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16.6.15

Rápido y brutal

Un lector me recordó que escribí esto en 2006, y creo que viene al caso. Se publicó en el suplemento Qué Pasa el 20 de mayo de ese año.

Durante muchos años fui al estadio Centenario cada fin de semana. Hoy hace años que no.
La última vez fue el 20 de julio de 2003. Hacía ya mucho que no iba: me habían alejado los partidos demasiado malos, los barra brava, los arbitrajes sospechosos, los campeonatos con tufo a tongo, el monopolio y sus papagayos. Pero aquella tarde decidí volver. Peñarol jugaba contra Defensor y debutaba José Luis Chilavert. Habría una figura de nivel mundial en el estadio, tenía que valer la pena.
Fui a la tribuna Amsterdam porque toda su parte central está libre de las incómodas banquetas que le agregaron al Centenario hace unos años y que arruinaron su comodidad original. Las banquetas impiden recostarse en la fila de atrás. Aunque el estadio rara vez está colmado, estos asientos obligan al espectador a permanecer sentado en un espacio reducido, mientras alrededor hay 65.000 lugares libres. Pensé también que tendría cerca a Chilavert durante la mitad del partido y podría verlo atajar con todo detalle.
No fue así. El espectáculo fue pésimo. El paraguayo debió haber vivido el partido más aburrido de su vida. Defensor, haciendo honor a su nombre, no le pateó ni siquiera un tiro al arco en los 90 minutos.
Con todo, eso no fue lo peor. La Amsterdam estaba bastante llena. El público allí reunido se distinguía por una característica en común: no podían pronunciar ninguna frase que no tuviera incluida las palabras puto o puta: "la puta", "hola, puto", "juez puto", "qué hijo de puta", "qué cobrás, puto", "los del bolso son todos putos".
La mayoría tenía entre 15 y 25 años y muchos ya eran padres o madres. Estaban allí con sus hijos: bebés y niños pequeños. Tener a sus hijos con ellos no les impedía saltar, ni emborracharse, ni fumar mucha marihuana. El humo lo respirábamos todos, los bebés incluidos.
También cantaban esa canción que celebra el asesinato: "Cómo me voy a olvidar cuando matamos a una gallina, cómo me voy a olvidar: ¡fue lo mejor que me pasó en la vida...!"
Esa canción había sido una de las razones que me habían hecho dejar el fútbol. No se puede participar de un espectáculo, ni siquiera como espectador, en el que se glorifica el asesinato. Entre toda la verborragia que se le dedica al fútbol en Uruguay, nunca escuché a un dirigente, un periodista o un futbolista que se haya referido a este canto. Las muertes violentas no vienen solas.
Aguanté hasta el final del partido, pero nunca más volví.
El Centenario es el símbolo de un país que fue capaz de levantar ese estadio monumental en apenas seis meses, organizar un Mundial y salir campeón del mundo. Todo sin ir a mendigar ayuda al extranjero, sin necesidad de consultores europeos o estadounidenses: el diseño y la construcción del estadio fueron confiados al arquitecto Juan Scasso, que era simplemente el director de Paseos Públicos de la Intendencia de Montevideo. Sentarse en sus tribunas no solo era un placer, era sentirse parte de una gran historia.
Hay aquel país ya no existe más. Aunque decadente, el estadio todavía conserva su majestuosidad, pero lo que ocurre en su cancha da pena. Y lo que ocurre en sus tribunas también.
Ir al Centenario es una forma rápida, brutal y penosa de comparar lo que fuimos y ver en lo que nos hemos transformado.

estadio Centenario, fútbol, violencia, Uruguay
Vista aérea de las obras de construcción del estadio Centenario


el.informante.blog@gmail.

29.11.14

Chespirito: la ternura del Chavo y el gol de la Fiera

Yo estaba empezando en el periodismo y trataba de ganarme un lugar en la redacción del semanario Aquí, colocando notas.

En la contratapa de cada edición iba una entrevista, de preferencia a un famoso. La sección llevaba ya años, los personajes se estaban agotando, y pronto me di cuenta que era un dolor de cabeza para los jefes y una gran oportunidad para mí.

No había un periodista que se encargara en forma específica de esa entrevista. La redacción no era numerosa y los mismos que cubrían las noticias políticas, culturales y sindicales se rotaban para llenar esa sección del semanario. No daban abasto.

Muy rápido capté que si yo conseguía entrevistar a gente importante o con algo interesante que decir, tenía una publicación segura. Las cobraba y, más importante aún, allanaba el camino hacia mi gran objetivo: entrar en la redacción.

Aquí era un semanario político, pero igual me ingenié para publicar una entrevista al "Bombón" González, que estaba retirado del fútbol y, después de sus años de gloria en Peñarol, trabajaba de portero en una humilde casilla. También entrevisté a la actriz Mecha Bustos y al periodista Miguel Muto. Aproveché un viaje familiar a Buenos Aires para entrevistar al gran Berugo Carámbula. Eso gustó. Entonces me di cuenta de algo importante: cuando una figura de prestigio internacional visitaba Uruguay, los periodistas del semanario no siempre tenían tiempo de hacer todas las gestiones y persecuciones que suelen implicar las luminarias. Yo tenía tiempo y ganas de sobra. Entrevisté a Roberto Fontanarrosa y León Gieco. Al fin me gané mi lugar. La entrevista a Chespirito la hice después, cuando ya estaba dentro del equipo fijo de Aquí, ocupándome de noticias políticas. Pero había adquirido el hábito de cazar a los famosos y la pasión por entrevistar seguía. Además, ¿cómo dejar pasar al Chavo por Montevideo sin hablar con él?

La entrevista a Roberto Gómez Bolaños se publicó el 26 de enero de 1988, no sé la fecha exacta en que ocurrió, quizás en los últimos días del 87 o los primeros del 88. Chespirito había venido con su elenco a Uruguay para realizar una única función en el Cilindro. Se alojaba en el Victoria Plaza. No recuerdo cómo fue que combiné para encontrarnos en el lobby del hotel. Creo que hablé con él mismo... ¿será posible? Yo era un ilustre desconocido trabajando para un pequeño semanario casi artesanal. Sea como sea que haya sido, el encuentro quedó pactado.

Llegué al Victoria Plaza preguntándome si alguien tan famoso no me dejaría plantado. No había otros periodistas. Chespirito no demoró en aparecer.

Lo que sigue fue lo que charlamos. Empezamos hablando del Chavo y terminamos con Peñarol, que acababa de salir campeón de América. Seguro que no es una entrevista memorable, pero para mis afectos es eso y mucho más.






Chespirito Chapulín Colorado Chavo
La entrevista la ilustró Pepe Infantozzi



-¿Cuándo nació y quién es el Chavo?

-El Chavo nació hasta casi 17 años. Chapulín nació un poco antes, va a cumplir 18. El Chavo es un niño tierno, bueno. No sabe mucho por falta de vitaminas, no por falta de voluntad o de estudio. Él quisiera saber más. A pesar de ser muy pobre -carece de muchas cosas-, tiene el gran don de la vida. Y con eso quiere demostrar que teniendo vida hay esperanza y se puede, inclusive, ser feliz.

-¿Y usted dónde y cuándo nació?

-Nací en la capital de México, en el Distrito Federal, hace muchos años.

-¿Por qué cree que el Chavo, al menos en Uruguay, ha sido el más exitoso de sus personajes?

