19.8.22

Duro con la pluma, generoso con las personas

 
A
lto, muy serio y con cara de pocos amigos, la primera impresión que te causaba Miguel Ángel Campodónico era la de un hombre hosco y huraño. Yo lo conocí a mediados de los 80 en la redacción del semanario Aquí. Yo tenía apenas más de 20 y el casi 50. No me llevó mucho tiempo descubrir que detrás de esa fachada seria y dura había un hombre muy generoso, con una ética intachable y un compromiso total con el trabajo periodístico.

 Siempre ponía la lupa en los problemas sociales. Sus notas solían denunciar las carencias de asilos, hospitales públicos o barrios olvidados. Se ponía en la piel de los más pobres y tenía poca paciencia para las excusas y explicaciones de los políticos funcionarios implicados.

Era duro para juzgar esas injusticias, a las que el periodismo muchas veces termina por resignarse, por la fuerza de los hechos.

Miguel Ángel no. “El periodismo es una máquina de hacer enemigos”, decía, con cierta pesadumbre, no comprendiendo por qué algunos de los implicados se enojaban tanto con sus notas, si él había dicho la verdad.

Nunca olvidé esa frase y hasta hoy me sirve de apoyo, por su evidente exactitud.

Era generoso y abierto a desafiar sus propios esquemas. Signo de aquellos tiempos, la sección cultural de Aquí tenía dos espacios diferentes, con editores distintos. Una de las secciones estaba volcada a la literatura, con un enfoque más tradicional. El otro, con gente más joven, hacía énfasis en el rock. Miguel Ángel escribía en el sector tradicional. Yo, de vez en cuando, en el del rock.

Cuando murió Luca Prodan, publiqué una semblanza basada en una entrevista que le había hecho cuando vino al primer Montevideo Rock. Era la típica nota que solía ser recibida con mucha frialdad en la sección de cultura “tradicional”. Por eso temí cuando Miguel Ángel me dijo que quería hablar conmigo. Pero lo que quería decirme es que Luca Prodan le había resultado alguien muy interesante, con “algo especial”.

Era hincha de Peñarol. Recuerdo una tarde que trabajamos en el mismo escritorio. La radio estaba prendida con el relato de un partido entre Nacional y Progreso, en el Paladino. No le dábamos mucha importancia, hasta que -para nuestra felicidad- los goles de Progreso comenzaron a sucederse uno tras otro, hasta encajarle un histórico 6 a 1 a Nacional. El puntero Johnny Miqueiro hizo tres goles esa tarde. Luego del partido declaró que había jugado casi en ayunas, porque le dolía el estómago. Cada vez que nos veíamos, Miguel Ángel recordaba aquella anécdota a las risas.

Era un hombre de izquierda en sus ideas, pero no se casaba con nadie. Publicó muchas biografías, de Mauricio Rosencof a Julio Sánchez Padilla, pero la más popular, traducida y vendida fue la de José Mujica. Eso no le impidió opinar en 2016 que la presidencia del extupamaro había sido la peor desde 1985 hasta ese momento.

Hace pocos años lo recomendé como columnista para el portal Ecos. Ya tenía casi 80 años, pero su impronta seguía siendo la misma: la denuncia de la injusticia, el olvido de los postergados, la frivolidad y el doble discurso político.

En el gesto y en la pluma, fue un duro hasta el final.

Un gran periodista y un gran tipo.

 

Miguel Ángel Campodónico
Gentileza de la familia

Publicado en el semanario Brecha, edición del 12 de agosto de 2022, acompañando una nota de Alicia Torres sobre la obra literaria de Campodónico.

3.5.22

Abrazados a las redes sociales

La pérdida de confianza en las instituciones es una tendencia mundial.

Una reciente encuesta de Equipos, que divulgó Subrayado, mostró que 60% de los uruguayos tiene poca o ninguna confianza en la Iglesia, un 57% se siente igual respecto a los sindicatos y un 50% descree de los partidos políticos.

Equipos no midió la desconfianza hacia los medios de comunicación, pero otros ya lo han hecho otras veces. Un informe de Reuters, por ejemplo, mostró que entre 2017 y 2020 la confianza en los medios informativos experimentó notorias caídas en Argentina y Chile.

Algunas de las razones por las cuales los medios hipotecan la confianza del público son bastante obvias: medios que priorizan un proyecto político-partidario por sobre la información, medios que han desertado de territorios enormes (investigación, debate, cultura), medios que han sacrificado la calidad en pro de una reducción de costos sin fin.

Hay medios que quieren, pero no pueden. La publicidad migró a los gigantes de internet. La prensa –de cuyos contenidos se valen los nuevos ricos de la web- cada vez es más pobre. Sin dinero, la calidad informativa cae en picada. Y sin información no hay democracia.

