18.12.09

La regla de oro del periodismo uruguayo

El 24 y 25 de setiembre de 1993 la Red de Mujeres Políticas del Uruguay realizó un seminario-taller titulado: “¿Tienen las mujeres un estilo diferente de hacer política?”
Una de sus actividades fue un panel que debía responder a la pregunta: “¿Cómo nos relacionamos las mujeres con el poder?”.
Puedo manejar estos detalles con propiedad porque aún tengo guardados la carpeta y el programa que entregaban a los participantes del seminario.
La memoria engaña: yo hubiera jurado que aquella actividad se realizó un día de semana de noche. Sin embargo, el rústico programa (una hoja fotocopiada) indica que fue un sábado a las cuatro de la tarde.
Según ese papel, participaron del panel las sociólogas Carmen Rico y Nea Figueiras y la periodista Sonia Breccia. De Rico y Figueiras aquel día nada recuerdo. Quizás faltaron a la cita, o su participación no dejó huella en mí, o yo llegué tarde o me retiré antes de que ellas hablaran. No lo sé. En cambio, nunca olvidé aquella conferencia de Sonia Breccia.
Su ponencia tuvo dos partes. En una de ellas, para mi sorpresa, Breccia relató cómo durante muchos años le había hecho la guerra interna en radio Sarandí a Néber Araújo, buscando ganar un lugar de mayor importancia en la emisora. Luego –explicó- había dejado de celar y perseguir al pobre Néber y se había dedicado a lo suyo, y fue entonces cuando creció y despegó como periodista, además de sentirse mejor consigo misma. La lección para las mujeres que la escuchaban (creo recordar que yo era el único representante masculino en la sala) era bien clara: hay que preocuparse menos por lo que hacen los hombres y apostar a la propia capacidad femenina.
La otra parte de la ponencia de Breccia fue respecto a su relación con los políticos. Explicó que un periodista que quiere llegar alto tiene que poder entrevistar a todos los grandes líderes.
“Tarde o temprano ese periodista, en una buena, necesita de esa entrevista con un político, porque eso hace a su currículum. Los periodistas se miden por sus entrevistados”, afirmó.
“El periodista –continuó- sabe que si se pone pesado, si se pone impertinente, si se pone cargoso, si se pone cerril, va a haber un momento en que ese hombre político, cuando él quiera la entrevista, le va a decir: no sea pesado”.
La conclusión era clara: en Uruguay un periodista que quiere llegar alto no puede preguntar a fondo a los políticos.
En los países civilizados es exactamente al revés: un periodista que no pregunta con el máximo rigor no tiene público y, por eso mismo, no es contratado por los empresarios. Pero el Uruguay pre-capitalista” no es un país civilizado.
“No estoy diciendo nada nuevo”, agregó Breccia. “Cualquiera de nosotros, con mirar, cuando termina una elección, por donde pasa primero el presidente electo, tiene claras cuáles son las reglas de juego”.
Yo nunca había oído a nadie plantear con tal grado de sinceridad y crudeza las “reglas de juego” no escritas del periodismo uruguayo. Por eso nunca tiré el cassette. Y todavía lo tengo.
Recordé las palabras de Breccia en estos días, pensando en la relación entre políticos y periodistas en la campaña electoral 2009.
Lo dicho en aquella conferencia puede utilizarse para analizar las tres entrevistas más calientes de la campaña: la que Ignacio Álvarez le hizo a Luis A. Lacalle en radio Sarandí; la que Gabriel Pereyra le hizo a José Mujica en VTV antes de la elección, y la que los estudiantes de periodismo ORT de realizaron a Lacalle dentro de un ciclo del canal 20 del cable TCC.
Veamos:
Ignacio Álvarez fue a fondo con Lacalle en una entrevista en radio Sarandí. ¿Qué pasó luego? Mujica nunca aceptó ser entrevistado por Álvarez.
Gabriel Pereyra se le paró firme a Mujica en su programa En la mira en VTV. Como nadie antes, le enrostró su prepotencia para con un muy joven cronista que había osado preguntarle por su relación con los Kirchner. Y cuando Mujica quiso zafar metiéndole el gaucho como suele hacer, Pereyra se plantó firme y no se dejó avasallar. ¿Qué pasó luego? Lacalle no quiso ir al programa de Gabriel Pereyra.
Los estudiantes de periodismo de la universidad ORT le preguntaron sin miedo a Lacalle. Sorprendido, Lacalle se enojó y se mostró como un energúmeno ante un auditorio repleto y frente a las cámaras. ¿Qué pasó luego? Aduciendo problemas de agenda, Mujica no aceptó ser entrevistado… ¡por un grupo de estudiantes de periodismo!
Ahí están, plenamente vigentes, las “reglas de juego” definidas con cruda resignación por Sonia Breccia aquel día.
Reglitas: reglas de juego de un paisito chiquito, con una prensa chiquita y una política chiquita.


12.12.09

Chillidos bajo el asfalto

“Se han extendido con el hombre por toda la superficie del globo, infestando hasta las islas más desiertas. Esta dispersión se verificó en épocas no muy lejanas, y aún se recuerda la fecha de su aparición. El hombre no agradece en ninguna parte el afecto que le demuestran estos animales; por doquier los odia y los persigue sin compasión; se vale de todos los medios para exterminarlos y, a pesar de esto, siempre le son fieles, aún más que el perro".
Del artículo sobre la rata, en el Diccionario Enciclopédico Hispano Americano. Edición de comienzos del siglo XX.



Existen 120 especies de ratas conocidas, todas ellas pertenecientes al género rattus, a la familia de los múridos, al suborden de los miomorfos y al orden de los roedores. De ellas, dos se han extendido por todo el mundo acompañando al hombre dondequiera que éste ha ido: la rata negra y la rata gris, también llamada parda o de alcantarilla.
Ambas especies parecen ser originarias de Asia, quizás de Persia o de la India. La primera en emigrar hacia Europa fue la rata negra, que también fue conocida como rata común (Rattus rattus). En el siglo XII ya se reportaba como un animal común en el viejo continente. Suele medir unos 40 centímetros, mientras que la rata gris alcanza frecuentemente el medio metro, incluyendo los 20 centímetros de cola.
El mayor tamaño, su mayor agresividad y un instinto expansivo más acentuado hicieron que la rata gris desplazara a la rata negra, relegándola a sus hábitats menos deseados, como las bodegas de los barcos.
“La casi totalidad de las ratas que hay en Montevideo son ratas grises”, dice el doctor Carlos Soto, joven egresado y docente de la Facultad de Veterinaria, y director de una empresa de desratizaciones. “Es posible –agrega- que haya algunos ejemplares de rata negra en el puerto”.

Terremoto

De todos modos, ambas especies tienen comportamientos muy similares y suelen ser descriptas en conjunto.
Es posible que Eliano, un escritor griego del siglo III, fuera el primero en describir a las ratas y sus viajes, que terminarían por traerlas a las costas del Uruguay. En sus Particularidades de los animales describe una especie a la que llama “rata carpiana” que emprende en ocasiones largos viajes, en “innumerables ejércitos”, cruzando ríos a nado y sujetándose cada individuo con su boca de la cola del que lo precede.
Más tarde, el naturalista alemán Pedro Pallas (1741-1811) observó cómo, tras un violento terremoto, grandes manadas de ratas emigraron a Europa desde orillas del mar Caspio. Siglos atrás, las ratas habían abandonado la ciudad helénica de Hélice, antes de que un sismo la destruyera. Los sobrevivientes les atribuyeron el don de adivinar el porvenir.
De Europa las ratas pasaron a América en barco, acompañando a los hombres. Es posible que el mismo Juan Díaz de Solís trajera la primera al Río de la Plata.
Las ratas uruguayas han conservado, en líneas generales, las tradiciones de sus antepasados, incluyendo su reacción ante los movimientos de tierra. Cuenta la leyenda que el día que se estrenó en Montevideo la película Terremoto –con sonido sensurround- centenares de ratas salieron “desde el piso” del cine que temblaba.

Vivo o muerto

He visto ratas drogadictas –me dijo- jodidas ratas con el mono. ¿No me cree? Las he visto yo, con estos ojos.
Yo no le dije ni que sí ni que no.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


