31.1.08

Artigas mággico

En 2001 escribí un artículo sobre por qué Artigas nunca volvió de Paraguay. Como no soy un especialista (los periodistas sabemos un poco de todo y no somos expertos en nada), consulté a cinco historiadores.
La conclusión fue sorprendente: no es cierto lo que enseñan las maestras, que Artigas no regresó porque el dictador paraguayo Gaspar de Francia se lo impidió. No: más de una vez Artigas pudo volver y no quiso. Las razones, me explicaron los expertos, hay que buscarlas por otro lado: el caudillo había asumido su derrota definitiva, su proyecto político estaba muerto, el Uruguay independiente no tenía nada que ver con su idea federal. Es posible que Artigas terminara por querer más al país que lo había acogido en la derrota (Paraguay), que al estado que nunca había querido y que terminaría por hacerlo prócer (Uruguay).
Aunque estaban fuera del contenido de aquel artículo, aproveché para preguntarle a los cinco historiadores sobre otras polémicas artiguistas. Los interrogué, por ejemplo, respecto a si es cierto que Artigas tuvo un hijo charrúa, el Caciquillo tan mentado por el escritor Carlos Maggi.
Cuatro de los especialistas me respondieron lo mismo: los dichos de Maggi sobre Artigas y los charrúas eran una fábula sin asidero, una novela atractiva pero carente de rigor académico. Más de uno usó la palabra “disparate”. El otro académico me dijo que de eso prefería no hablar, porque Maggi era su amigo.
Les pregunté a los historiadores por qué no rebatían las aseveraciones mággicas si las consideraban falsas. Las respuestas fueron varias: unos no veían en Maggi a un colega con el cual medirse de igual a igual, otros no querían polemizar en público, otros callaban por amistad. Por una razón u otra, todos habían optado por el silencio ante lo que consideraban un error garrafal, lo que dice mucho sobre la academia uruguaya.
Desde entonces, las tesis de Maggi se han hecho cada vez más populares. Según ellas, Artigas vivió muchos años en las tolderías charrúas, fue amigo de los indios, tuvo un hijo charrúa y de la tribu aprendió sus ideas sabias y libertarias.
Sólo un historiador se ha animado a salirle al cruce a Maggi. En 2004 Oscar Padrón Favre publicó Los charrúas minuanes en su etapa final. El libro reúne tres obras más pequeñas, una de ellas llamada: Artigas y los charrúas: Refutación a ‘Artigas y su hijo el caciquillo’.
A diferencia de sus colegas, Padrón no tuvo miedo ni pudor en enfrentar a Maggi. Padrón dice que el escritor cae en una “idealización romántica” de Artigas y de los charrúas, y que para ello se basa “en una selección totalmente interesada y restringida de la documentación disponible, la cual, además, es interpretada antojadizamente”. Padrón cita decenas de papeles históricos que refutan a Maggi. El efecto es demoledor.
Sin embargo, el libro fue recibido con un silencio total por los intelectuales y la prensa. Hasta donde sé, Maggi nunca respondió a Padrón. No será por falta de espacios para hacerlo.
Personalmente carezco de los conocimientos como para terciar en la polémica. No soy yo quien podrá decir quién tiene razón.
Leo en estos días que Maggi ha vuelto a insistir con sus teorías. Esas teorías en las que nadie cree y que nadie rebate, símbolo perfecto de un país que duerme y no quiere despertarse.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, 20 de abril de 2007.

8.1.08

La inocencia argentina

Los argentinos reeligieron a Menem a pesar de que todos conocían la naturaleza corrupta de su gobierno. Ahora han vuelto a cometer el mismo pecado.