Ante ese panorama, muchos han visto en las redes sociales una esperanza.

En las redes –dicen- todas las voces tienen un lugar, todos podemos decir lo que queremos, no hay censura ni filtros. Muchos las han abrazado con un fervor sin límites.

Es una nueva religión y Elon Musk es uno de sus profetas.

Muchos que descreen por igual de políticos, partidos, sindicatos y periodistas, tienen una fe ciega en lo que hará un multimillonario del que apenas conocen unos pantallazos de su vida.

Es cierto que en Twitter uno puede oír todas las campanas. Todas, incluyendo la de millones de cuentas creadas por quién sabe quién, operadas quién sabe dónde, que replican discursos destinados a diseminar el odio, la información falsa o a acabar con el prestigio de personas inconvenientes: políticos, jueces, científicos, periodistas.

¿Cómo se ha aprovechado este menú súper plural?

Muchos de los que han desertado de los medios por entender que les falta apertura e imparcialidad se han volcado a las redes donde –algoritmo mediante- se han encerrado en burbujas mucho menos plurales.

Lejos de favorecer la diversidad de puntos de vista, las redes sociales, a través del “me gusta” y sus algoritmos, promueven que uno se enclaustre cada vez más en un círculo viciado y vicioso. ¡Es tan lindo oír lo que quieren nuestros oídos!

Millones que huyeron de los medios porque los entienden sesgados, hoy se empachan en las redes leyendo y oyendo una y otra vez a los que piensan igual que ellos. Es la nueva plaza pública, dice el profeta Musk. Una plaza pública donde cada día se lapida al que piensa distinto.

Hace unas semanas, la senadora colorada Carmen Sanguinetti fue objeto de una furibunda campaña de denostación en las redes por haber expuesto en el Parlamento como las mujeres se ven más perjudicadas por el cambio climático.

La furia con que fue atacada resultó difícil de entender. La senadora apenas si habló de ese tema en lo que se llama la “media hora previa”, un espacio que tienen los legisladores para plantear ideas o pensamientos propios, sin ninguna consecuencia ulterior.

Tras el bullying recibido, Juan Moreno, un diputado colorado, presentó un proyecto para castigar penalmente a los que insultan y atacan en las redes.

En Argentina, algo similar había propuesto días antes un representante del gobierno.

El secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, anunció un plan para que las redes sean usadas “para el bien común” y “dejen de intoxicar el espíritu de nuestra democracia”.

Ambas iniciativas fueron sepultadas en un mar de críticas. Regular las redes sociales es un problema, porque la libertad de expresión está en juego.

En la reciente cumbre de la Unesco, el presidente Lacalle Pou se manifestó por no regular nada relacionado con estos temas. Admitió que ve como un problema que la gente viva inmersa en burbujas donde todos piensan lo mismo. Reconoció que ese fenómeno es alentado y potenciado por las empresas mediante la inteligencia artificial. Sin embargo, propuso combatir ese mal tan solo con “educación”.

No creo que la educación pueda tanto. Los centros de estudio en Uruguay -y en menor medida, en todo el mundo- tienen enormes problemas para enseñar a escribir, leer y multiplicar. Es demasiado pretender que, además, logren desbaratar los esquemas montados por los especialistas que trabajan para las empresas más poderosas del mundo.

En la divulgación de discursos de odio a través de las redes, la creación y distribución de información falsa a través de ellas, la generación de burbujas informativas y en la agonía de la prensa, la democracia tiene un problema de primer orden. No es admisible que los gobiernos miren para el costado y le tiren semejante fardo a la educación. O al mercado.

Otros creen que la solución vendrá para todo el mundo de la mano de un multimillonario generoso y benefactor.

Prefiero apostar por la república y la democracia.


Tomado de Pink Floyd The Wall

13.3.22

Elogio de un pacto de silencio

 ¿Eduardo Bonomi mató al inspector Rodolfo Leoncino en 1972?

La discusión volvió con fuerza ante la muerte del exministro, en un escenario cada vez más polarizado respecto al “pasado reciente”.

En grupos de WhatsApp de militares y de derecha circuló una foto de Bonomi con una imaginaria frase de Leoncino: “Después de 50 años y 25 días te espero, pero de frente no por la espalda”.

Leoncino era el jefe de seguridad del Penal de Punta Carretas. Fue asesinado el 27 de enero de 1972 por un comando tupamaro, en Maroñas, mientras esperaba el ómnibus para ir a trabajar. Tenía 50 años.