-Creo que es algo que ha sido sucedido en todos lados. Ha sido un camino un poco curioso. El Chapulín Colorado abrió las puertas. En líneas generales, abrió las puertas de toda América Latina , no sólo para mí sino para la televisión mexicana. Después del Chapulín Colorado empezaron a adquirir series o telenovelas u otros programas humorísticos mexicanos. Desde ese punto de vista le tengo mucho cariño. Pero creo que el Chavo tiene algo más. En el sentido de que no solo es hacer reír sino que digamos que hay un mensaje. Sobre todo un mensaje de ternura, de cariño, al Chavo. Hay gente que me ha dicho: "A mí no me hace reír, pero te quiero". Bueno, pues eso es más valioso que hacer reír. Yo creo que implica cariño.

-¿Usted es de origen humilde como el Chavo?

-No. Tampoco rico, ni mucho menos, pero un poco arriba de ese nivel. Solo que yo viví en un barrio que podría calificar de altamente democrático. Jugábamos lo mismo nosotros, que éramos el punto medio, con el niño de la casa más rica que nos invitaba a ella, que con el niño que vendía periódicos o con el que hacía mandados en la carnicería. Todos nos llevábamos muy bien.

-¿Es común eso en México?

-Quizás ahora ya no tanto, desgraciadamente. Se han establecido un poco más algunas fronteras, sobre todo en algunos lugares. Fue más común antes. Yo desde luego lo viví, y creo que de esas experiencias he extraído mucho.

-¿Usted realiza otro tipo de actuaciones?

-Desde mediados del 84 a mitad del 85 estuve un año entero en una obra, una comedia musical, que escribí, dirigí, actué, etcétera. Tuvo un éxito extraordinario, rompió todos los récords de recaudación para una obra mexicana. Había hecho algo antes de teatro y cine, no muy constantemente. Escribí mucho y ya en un plan estelar he hecho cuatro películas: El Chanfle, El Chanfle II, Chespirito Kid -que en otros lados se ha llamado Charrito- y otra más, Don Ratón y Don Ratero, que es un poco parecido a lo que venimos haciendo en esta gira. En el ambiente de los años 20, con mucha música y la sorpresa enorme de mi esposa, Florinda Meza, que es una extraordinaria cantante y estupenda bailarina. Afortunadamente han tenido todas un éxito muy grande.

-¿Le disgusta que la gente lo encasille como el Chavo? Porque todas estas obras no ha sido estrenadas en Montevideo, por ejemplo.

-Únicamente como el Chavo no me gustaría, pero a mí no me molesta que me identifiquen con ningún personaje. No les tengo envidia, como sé que ha sucedido con algún actor alguna vez. Yo los quiero, me han dado de comer, me identifico en algunos detalles con ellos, pero solamente en detalles. Yo sigo siendo yo, un adulto consciente que actúa. Represento a un personaje, pero no soy él.

-¿Es un esfuerzo para un adulto representar tanto tiempo el papel de un niño?

-Cualquier actuación representa un esfuerzo. Para mí es igual que cualquier otro personaje. Yo no pretendo hacer creer al público que soy un niño, sino que acepte esa caracterización. Me representa más problemas hacer Chaparrón Bonaparte, uno de los Chifladitos, porque debe mantener una expresión pequeña sin desbordamiento, y es difícil dar una imagen así.



-Además de su esposa, ¿alguno de los otros actores tiene una vinculación con usted?

-Sí. Hasta me han acusado de nepotismo (risas). Desde hace algún tiempo mi hermano, que representa al grupo, hace un pequeño papel, Godines, en la escuela. Y ahora viene también mi hijo, que hace algunos papeles en la gira. Él acaba de terminar la escuela de ciencias de la comunicación. En realidad, está más tiempo detrás de la cámara, es el editor de programa. Una responsabilidad muy grande, pero lo hace muy bien. También es un excelente actor, aunque creo que le gusta más estar detrás de la cámara. Ahora, es el único hombre que baila bien, los demás lo intentan. Bueno, yo me defiendo también.

-Su hijo creció viendo al Chavo. ¿Qué le parece?

-Pues, ¿creerá que no se lo he preguntado? (Se ríe). Le gusta todo eso. Incluso en la escuela, por ser una escuela de ciencias de la comunicación. han juzgado los programas. Mi programa se ha usado, por lo menos que yo sepa, por ocho alumnos de diferentes escuelas como base para sus tesis profesionales en esa carrera.

-Los programas mexicanos que llegan a Uruguay parece que no llegaran al nivel de el Chavo, en especial las telenovelas. ¿Usted cree que es buena le televisión mexicana?

-Las telenovelas a mí particularmente no me gustan porque los escritores, que son el fundamento de cualquier programa dramatizado, no son muy buenos. Por otro lado, somos en México el programa de mayor trascendencia. Entonces, suena un poco a presumir, pero creo que hay cosas buenas y a veces no llegan las mejores. Algunas inclusive no tendría objeto que llegaran.

Por ejemplo, la empresa donde yo trabajo, Televisa. Considero que en todo el mundo no existen técnicos mejores que los suyos para transmitir un juego de fútbol. Y yo he visto fútbol -como es una de mis pasiones- en todo el mundo. No creo que haya canal que lo haga mejor. Tenemos, claro, la experiencia de dos Mundiales, y en México vemos los partidos de Argentina, de aquí, de Europa. Pero eso no creo que interese mucho traerlo acá, porque no creo que interesen mucho los equipos mexicanos. Interesa la telenovela, que creo ha sido la especialidad en México. Y destaca por encima nuestro programa porque la trascendencia ha sido mayor. Es el único programa que se transmite en 20 países.

-¿Le gusta tanto el fútbol?

-Uh, me encanta. Soy hincha del América de México. Deberíamos estar jugando con Peñarol la Copa Interamericana, porque había un acuerdo anterior para jugar el campeón de la Libertadores de América con el de la Concacaf. Pero parece que ya no les interesamos mucho (risas). Ya ha sucedido dos veces que nuestros campeones vencieron a los del sur. Cuando Boca fue campeón, precisamente nosotros, el América, le ganamos. Me encanta el fútbol.

-¿Va al estadio?

-No, porque la gente me molestaría y, aparte, en la televisión se ve estupendo. Tengo un par de televisores, y podría tener cuatro, porque tenemos cuatro partidos simultáneamente en México y estoy con un control remoto fichando uno y otro.

-¿Vio los partidos de Peñarol por la Copa Libertadores?

-Sí. Tuvieron buena suerte, ¿eh? En el último momento. Aguirre fue, ¿verdad? Allá hemos tenido a muchos jugadores uruguayos. Si hay un país que se distingue en fútbol es precisamente Uruguay.

-También le gusta la música. Al menos ha trabajado en comedias musicales.

-Sí, pero ahí creo que me quedé un poco atrás. La música moderna me cuesta trabajo, la muy ruidosa. Pero sí me gusta mucho la música.

-¿Y al Chavo no le gusta la música moderna?

-No sabe el pobre, no sabe.


5.7.13

Ya están (luciéndose) en las librerías

Ya llegaron a las librerías los dos nuevos libros que había anunciado: Carbonero querido, una historia de Peñarol para niños, y la reedición después de diez años de agotado de Pablo Bengoechea, la clase del Profesor. Es difícil decir cuál quedó más lindo.
El genial diseño de tapa de esta edición de bolsillo de la biografía de Bengoechea es mérito de Anabella Corsi: una maravilla inspirada en la fotografía clásica del Profesor festejando el Quinquenio. Noten, en la parte superior, el código de barras con los colores de las camisetas defendidas por Bengoechea: Wanderers, Peñarol, la selección y Sevilla (también defendió unos meses a Gimnasia y Esgrima).

