartiría entre el 10 % de indecisos, para que se tomen unos días de descanso, en algún hotel con spa y piscina, para que piensen en relax, escuchando música, tomando un Martini, cuál es la menos mala de las opciones. Entre los cinco candidatos –porque no son dos, son cinco- y el voto anulado o en blanco- una alternativa tiene que haber.

Dicen que los indecisos son los más desinformados. Puede ser. Pero al menos ellos saben una cosa: la política y la elección de un presidente no es un partido de fútbol. Se merecen un premio.


Artículo de Leonardo Haberkorn- Blog El Informante- Prohibida su reproducción sin autorización del autor - el.informante.blog@gmail.com

10.9.09

El hedor patrio

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que durante el gobierno de Lacalle ocurrieron hechos de corrupción graves, que dos bancos fueron privatizados de manera escandalosa, que su propia esposa se vio involucrada en uno de esos casos, que el propio Lacalle no le dijo la verdad al juez cuando le preguntó si alguna vez se había entrevistado con un señor Sandro Calloni, que ese día, cuando fue a declarar, los canales 4, 10 y 12 no enviaron ni siquiera a un periodista o a una cámara a registrar el suceso.

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que Mujica no se levantó en armas para frenar un golpe de estado, sino para derribar a una democracia; que integró y tuvo responsabilidades de mando en una organización que puso bombas, que secuestró y mató, que incluso asesinó a gente inocente e indefensa. No se puede decir que la historia oficial tupamara, que Mujica suscribe, está llena de gruesas inexactitudes. No se puede decir que los altos costos de aquella aventura todavía hoy los estamos pagando.

No se puede decir la verdad.

No se puede decir que Pedro Bordaberry nunca debió salir a defender la actuación política de su padre, un dictador convencido y tan ultramontano que incluso los militares lo consideraron demasiado reaccionario y lo mandaron para su casa. No se puede decir que Pedro Bordaberry se quedó con el Partido Colorado porque los ex presidentes Julio Sanguinetti y Jorge Batlle lo destruyeron antes. En Uruguay no se puede decir la verdad, por obvia y flagrante que ella sea.

No se puede decir que el clientelismo sigue. Tercera parte.

No se puede decir que la educación pública es una catástrofe a la que solo recurren los que no tienen más remedio. No se puede decir que la enorme mayoría de los gobernantes -los del Frente en primer lugar- envían a sus hijos a los colegios privados.

No se puede decir que vivimos en un apartheid: los empleados públicos trabajan menos y ganan más; los privados trabajan más y ganan menos.

No se puede decir que los medios de comunicación apestan. No se puede decir que es patética la moda según la cual todos los programas de radio y televisión, y hasta los títulos de diarios y portales, tengan necesariamente que ser “graciosos” o tener su lado supuestamente cómico.

No se puede decir que peor que Telenoche 4 es el noticiero de Canal 5, siempre oficialista.

No se puede decir que Chávez nos obligó a integrar esa cosa repugnante que es Telesur.

No se puede decir a cambio de qué.

No se puede decir quién financia la campaña electoral.

No se puede decir que el fútbol uruguayo es una farsa.

No se puede decir que Artigas nunca quiso volver al Uruguay, ni de vacaciones ni después de muerto. Y que murió sintiéndose paraguayo.

No se puede decir que los charrúas fueron unos salvajes.

No se puede decir la verdad, ninguna verdad. Nos hemos transformado en un país hipócrita, sepultado en toneladas de mentiras, inmovilizado debajo de una gruesa capa de farsa acumulada.

Ni siquiera se puede decir que la cumbia villera es una basura. Porque si decís esa verdad tan evidente en seguida tenés al coro de hipócritas señalándote con el dedo, acusándote de facho y repitiendo: la cumbia villera es una manifestación cultural tan válida como cualquier otra.

Qué suerte.

Uruguay: cómo te hiede la tanga.


el.informante.blog@gmail.com

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