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12.2.12

Gauchos licenciados y éxito a la uruguaya

"El Uruguay y sus visitantes". Así se llama un pequeño libro escrito por el maestro José María Firpo, el mismo de la desopilante serie "El Humor en la escuela".
Lo compré en una librería de viejo. Se trata de una recopilación de textos escritos por extranjeros que recalaron en estas costas entre 1926 y 1967. Como fue publicado en 1978, en plana dictadura, es de suponer que habrá existido cierta clara limitación en las citas seleccionadas. Aún así el libro tiene pasajes interesantes: algunos por su gracia, otros por su crudeza.
Entre los primeros destaca un disparatado artículo de 1948 del semanario francés Samadi Soir, donde se escribe mal el nombre del nombre del presidente Luis Batlle Berres, pero eso es apenas un detalle en medio de tanto dislate:

"Pero el Uruguay no es más el Uruguay. Hace seis años el presidente de la República Battle Beres creó universidades ambulantes sobre ferrocarriles, con vagón-museo, vagón-laboratorio, vagón-anfiteatro. Dentro de poco los últimos gauchos serán todos licenciados. El presidente Battle Beres, hijo de aquel que detuvo las revoluciones mensuales, es, él mismo, un gran poeta".

También memorable, pero no por su comicidad, es una nota escrita por un corresponsal de la revista estadounidense Time que visitó Uruguay en 1954:

"El omnipresente Estado maneja la mayor parte de las cuestiones bancarias y de seguros del país, monopoliza las importaciones de hulla, opera los ferrocarriles, las plantas de energía eléctrica, el sistema telefónico, un gigantesco frigorífico, destilerías de bebidas alcohólicas, la pesca, plantas de cemento, un teatro, un servicio de ambulancias y una serie de restaurantes de precios bajos. La  estructura estatal es costosa. Uruguay padece el más severo caso latinoamericano de entumecimiento burocrático, con 150.000 empleados civiles en una fuerza trabajadora de un millón de personas. Los déficit del gobierno aumentan año a año y, bajo la manta estatal de benevolencia, el incentivo decrece. Las tardes de verano libres para holgazanear en la playa son una costumbre nacional. El hombre que se jubila joven con una pensión confortable se ha convertido en la imagen nacional del éxito".

Dicen que no hay nada más viejo que el diario de ayer, pero ese artículo de Time tiene 58 años.



10.10.11

Milicos y tupas: premio Bartolomé Hidalgo 2011

Milicos y tupas obtuvo el premio Bartolomé Hidalgo al mejor libro de 2011 en la categoría Ensayo político-periodístico.
Las otras dos obras ternadas en la categoría fueron Las pesadillas de Fidel Castro, de Luis Nieto, y Quién es quién en el gobierno de Mujica, de Nelson Fernández.
El jurado estuvo integrado por Andrés Alsina, Jaime Clara y Carlos Maggi.
En sus fundamentos, el jurado entendió que el premio correspondía al autor de Milicos y tupas “por su originalidad en su forma de tratar el tema, sus aportes informativos producto de su investigación, por su independencia de criterio y ecuanimidad, y por revelar la dinámica de esta lucha entre ambos bandos”.
La distinción fue otorgada en el marco de la 34ª Feria Internacional del Libro.
Haberkorn, De Mattos, Milicos y tupas, premio Bartolomé Hidalgo
Leonardo Haberkorn y Tomás de Mattos
En las otras categorías fueron premiados los siguientes libros:
Narrativa:  El hombre de marzo, de Tomás de Mattos.
Literatura infantil-juvenil: Tamanduá killer, de Germán Machado.
Álbum infantil: Así reinaba el rey reinante, de Virginia Brown con ilustraciones de Valentina Echeverría.
Ensayo histórico: Cultura popular en el Uruguay de entresiglos (1870-1910), de Carlos Zubillaga.
Poesía: Después del nombre, de Mariella Nigro.
Premio Revelación 2011: Marcia Collazo, por el libro Amores Cimarrones. Las mujeres de Artigas.
Premio Bartolomé Hidalgo a la Trayectoria: Tomás de Mattos.
El momento en que los conductores de la ceremonia –Blanca Rodríguez y Gonzalo Cammarota- anuncian el premio para Milicos y tupas- y el breve discurso de agradecimiento que pronuncié al recibirlo pueden escucharse en: http://www.goear.com/listen/1692175/bartolome-hidalgo-para-milicos-y-tupas-
Premio Bartolomé Hidalgo 2011
Los ganadores del Bartolomé Hidalgo 2011:
Collazo, Haberkorn, Echeverría, Brown, Machado,
Nigro, Zubillaga y De Mattos.
El libro puede encargarse por mail desde esta página.

4.2.11

La inquietante sombra de Villanueva Saravia

Qué país más maravilloso es Uruguay. Esa es la idea con la que somos bombardeados día y noche por cierta publicidad reaccionaria y omnipresente. A esta tierra no la cambio por nada, repite mil veces por día la propaganda.
Leer el libro Complot a la uruguaya. ¿Quién mató a Villanueva Saravia?, de Mario Burgos y publicado por Planeta, por el contrario, deja la sensación opuesta.
El intendente de Cerro Largo apareció muerto en su casa el 12 de agosto de 1998. Tenía 33 años, grandes ambiciones y una popularidad política creciente. Antes de que cualquier averiguación seria pudiera ser llevada a cabo, el entonces ministro del Interior Luis Hierro anunció que se trataba de un suicidio. La posterior investigación judicial le dio la razón.
Ahora el inquietante libro de Burgos denuncia que tal investigación estuvo signada por inexplicables omisiones, numerosas contradicciones y una falta de rigor generalizada.
Entre otras muchas acusaciones, Burgos señala, citando cientos de pasajes del expediente:
Los testigos nunca fueron incomunicados. El juez entrevistó al primero de ellos recién ocho días después de la aparición del cuerpo.  La casa le fue entregada a la viuda al día siguiente, imposibilitando cualquier investigación posterior. No se averiguó ni se indagó por qué Villanueva había extendido el horario de la guardia policial en su casa y había solicitado pocos días antes un presupuesto para colocar un sistema de alarma. El proyectil que mató a Villanueva no fue preservado por la Justicia. El arma volvió a ser disparada, de modo que ya no sirvió como prueba de nada. No se buscaron huellas dactilares en la casa del muerto. A nadie le pareció sospechoso que la camioneta del intendente hubiera quedado estacionada fuera de la residencia y con las llaves puestas, cosa que jamás hacía Villanueva. Una importante prueba forense, casi imprescindible en todo caso de hipotético suicidio, la maniobra de Taylor, no le fue realizada al cadáver. No se analizaron los dedos índice y pulgar del muerto para hallar rastros de pólvora como ocurre con quienes se matan con un revólver. No se estudió la agenda de Villanueva. La investigación judicial no aclaró infinitas contradicciones de los testigos sobre quién llamó por teléfono a quién esa fatídica noche. Se tardó más de cuatro meses en recoger el testimonio de la viuda y se desecharon sin investigar varias pistas que aportó. Se descartó, mediante explicaciones muy poco convincentes, el testimonio de un testigo que esa noche vio entrar dos autos a la residencia del intendente. No se realizó una “autopsia psicológica” del muerto, aconsejable en estos casos. Eso sí: se realizó una “pericia técnica”, especie de simulacro de lo ocurrido, ¡usando un zapallo como presunta cabeza de la víctima!
Las declaraciones de los testigos en el expediente, según recoge Burgos, provocan escalofríos al lector por sus contradicciones y su notoria falta de credibilidad en algunos casos, pero no parecen haber inquietado demasiado al fiscal y al juez.
Una de las dos secretarias de Villanueva, que también era su amante, dio en el juzgado dos testimonios opuestos y contradictorios. Era imposible que los dos fueran ciertos, ya que eran y son incompatibles. ¿Cómo reaccionaron el fiscal y el juez? No la procesaron por falso testimonio sino que tomaron por cierta la declaración que más convenía a la tesis del suicidio. La otra simplemente la desecharon.
Una testigo escuchó a esa misma secretaria llamar a su madre, que vivía entonces en la localidad de Fraile Muerto, y decirle: “Mamá, Villa ya está muerto”.
Un periodista de Melo denunció, según Burgos, que en Fraile Muerto se supo de la muerte de Villanueva al menos dos horas antes que en Melo y en Montevideo. Ni el fiscal ni el juez se interesaron por su testimonio.
La pareja de esta secretaria-amante también declaró una cosa a la revista Posdata y otra opuesta en el juzgado. ¿Qué hicieron el juez y el fiscal? Simplemente aceptaron que el involucrado zanjara el asunto aduciendo que le había mentido a la revista.
Sería muy sano para la credibilidad del sistema que el juez Ricardo Míguez y el fiscal Gustavo Zubía respondieran a las acusaciones de Burgos.
Pero el libro es más inquietante todavía. Complot a la uruguaya está escrito por quien fue un colaborador cercano de Villanueva. Burgos fue abogado y asesor personal de Saravia en los dos últimos tormentosos años de su vida, a la vez que director del Departamento Jurídico de la Intendencia de Cerro Largo.
Está claro que es un libro escrito por alguien que se sentía cercano al intendente fallecido. Y también que la obra no trata sobre la vida de Villanueva sino sobre la investigación de su muerte.
Pero, aún así, el inquietante retrato de Villanueva Saravia aparece como trasfondo.
Un político que no dudaba en comprar votos con dinero contante y sonante. Que colocaba a sus amigos en cargos públicos a diestra y siniestra. Que violaba las normas de tránsito siendo intendente. Que usaba fondos públicos para solventar fiestas privadas. Tan preocupado por mejorar la eficacia de la Intendencia de Cerro largo como por acostarse con las esposas de sus aliados y rivales políticos para después tener un elemento más para presionarlos. Admirador entusiasta de Perón y de Hitler, estudioso de los métodos del nazi para cautivar a las masas. Mein kampf era su libro de cabecera. Lo tenía cada noche en la mesa de luz.
Ése es el otro elemento que torna al libro tan inquietante. Mientras la televisión sigue repitiendo que somos tan fantásticos, Complot a la uruguaya resulta turbador por partida doble. Porque es duro ver como un político de ese perfil en apenas unos pocos años logró una proyección política privilegiada que ya lo catapultaba como una figura nacional. Y no menos duro es leer como su muerte fue laudada como suicidio desde el poder político e investigada de un modo tan patético por el Poder Judicial.
Burgos, sin proponérselo, termina por brindar un tétrico retrato del Uruguay.
Esta tierra no es el paraíso de la publicidad barata. Necesita cambiar mucho. 