Yo miraba Televisión Registrada en 2000 y 2001. En aquel entonces el programa era conducido por Fabián Gianola y Claudio Morgado, y no era reproducido por la televisión abierta uruguaya.
TVR había comenzado siendo una simple recopilación de momentos hilarantes o grotescos de la TV, abundantes en Argentina. Pero de a poco había ido creciendo. Gracias a una meticulosa producción y a un archivo implacable, cada semana Televisión Registrada desnudaba el doble discurso y la irresponsabilidad con la que Argentina es construida y destruida al mismo, y no sólo por sus políticos.
Por supuesto: en aquellos programas Carlos Menem tenía un lugar de honor.
Siempre volvían a aparecer sus imágenes: Menem bailando con una odalisca, Menem con una vedette, Menem con su Ferrari, Menem jugando al fútbol mientras el desempleo llegaba al 20%, Menem cometiendo un acto fallido memorable y diciendo que él se ponía al frente de la corrupción.
Por supuesto, al principio yo disfrutaba mucho de aquellas palizas virtuales que TVR le daba a aquel sinvergüenza que había sido tan ensalzado por medio mundo, incluyendo la revista Time, la infalible The Economist, el sacrosanto Fondo Monetario Internacional y muchos políticos, economistas y periodistas uruguayos que hoy miran para otro lado, igual que Marina Arismendi con la Unión Soviética.
Entre tanto robo impune, aquellas emisiones de TVR parecían un sucedáneo de la justicia.
Con el tiempo, sin embargo, Televisión Registrada comenzó a dejarme un cierto sabor amargo. Al principio me costó entender de donde nacía ese creciente fastidio con el programa, pero al fin lo vi con claridad. Lo que me molestaba era que Gianola y Morgado presentaban a Menem como un castigo del cielo, como una plaga que algún dios malvado hubiera hecho caer sobre los argentinos. El mensaje que daba TVR era que nadie era responsable, que los argentinos eran inocentes, que no tenían nada que ver con esa década infame que había destruido el país hasta sus cimientos. Había uno sólo culplable: Memen. Pobres argentinos. Nadie había votado al sátrapa.
Obviamente, aquello no era más que demagogia barata. Lo habían votado y dos veces.
Menem llegó a ser presidente de Argentina cuando ganó la elección de 1989 con el 47,49% de los votos. Durante su primer gobierno los argentinos disfrutaron de la plata dulce que generó la venta de todo el aparato estatal y un tipo de cambio ficticio.
Aquellas privatizaciones fueron realizadas en medio de bochornosos escándalos de corrupción, ampliamente denunciados en la prensa. Menem aumentó en forma descarada el número de integrantes de la Suprema Corte para dominar el Poder Judicial a su antojo. Argentina fue escenario de dos atentados terroristas de inusitada gravedad, sin que nunca aparecieran los culpables.
Nada de eso le importó a la mayoría relativa de los argentinos, salvo la plata dulce. En 1995, Carlos Menem fue reelecto por 7,8 millones de argentinos, el 49,97% del total de votantes, un porcentaje mayor al que había obtenido en su primera elección. Lo votaron a pesar de la AMIA. Lo votaron a pesar de terminar con la independencia del Poder Judicial. Lo votaron a pesar de la corrupción galopante. ¿De qué inocencia me hablan?
Lo peor es que del desastre que sobrevino después, los argentinos no han sacado ninguna enseñanza. Porque ahora, con la “reelección” del matrimonio Kirchner, han vuelto a repetir exactamente la misma historia.
