De la galera. De ahí sacó el presidente José Mujica la idea de designar 18 coordinadores de la Presidencia en cada departamento del interior. Mujica no propuso este proyecto en la campaña electoral, a pesar de que micrófonos le sobraron. Solo para el libro Pepe Coloquios, el hoy presidente concedió 14 entrevistas, 28 horas de grabación, todas sobre cómo sería su gobierno. Allí habló de todo y de todos, incluso lanzó su aspiración de dotar a la Fuerza Aérea de kamikazes. Pero en esa maratón de proyectos no hubo ni siquiera una mención al pasar, ni una línea, ni un renglón, a los 18 coordinadores de la Presidencia. Nada. Si el plan es tan bueno como se dice hoy, ¿para qué ocultárselo a la ciudadanía?
La iniciativa de crear un ejército de coordinadores de la Presidencia parte, qué paradoja, de un presidente que ha hecho de la austeridad una bandera de vida. La gente votó a Mujica con la certeza que bajo su Presidencia ni un peso sería malgastado. Mujica ha hablado una y mil veces, durante años, de la necesidad de achicar los gastos políticos del Estado. Él mismo planteó, por ejemplo, pasar a tener un Parlamento unicameral. Ahora que es presidente y tiene mayorías legislativas y puede hacer lo que tanto prometió, ¿ésta es su manera de achicar la burocracia política?
Choca también ver cómo un Mujica que se ha pasado la vida pregonando la necesidad de buscar puntos de encuentro entre todos los uruguayos se despacha ahora con un proyecto que va en sentido opuesto a uno de los muy pocos asuntos, quizás el único, en el cual estamos todos de acuerdo: tenemos demasiada burocracia. Es hora de achicarla –lo dicen todos, desde Fernández
Huidobro a De Posadas- no de agrandarla. Todos dimos por seguro que Mujica no iba a traicionar ese consenso.
Debido a la oposición que generó, el planteo ha sido rebajado en parte. Ahora se habla de que en lugar de 18 coordinadores departamentales serán “solo” seis y regionales. En eso se basa, por ejemplo, el sector de Jorge Larrañaga para apoyarlo.
Sin embargo, que sean 18 o seis no elimina todo lo anterior ni tampoco hace que la propuesta se transforme en buena. Que sean seis, 11 o 18 no cambia lo básico de este proyecto: es innecesario, superfluo, retrógrado, casi decimonónico. La gran idea del presidente Mujica habría sido útil en la época de los chasques. Pero desde la invención del teléfono dejó de tener sentido.
Gracias al poder enorme de la actual tecnología, tengo un amigo que desde Holanda, él solo, coordina equipos de trabajo en la India, Japón, Estados Unidos, Brasil, México y en otros sitios de Europa. Solo una vez por semana va a su oficina. El resto de los días hace el trabajo desde su casa, con su computadora. Eso hace que cada jornada gane dos horas más de productividad. Hace poco tuvo que venir a Uruguay por unos días. No pidió licencia. Continuó haciendo la misma labor de siempre, solo que desde Montevideo. Ése es el mundo de hoy. En cambio, esta onerosa partitura que se nos quiere imponer, música y letra de Mujica y arreglos de Larrañaga, es de la época de las vitrolas. Es un monumento al Uruguay del atraso.
El proyecto todavía se comprende menos cuando se sabe que la mayor parte de los ministerios ya tiene sus coordinadores departamentales. Están todos reunidos en pequeñas ciudades y son incapaces de coordinar entre ellos. ¡Y la gran solución es crear más cargos en lugar de hacer funcionar bien a los
que ya existen!
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Lo peor es que, visto desde una perspectiva más amplia, el asunto es aún más preocupante.
El presupuesto nacional que se está discutiendo no solo impone a los coordinadores presidenciales, sino que crea decenas de otros nuevos cargos de confianza política, unos 60 en total según informó la prensa. También elimina una reforma concretada en el gobierno de Tabaré Vázquez por la cual se habían creado unos puestos de “alta especialización” en el Estado –cargos de confianza que debían ser ocupados por técnicos y especialistas de capacidad probada. Estos puestos son ahora transformados lisa y llanamente en cargos de confianza política: auditor interno de la Nación, director de la Propiedad Industrial, director del Museo Histórico Nacional, director técnico del Instituto Nacional de Estadística, inspector general de Trabajo, director técnico de Energía, director de Catastro y director de Pequeña y Mediana Empresa.
Quienes asuman en estas tareas ya no tendrán que exhibir ninguna idoneidad en la materia. Es una resolución curiosa en un presidente que ha repetido muchas veces que necesitamos un estado moderno.
Como ya sucedió con los ocho alcaldes de Montevideo, la mayor parte de estos nuevos cargos serán adjudicados a militantes del MPP. Todos ellos, en especial los delegados del presidente, serán agraciados con sueldos altos y beneficios generosos. Los ocho alcaldes de Montevideo recibieron una retribución de 80.000 pesos mensuales (¡uno de ellos se votó su propio salario en la Junta Departamental!). Si eso es lo que gana un simple alcalde barrial derrotado por el voto en blanco, más vale no imaginar cuánto nos costará cada delegado regional del mismísimo presidente de la República.
Pero los nuevos cargos de confianza política no se llevarán a su casa 80.000 ni 120.000 pesos. Agitando nuevamente la bandera de la austeridad, el MPP tiene topeada la cantidad de dinero que pueden cobrar sus integrantes que ocupan cargos de confianza. Sólo pueden quedarse con 37.000 pesos. El resto va para el propio MPP. Así, cada mes que pasa, este sector político recibe una fortuna, miles y miles de dólares, provenientes de los sueldos de sus cada vez más números cuadros de confianza. Si Mujica es el nuevo Jesús de los pobres como pretenden algunos, el MPP es el Vaticano: lleno de poder y dinero.
La voracidad del MPP parece no tener fin. Aunque el sector niega haber tenido parte en esta decisión, es imposible no asociar la reciente remoción de veinte directores de hospitales y su sustitución, en algunos casos, por enfermeros y militantes sindicales. ¿De qué partido serán?
Los aportes partidarios son la pasta base de la política: siempre se necesita más.
Todo esto no es original. Todo esto ya lo hizo antes el PT en Brasil. Es la receta del éxito, la que permite ganar una elección tras otra. Se copa el Estado. Se multiplican los cargos de confianza. Se designa a los correligionarios. Se les topea el sueldo. El partido absorbe la mayor parte de esos ingresos. El partido se enriquece, acumula un tesoro que se maneja a discrecionalidad pensando siempre en cómo ganar la siguiente elección. Y se gana. Dilma Rousseff le lleva millones de dólares de ventaja a José Serra en cuanto a gastos de campaña.
El esquema, además del peso brutal que supone para todos los ciudadanos, disimulado en estos años de bonanza económica, tiene un talón de Aquiles: la corrupción. En Brasil todo el dinero “caja dos” se ha usado para las mayores chanchadas, incluyendo la compra de votos en el Parlamento. Y todos los escándalos de corrupción del gobierno de Lula, que darían para llenar varias páginas, fueron protagonizados por cargos de confianza política, amables donantes de buena parte de su sueldo al partido. (El PT toma de cada uno un porcentaje preestablecido según el monto de su salario).
Nuestra fiesta no tiene nada de original.
Y tampoco es tan nueva o tan rara. A decir verdad, ya habíamos vivido antes cosas parecidas.
Solo que el presidente Mujica se pasó una década pregonando otra cosa.
el.informante.blog@gmail.com
Sobre el mismo tema: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2010/09/la-pasta-base-de-la-politica.html
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