el.informante.blog@gmail.com

3.12.10

Adiós a Ramón Mérica

Hoy falleció Ramón Mérica, un brillante periodista que nació en Salto en fecha imprecisa y que fue un referente para muchos y una influencia muy importante en lo que a mí respecta.
Mi tristeza tiene un único consuelo. En el prólogo de Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el libro que publiqué hace un año, dediqué la introducción a agradecerle todo lo que me inspiró y le debo. 
Vuelvo a publicar ahora ese pasaje de Crónicas en su honor y memoria. 


No recuerdo con exactitud cuántos años tenía. El libro se publicó en 1976, pero quizás lo leí dos o tres años después, siendo un adolescente, una tarde en la casa de la calle Ferrari. Se lo había regalado mi madre a mi padre.
Ramón Mérica, Agonistas y protagonistasLa tapa no decía el título de la obra y solo exhibía una foto en blanco y negro, algo azulada, de un viejo aparato grabador, un modelo gigante propio de los años 70, con un cassette Philips dentro. El título solo se indicaba en el lomo y no decía mucho: Agonistas y protagonistas. Era una recopilación de doce entrevistas realizadas por el periodista Ramón Mérica, todas publicadas en el suplemento de los domingos del diario El País. En ese entonces yo no conocía a Mérica.
Un día, hojeando aquel libro, descubrí que entre los entrevistados estaba la persona a quien más admiraba en el mundo: Fernando Morena, el Nando, el Potrillo, el goleador de Peñarol.
Empecé por la página 95. El impacto que me provocó aquella entrevista fue enorme. A pesar de que acostumbraba a leer el diario, en especial las páginas de deportes, nunca había visto nada igual. Lo que estaba leyendo iba más allá de todas mis anteriores lecturas periodísticas. No se parecía en nada a cualquier entrevista que hubiera conocido: Mérica se introducía en la casa de Morena, en su dormitorio, describía los posters colgados en las paredes, hablaba con su madre, contaba cómo había sido el parto del Potrillo, charlaba con su padre, con los vecinos, lo despertaba, lo subía a un Fitito, lo llevaba a la playa, lo hacía hablar de Peñarol, de Nacional, de política, de mujeres, de su madre, de cine, de sexo, de dinero. Había toneladas de información y todo eso se leía como si fuera un cuento. Era periodismo y literatura juntos, al mismo tiempo.
Había otra cosa muy impactante. Mérica lo explicaba al comienzo del artículo:

De haber salido de mi casa apenas un minuto antes, la mañana en que iba a encontrarme con Fernando Morena, esta nota hubiera sido completamente diferente. Porque fue justo en el momento de salir, y con la mano ya puesta sobre el botón para apagar la radio, que un informativista lamentó: ‘El deporte uruguayo, y particularmente el fútbol, está de duelo: acaba de fallecer el otrora ídolo nacionalófilo Atilio García…’

Ramón Mérica, periodista uruguayoMérica había tomado aquella coincidencia como una clave a seguir en su trabajo. Por eso, además de Morena, también entrevistó a la viuda de Atilio García. Y luego intercaló en el mismo artículo el resultado de las dos conversaciones. Había una proeza técnica: uno pasaba de un relato al otro sin perder nunca el hilo de la historia. Pero no era solo un alarde de virtuosismo; había allí un logro informativo de primer orden: al combinar las entrevistas, Mérica lograba explicarnos cómo había ido cambiando el mundo del fútbol desde los tiempos de Atilio García a los de Morena, el primer futbolista uruguayo que fue tasado en un millón de dólares. Y no solo eso. La combinación de las historias del recién fallecido Atilio García y el esplendor de un jovencísimo Nando Morena era también una reflexión sobre el paso del tiempo (“el Tiempo”, según Mérica lo nombra en el prólogo del libro), sobre lo efímero de la juventud, el inevitable ciclo de la vida y el ocaso de toda gloria. Todo eso gratis junto con la mayor cantidad de información que yo hubiera leído u oído jamás sobre aquel goleador que alegraba cada uno de mis fines de semana.
No sé si todo eso lo racionalicé la primera vez que leí aquella maravillosa entrevista, o luego, con los años, las decenas de veces volví a leer esas páginas memorables y a usarlas para intentar despertar  la imaginación y la pasión de los estudiantes de periodismo.
Pero sí sé que aquella lectura me marcó para siempre. De un modo, supongo que al principio inconsciente, comprendí que el periodismo podía volar alto, mucho más alto que lo habitual.
Por supuesto, luego leí muchos otros reportajes, crónicas, entrevistas que me maravillaron, empezando por la recopilación que realiza el genial cronista estadounidense Tom Wolfe en El nuevo periodismo. Pero la entrevista de Mérica a Morena fue la primera y el descubrimiento de un mundo. En todos estos años he hecho el esfuerzo por tratar de estar a la altura de esas grandes páginas. (...)
En Uruguay ya no abundan los dueños o directores de medios dispuestos a financiar el buen periodismo, las semanas de investigación y las muchas horas de fina artesanía que conlleva un trabajo periodístico realizado en profundidad, con rigor y amor por la palabra escrita. Es un proceso que comenzó hace diez o 15 años y no ha dejado de agravarse día a día. Hoy la norma es llenar los espacios de la manera más económica posible, la calidad del producto que se le ofrece al público no importa. Los resultados están a la vista.
Quienes así conciben a los medios de prensa se justifican señalando que el público no reclama calidad. Es un argumento cínico, una verdad a medias, que oculta la enorme responsabilidad que tienen estos empresarios y muchos comunicadores en el progresivo empobrecimiento de los medios y, a través de ellos, de la sociedad toda. Porque lo que no dicen es que la oferta también condiciona a la demanda. Si al lector solo se le da basura, si en el informativo de televisión solo aparecen rapiñas y choques, si los buenos periodistas son desplazados por algún gracioso y una legión de pseudo graciosos, si la mayor apuesta para conquistar al público es mostrar sangre a las ocho y culos a las diez, si en la radio solo se roban las noticias de los diarios y si en los diarios nunca se investiga nada, la gente termina por acostumbrarse. El público no puede reclamar lo que no conoce. Nadie reclamó nunca la aparición de los Beatles, ni la de Picasso, ni que alguien escribiera A sangre fría. Es imposible pedir lo que jamás se intuyó siquiera. Por eso hoy nadie exige encontrar en la prensa uruguaya un trabajo como aquella entrevista memorable de Mérica. Después de años y años de degradación de la calidad, en Uruguay ya nadie recuerda que la información, la profundidad y la calidad literaria pueden darse la mano en el periodismo. Encontrar hoy en un medio de prensa uruguayo un trabajo como aquel reportaje a Fernando Morena es una rareza extrema, por no decir un imposible.