El 1 de abril de 1927 el Consejo de Administración Departamental de Montevideo, abrumado por la cantidad de ratas que comenzaban a verse en la ciudad, autorizó a la Dirección de Salubridad a pagar una recompensa por cada animal capturado, vivo o muerto. La campaña comenzó poco tiempo después y participaron de ella tanto el personal municipal especializado como los cazadores de recompensas (la cabeza de cada rata se pagaba 0,05 pesos). Duró 60 días y fue considerada un éxito: 710 ratas muertas. Hoy la población de ratas de la ciudad hay que medirla en millones.
“Yo no puedo dar una cifra de cuántas ratas tenemos, ni de cuántas matamos. No hay evaluación posible. Una sola pareja puede tener en un año miles y miles de descendientes. Puedo payar si quiere”, dice Héctor Sobrino, director de Salubridad de la Intendencia Municipal de Montevideo.
Soto, el veterinario que dirige una empresa de desratización, opina: “Yo creo que hoy debe haber entre seis y ocho ratas por cada persona en la ciudad”.
La dificultad en definir con exactitud el número de estos roedores se debe a lo subterráneo y clandestino de su actividad y, principalmente, a la extraordinaria velocidad con que se reproducen.
Según el libro
Ratas del doctor César Vega González (Universidad Central de Venezuela, 1980), las crías nacen a los 22 días del apareamiento. La madre ya puede volver a aparearse 48 horas después del parto, aunque no siempre lo intenta. El número de crías es generalmente de seis a 12 por camada y cada hembra tiene entre cuatro y siete camadas al año. Esto lleva a que cada hembra pueda tener hasta 84 hijos por año. Las crías son prolíficas cuando tienen apenas entre tres y cinco meses. Una rata que es madre por primera vez en enero puede llegar a diciembre siendo tatarabuela.
Hay, sin embargo, un buen termómetro del número de ratas. Existen entre diez y 15 empresas de “exterminio” con autorización en regla por parte de la Intendencia. Otras 60 o 70 operan sin los permisos legales. Y nadie se queja de la falta de trabajo.
“La mayor parte de las denuncias las recibimos del Centro, Cordón, Pocitos y Carrasco. En el Centro, desde que empezó la construcción de edificio del Sodre hay mucho trabajo”, relata Soto. “En una casa de apartamentos de Andes y Mercedes después de hacer el trabajo le pagamos a un hombre para que sacara las ratas muertas del tubo de aire. Cuando llegó a las 150 no quiso contar más”.
“En Pocitos la situación se agravó mucho cuando hicieron el colector, porque las ratas dejaron la costa y cruzaron la rambla. Aparecen en todos lados. Hemos tenido casos en que salen por los waters de los apartamentos de un quinto piso”, continúa. “Tenemos como cliente a un supermercado que le da a cada empleado un día franco por cada rata que mata. En otros, los serenos tienen una chumbera. Nos llaman de confiterías, panaderías, restoranes. Claro que el primer pedido es la discreción. Incluso cuando alguien nos pide referencias, nunca decimos que hicimos esos trabajos”.
Los servicios de la empresa de Soto fueron recientemente requeridos por una fábrica de pastas. “No había manera de terminar las ratas. Nosotros le dijimos al dueño que había algo abierto, que eran ratas que entraban y salían. Morían algunas, pero entraban otras. Él decía que no. Le dijimos que revisara bien, y no nos hizo caso. En un fin de semana le comieron todos los billetes de la caja”.

Los 14 orientales


Entiéndame lo que quiero decir. Los yonkis tiran las jeringuillas a las cloacas y las ratas se comen la droga, quiero decir, se pinchan ellas mismas, o sea, por accidente, ¿no? Las ratas se pinchan y ya hay una mutación de la especie. ¿Comprende usted lo que quiere decir mutación?
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


De los casi 14.000 funcionarios de la Intendencia Municipal de Montevideo, apenas 14 de ellos están dedicados al combate contra los roedores. Los encargados de la división consideran algo escaso el número, apenas remediado por un convenio con el Cuerpo de Bomberos, que cada día les envía hasta 35 hombres “que ofician como ayudantes”.
Según los responsables, las últimas campañas realizadas contra las ratas han logrado reducir su número. “En Pocitos teníamos 20 o 30 denuncias por día y ahora se ha bajado a una o dos”, dice Sobrino.
En cambio, para algunas de las compañías de desratización consultadas, tras la campaña las ratas huyeron hacia nuevos lugares.
Alberto es un señor que vive en un apartamento frente al club Nautilus, en un cuarto piso de Punta Carretas. Algunas noches atrás se encontró con una rata en el living. Comenzó la cacería con una escoba. “Saltaba como loca. Se trepaba en los marcos de las puertas, completamente lisos”. Luego de recibir varios golpes, el animal, ya atontado, intentó refugiarse en un macetero. Alberto lo mató vaciándole allí todo un spray de insecticida. Cuando le contó al sereno del edificio lo sucedido, éste no se sorprendió. Casi todas las noches ve a las ratas cruzar la rambla para jugar, colgándose con la cola, en los jardines de los frentes de los edificios de la zona.

Ravioles azules

Las ratas han sido combatidas por todos los métodos. Primero fue el veneno.
“Nosotros les preparábamos unos ravioles de arsénico, harina y grasa. Las ratas comían hasta que se daban cuenta de que era esa comida lo que las mataba. Entonces teníamos que cambiar el color de los ravioles y hacerlos azules”, se acuerda Sobrino, el director de Salubridad, de viejas batallas.
Soto, el veterinario desratizador, explica: “Antiguamente el veneno daba su resultado, pero los animales se fueron perfeccionando. La rata tiene un sistema social muy sofisticado. Una serie de animales de la colonia (no sé si los más viejos o los más débiles) son enviados a probar toda la comida que se encuentra. Si no hay veneno, entonces recién comen los demás”.
“Es una lucha de inteligencias”, piensa Sobrino. “La rata tiene algo similar a la naturaleza humana”, dice, tranquilo.

“Va a llegar el momento…”

-Me fijé en las ratas, amigo –continuó el sujeto del mostrador-, me fijé muy bien. No eran ratas corrientes, eran ratas mutantes. La mutación ha comenzado.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“Hace ya más de diez años se importaron unos aparatos que emitían una onda de sonido sólo audible para las ratas y que las ahuyentaba”, dice el desratizador Soto. “Por un tiempo dieron buen resultado. Después las ratas empezaron a acostumbrarse. Hoy, por más que los aparatos siguen funcionando, la mayoría de las oficinas que los compraron los tienen apagados. Las ratas hasta les pasaban por arriba”.
Últimamente hay quienes colocan sistemas con hilos electrificados con corrientes de 12 voltios. El choque eléctrico no mata al roedor, pero es fuerte y lo asusta. Sin embargo, tampoco brinda una protección total. La rata se ingenia para evitarlo e, incluso, si es necesario puede tolerar el choque.
Lo que mayormente se utiliza hoy son tóxicos anticoagulantes, tanto por la brigada municipal como por las empresas privadas. La rata los come y muere al cabo de una semana, aproximadamente. Para que la rata lo coma se le agregan hormonas sexuales de la especie. El animal comienza a perder la sangre y no lo asocia con el alimento que ingirió. Se siente débil y, cuando ya no tiene más fuerzas, se queda en la madriguera para morir. El hombre rara vez puede encontrar su cuerpo.
"La lucha es continua”, dice Soto. “La tecnología no deja de investigar nuevas formas de eliminar a las ratas. Porque va a llegar el momento en que también se van a hacer inmunes a estos tóxicos, porque su sistema de coagulación se va a adaptar”. Es que la capacidad de adaptación de la rata está fuera de dudas.
La
Enciclopedia de los Animales (edición conjunta de los editoriales Abril, Noguer, Larousse y Rizzoli) dedica un especio al ingenio de las ratas.
“En cuanto a sus facultades intelectivas, sin duda, están bien dotadas, sobre todo para la astucia, como ya demostró Della Torre en 1880, quien pudo observar cómo las ratas se llevaban huevos sin romperlos. Dice el investigador que, para ello, los animales trabajaban perfectamente organizados: uno sujetaba el huevo con las (cuatro) patas, manteniéndolo asido. En esta postura, naturalmente, no podía moverse. Entonces otro individuo lo agarraba de la cola, arrastrándolo hacia la madriguera en unión con el botín”.
Han pasado algunos años. Recientemente, la compañía Bayer envió un video a la división de Salubridad de la Intendencia de Montevideo mostrando cómo las ratas llevaban un huevo sin romperlo. El anterior e ingenioso método ha sido sustituido. Ahora la rata va caminando en dos patas y lleva el huevo en sus manos.

Ascensores y teléfonos

Es una nueva raza de ratas. Ya no son como antes. Antes las ratas tenían un poco más de respeto. Si una rata cruzaba la calle, pongo por ejemplo, bastaba con espantarla y la rata se iba corriendo. Pero ahora no, ahora las ratas te hacen frente. Te atacan.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


La rata hembra es una madre ejemplar. Dispensa los mayores cuidados a su prole, a la que solo abandona en casos de escasez de alimentos.
Un folleto editado en 1928 por el Ministerio de Industria llamado “
Lucha contra la rata” señala que sus alimentos preferidos son: miga de pan, arroz cocido, pescado cocido, quesos, tocino rancio, papas, zanahorias cocidas, peras, ciruelas, manzanas, ensaladas crudas, coles, pastas cocidas, azúcar, chocolate y carne cocida.
Los estudiosos coinciden en que las ratas tiene un fino sentido del gusto. Si la sobrevivencia está en juego, comerán las peores inmundicias (y en un caso aún más extremo se comerán unas a otras, para salvar la especie) pero si se puede elegir, eligen lo mejor.
“Carne cruda y cadáveres sólo por necesidad”, dice el librillo. “Puede vivir en un pozo negro y comer materias fecales, pero solo si no tiene más remedio”, coincide Sobrino, el director de Salubridad.
En su lucha por buscar comida nada las detiene. Según el folleto de 1928, la rata salta 0,76 metros, pero hoy un técnico municipal asegura que “saltan unos 80 centímetros, y si vienen con impulso pueden llegar hasta un metro”. Por esa razón recomienda nunca dejar alimentos a menos de un metro del suelo.
El ladrillo no es obstáculo, lo horada. “Agujerear bloques, ni decir”, afirma Sobrino. Son excelentes nadadoras, tanto que logran incluso atrapar peces en el agua. Bucean. “Pueden bucear un minuto y pico sin ahogarse, asegura el director de Salubridad. Escalan. “El límite es inimaginable. Pueden subir los pisos que sean”. Pueden pasar a través de agujeros pequeñísimos. Los hombres de Salubridad las han visto escalar edificios por el cable del ascensor. “Las hemos visto caer desde cinco, ocho, diez metros y no mueren”, asegura uno de ellos.
“Tuvimos un caso increíble en la biblioteca municipal que está en la calle Lucas Obes. Ahí aparecían ratas en la planta alta del edificio y nunca en la baja. Todas las entradas estaban bien cerradas y todos los caños de ventilación tenían sus tapas en regla. Y sin embargo aparecían las ratas, y siempre en la planta alta. No le encontrábamos explicación posible. Un día nos fijamos en el cable del teléfono que venía desde la manzana de enfrente y, antes de llegar a la biblioteca, pasaba cerca de la copa de una palmera. Parecía imposible, pero esperamos hasta la noche para ver. Y era cierto. Las ratas tenían nido en la palmera. Se colgaban del cable del teléfono y después, en perfecto equilibrio, caminaban hasta la biblioteca”.