La biografía de Pablo Bengoechea

Carbonero querido es una pequeña obra de arte en la que se destacan la portada y las 15 láminas interiores realizadas por el ilustrador Federico Murro. Dejo aquí algunos ejemplos:

Una historia de Peñarol para niños

Piendibene

Hohberg, Miguez, Vidal, Ghiggia, Schiaffino
La delantera de la Máquina del 49:
Hohberg, Vidal, Míguez, Ghiggia y Schiaffino.

Goleador histórico Spencer
Alberto Spencer

El máximo goleador aurinegro, Fernando Morena
Fernando Morena

Aguirre y su gol en el último segundo
Diego Aguirre


Otras láminas retratan a Juan Delgado, Isabelino Gradín, Gideon Silva, Lorenzo Fernández, Álvaro Gestido, Obdulio Varela, Pedro Virgilio Rocha, Ladislao Mazurkiewicz, Pepe Sasía, Roberto Matosas, Pocho Cortés, Luis Cubilla, el Pardo Abbadie, Tito Goncalvez, Pablo Bengoechea y Antonio Pacheco. El diseño de interiores es de Ana Botella. Aquí pueden leer un adelanto. También pueden visitar la página en Facebook.
Ojalá les guste.


@leohaberkorn
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30.6.13

Dos de fútbol y uno que no

Hace un año y medio, quizás cerca de dos, el director de la editorial Fin de Siglo me propuso escribir una historia de Peñarol para niños. El libro debía salir más o menos en simultáneo con otro volumen infantil que contaría la historia de Nacional, pero yo me demoré un poco más en terminarlo.
El resultado llegará este miércoles 3 a las librerías con el título de Carbonero querido y con ilustraciones de Federico Murro. En la página web de la editorial puede leerse un adelanto.

Carbonero Querido, la historia de Peñarol para niños
Tapa de Carbonero querido
Delantera del 49 en Carbonero Querido, historia de Peñarol para niños
La Máquina del 49

Quiso la casualidad que el lanzamiento de este libro infantil coincidiera con una nueva reedición, después de diez años de estar agotado, del libro Pablo Bengoechea, la clase del Profesor, que también llegará a las librerías esta semana.

Biografía de Pablo Bengoechea, sus años en Wanderers, Peñarol y la selección
Tapa y contratapa de La clase del Profesor


















Pero no me estoy dedicando solo al fútbol. Mientras tanto, y con la alegría que me dan estas nuevas publicaciones, estoy escribiendo un libro para adultos cuya temática nada tiene que ver con el deporte. El trabajo ya está muy avanzado. Lo que puedo adelantar por ahora es que será otro libro de no-ficción, sobre hechos reales, aunque en este caso no vinculados a la historia política reciente del Uruguay (como Historias tupamaras o Milicos y tupas), sino a un caso policial. Algo en la línea de Crónicas de sangre, sudor y lágrimasperiodismo narrativo y de investigación, pero esta vez será una sola historia en lugar de varias. Si todo sale bien, el libro estará pronto para fin de año.