Parte de la introducción del libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas.
Vale la pena leer también la crónica De cómo Ramón perdió los nombres, escrita por el periodista Gabriel Sosa, publicada en 2009 en la revista Bla y reproducida hoy en Cursos para/lelos: http://www.cursosparalelos.com/2010/12/de-como-ramon-perdio-los-nombres.html
el.informante.blog@gmail.com

1.12.10

La cocinera de Rosas no inventó el dulce de leche

Lo que sigue es un fragmento del capítulo 2 del libro El dulce de leche. Una historia uruguaya, de Leonardo Haberkorn.
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Investigación sobre el dulce de leche



Si uno se guiara por la versión más difundida en la prensa y en Internet llegaría a la conclusión que el primer lugar de América donde se fabricó el dulce de leche fue en Cañuelas, en la provincia de Buenos Aires, en 1829.
Esta narración, pregonada con insistencia en Argentina, se basa en una leyenda popular recogida por gastrónomos, periodistas y funcionarios, en artículos de prensa, libros y documentos oficiales. Sin embargo, no existen pruebas que la avalen. Sostiene que el dulce de leche nació un día de 1829 cuando el general Lavalle fue a encontrarse con su enemigo Juan Manuel de Rosas en la estancia La Caledonia, en Cañuelas.
(…) El mito cuenta que Lavalle llegó a caballo hasta la estancia y Rosas no estaba en ese momento. Un artículo del diario argentino La Nación relata así lo que habría sucedido a continuación:

“El cansancio que le había provocado la prolongada cabalgata hizo que (Lavalle) se recostara en un catre y se quedara dormido. Una mulata que estaba a poca distancia de allí preparando la lechada para el mate -leche caliente con azúcar- se indignó al observar que había ocupado el camastro de Rosas y fue a buscar ayuda para quitar a Lavalle de allí.
La mujer regresó en el mismo momento que llegaba Rosas a ese lugar del campamento, quien ordenó que no interrumpieran el sueño de Lavalle.
Entonces, la mulata volvió al fogón y descubrió que la lechada se había convertido en una jalea marrón. Uno de los soldados se atrevió a probarla y, según cuenta la historia, luego lo imitaron varios. Ese habría sido el origen del dulce de leche”[1].

Según documentos oficiales argentinos, esta leyenda habría sido divulgada y popularizada por la gastrónoma Emmy de Molina, quien definió al dulce de leche como el “único alimento auténticamente nacional” de su país[2].
Sin embargo, esta explicación sobre el origen del más querido de los dulces desconoce los muchos antecedentes milenarios, bien documentados, sobre la reducción de la leche con azúcar o miel (En la India, en primer lugar). Pero incluso si se refiriera solo a la elaboración del dulce de leche en América Latina o en la región, la leyenda es falsa. Cuando Lavalle y Rosas se reunieron para negociar la paz, el dulce de leche ya era un producto bien conocido en la cuenca del Plata. Existe un documento que así lo comprueba, pero cientos de gastrónomos, periodistas y funcionarios se lo han pasado inexplicablemente por alto.

***

Antes de llegar al ignorado documento es bueno recordar que la leyenda de la cocinera de Rosas ha sido refutada también desde otros ángulos.
Rodolfo Terragno, en su ya citado artículo en la revista Debate,  hace notar que un relato casi idéntico circula en Francia, solo que en lugar de la cocinera de Rosas el protagonista es un cocinero militar de los ejércitos de Napoleón. La leyenda argentina, sostiene, no es otra cosa que la trasposición de la francesa:

“Si el dulce no es un invento argentino, la leyenda tampoco es original. Fue copiada de otra, que circulaba en Francia. Allá se decía que el hallazgo (también accidental) había ocurrido durante las campañas napoleónicas. Los veteranos enrolados en las filas del Gran Corso (los grognards) recibían a diario una ración de leche endulzada y caliente. Un cocinero, a quien asustó el fragor de una batalla, abandonó leche y azúcar en la hornalla encendida y la mezcla se transformó en una crema acaramelada. De ese modo, el cocinero ingresó a la historia (francesa) como el inventor de la confiture de lait”.

El periodista y político argentino apunta que “las campañas napoleónicas terminaron en 1815: catorce años antes del encuentro entre Rosas y Lavalle. Sin embargo, eso no otorga a los franceses el copyright sobre el dulce”.
    “A mi juicio, ninguna de ambas leyendas tiene sentido”, dijo Terragno, consultado por correo electrónico para esta investigación. “Como creo que está demostrado, el dulce de leche tiene un origen mucho más remoto”.

