15.12.10

Hugo Bianchi: el gerente bolche


Esta entrevista a Hugo Bianchi, dirigente histórico de los metalúrgicos y del PIT-CNT, luego devenido gerente, se publicó en el diario Plan B, el 14 de setiembre de 2007. Aquí se reproduce un fragmento.





Hugo Bianchi, Untmra, PIT-CNTHugo Bianchi integró durante más de diez años (1990-2001) el Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT. Entre 1972 y 2006 fue uno de los principales dirigentes de la Unión Nacional de Trabajadores Metalúrgicos y Ramas Afines, la combativa Untmra. Por eso a muchos les sorprende que hoy sea gerente. Y gerente nada más y nada menos que de Umissa, la polémica empresa que exporta casas prefabricadas a la Venezuela de Hugo Chávez.


Bianchi comenzó a trabajar a los 12 años, cuando su padre dejó el hogar y él tuvo que ayudar a su madre a sacar adelante a la familia. Ella y su hermana cocinaban, él repartía las viandas. Pero con el tiempo Hugo comenzó a acunar otros sueños.


-Yo quería ser metalúrgico, porque Lenin decía que eran la vanguardia del proletariado mundial. Además, ganaban bien, y yo quería casarme.


Lo consiguió en enero de 1963 y no se arrepiente. Dice que su trabajo le dio todo en una vida que lo llevó de Montevideo a Moscú y que le permitió hacer muchos amigos, el presidente Lula entre ellos.


Comunista desde siempre, Bianchi abandonó el PCU tras el derrumbe del bloque soviético. Sin embargo, durante muchos años siguió sintiéndose comunista y siempre votante del Frente Amplio. Curiosamente, con esas credenciales, comienza la entrevista hablando con entusiasmo El doctor Figari, el libro del político más rechazado por el frenteamplista promedio, el ex presidente Julio María Sanguinetti.


-Lo van a querer matar. ¡Leer a Sanguinetti y todavía citarlo!


-Nunca estuve a favor de la inquisición. El libro es muy interesante; Sanguinetti cuenta las ideas que tenía Figari para el desarrollo técnico del Uruguay, para desarrollar la innovación, el trabajo, el arte, la enseñanza. Son todas cosas que Uruguay no ha superado y no son de izquierda, ni de derecha, ni de centro. Es la búsqueda de una cultura diferente. Por desgracia nunca se les dio ni cinco de bolilla. Ni entonces y ni ahora.


-Ni siquiera en las presidencias del propio Sanguinetti.


-Es cierto, es una contradicción.


-Usted, en los años 90, como integrante de la dirección del PIT-CNT, buscaba un acuerdo entre sindicatos, empresarios y gobierno, un pacto social. ¿Por qué lo hacía?


-Este país no sale adelante si pensamos que el conocimiento está embotellado. El saber no es propiedad de determinado sector social o profesional: está en todos lados. Lo tiene la academia, pero también los trabajadores por su conocimiento acumulado, los empresarios, los funcionarios. Lo que yo planteaba era eso: acumular todo ese conocimiento a favor de la industria nacional. Si se lo llamaba acuerdo social o de otra manera, no tenía importancia. El problema es que, aún hoy, sin eso, no se avanza.


-¿Y por qué no se logran esos acuerdos en Uruguay?


-Es difícil. A veces parece que tenemos un diálogo de sordos. Recuerdo una reunión entre empresarios, sindicatos y gobierno en época en que Ana Lía Piñeyrúa, de la que tengo una excelente opinión, era ministra. La posición que llevaron los empresarios fue que se rebajaran ¡42 impuestos! Me acuerdo que Davrieux, que estaba en representación de la OPP, me miró con los ojos desorbitados. No podía creer lo que oía. ¿Y con qué vamos a pagar la enseñanza y la salud pública?, les respondió. Recuerdo que nosotros queríamos discutir el tema de la competitividad de la industria nacional, pero Davrieux dijo que no. Yo quedé patitieso, porque eso se estaba discutiendo en todo el mundo y Davrieux, que es muy inteligente, no lo quería discutir.


-¿Cómo concilia el pacto social con la lucha de clases, a la que se afilia el movimiento sindical?


-La lucha de clases existe. Existe la lucha de intereses y muchas otras cosas. Pero también existe esta sociedad y hay que sacarla adelante. Hoy el capitalismo no está dando soluciones a la humanidad, la globalización no está al servicio del hombre. El mundo es rehén de los capitales financieros. Sólo el 8% de la riqueza que se genera se aplica en producir riqueza verdadera, en beneficio a la gente: el resto es todo movimiento financiero. Así no se puede seguir. ¿Cuál será el mundo nuevo? Ojalá pudiéramos hablar y ponernos de acuerdo.