El gobierno de Néstor Kirchner, ese líder “progresista” tan festejado aquí cuando asumió allá, demostró un parecido notable con las peores facetas del gobierno de Menem.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner una misteriosa bolsa con 65.000 dólares apareció en el baño del despacho de la ministra de Economía Felisa Micheli. La ministra nunca pudo explicar convincentemente qué hacía ese dinero allí.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner, la empresa sueca Skanska reconoció que había pagado sobornos por seis millones de dólares para conseguir contratos de obras públicas en Argentina.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner, la secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti, fue acusada de malversación de fondos públicos por haber contratado a 350 empleados, entre ellos amigos y familiares.
Durante el gobierno de Néstor Kirchner apareció el venezolano Antonini queriendo entrar en forma clandestina a Argentina una valija con 800.000 dólares en un vuelo contratado por el propio Estado. En Estados Unidos se dice que era dinero de Venezuela para financiar en forma ilegal la campaña electoral de Cristina Kirchner.
El gobierno de Néstor Kirchner, además, está acusado ante la Justicia por manipular los índices inflacionarios para engañar a la ciudadanía. Y señalado por usar todo el aparato estatal para favorecer la candidatura de su señora esposa.
Son escándalos muy grandes de los cuales la prensa y especialmente la televisión argentina hablan muy poco.
El gobierno de Néstor Kirchner supo cómo sepultar la crítica periodística. Mientras las tarifas publicitarias aumentaron un 60%, el gasto en propaganda oficial creció un 355% respecto a lo que había gastado el anterior presidente Duhalde. Además, esa lluvia de millones se reparte de un modo maquiavélico: a los más oficialistas se los premia con millones en avisos y a los pocos que no se someten se los castiga no dándoles nada.
Hace ya unos meses volví a ver Televisión Registrada después de muchos años. Esa semana estaba en su apogeo el escándalo Skanska y había aparecido la misteriosa bolsa de dólares en el escritorio de la Miceli. Sin embargo, TVR apenas si se refirió a estos temas y en cambio se dedicó a mostrar muchas imágenes… ¡de la corrupción en épocas de Menem!
Tan obvia fue la intención de desviar la atención pública, de minimizar la corrupción kirchnerista, de distraer al público con las viejas imágenes del corrupto anterior, que el invitado especial que tenía el programa, el periodista deportivo Juan Pablo Varsky, se quejó del chocante oficialismo de TVR: era fácil seguir hablando de Menem, les dijo a sus anfitriones, pero era hora de hablar de Skanska, Felisa Miceli y Romina Picolotti.
Por supuesto, no le hicieron caso.
No debe existir imagen más bochornosa para una República que la de un marido pasándole la banda presidencial a su esposa, o viceversa.
Pero ni siquiera el pudor impidió que los argentinos volvieran a hacer lo mismo que cuando Menem. A pesar de las evidentes muestras de corrupción que existieron en el gobierno del señor Kirchner, fueron masivamente a votar a su señora.
Igual que con Menem, cuando todo el castillo de arena se caiga, todos jurarán inocencia.
Lo veremos en Televisión Registrada.