***

Tanto la leyenda gala como la argentina son ejemplos típicos de un tipo de narración popular muy extendido en todo el mundo: el que atribuye el origen de los platos tradicionales a un descuido fortuito ocurrido en medio de un importante suceso histórico.
Magdalena Bertino, investigadora y especialista en historia económica del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas, relató que en México abundan los mitos de esa variedad.
Una de esas fábulas habla del origen del mole poblano, uno de los platos más representativos de la cocina mexicana. Esta originalísima preparación consiste en una salsa que combina elementos tan diversos como ajo, cebolla y cacao que se coloca sobre piezas de pavo o guajolote, un ave local. La leyenda dice que tan extravagante y exquisito menú nació cierta vez que el virrey Juan de Palafox (1600-1659) visitó la ciudad de Puebla, de la que también era arzobispo, y en un convento local le ofrecieron un muy esmerado banquete.
Según se relata en una página web dedicada a las leyendas de México, “el cocinero principal era fray Pascual, que ese día corría por toda la cocina dando órdenes ante la inminencia de la importante visita. Se dice que fray Pascual estaba particularmente nervioso, y que comenzó a reprender a sus ayudantes, en vista del desorden que imperaba en la cocina.
El mismo fray Pascual comenzó a amontonar en una charola todos los ingredientes para guardarlos en la despensa, y era tal su prisa, que fue a tropezar exactamente frente a la cazuela, donde unos suculentos guajolotes estaban ya casi en su punto.
Allí fueron a parar los chiles, trozos de chocolate y las más variadas especias, echando a perder la comida que debía ofrecerse al virrey”.
Ya no había tiempo para cocinar otra cosa, así que el plato fue servido así. El mito dice que fray Pascual rezó mientras el virrey y los demás comensales probaban la comida. “Un rato más tarde, él mismo no pudo creer cuando todo el mundo elogió el accidentado platillo”[3].
También la creación del alimento más típico de Paraguay, la curiosa sopa paraguaya que no es líquida sino sólida, es atribuida por una leyenda a un accidente ocurrido durante un suceso histórico.
Se cuenta que el presidente Carlos Antonio López, que adoraba la sopa de harina de maíz, invitó a almorzar a un embajador extranjero y para agasajarlo le pidió a su cocinera que preparara su sopa-crema de maíz. Pero la mujer se olvidó de retirar la olla a tiempo del fuego y, cuando se acordó, el líquido se había transformado en una especie de polenta sólida.
Según la leyenda, el embajador, al ser servido con una sopa tan rara dejó de lado el protocolo y se quejó:
-¡Esto no es sopa!
Pero el presidente Carlos Antonio López, que era terco y orgulloso, habría respondido:
-Sí es sopa, es la sopa paraguaya.
Como se puede apreciar, la leyenda de la distraída cocinera mulata de Rosas y el dulce de leche es apenas una variación de una narración mítica popular que se repite en diversos rincones del mundo, siempre carente de respaldo documental.
Incluso más de una vez en la propia Argentina se ha explicado el nacimiento del dulce de leche por un relato idéntico, pero con otros protagonistas. Por ejemplo, en el año 2001 la revista Para Ti publicó: “se dice que en 1886, la señora Dolores, que vivía en Barracas, salió de su casa y se olvidó la leche sobre el fuego…”
Para el antropólogo uruguayo Gustavo Laborde, que se ha especializado en temas gastronómicos[4], la repetición de este tipo de anécdotas, responde a que muchos de quienes escriben sobre temas culinarios cometen un grave error metodológico:
“A la cocina se la suele abordar de forma equivocada. La cocina es un sistema social heredado muy parecido a la lengua. No por casualidad la lingüística es una herramienta fundamental para estudiarla. Se habla, se piensa y se cocina dentro de un sistema y se sale muy poco de él. No quiero decir que no haya invenciones aisladas, pero esas invenciones por lo general están precedidas de experiencias y conocimientos previos”.
 “Mucha gente prefiere las explicaciones anecdóticas, protagonizadas o por tontos anónimos o por genios. Pero en el caso de preparaciones tan sofisticadas como el dulce de leche o el mole, es casi impensable que sean fruto de un error”, agregó Laborde. “Los historiadores serios se cuidan mucho de aceptar las explicaciones azarosas y simplistas”.
La supuesta invención del dulce de leche en Cañuelas también ha sido rebatida desde un ángulo de pura lógica gastronómica.
Así, en el libro La cocina uruguaya, orígenes y recetas, se sostiene respecto a esta leyenda:
“El cuento suena bonito pero como es evidente (…) el dulce de leche no es producto de ningún descuido y precisa revolverse de continuo para evitar grumos”[5].
(...)

***

Pero sí existe un documento que en forma categórica demuestra que cuando Rosas y Lavalle se reunieron en la estancia La Caledonia, el dulce de leche no solo era conocido en la India, en la lejana Mongolia y en Rusia, sino también en toda la región de las Provincias Unidas, al menos en Santa Fe, Entre Ríos, Buenos Aires y la Banda Oriental.
Se trata de una carta trascripta en su totalidad en el tomo 19 del Archivo Artigas y que la historiadora Ana Ribeiro cita en forma parcial en su obra Los tiempos de Artigas. Sin embargo, hasta hoy ha pasado desapercibida para todos aquellos que han escrito sobre el rey de los dulces y han polemizado sobre su origen.
Se trata de una misiva que el santafecino Francisco Antonio de la Torre envía en 1814 al hombre de negocios porteño Juan José Anchorena, quince años antes del encuentro de Lavalle y Rosas en Cañuelas.  Fue colocada en el Archivo Artigas porque contextualiza sucesos importantes de la época, explicó Abelardo García Viera, quien participó de su selección durante su trabajo en el archivo entre 1970 y 2005.
De la Torre escribe desde Santa Fe al próspero hombre de comercio que es Anchorena, que está en Buenos Aires. Le habla de negocios y comenta los sucesos recientes ocurridos en la Banda Oriental, donde queda claro que ambos tenían intereses.
Cuando De la Torre envía la carta ya hace tres semanas que las autoridades españolas de Montevideo se rindieron ante las fuerzas de las Provincias Unidas tras un prolongado sitio por tierra y mar. La rendición no ocurre ante Artigas o sus hombres, sino ante Alvear, jefe de las tropas porteñas.
Pero la situación política no es clara. Por un lado, las noticias son confusas. Por otro, a pesar de la victoria conjunta ante España las diferencias entre los porteños y Artigas ya están presentes y pronto llevarán a que se enfrenten en el campo de batalla. En ese contexto De la Torre escribe:

Santa Fe, Julio 12 de 1814
Muy señor mío estimado pariente:  con el que venía hecho cargo de la Tropa de Paz remitía un cajón con 570 naranjas para Bonifacia, y me lo dejó en el Paso de Santo Tomé, en poder del dependiente del Resguardo, pretextando el recargo de las carretas; de estas resultas lo dirigí en el buque Yacaré que salía para Esa (Buenos Aires) con la artillería, y debía hacer su entrega el capitán Herrera: a este se le dio la orden para que regresase con el buque a este puerto, porque los Paranases se preparaban para salir en botes a sorprenderlo, y llevaban poca guarnición los del barco.
Con esta demora me temo que se inutilicen las naranjas, y no haber cosa de provecho para reemplazarlas. En este caso (le pido) que tenga paciencia hasta el año venidero en que cumpliré mi oferta. Con don Pedro Espejo le remito seis cajas de dulce de leche, con las iniciales de su nombre y apellido por marca.
Los Paranases no quieren consentir que Montevideo se rindió a nuestras tropas: han hecho sus demostraciones de regocijo con repiques, tiros, y por haberla tomado su general Artigas, según noticias que han tenido. No creen tampoco la derrota de Torgués, y dicen que son mentiras fraguadas en Esa (Buenos Aires). El que manda en la villa es don Manuel Artigas: éste ha desarmado los dos partidos de Echeverría y Ereñú, que estaban hostilizándose fuertemente y se dice que éste solicita su reconciliación con nosotros y no dudo lo conseguiremos si Echeverría queda con algún influjo, y se dirige, como hasta aquí, don Manuel Artigas por él.
Esta circunstancia me ha obligado a no abrir venta en Esta (Santa Fe) de los efectos, por no desacomodar los cajones, y ser el primero que pase a la otra banda sin embargo que he mandado un mozo, que vaya acopiando los cueros que pueda, y libre el dinero, como negociación suya, porque aquí ya estoy desengañado que no se puede hacer negocio, a causa de ser muchos niños para un trompo. No obstante sigo haciendo mis diligencias haber si aunque sea unos pocos puedo acopiar, y remitir para obviar gastos.
Mil cosas a Bonifacia, tía, primas, don Juan Pedro y usted como guste puede disponer de la voluntad de su afectuosísimo pariente y amigo que bendice su mano
Francisco Antonio de la Torre


De la carta queda claro que:

1)    El dulce de leche ya se elaboraba en 1814. De la Torre no se detiene a explicarle a Anchorena qué es el dulce de leche, lo que evidencia que es algo tan conocido como las naranjas de las que también habla.
2)    El dulce de leche ya se comercializaba en la región en 1814. De lo contrario De la Torre no le enviaría seis cajas a Anchorena.
3)    El dulce de leche era entonces bien conocido en Santa Fe, ciudad en la que está fechada la carta, y en Paraná, villa vecina de la cual De la Torre había sido comandante en 1812 y a la cual sigue vinculado tal cual muestra su mensaje.
4)    El dulce de leche también existía en Buenos Aires, ya que Anchorena recibe allí las seis cajas que es probable que comercialice.
5)    El dulce de leche era conocido en la Banda Oriental ya que De la Torre y Anchorena también comerciaban con ella, como queda claro en la carta cuando el santafecino habla de pasar a “la otra banda”. También porque las tropas del oriental Manuel Francisco Artigas (1769-1822), hermano de José Gervasio, eran las que dominaban la villa de Paraná, tal como se explica en la misiva.
6)    Otra prueba de que el dulce de leche difícilmente podía ser desconocido en la Banda Oriental es que el propio De la Torre tenía propiedades aquí. De eso hay constancia por otra carta que el santafecino escribió en 1817, quejándose de que los orientales lo considerasen un enemigo. Esa carta dice: “Es bien público en ésta (Santa Fe) los servicios que tengo hechos al Estado en la causa pública, así como mis intereses como con mi persona, también es notorio el premio con que me han satisfecho: éste ha sido el de haberme injustamente tenido por contrario al sistema de los Orientales o al menos por sospechoso; como a tal según infiero se me ha tratado y por ello se me han confiscado mis bienes (y aún los de mis dos hijos menores) que tenía en aquella Banda, sin haberme oído, ni tampoco precedido alguna de aquellas solemnidades de derecho natural indispensables, que reclaman los derechos del hombre social…[6]

