30.12.11

El irresistible avance de los transgénicos

Una bendición. Una maldición. Pocos temas dividen más las aguas que los transgénicos.
Un transgénico es un organismo al que el hombre le ha insertado un gen de otra especie. Parecen de ciencia ficción, pero ya son una realidad servida en nuestra mesa.
Los avances en biotecnología le permiten hoy al hombre extraer genes de un ser vivo y colocárselos a otro de una especie distinta para dotarlo de alguna ventaja de la cual carece naturalmente. Ni siquiera es necesario respetar las fronteras que dividen al reino vegetal del animal. Son las maravillas de la ingeniería genética: mañana oiremos hablar de una lechuga a la que se le insertó un gen del atún, de un halcón al que le pusieron un gen de la naranja.
Hay quienes ven esto como un gran avance, un camino que abre infinitas posibilidades al hombre, una ruta cierta para aumentar la producción de alimentos. Otros, en cambio, lo consideran un peligro, una caja de Pandora antinatural y de imprevisible futuro, con reminiscencias del Golem de Borges.
Informe sobre transgénicos - soja - maíz - glifosato
Este informe fue publicado en la edición octubre-
noviembre 2011 de la revista Placer
La idea partió de un fenómeno presente en la naturaleza. Existe una bacteria en el suelo –Agrobacterium tumefaciens- que ataca a diversos  frutales, como la vid, los durazneros y los manzanos. Esta bacteria logra un fenómeno único: le traspasa su código genético a su víctima.
El hombre, sin embargo, es nuevo en esto de pasar genes de una especie a otra. Por ahora puede hacerlo, aunque no tiene la capacidad de determinar en qué lugar exacto del ADN del receptor quedará alojado el extraño gen que recibe. Hay una cuestión de suerte. Allí donde cae, el nuevo gen queda. Por eso los transgénicos reciben el curioso nombre de “eventos”.
En Uruguay el primer “evento transgénico” autorizado fue la soja RR, una variedad creada, patentada y vendida por la empresa Monsanto y que, gracias a la incorporación de un gen de la bacteria  Agrobacterium SP, se tornó resistente al herbicida glifosato.
Esto quiere decir que si en un cultivo de soja RR se aplica este agroquímico todas las plantas allí presentes mueren, pero nada le ocurre a la soja.  Eso, al menos en principio, simplifica el modo de cultivarla.
La siembra de soja RR fue autorizada por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca en 1996, durante la segunda presidencia de Julio María Sanguinetti, sin que mediara ningún debate público al respecto.
La situación se mantuvo incambiada hasta los años 2003 y 2004, cuando, durante la administración del presidente Jorge Batlle, se habilitaron dos nuevos cultivos transgénicos, el maíz MON810 y el maíz BT.
El MON810 y el BT son maíces que, producto de la introducción de genes de distintas bacterias, se transformaron en plantas con flit incorporado: matan a los insectos lepidópteros, más conocidos como mariposas, que son plaga de su cultivo.
A diferencia de lo ocurrido con la soja, estos dos nuevos “eventos” sí fueron analizados por una comisión de evaluación de riesgo de la cual formaron parte técnicos del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente. Por eso, su autorización recogió dos medidas de precaución: se estableció que cada productor de maíz transgénico debe hacer una declaración jurada y se fijó un “área de amortiguación” según la cual estos cultivos deben estar a por lo menos a 250 metros de cualquier cultivo de maíz tradicional.
En cambio, no fue contemplado el reclamo de varias ONGs y algunos técnicos para que se decretara el etiquetado obligatorio de todos los productos genéticamente modificados.
Tras ocho años sin que se autorizara el cultivo de ningún nuevo vegetal transgénico, la voluntad del actual gobierno del presidente José Mujica de estimular estos cultivos quedó en evidencia en dos de sus decisiones. En octubre de 2010 se autorizó la plantación con fines de estudio de cinco nuevas variedades transgénicas, a pesar de los informes en sentido contrario de técnicos de la Dinama y la Facultad de Ciencias de la Udelar.  En junio de 2011 se autorizó el cultivo masivo de cinco nuevas variedades de maíz genéticamente modificado: dos de ellas resistentes al glifosato, una con insecticida incorporado y otras dos con ambos efectos simultáneos.

La expansión
Los transgénicos son un súper éxito en Uruguay. Tanto que el país, a pesar de su reducida superficie, ocupa hoy el noveno lugar en el ranking mundial de sembradores de productos genéticamente alterados.
Antes de 1996, en Uruguay se cultivaban entre 5.000 y 7.000 hectáreas de soja natural. Hoy ya se llegó al millón, prácticamente todas de soja transgénica. Según Daniel Bayce, gerente de la Cámara de Semillas, la impactante expansión se explica por tres motivos: la suba internacional del precio de este vegetal, los impuestos que Argentina colocó a sus productores y la simplificación en el modo de cultivar que supuso la soja RR.
“La soja resistente a los herbicidas –dijo- facilitó el control de las malezas, que no era sencillo en Uruguay porque los herbicidas tradicionales no lograban un efecto completo”.
Por su parte y de la mano de la expansión de sus variedades transgénicas, el maíz pasó de 38.900 hectáreas en 2003 a 96.000 en 2010. Tan arrollador ha sido el avance del maíz transgénico que se estima que hoy solo el 2% del maíz se produce en chacras dedicadas al cultivo convencional u orgánico.
“Uruguay era un país dependiente del maíz importado de Argentina, y hoy puede autoabastecerse”, señaló Bayce. “La llegada del maíz resistente a los insectos ha sido muy importante, porque antes controlar la lagarta era complicado. Se necesitaban dos y tres aplicaciones de insecticidas, que hoy ya no son necesarias”.
Bayce es un ferviente partidario de la soja y el maíz genéticamente modificados. “En el caso el maíz, por ejemplo, el transgénico bajó el costo y simplificó la logística del cultivo. El productor ya no tiene que manipular insecticidas. Y ya no se usan productos que matan indiscriminadamente, porque el maíz transgénico es tóxico para un grupo particular de animales que es el que afecta los cultivos y no para todos”.
¿Por qué entonces los transgénicos generan tanta oposición y rechazo?
Algunos de sus flancos más cuestionados tienen origen en sus propias soluciones: el glifosato, por ejemplo.
El glifosato, también patentado por Monsanto, no es el más tóxico de los herbicidas. Por eso, su aplicación asociada al cultivo de soja RR puede verse, en principio, como beneficiosa, ya que sustituye a otros agroquímicos más contaminantes, como la atrazina, cuya ominosa presencia ya se detectó en las aguas del río Santa Lucía.
Sin embargo, el glifosato se está transformando en un gran problema. Sabedores de que su soja transgénica sobrevivirá no importa cuántas toneladas de este herbicida le echen encima, los productores tienden a utilizar el glifosato en cantidades que superan lo aconsejable.
“Hoy se lo está aplicando en exceso, en grandísimas extensiones”, señaló Pedro Mondino, docente de fitopatología de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República. “Como es barato se lo aplica de más, por las dudas. Se dice que ese no es un problema del transgénico en sí, sino una cuestión de malas prácticas agrícolas. Pero de un modo u otro está ocurriendo”.
A su vez, el uso de glifosato se multiplica aún más por la aparición de  malezas resistentes, otro de los puntos débiles de la tecnología transgénica.
Cuando son atacadas, todas las especies animales y vegetales buscan un mecanismo que les permita sobrevivir. Eso incluye a las malezas –los yuyos- que se ven rociados con glifosato. Más tarde o más temprano, en los campos de soja transgénica –si los cultivos no se rotan- aparecen hierbas mutantes inmunes al glifosato. Estos vegetales se reproducen y luego de un tiempo los campos se llenan de malezas resistentes.
¿Qué hace el productor cuando detecta que hay hierbas que no mueren con el glifosato? Generalmente echa más glifosato. Como no obtiene resultados, echa más aún. La maleza sigue viva y el productor insiste. El círculo del exceso de glifosato se expande. Finalmente se recurre combinar el glifosato con pesticidas más tóxicos y contaminantes.
Estas hierbas resistentes al glifosato han sido bautizadas como “súper malezas” y ya son un problema para los agricultores de Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos. En Uruguay su aparición es incipiente. Según Bayce, de la Cámara de Semillas, ha ocurrido que la hierba llamada carnicera no muera en los cultivos, pero según sus datos eso no se debe a que se haya transformado en resistente, sino a que esa planta, cuando ya está muy desarrollada, no absorbe el herbicida. Otras fuentes, en cambio, señalaron que las súper resistentes ya están entre nosotros.
“En Uruguay ya hay malezas resistentes. Es conocido e incluso se ha publicado en la prensa”, dijo Eduardo Gudynas, poseedor de una maestría en ecología social.
Lo mismo que pasa con las malezas ocurre con los insectos. Si uno ataca a los lepidópteros sembrando grandes extensiones de un maíz que los mata, llegará el momento en el que uno de estos insectos mutará y logrará sobrevivir al veneno. Cuando ese animal se cruce con otro resistente, se reproducirá. Entonces tendremos un escuadrón de mariposas mutantes cuyas voraces larvas serán inmunes a los insecticidas.
Para que eso no ocurra, la ley obliga a que en cada plantío de maíz transgénico, una superficie equivalente al 10% del total se cultive con maíz tradicional.
El objetivo es que algunos insectos coman de ese sector y por lo tanto no mueran. Así se reducen las posibilidades de que un mutante encuentre una pareja con su misma alteración. Porque si el mutante se cruza con un insecto normal, sus hijos serán normales: se necesitan dos mutantes para que la anomalía prospere y se extienda. De ese modo, si bien ese “refugio” de maíz tradicional no impide la aparición de súper insectos resistentes a los agroquímicos, sí reduce las posibilidades de que se crucen, se reproduzcan y difundan su mutación.
La existencia de estos “refugios” es controlada por el MGAP. En cambio, para evitar las súper malezas la mejor medida sería rotar los cultivos, pero eso no lo exige ni lo controla nadie.
Esa falta de rotación también empobrece los suelos. A diferencia de lo que ocurre con otros cultivos, la soja (en todas sus variedades) toma mucho del suelo y devuelve poco.
Quien dio la voz de alerta fue el propio decano de la Facultad de Agronomía, Fernando García, un especialista en el tema. En la Expo Prado 2010 afirmó: “la soja es un problema para la conservación del suelo, porque tiene poca biomasa y la mayoría se cosecha porque es muy eficiente, no cubre el suelo, no repone nada de lo que extrae".
Agregó que eso debería mitigarse rotándola con otros cultivos, “pero el mercado va hacia la soja, soja, soja”.
Según señaló Bayce, para enfrentar este problema, a partir de 2012 el MGAP comenzará a exigir a los productores que presenten un plan de manejo del suelo, con rotación de cultivos.