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28.9.11

Mi carpeta de frases sobre Peñarol

Hace años, con el fin de un día reunirlas algún día en un libro, comencé a atesorar citas literarias y frases de grandes hombres o de celebridades que hablaran de Peñarol. Tengo decenas, quizás cientos, de piezas de colección reunidas en una carpeta llena de recortes, fotocopias y papeles de los más diversos.
Tengo a Andrés Calamaro diciendo: “Siempre tuve la camiseta de Peñarol”. A Joaquín Sabina explicando que es hincha de tres colores: el Atlético Madrid en España, Boca en Argentina y Peñarol en Uruguay. A Flores Mora protestando por el “disparate” que es permitir que un clásico termine empatado.
Tengo también, por supuesto, los versos que Pedro Leandro Ipuche le escribió a Peñarol cuando cumplió 50 años y que comienzan así:
“En un claro villorio de cuento
Donde el rey es el ferrocarril
Sorprendieron la luz de una tarde
Once obreros de humor infantil”
Y también el poema que Omar Odriozola, el autor de “Uruguayos campeones”, le escribió al mágico Piendibene. Sus últimos versos son notables. Odriozola viene hablando del Maestro, pero su pasión aurinegra aflora en el remate:
“Tú tienes de uruguayo hidalguía y honor
Lo demás que hay en ti, lo tienes de Ateniense
Yo, cuando en el sosiego de mi existencia quieta,
Dejo volar mis blancas palomas de poeta
Recuerdo aquella tarde, cuando al ponerse el sol,
Salimos del Parque Central, entusiasmados,
Comentando el partido, y escuchando aquel grito,
Que traía la brisa de allá, del infinito,
Y que siempre recuerdo: ¡Peñarol…!  ¡Peñarol…!”
En mi carpeta, las citas se mezclan y podemos saltar sin escalas del gol de Piendi al Divino Zamora al de Diego Aguirre en Santiago, en la final de la Libertadores de 1987. La revista Guambia le preguntó muchos uruguayos célebres cómo habían vivido aquel increíble desenlace de la Copa Libertadores. Luis Alberto Lacalle, por entonces legislador y todavía no presidente, nacionalófilo de alma, confesó que no pudo reprimir el grito de “¡Viva Peñarol!” cuando observó azorado el agónico gol frente a un televisor en Punta del Este. El genial actor Alberto Candeau, gran peñarolense, relató que vio los noventa minutos reglamentarios por televisión, pero luego no pudo ver el alargue porque debía concurrir a un ensayo. Candeau marchó a sus obligaciones cargado de pesimismo porque temía una derrota, y ese oscuro presentimiento fue creciendo a medida que pasaban los minutos y no oía gritos ni festejos de ningún tipo. Al final, como sabemos, llegó la locura del triunfo. Y el gran actor narró que salió a festejar en la calle y en público, como miles de peñarolenses anónimos. “Para mí tiene el mismo nivel de lo ocurrido en Maracaná”, declaró.
FIFA, Peñarol, CurccPero de aquella nota de Guambia, mis respuestas preferidas las dieron tres hinchas de otros cuadros, dos de Nacional y uno de Liverpool.
Hugo Batalla respondió: “Yo digo, qué pena no ser hincha de Peñarol, mire que es un cuadro que sabe darle satisfacciones a la gente que lo sigue”.
Jorge Batlle vaticinó: “Yo soy hincha de Nacional, pero con todo esto creo que las futuras generaciones van a ser peñarolenses”.
Y el diputado cívico Julio Daverede relató, muy sincero: “Soy bolsilludo de alma, así que no concibo salir a festejar un triunfo de Peñarol, hasta tuve la esperanza de que no se consumara el triunfo. El partido lo vi en la plaza principal de Paysandú, estaba por empezar el Congreso de la Juventud de la Unión Cívica y los muchachos conectaron los televisores ahí mismo. Después tuve que presenciar todo el desfile de los hinchas sanduceros. Nunca me imaginé que Peñarol podía tener tantos adeptos en esa ciudad”.
A la jornada siguiente de aquel memorable partido, el diario El Día tituló a toda primera plana: “¡Solo Peñarol!”.
También conservo un ejemplar de la revista Tres, de 1997, publicado días después de que Peñarol obtuviera su segundo quinquenio. La publicación le preguntó entonces a algunos reconocidos parciales de Nacional qué pensaban de la consagración aurinegra, obtenida como se recordará, luego de ganar dos clásicos consecutivos que se iban perdiendo por dos goles.
Roberto Musso, el principal compositor y cantante del Cuarteto de Nos, respondió: “El día del primer clásico iba rumbo al Chuy escuchando el walkman. Cuando estábamos 2 a 0 yo baboseaba. Después del primer tiempo se me fue la señal. Me bajé en Castillos y todo el mundo estaba gritando el gol de Peñarol. Cuando me dijeron que era el 4 a 3 pregunté: ‘¿Qué, hacen goles que valen tres?’. Me parece que hay algo de psicología. Si lo del 4 a 3 pasara una vez, tá, pero que en 15 días pase dos veces te da para pensar que hay algo más. No sé si es la mística de Peñarol o qué…”
Sin embargo, pese a la satisfacción que me provocan leer estos dichos que aluden a gloriosos episodios, dos de los mayores tesoros de mi carpeta refieren a esos días tristes en los que Peñarol pierde. Son dos piezas de antología por cuanto resumen a la perfección los sentimientos que despiertan los colores amarillo y negro.
Uno es un relato de Paco Espínola (1901-1973):
“Una tarde estaba solo en mi casa. Mi familia había ido para San José; yo tomaba mate y por radio trasmitían un partido de fútbol. Puse atención. Jugaban Peñarol y Nacional. Di vuelta el mate, traje agua nueva y me quedé escuchando. Resulta que Nacional ganó por goleada. No me acordé más del asunto y me vestí para cenar en casa de mi hermana. Cuando estaba en la calle, empecé a sentir una tristeza bárbara. No sabía qué me pasaba.
Mi familia estaba bien, yo lo mismo. Pero seguía tan triste que decidí no ir a lo de mi hermana, para no amargarle la noche.
Me fui hasta el Parque Rodó, cada vez más triste. Pedí una tirita de asado y en el momento que me la trajeron, me di cuenta de que estaba triste porque yo era hincha de Peñarol, vaya a saber desde cuándo”.
El otro es un fragmento de la novela Los regresos del escritor Anderssen Banchero (1925-1987):
“Unas cuadras antes de llegar a la casa del Profesor, se metió en un boliche para cobrar coraje con una caña. En el aparato de radio bramaba Carlos Solé, igual que hacía un montón de años, como si estuviera relatando un partido eterno que se jugara en un eterno domingo soleado. El bolichero y el único parroquiano –un viejo que miraba las tablas del piso y parecía musitar una plegaria- tenían caras de dolientes. Cuando el bolichero lo estaba sirviendo, una pelota pegó en el palo y el tipo regó con caña el mostrador alrededor de la copa y no le prestó atención cuando Juan Pedro le preguntó por la casa del Profesor.
Carbonero historia Peñarol HaberkornDecidió proseguir la búsqueda por su cuenta, con la única referencia de un balcón asomado de un primer piso sobre un arbolito único en la cuadra.
Era el segundo tiempo en el estadio, perdía Peñarol (se enteró por la radio en el café) y en la soleada ciudad desierta se respiraba un aire de desconcierto, culpabilidad y catástrofe”.
Dejo para el final a una de mis preferidas. Será porque durante muchos años no falté nunca a la Olímpica y tuve siempre como rito el concentrar mi vista en el túnel, cuando no existía la contaminante manga publicitaria por la que salen hoy los futbolistas, para ser el primero en ver aparecer a Peñarol en el campo de juego. Siempre pensé que ese afán mío por no perderme ese instante mágico era tan solo una manía personal. Pero un día, cuando me topé en una revista a Jaime Roos hablando de lo mismo, me di cuenta que no era yo, sino un fenómeno global e inexplicable.
Le preguntaron en una entrevista a Roos, reconocido hincha fanático de Defensor, si alguna vez había subido a un escenario a cantar con la camiseta de Peñarol.
 Respondió:
“No, vos sabés que cuesta eso. Ya me han dicho de todo, porque dije que el himno de Peñarol es el mejor, y dije que la camiseta de Peñarol cuando entra a la cancha tiene un no sé qué. Habría que consultarlo con un pintor a ver cómo se dan los colores amarillo y negro en la retina, o cómo pegan en el cerebro, ¿no? Pero a mí siempre me impresionó cuando salía Peñarol a la cancha, siempre me impresionó…”
Tiene razón Jaime. Impresiona. Pega. Conmueve.
En la retina. En el cerebro. En el alma.