Gases y lanzallamas

-El otro día –continúo el tipo- entré en el portal de mi casa y vi a las muy cabronas en el rincón de los buzones. Había lo menos seis ratas de esas gordas y negruzcas chillando. Dando esos grititos que parecen los chillidos de los niños. No sé si me comprende. Parecen grititos de niños. Y se movían alrededor de un gato muerto, el gato de la tienda de ultramarinos de al lado. Un gato capado y negro, muy gordo –el sujeto hizo una pausa-, las ratas se lo estaban comiendo.
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“El otro día –dice Javier- estaba en la vereda de mi casa y, enfrente, en un basural de la calle La Paz, vi por lo menos diez ratas saltando entre la basura. Era temprano, alrededor de las diez de la noche. A una la aplastó un auto y quedó ahí en medio de la calle. Es tan grande que se confunde con un gato”.
Para los casos en que se descubre un foco grande, la Intendencia puede utilizar algunos de sus métodos de ataque directo a los roedores: el gas venenoso o el lanzallamas, siempre que no impliquen peligro para la población.
La “guerra química” se hace arrojando cianuro de sodio, elemento extremadamente tóxico que obliga a trabajar con máscaras a los cazadores.
El lanzallamas despide fuego al quemar azufre. La combustión termina con el oxígeno de la madriguera y algunas ratas mueren asfixiadas. Otras escapan y en el exterior las esperan los funcionarios municipales y los auxiliares bomberos con una varilla de metal. “Son funcionarios con una gran experiencia. Generalmente con un golpe suave, pero pegado en el lugar exacto, las matan. Otra persona puede pegarles horas sin matarlas”, dice uno de los responsables.
En cambio el desratizador Soto no cree demasiado en la eficacia de estos métodos: “Muchas ratas se escapan, y con una impresión tan fuerte que nunca más vuelven por ese lugar, instalándose en otro lado”.
Existe también otro tipo de lucha directa, más antigua: la que perros y gatos libran en nombre del hombre.
La Intendencia Municipal de Montevideo llegó a tener un plantel adiestrado de perros foxterrier entrenados para la caza de la rata. Hace muchos años.
Los perros, especialmente algunos pequeños pero de fuerte dentadura (foxter, salchicha) son buenos cazadores. “Como son chicos pueden perseguir a las ratas por donde un perro grande no podría. Tienen una buena dentadura y las ratas los evitan. Son la mejor garantía para mantenerlas lejos”, dice el doctor Batthyany, médico veterinario que ha atendido casos de perros mordidos por ratas que luchaban desesperadamente por salvarse, en general sin éxito, frente a los canes.
Sin embargo, con los gatos la historia es otra. Todos conocen relatos de gatos que cazan ratas pero los especialistas ya no creen en ellos. “El gato caza ratones, pero con la rata no puede”, afirma el veterinario desratizador Soto.
“El gato no es enemigo para la rata”, coincide Sobrino, el director de Salubridad. “Primero que algunas ratas son más grandes que los gatos. Quizás por precaución, los eviten. Pero nosotros hemos visto a las dos especies conviviendo en los basurales, y comiendo cada una por su lado. Segundo, el instinto agresivo de la rata es mucho mayor que el del gato. Si tiene que pelear con él, generalmente lo destroza”.

La rata polar uruguaya

No hay lugar de Montevideo que esté libre de ratas (extrañamente, tanto la división municipal de Salubridad como las empresas privadas consultadas manifestaron casi no recibir denuncias de las zonas de Belvedere y Paso Molino). Hasta la misma residencia presidencial de la avenida Suárez debió recurrir tiempo atrás a un método desesperado para intentar disminuir el número de ratas de su hermoso parque: se trajeron dos gatos monteses de la estancia de Anchorena.
Uno de los lugares predilectos para los roedores son los supermercados. “Eliminarlas allí se hace muy difícil. Tienen tanta comida a su disposición que es casi imposible que prefieran comer el veneno o el anticoagulante”, dijo uno de los cazadores consultado.
Impedirles la entrada tampoco es tarea fácil.
“Teníamos un cliente con un gran depósito de alimentos siempre acosado por las ratas. No podíamos descubrir cómo entraban. Estaba todo en orden”, recuerda Soto. “La única comunicación con el exterior era un extractor industrial de aire, que estaba siempre funcionando. Tuvimos que verlo para creerlo. Las ratas saltaban y pasaban entre las aspas del extractor. Una atrás de la otra. Casi todas recibían un golpe fuerte, pero muy pocas morían. Una de cada 50 quizás”.
La rata también puede adaptarse a buscar su alimento en hábitats menos propicios.
“Hay lugares de Montevideo donde las ratas son más grandes que en otros”, relata el veterinario Soto. “Son las ratas que viven debajo y en las cámaras frigoríficas”.
“Yo las he visto”, asegura. “Son ratas que han nacido y se han criado en ese hábitat. Su tamaño es bastante mayor al de las otras. Tienen el pelo mucho más largo y éste, en los extremos, tiene un color blanquecino”.
Los hombres de la división Salubridad también se han topado con esta rata “mutante”.
“Sí, es así. En vez de tener el pelo de un centímetro como es normal, lo tienen de seis. Viven debajo de las cámaras. Y se alimentan de las reses”.

Rat in the kitchen

Yo veo mucho. Hay que fijarse en lo que uno mira. ¿No cree? –le dije que estaba de acuerdo y continuó sin levantar la cabeza del botellín, que parecía sin fondo-: esas ratas no eran normales. Lo primero, no es normal que unas ratas maten a un gato y luego se lo coman; eso demuestra lo que le estoy diciendo. Y en segundo lugar, las ratas no se espantaban, no salían corriendo como es normal en las ratas. Las ratas tienen una psicología especial, no sé si me explico. A través de la evolución de la especie han desarrollado lo que se llama… ¿le aburro?
Fragmento del cuento “Una historia natural”, de Juan Madrid.


“Erradicar la rata es algo que no se ha podido hacer en ninguna parte del mundo”, dice Sobrino, el director municipal de Salubridad. “A nivel de ciudad, eliminarla es imposible”, concuerda el técnico de la empresa privada. “El combate tiene que ser continuo y prolongado, y la división de Salubridad no tiene la infraestructura material, económica y de personal para hacerlo”, sostiene el veterinario Soto. “Lo que podemos es controlarla”, dice uno de los combatientes de Salubridad.
Pese a la persecución a la que lo somete, el hombre ha sacado provecho de este compañero inseparable. Lo ha elegido entre todos los animales del planeta para los más crueles experimentos de laboratorio. En ocasiones, incluso, le ha servido como alimento.
Muchas ciudades sitiadas, barcos a la deriva, prisioneros en situaciones límite, han encontrado en la rata un preciado alimento. Cuando el jefe cartaginés Aníbal –según cuenta el historiador Plinio- sitió la ciudad de Casilinum, una rata fue vendida en 200 escudos. No fue un precio muy alto si se tiene en cuenta –dice la historia- que el comprador salvó su vida y el vendedor murió de hambre y con los bolsillos llenos.
En ocasiones las ratas también han atacado directamente a los humanos. “Hemos tenido el caso de un sereno de supermercado que se quedó dormido y una rata le mordió el labio”, relata Soto en el escritorio de su empresa. “Estas ratas están domesticadas, ya no le tienen miedo al hombre”.
Entre abril de 1989 y abril de 1990 ingresaron al hospital Pereira Rossell dos niños mordidos por ratas. “No es algo frecuente”, dice el profesor Osvaldo Bello, encargado de las emergencias de dicho hospital.
“Acá ha habido algunos casos, no muchos. Unos tres por año, principalmente de personas adultas”, dicen en la emergencia de la mutualista La Española.
“La rata huye del hombre. Es muy sensible al movimiento y si ve que algo se mueve inmediatamente se escapa”, dice Sobrino, que también ha conocido casos de humanos víctimas del ataque de los roedores.
“Hay ocasiones –relata- en que la rata ataca al niño porque no hay higiene y la criatura, que está dormida e inmóvil, tiene el olor de la leche materna. Y eso atrae a la rata. También puede atacar a una persona muy anciana que esté sola y postrada. Es un fenómeno producto del medio ambiente. Hay lugares donde el hambre es muy grande, donde hay mucha basura pero ningún resto alimenticio. Donde nadie desperdicia nada. Donde la gente no tira una miga de pan. Donde la pobreza es muy grande. Entonces la rata intenta algo desesperado”.


Artículo de Leonardo Haberkorn
Publicado en la revista Punto y Aparte, edición de mayo de 1990.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor



10.12.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: críticas, reseñas y entrevistas



Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nuevo libro de Leonardo Haberkorn.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad. Entre ellos se incluyen:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Libro. Crónicas. Reportajes. Leonardo Haberkorn“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, cuyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en la prensa. Este artículo inspiró la canción "Un mundo sin Gloria" del músico Garo Arakelian, incluida en su disco que lleva el mismo título.
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
Otros tres reportajes y una introducción del autor completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro ha recibido las siguientes críticas, reseñas y comentarios:


Crítica en El País Cultural a cargo de Elvio E. Gandolfo

Crítica en la página de libros del diario La República:

Comentario en el blog Libreame:
 

El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT. Se puede leer un resumen de la presentación aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.