El polen volador
Otro cuestionamiento que se le hace a los transgénicos es el modo en que afectan a otras plantaciones.
Cuando en 2008, bajo la presidencia de Tabaré Vázquez, el Poder Ejecutivo sancionó el decreto que regula la plantación de estos vegetales genéticamente modificados, se definió que Uruguay seguiría una política de “coexistencia regulada” entre los cultivos convencionales, orgánicos y transgénicos.
“Se suponía que eso significaría que el gobierno le aseguraría a cada sector las mismas oportunidades. Pero creo que es ahí donde más se está fallando”, dijo un técnico de la Dirección Nacional de Medio Ambiente, que pidió que su nombre no se publicara.
El problema principal es el polen. 
Cada planta de maíz produce entre 4,5 y 25 millones de partículas de polen en cada floración que son llevadas por el viento (y en menor medida por los insectos) y polinizan otros maíces.
Se han comprobado casos de plantas de maíz que fueron fecundadas por otras situadas a 800 metros. Y se sospecha de casos ocurridos a distancias aún mayores. Sin embargo, se estima que una distancia de 200 metros entre un cultivo y otro garantiza una pureza de 99%. Y una de 300 metros lleva el porcentaje a 99,5%.
Uruguay decretó que los cultivos transgénicos deben estar a una distancia mínima de 250 de los convencionales u orgánicos. Y le encomendó la tarea de control a la Dinama. Sin embargo, el técnico consultado señaló que esa oficina carece los recursos necesarios como para verificar que esa normativa se cumpla. No es un detalle menor. Por el contrario, es un problema mundial: si el polen transgénico comienza a fecundar a las plantas de maíz tradicionales y el fenómeno se expande a gran escala podría perderse la identidad genética del maíz. Las variedades originales –propias de México y Perú- podrían desaparecer como tales. También las variedades locales, de las cuales Uruguay tiene algunos valiosos maíces criollos, podrían perderse. El maíz de todo el mundo podría volverse uniformemente transgénico, lo que significaría un grave riesgo para este cultivo, ya que la supervivencia de toda especie animal o vegetal depende de que se mantenga su diversidad genética.
Variedades diversas del maíz en Perú peligran por los transgénicos
Variedades del maíz en Perú.
El técnico de la Dinama entrevistado para este informe cree que ese fenómeno ya comenzó a producirse en Uruguay, quizás de forma irreparable.
En 2009, un estudio realizado en colaboración entre el laboratorio de Trazabilidad Molecular (Sección Bioquímica) de la Facultad de Ciencias y la ONG Redes - Amigos de la Tierra relevó la situación de 11 chacras de maíz no transgénico. Cinco de ellas presentaban riesgo real de fertilización cruzada por transgénicos, teniendo en cuenta la distancia al plantío transgénico más cercano  y la coincidencia en sus fechas de floración. De ellas, tres presentaron contaminación transgénica. Dos de estas chacras se encontraban a una distancia de entre 40 y 100 metros de una  plantación de maíz genéticamente modificada, en clara violación a la normativa vigente. La otra estaba a más de 300 metros y se había visto afectada a pesar de estar separada del cultivo transgénico más cercano por una distancia mayor a la exigida por las autoridades.
El responsable del estudio, el bioquímico Pablo Galeano, manifestó al presentar sus conclusiones: “Esta investigación viene a demostrar que aún con los pocos eventos transgénicos que hay no existen garantías de ningún tipo para aquellos que busquen conservar materiales criollos libres de transgénicos, u orgánicos. Por lo tanto la coexistencia regulada no es coexistencia”.
Más dura fue la ONG Redes Amigos de la Tierra: “La ‘coexistencia controlada’ entre cultivos transgénicos y orgánicos o convencionales es un espejismo legal que no tiene su correlato en la realidad”.
Un técnico de la Dinama consultado para este informe fue cáustico: “Este tema es muy complejo y supera las actuales capacidades del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, y de la Dinama. ¿La distancia establecida de 250 metros está bien? ¿O tendrían que ser 500? ¿Quién lo está estudiando? ¿Quién está controlando que se cumpla la norma vigente? ¿Dónde están ubicados los productores orgánicos que se debería proteger? Nos faltan estudios, recursos, información, bases de datos, indicadores. No estamos en condiciones de manejarlo bien”.
El técnico se mostró pesimista. “Es posible que ya no quede nada que cuidar. Tenemos casi un millón de hectáreas de soja transgénica. El maíz ya va a superar las 100.000. Y ahora va a haber cinco variedades más. Con esas cifras es casi imposible que los escasos cultivos convencionales u orgánicos no reciban genes transgénicos”.
Orgánico y transgénico son incompatibles. Si un cultivo orgánico recibe polen transgénico pierde su condición de tal.
Existe en Uruguay un molino –Santa Rosa- que ha trabajado con maíz orgánico. Se trata de una empresa llevada adelante por sus propios trabajadores. Su responsable, Carlos Reyes, dijo que ya hace un tiempo no logran adquirir una partida suficientemente grande de maíz orgánico para procesarla. “Como hay mucho transgénico, hay mucha contaminación. Hay maíz orgánico para consumo fresco, pero es difícil conseguir una partida que se pueda certificar como orgánica y que tenga al menos 30 toneladas para que valga la pena industrializarla. Últimamente no la hemos podido obtener”.