8.8.09

El Gladiador

Julio Ribas, Gladiador, Peñarol
Todas las mañanas bien temprano, aún en invierno, cuando llueve y hay helada, Julio Ribas sale al jardín de su casa en traje de baño, se para en el borde de la piscina y grita bien fuerte: «¡¡¡ESTOY EN GUEEERRAAA!!!». Luego se zambulle en las gélidas aguas.
Silvana, su esposa, le pide que no lance esos alaridos, porque teme que los vecinos se quejen. Pero Ribas no le hace caso. Para él, todas las personas del mundo están en guerra, sólo que algunos tienen la valentía de asumirlo y otros no. Él lo asume.
Ribas es el director técnico de Peñarol. Para muchos es el entrenador más polémico del país. A pesar de sus éxitos o precisamente por ellos. Se hace llamar El Gladiador. Hoy, cuando el fútbol se ha transformado poco menos que en una ciencia de laboratorio, él sostiene que es una guerra. Donde un técnico como el argentino Marcelo Bielsa ve un tablero de ajedrez lleno de estrategias por tramar, Ribas ve un campo de batalla. Él piensa que para ganar lo más importante es que sus “gladiadores” estén convencidos de que son invencibles. Y que sean capaces de dar lo máximo en cada jugada.
«Lo más parecido al deporte profesional está en el Coliseo romano», me dijo Ribas en Los Aromos. «Los que entran a un estadio no son ni azafatas ni modelos, son guerreros. ¡Guerreros! El fútbol es vida o muerte, deportivamente. Es uno u otro. No existe un gris».
Viéndolo así, su carrera es una suma de muertes y resurrecciones, triunfos y derrotas. Quizás todo dependa de lo motivados que estén los jugadores con su discurso.
Mi primer encuentro con Ribas fue en abril. Entonces Peñarol iba en las primeras posiciones y el objetivo de reconquistar el Campeonato Uruguayo -tras cinco años de fracasos con otros entrenadores- parecía cercano.
Ribas reunió a los futbolistas en la mitad de la cancha. No había público. Sólo se escuchó su arenga:
–¿Qué precio están dispuestos a pagar para ser campeones? ¡Yo pagaría lo que fuera! Siempre hay un precio por lo que querés y nosotros lo pagamos en cada entrenamiento. ¡Cada uno tiene que ser como si fuera el último!
Comienza la práctica. Hay que correr más, grita Ribas:
–¡Vamos que son jóvenes, les tienen que salir las tripas de la boca!
Un jugador falla en una jugada y agacha la cabeza, apesadumbrado. Es el tipo de cosas que Ribas no acepta en un «gladiador». Su voz truena:
–¡No agaches la cabeza! ¡La vida no es para lamentarse! ¡Es para buscar otra oportunidad!
Ahora ordena un ejercicio: los suplentes deben retener la pelota; los titulares, quitársela. Con el cuello de la remera levantado como malevo de tango, Ribas ordena comenzar. El arquero suplente le pasa el balón a uno de sus jugadores. Ribas empieza a gritar como si aquello fuera la final de la Copa del Mundo:
–¡Presione! ¡Presione! ¡Presione!, ¡Presiónalo! ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo!, ¡Presiónalo ya!, ¡Presiónalo ya!, ¡PRESIÓNALO YA!, ¡PRESIÓNALO A MUERTE!
Antes de irse a bañar, los futbolistas practican tiros al arco. Ribas se para detrás de la portería. A cada uno que va a patear, lo desafía:
–¡Acá estoy yo, el monstruo! ¡Soy el ogro y no pueden soportar esta presión!
Ribas confía más en sus mensajes que los esquemas de juego o en las complicadas jugadas de laboratorio. «Si al jugador le llegás al alma, vas a ganar con la táctica y la estrategia que sea, el sistema sale solo», le dijo a un joven admirador que fue a Los Aromos a pedirle consejo sobre cómo entrenar a un club infantil. Si el escritor y periodista mexicano Juan Villoro escribió que los equipos que dirige el holandés Cruyff son como un cuadro expresionista abstracto en el que cada futbolista incorpora un color, de los equipos de Ribas podría decirse que son como un ejército medieval en el cual cada jugador ayuda con toda su fuerza a impulsar el ariete que golpea una y otra vez contra la fortaleza enemiga. Ribas lo llama «fútbol vertical». La pelota siempre es impulsada hacia adelante, contra el arco rival. Nada de elaboradas jugadas ni de sucesivos pases laterales de pelota. Siempre al frente, nunca para el costado.
Por entonces, Peñarol había ganado los últimos dos partidos que había jugado. Y luego ganó otro. Pero de todas maneras su juego había sido horrible según la mayor parte de la prensa. Sin embargo, Ribas no acepta ese tipo de críticas. A él le parece ridículo pretender que el fútbol tiene una dimensión estética.
–La estética es muy subjetiva, agradar a todos es imposible. Lo que cuenta, en la vida y el deporte, es la eficacia: hacer goles y que no te los hagan.
En su blog hay una frase que lo resume todo: “Ganar no es lo más importante. Es lo único”.
Uno de sus libros de cabecera es El arte de la guerra, del chino Sun Tzu, un clásico con 2.500 años de antigüedad. Tiene un ejemplar en su mesa de luz, junto con una biografía de Jesús, el Manual del Guerrero de la Luz, de Paulo Coelho, y otra media docena de libros a los que vuelve una y otra vez. «Sun Tzu dice algunas verdades universales», me explicó al término de un entrenamiento. «Una de ellas es que la invencibilidad está en uno mismo y la vulnerabilidad en el adversario. Los guerreros en la antigüedad primero se tornaban invencibles, para después ir por la victoria. Vos primero tenés que forjarte un hombre con una autoestima increíble. Y ella te va a dar la capacidad de jugar al fútbol de la mejor manera. Ése es el camino».
–¿Qué piensa cada mañana cuando se mira al espejo? –le pregunté.
–Que soy el mejor. No podría luchar por mi familia, por mis hijos, por mi equipo que es tricampeón del mundo y pentacampeón de América, si no lo sintiera.
En su blog Ribas se presenta como «el Gran DT», «¡Multicampeón!» y «¡Hombre récord!». Su ambición es llegar un día a ser campeón del mundo. «Hasta que no lo consiga no va a parar», me dijo su esposa.

Primer bloque del reportaje sobre Julio Ribas escrito por Leonardo Haberkorn. Fue publicado en la edición de agosto de 2009 de la revista Bla. Integra el libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas.
el.informante.blog@gmail.com

17.2.08

Corre Ghiggia corre

Alcides Edgardo Barreiro, Alcides Edgardo Bentancor, Alcides Edgardo Caraballo, Alcides Edgardo Chans, Alcides Edgardo Di Ciocco... En Uruguay la guía telefónica está llena de personas llamadas Alcides Edgardo en honor a Alcides Edgardo Ghiggia, el campeón del mundo, cuya hazaña no hay uruguayo -ni brasileño- que no conozca.
Quizás por eso la noticia golpeó tan fuerte. “Ghiggia remató medallas de su glorioso pasado deportivo”, tituló el diario La República el 5 de junio.
“Ghiggia –decía la crónica- debió desprenderse de varios recuerdos que atesoraba de su glorioso pasado deportivo y remató varias medallas para lograr ingresos que le permitieran solucionar problemas impostergables...”.
La medalla más valiosa fue rematada en 1.600 dólares y la compró un integrante de la empresa Tenfield, propiedad del polémico Paco Casal, magnate del fútbol, representante de la inmensa mayoría de los jugadores uruguayos de hoy y de los derechos de televisión de todas las actividades de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Era la medalla que Ghiggia había ganado por la hazaña de Maracaná.

Rio de Janeiro, 1950
Ocurrió el 16 de julio. Ese día Brasil y Uruguay jugaban la final de la Copa del Mundo en el estadio de Maracaná, especialmente construido para la ocasión y con 200.000 personas en sus tribunas. Brasil había organizado el Mundial para ser por primera vez campeón del mundo. Y estaba a punto de conseguirlo.
La selección brasileña había ganado sus dos partidos anteriores por goleadas históricas: 6 a 1 a España y 7 a 1 a Suecia. Era la prueba de que aquel equipo era invencible. Uruguay, el otro finalista, apenas había derrotado 3 a 2 a los suecos y con los españoles tan sólo había empatado 2 a 2. La consagración de Brasil como campeón mundial era un hecho y el partido contra los uruguayos un mero trámite.
Pero las cosas no salieron como el mundo entero esperaba y el principal responsable fue Ghiggia.
Los brasileños lo conocían poco. Sabían todo sobre Obdulio Varela, el veterano capitán uruguayo, de temple legendario. Pero Ghiggia era joven, nuevo en la selección, recién hacía un año que era titular en Peñarol. Cuando llegó a Brasil para jugar la Copa del Mundo todavía era un don nadie en el mundo de fútbol. Pero ya en el primer partido de Uruguay hizo un gol. Y en el segundo hizo otro. Y en el tercero otro. Todavía hoy aparece en las estadísticas de la FIFA como uno de los dos únicos futbolistas que llegaron a jugar una final de la Copa del Mundo e hicieron goles en todos los partidos que disputaron en ese mundial.
El cuarto partido de Ghiggia en aquella Copa del Mundo fue la final contra Brasil.

Las Piedras, 2002
Las Piedras queda a 40 kilómetros de Montevideo. Es una pequeña ciudad rodeada de granjas y viñedos, de oficinistas y obreros que se levantan temprano para ir a trabajar a la capital. Una ciudad de gente humilde. Allí vive Ghiggia desde hace tres o cuatro años, cuando dejó Montevideo.
Todos lo conocen. Dicen que para encontrarlo hay que preguntar en el último puesto de la feria, al lado de las vías del tren.
La feria de Las Piedras es el refugio de los desempleados. Algunos montan allí su puestito para ganarse la vida vendiendo baratijas. Otros van allí a gastarse sus pocos pesos.
A lo largo de dos cuadras, se venden los productos más baratos: ropa made in China, zapatillas de marcas falsas, sospechosos whiskys fabricados en Brasil, refrescos de contrabando. El último puesto, que vende ropa de bebé barata, es atendido por una mujer joven. Es la esposa del viejo campeón.

