La noticia se publicó el viernes: la aerolínea brasileña Gol fue elegida como la "de mejor performance del mundo" en 2006 entre las que tienen un balance de entre 1.000 y 4.000 millones de dólares.
El premio se lo otorgó la revista Aviation Week and Space Technology.
Es curioso que Gol recibiera un premio por su desempeño en 2006, cuando uno de sus aviones chocó con un jet particular, cayó en la Amazonia y mató a todos sus 154 pasajeros y tripulantes.
Es cierto que las investigaciones revelaron que la responsabilidad de accidente fue del otro avión, que volaba fuera de su ruta. Pero, aún así, los muertos siguen allí.
La noticia dice que Gol recibió el premio por su desempeño en cuatro ítems: rentabilidad sobre el capital invertido, capacidad de generar lucro, performance operacional y solidez financiera. En el mundo de hoy, las vidas humanas son un indicador secundario.
Aviation Week tampoco tomó en cuenta que Gol acaba de ser multada con 300.000 dólares por las autoridades brasileñas por un hecho ocurrido en noviembre de 2006 cuando los pasajeros que esperaban un avión en San Pablo fueron reubicados en otros vuelos sin ninguna explicación. El cargo fue el de omisiones "al derecho a la información y a la garantía de asistencia adecuada al consumidor". Obviamente, el "derecho a la información del consumidor" vale poco al lado de la "capacidad para generar lucro".
Gol también fue noticia en mayo, cuando a un vuelo entre San Pablo y Montevideo se le incendió una turbina. La compañía dijo que un pájaro había provocado el fuego. La prensa no contrastó la explicación con ninguna fuente alternativa.
En realidad, la información que necesita la gente que viaja en avión no es la que brindan los medios.
En 2005 visité con mi familia las islas del Caribe colombiano. Compré los pasajes en Montevideo. Para volar entre la muy turística San Andrés y la solitaria isla de Providencia, la única opción era la aerolínea West Caribbean.
El avión era pequeño, como suelen ser los que unen las islas caribeñas. No lucía muy cuidado. Parte del equipaje iba tirado en el pasillo. El vuelo a Providencia fue normal hasta que el momento del descenso: allí la nave comenzó a sacudirse y de golpe sufrió una caída que parecía no tener fin y provocó el pánico general. Cuando el avión por fin se estabilizó y aterrizó, algunos pasajeros tenían lágrimas en los ojos.
El viaje de regreso fue más normal, pero cuando el avioncito aterrizó en San Andrés y mientras todavía carreteaba pude ver al personal de tierra del aeropuerto mirar con horror a la nave y correr hacia un hangar en busca de algo: forcejeaban con una puerta que no podían abrir, mientras giraban su cabeza para mirar a nuestro avión que pasaba frente a ellos. Nunca pudieron abrir la puerta del hangar, por lo que fue imposible saber qué buscaban. Pisé tierra con el firme deseo de nunca más saber de West Caribbean. No pude.
Un mes más tarde, en marzo de 2005, el vuelo de West Caribbean entre Providencia y San Andrés se estrelló poco después de despegar: murieron los dos pilotos y seis de los 12 pasajeros.
La noticia no tuvo demasiada repercusión, pero sí la que la sucedió apenas cuatro meses y medio después: un avión de gran porte de West Caribbean que volaba entre Panamá y Martinica con 152 pasajeros y ocho tripulantes se estrelló en Venezuela. Todos murieron.
Recién entonces la prensa publicó la información que el público había necesitado ANTES de los accidentes:
En enero de 2005 West Caribbean había sido sancionada por las autoridades colombianas por violentar el Reglamento Aeronáutico: manejo indebido de los libros de vuelo, problemas en el mantenimiento de las naves, irregularidades en los chequeos, problemas en el entrenamiento de las tripulaciones, exceso de trabajo de los pilotos, entre otras nimiedades. La aerolínea fue multada y se le impidió volar por unos días.
Casi nadie se enteró. Los vuelos que yo tomé iban llenos. Los dos vuelos que se cayeron también: 168 personas murieron.
Como suele suceder hoy día: faltó información. No noticias sobre rankings y premios: información verdadera y útil para la gente. Se supone que eso es el periodismo.
Los apologistas de la sociedad en la que vivimos no dejan de destacar la cantidad de información que hoy tenemos a disposición: más de cien canales de televisión, publicaciones de todo tipo, internet que te lo cuenta todo en tiempo real, los titulares que te llegan al celular.
Todo eso puede ser muy bueno o una cáscara vacía. En materia de aviación la única información real que hemos recibido en los últimos tiempos se la debemos al coraje del piloto argentino Enrique Piñeyro, que nos ha informado a través del cine lo que ningún medio se había animado a contar antes.
Hoy hay más desinformación que información. Cada vez hay menos periodistas que investigan en los medios y cada vez hay más periodistas contratados en "agencias de prensa" que trabajan creando pseudo noticias para las grandes corporaciones.
Hay temas que silencia un aviso. Hay noticias que no se dan porque alguien lo pide. En cambio se informa que la empresa X ganó un premio, que la compañía Y pintó una escuela y que la empresa Z quiere mucho a todos los niños. Propaganda, publicidad y marketing travestidos de periodismo. En 2002 toda la prensa reprodujo la "noticia" de que la calificadora Moody´s había otorgado la nota de confianza más alta a los bonos y depósitos... ¡del Banco Montevideo!
Hace unos días, en La Diaria se publicó una extensa lista de todos los accidentes que han ocurrido en centrales nucleares en 2007. Es muy curioso: mientras en nuestros medios se desarrolla una intensa campaña para que Uruguay compre una central nuclear, nadie había informado sobre esta sucesión de accidentes.
El público suele creer que los mayores riesgos para la libertad de expresión provienen de las presiones de los políticos. No es cierto. Son las grandes corporaciones las que cada vez condicionan más el contenido de los medios, de una manera mucho más encubierta y artera.
Para sobrevivir a esta enorme amenaza sobre su futuro, el periodismo debería volver a su principio más básico: servir al público. Los dueños de los medios y muchos de sus trabajadores deberían recordar que "la capacidad de generar lucro" nunca había sido, hasta ahora, la razón de ser de la prensa.
El periodismo no es apenas un negocio más. Cuando se transforma en eso, se cae. Igual que los aviones sin mantenimiento.
Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 2007.