Polentas trans
Aunque en Uruguay están prohibidas las variedades transgénicas de maíz dulce (el que se usa para consumo directo humano, de donde se obtiene el choclo que se vende en ferias, puestos y supermercados), los uruguayos ya estamos comiendo maíz transgénico.
Una tesis de grado elaborada en la Facultad de Ciencias lo demostró de modo tajante.
El trabajo que realizó para de graduarse como licenciado en biología, Martín Fernández Campos estudió el contenido de 20 polentas en venta en Uruguay.
El resultado fue categórico. Fernández –con la tutoría del doctor Claudio Martínez Debat- logró obtener muestras analizables de ADN en 18 de los 20 casos. Y todas ellas contenían maíz transgénico.
“Se concluye que el 100% de las muestras analizadas están elaboradas al menos en parte por maíz genéticamente modificado”, dicen las conclusiones.
Además, “es de esperar que muchos alimentos elaborados a base de maíz como galletas, pan, aceites, raciones animales, entre muchos otros, también lo contengan. Durante la puesta a punto de las metodologías se analizaron nachos y cereales de marcas conocidas y ambos productos también contenían maíz GM”.
En sus conclusiones, Fernández señala que “es indispensable poner a punto metodologías que permitan detectar contaminación entre chacras” si Uruguay quiere cumplir con la proclamada coexistencia entre distintos tipos de cultivos (convencionales, orgánicos y transgénicos).
La tesis de Fernández recuerda que cada vez el público reclama un mayor conocimiento de lo que está comiendo. Pero por el momento, Uruguay no exige un etiquetado que diferencie a los productos que tienen transgénicos de los que no. Y pocos pueden suponer que al comer polenta están comiendo maíz genéticamente modificado.
El profesor de fitopatología Mondino es uno de los que quisiera poder acceder a ese tipo de datos: “Si sos un poco precavido, es lógico que prefieras no comer un alimento que esté fabricado con transgénicos. En el caso del maíz, el insecticida que se usaba fuera, lo pusieron dentro de la planta. Estamos hablando de una planta en la cual, cada una de sus células tiene una toxina. Y nadie te informa lo que estás comiendo. Yo quiero poder elegir si lo quiero comer o no. Lo que me gustaría es que los alimentos transgénicos se etiquetaran, pero eso no ocurre porque Uruguay hoy no obliga a hacerlo”.
Para Bayce eso es casi imposible. Según su razonamiento, si se etiquetan  los alimentos transgénicos, se debería verificar que los que dicen estar libres de ellos no mientan. Analizar todos los alimentos le parece utópico. Cuando se le recuerda que en Japón y Europa ya rige el etiquetado obligatorio, acusa a los europeos de actuar con hipocresía: “Ellos tienen dos excepciones a su norma de etiquetado: los microorganismos son la primera y, qué casualidad, ellos usan microorganismos transgénicos en sus industrias lácteas y de vinos. La otra excepción son los derivados de animales y, oh casualidad, todo su ganado se alimenta de maíz transgénico argentino o de Estados Unidos”.
Bayce dice no entender para qué se pide el etiquetado cuando los alimentos transgénicos están tan habilitados como cualquier otro, en función de que no existe ninguna evidencia de que dañen la salud.
Pero quienes desconfían sostienen que nadie sabe cuáles podrían ser las consecuencias de consumir transgénicos a largo plazo. Todavía –aducen- no ha transcurrido tiempo suficiente para estar seguros. El profesor de bioquímica y biología molecular Martínez Debat, tutor de la tesis que comprobó la presencia de transgénicos en las polentas, señaló a La República que “a largo plazo no se sabe” qué puede ocurrir. Dijo que, por ejemplo, podría producirse una inserción de material genético en el organismo de quien come transgénicos, con resultados desconocidos. “Todos somos conejillos de Indias”, señaló.
Mondino comparte el resquemor. El fitopatólogo señaló que el conocimiento científico varía y lo que hoy se considera seguro, mañana puede no serlo. “A principios de los años 60, la que entones era la máxima autoridad de la fitopatología uruguaya aconsejaba aplicar mercurio y arsénico de plomo a los tomates. Se lo consideraba seguro. Hoy sabemos que eso es muy peligroso para la salud”.
Lamentablemente –agregó- los estudios para demostrar efectos negativos de cualquier producto no son fáciles, son costosos y muchas veces solo se justifica invertir dinero y recursos humanos en estudiarlos cuando se constata que han provocado algún problema importante”.
Sin embargo, en el gobierno no parece existir mucho clima para escuchar los reclamos o los consejos de aquellos más precavidos ante los transgénicos.
El etiquetado ha sido reclamando muchas veces y siempre fue descartado. La norma que fija una distancia de 250 metros entre un cultivo transgénico y otro convencional u orgánico parece estar en vías de ser derogada, según relataron fuentes empresariales y de la Dinama.
El divorcio entre los técnicos y los ministros que finalmente toman las decisiones quedó en evidencia cuando en octubre de 2010 se autorizó a plantar en forma experimental cinco nuevos “eventos” transgénicos: dos sojas y tres maíces. En esa oportunidad al menos uno de los maíces recibió un informe negativo de los técnicos de la Dinama y de los especialistas en entomología de la Facultad de Ciencias. Se trata de un maíz que incorpora una toxina que mata a un insecto que no es plaga del cultivo en Uruguay. Los técnicos no veían el sentido entonces de introducir esa variedad, ni de matar a insectos que no son plaga, modificando el ambiente sin un objetivo muy claro.
“No tiene sentido investigar algo que no le va a solucionar ningún problema concreto a nuestros productores”, dijo un técnico de la Dinama.
Sin embargo, la objeción no fue oída y la ministra de Medio Ambiente Graciela Muslera se alineó con el resto del Poder Ejecutivo y firmó la habilitación.  “Queda claro que se trata de autorizaciones políticas y no técnicas”, afirmó Eduardo Gudynas.
Tal decisión provocó que la representante alterna del Ministerio de Medio Ambiente ante la Comisión para la Gestión del Riesgo del Gabinete Nacional de Bioseguridad, la ingeniera agrónoma Laura Bonomi, renunciara a su cargo. Consultada para este informe, Bonomi afirmó que no hizo ni hará declaraciones públicas.
Mientras tanto, las opiniones continúan tajantemente divididas. Para Bayce, que representa a todos los involucrados en la plantación y comercio de transgénicos a través de la Cámara de Semillas, todo se debe a un problema ideológico. Cree que los cultivos genéticamente modificados son atacados por ser producidos por multinacionales, como Monsanto y Syngenta, que cobran derechos de autoría por estas variedades que tienen patentadas.
“Si logran estigmatizar el producto, logran hacer un perjuicio a la multinacional que hace la materia prima. Es un tema ideológico. Yo admito que en esta tecnología hay una preeminencia de cinco o seis compañías. Pero entonces la clave está en sancionar leyes antimonopólicas. Debería trabajarse por ahí y no atacando un producto que supone muchos beneficios. Porque un millón de hectáreas de soja transgénica producen un efecto menor en el medio ambiente que un millón de hectáreas de soja convencional”, afirmó.
A Mondino lo que le da bronca es que a quienes cuestionan algún aspecto de los transgénicos sean tratados como “ambientalistas” o gente refractaria a la ciencia. “Yo soy un científico”, dijo.
En estos días el fiscal Enrique Viana libra un juicio contra los ministerios de Ganadería, Agricultura y Pesca y de Medio Ambiente, con el fin de lograr que Montevideo sea declarada un área libre de transgénicos. Pretende con ello dejar una zona del país que sirva como refugio para la producción orgánica. Pero no es muy optimista con el resultado.
Para él, con los transgénicos pasa lo mismo que con las fábricas de celulosa, las plantaciones forestales y los proyectos de minería a cielo abierto. “Todos estos elementos –dijo Viana- marcan una contradicción muy fuerte con la ley de medio ambiente, que coloca al Uruguay Natural como un principio jurídico. Pero al mismo tiempo, también son hechos consumados o van camino a serlo”. “A esta altura –se resigna el fiscal- más valdría derogar la ley”.

Artículo de Leonardo Haberkorn
Publicado en la edición octubre- noviembre 2011 de la revista Placer
el.informante.blog@gmail.com

8.12.11

Nuestro problema con el delito

Ya nadie discute que Uruguay tiene un problema de seguridad. Lo que se discute ahora son las razones, las responsabilidades y el eventual modo de salir de esta locura que cada día nos depara una noticia peor que la otra.
Como ocurre con todo problema complejo, en la crisis de la seguridad pública las causas son múltiples y variadas. El calamitoso estado de las cárceles, la decadencia de la Policía, la corrupción tolerada y escandalosa en el INAU sin duda son algunas de ellas. Son problemas que décadas y décadas de desidia política han agravado hasta los límites intolerables del presente.
Pero sin desmerecer la influencia de estos y otros fenómenos, existe otro ingrediente que juega un rol muy importante en la crisis de la seguridad y del cual no se habla. Es una causa obvia y oculta a la vez: ocurre que un número muy grande de uruguayos, un porcentaje mayor al que nadie está dispuesto a admitir, no siente que el robar sea algo necesariamente condenable. Dicho en otras palabras: muchos, demasiados, uruguayos no condenan el delito. Ser delincuente no está necesariamente mal visto en Uruguay.
Las razones por las cuales esto es así tiendo a creer que son complejas. Por un lado, algo de eso hay en nuestro ADN histórico. Fuimos tierra de conquistadores que llegaron con la ilusión de llevarse mucho y construir poco. En nuestra historia, además, hay mucho bandolerismo maquillado, oculto, incluso glorificado. Los malones charrúas, el gauchaje que vivía de lo que podía tomar aquí y allá, los abusos de las tropas de Artigas cuidadosamente borrados de los libros de texto, los paisanos que en Rocha prendían fogatas en la costa para engañar a los barcos, hacerlos encallar y robar las pertenencias de los náufragos. Sin olvidar las “expropiaciones”, eufemismo con el cual el MLN llamó y llama a los asaltos con los que financió su fallida revolución.
La idea central implícita que justifica todos estos abusos es que los pobres, los desamparados, tienen derecho a robar. Es un discurso histórico que sigue vivo porque lejos de combatírselo se lo ha alimentado y reforzado. Durante décadas ciertos grupos políticos han insistido en la idea de que la pobreza justifica el delito. A lo largo de muchos años desde el regreso de la democracia, mientras la vida en  el Uruguay iba poco a poco perdiendo su histórica calma, se insistía con el mismo argumento: ¡cómo no va a aumentar el delito si cada vez hay más pobres! El vicepresidente Danilo Astori admitió en una reciente entrevista que el Frente Amplio propaló durante mucho tiempo esa idea “equivocada”.
Lo cierto es que el efecto de ese discurso ha impregnado la mente y el corazón de los uruguayos: el delito no se condena porque lo cometen los pobres desgraciados que nada tienen. Así se piensa.
Por supuesto, el argumento era falso en 1985, en 1995, en 2005 y lo es hoy también como –más vale tarde que nunca- Astori acaba de reconocer. Si fuera así, en  países como Haití, Nepal y Burkina Faso todos serían ladrones. Sin embargo, en Uruguay esta manera de pensar prendió con tanta fuerza que algunos recién se desayunan ahora de su falsedad. ¿Cómo es posible que la pobreza haya caído notoriamente y los delitos sigan subiendo?  ¿Cómo puede ser que Uruguay tenga el menor índice de desempleo en muchas décadas y día por medio maten a un comerciante, un vigilante, un policía o un taxista en un asalto? El ministro Bonomi, que como buen tupamaro ayudó militantemente en estos últimos años a instalar la idea de que la pobreza justificaba el delito, ahora ensaya triples saltos mortales en un intento imposible de conciliar su viejo discurso con la actual realidad: la gente -ha dicho- antes robaba para comer, y ahora para tener championes.
Mirá vos. Qué lindo que es ser tupamaro para encontrarle siempre una explicación sencilla a todas las cosas.
Pero el problema no es Bonomi. El problema es que la gente no le sigue el paso a Bonomi. La mayoría continúa pensando que el delito no es algo condenable. Que ser pobre lo justifica. Es la reedición de la lucha de clases en su versión más decadente y resentida: pobres planchas contra ricos chetos, con música de los Wachiturros de fondo. Por eso hubo tantos uruguayos que gozaron (sí, gozaron) al enterarse que un padre de Carrasco había matado a su hija creyendo estar disparando contra un ladrón. Es triste y es penoso, pero es así.
Este “estado del alma” del país nos trae varios problemas. Por un lado, muchos uruguayos sienten que no hay nada de malo en incursionar en el delito, las pruebas están a la vista.
Otros no salen a robar con revólver, pero se llevan todo lo que pueden de su lugar de trabajo. Hace unos meses vimos a un sindicato importante del PIT-CNT ir al paro en defensa de uno de sus trabajadores que había sido filmado robando. Pocas semanas atrás dos jueces de Maldonado fallaron en favor de dos trabajadores que habían sido despedidos del hotel Conrad, uno por llevarse a su casa alimentos de la cocina del establecimiento; el otro por quedarse con una pertenencia de un huésped. Dos casos que para el diccionario entran en la categoría de robo. Pero que para la Justicia uruguaya ni siquiera configuraron una notoria mala conducta.
De los bienes públicos que están en la calle, ni hablemos. Tenemos el récord mundial de robo de cables. Se llevan las canillas, las tapas de OSE, la arena de las playas, las plantas de los canteros, las letras de bronce de los monumentos, las placas de los cementerios.
Otros no roban directamente, pero como el delito no les parece algo condenable, para ellos no es un ningún problema comprar cosas robadas. Nadie ve al celular ajeno como un objeto de horror. Nadie ve miedo, pánico, sangre, muerte en un plasma que llegó al mercado a través de un asalto. No. Es tan solo una oportunidad, una oferta, la posibilidad de sumarme yo mismo a la cadena de viveza criolla. Si todos roban, los políticos son corruptos, los ricos son explotadores, ¿por qué yo, que soy más pobre que ellos, no voy a tomar mi pequeña tajada? Ni que decir que un razonamiento similar utilizan muchos para justificar sus evasiones impositivas.
Así funciona el círculo infernal en el que estamos metidos.
Si el delito no está mal visto, quizás eso explique por qué existe tan poca preocupación por sus víctimas. La Policía muchas veces arroja sospechas sobre los asaltados, los muertos, los desaparecidos de la democracia, como Nadia Cachés, de la que nadie habla y ningún equipo busca: gente imprudente que andaba con dinero, o con un reloj caro, o con vidrios polarizados, o en bicicleta como Nadia, o con armas, o sin armas, que quiso defenderse, o que no tomó lecciones de cómo enfrentar a un delincuente justiciero. La prensa cada vez más  reproduce cualquier cosa que le dice la Policía sin ponerse un segundo en la piel de la víctima o de su familia.
La sociedad uruguaya defiende a las víctimas de la dictadura, de la violencia doméstica, incluso a los animales maltratados, porque la dictadura, la violencia doméstica y el maltrato animal están mal vistos, por suerte. Pero al mozo de Los Francesitos que quedó casi parapléjico porque un delincuente le pegó un balazo con una bala preparada para hacer más daño, a él, como a cientos de víctimas de los delitos de cada jornada, a ellos no los defiende nadie. Nadie.
Y no los defiende nadie porque el delito común no está mal visto por una enorme cantidad de uruguayos. Esa es la verdad. Ése es nuestro terrible ADN. Esa es nuestra desgracia, la prueba de nuestra brutalidad, de nuestro atraso.
Podrán cambiar mil veces los ministros. Pero hasta que eso no cambie, no cambiará nada.