Rio de Janeiro, 1950
Ghiggia era el puntero derecho. En el vestuario, antes de pisar el césped de Maracaná, el técnico y sus compañeros se pusieron de acuerdo en pasarle la mayor cantidad de pelotas, con envíos largos, porque su velocidad era la carta de triunfo de Uruguay. “Cuando se previeron los movimientos colectivos, hubo acuerdo en que el partido estaba por la derecha, ahí recaería el juego. (Ghiggia) se hallaba en su esplendor físico y técnico y era sabido por todos que no temía a Dios ni al diablo”, relata Franklin Morales en su libro Maracaná, los laberintos del carácter, la investigación más completa sobre lo que ocurrió aquel día.
El primer tiempo terminó cero a cero y, apenas un minuto después de iniciada la segunda parte, llegó el gol de Brasil. Todos esperaban que llegara otro gol brasileño y otro y otro y otro, pero entonces apareció Ghiggia.
En el minuto 65, Obdulio le pasó la pelota. El puntero dejó atrás a Bigode, su marcador, y enfiló hacia el área brasileña. Al llegar, mandó con precisión la pelota al medio, para Alberto Schiaffino, que pateó y empató el partido.
La igualdad todavía hacía campeón del mundo a Brasil. Pero 13 minutos después, Ghiggia volvió a escapar con la pelota en una electrizante corrida que duró apenas seis segundos pero que, más de medio siglo después, no hay amante del fútbol que no la conozca.
Desde entonces, todos los 16 de julio las radios uruguayas vuelven a emitir el relato de aquella jugada, la más mítica de la historia de la Copa del Mundo:
“Defiende Tejera. Vuelve para Danilo. Danilo perdió con Julio Pérez, que entregó inmediatamente en dirección de Míguez. Míguez devolvió a Julio Pérez que está luchando con Jair, todavía dentro del campo uruguayo. Dio para Ghiggia. Ghiggia devuelve a Julio Pérez que da en profundidad al puntero derecho. ¡Corre Ghiggia! ¡Corre Ghiggia! ¡Se aproxima al arco de Brasil y tira! ¡Gol! ¡Gol de Uruguay! ¡Ghiggia! Segundo gol de Uruguay. Dos a uno, gana Uruguay...”

Gol del siglo, Maracaná, Ghiggia, Barbosa
Ghiggia acaba de convertir el gol del siglo.

Montevideo, 2002
El anuncio de que Ghiggia había rematado su medalla de Maracaná desató una tormenta en Montevideo.
En pocos días, el diario El País, el más influyente y de mayor circulación en Uruguay, editorializó dos veces al respecto. Dijo que la noticia de la subasta “estremeció a todos los uruguayos y les llegó a las fibras más íntimas” y llamó a todos a contribuir para solucionar “la difícil situación económica por la que atraviesa Ghiggia”.
No todos estuvieron de acuerdo y la polémica se extendió. En el semanario Búsqueda un lector dijo que Ghiggia no merecía ayuda: “la venta es un insulto, es una cuestión de ética, esas cosas no se venden”.
Pese a todo, la noticia fue manejada con pudor por la prensa. A diferencia de lo que habría pasado en la vecina Argentina, ningún medio ahondó en cuáles eran las miserias económicas que motivaban el gesto desesperado, ni se publicaron detalles de la vida privada de Ghiggia, de la que el público poco conoce. La mayoría, en cambio, cargó las tintas contra el Estado y el pueblo en general por no saber retribuir a su gran campeón.
“Nunca el pueblo y el país le dio el apoyo material que debería haber tenido por ser una verdadera leyenda”, escribió un empresario que anunció que estaba dispuesto a comprar la medalla para devolvérsela a Ghiggia.
Fueron tantos los reclamos de una mayor ayuda oficial a Ghiggia, que el viceministro de Educación y Cultura detalló en la televisión todo lo que Uruguay le ha dado a los campeones de Maracaná.
Mientras, la noticia daba la vuelta al mundo. El mismo 5 de junio Folha de Sao Paulo informó del remate en su página de internet. Y el Corriere Della Sera tituló en su edición del 9 de junio: “Ghiggia è in miseria. Ha venduto tutto per poter sopravvivere”.
“Hoy, en su país, no ha encontrado quien lo ayude y se ha visto obligado a ‘empeñar la gloria’ para comer. ¿Dónde murió la solidaridad?”, escribió el periodista italiano.

Roma, 1953
Ghiggia fue rico. Nació en 1926 en una familia de clase media, en la época dorada del Uruguay, y vivió una infancia sin privaciones.
De adolescente jugó al básquetbol, pero luego se hizo futbolista y en 1948 llegó a Peñarol: al año siguiente ya se consagró campeón uruguayo con la camiseta amarilla y negra, la más popular del país junto con la de Nacional, el otro grande del fútbol uruguayo. Su excepcional habilidad y velocidad lo llevaron muy rápido a la selección nacional. Luego del triunfo de Maracaná, volvió a Peñarol y en 1951 ganó otra vez el Campeonato Uruguayo. Ya entonces cobraba muy buen dinero.
“En Peñarol yo ganaba 800 pesos por mes. Y eso era plata, eh, mire que yo salía con otro muchacho y nos íbamos de garufa con diez pesos, y éramos unos reyes. Creo que el peso estaba a la par del dólar”, relató Ghiggia en una de las pocas y raras entrevistas que ha concedido en Uruguay en los últimos años.
En 1953 dejó Peñarol para ir a jugar a la Roma de Italia. En aquella época, muy pocos futbolistas sudamericanos eran contratados en Europa. Pero Ghiggia -después de Maracaná- era una figura de prestigio mundial.
Su contratación marcó un antes y un después en la historia del club italiano. En la página de internet de la Roma, el periodista Franco Dominici cuenta cómo fue la llegada de Ghiggia a Italia. Un telegrama confirmó la transferencia desde Peñarol en momentos en que el presidente del club, Renato Sacerdoti, dirigía una asamblea de fanáticos. Cuando alguien le alcanzó el telegrama, interrumpió la conversación y pidió silencio. Cuando todos callaron, hizo el anuncio solemne: “hace pocas horas se ha concretado la contratación de un famoso campeón del mundo: ¡Alcide Ghiggia!”. La asamblea estalló en un atronador aplauso.
El 13 de julio de 1953 la hinchada de Roma lo estaba esperando en el aeropuerto. Existía tal expectativa, que al otro día 55.000 tifossi fueron a verlo debutar en un partido amistoso contra el club inglés Charlton. Todavía no había firmado contrato, pero no pudo negarse a jugar.
Permaneció nueve años en Italia: ocho temporadas con la Roma –con el que ganó una copa europea- y una en el Milan –con el que fue campeón italiano. Por sus actuaciones, y aprovechando su origen, fue convocado a defender a la selección nacional. Económicamente, allí ganó mejor que en Peñarol. “Allá ganaba más”, relató en la misma entrevista. “En dos años hice doce millones de liras. No sé cuanto era, pero sé que me favorecía”.