Las versiones de por qué el MLN decidió asesinarlo son varias. Oficialmente, la guerrilla señaló que Leoncino fue “ajusticiado” por maltratar a presos tupamaros. Samuel Blixen, en su libro Sendic, lo define como “un vigilante sanguinario que gozaba con las golpizas”. Jorge Zabalza, en Cero a la izquierda de Federico Leicht, sostiene que Leoncino impidió que un compañero recibiera asistencia médica, lo que habría derivado en su fallecimiento. En ese libro, Zabalza dice haber tomado la decisión de matar a Leoncino junto con José Mujica y Efraín Martínez Platero.

El guerrillero Alejandro Pereira Mena, en cambio, dio otra versión: Leoncino no había aceptado los sobornos que el MLN repartía a otros policías para que hicieran la vista gorda ante los preparativos de la fuga de Punta Carretas. En el libro Historias tupamaras Luis Nieto cuenta que tras haber matado a Leoncino el MLN se adueñó de esa cárcel por el terror que ganó al resto de los policías. Zabalza también declaró algo similar al respecto.

Bonomi fue acusado de integrar el comando que mató a Leoncino y de haber disparado la ráfaga mortal.

En 2009 el entonces senador Luis Alberto Heber, hoy ministro del Interior, lo dijo en una entrevista en el semanario La Democracia:

 “El candidato del Frente ha designado como futuro ministro del Interior nada más ni nada menos que al senador Bonomi, quien asesinó por la espalda en una parada de ómnibus a un policía, el Jefe de la Cárcel de Punta Carretas”.

Entrevistado por Emiliano Cotelo en radio El Espectador, Bonomi respondió que las cosas no habían sido así. “Fui procesado por algo parecido, para nada igual a lo que dice el senador Heber”, declaró. Dijo que todo se basó en declaraciones extraídas bajo tortura a otros integrantes del MLN y que él las terminó aceptando, también bajo tortura. Asumió su “responsabilidad política” por las acciones realizadas por el grupo guerrillero, pero agregó que eso “no significa ser materialmente responsable”.

Sin embargo, años después el asunto volvió. En 2018 el periodista Sergio Israel, en su libro Tabaré Vázquez, compañero del poder, cuenta que al asumir su primera presidencia Vázquez quería designar a Bonomi como ministro del Interior, pero que no lo hizo porque había matado a un policía.

Dice el libro: “Otra idea que tuvo que ser cambiada a último momento fue la designación de Eduardo Bonomi en Interior. El Bicho advirtió a Vázquez que había sido acusado de la muerte de dos policías durante su militancia en el MLN-Tupamaros antes de la dictadura y que en uno de los casos era verdad. Fue entonces que Vázquez decidió que (José) Díaz, que iba a ser ministro de Trabajo, se ocupara de Interior y Bonomi pasara a lidiar con empresarios y trabajadores…”.

Bonomi recién sería designado en Interior en 2010, cuando José Mujica llegó a la presidencia.

Basado en lo relatado por Israel, en el programa televisivo Séptimo Día, en 2019, le pregunté a Bonomi si se arrepentía de haber matado a un policía.

Respondió que no podía arrepentirse de algo que no había hecho. Le cité el libro de Israel y respondió que el periodista se había equivocado.

Días atrás, tras la muerte de Bonomi y con este tema escalando temperatura en las redes sociales, el colega Nicolás Delgado entrevistó para Montevideo portal a Jorge Vázquez, exviceministro del Interior, cercanísimo colaborador de Bonomi y hermano del fallecido presidente Vázquez. Delgado le preguntó a Vázquez por este tema y el relato de Sergio Israel.

La respuesta de Jorge Vázquez resultó reveladora. Dijo:

 “Yo fui el que hizo el acuerdo con Bonomi. Lo hicimos en la sede del MLN en la calle Tristán Narvaja. Estaban ‘El Bicho’ y varios compañeros más de la dirección. Tabaré quería que ‘El Bicho’ fuera ministro del Interior y hace la propuesta. Y ‘El Bicho’ pide una reunión y Tabaré me manda a mí. Lo que se me dice a mí, y yo no miento, es: ‘Tabaré quiere a El Bicho como ministro del Interior, y El Bicho está acusado de tal cosa y no es una buena señal que con esa acusación él vaya a un ministerio donde puede generar muchas rispideces’. Y esto le transmití a Tabaré. Él dijo: ‘Bueno, corremos el riesgo igual’, porque estaba convencido que Bonomi podía ser un buen ministro del Interior. Pero frente a la situación de que la propia dirección dijo que podía generar rispideces, mejor era ponerlo en otro lado y evitarnos un problema. Tabaré lo entendió así y lo nombró ministro de Trabajo.  Y le fue muy bien”.

Vázquez agregó que las acusaciones contra Bonomi nunca cesaron, pero él nunca le preguntó sobre el tema.