el.informante.blog@gmail.com


3.12.11

Éramos tan pobres...

El presidente de Uruguay, José Mujica, lució una chaqueta del Ejército venezolano durante la reciente cumbre de la novel Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), organizada por su colega de Venezuela, Hugo Chávez, en Caracas.

















Las imágenes fueron divulgadas por la oficina de prensa de la Presidencia de Venezuela.

23.11.11

La manzana mecánica

Se ha hablado mucho de Steve Jobs, su muerte, su legado, su talento. Pero nadie habla de esto. 
Los famosos iPods, iPads y iPhones del mundo no los fabrica Apple, sino Foxconn, la mayor productora del mundo de aparatos electrónicos. La empresa tiene su sede en Taiwán, pero la mayor parte de sus plantas industriales están en China.
Una de ellas es la enorme fábrica de Longhua, cerca de la ciudad de Shenzen, en el sur del país. Es tan grande que para ir de una de sus puertas a otra se necesita media hora de viaje en auto. Allí trabajan, comen y duermen entre 300.000 y 400.000 obreros.
En 2010 el diario británico The Telegraph visitó Longhua. En la crónica que escribió el periodista Malcolm Moore se cuenta que sus empleados la llaman, haciendo un juego de palabras en chino, “Corre hacia tu muerte”.
Moore fue enviado allí porque en 2010 hubo una ola de suicidios. En mayo, el total de empleados que había muerto tras saltar al vacío desde los edificios del complejo fabril ya llegaba a 12. Otros cuatro habían sobrevivido a su intento, y otros 20 habían sido detenidos por personal de seguridad cuando se aprestaban a saltar.
Luego de los suicidios, Terry Gou, el multimillonario fundador de la compañía, anunció que trasladaría a 60.000 empleados a otras de sus fábricas para que pudieran estar más cerca de sus familias. Por las dudas, también se colocaron redes alrededor de todos los edificios, se clausuraron ventanas y las puertas que dan a los balcones.
En mayo de 2011 el diario británico The Daily Mail informó que Foxconn había comenzado a exigir que sus trabajadores firmaran un papel en el cual aceptan que no tienen derecho a matarse. También deben firmar que, si se suicidaban, sus familiares solo tendrán derecho a una indemnización mínima.
Redes anti suicidios en una fábrica de Foxconn
Por esas fechas, Steve Jobs ofreció una conferencia de prensa en Estados Unidos donde declaró, según la BBC: "Foxconn no es una fábrica donde se explote a los obreros".
Sin embargo, El Daily Mail citó un informe de una ONG que estudió el caso de la empresa y concluyó que sus operarios eran sometidos a condiciones de trabajo degradantes tales como:
1) Abuso en las horas extras. A pesar de que existe un límite legal que prohíbe realizar más de 36 al mes, se consiguió el recibo de un trabajador que había hecho 98.
2)    Durante temporadas de zafra, los obreros solo tomaban un día de descanso tras 13 jornadas consecutivas de trabajo.
3)    Quienes no alcanzaban un buen rendimiento eran humillados frente al resto.
4)    Los trabajadores tenían prohibido hablar entre sí y permanecían de pie durante 12 horas seguidas.
La misma investigación demostró que algunos empleados solo salían de la fábrica para visitar a sus familias una vez al año. El director del relevamiento, Zhu Guangbing, le dijo al Telegraph: “Los trabajadores no tienen permitido hablarse entre ellos. Si hablas, se te hace una anotación negativa en tu foja de servicios y tu supervisor te grita. También te pueden multar”. Guanbing agregó que para mejorar la eficiencia y cumplir con el alto número de pedidos los obreros son conminados a repetir la misma tarea, los mismos movimientos rápidos y exactos en la línea de montaje, un mes tras otro. “Los trabajadores con los que hemos hablado dicen que sus manos siguen temblando en la noche, o que cuando están caminando por la calle no puede dejar de hacer el movimiento que hicieron en el trabajo. Nunca son capaces de relajar sus mentes”.
Una obrera le dijo al Daily Mail: “A veces algunos de mis compañeros de dormitorio lloran cuando vuelven de una larga jornada de trabajo”.
La empresa, que también fabrica para otras grandes compañías-Nokia, Samsung, Sony y Dell entre ellas-, admitió violar las normas vigentes sobre horas extras, pero adujo que quienes habían excedido los límites lo habían hecho en forma “voluntaria”.
El promedio de horas semanales trabajadas por cada trabajador en Foxconn en 2010 fue de 70, lo que supone diez horas de labor los siete días de la semana, o casi 12 horas durante seis jornadas, con una sola de descanso.
Tras la crisis de los suicidios, los sueldos de Foxconn recibieron aumentos de entre el 50 y 100%. Sin embargo, continúan siendo bajísimos. El diario chileno Publimentro visitó Chengdu, otras de las fábricas chinas gigantes de Foxconn, y comprobó que un operario que trabaja 12 horas al día, seis días a la semana, cobra unos 315 dólares al mes, horas extras incluidas.
La empresa sostiene que los empleados de Longhua tienen comida y alojamiento sin costo en las gigantescas torres de apartamentos que hay dentro del mismo predio de la fábrica. Hay un servicio de transporte público y lavandería. Hay canchas de tenis y piscinas de uso gratuito. Hay clubes que ofrecen actividades tales como ajedrez, pesca o alpinismo.
Pero los trabajadores que entrevistó el señor Zhu Guanging le dijeron que ellos no tenían tiempo de aprovechar ninguno de esos beneficios. “Los obreros con los que hablamos nos dijeron que nunca habían usado las piscinas. De todos modos, son solo dos para 300.000 empleados y dicen que están bastante sucias”.
Entre mayo de 2008 y agosto de 2009, para incrementar la productividad, Foxconn hizo que sus obreros usaran n-hexane, un químico. Este líquido servía para limpiar las pantallas táctiles de los aparatos inventados por Jobs, y como se evaporaba más rápido que el alcohol, lograba incrementar el ritmo de trabajo y la productividad de las líneas de montaje.
El químico aumentó en millones de dólares los beneficios de Foxconn y Apple, pero resultó ser tóxico para los operarios. Apple reconoció que 137 fueron hospitalizados. Oficialmente todos fueron dados de alta.
Un grupo de intoxicados, sin embargo, aduce que hasta hoy padece secuelas del envenenamiento. Le escribieron varias cartas a Jobs solicitando dinero para medicamentos y una indemnización por el tiempo que han debido pasar sin trabajar. Nunca obtuvieron respuesta.
Jia Jingchuan fue uno de los intoxicados. Desde que fue internado en 2009 se dedicó a enviar cartas a Jobs en las que relataba las patéticas condiciones en las que laboran y viven los operarios de Foxconn. El empresario nunca contestó.
"Siento mucho la muerte de Jobs", le dijo Jia a Yahoo news. "Su empresa ha hecho más fácil la vida de la gente y ha cambiado toda la industria; pero mi salario era tan bajo que no podía pagarme los productos que yo mismo construía".
Un trabajo publicado por un equipo de investigadores estadounidenses, entre ellos dos profesores de la Universidad de Oregon, sostiene que los trabajadores de Foxconn reciben apenas el 3,6% de lo que el público paga por cada iPhone. El margen de beneficio para la empresa por cada teléfono vendido en 2009 fue del 64%.
Steve Jobs murió dejando 6.790 millones de dólares. Un chino de los que fabrica sus iPads debería trabajar 1.800.000 años, 12 horas por día, seis días a la semana, y no gastar un peso, para poder reunir esa fortuna. O dicho de otro modo: si una persona trabajara fabricando los productos de Apple seis días a la semana, 12 horas por día, desde su nacimiento hasta su muerte a los 70 años, y lo mismo su hijo, su nieto, su bisnieto y así sucesivamente, y ninguno nunca gastara un centavo, se necesitarían 25.661 generaciones para poder acumular la fortuna de este talentoso hombre que, dicho sea de paso, siempre desdeñó la filantropía y nunca le donó un peso a causa alguna.
Así de pornográfico es el mundo hoy.
Lo más asombroso es el afán por ocultarlo.
¿O será que el trabajo esclavo ya no conmueve a nadie?

Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com
Sobre este tema ver también: China, el imperio de las mentiras

18.11.11

Una estudiante de primero hizo lo que toda la prensa no pudo

Traigan una noticia por semana. Eso es lo que les encargo a los estudiantes que toman su primer curso de periodismo. Les pido que las busquen en sus barrios, lejos de la Presidencia, el Palacio Legislativo y del estadio Centenario, los tres lugares donde los periodistas uruguayos gastan el 90 por ciento de sus energías.
Hace poco más de una semana, una estudiante de primer año de la licenciatura en Comunicación de ORT me entregó una noticia que me dejó con la boca abierta. Un grupo de alumnos del Liceo Francés había atacado su propio colegio. Habían agredido a un docente, destrozado el mobiliario, arrojado objetos desde el cuarto piso. Habían roto los vidrios y una cámara de seguridad, habían golpeado y abollado los autos estacionados en la vereda y tirado bombas de humo dentro de los salones donde tomaban clase alumnos más chicos. Entraron al colegio por una puerta trasera gracias a una llave robada y copiada en forma clandestina. Se habían preparado para el ataque consumiendo todo tipo de bebidas alcohólicas, marihuana y LSD. Colgaron carteles burlándose de la sexualidad de otros compañeros y de funcionarios del colegio.
Los hechos habían ocurrido el 17 de octubre y la estudiante Camila Ginés me entregó su trabajo dos semanas más tarde.
Habían pasado 15 días y ningún medio de prensa había publicado la noticia. ¿Cómo era posible?
Las posibles explicaciones son varias y todas ellas igualmente inquietantes.
No puede aducirse que el tema no interesa, ya que el estado actual del sistema educativo es casi el principal asunto del momento. Es frecuente incluso que la prensa informe sobre pequeños hechos violentos que ocurren en los liceos públicos. ¿Cómo es posible entonces que una simple pelea en un liceo del Estado salga en diarios, radio y televisión, y una asonada mucho más generalizada y violenta en un colegio privado pase desapercibida?
Tampoco puede aducirse que el Liceo Francés tapara el asunto. El colegio envió a todas las familias involucradas, que fueron muchas, un duro comunicado donde en forma detallada y explícita se da cuenta de los hechos y las medidas tomadas luego. Eso no es ocultamiento. Ginés lo comprobó: ni los estudiantes, ni los vecinos, ni las autoridades del colegio se negaron a hablar cuando ella llamó para consultarlos.
Mucha gente sabía lo que había pasado, pero ninguno de los cientos de periodistas profesionales que tiene el país nos enteramos.
El caso genera muchas dudas respecto a cómo trabajamos hoy en la prensa del Uruguay y cómo se informa la gente.
Por un lado, plantea una evidente dualidad sobre cómo se cubren las noticias según sus protagonistas sean ciudadanos más o menos acomodados. Parece que los ojos de demasiados periodistas miran hacia el mismo lado.
Por otro, el episodio arroja dudas respecto a al modo en que se selecciona hoy la agenda informativa.
Como siempre, o quizás incluso más que nunca, el menú de noticias hoy se basa en las líneas que bajan directamente del gobierno. El presidente dice que va a hacer un plebiscito para decidir qué hacer con la minería y todos los medios hablan del plebiscito de la minería. El presidente dice que no va a hacer el plebiscito y todos los medios dejan de hablar del plebiscito de la minería. Así de fácil.
Se hacen grandes olas con temas huecos: un video militar que nadie vio y ni siquiera se sabe si existió o no ocupó horas y horas de radio y televisión. Ahora todos comentan acaloradamente un comunicado del ministro Fernández Huidobro con insultos contra un anónimo fantasma como si fuera la primera vez que Fernández Huidobro insulta a alguien y como si de verdad algo pudiera cambiar en el país según lo que los fantasmas digan o no digan sobre su persona.
Esa agenda también es dictada, en menor parte, por los partidos de oposición y por los sindicatos. Ahí se termina la cosa.
Hay un periodismo que desde hace años se ha vendido por bueno y que lo único que sabe hacer es noticiar lo que dicen los políticos, los sindicalistas y los funcionarios. Si un diputado hubiera hablado en el Parlamento de lo que pasó en el Liceo Francés ellos lo hubieran noticiado. Si no, no. Fue necesario que un portal de noticias universitario reportara el caso para que el público pudiera enterarse.
Lo malo es que mientras la prensa se ocupa de lo que dicen y twittean los legisladores y de las idas y venidas de Gran Hermano, en Uruguay ocurren cosas verdaderas. Cosas que afectan a la gente. Cosas que deberíamos saber si pretendemos solucionar nuestros problemas. Pero como no las sabemos, los problemas siguen, se perpetúan, se agravan.
Hace poco otra estudiante me contó una noticia que vio con sus propios ojos: estaba en un restaurante y un hombre tuvo un infarto. Entre  los comensales había un médico que se molestó cuando le pidieron ayuda. La emergencia médica demoró más de diez minutos. El hombre estaba muerto cuando la ayuda llegó.
Es una lástima que lo que de verdad le ocurre a los uruguayos, lo que de verdad pasa, esté ausente en los medios.
La información que tenemos no nos permite entender: si pensamos que los problemas de la educación, o lo que ocurre con la droga, son solo un conflicto de la (espantosa) enseñanza pública, nunca podremos comenzar  a solucionarlos.
El periodismo tiene una responsabilidad en esa tarea. Pero su menú principal -la ensalada de choques, rapiñas, desnudos femeninos, ensueños filosóficos del presidente, riñas entre diputados, ecos de la tv chatarra y goles de uruguayos por el mundo- aporta poco, muy poco.
Habría que retomar la esencia del periodismo, tan olvidada, sacrificada en el altar de la reducción de costos (los empresarios) y de la pereza (los periodistas). Hay mucha gente que trabaja mucho, es cierto. Pero a la pereza física de algunos hay que sumarle la pereza intelectual de otros. Incluso ética. Hay que mirar mejor, pensar más, salir a la calle, dejar solos a Twitter y Facebook aunque sea una hora por día. Hay que darle más batalla a la rutina, discutir más con los jefes, con los editores, con los dueños de los medios. Hay que hablar más con la gente. Hay que preguntar. Hay que investigar. Para conseguir que alguien les ponga un micrófono delante de la boca, los legisladores tienen su rubro de gastos de secretaría.
Hay que trabajar mejor.
Una estudiante de primer año pudo.


Artículo de Leonardo Haberkorn
el.informante.blog@gmail.com

10.10.11

Milicos y tupas: premio Bartolomé Hidalgo 2011

Milicos y tupas obtuvo el premio Bartolomé Hidalgo al mejor libro de 2011 en la categoría Ensayo político-periodístico.
Las otras dos obras ternadas en la categoría fueron Las pesadillas de Fidel Castro, de Luis Nieto, y Quién es quién en el gobierno de Mujica, de Nelson Fernández.
El jurado estuvo integrado por Andrés Alsina, Jaime Clara y Carlos Maggi.
En sus fundamentos, el jurado entendió que el premio correspondía al autor de Milicos y tupas “por su originalidad en su forma de tratar el tema, sus aportes informativos producto de su investigación, por su independencia de criterio y ecuanimidad, y por revelar la dinámica de esta lucha entre ambos bandos”.
La distinción fue otorgada en el marco de la 34ª Feria Internacional del Libro.
Haberkorn, De Mattos, Milicos y tupas, premio Bartolomé Hidalgo
Leonardo Haberkorn y Tomás de Mattos
En las otras categorías fueron premiados los siguientes libros:
Narrativa:  El hombre de marzo, de Tomás de Mattos.
Literatura infantil-juvenil: Tamanduá killer, de Germán Machado.
Álbum infantil: Así reinaba el rey reinante, de Virginia Brown con ilustraciones de Valentina Echeverría.
Ensayo histórico: Cultura popular en el Uruguay de entresiglos (1870-1910), de Carlos Zubillaga.
Poesía: Después del nombre, de Mariella Nigro.
Premio Revelación 2011: Marcia Collazo, por el libro Amores Cimarrones. Las mujeres de Artigas.
Premio Bartolomé Hidalgo a la Trayectoria: Tomás de Mattos.
El momento en que los conductores de la ceremonia –Blanca Rodríguez y Gonzalo Cammarota- anuncian el premio para Milicos y tupas- y el breve discurso de agradecimiento que pronuncié al recibirlo pueden escucharse en: http://www.goear.com/listen/1692175/bartolome-hidalgo-para-milicos-y-tupas-
Premio Bartolomé Hidalgo 2011
Los ganadores del Bartolomé Hidalgo 2011:
Collazo, Haberkorn, Echeverría, Brown, Machado,
Nigro, Zubillaga y De Mattos.
El libro puede encargarse por mail desde esta página.