Para Abelardo García Viera, que además de su trabajo en el Archivo Artigas fue director del Archivo General de la Nación, la carta escrita en 1814 por Francisco Antonio de la Torre no deja lugar a equívocos:
“Sin dudas en esa fecha el dulce de leche ya era conocido en toda la región, se lo comercializaba y, teniendo en cuenta que estamos hablando de seis cajas, podemos decir que también se lo industrializaba”.
Entonces ¿cuándo y en qué lugar de la región comenzó a fabricarse antes el dulce de leche?
Posiblemente eso no se sepa nunca con exactitud y no tenga mucha importancia.
Respecto al cuándo, la historiadora Alba Mariani, que ha investigado la evolución de la vida cotidiana en el Uruguay antiguo, cree que el dulce de leche comenzó a elaborarse en el período colonial tardío, cuando España había flexibilizado las normas comerciales y el azúcar proveniente de Brasil llegaba más y a mejor precio.
Respecto al dónde, es posible que haya ocurrido en varios sitios a la vez. La idea de que un plato de cocina nació en determinado lugar y desde allí se fue expandiendo a otros no suele corresponderse con la realidad, explicó el antropólogo Gustavo Laborde, especialista en temas culinarios.
El dulce de leche llegó a nuestro continente tras un largo viaje de miles de años. Llegó de la mano de recetas que trajeron los europeos y que habían evolucionado a través de los siglos de las primeras reducciones de leche con azúcar practicadas en la India.
En cada lugar donde llegó, los cocineros locales le dieron su toque, pero basándose en los conocimientos anteriores. Y eso también debió pasar aquí. “La cocina es un sistema social heredado, como el idioma. Y una persona puede incluir modificaciones en él, pero nunca tan grandes como para dejar de ser comprendido”, explicó Laborde. “La cocina también tiene gramáticas. Y por eso las cocinas, como las lenguas, siempre son regionales”.




[1]  Ximena Linares Calvo, La Nación, 13 de noviembre de 2004
[2] Plan de Promoción Sectorial, análisis estratégico, sector Dulce de Leche. Fundación Exportar. Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos, Subsecretaría de Política Agropecuaria y Alimentos, Dirección Nacional de Alimentación de la República Argentina. Mayo de 2004. Disponible en http://www.exportapymes.com/fundacion-exportar/dulce-de-leche-argentino.pdf
[3] http://www.redmexicana.com/leyendas/molepoblano.asp
[4] Su tesis de graduación es una investigación sobre el asado.
[5] El libro, una obra de varios autores, fue publicado en 2008, como una edición de la revista Placer a iniciativa de la Cámara de Representantes del Parlamento nacional.
[6] Esta carta es citada por Sonia Tedeschi en su trabajo La villa del Paraná y la ciudad de Santa Fe; vínculos, interacciones e influencias en un área fronteriza (etapa colonial hasta 1824). Disponible en: http://www.fee.tche.br/sitefee/download/jornadas/2/h4-17.pdf La carta se encuentra en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Cuaderno 1º. Acuerdos del Cabildo de Santa Fe, documento no foliado perteneciente al año 1817.

Fragmento del capítulo 2 del libro El dulce de leche. Una historia uruguaya, de Leonardo Haberkorn. La periodista Natalia Almada colaboró en la investigación periodística. La portada, que aparece en la foto, es de María José Marfetán. Corrigió Ana Cencio.
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13.4.10

Víctor Hugo: la historia olvidada

Víctor Hugo Morales acaba de publicar un libro muy entretenido y bien escrito: Víctor Hugo por Víctor Hugo Morales.
Hay muchos puntos interesantes en la obra. Víctor Hugo va mezclando la historia de su propia vida con reflexiones sobre los más diversos tópicos, desde el fútbol a la política, pasando por la música, la historia, internet y los teléfonos celulares (aparatos que no tiene ni quiere tener). Sin embargo, como el reconocido periodista uruguayo ha decidido polemizar en los últimos días en Argentina respecto a la ética periodística, y ha aludido a la actitud que deben tener los periodistas ante un gobierno dictatorial, interesan en especial las páginas que narran sus años de periodista en Uruguay durante la dictadura militar que comenzó en 1973.
En una reciente entrevista en la revista Noticias, Víctor Hugo comparó el comportamiento que deberían tener los periodistas de Clarín con la situación de los comunicadores cuando falta la democracia: “Siempre el periodista tiene formas de decoro. En los tiempos de la dictadura ninguno decía todo lo que pensaba, porque no quería ir preso, porque no estabas dispuesto a dar tu vida, razones lógicas. Lo que no podés es convertirte en un alcahuete, en un promotor de la dictadura”.
En su nuevo libro, Víctor Hugo se presenta a sí mismo como un periodista que transitó por la dictadura militar uruguaya con pesar, sin perder el decoro que hoy exige y colocando algunos aguijones cuando podía, leves y escasos pero recordables:
“Uno repasa esos años y te das cuenta de que solo se luchaba por la superviviencia. Un combate permanente de hasta cuánto podías ceder sin menoscabar tu dignidad personal, cuánto podías callar sin sentirte un gusano, cuánto podías mantenerte al margen…”
“Fueron años de miedo, supervivencia, ingenio y negociación, intentando ver la salida al túnel. Las pequeñas cosas que uno hacía para pelear desde adentro eran apenas travesuras. Hacías una cosita y esperabas a ver qué pasaba. Si no pasaba nada, avanzaban un poco más”.
Luego enumera sus “travesuras”: en el Mundialito de 1980, por ejemplo, usó un jingle distinto al oficial. También padeció “lo que pueden llamarse amonestaciones por cosas que había dicho, por pequeñas jugaditas que hacía en el micrófono que la dictadura más o menos captaba pero no eran demasiado graves”. Una vez un jugador de Defensor de apellido Filipini le hizo dos goles a Nacional y tras el partido Víctor Hugo lo entrevistó. Cuando se despedían, el futbolista dedicó sus goles a su hermano que estaba preso en el penal de Libertad y a los demás detenidos. VHM respondió: “Muy bien recibido, vayan sus saludos”. Lo citaron de una unidad militar, lo tuvieron cuatro horas esperando hasta que por fin lo recibió un coronel que tenía la grabación de aquella entrevista. Víctor Hugo cuenta en su nuevo libro que él le explicó al militar que Filipini lo había sorprendido y que su saludo solo había sido un formulismo. El coronel lo rezongó: le dijo que tenía tarjeta amarilla y lo dejó ir para su casa. Filipini, en cambio, no volvió a jugar en el Centenario.