“En mi relación personal con Bonomi, él nunca me dijo qué era lo que había hecho. Lo que sí me dijo es que lo que ha dicho en otras instancias: ‘Yo asumo políticamente la responsabilidad de todas las acciones que hizo el MLN’.  Si lo acusaban y fue cierto o no, no sé. Lo que sé es que en la tortura a veces es más fácil decir ‘fui yo’ que acusar a un compañero.  Y a veces el torturador se queda con la tranquilidad de que descubrió quién fue que cometió el delito y no le interesa indagar más”.

Es muy cierto lo que señala Vázquez: los militares “investigaron” torturando. Ese uso sistemático de la tortura y la falta de garantías de la justicia militar, terminaron por invalidar -en los hechos- todas sus conclusiones y sus condenas. No hay garantías ni certezas de que los condenados por los crímenes tupamaros hayan sido los verdaderos responsables. Muchos fueron presos muchos años por esos delitos, pero ¿fueron ellos?

Mediante la tortura los militares enviaron a la cárcel a miles. Mediante la tortura lograron que todos, incluyendo a los verdaderos culpables, se volvieran inocentes para siempre. Es una paradoja sobre la cual no he oído reflexionar a los grupos que hoy defienden a los militares presos por crímenes de la dictadura.

Por eso mismo y volviendo a Leoncino, no hay certeza de que su matador haya sido Bonomi. Pero lo que sí es seguro, es que el MLN lo asesinó, lo mismo que a decenas de otras personas.


¿Nunca le preguntó a Bonomi qué pasó? – le preguntó el periodista Delgado a Jorge Vázquez en la reciente entrevista.

“Jamás, porque hay una especie de regla de oro entre los que estuvimos presos y es que nunca nos preguntamos qué hicimos. Hay un respeto por el compañero. Hay un respeto por el compañero que pasó por la tortura y dijo lo que dijo y no dijo lo que no dijo y aguantó lo que aguantó y no aguantó lo que no aguantó. Ahí pasamos todos por la tortura. Entonces, lo que yo no dije en la tortura no se lo voy a decir a nadie, y lo que dije en la tortura, tampoco”.

Y agregó, por si no hubiera quedado claro el concepto:

“A pesar de que muchos delitos ya prescribieron y que ahora podríamos abrirnos y decir ‘yo sé que fulano hizo tal cosa’, hay un código de oro, que no lo implantó nadie, lo implantamos nosotros por la convivencia de 13 años de cárcel, tortura, apremio físico, psicológico, etcétera, que lleva a que hay cosas que nosotros no nos contamos”.

En su respuesta, Vázquez parece no percatarse de que está describiendo con orgullo un código de silencio que se parece muchísimo al que han esgrimido los militares para justificar su falta de aportes a la verdad histórica.

Es claro que el terrorismo de Estado es más grave que los atropellos de una organización armada privada. Pero eso no rebaja la gravedad de muchos crímenes que cometieron el MLN y otros grupos menores, incluyendo la ejecución de gente inocente y prisioneros inermes.

Los responsables de esos homicidios siguen guardando silencio, por las razones que Vázquez esgrime. La tortura militar los volvió inocentes y ellos no hacen nada para despejar las dudas. Que haya familias sufriendo, a las que nadie les explicó, con las que nadie se disculpó, ni les contó exactamente qué pasó, no parece tener importancia.

Así como indigna que los militares que tienen información sobre los desaparecidos no comprendan de una vez que la guerra interna terminó, ¿no cree Jorge Vázquez que ya terminó también el tiempo de los calabozos y la tortura? ¿No piensa que el país hoy no necesita silencio, sino verdad para sanar las heridas? ¿No asume que el dolor que provoca un asesinato es idéntico para cualquier familia?

En la entrevista Vázquez condenó, con toda razón, a los militares que no dan datos para ubicar a los desaparecidos, la mayor herida de todas. Y luego propuso un modo de superarlo: “¿Sabés cómo? Que entre la gente que participó en esas cosas o que estuvo en esos años -porque hubo mucho personal de tropa que participó, yo sé de cabos, de sargentos que participaron en la tortura, que estaban a cargo de los calabozos, a cargo de los presos, te llevaban al cuarto de tortura, te esposaban, te ataban, te tiraban en un colchón, llamaban al médico… eso lo hacía personal de tropa-, si todos aportan un poquito de algo, es muy probable que se reconstruya una verdad. Lo que pasa es que nadie quiere aportar un poquito de nada”.

Y de vuelta el asombro.

Porque Vázquez quiere que ese aporte de verdad lo pongan otros, mientras él admite, promueve y pregona un pacto de silencio casi idéntico en motivos y sustancia al que critica y propone levantar.

Es muy difícil que la verdad avance así.

El caso Leoncino, con todos sus eufemismos y opacidades, es un buen ejemplo.


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