 


5.12.09

El impresentable amigo iraní

Nemat Safavi está condenado a muerte. Hace tres años que está preso a la espera de ser ejecutado. Su crimen: ser homosexual en Irán.
En los últimos 30 años el régimen de los ayatollahs ha ejecutado a cientos o incluso miles de gays, lesbianas y transexuales, según los datos de las ONGs que se movilizan en España para salvar la vida de Safavi.
No es fácil salvar a alguien cuya existencia es negada desde el poder. Porque para el presidente iraní Ahmadineyad los homosexuales no existen. En 2007, estudiantes de la universidad de Columbia le preguntaron por la situación de los gays y lesbianas en Irán: “Nosotros no tenemos homosexuales como en su país”, respondió. “Nosotros no tenemos de eso”.
Según denuncias de la Organización Gay Iraní, una asociación con sede en Canadá que trabaja por los derechos homosexuales, antes de morir los reos pasan por una larga temporada en prisión, igual que Nemat Safavi. Allí son torturados, violados y expuestos al abuso de los otros presos. Antes de ser ejecutados, los homosexuales son flagelados a latigazos en público.
Según el régimen que encabeza Ahmadineyad, Nemat Sefavi merece morir por haber tenido relaciones homosexuales a los 16 años. Fue encarcelado cuando todavía era menor de edad.
Amnistía Internacional, la ONU, el Parlamento Europeo y la Premio Nobel de la Paz Chirine Abedi han solicitado sin éxito a Irán el cese de las ejecuciones de niños y adolescentes.
En 2007 Amnistía publicó un informe titulado Irán, el último verdugo de menores, en el cual denunció varios casos como el de Nemat Safavi. Irán es el país que más menores de edad ha matado desde 1990.
No solo los homosexuales son ejecutados por el régimen teocrático iraní. Muchos otros “criminales” son también castigados con la pena de muerte.
Amnistía Internacional ha denunciado que en estos días una mujer llamada Kobra Babaei corre “riesgo inminente de ser lapidada” acusada de “adulterio estando casada”. Su marido, Rahim Mohammadi, ya fue ahorcado en octubre por el mismo cargo y por el de “sodomía”.
En realidad, Mohammadi y su esposa fueron condenados a morir por el delito de ser pobres. Según Amnistía, ambos se vieron forzados a prostituirse para poder vivir y mantener a su hija de 12 años luego de haber pasado muchos meses sin encontrar trabajo.
Las ejecuciones en Irán se han multiplicado desde las cuestionadas últimas elecciones que en junio mantuvieron a Ahmadineyad en el poder. Al menos 115 presos fueron ajusticiados desde entonces. Las organizaciones defensoras de los derechos humanos piensan que es una manera de mostrar el poder del régimen. “Es un intento de sembrar la inquietud y expandir el terror entre la población”, dijo a The New York Times Hadi Ghaemi, un ex profesor de física que dirige la Campaña Internacional para los Derechos Humanos en Irán.
Solo China mata más presos que Irán. Pero Ahmadineyad cada año se esfuerza por conquistar el primer lugar. Durante su mandato las ejecuciones se cuadruplicaron: de 86 en 2005 pasaron a 346 en 2008, según Amnistía Internacional.
Además, intelectuales, periodistas y ex funcionarios del régimen reciben duras condenas tras breves juicios televisados a todo el país. El último caso fue el de Ahmad Ahmad Zeidabadi, un periodista reformista condenado a cinco años de cárcel solo por haber participado de las protestas que siguieron a las elecciones de junio. Además, se lo condenó a nunca más poder escribir o hacer política para el resto de su vida.
Algunos presos han declarado que fueron torturados y sodomizados en las cárceles. Tres expertos de la ONU denunciaron que los opositores políticos son torturados para que confiesen los crímenes de los que son acusados. También se denunció que chicas detenidas en las protestas contra el fraude electoral fueron violadas en prisión.
El teólogo islámico iraní Emad Baghi, que debía recibir en Ginebra el Premio Martin Ennals 2009, considerado el Nobel de los Derechos Humanos, no pudo recogerlo porque no lo dejaron salir del país. Fue la primera vez en sus 18 años de historia que un galardonado con el premio Ennals no lo pudo recibir en persona.
Baghi fue premiado por su lucha a favor de la igualdad de las mujeres y contra la pena de muerte y la tortura. Por eso, ha sido detenido 67 veces y vivió encarcelado cuatro de los últimos diez años. Está amenazado de muerte por sostener que la pena capital es contraria a los preceptos del Corán.
En España existe una intensa movilización para que el régimen teocrático iraní libere a Nemat Safavi. Cada jueves de mañana los teléfonos de la embajada de Teherán en Madrid colapsan debido a cientos de personas que se comunican exigiendo la libertad del muchacho condenado a muerte.
En América Latina nadie conoce a Nemat Safavi. Nadie informó sobre la muerte en la horca de Rahim Mohammadi y a nadie le preocupa que su esposa Kobra Babaei sea lapidada cualquier día de estos.
Ocurre que Ahmadineyad es el gran amigo de la nueva camada de presidentes “progresistas” latinoamericanos. Hace unos días, Lula lo tomó de la mano y lo abrazó con efusión. Evo Morales dijo que su gobierno tiene “enormes coincidencias” con el iraní. Chávez definió así al dictador, el mismo que organizó un concurso de chistes para burlarse de Anna Frank: “hermano Ahmadineyad, gladiador de las luchas antiimperialistas, ejemplo de firmeza, de constancia y de batalla por la libertad de su pueblo”.
¿Y los derechos humanos? ¿La tortura? ¿La ejecución de niños? ¿La lapidación de mujeres? ¿Los presos políticos? Bien, gracias.
Está visto que para algunos autoproclamados integrantes del “progresismo” latinoamericano torturar y violar a los presos puede ser malo o bueno, todo depende quién lo haga.
¿Cuál será la actitud del nuevo gobierno uruguayo ante Ahmadineyad?
Por influencia directa de Hugo Chávez sobre el actual gobierno de Tabaré Vázquez, Uruguay carga con el deshonor de ser uno de los dueños de la cadena Telesur, un canal puesto al servicio de la más burda propaganda iraní y chavista.
¿Nuestro apoyo a Ahmadineyad irá más allá todavía?
¿Alguien en Uruguay se animará a pedir por la libertad de Nemat Safavi?

Artículo de Leonardo Haberkorn
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24.11.09

Querido Mena

Sin que hubiéramos tenido arte ni parte, a los de mi generación nos tocó ir al liceo durante la dictadura. Y para un liceal, el Uruguay de la dictadura era la cosa más sosa y aburrida del mundo.
No había política ni políticos. No se juntaban firmas, ni se organizaban marchas, ni se protestaba por nada. Los noticieros se dedicaban a la lectura de los comunicados del gobierno cívico-militar. Los diarios apestaban. No había revistas uruguayas. El mundo tenía dos tipos de países: democráticos y comunistas. No había rock uruguayo ni nada que se le pareciera. De la existencia del punk, de los Sex Pistols y The Clash, me enteraría con casi diez años de atraso, gracias a Los Estómagos. Tampoco existía lo que luego se llamó canto popular. No se podía nombrar a Zitarrosa ni al Sabalero ni a tantos otros. La marihuana era un tabú. El sexo también, y se debutaba indefectiblemente con una prostituta. Estar en la calle con los amigos era un peligro: tres veces pasé una noche preso solo por estar con amigos en una vereda.
En medio de ese panorama desolador, de ese desierto existencial, de esa nada, un día llegó Mena, el profesor de historia.
Venía precedido de una fama de lunático, transmitida por sus alumnos anteriores. Se contaba que una vez, cuando el pago de sueldos se había atrasado, Mena había llegado a clase con una guitarra y se la había pasado cantando. Y que a veces, cuando tenía un ataque de furia, le pegaba a los alumnos con su paraguas. Su andar encorvado potenciaba la leyenda. Así lo vimos llegar un día a nuestra clase. Estábamos en cuarto y ya nunca nada fue lo mismo que antes.
Celiar Enrique Mena Segarra, profesor Mena Segarra
Foto tomada de Produccionesdehachaytiza.blogspot.com
Mena enseñaba historia con pasión, intentando que entendiéramos las razones y las causas de los procesos históricos. Procuraba que captáramos la influencia del pasado en el presente. El mundo se movía y no era ese lugar insípido que parecía.
Aunque se supone que estaba prohibido, y ningún otro profesor lo hizo nunca, Mena nos habló por primera vez de política. Nos explicó lo que eran los blancos y los colorados. Nos habló de su amado Aparicio Saravia y también de Batlle, de sus vidas, sus ideas y de los valores que representaban. Nos abrió los ojos a un mundo que cuidadosamente nos habían ocultado. Nos contó miles de historias: de las matanzas del Goyo Jeta a los históricos negociados del Banco Comercial: descubrimos que Uruguay no era la nada: era un país con su historia, sus cretinos y sus héroes, como cualquier otro.
También nos hizo ver que la política volvería tarde o temprano, que la dictadura no duraría para siempre. Recuerdo que el día en que el general Gregorio Álvarez asumió la Presidencia se dedicó a analizar esa noticia, yendo mucho más allá que los diarios y los noticieros. Nos habló de sus esperanzas de una reapertura democrática, y nosotros con la boca abierta.
No recuerdo en qué curso fue, pero una vez nos mostró el libro de texto oficial del curso recomendado por las autoridades de Secundaria y nos aconsejó vivamente que no lo compráramos, nos advirtió que él no lo usaría porque aquel libro era un “vómito”. Lo dijo y lo reafirmó tomando un ejemplar del pupitre de una de nuestras compañeras y estrellándolo contra el piso. Anunció que él daría las clases y listo, sin texto. Así que el mundo no era solo obedecer y cumplir órdenes.
Nos recomendaba, en cambio, los libros de Alfredo Traversoni, que estaban prohibidos y proscriptos como su autor. Nos enseñaba a pensar, a razonar, ser críticos ante todo, algo que en la dictadura no te aconsejaban en ningún lado. Varios amigos recuerdan el día que nos pidió: "Recuerden que la Historia la escriben los vencedores, la niegan los vencidos y la creen los tontos”.
Es cierto que Mena se enojaba. A veces podía exhibir un mal humor muy amenazante y otras veces era irónico, sarcástico, incluso cruel, con quienes no captaban el espíritu crítico que deseaba transmitirnos. Sentía una verdadera fobia contra aquellos que estudiaban las lecciones de memoria. Una vez una estudiante no muy avispada habló en clase del “impuesto al sol”, cuando debía haber hablado del “impuesto a la sal” que se cobró en diversos lugares y momentos históricos. Mena se percató que aquella chica no entendía de qué estaba hablando, que solo repetía una lección mal memorizada. “¿Es un impuesto que se paga cuando alguien va a la playa y toma sol, por ejemplo?”, le preguntó. La alumna no dudó: “Sí, claro”. La voz de Mena atronó en todo el salón: “¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez! ¡Qué estupidez!”.
Eso también: Mena era políticamente incorrecto de un modo glorioso. Hoy, cuando lo políticamente correcto lo ha invadido todo hasta la imbecilidad, cuando está mal llamar “chico” o “menor” a un niño, cuando para decir uruguayos hay que decir “uruguayas y uruguayos”, recuerdo que tener clase con Mena era siempre un desafío a las convenciones y un reto a la inteligencia. Con él las cosas nunca tenían que ser como se esperaba que fueran. Sin duda, detrás de su voz cascada y de su desatada ironía, sentía una gran ternura por esos adolescentes obligados a crecer en el espantoso Uruguay modelo 1970.
El profesor Celiar Enrique Mena Segarra falleció el domingo 22, en Montevideo. Tenía 75 años. Se calcula que tuvo 10.000 alumnos. Tuve la suerte de ser uno de ellos durante tres cursos: cuarto, quinto y sexto. Mena, con sus buenos y malos humores, sus risotadas y su paraguas, su guitarra y sus arranques de bronca, me abrió los ojos a un mundo enorme y complejo, mucho más rico e interesante de lo que yo nunca había imaginado.
Y eso es algo, querido profesor, de lo cual no voy a olvidarme nunca.