La política del fútbol

Víctor Hugo irrumpió con fuerza en los medios uruguayos entre 1974 y 1975, cuando murió Carlos Solé. Su ascenso desplazó a un segundo plano a Héber Pinto, el otro gran relator de entonces.
Uruguay vivía bajo una dictadura militar desde 1973. La libertad de prensa había sido sustituida por un duro régimen de censura. No se podía escribir nada que hiciera sombra al gobierno. Por supuesto: estaba prohibido hacer cualquier mención al golpe de Estado, la falta de libertades, los presos políticos, la tortura en cárceles y cuarteles, la proscripción de partidos y dirigentes. Pero también estaban vedados cientos de otros tópicos: cualquier noticia internacional que pudiera asociarse a lo que aquí ocurría, todo aquello sospechoso de izquierdismo, manifestaciones artísticas “foráneas”, toda mención a una larga lista de personalidades proscriptas...
Con ese panorama, los medios de comunicación se tornaron fríos y aburridos. En los noticieros de televisión se leían los comunicados oficiales del gobierno o de las Fuerzas Armadas. La opinión prácticamente desapareció del mapa. ¿Quién iba a opinar si no se permitía hablar de nada? No se podía criticar al gobierno, claro, pero tampoco a las intendencias, los entes, los servicios públicos, la educación, los hospitales, la programación de Canal 5…
Ése era el panorama cuando Víctor Hugo revolucionó el periodismo deportivo. Aunque Héber Pinto (“el relator que televisa con la palabra”) era excelente y muchas de sus imágenes todavía son recordadas por los que pasamos los 40 (“voló como un Caravelle”), Víctor Hugo lo desplazó rápido. Tenía una voz clara y potente, velocidad, inteligencia, imaginación. Sus trasmisiones y su programa nocturno Hora 25 eran dinámicos en extremo gracias a un equipo de producción muy numeroso, una novedad en la radio deportiva uruguaya. “Tenían toda la trasmisión del fútbol del fin de semana guionada y libretada, como nunca antes se había hecho. Se buscaba una sincronización y una prolijidad que no eran características de las emisiones deportivas”, recuerda el periodista Joel Rosenberg en el libro Un grito de gol, la historia de relato de fútbol en la radio uruguaya.
Pero, más importante aún, Víctor Hugo encontró una mina de oro: en un país donde informar era leer comunicados militares, descubrió que no había nada que impidiera informar y opinar sobre los avatares internos de la Asociación Uruguaya de Fútbol, sobre lo que hacían, decían y votaban los dirigentes de sus clubes. A ellos se los podía criticar, incluso con la mayor dureza: nadie lo había prohibido.
Esa apuesta le deparó un éxito demoledor. Uno miraba Telenoche 4 yendo de bostezo en bostezo, escuchando como se leían los comunicados oficiales (“adelante Asadur desde Casa de Gobierno”), hasta que aparecía Víctor Hugo: con su rico lenguaje y su voz potente denunciaba el horroroso manejo de la AUF, acusaba a dirigentes por ineptos y corruptos, exigía responsabilidades. Aquello no era política, claro. Pero, en aquel país anestesiado, se parecía. La gente lo escuchaba porque era el único ámbito en todo Uruguay donde había información, opiniones tajantes, graves acusaciones y un aire de libertad.
“En poco tiempo Víctor Hugo Morales cambió el estilo del periodismo deportivo, confiriéndole un tono editorialista, asertivo, más gritón que razonable, que ganaría no pocos adeptos desde entonces”, dice Luciano Álvarez en su Historia de Peñarol. Y continúa: “Creyéndose más periodista que relator, intuitivamente descubrió que, en aquellos años de dictadura y silencios, la opinión era una mercadería escasa y necesaria. Si se manejaba bien y se aplicaba solo al fútbol, además era inocua para el régimen, y hasta lo ayudaba”.

Los malos de la película

Desde 1973, Peñarol dominaba el fútbol ganando un Campeonato Uruguayo detrás de otro, gracias a su goleador Fernando Morena. A nivel internacional, en cambio, Uruguay había comenzado un serio declive tras el fracaso en la Copa del Mundo de Alemania 74.
El periodismo editorializante de Víctor Hugo Morales necesitaba culpables. Y los encontró en Morena y el presidente de Peñarol, Washington Cataldi.
Víctor Hugo trabajaba en un grupo económico poderoso, tanto como el Clarín de hoy. Relataba en radio Oriental, aparecía en Telenoche 4, el noticiero más visto del país, y a medianoche conducía Hora 25 otra vez en Oriental. Canal 4 y radio Oriental eran de la familia dueña de radio Montecarlo, la más escuchada. A su vez comenzó a escribir en Mundocolor, un vespertino de los mismos propietarios que el diario El País y Canal 12. Tenía un pie en cada uno de los dos mayores conglomerados de medios del Uruguay.
Los ataques de aquel periodista omnipresente eran tremendos. Sus críticas eran de una virulencia extrema, lo que retroalimentaba su popularidad. Al golero de Peñarol, Walter Corbo, otra de sus víctimas favoritas, le decía cosas terribles. Según el propio Víctor Hugo consigna en El Intruso, un libro autobiográfico que escribió en 1979 (¡tenía 31 años!) le dedicaba frases como:
- No, Corbo, eso es para goleros inteligentes.
Los ataques a Morena eran más duros todavía y se prolongaron durante cuatro años de sistemático acoso. Azuzaba a los defensas de los otros clubes para que lo marcaran a “cara de perro”, es decir que lo golpearan. Lo señaló como único culpable de que Uruguay no clasificara al Mundial de Argentina 78. “Lo mató la responsabilidad. Se asustó”, escribió en Mundocolor el 3 de marzo de 1977 cuando la selección perdió en Bolivia y quedó fuera de la Copa del Mundo. Agregó de Morena: “No existió. No luchó. No goleó. No vivió. Se… puso lívido”.
Así escribía aquel VHM.
(Luego se arrepintió. En su libro El Intruso dice respecto a sus críticas a Morena y Corbo: “No había tenido toda la razón. Para muchos, ninguna. Había exagerado, por lo menos”. Y en su nuevo libro anota: "Me parece aborrecible en general el rol de la prensa cuando hostiga. No me gusta asediar ni siquiera a alguien que no me cae bien").
Cataldi, mientras tanto, era su mayor enemigo entre los dirigentes. Aunque los enjuiciaba a todos, Cataldi –el inventor de la Copa Libertadores de América- representaba según Víctor Hugo toda la corrupción del fútbol uruguayo. Yo, que era un adolescente, seguía cada noche el culebrón de Víctor Hugo con esquizofrenia. No toleraba sus injustos ataques a Morena, que era mi ídolo. En cambio, llegué a creer que Cataldi era una especie de monstruo que debía ser eliminado a toda costa para bien del Uruguay.
Esa era la trampa de la propuesta de Víctor Hugo, tan funcional a los intereses de la dictadura. Mientras en el Uruguay pasaban cosas terribles, él construyó un mundo paralelo, donde habitaban unos tipos siniestros y mafiosos, que no tenían nada que ver con el régimen. Eso era exactamente lo que la dictadura necesitaba. Mientras Uruguay se sumergía en una agobiante realidad, la popularidad de Víctor Hugo aumentaba y todos los que crecimos escuchándolo creíamos que el Mal se llamaba Cataldi.
Según lo que cuenta en su nuevo libro, Víctor Hugo siempre tuvo muy presente lo que implicaba la dictadura. No lo creo. Cataldi era uno de los diputados del Parlamento que los militares disolvieron cuando consumaron el golpe en 1973. Lincoln Maiztegui -en el tomo 4 de Orientales, una historia política del Uruguay- recuerda que Cataldi estuvo entre las personalidades que en setiembre del 73 firmaron una carta pública reclamándole a la dictadura el libre funcionamiento de los partidos. Era, desde el golpe de Estado, un ciudadano proscripto, con sus derechos recortados. Claramente, Víctor Hugo nunca lo tuvo en cuenta.