28.9.11

Mi carpeta de frases de Peñarol

Hace años, con el fin de un día reunirlas algún día en un libro, comencé a atesorar citas literarias y frases de grandes hombres o de celebridades que hablaran de Peñarol. Tengo decenas, quizás cientos, de piezas de colección reunidas en una carpeta llena de recortes, fotocopias y papeles de los más diversos.
Tengo a Andrés Calamaro diciendo: “Siempre tuve la camiseta de Peñarol”. A Joaquín Sabina explicando que es hincha de tres colores: el Atlético Madrid en España, Boca en Argentina y Peñarol en Uruguay. A Flores Mora protestando por el “disparate” que es permitir que un clásico termine empatado.
Tengo también, por supuesto, los versos que Pedro Leandro Ipuche le escribió a Peñarol cuando cumplió 50 años y que comienzan así:
“En un claro villorio de cuento
Donde el rey es el ferrocarril
Sorprendieron la luz de una tarde
Once obreros de humor infantil”
Y también el poema que Omar Odriozola, el autor de “Uruguayos campeones”, le escribió al mágico Piendibene. Sus últimos versos son notables. Odriozola viene hablando del Maestro, pero su pasión aurinegra aflora en el remate:
“Tú tienes de uruguayo hidalguía y honor
Lo demás que hay en ti, lo tienes de Ateniense
Yo, cuando en el sosiego de mi existencia quieta,
Dejo volar mis blancas palomas de poeta
Recuerdo aquella tarde, cuando al ponerse el sol,
Salimos del Parque Central, entusiasmados,
Comentando el partido, y escuchando aquel grito,
Que traía la brisa de allá, del infinito,
Y que siempre recuerdo: ¡Peñarol…!  ¡Peñarol…!”
En mi carpeta, las citas se mezclan y podemos saltar sin escalas del gol de Piendi al Divino Zamora al de Diego Aguirre en Santiago, en la final de la Libertadores de 1987. La revista Guambia le preguntó muchos uruguayos célebres cómo habían vivido aquel increíble desenlace de la Copa Libertadores. Luis Alberto Lacalle, por entonces legislador y todavía no presidente, nacionalófilo de alma, confesó que no pudo reprimir el grito de “¡Viva Peñarol!” cuando observó azorado el agónico gol frente a un televisor en Punta del Este. El genial actor Alberto Candeau, gran peñarolense, relató que vio los noventa minutos reglamentarios por televisión, pero luego no pudo ver el alargue porque debía concurrir a un ensayo. Candeau marchó a sus obligaciones cargado de pesimismo porque temía una derrota, y ese oscuro presentimiento fue creciendo a medida que pasaban los minutos y no oía gritos ni festejos de ningún tipo. Al final, como sabemos, llegó la locura del triunfo. Y el gran actor narró que salió a festejar en la calle y en público, como miles de peñarolenses anónimos. “Para mí tiene el mismo nivel de lo ocurrido en Maracaná”, declaró.
FIFA, Peñarol, CurccPero de aquella nota de Guambia, mis respuestas preferidas las dieron tres hinchas de otros cuadros, dos de Nacional y uno de Liverpool.
Hugo Batalla respondió: “Yo digo, qué pena no ser hincha de Peñarol, mire que es un cuadro que sabe darle satisfacciones a la gente que lo sigue”.
Jorge Batlle vaticinó: “Yo soy hincha de Nacional, pero con todo esto creo que las futuras generaciones van a ser peñarolenses”.
Y el diputado cívico Julio Daverede relató, muy sincero: “Soy bolsilludo de alma, así que no concibo salir a festejar un triunfo de Peñarol, hasta tuve la esperanza de que no se consumara el triunfo. El partido lo vi en la plaza principal de Paysandú, estaba por empezar el Congreso de la Juventud de la Unión Cívica y los muchachos conectaron los televisores ahí mismo. Después tuve que presenciar todo el desfile de los hinchas sanduceros. Nunca me imaginé que Peñarol podía tener tantos adeptos en esa ciudad”.
A la jornada siguiente de aquel memorable partido, el diario El Día tituló a toda primera plana: “¡Solo Peñarol!”.
También conservo un ejemplar de la revista Tres, de 1997, publicado días después de que Peñarol obtuviera su segundo quinquenio. La publicación le preguntó entonces a algunos reconocidos parciales de Nacional qué pensaban de la consagración aurinegra, obtenida como se recordará, luego de ganar dos clásicos consecutivos que se iban perdiendo por dos goles.
Roberto Musso, el principal compositor y cantante del Cuarteto de Nos, respondió: “El día del primer clásico iba rumbo al Chuy escuchando el walkman. Cuando estábamos 2 a 0 yo baboseaba. Después del primer tiempo se me fue la señal. Me bajé en Castillos y todo el mundo estaba gritando el gol de Peñarol. Cuando me dijeron que era el 4 a 3 pregunté: ‘¿Qué, hacen goles que valen tres?’. Me parece que hay algo de psicología. Si lo del 4 a 3 pasara una vez, tá, pero que en 15 días pase dos veces te da para pensar que hay algo más. No sé si es la mística de Peñarol o qué…”
Sin embargo, pese a la satisfacción que me provocan leer estos dichos que aluden a gloriosos episodios, dos de los mayores tesoros de mi carpeta refieren a esos días tristes en los que Peñarol pierde. Son dos piezas de antología por cuanto resumen a la perfección los sentimientos que despiertan los colores amarillo y negro.
Uno es un relato de Paco Espínola (1901-1973):
“Una tarde estaba solo en mi casa. Mi familia había ido para San José; yo tomaba mate y por radio trasmitían un partido de fútbol. Puse atención. Jugaban Peñarol y Nacional. Di vuelta el mate, traje agua nueva y me quedé escuchando. Resulta que Nacional ganó por goleada. No me acordé más del asunto y me vestí para cenar en casa de mi hermana. Cuando estaba en la calle, empecé a sentir una tristeza bárbara. No sabía qué me pasaba.
Mi familia estaba bien, yo lo mismo. Pero seguía tan triste que decidí no ir a lo de mi hermana, para no amargarle la noche.
Me fui hasta el Parque Rodó, cada vez más triste. Pedí una tirita de asado y en el momento que me la trajeron, me di cuenta de que estaba triste porque yo era hincha de Peñarol, vaya a saber desde cuándo”.
El otro es un fragmento de la novela Los regresos del escritor Anderssen Banchero (1925-1987):
“Unas cuadras antes de llegar a la casa del Profesor, se metió en un boliche para cobrar coraje con una caña. En el aparato de radio bramaba Carlos Solé, igual que hacía un montón de años, como si estuviera relatando un partido eterno que se jugara en un eterno domingo soleado. El bolichero y el único parroquiano –un viejo que miraba las tablas del piso y parecía musitar una plegaria- tenían caras de dolientes. Cuando el bolichero lo estaba sirviendo, una pelota pegó en el palo y el tipo regó con caña el mostrador alrededor de la copa y no le prestó atención cuando Juan Pedro le preguntó por la casa del Profesor.
Carbonero historia Peñarol HaberkornDecidió proseguir la búsqueda por su cuenta, con la única referencia de un balcón asomado de un primer piso sobre un arbolito único en la cuadra.
Era el segundo tiempo en el estadio, perdía Peñarol (se enteró por la radio en el café) y en la soleada ciudad desierta se respiraba un aire de desconcierto, culpabilidad y catástrofe”.
Dejo para el final a una de mis preferidas. Será porque durante muchos años no falté nunca a la Olímpica y tuve siempre como rito el concentrar mi vista en el túnel, cuando no existía la contaminante manga publicitaria por la que salen hoy los futbolistas, para ser el primero en ver aparecer a Peñarol en el campo de juego. Siempre pensé que ese afán mío por no perderme ese instante mágico era tan solo una manía personal. Pero un día, cuando me topé en una revista a Jaime Roos hablando de lo mismo, me di cuenta que no era yo, sino un fenómeno global e inexplicable.
Le preguntaron en una entrevista a Roos, reconocido hincha fanático de Defensor, si alguna vez había subido a un escenario a cantar con la camiseta de Peñarol.
 Respondió:
“No, vos sabés que cuesta eso. Ya me han dicho de todo, porque dije que el himno de Peñarol es el mejor, y dije que la camiseta de Peñarol cuando entra a la cancha tiene un no sé qué. Habría que consultarlo con un pintor a ver cómo se dan los colores amarillo y negro en la retina, o cómo pegan en el cerebro, ¿no? Pero a mí siempre me impresionó cuando salía Peñarol a la cancha, siempre me impresionó…”
Tiene razón Jaime. Impresiona. Pega. Conmueve.
En la retina. En el cerebro. En el alma.

Publicado el 28 de setiembre de 2011 en la revista "120 años", publicación oficial del Club Atlético Peñarol en su 120 aniversario, distribuida ese día en todos los diarios de circulación nacional.










18.9.11

Probá saludar

Hace unas semanas recibí un mensaje de correo electrónico. Lo firmaba una "licenciada en ciencias de la comunicación" desconocida para mí, egresada de una universidad que no es la que yo trabajo.
En su mensaje, esta mujer me pedía, con total confianza, que la ayudara a localizar a un uruguayo famoso al que ella sabía que yo había entrevistado hace años. ¿Sabía cómo localizarlo? ¿Podía ayudarla? Aunque jamás había tenido contacto alguno conmigo, ni siquiera en las redes sociales, la licenciada me tuteaba.
Pero ese no era el problema, sino el modo en que comenzaba su mensaje. No había formalismo ni saludo alguno. No decía ni "Estimado Haberkorn", ni "Disculpe la molestia", ni "Buen día", ni siquiera "Hola". Solo decía "Leonardo" y ahí ya me zampaba el pedido.
Luego se despedía con un desconcertante: "Disculpá la joda".
Recordé este episodio leyendo el más reciente artículo del blog del gran periodista y escritor español Arturo Pérez Reverte, dedicado a los españoles que ya ni siquiera son capaces de decir "Hola" o "Buenos días". Sobre quienes así andan por la vida, escribió Pérez Reverte:
"No creo que deban atribuirse siempre a grosería o mala voluntad. Muchas veces se trata sólo de incertidumbre y timidez social, fruto de una educación deficiente: la inseguridad de no tener claros, desde niños, los usos elementales de cortesía y convivencia. Y no deja de ser contradictorio, en esta España saturada de demagogia idiota, buen rollito y compadreo cantamañanas, que despreciemos de ese modo las fórmulas que, precisamente, ayudan a que la sociedad de los seres humanos sea soportable".
Donde dice España poner Uruguay.
Y listo.