Artículo de Leonardo Haberkorn
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19.11.09

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas: "El alma de las cosas"

Marcello Figueredo, Leonardo Haberkorn, Gabriel Pereyra
Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, el nuevo libro de Leonardo Haberkorn, fue presentado el martes 17 de noviembre por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra.
Figueredo, en un pasaje de su presentación, dijo:
"A pesar de la variedad de temas, a pesar de la variedad de personajes, detrás de todas estas crónicas hay un gran denominador común, que es la capacidad de retratar desde costados muy distintos al mismo país, al Uruguay, que es la sociedad que está detrás de todas estas historias y de todos estos personajes".
"Ocupándose de cosas muy distintas -continuó Figueredo- el libro termina regalándonos un friso, un mosaico, de un país muy jodido como es el Uruguay hoy. Por lo tanto me congratulo que salga a la luz, que esta compilación nos devuelva al Haberkorn que los grandes medio se han dado el lujo de perder, y tengamos aquí para celebrar estas Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, que se las recomiendo muy calurosamente".
Por su parte, Gabriel Pereyra afirmó: "Creo que el buen periodismo es aquel que logra trascender los hechos que son caducos y puede atisbarle el alma a las cosas, que es algo mucho más perenne y que tiene que ver con la palabra escrita. Y creo que este libro lo logra".
La presentación se realizó en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT.

Crónicas de sangre, sudor y lágrimas. Marcello Figueredo. Gabriel Pereyra. Leonardo Haberkorn


9.11.09

Un ejemplo para el mundo

Ojalá la campaña electoral termine pronto.
Uno se cansa de tener que escuchar todos los días, durante diez meses, la misma tensa y encendida discusión… sobre la nada.
Ninguno de los temas que importan está hoy arriba de la mesa.
¿Se hará algo para rescatar la educación pública de su actual catástrofe? ¿Se limitará el poder corporativo de los sindicatos docentes? ¿Cómo se hará para que en los liceos públicos y en la UTU se termine la estafa que significa un 20, 30, 40 por ciento de ausentismo de los profesores? ¿Se evaluará de una vez el desempeño de los docentes?
Mientras otros países se imponen el desafío de que todos sus jóvenes aprendan inglés, acá ni siquiera hablamos de cómo podemos hacer para que los liceales vuelvan a aprender a escribir en castellano.
Es triste ver cómo se usa el Plan Ceibal, que es muy positivo, como coartada para disimular el desastre global de la educación. El Plan Ceibal es la alfombra debajo de la cual se barre toda la basura del nuestras escuelas y liceos. Alguien tiene que decirlo: tener una computadora desde niño está muy bien, pero no alcanza, ni garantiza nada.
Tampoco ningún candidato se ha animado a hablar sin tapujos de la central nuclear que, según parece, todos los partidos apoyan.
¿Podemos lanzarnos a semejante aventura envueltos en el ominoso silencio con el que el tema ha sido sepultado? ¿Es nuestra única alternativa ante la dependencia energética? ¿Y cómo sería la central nuclear uruguaya? ¿Tendría la eficiencia histórica del Correo? ¿La precisión de la Dirección de Meteorología? ¿El nivel tecnológico de nuestra Policía? ¿Se inundaría como la Biblioteca Nacional? ¿Haría paros sorpresivos como el transporte? ¿Quién la dirigirá? ¿Un recomendado del hermano del presidente? ¿Un científico uruguayo de primera línea como Perera? ¿Un candidato que no consiguió llegar al Parlamento?
De los residuos nucleares ni hablemos. ¿Serán como las armas del Ejército que terminan alimentado misteriosos arsenales?
No se discute en términos serios cómo mejorar la seguridad pública, ni qué política seguir frente al delito, ni qué hacer con nuestras Fuerzas Armadas. De nada de esto se habla en esta campaña. Tampoco de nuestro modelo productivo, de nuestros salarios tercermundistas, de cómo haremos para salir de la pobreza. ¿O seguiremos festejando el pobrismo y repartiendo limosna para siempre?
Nadie ha dicho tampoco cómo será el Estado uruguayo. ¿Seguiremos contratando empleados públicos de a miles? ¿No estábamos todos de acuerdo en el daño que causa el clientelismo? ¿Se seguirá alimentando el poder de las corporaciones? ¿Éste es nuestro modelo de sociedad democrática?
No se ha dicho una sola palabra sobre seguridad social, una bomba de tiempo alimentada por nuestra baja natalidad, la emigración y nuestro altísimo porcentaje de jubilados.
¿Y de nuestra inserción internacional? Nada. ¿Tendremos una relación privilegiada con Estados Unidos? ¿Seguiremos en un Mercosur que no funciona? ¿Tenemos alguna idea para que funcione? ¿Hasta dónde llegará nuestra asociación con Hugo Chávez? Silencio. Ya nos enteraremos.
Es una campaña hueca, vacía, mentirosa. Una campaña donde un candidato acusa al otro de vivir en un tugurio. El otro responde que le va a regalar una caja de Viagra. Y las hinchadas festejan.
Todo nuestro primitivismo se exhibe sin pudor en este circo: mortalmente peleados por nada, divididos en tolderías, incapaces de escuchar lo que dice el otro. En nuestro atraso, todo es blanco o negro. Todavía no hemos descubierto lo que son los matices.
Lo peor es ver la reacción entusiasta y hemipléjica de tanta gente ante este pobre espectáculo. Ven solo la mitad de la miseria. Hay demasiados uruguayos que viven la política con la ceguera y el fanatismo del fundamentalismo religioso. Y yo quiero vivir en Uruguay, no en Irán.
Lo peor es tener que escuchar a los que repiten que esta versión clase C de una democracia, financiada quién sabe por quién, con estos candidatos, con estos partidos, con esta prensa, con esta hemiplejia, es un ejemplo para el mundo.
¿Un ejemplo de qué?

Artículo de Leonardo Haberkorn
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Crónicas de sangre, sudor y lágrimas


Crónicas de sangre, sudor y lágrimas es el nombre de mi nuevo libro.
La obra reúne once crónicas y reportajes en profundidad, todos en la línea del periodismo narrativo. Ellos son:
“El pueblo que quiso salir en televisión”: una detallada investigación sobre la tragedia de Young, cuando ocho personas murieron aplastadas por un tren durante la grabación del programa televisivo Desafío al Corazón.
“El infierno de San Antelo”: la investigación que desató el escándalo de la Comunidad Jerusalén y llevó a prisión al sacerdote Adolfo Antelo por los abusos que cometía. Se publicó en la primera edición de la revista tres, el 27 de enero de 1996, y nunca había vuelto a ser impresa.
“Los otros sobrevivientes de los Andes”: la tragedia de los Andes contada por aquellos que no tuvieron milagro, los familiares de quienes nunca volvieron de la montaña.
"Un mundo sin Gloria": la historia de la agente policial Gloria Cor, suyo suicidio apenas ocupó un pequeño espacio en los diarios. Esta historia le sirvió de inspiración al músico Garo Arakelian para componer la canción "Gloria", de su disco que lleva el nombre, justamente, de "Un mundo sin Gloria".
“Juntos fueron dinamita”: la increíble peripecia de Lestat de Orleans y Montevideo, un misterioso estadounidense que un día se radicó en Fray Bentos, y Alda Ribeiro, su novia uruguaya. Una historia de amor con dos hoteles volados en Bolivia, dos inocentes muertos y un final de tragedia.
“La terquedad del poeta”: un retrato en profundidad de Mario Benedetti, su vida y su obra, incluyendo el resultado de un almuerzo y dos largas entrevistas, de las últimas del celebrado escritor.
“El socialista que degradó a Plutón”: la insólita historia de como dos astrónomos uruguayos terminaron por derribar un planeta del cielo.
“El último Hitler uruguayo”: una exploración por el extravagante mundo de los uruguayos que llevan el nombre de pila de Hitler.
"El Gladiador": una semblanza del polémico director técnico de fútbol Julio Ribas.
"Kohen versus Kohen": la increíble historia de un hombre que desafió y venció a la naturaleza solo para demostrarle que era tan inteligente como su hermano.
"Regusci contra el petróleo": la peripecia del inventor uruguayo que lucha por fabricar un motor que funciona con aire comprimido.
Una introducción en la cual reflexiono sobre el periodismo actual completan la obra, editada por Fin de Siglo.
El libro fue presentado el 17 de noviembre de 2009 por los periodistas Marcello Figueredo y Gabriel Pereyra en el auditorio de la Facultad de Comunicación y Diseño de la Universidad ORT:
Las críticas recibidas pueden leerse aquí.
En 2023 este libro se reeditó, ampliado, con cuatro artículos que no se encontraban en su edición original, con el titulo de Un mundo sin Gloria.
 