Coincidiendo con Rapela

Lo más significativo ocurrió en 1978 y quedó registrado por el propio VHM en El Intruso.
Cansados de sus “ataques sistemáticos”, en julio de 1978 los dirigentes de la AUF decidieron quitarle a Víctor Hugo la autorización para relatar durante un mes y medio.
En el libro Un grito de gol de Rosenberg, publicado en 1999, el periodista-relator declara que “el régimen militar había apoyado la medida. En este país nadie se hubiera animado a hacer nada si no le hubiesen hecho un guiño positivo los militares”.
Pero tal afirmación es desmentida por él mismo en El Intruso.
Dado que VHM era el periodista más popular del país, la decisión de suspender su derecho a relatar provocó un escándalo. En forma insólita, en un país donde había miles de presos y destituidos por razones políticas y nadie decía nada, de golpe volvió a hablarse de libertad de trabajo. En el diario El País -según consigna el propio VHM en su primer libro-, Julio César Espínola, un integrante del Consejo de Estado (el órgano títere de la dictadura colocado en lugar del Parlamento) dijo al otro día que la medida era “un atropello”. Y el ex presidente de facto Alberto Demichelli afirmó que la Constitución amparaba a VHM.
El mismo día El País publicó una entrevista a Víctor Hugo.
-¿Y su libertad de trabajo? –le preguntó el periodista.
-Voy a luchar por ella, de acuerdo con las leyes de mi país… -respondió.
En otro pasaje, Víctor Hugo afirmó, conmovido:
-En este momento se me ha ocurrido pensar en mi país. Lo único que le faltaba a los dirigentes del fútbol era comprometer su imagen, por una simple revancha.
En aquellos años, políticos como Wilson Ferreira recorrían el mundo denunciando la falta de libertades, los presos políticos, la tortura, los desparecidos. Y a Víctor Hugo Morales le preocupaba la imagen del país porque él no podía entrar al estadio.
El mismo pensamiento tenía el temido general Julio César Rapela, jefe del Esmaco, el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.
Tal como se relata en El Instruso, el militar recibió a Víctor Hugo y le aseguró que la decisión de la AUF no tenía nada que ver con el gobierno o el poder militar. Por el contrario, el gobierno estaba preocupado por sus consecuencias. “Mire (…) este asunto para nosotros es importante sólo en la medida en que afecte la imagen del país”, le dijo Rapela. “Porque no es posible que se afecte la imagen del país por una cuestión de intereses”.
VHM concurrió a aquella entrevista junto con Carlos Giacosa, el conductor de Telenoche 4. “Ustedes pueden tener la seguridad de que si las leyes los amparan, serán amparados”, les dijo el general.
Finalmente, el 19 de julio de 1978 el presidente de facto Aparicio Méndez revocó la decisión de la AUF y lo autorizó a volver a relatar.
Ante esta decisión Víctor Hugo –según escribió el 20 de julio en Mundocolor- sintió vergüenza. Pero no por haber tenido que ser amparado por un gobierno que violaba todos los derechos que él mismo invocaba.
“Sentí una cierta vergüenza por haber distraído (a) nuestros gobernantes en un tema infinitamente menor al que les ocupa día a día”, escribió.
Agregó: “El gobierno nacional no me ha condecorado, ni respaldado. Debió actuar muy por encima de eso (…) Sería veleidoso suponer que conocen mis crónicas. Por eso las felicitaciones están de más, son casi absurdas. Yo no fui respaldado en mi prédica. Apenas (pero eso sí, grandemente) fui defendido en los mismos derechos que usted goza…”
¡Los mismos derechos que usted goza!
Como dijo el propio Víctor Hugo a la revista Noticias hace un par de semanas: no se trata de ser un héroe frente a una dictadura, pero nadie te obliga a ser alcahuete.

"Un tal Tarigo"

Quizás por todo lo anterior, las referencias a aquel período profesional de VHM sean tan escasas en su nuevo libro. Sus reflexiones sobre el periodismo en la dictadura también son pocas y pobres. Cuando nombra a Enrique Tarigo, un abogado y periodista que –él sí- fue un verdadero héroe en la lucha por la democracia, lo hace en forma casi despectiva: “había un tal Tarigo”, escribe. Y de su actuación personal de aquellos años faltan demasiadas páginas de El Intruso que hoy es mejor no recordar.
No solo a los tupamaros y a los militares les falta sinceridad para hablar de aquellos años. Víctor Hugo podría hacer un ejercicio de memoria e introspección antes de seguir repartiendo y quitando carnéts de dignidad de prensa.

Relato Oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales. La dictadura.Artículo de Leonardo Haberkorn. Fue publicado también por el semanario Voces en su edición del 24 de abril de 2010.
Más y más completa información sobre este tema, en el libro "Relato Oculto".

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9.3.10

El viento que mece la penillanura

Historias Tupamaras, Pascasio Báez, Pírez Budes
Uno de los seis mitos del MLN que trato en Historias tupamaras es el que dice que el asesinato del peón rural Pascasio Báez fue un error inexcusable del cual fueron responsables solo unos pocos tupamaros extraviados.
Porque según la historia oficial tupamara, hay dos posibilidades. O bien los únicos culpables fueron los integrantes del pequeño grupo de guerrilleros que se escondía en la tatucera Caraguatá, que Báez tuvo la desgracia de descubrir. O bien la responsabilidad del crimen fue de un único integrante de la dirección del MLN, Mario Píriz Budes, quien está acusado de traidor o de haber sido un infiltrado de las Fuerzas Armadas en la guerrilla.
Tales explicaciones faltan a la verdad, buscan limpiar el nombre de muy importantes tupamaros que estaban en la dirección del MLN cuando se decidió asesinar a Báez y, lo que es peor, eluden un reflexión honesta sobre las dramáticas consecuencias que siempre apareja el uso de la violencia como arma política. Si uno quiere sumergirse en las honduras que implica abrazar la violencia para cambiar la sociedad, puede ver la magnífica película El viento que mece la cebada (o el pasto, el prado o las espigas, según la traducción) del británico Ken Loach sobre el conflicto de Irlanda. Pero en la literatura oficial tupamara no va a encontrar nada en este sentido.
La realidad es que la decisión de matar a Báez no fue un acto inconsulto del grupo de la tatucera, ni tampoco una decisión solitaria de Píriz Budes. En mi libro aporto testimonios de otros tupamaros más lúcidos o más honestos, seguramente menos cínicos, que permiten entender cómo fue posible que el MLN asesinara -y luego “desapareciera”- a un pobre hombre indefenso, inerme y totalmente inocente.
Eso, por lo menos, nadie lo discutió nunca: Pascasio Báez fue asesinado siendo inocente.
O mejor dicho: nadie lo discutió nunca hasta ahora.
Por eso me resultó sorprendente leer una nota al pie en el recientemente editado libro Una historia de los tupamaros, del sociólogo francés Alain Labrousse.
El autor se basa para historiar el caso de Báez en lo que le declaran los entonces tupamaros Néstor Sclavo y Gloria Echeveste, dueños de la estancia donde estaba la tatucera, presentes allí cuando ocurrió todo.
Labrousse deja en claro que de la dirección del MLN participó de la decisión de asesinar a Báez. Pero, en una llamada a pie de página, una de sus entrevistadas pone en duda que Báez fuera efectivamente un peón rural. Anota: “La prensa evocó el asesinato de un ‘peón’. Gloria Echeveste dice que en realidad se trataba de un hombre que hacía de todo en la casa”.
Luego viene lo más sórdido. Echeveste agrega que Báez “era alcohólico e informante de la Policía”.
El mensaje subyacente, apenas disimulado, es que no fue algo tan horrible haber asesinado a Báez.
Parece que no bastó con secuestrar, matar a sangre fría y desaparecer al desgraciado peón para que su familia no pudiera encontrarlo nunca. Ahora se lo enchastra después de muerto.
¿Qué pasaría si un día de estos apareciera un militar de la dictadura diciendo que tal o cual desaparecido mereció su cruel e injustificable destino por borracho o mujeriego?
Qué escándalo, ¿no?

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10.12.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: críticas, reseñas y entrevistas



Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nuevo libro de Leonardo Haberkorn.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad. Entre ellos se incluyen:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Libro. Crónicas. Reportajes. Leonardo Haberkorn“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, cuyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en la prensa. Este artículo inspiró la canción "Un mundo sin Gloria" del músico Garo Arakelian, incluida en su disco que lleva el mismo título.
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
“La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
Otros tres reportajes y una introducción del autor completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro ha recibido las siguientes críticas, reseñas y comentarios:


Crítica en El País Cultural a cargo de Elvio E. Gandolfo

Crítica en la página de libros del diario La República:

Comentario en el blog Libreame:

El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán comenta el reportaje Juntos fueron dinamita, incluido en el libro, en El Boomeran(g): 

Entrevista con el periodista Mauricio Almada, en el programa Asuntos Pendientes de radio El Espectador:

Entrevista en el programa Café con FM, en FM del Sol, con el periodista Daniel Bianchi:

El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT. Se puede leer un resumen de la presentación aquí: Y se puede oír el audio completo en esta página.