15.9.11

Deporte, periodismo y periodismo deportivo

El martes 13 me tocó dar la bienvenida, en nombre de la Universidad ORT, al Primer encuentro rioplatense de historia del fútbol del 900, organizado por la empresa Tenfield y realizado en el auditorio, repleto, de nuestra Escuela de Comunicación y Diseño. A mi lado estaba sentado el ministro de Deporte y Turismo Héctor Lescano, que habló luego.
Lo que dije fue lo siguiente:  

Sr. Ministro de Turismo y Deporte, Héctor Lescano:

Hermanos argentinos que nos visitan, profesores, estudiantes y público en general.

No es casualidad que este Primer Encuentro Rioplatense de historia del fútbol del 900 se desarrolle en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la universidad Ort.
A diferencia de lo que suele ocurrir en la academia, nuestra universidad siempre ha mirado al deporte como una actividad de importancia central para la sociedad en la que vivimos.
En 2003 ORT inauguró la que hasta el momento es la única carrera universitaria de periodismo deportivo en Uruguay,  y una de las muy pocas en América latina.
Lo hicimos en el convencimiento de que el deporte necesita de periodistas profesionales capaces de captar su riqueza y su complejidad, y poder transmitírsela a la gente.
Hoy cuando desde los más diversos ámbitos, incluido el gobierno y el propio presidente de la República, se plantea que el Uruguay –y el mundo- atraviesan una crisis de valores, y se proponen soluciones a veces desconcertantes, el deporte está allí, disponible, esperando que alguien recuerde el enorme potencial que tiene como formador de seres humanos.
Practicando deporte se aprende el valor del desarrollo personal y social, se cultiva el afán de superación, se aprende cuánto de esfuerzo y de dedicación son necesarios para mejorarse a uno mismo. En el deporte uno se integra socialmente, aprende a respetar al otro, al compañero y al adversario. (A diferencia de lo que suele ocurrir en las campañas electorales, en los campos de juego de todos los deportes, uno aprende que el rival es un adversario, no un enemigo).
En el deporte se aprende a tolerar las frustraciones, la derrota. Se aprende a aceptar las reglas y los fallos de la Justicia (si será importante esto, que los jóvenes que no practican deporte la idea más cercana que tienen de la Justicia es la de los jurados de Bailando por un Sueño). En el deporte se aprende el valor de la autodisciplina, del trabajo en equipo, la solidaridad, la cooperación, la lealtad. En el deporte hay un correlato entre talento, esfuerzo y recompensa. Ya lo dijo el genial escritor francés Albert Camus, que había jugado de golero en sus años jóvenes:
“Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Lo contradictorio hoy es que, a pesar de ocupar un espacio considerable en los medios de comunicación, el deporte es presentado casi siempre amputado de todas estas virtudes.
El deporte hoy es la inmediatez por conocer un resultado, las imágenes que se repiten hasta el hartazgo y los dinerales, las cifras en euros o dólares con seis ceros a la derecha, que reciben los más afortunados deportistas profesionales.
Hay una visión reducida, miope, estrecha, limitada y muy empobrecedora del fenómeno deportivo.
¿Por qué ocurre esto? Es difícil encontrar una única respuesta. Creo que no podemos olvidarnos que durante décadas la academia despreció el deporte y que muchos lo consideraron el opio de los pueblos. Eso hace que falten miradas desde el ámbito universitario sobre una actividad, que pese a todos sus detractores, es central en nuestras vidas.
La omisión de la academia en investigar y explicar el fenómeno deportivo deja la pelota en la cancha de nosotros, los periodistas.
Los periodistas somos los responsables de contarle a la gente lo que pasa, pero en el deporte lo somos por partida doble, ya que otros actores que también participan en el relato social han renunciado a su tarea.
Es por eso que es tan necesario formar nuevos y mejores periodistas deportivos: porque la sociedad necesita que alguien retrate el deporte en toda su maravillosa complejidad, en todas sus facetas, con todo lo que tiene de sublime más allá de cuántos euros le paguen al último pase de la liga italiana.
 Conocer la historia del deporte es parte de ese proceso de rescate, y eso es lo que hace tan importante este encuentro en el que todos nosotros estamos participando. La historia del deporte es una historia de valores, cuando el tiempo decanta lo accesorio de lo importante, nadie va a venir a contarnos cuántos pesos ganaba el mariscal Nasazzi, ni qué auto o qué heladera tenía.
Pero no lograremos pintar el complejo retrato del deporte que está haciendo falta si no tenemos un mejor periodismo deportivo.
Ser periodista deportivo no es distinto a ser un periodista político. Se necesitan las mismas cosas. Una enorme curiosidad, ganas de saber y de querer conocer más. Más sobre todo y no solo sobre fútbol, porque hay que entender que la realidad y la vida no están dividas en compartimentos estancos. Un periodista tiene que manejar bien su idioma y tener una sólida cultura general, algo que todavía no se consigue en Google. Un buen periodista tiene que oír más y hablar menos. Tiene que entender que informar es más importante que opinar. Tiene que ser honesto. Tiene que abandonar sus prejuicios. Tiene que ser siempre desconfiado, escéptico, crítico; audaz a veces, paciente otras.
Hay que entender que el periodismo es independiente o no es. El periodismo al servicio de una institución, de un partido o de un gobierno es propaganda, no periodismo. El periodismo al servicio de una empresa es publicidad. Cuando se vende, un periodista deja de ser periodista.
El periodismo debe servir al público y solo al público.
Los dueños de los medios deberían asumir esta verdad incuestionable, si es que deciden trabajar en periodismo. Sus medios de comunicación nunca serán respetados, jamás gozarán de credibilidad, si el público detecta que los términos naturales de la ecuación periodística se han invertido, en beneficio de intereses políticos, empresariales o corporativos.
Hay que entender que del mismo modo en que no podemos aspirar a construir una democracia sólida sin el aporte de un periodismo plural e independiente, tampoco lograremos tener un deporte sólido si no se comprende el rol fundamental que un periodismo tiene en esa construcción colectiva.
El deporte uruguayo ha escrito páginas gloriosas que ustedes van a explicar mejor que yo y que hoy constituyen algunos de los mejores modelos que tiene para rescatar una sociedad que se está quedando sin espejos.
Para que podamos seguir escribiendo páginas que estén a la altura de aquellas, para que la gente las conozca y para que capte cuánto hay de ejemplar detrás de cada una de ellas, se necesita del trabajo de los investigadores y de los periodistas.
Ese es nuestro desafío.

19.7.11

Calles de Montevideo: Sobre héroes, peces y tumbas

Menta esquina Diamante. Pez espada esquina Lenguado. Tucán esquina Centauro. Apolo XI esquina Sputnik I.
Sí, aunque pocos las conozcan, esas son esquinas de Montevideo. Porque a pesar de su incontenible tendencia a nutrirse de nombres de políticos, doctores y militares, el nomenclátor montevideano todavía tiene un lugarcito para las sorpresas y hasta para el buen gusto.
En las calles de Montevideo, Don Quijote se une a Dulcinea. Estados Unidos se cruza pacíficamente con Cuba, Las Artes se encuentran con Las Ciencias, y Bolivia tiene una amplia salida al mar.
Los que creen que en la capital uruguaya es todo Doctor Mengano esquina General Zutano, deberían visitar Santa Catalina, un barrio donde las calles llevan nombres de peces y flores. Si el lector se decide, puede parar un taxi y decirle al taxista: “Pez Espada esquina Lenguado”. Y el coche lo dejará justo allí.
En Santa Catalina están las calles Roncadera, Lisa y Mochuelo. También Clavel, Dalia, Margarita, Rosas y Pensamiento.
Hay otros barrios con nomenclátor atípico. En Punta de Rieles están las constelaciones y los signos del horóscopo: Osa Mayor es paralela a Osa Menor, Capricornio se cruza con Géminis. Hay una avenida de los Astros y otra del Zodíaco.
En Peñarol, la ciudad rinde tributo a científicos e inventores: Newton, Pasteur, Fulton, Marconi, Watt, Volta. En Colón están la Pinta, la Niña y la Santa María que –paradojalmente-comparten el barrio con Sputnik I y Apolo XI.
En el llamado Barrio Gori las calles son aves, con la particularidad de que los nombres incluyen el nombre y el sustantivo: El Benteveo, El Chingolo, El Churrinche, etc.