 

4.11.09

Boldo: la hierba buena que hace mal

Que un científico de primera línea denuncie que una bebida muy común es tóxica sería motivo de alarma en cualquier país del mundo. Sin embargo, en Uruguay eso ocurrió y no pasó nada.
En junio de 2007 la doctora Irene Litvan dijo en el programa Viva la tarde de radio Sarandí que el té de boldo mataba las células del cerebro y podía desencadenar un tipo raro y grave del mal de Parkinson llamado PSP. “El té de boldo no se debería tomar. Parece algo común pero es realmente muy tóxico. Hay muchos estudios hechos en Francia, en Alemania, que demuestran la toxicidad de algunas sustancias que posee”, dijo la doctora.
En noviembre de 2007, Litvan volvió a repetir sus advertencias en la misma radio y alertó sobre el consumo de boldo como digestivo. “No tiene casi sentido que uno pueda mejorar la salud con una sustancia que mata las células”, afirmó la doctora. No tiene ninguna lógica, agregó, “querer tener un buen hígado y un mal cerebro”.
Semejantes acusaciones deberían haber provocado algún tipo de reacción de las autoridades y una respuesta de los fabricantes y agentes comerciales del boldo. Pero nada de eso ocurrió.
Litvan no es una doctora más. Nacida en Montevideo y radicada en Estados Unidos, es una autoridad neurológica mundial. Es directora del Programa de Movimientos Anormales de la Universidad de Louisville. Su trabajo consiste en investigar cómo frenar los efectos de enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer. El Instituto de Salud de Estados Unidos le otorgó 3,4 millones de dólares para financiar sus investigaciones, según informó el diario El País de Montevideo.
Litvan procura también determinar qué tipo de sustancias pueden hacer que una persona con cierta predisposición genética termine por padecer el Parkinson o una variante más compleja y grave, la Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP), una enfermedad en la cual los pacientes no responden a los medicamentos. Esas sustancias que pueden desencadenar estas graves enfermedades pueden ser alimentos. Y es allí donde aparece el boldo.

De la guanábana al boldo

El boldo es un árbol de hojas perennes que puede medir hasta seis metros y crece principalmente en Chile, aunque también en Argentina y Perú. También se lo cultiva en países europeos y africanos de la cuenca del Mediterráneo, donde se aclimató. El boldo mueve mucho dinero: sólo Chile exporta más de mil toneladas de hojas al año. Las exportaciones chilenas crecieron 127% entre 2002 y 2007. Su principal cliente es Argentina, seguido de Brasil, Paraguay y España.
Las cualidades medicinales de este árbol –un arbusto en realidad- son conocidas desde hace siglos, en especial como estimulante hepático, pero también como diurético, digestivo, sedante y antioxidante.
Pero en 1999 ocurrió algo. La neuróloga francesa Dominique Caparros-Lefebvre comenzó a investigar por qué en la isla de Guadalupe, en el Caribe, había un número excepcionalmente alto de casos de PSP y manifestaciones atípicas del mal de Parkinson.
De la investigación surgió que un alto porcentaje de esos enfermos de PSP y Parkinson atípico comían con frecuencia los frutos de unos árboles llamados Anona muricata y Anona purpurea, y bebían un té hecho con sus hojas. Las frutas de estos árboles son conocidas como pawpaw o soursop en Guadalupe, pero existen en otros lugares de América. El soursop en castellano es conocido como guanábana y se lo llama graviola en portugués. En el nordeste de Brasil, muchos lo habrán probado de vacaciones, en exquisitos jugos y helados de color blanco.
El siguiente paso fue estudiar la composición química de la guanábana. Se descubrió entonces que esta planta posee unos alcaloides muy tóxicos, como la reticulina y la isoboldina. Sucesivos estudios de laboratorio revelaron que, por ejemplo, la reticulina mata cierto tipo de células cerebrales. En laboratorios, estos alcaloides desataron el Parkinson en animales. “Uno o dos pawpaw al mes durante dos años hacen que una rata tenga parkinsonismo”, dijo Litvan.
La doctora Caparros-Lefebvre y sus colaboradores estudiaron luego qué otros plantas consumidas por el ser humano poseen los mismos alcaloides tóxicos. El boldo fue señalado como una de ellas. Otras fueron la fumaria, la hidrastis y la celidonia.
La doctora Litvan, entrevistada por correo electrónico para este reportaje, relató que fue la propia Caparros-Lefebvre quien le advirtió que el té de boldo que se consume en países como Argentina representaba el mismo peligro que el té de guanábana y otras plantas similares consumidas en Guadalupe.
Litvan hizo pública esta información en un artículo publicado en 2003 en la revista científica Movements Disorders con el título de “Update of epidemiological aspects of Progressive Supranuclear Palsy”, cuatro años antes de la entrevista en radio Sarandí.

Investigación trunca

Los estudios de Caparros-Lefebvre son hoy una referencia en el mundo entero. Una búsqueda en Google del nombre de la doctora francesa arroja 16.300 resultados.
Pero, curiosamente, la relación entre el boldo y el Parkinson pudo ser descubierta en Uruguay años antes que Caparros-Lefebvre realizara su celebrado trabajo.
Entre 1995 y 1997 en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable se desarrolló una investigación conjunta entre esa dependencia estatal y dos laboratorios privados, que financiaban el experimento. El objetivo era estudiar si el boldo podía servir para combatir el mal de Parkinson.
“Pensamos que el boldo, como es un muy buen antioxidante, podía ser útil contra el Parkinson”, dijo Federico Dajas, médico e investigador jefe del Departamento de Neuroquímica del Clemente Estable.
Bajo esa hipótesis de trabajo, el boldo comenzó a ser administrado a un grupo de ratas con Parkinson. Pero los resultados no fueron los previstos. “Las ratas no mejoraban. Algunas se mantenían igual y otras empeoraban”, relató Dajas.
Como el efecto del boldo era contrario al planteado en la hipótesis del experimento, sus responsables decidieron suspenderlo antes de que llegara a su fin. Por eso nunca se publicaron sus resultados, ni tampoco se divulgó lo ocurrido.
Hoy Dajas sostiene que de lo experimentado no se pueden extraer conclusiones válidas para los humanos. Por un lado la experiencia no se terminó. Por otro lado, “de lo que ocurre con las ratas es muy arriesgado inferir una conclusión clínica porque las ratas reciben dosis muy altas”. También destacó que no todas las especies animales reaccionan igual ante los alimentos.
Sin embargo, a la luz de los descubrimientos realizados apenas un par de años después por Caparros-Lefebvre, parece evidente que, en términos de simple y puro conocimiento, hubiera sido bueno seguir adelante con aquel experimento que estaba revelando información tan grave sobre un producto que miles de uruguayos consumen día a día.
“Tan importante como saber si el boldo hace bien es saber si hace mal”, dijo la doctora Litvan por correo electrónico.

Natural y también tóxico

Los neurólogos uruguayos saben que Litvan es una científica de prestigio mundial, pero por ahora en lo que respecta al boldo prefieren mirar para otro lado. La doctora Ofrenda de Medina, integrante del grupo de trabajo sobre Parkinson de la Sociedad de Neurología, dijo que las investigaciones de Caparros-Lefebvre y las denuncias de Litvan son datos sobre los que hay que “esperar una confirmación”.
De todos modos, la neuróloga alertó sobre el consumo imprudente de hierbas supuestamente medicinales.
“Lo principal es que la gente sepa que las hierbas pueden no ser inofensivas. Hay que asesorarse, porque algunas son muy tóxicas”.
La doctora Salomé Fernández, integrante del CIAT y experta en toxicología, dijo que “aunque son pocas las especies vegetales cuya toxicidad intrínseca es elevada, la administración reiterada de dosis elevadas de una planta aparentemente inocua puede ser nociva”.
Que el boldo tiene componentes tóxicos es algo que se conoce desde mucho antes que las investigaciones de Caparros-Lefebvre. El boldo, por ejemplo, tiene ascaridol, una conocida sustancia tóxica, peligrosa si se la ingiere en demasía o por período prolongados.
Por eso, en varios portales de Internet dedicados al uso de hierbas o a la información sobre medicamentos se advierte que el boldo no puede beberse en forma permanente.
“No se recomienda el uso del boldo durante períodos de más de cuatro semanas ni tampoco el uso del aceite esencial de boldo debido a la presencia de sustancias como ascaridol y 4-terpineol, que son tóxicas e irritantes”, dice Portalfarma.com.
También se agrega que “el boldo no debe usarse durante el embarazo debido a la presencia de ascaridol, que es una sustancia tóxica que puede producir efectos adversos en el feto”.
En la página web del doctor Alberto Cormillot se sostiene que el boldo no debe ser consumido por “pacientes con obstrucciones en el tracto biliar o con enfermedad hepática severa”. También que “dosis muy altas pueden causar parálisis”. Esas advertencias están basadas en la monografía Intoxicaciones por té y yuyos de Carolina Rojido, Yanina Pross y Andrés Zapata, de la Cátedra de Pediatría II de la Universidad Nacional de Rosario.
Sin embargo, este tipo de precauciones no son conocidas en general por el público, que consume boldo para mejorar su digestión.
Para la doctora Litvan es grave que el boldo se venda en forma libre, sin ningún tipo de advertencia y sin que se divulgue los peligros que entraña.
Cuando fue entrevistada por radio Sarandí, una oyente llamó y contó que había tomado boldo durante siete años consecutivos. En forma paralela comenzó a perder la vista por un motivo que los médicos estimaban inexplicable. La perdida de visión, originada en un problema neurológico, sólo se detuvo, según contó, cuando dejó de beber las infusiones de la hierba.
A través del correo electrónico se le preguntó a Litvan si consideraba que existía una dosis segura para consumir el boldo. Respondió: “¿Para qué tomar algo que puede ser tóxico? Es como jugar con fuego”.