19.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: "El alma de las cosas"

Marcello Figueredo, Leonardo Haberkorn, Gabriel Pereyra
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el nuevo libro de Leonardo Haberkorn, fue presentado el martes 17 de noviembre por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra.
Figueredo, en un pasaje de su presentación, dijo:
"A pesar de la variedad de temas, a pesar de la variedad de personajes, detrás de todas estas crónicas hay un gran denominador común, que es la capacidad de retratar desde costados muy distintos al mismo país, al Uruguay, que es la sociedad que está detrás de todas estas historias y de todos estos personajes".
"Ocupándose de cosas muy distintas -continuó Figueredo- el libro termina regalándonos un friso, un mosaico, de un país muy jodido como es el Uruguay hoy. Por lo tanto me congratulo que salga a la luz, que esta compilación nos devuelva al Haberkorn que los grandes medio se han dado el lujo de perder, y tengamos aquí para celebrar estas Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, que se las recomiendo muy calurosamente".
Por su parte, Gabriel Pereyra afirmó: "Creo que el buen periodismo es aquel que logra trascender los hechos que son caducos y puede atisbarle el alma a las cosas, que es algo mucho más perenne y que tiene que ver con la palabra escrita. Y creo que este libro lo logra".
El audio completo de la presentación, que se realizó en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT, puede escucharse aquí:

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Marcello Figueredo. Gabriel Pereyra. Leonardo Haberkorn


5.9.09

Dos nominaciones a los premios Bartolomé Hidalgo


Dos de mis libros han sido nominados a los premios Bartolomé Hidalgo, otorgados por la Cámara Uruguaya del Libro a las obras más destacadas del año.
Preguntas y respuestas sobre animales del Uruguay ha sido incluido en la terna de libros nominados al premio en la categoría Álbum Infantil.
Historias tupamaras ha sido nominado en la terna de la categoría Ensayo Político-periodístico.
En esta nota del diario La República se detallan las ternas y los jurados.
http://www.larepublica.com.uy/cultura/379351-camara-uruguaya-del-libro-otorgara-los-premios-bartolome-hidalgo-2009

12.7.09

Todas las muertes de los Rovira Grieco

La noticia se publicó el viernes 10 en La República. “Pareja con más de 50 años de casada decidió matarse. Su hijo tupamaro fue acribillado por las fuerzas conjuntas en 1972”.
Fue la noticia más leída ese día en la edición digital del diario. Pero pronto será olvidada. En un país cuyos principales líderes políticos no pueden asumir su propio pasado, el suicidio del matrimonio Rovira Grieco es una incomodidad que conviene barrer rápido bajo la alfombra.
Carlos Rovira tenía 78 años. Filomena Grieco 81.
Oí hablar por primera vez de ellos cuando entrevistaba a ex integrantes del MLN para escribir mi libro Historias tupamaras. Luis Nieto y Kimal Amir me refirieron su triste peripecia con pesar.
Cito la parte del libro que cuenta esta historia, solo una de tantas. Recurro a lo ya escrito; me cuesta encontrar nuevas palabras.

El MLN y sus mitos, tupamaros, Rovira GriecoNieto conoce también la historia de los Rovira-Grieco, un matrimonio que perdió a su único hijo aquel desgraciado 14 de abril de 1972. Horacio Rovira integraba la Columna 15. Tenía solo 18 años cuando fue asesinado por la Policía.El matrimonio Rovira-Grieco ha dejado testimonio de lo que vivió en un libro muy particular. En realidad son tres libros en uno.
La primera vez que lo editaron se llamó simplemente
14 de abril de 1972. Es el relato de Filomena Grieco, la mamá de Horacio, de todo el horror que les tocó vivir a ella y a su esposo Carlos a partir de aquel terrible día. Estuvieron más de un mes presos, maltratados, humillados, primero les ocultaron que habían matado a Horacio, luego se los comunicaron con crueldad. Ni siquiera los dejaron despedirse de su hijo muerto, ni verse entre ellos para abrazarse y llorar juntos.
Ellos no sabían que Horacio era tupamaro. Estaban al tanto de que su hijo era un estudiante militante y comprometido con las luchas sociales, pero no tenían idea de que había ingresado al MLN. Horacio les mentía. Les decía que iba a nadar al Neptuno y volvía mojado a casa, pero no iba a la pileta. Traía a su casa a muchachos que presentaba como sus compañeros de estudio, pero luego –cuando la Policía les mostró las fotos- descubrieron que esos dos jóvenes tan simpáticos y atentos que decían llamarse Rodolfo Martínez y Marcos Gambardela eran Alberto Jorge Candán Grajales y Armando Blanco Katrás, dos de los principales cuadros militares de la Columna 15.
El libro comienza con un verso de Daniel Viglietti: “se precisan niños para amanecer” y está dedicado a Horacio y a los otros tres tupamaros que murieron acribillados aquel 14 de abril de 1972 en su casa de la calle Pérez Gomar.
Todo ese primer volumen es un canto de dolor por la muerte de su único hijo y de odio a sus asesinos.
En un pasaje del libro, Filomena Grieco repasa las leyendas que ve pintadas en los muros de Montevideo: “Adelante tupamaros”, “Las Fuerzas Conjuntas con los ricos, los tupas con el pueblo”, “Habrá patria para todos o para nadie”. Y escribe: “Esta literatura en las paredes está escrita por muchachos heroicos que lo arriesgan todo, porque saben que la guerra no ha terminado”.
El libro termina con los padres de Horacio proclamando que abrazan los principios de su hijo. “Las cosas que él quería, los ideales que él defendía los heredamos nosotros. Es una herencia al revés”.
La obra ganó un premio de Casa de las Américas, en Cuba. Los padres de Horacio cumplieron su promesa. Terminaron exiliados en la isla, primero; luego en Argentina.
Lo que siguió en sus vidas está relatado en dos nuevos libros, o dos nuevos capítulos que agregaron a su libro original. El primero, escrito en 1992, se llama
Veinte años después. El segundo, de 2002, se titula Treinta años después. No ganaron premios.
En ambos, los padres le escriben con ternura y sinceridad a su hijo muerto, le cuentan las vivencias de los años que no pudieron compartir. El matrimonio Rovira-Grieco vio demasiadas cosas que no puede callar. El entusiasmo de llegar a Cuba, pero la tristeza de ir descubriendo con los meses que aquello era una vulgar dictadura. Enterarse que en 1972 la cúpula presa de los tupamaros había negociado una salida política con los mismos militares que habían asesinado a su hijo. Le preguntan a Horacio quién decidió esa negociación y en nombre de quién. “Somos los anónimos, los comunes, los usados. Las pilas de cadáveres sobre las que se encaraman los vencedores de todas las batallas, que tendrán estatuas de bronce y figurarán en los libros de historia; son la única y cruda realidad. Y tú, yo, él, nosotros los anónimos, ¿cuándo fuimos consultados?”
Con la reapertura democrática, en 1985, volvieron a Uruguay. Lo que encontraron los volvió a desilusionar: los mismos políticos, las mismas consignas, los mismos vicios. Le cuentan a Horacio: “en el gremialismo, con escasas variaciones, los mismos dirigentes vitalicios diciendo las mismas cosas. ¡Horacio, se hacían paros invocando reconquistar el salario de 1968! ¿Y por qué en el 68 hacíamos huelgas, si estábamos tan bien que ahora se aspiraba a aquel salario? ¿Cuándo nos engañaron, antes o ahora?”.

Nunca nadie respondió a las preguntas de los Rovira Grieco.
Los que escribieron el guión de aquella historia nunca jamás han dicho: yo me siento responsable.
No se hablará más de los Rovira Grieco.
Silencio cómplice, mientras el barro se hace bronce.

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