-Usted pasó parte de su exilio en Brasil. No fue uno de los destinos más comunes de los exiliados. ¿Cómo terminó allí?


-Yo salí para Argentina, porque tenía parientes. En 1982 el Partido Comunista decidió que fuera a Brasil. Allí no pedí asilo, estuve todo el tiempo bajo la protección del Partido de los Trabajadores, hasta 1990.


-¿Y qué le dejó Brasil?


-Es una sociedad con todo lo bueno y lo malo del ser humano. Quizás por influencia africana, las relaciones humanas son diferentes, más abiertas, no está presente la noción del pecado como aquí. Es un país joven. Tiene una mayor cultura de debate. Tiene relaciones productivas, tecnología e industria más avanzadas; eso genera un sentimiento profesional en cada trabajador, incluso en el que limpia la vereda. Yo iba una vez por mes a Bahía. El bahiano es famoso por ser alegre y divertido, pero las discusiones del sindicato petroquímico eran de una seriedad profesional y una disciplina admirables.


-¿Acá no existe esa seriedad profesional?


-No, no hay esa autoestima profesional en las personas. Es una cosa a construir si queremos conseguir innovación tecnológica. Porque no vamos a conseguir innovar en tecnología importando la última máquina japonesa. El gran tema es cómo lograr nuestros propios avances, avanzar en lo que nosotros podemos producir, en nuestra escala, con nuestros socios...


-¿Y el sindicalismo aporta algo en ese sentido?


-Francamente, puede quedar antipático que lo diga ahora que no estoy en el movimiento sindical. Pero veo que se está perdiendo la gran oportunidad de avanzar en aspectos importantes. Veo al PIT-CNT con poca iniciativa y muy crítico. Más que en gobiernos anteriores.


-¿Y usted qué opina de este gobierno?


No estoy de acuerdo con muchas cosas. Creo que no hay una política de desarrollo productivo. Quizás la haya en el sector agropecuario, pero seguro que no la hay en la industria. Algunas cosas valiosas se han hecho, pero podría hacerse mucho más. No es solo cuestión del gobierno. Habría que ver si la Cámara de Industrias y el PIT-CNT están dispuestos a ayudar. Yo más bien veo otro diálogo de sordos.


-Quizás le digan que critica porque hoy la ve de afuera.


-No es así. Nunca la vi de afuera, ni de un lado ni del otro. Cuando estaba en la dirección del sindicato, conocí a industriales que me podían merecer críticas, pero también mucho respeto, porque laburaban desde la cinco de la mañana hasta la medianoche y para ellos la fábrica no era sólo una manera de hacer dinero, era su realización, su obra en la vida, su creación. Por eso los respetaba, y a algunos hasta les he tenido afecto.


-Entre que lee a Sanguinetti y esto, lo van a matar.


-Una vez dije en una asamblea que yo apreciaba a Jorge Soler Garmendia, un empresario que lamentablemente murió. Un compañero me dijo: ¡no lo podés apreciar! Le contesté: por favor, vos decidís lo que digo en nombre del sindicato, pero sobre mis afectos resuelvo yo. Soler era un hombre muy capaz que sabía cómo hacer plata. Él metía millones de dólares en la industria cuando podía hacer mucho más dinero en la especulación. ¡En este país, una persona así se merecía el mayor de los respetos! Y, además, conmigo siempre fue leal. Muchas veces no estuvimos de acuerdo, pero nunca me vendió espejitos. ¡Cómo no me voy a sentar en una mesa con una persona como Soler, o como su hermano Ernesto, para discutir cómo desarrollar la industria!


-En una entrevista en 1998, dijo que no adhería a ningún partido, pero que todavía se sentía comunista. ¿Hoy también?


-Yo no me hice comunista por odio a nadie. Me hice para que mi madre y mi hermana no tuvieran que vivir cocinando, quemándose las entrañas. Me hice comunista por amor a la humanidad. Entonces desde el punto de vista de tener ideales solidarios, fraternales, de creer en una sociedad sin opresión, sigo siendo el mismo. En cambio si el comunismo es eso llamado “socialismo real”, entonces no. Porque lo viví de cerca. Vi morir a la Unión Soviética y de muerte natural.


-¿Se sorprendió entonces?


No, porque uno iba viendo el deterioro, la represión. Capaz que lo de hoy es todavía peor, en aquel régimen algunas cuestiones sociales estaban resueltas. Una vez, caminando por Moscú, una amiga periodista, que estudiaba, trabajaba y tenía su apartamento, me preguntó: ¿al final la vida es sólo esto? Yo le dije que no, pero que en nuestros países tener todo eso nos llevaba el 90% de la vida. 

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