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 22 de diciembre de 2007.

25.12.07

La escuelita de Asadur

Curioso destino el del periodismo uruguayo: ser oficialista siempre.

Las denuncias contra el hermano del vicepresidente Nin Novoa revivieron la acusación de que la prensa hace una oposición salvaje al gobierno del Frente Amplio. Pero no es cierto.
La mayor parte del periodismo es oficialista, como siempre desde 1973.
Durante la dictadura el oficialismo era impuesto: no serlo implicaba censura, clausuras, la cárcel y la amenaza de la tortura.
Durante los gobiernos de los partidos tradicionales que siguieron a la reapertura democrática, el oficialismo se debió a muchos empresarios de la comunicación, aliados de los partidos Colorado y Blanco, que “protegían” al gobernante de turno, minimizaban cualquier escándalo que pudiera afectarlo, ocultaban información y presionaban a sus periodistas para que no revolvieran demasiado.
Pero ahora gobierna el Frente Amplio y el oficialismo sigue. Curioso destino el del periodismo uruguayo.
Hoy hay una buena cantidad de medios que se asumen del Frente Amplio, y se les nota. Mientras tanto, a los grandes medios no les resulta fácil pasar a ejercer el periodismo en serio después de décadas de oficialismo más o menos recalcitrante.
Aún si quisieran, la mayor parte de las empresas periodísticas no tienen los recursos necesarios para buscar información de calidad que de verdad pueda cuestionar a un gobierno. Esas redacciones pequeñas, mal pagas, donde la mayoría son casi adolescentes, ¿pueden de verdad investigar los negociados turbios de un gobierno?
No, no pueden.
La mayor parte de los dueños de los medios no están interesados en invertir en mejor periodismo. Han vivido bien siendo oficialistas, ¿para qué cambiar? Un equipo capaz de investigar hoy a un gobierno sale caro y puede molestar mañana a una empresa que pone avisos. Puede generar problemas con UTE, Antel y Ancap. En los medios existe pavor a perder la publicidad de las empresas públicas. Ya lo dijo Visillac, el que se porta mal pierde los avisos.
Además, ha habido un cambio generacional. Los periodistas formados en la dictadura ya no están. Eso es bueno, porque los nuevos cronistas ya no creen que el periodismo sea ponerle el micrófono delante al gobernante de turno.
Pero, a su vez, un alto porcentaje de estos jóvenes periodistas son adherentes al Frente Amplio. Y aunque seguramente se esfuerzan por hacer bien su trabajo, piensan, razonan, preguntan y hablan como frenteamplistas. Por eso se indignaban con el clientelismo de los colorados pero ahora no les dice nada que el Frente Amplio coloque a miles y miles de nuevos funcionarios públicos. Por eso les parece correcto usar “la izquierda” como sinónimo de Frente Amplio (¿y Zabalza?, ¿y el Partido Independiente?, ¿y Juan Andrés Ramírez que insiste en considerarse una persona de izquierda?). Por eso les parece una verdad evidente que éste es el primer “gobierno progresista”, aunque haya muchos motivos –históricos y actuales- como para dudarlo. Nuestros gobernantes adoran a estos jóvenes periodistas. Mujica nunca les pedirá que no sean “nabos”.
No hay prueba más flagrante del oficialismo del periodismo que el modo en que reproduce el lenguaje publicitario del gobierno. Un buen ejemplo es el de la reforma tributaria. Lo que sin duda es un impuesto a los ingresos y no a la renta, es llamado “impuesto a la renta” por todos los medios porque así lo decidió el gobierno. No es algo muy distinto a lo que pasaba en los tiempos de “adelante Asadur desde Casa de Gobierno”.
Cuando la reforma tributaria comenzó a ser criticada en sus flancos más obvios (se considera “ricos” a quienes apenas ganan 15.000 pesos, no se permiten las deducciones que debería admitir un verdadero impuesto a la renta, paga lo mismo un joven soltero que quien mantiene a su pareja desempleada), buena parte de los periodistas (y los humoristas) oficialistas acallaron todo debate repitiendo el eslogan acuñado desde el gobierno: se quejan los ricos porque ahora pagan más.
Adelante, Asadur, te escuchamos.
Poco después de presentar la reforma impositiva, el equipo económico hablaba de que había que esperar tres años para modificarla. Luego el propio presidente Vázquez dijo que ésta no era la reforma tributaria que el gobierno quería. Ahora Astori anuncia que la modificará dentro de seis meses. Es decir, el periodismo uruguayo ha batido su propio récord: ahora es más oficialista que el propio gobierno. Ni siquiera Asadur, con los sables militares agitándose sobre su cabeza, llegó tan lejos.
Eso sí. Algunos medios exhiben sus discrepancias con el gobierno con toneladas de opinión. Pero eso no cuenta, no influye, porque el público está aburrido de tanta opinión. Los miles de editoriales que el diario El País escribió durante años y años, todos los días, contra el Frente Amplio no hicieron otra cosa que alfombrar el camino hacia la victoria de Tabaré Vázquez. Lo que cuenta es la información, y eso es lo que le falta al periodismo uruguayo para dejar de ser oficialista, por decisión u omisión.
No hay que engañarse: en el caso Nin Novoa el periodismo no investigó nada. Apenas ofició de correa de transmisión de una denuncia de unos políticos oficialistas contra otros políticos oficialistas. ¿No es esa otra forma de oficialismo?

Publicado por Leonardo Haberkorn en el diario Plan B, viernes 14 de diciembre de 2007, y en Montevideo.comm

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