Fragmento de un artículo de Leonardo Haberkorn publicado en la revista uruguaya Placer, edición de agosto-setiembre de 2008.
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Nota. El 3 de marzo de 2011 recibí el siguiente mensaje por correo electrónico de la doctora Irene Litvan, que reproduzco manteniendo la redacción y ortografía originales:


"Estoy recibiendo emails de mucha gente en relacion a su articulo que se esta difundiendo por la internet.  Le quiero volver a aclarar que yo no hago investigaciones sobre el boldo, mi investigacion es sobre una fruta que se llama pawpaw, que es un nuevo cultivo en USA, y que es de la misma familia que otra que crece en el tropico (isla de Guadalupe) que tiene multiples nombres (en el centro y norte de Sudamerica se llama guanabana) y se ha asociado en dos estudios epidemiologicos con una enfermedad neurodegenerativa parkinsoniana que yo tambien estudio (PSP). En los paises de centro (por ejemplo Mejico) y norte de Sudamerica (por ejemplo Colombia) se come esta fruta, se ingieren jugos, helados y te de guanabana.
Cuando hable en radio Sarandi, la investigadora que estaba trabajando en la isla de Guadalupe, Dra Caparros-Lefebvre, me habia dicho y ella habia publicado un capitulo en el que decia que que en sudamerica le llamaban boldo a la misma planta, pero luego he visto que el boldo viene de plantas diferentes. No conozco experimentos con boldo y toxicidad y no se ha asociado que yo sepa a ninguna enfermedad neurologica.  Por otro lado, un reporte de la European Food Safety authority del 2009 (pagina 73) pone al boldo como potencialmente toxico pues contiene uno compuesto, tetrahidroisoquinolona que esta en la fruta tropical de Guadalupe y en otros estudios se demostro que es tambien toxica para las neuronas y en modelos animales tambien produce parkinsonismo. Si bien el te de boldo podria ser  potencialmente toxico para las neuronas, lo que no se sabe es cuanta cantidad de compuestos potencialmente toxicos hay en un te de boldo y cuantos años uno tendria que tomarlo para que sea toxico.  Debe de llevar años para que un te que normalmente tiene pocas cantidades de una fruta sea toxico, pero por prudencia no tomaria boldo y esto es lo que afirme cuando hable en la radio Sarandi y sigo pensando a pesar que no haya de momento datos al respecto".

Publicado el mensaje que me solicita Litvan solo me resta recordar que, obviamente, todas las citas adjudicadas a la doctora en la nota original están respaldadas en grabaciones o en correos electrónicos escritos por ella misma.

Leonardo Haberkorn

23.10.09

El país con más vivos del mundo

Aterrizamos en Lima a medianoche. Habíamos reservado una habitación a través de internet. Los responsables del hotel Sipán habían prometido recogernos en el aeropuerto, pero no estaban.
A la salida de la terminal aérea decenas de taxistas ofrecían sus servicios a gritos. Como también había muchos policías y agentes de seguridad, pensé que todos serían taxis oficiales y seguros. Pero el auto al que finalmente subimos no tenía identificación ni el clásico cartel plástico que dice “taxi” en el techo. “Éste no es un taxi”, le dije. “Sí, es”, me respondió el hombre mientras sacaba un cartel de plástico de debajo de su asiento y lo colocaba sobre el tablero del auto.
Intenté no transmitirle ni preocupación a mi esposa y mi hija de cinco años. El coche tampoco tenía taxímetro, algo común a todos los taxis del Perú: lo que te cobran te lo cobran a ojo.
A la salida del aeropuerto había un peaje, pero el taxista evitó pagarlo dando un sencillo rodeo por una calle aledaña. Me sorprendí. En Uruguay a muchos les gustaría saltearse los peajes, pero nadie les deja una calle libre para hacerlo. ¿Cómo podía ser tan fácil burlar un peaje? ¿Por qué algunos pagaban si era tan fácil no hacerlo? ¿Llegaríamos al hotel o seríamos desvalijados en el camino? El taxi avanzaba en la noche limeña.

***

Llegamos sanos y salvos al hotel Sipán, en la esquina de la Vía Expresa y 28 de Julio, en pleno Miraflores. No habían ido a buscarnos al aeropuerto, nos dijeron, porque se habían confundido de fecha. Nos instalamos en nuestra pieza sin saber que en ese hotel seríamos noticia.
El primer día en Lima transcurrió sin sobresaltos. Por la mañana visitamos la renombrada colección de piezas indígenas del Museo del Oro. Pagamos la entrada, que no es barata. Como anticipo de las bellezas que veríamos, en el boleto de entrada venía la foto de la pieza más bella de la colección: un cuchillo ceremonial inca (“tumi”) de oro.
Recorrimos el museo y efectivamente vimos objetos hermosos, como una máscara dorada que llora lágrimas de esmeraldas. Al salir de la sala subimos por una escalera rodeada de afiches y recortes de prensa del mundo entero que alaban la colección. Casi todos los artículos y posters estaban ilustrados con la misma imagen: el magnífico tumi de oro impreso en el boleto de entrada.
Fue ahí que me di cuenta: no habíamos visto esa pieza en nuestra recorrida. Preguntamos y un funcionario del museo nos dijo que no la habíamos visto porque estaba en España, exhibida allí junto con otra parte de la colección del museo.
Deberían habernos avisado antes, pensé, pero no le di mucha importancia. Sólo cuando las situaciones de este tipo comenzaron a repetirse una y otra vez en nuestro maravilloso viaje por el Perú, volví a acordarme del asunto.

***

Tras el paseo llegamos al hotel Sipán con ganas de descansar, pero la dueña nos esperaba en persona y con cara de evidente nerviosismo.
Habían entrado ladrones, nos anunció: “Vayan a ver si no les falta ningún polito”.
Abrimos la puerta de nuestra habitación con pánico. Todo nuestro equipaje, todo lo que traíamos estaba tirado y desparramado.
Por suerte, nos dijo la dueña del hotel, los ladrones no habían dado con la caja de seguridad colectiva, donde habíamos depositado nuestro dinero. La mujer dijo que dispusiéramos a nuestro antojo de las bebidas del frigobar para reponernos del mal trance. Tomando coca cola, pensamos que sólo se habían llevado la radio Barbie de nuestra hija. Dos días después, preparándonos para partir hacia Cusco, vimos que también nos habían robado dos camperas impermeables nuevas, marca Reebok, que habíamos traído para enfrentar la temporada de lluvias de la sierra.
La dueña del hotel Sipán prometió hacerse responsable. Dijo que nos perdonaría el costo de una noche de alojamiento (40 dólares) para que pudiéramos comprar dos camperas iguales. Nos aconsejó ir a las tiendas Ripley, cerca del parque Kennedy. Fuimos, allí había camperas Reebok iguales a las nuestras, pero los 40 dólares no alcanzaban para comprar ni siquiera una.
Le dijimos eso a la mujer, pero 40 dólares era el límite de su responsabilidad.

***

Otras veces quisieron robarme de un modo más disimulado. El Lima un taxista quiso cobrarme 15 soles, mucho más de lo razonable, por llevarme de Larcomar a Barranco. En Cusco otro taxista me cobró un 25% más del precio convenido porque –dijo- tuvo que hacer dos cuadras extras. En esa ciudad, una agencia de turismo me hizo una reserva en un hotel tres estrellas, pero la pieza que nos dieron no tenía agua caliente. En el tren que nos trajo de vuelta de Machu Picchu olvidamos dos camperas, una de mi mujer y otra de nuestra hija. Unas horas después telefoneamos a la empresa Perú Rail y nos dijeron que en el tren sólo habían encontrado la de la niña.
Tras nuestra estancia en Lima y la inolvidable visita a Cusco, Pisaq y Machu Picchu, alquilamos un auto para recorrer la costa norte peruana.
No había pasado media hora desde nuestra partida, cuando un policía de tránsito nos detuvo y nos reclamó una coima para dejarnos seguir disfrutando de nuestras vacaciones.
Es curioso: en las carreteras del Perú está indicado cuando comienza una zona urbana en la que hay que manejar a 35, 45 o 55 kilómetros por hora. Pero nunca se aclara cuando finaliza. Los policías de tránsito suelen colocarse en esa zona semiurbana que hay al final de cada pueblo o ciudad. Naturalmente, el conductor al ver que la ciudad ya terminó ha comenzado a conducir un poco más rápido. Es ahí cuando estos guardianes de la ley aprovechan para aprovecharse.
“Aquí el límite de velocidad es de 35 kilómetros por hora”, me dijo el agente. Le respondí que la ciudad ya había terminado, pero me aclaró que el último cartel decía 35 kilómetros por hora y que esa señal seguía rigiendo mientras no apareciera otra. (De haber seguido ese criterio, todavía hoy estaría manejando al norte rumbo al Ecuador).
Mientras agitaba mi libreta de conductor frente a mis narices, el policía me planteó las cosas sin falsos pudores: podía ponerme una multa de 170 soles, sacarme la libreta, enviarla a una oficina en otra ciudad y arruinar nuestras vacaciones. Pero también podía devolverme mi documento en ese momento si yo evaluaba correctamente la situación. “Lo dejo a su evaluación”, repetía.
Le pregunté si 40 soles le parecía una evaluación correcta y frunció el ceño con disgusto. Le dije 50 y aceptó.