***

De todos modos, y en general, hay que lamentar el desorden y la poca imaginación que reinan en la nomenclatura capitalina.
No es fácil saber por qué, con tantas calles sin bautizar y otras muchas con nombres repetidos, las autoridades municipales han insistido tanto en cambiar las denominaciones tradicionales de la ciudad.
En Montevideo hay dos calles Ruben Darío. Dos Bernabé Michelena. Dos Elías Regules. Dos República Argentina. Dos Melo. Dos Tauro. Dos Perseverancia. Dos Las Violetas, además de otra Violeta. Hay una calle Perú y una rambla República del Perú. Lo mismo pasa con México.
Aunque en la capital uruguaya falta una Avenida del Perro, dedicada al mejor amigo del hombre, hay en cambio tres calles que homenajean a un mismo y diminuto animal: la calle Colibrí, la calle Picaflor y la calle Mainumbí, que no quiere decir otra cosa que picaflor en guaraní.
Eso no es nada. En la última edición de la guía telefónica figuran cuatro calles Espacio libre, tres Pública, seis Servidumbre, cinco Servidumbre de paso y cinco Abrevadero. Y hay decenas de calles denominadas Oficial.
Además de las repeticiones ya anotadas, en Montevideo hay calle Ceibo, otra Ceibos, otra Ceibal y otra Flor del Ceibo. Hay una calle Calaguala y otra Calaguada, pero ambas refieren a un mismo arroyo de Lavalleja. Volteadores y Voltígeros rinden tributo a un mismo batallón oriental que luchó en Monte Caseros y que se conocía indistintamente con un nombre u otro. También las calles Presidente Oribe y Manuel Oribe aluden al mismo prócer.
Curiosamente, hay dos calles que homenajean a Lorenzo Batlle pero ninguna lleva su nombre completo: una se denomina General Batlle y la otra Presidente Batlle.
Pese a tantas repeticiones, es notoria la tendencia a rebautizar calles, preferentemente con nombres de políticos o allegados a la política: en 1960 había tres calles con el apellido Batlle. Hoy hay ocho.

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 Hay calles que conservan nombres tradicionales, incluso centenarios. La calle Figurita se llama así por un antiguo almacén con ese nombre que había en el lugar. Pero la mayoría de los nombres han sido elegidos con el correr de los años para homenajear a distintas figuras o sucesos.
Así, por ejemplo, pese a que los primeros pobladores de Montevideo consideraron enemigos a los charrúas, hoy la ciudad rinde tributo a muchos de ellos, como Abayubá, Anagualpo, Cabarí, Caracé, Senaqué, Tabobá, Tacuabé, Terú, Vaimaca, Yamandú, Yandinoca y Zapicán.
Hay muchas otras calles dedicadas a celebrar a los primitivos habitantes del país: Arachanes, Bohanes, Chaná, Guenoas, Indígenas y Minuanes son solo algunos pocos ejemplos.
En este rubro habría que incluir también a la calle Urambia, aunque quién sabe. En su Nomenclatura de Montevideo de 1977, Alfredo Castellanos dice que su nombre se debe a un personaje de la obra Los Charrúas del escritor Pedro Benavente. Pero en la edición anterior de su obra, en 1960, el propio Benavente sostenía que el nombre era un homenaje a una ¡localidad de Tanganika!
El criterio para homenajear a veces es curioso. Prácticamente no hay una ciudad de Francia que no tenga una calle en Montevideo: Amiens, Biarritz, Burdeos, Cannes, Ciudad de París, Deauville, Havre, Lyon, Marsella, Nancy, Nantes, Nimes, Niza, Orléans, Reims, Saint Gobain, Tolon y Versailles. (Uno se pregunta si en París habrá calles llamadas Fray Bentos, Paysandú, Pando y Solymar). También hay calles que recuerdan otros sitios de la geografía gala, como Alsacia, Marne, Sena o Somme. Y también está Lutecia, primitivo nombre de París. Además de una calle Francia y otra República Francesa.
En cambio no hay una calle Porto Alegre. En realidad hay pocas calles en honor a la geografía brasileña. Y de las que hay algunas contienen errores de ortografía, como la calle que recuerda al estado de Paraíba, que aquí fue rebautizado Parahiba.

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Claro que en materia geográfica todavía no está dicha la última palabra. Todavía hay muchos países que no han ingresado al nomenclátor montevideano. Algunos de los últimos en hacerlo fueron incorporados en 1991 cuando alguien, en una decisión de evidente coherencia, bautizó las calles del pobrísimo barrio Casabó con nombres de pobrísimos países africanos: Gambia, Sierra Leona y Etiopía, entre otros.
No figuran todavía muchos otros países, como buena parte de los estados del Caribe. Existe sí una exótica esquina Islas Fidji y Nueva Guinea en el Cerro. Y también calles que recuerdan a países que ya no existen como Prusia o Checoeslovaquia.
Pero el caos de la nomenclatura montevideana no es mundial sino planetario. Es difícil explicar porqué todos los planetas tienen su calle y –para deshonra de los eventuales marcianos- Marte es el único que no.
Y más difícil aún decir porque hay dos calles Urano (y ninguna dedicada a a la Luna).
De todos modos, no hay que ir tan lejos en el universo para encontrar lo inexplicable en el nomenclátor capitalino.
Por ejemplo, nadie hasta ahora ha sabido esclarecer el origen del nombre de la calle Chon. Y lo mismo pasa con la misteriosa Humachirí. Los estudiosos tampoco han encontrado una razón para que una calle lleve un nombre tan triste como Castigo. Pero allí está.
En guaraní
Si hablamos de lo inexplicable, habría que decir que en Montevideo hay muchas calles bautizadas a medias.
Hay una calle dedicada al arco iris, llamada apenas Iris, como si alguien pudiera adivinar la mitad que falta.
Hay calles llamadas solo por el apellido, como la calle Sánchez que nadie sabe a qué Sánchez celebra. Por el contrario hay calles con nombre pero sin apellido, como Andrés y Margarita, en Colón. Lo mismo le pasa a la calle Robinson, que recuerda a Robinson Crusoe aunque nadie puede advertirlo debido a que le falta el apellido, que debe haber naufragado en alguna oscura isla de la burocracia departamental.
Hay cosas, en cambio, que parecen no tener explicación y la tienen. La calle ¡Hopa hopa! recuerda una poesía del Viejo Pancho. La calle Miní refiere al antiguo nombre en portugués de la laguna Merín. Y Bobi –explica Castellanos- es una calle que rinde homenaje a un poblado paraguayo.
Justamente, en Montevideo hay una gran cantidad de calles con nombre guaraní. Algunas reproducen nombres de la geografía uruguaya, como Buricayupí (cerro de Paysandú) o Bolacúa (arroyo de Artigas). Otras son localidades paraguayas, como Caacupé o Carapeguá. Y el resto refiere a personas, animales, vegetales y sucesos varios, como Caiguá o Mandiyú.
Para la mayoría de los habitantes de la ciudad estas calles tiene un significado misterioso y desconocido. Difícilmente los vecinos de Comandiyú sepan que así se llamó un indio guaraní que siguió a Rivera.
Más difícil es que alguien imagina el significado del nombre de la calles de Sayago que se llama Tangarupá que –cuenta Castellanos- en guaraní quiere decir “lecho o cama de una mujer vulgar”.

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Hay calles que parece decirnos una cosa pero quieren decir otra. Apóstoles recuerda a un pueblo misionero donde Andresito venció a los portugueses. Y Mahoma no tiene que ver con el profeta sino con una deformación del nombre Ohonas, una tribu india del Paraguay.
Hay infinidad de otros ejemplos: la calle Arquímedes recuerda un banco de arena del Río de la Plata. Y El Aguacero no rinde tributo a ese fenómeno meteorológico tan frecuente en la ciudad, sino a un periódico que existió en el siglo pasado.
Es que las cosas propias de la ciudad están, en general, ausentes de su nomenclátor.
No hay calles en Montevideo que recuerden a sus trabajadores: no hay avenidas del Almacenero, del Farmacéutico, de Psicólogo o del Albañil (en Durazno sí la hay). En cambio hay varias calles que recuerdan oficios rurales nada propios de la selva de cemento, como las calles del Guasquero, del Labrador y del Sembrador. Y los caminos llamados del Alambrador, del Tropero y del Esquilador.
Hasta el fútbol, primera pasión ciudadana, tiene una presencia modesta. Existen las calles Amsterdam, Colombes, Maracaná, José Nasazzi, José Piendibene y Carlos Solé, pero no muchas más. Hay una calle Spencer, pero no recuerda a Alberto, sino a un filósofo y sociólogo inglés que nació en 1820 y murió en 1903. Y la calle Gambetta no refiere a Schubert Gambetta, el Mono, sino a León Gambetta, un abogado y político francés que vivió entre 1838 y 1882.
¿Por qué León Gambetta tiene una calle en Montevideo? Vaya uno a saber. En las calles, llenas de nombres y apellidos, hay homenajes justos y otros injustos. Pero a muchos de ellos se los ha devorado el tiempo.
¿Quién recuerda que Goes era el apellido de dos hermanos portugueses que llevaron siete vacas y un toro desde Brasil a Paraguay, posibilitando que luego Hernandarias trajera aquí el ganado? ¿Quién conoce que la calle Jenner celebra al inventor de la vacuna antivariólica? ¿Y la calle Ehrlich al Premio Nobel de Medicina de 1908?
Hay en cambio algunas calles con nombres que no necesitan expliación. Como las calles Mediodía o Firmamento. O como Honor, Igualdad y Justicia. Y como Piratas, una insólita calle que –anota Castellanos- existe “en recuerdo de los numerosos piratas ingleses, franceses, daneses, etc. que desde antes de la fundación de Montevideo vinieron a nuestras costas atraídos por la fabulosa riqueza ganadera”.
Justamente estas calles tiene el tipo de nombre que los ediles siempre eligen eliminar, cuando se les ocurre incorporar un nuevo nombre y apellido a la nomenclatura ciudadana. Así se fueron, desde 1960 a la fecha, las calles Médanos, Pampas, Puma, Caridad, Constancia y Horizonte.
En ese lapso, a cambio de un puñado de fechas, nombres y apellidos, Montevideo perdió su Combate y cerró su Industria.
Eliminó su Paraíso y su Porvenir. Borró incluso la Armonía, la Fe y la Esperanza.
Pérdidas demasiado grandes para una ganancia que rápido será devorada por el tiempo.

Publicada en el suplemento Qué Pasa del diario El País el 9 de setiembre de 2000. Incluida en el libro Historias Uruguayas