Las Piedras, 2002
“Lo dramático de este hombre es que no tiene donde vivir, ¡con todo lo que ganó en su vida!”, dice su esposa, mientras nos lleva a la casa donde viven.
Hace dos años que están casados y seis que viven juntos. Hoy ella tiene 30 años y Ghiggia, aunque aparente menos, ya cumplió 75. Se conocieron en una academia de choferes de Las Piedras, donde hasta hace no mucho el héroe de Maracaná daba clases de conducir.
Cuando se le pregunta a Ghiggia cómo un hombre de su edad conquista a una mujer de 30, sólo sonríe.
Es una pequeña vivienda, alquilada. Adentro, cinco chicas jóvenes –estudiantes de cine- rodean a Ghiggia y le explican que quieren hacer una película sobre su vida. El campeón asiente.
Los muebles son baratos, pero todo está limpio y ordenado. Hay teléfono, heladera y un estéreo demasiado grande para lo reducido del lugar. Sobre la chimenea no hay fotos familiares: no hay imágenes de los dos hijos de Ghiggia ni de sus cuatro nietos. En cambio, hay un gigantesco retrato de él mismo, de la época en que era campeón del mundo, y una decena de plaquetas y pequeños trofeos que en todos los casos repiten dos palabras: Ghiggia y Maracaná.
Ghiggia no viste prendas de marcas italianas como los futbolistas uruguayos de hoy, pero no está mal vestido. Su ropa no será cara, pero es nueva, está limpia y bien planchada, y los colores combinan.
Físicamente, Ghiggia se mantiene impecable. Dice que todas las tardes sale a trotar por las tranquilas calles de Las Piedras. Hasta no hace tanto, todavía jugaba al fútbol de salón. Y se tiñe el pelo para que se lo vea tan negro como aquellos años, cuando jugaba en Roma.

Roma, 1953
“Fueron años de muy buena vida, en una ciudad preciosa, que me gustaba mucho, tanto la parte antigua como la nueva y la vi crecer. También fueron años de vida más notoria, menos privada, menos íntima, con el asedio de los paparazzi, ¿sabés?, siempre arriba tuyo, v siguiéndote día y noche, pero sobre todo de noche, claro. Salías a medianoche y la tropa de paparazzi iba atrás tuyo. Y una vida también llena de tentaciones, brava, muy brava, bravísima”.
Así resumió Ghiggia sus casi diez años en Italia en una breve biografía que, en el 50 aniversario de Maracaná, editó el diario El País en forma de librillo. Allí contó que en Roma tuvo tres Alfa Romeo: primero una coupé Superligera, después una convertible, después una Julieta. Que iba al boxeo. Que en el Palacio de los Deportes vio a Cassius Clay coronarse campeón olímpico. Que iba mucho a Cinecitá. Que conoció a Ana Magnani, a Gina Lollobrígida...
No le gusta contar mucho más que eso. Si uno le pregunta por su vida romana, Ghiggia da respuestas breves y cambia de tema. En cambio, la historia del club Roma escrita por Franco Dominici le dedica muchas líneas a Ghiggia.
“Jugaba bien, era brillante, gustaba a la gente, pero no podía incidir de un modo decisivo. Tenía la majestuosidad natural de un campeón del mundo; se enamoró locamente de Roma, creyó que podría conquistarla con su dribbling; vivía días sin renuncias; días de larguísimas tardes, de horizontes lejanos, de infinitos espacios a conquistar.
Le gustaba ser el centro de la atención.
Alcides Edgardo Ghiggia
Ghiggia en la prensa italiana en 1954
(tomado del sitio www.asromaultras.org)
Inauguró un bar en la calle del Tritone y la plaza Barberini, comenzó una serie de inversiones equivocadas (...) Dejó la Roma después de ocho temporadas, 201 partidos y diez goles, pocos en verdad. ¿Alcide había decepcionado? Absolutamente no: que no era un cañonero se sabía, que era un refinado inspirador de juego lo confirmó también en la Roma. Pero había habido momentos difíciles, debido sobre todo a sinsabores de carácter familiar y a gruesas complicaciones en la actividad que había emprendido. Alcides, en suma, no era un sabio administrador de sí mismo, y no sabía tampoco escoger los consejeros, los amigos, los colaboradores. En Roma fue amado, devino muy popular pero no ciertamente rico. Al contrario”.

Montevideo, 1963
Ghiggia volvió a Uruguay en 1963. Para ese entonces todos los campeones de Maracaná ya se habían retirado, todos menos él.
Sus excepcionales condiciones técnicas y físicas le permitieron seguir jugando hasta bien pasados los 40 años.
Franklin Morales dice que nunca volvió a ver un jugador de físico tan privilegiado. “Tenía las piernas muy altas, el tórax chico, era como un tentempié, era casi imposible de tirar, nunca caía. Su zancada era larguísima, era un galgo. Tenía, además, un coraje a toda prueba. Cuanto más le pegaban, más se agrandaba. Nunca volvió a haber un puntero como él”.
Ghiggia actuó en la primera división del fútbol uruguayo –en los clubes Danubio y Sud América- hasta el fin de 1968. Cuando se retiró faltaban apenas siete días para que cumpliera 42 años.
Al dejar el fútbol, Ghiggia tenía dos casas: una en El Pinar –un balneario- y otra en Montevideo. Pero no suficiente dinero como para no tener que trabajar. Los días de gloria habían terminado.
Como explicó el viceministro de Educación y Cultura cuando se supo del remate de la medalla, el Estado hizo con Ghiggia lo que ya había hecho con sus compañeros: le otorgó un empleo público, en los casinos municipales, donde el campeón trabajó hasta 1990, cuando se jubiló. También le concedió lo que en Uruguay se llama “pensión graciable”: una especie de subvención mensual que el Parlamento da a ciudadanos que la merecen especialmente. Hoy, entre la pensión y la jubilación, Ghiggia cobra unos 15.000 pesos por mes que, tras la devaluación que sufrió Uruguay en agosto, equivalen a 535 dólares. Es bastante más de lo que gana la mayoría de los uruguayos.
Ghiggia nunca ha dejado de tener esos dos ingresos, pero aun así ha tenido que vender sus cosas. Primero la casa en El Pinar. Después la casa en Montevideo. Después la medalla de Maracaná.

Las Piedras, 2002
“Este hombre es un infierno con el dinero”, dice su esposa. La joven explica que ahora ella lo obliga a administrarse mejor. “Con los 6.000 dólares que cobró por el libro, le hice comprarse un auto, porque sino la plata se le va...”.
Autos y mujeres son dos pasiones que lo han acompañado siempre.
“Los autos siempre me gustaron”, dijo en su biografía. Y quienes lo han conocido dicen que el campeón siempre tuvo una gran debilidad por las mujeres.
Era jugador de Peñarol cuando se compró su primer coche, un Ford Prefect, que después cambió por un Ford B 8 y después por un Pontiac, que era el que tenía cuando conoció a su primera esposa en la rambla de Montevideo.
Con ella se casó en 1952 y juntos fueron a Italia. Un periodista del diario Il Mattino recordó la impresión que causó la belleza de la esposa de Ghiggia al descender del avión (“una stupefacente moglie creola”).
Luego vino la etapa de los Alfa Romeo y algunos problemas.
Ghiggia fue acusado de haber seducido en un auto a una menor de edad y, aunque terminó absuelto, tuvo que rendir cuentas ante la justicia italiana. Ghiggia ha dicho que se trató de una burda maniobra para sacarle plata.
Al volver a Montevideo se divorció. Sus dos hijos –que no se quedaron a vivir en Italia como creen muchos uruguayos- nacieron de ese primer y trunco matrimonio. Pero no quieren hablar de su padre. Su hija Lilián, dueña de una clínica de belleza, rechazó tajantemente la idea de una entrevista. Dijo que ella y su hermano Arcadio y su madre nunca hablaron con la prensa y jamás lo harán y, muy molesta, cortó el teléfono.
Ghiggia se volvió a casar y enviudó en 1992. En el 96, en un coche-escuela, comenzó a darle clases de conducción a una jovencita. Los dos dicen que se gustaron y decidieron vivir juntos. Después se casaron. Y ella le aconsejó volver a comprarse un auto. Usado, claro.