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Nuestras vacaciones continuaron. En Trujillo, el empleado de un estacionamiento a dos cuadras de la plaza de Armas –la cochera Pizarro, en la calle Alfonso Ugarte- anotó en nuestro ticket que habíamos llegado a las 11.30, cuando en realidad eran las 12.30. Pretendía cobrarme una hora de más. Cuando le hice ver que me había puesto una hora equivocada, dijo que se había confundido. Me mostró que en el registro oficial del estacionamiento había puesto la hora correcta: era la jugada perfecta, nos cobraba una hora extra a nosotros, pero no se la pagaba a su patrón.
En el hotel Sol y Mar de Huanchaco quisieron cobrarme cinco soles por cada vez que nos habían calentado agua para el mate: 20 soles en total. Les dije que era una vergüenza, que en la mayoría de los lugares lo habían hecho gratis o, como máximo, cobrando uno o dos soles. Me negué a pagar. Finalmente la tarifa de cada termo de agua caliente bajó a dos soles.
No podíamos bajar la guardia nunca, había que estar atentos siempre. Un par de años atrás, buscando material para una artículo crítico del modo de ser de los uruguayos, visité al antropólogo Daniel Vidart. Hablamos de la “viveza criolla” ese rasgo típico uruguayo según el cual un partido de fútbol se puede ganar tirándole arena en los ojos al arquero rival. Yo creía que esa “viveza criolla” era una característica propia (y una lápida para el desarrollo) de los uruguayos y de los argentinos, que creen que lo mejor que hizo Maradona fue aquel gol con la mano. Vidart me explicó que no era así. Menospreciados y postergados por los colonizadores españoles, los criollos americanos habían adoptado la trapacería social, el arte de hacerle trampas al prójimo, como el modo de obtener las ventajas que el modelo político español les negaba. Eso no había empezado ni en Buenos Aires ni en Montevideo, sino en Lima y otras ciudades de la costa peruana, las primeras grandes sociedades criollas. Vidart me dijo que la viveza criolla en Perú era todavía mayor que la nuestra.

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Yo había olvidado aquella entrevista con el sabio antropólogo. La recordé en el muelle de Huanchaco.
Ya era de noche cuando llegamos al muelle de ese coqueto balneario trujillano. Nunca antes había visto que se cobrara entrada para entrar en un muelle, pero un cartel lo indicaba con claridad: había que pagar dos soles por cabeza para dar un paseo por la escollera.
El boleto se abonaba en una pequeña casilla ubicada en la cabecera del muelle. El hombre que nos vendió los tickets ni nos miró siquiera; se limitó a cobrarnos y a darnos los dos talones de entrada. No nos cobró por la niña.
Estuvimos unos diez minutos escuchando las olas y luego comenzamos a desandar el camino saliendo del muelle. Cuando estábamos llegando a la cabecera noté algo raro: todo el mundo entraba sin pagar. Miré hacia la casilla donde se vendían las entradas: estaba cerrada a cal y canto. ¡Otra vez nos embromaron!, pensé.
Le pregunté a un policía qué pasaba. Me dijo que se cobraba entrada sólo hasta las 19.30. Le pregunté qué hora era en ese momento. Las 19.50, me dijo.
Nos habían vendido las entradas ya fuera de hora o, en el mejor de los casos, un minuto antes del horario gratuito, sin advertirnos nada.
Como en una película todas las imágenes volvieron a mi mente: el taxi falso, el hotel asaltado, la dueña que se haría responsable de todo lo robado, el museo del oro sin tumi de oro, el hotel tres estrellas sin agua caliente, el taxista de Cusco, el empleado del estacionamiento en Trujillo, aquella vieja entrevista con Vidart.
Tenía que escribirlo.

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Por supuesto: éste es un artículo injusto. Nuestras vacaciones en Perú fueron maravillosas, las mejores en años. En nuestra recorrida vimos cosas tan bellas que nunca las olvidaremos. Todos nos trataron con simpatía. La mayoría, claro, también con honestidad.
Sin embargo, el porcentaje de avivados resultó muy elevado. Muchos de los que quisieron abusar de nuestra confianza (y lo lograron varias veces) no eran ladrones profesionales, sino trabajadores. En casi 30 países que he visitado nunca el límite entre honestidad y deshonestidad mostró una línea tan delgada y difusa.
Muchos peruanos nos preguntaron a lo largo de las tres semanas de viaje qué nos había parecido su país. Les respondíamos que Perú es fascinante, que nuestra excursión fue inolvidable, pero que demasiados peruanos quisieron engañarnos o atropellarnos, con y sin éxito.
La respuesta de nuestros interlocutores siempre era la misma: en todos lados hay gente deshonesta. Cuando les aclarábamos que aunque eso es cierto, ni en Buenos Aires, ni en Rio, ni en Chichicastenango, ni en Penang, ni en Bangkok habíamos padecido de tantas avivadas, la conversación se cortaba abruptamente. El peruano es simpático, pero hay verdades que prefiere no oír.

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Mantuvimos la guardia en alto hasta el último momento. Estuvimos atentos a cada señal de tránsito, cada policía, cada cartel, cada precio de cada menú, cada horario en la cabecera de cada muelle. Preguntamos una y otra vez cuánto nos iban a cobrar por calentarnos agua para el mate.
Poco antes de llegar al aeropuerto pagué el peaje que, recordé, el primer taxista que habíamos conocido se había salteado tres semanas atrás. Miré hacia el costado y vi muchos automovilistas dando el rodeo que permitía no pagar.
Sólo bajamos la guardia tras devolver el auto en el aeropuerto, hacer el check in en la ventanilla de Lan Chile, realizar los trámites de migración y pagar la abultada tasa de embarque.
Las vacaciones habían terminado. Le habíamos prometido una muñeca a mi hija por lo bien que se había portado en todo el viaje.
Mi esposa y la niña fueron a elegirla en la mayor tienda del free shop del aeropuerto de Lima, esa que vende whisky escocés, chocolate suizo y muñecas Barbie. Eligieron una muñeca hada y sirena a la vez, cuyo precio era 70 soles según estaba indicado en un prolijo cartel.
Uno piensa que un aeropuerto internacional es un lugar neutral y seguro. Por eso no noté nada raro cuando la cajera del free shop me cobró 90 soles.
Mientras mi hija corría alborozada con su nueva hada-sirena, mi mujer me hizo notar que nos habían cobrado 20 soles de más. ¡Otra vez!
Volví a hablar con la cajera. Me dijo que el precio era 90 soles ya que eso era lo que indicaba el código de barras de la muñeca. Le respondí que entonces el cartel que informaba que el precio era 70 soles estaba mal, que debían retirarlo o cambiarlo. Ni siquiera me respondió y, por supuesto, tampoco quitó el precio equivocado.
Nunca me había pasado algo así en un free shop. Me tranquilicé pensando que tenía un largo viaje por delante y que no debía arruinar el último momento de las vacaciones.
Unos minutos después, el vuelo todavía no salía, fui a gastar las pocas monedas que me quedaban. En un local que vendía recuerdos y golosinas, elegí un chocolate y unos chicles. Le di a la cajera mis últimos cinco soles con 75 centésimos.
La chica tomó la moneda de cinco soles que yo le había dado y comenzó a mirarla más tiempo del habitual. La giró entre sus dedos con cara de desprecio. Luego se la mostró a una compañera que también la miró con disgusto. Por fin se volvió hacia mí y, en voz lo más alta posible, me dijo: “Esta moneda no se la puedo aceptar porque es falsa”.
Abochornado por varios viajeros que me miraban como si fuera un delincuente, devolví las golosinas. La cajera me entregó la moneda con cara de asco. Era cierto: notoriamente era falsa.
Estaba desconcertado y furioso. Me seguirían jodiendo hasta el mismísimo momento de subir al avión.
Pensé en quién me había dado la maldita moneda. Recordé que había llegado al aeropuerto con sólo cuatro monedas, todas de un sol. Deduje entonces que el dinero falso me lo habían dado en la propia terminal. Recordé también que lo único que había comprado era la muñeca y me invadió la rabia.
Por los altoparlantes llamaron a embarcar a los pasajeros de nuestro vuelo, pero no hice caso. Comencé a correr rumbo a la gran tienda que vendía whisky escocés, chocolate suizo y muñecas Barbie.
La cajera seguía en su puesto. Agitado y ya sin paciencia, le dije, en voz lo más alta posible:
- No sólo me cobraste 20 soles de más, sino que en el vuelto me diste una moneda de cinco soles falsa. ¿No te parece demasiado?
La chica no se inmutó. Con gran calma tomó la moneda y la miró sin mayor meticulosidad. Abrió la caja registradora y sacó cinco monedas de un sol y me las tiró sobre el mostrador. Luego tomó la moneda falsa y la colocó dentro de la caja registradora.
Atrás mío esperaba el próximo cliente.

Artículo de Leonardo Haberkorn
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Una versión reducida de esta crónica se publicó en el diario uruguayo Plan B, el 7 de marzo de 2007.