Rio de Janeiro, 1950
En los últimos minutos del Mundial del 50, Ghiggia enloqueció a los brasileños, ante el silencio de un Maracaná que ya presentía la tragedia.
“Bauer atrasa para Juvenal. ¡Pelota para Ghiggia! Recibe en la punta derecha. Camina lentamente. No tiene ninguna prisa. Está ahora aquietando el juego. Viene Bigode. Danza Ghiggia sobre el cuero. Para acá, para allá. Continúa la pelota en los pies del puntero del Uruguay. Eludió a Bigode y entregó a Julio Pérez, que devuelve a Ghiggia...”
Cuenta Morales en su libro que el técnico uruguayo, desesperado, tuvo que pedirle que por favor no atacara más, que ayudara a sus compañeros en la defensa. Dicen que el entrenador dijo:
-Este loco quiere hacer el tercero.
Cuando terminó el partido, Obdulio fue a buscarlo y lo levantó en andas. El periodista Antonio Pippo, autor de una biografía del capitán uruguayo, cuenta que, pese a su proverbial parquedad, Obdulio le dijo dos veces:
-Si no era por Ghiggia ese partido no lo ganábamos nunca.
También Schiaffino, el más exquisito de aquellos campeones, afirmó lo mismo en una entrevista que hace un año le hizo el diario El Observador.
-¿Cuál fue la diferencia entre ustedes y los brasileños?
-Ghiggia. Jugó brillante. Su juego fue imponente. ¡Ah, fue una cosa increíble! Se comió a todos los que lo marcaban... Ghiggia era chiquito pero duro, y cómo corría...
Sin duda, los brasileños han sido más justos en reconocer su enorme mérito que los uruguayos, que siempre creyeron que aquel triunfo tuvo más que ver con la “garra charrúa” que con jugar bien al fútbol (y así nos ha ido).
Los brasileños, en cambio, con dolor aprendieron la lección correcta.
Ghiggia cuenta que la última vez que visitó Brasil, en el 2001, su pasaporte fue controlado por una joven, de unos 25 años. La muchacha vio su nombre y se quedó muda durante diez eternos segundos. Después le preguntó:
-¿Usted es Ghiggia?
-Sí.
-¿El de la final de 1950?
-Fue hace mucho tiempo...
-Sí, pero a nosotros todavía nos duele en el corazón.

Las Piedras, 2002
Hoy Brasil es el campeón del mundo. Pentacampeón. La esposa de Ghiggia lleva a las estudiantes de cine a conocer los lugares donde filmarán la película. Ghiggia se sienta en uno de los sillones y advierte que él las entrevistas las cobra.
- A los periodistas de Montevideo no les doy entrevistas porque no quieren pagar. Dicen que no tienen plata, pero a las figuras del extranjero sí les pagan. Además, acá han venido de Argentina, de Brasil, de Perú, de Norteamérica y a todos les cobré.
Es cierto. Un cineasta que hace un par de años llegó para filmarlo como parte de un documental sobre los más grandes futbolistas de toda la historia, le pagó 6.000 dólares. Pero yo le explico que este artículo es para una revista colombiana muy prestigiosa, que es una oportunidad para mí, y Ghiggia me dice que esta vez hablará gratis:
- No quiero que te pierdas una oportunidad de publicar un artículo en el extranjero. Pero decile a esa gente que Ghiggia siempre cobra.
- ¿Tiene problemas de dinero?
-No, yo no me quejo. Cobro la jubilación del casino y una pensión graciable que nos dio el Estado. Como está hoy el país, uno no puede pretender que le den más.
-¿Siente que los uruguayos ya no valoran lo que usted y sus compañeros hicieron?
-Uruguay se olvidó de Maracaná, sólo se acuerdan los 16 de julio. Pero no me importa. Yo sé lo que hice y lo que dejé de hacer. Con mi país cumplí.
Ghiggia se ríe. Explica que nació antes de tiempo, que si hubiera jugado en Italia en estos años sería millonario. Pero dice que no le molesta, que no extraña la fama ni el dinero, que sólo quiere vivir tranquilo. Lo que sí le molesta es que se metan en su vida personal. Que digan que está en la miseria. Que escriban que tuvo un bar en Italia. Que informen que remató la medalla de Maracaná. “Eso es mentira. El periodista que escribió eso no me llamó. Si me llamaba le muestro que tengo todas las medallas acá”.
(La verdad es que la medalla sí se remató y también la tiene Ghiggia. “Es una historia triste, muy delicada, sobre la que preferimos no hablar”, dijo un funcionario de remates Gomensoro, la firma que realizó la subasta. Pero confirmó dos cosas: que el remate se hizo y que quien compró la medalla se la volvió a dar a Ghiggia. Después de todo, el campeón de Maracaná es él).
Ghiggia prefiere hablar de fútbol, de su carrera, del famoso Peñarol del 49, del gol en la final del 50, de cómo casi no festejó en Maracaná porque se fue rápido a duchar, inconsciente de lo que acababa de protagonizar, de cómo se adaptó al fútbol europeo...
-Jugué hasta los 42 años...¡y pensar que dicen que hacía mala vida! ¡Cómo alguien va a jugar hasta esa edad si hace mala vida!
-Pero sí le gustaban mucho las mujeres.
-¡Y a quién no le gustan las mujeres! Yo no era mujeriego, pero uno era joven, se vestía bien...
Las jóvenes aspirantes a directoras de cine están de vuelta. Ghiggia las recibe con una sonrisa y un chiste. Dice que acaba de cobrarle 1.000 dólares al periodista y que ahora es el turno de ellas.
La entrevista termina. Ghiggia nos acompaña a la vereda. La última pregunta es para saber por qué no fue al entierro de Julio Pérez, otro de los campeones, fallecido apenas unos días atrás. “Estuve en el velorio, pero los entierros no me gustan”, dice. No puede saber que una semana después se irá otro de los “leones de Maracaná”, Eusebio Tejera.
Mientras se despide, pasa una chica del barrio y Ghiggia le hace una broma. Luego vuelve a su casa. Para entrar tiene que subir una pequeña escalera. Lo hace con ágiles saltos, casi corriendo, como queriendo demostrar que sigue siendo aquel puntero imposible de alcanzar.
Entra. En el pequeño living está el gran retrato de cuando era campeón del mundo.

Historias uruguayas - Ghiggia

Artículo de Leonardo Haberkorn, publicado en la revista colombiana Gatopardo, en 2002.
Es una de las 14 crónicas y reportajes que componen el libro  Historias uruguayas (Sudamericana, 2014).
También forma parte de Para gritar, para cantar, para llorar, una antología sobre los mundiales de fútbol editada en 2010 en Chile por la Universidad Adolfo Ibáñez y la editorial Uqbar.
Fue traducida al inglés para la antología The football cronicas, publicada en Londres en 2014.
Prohibida su reproducción sin autorización del autor
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